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Capítulo 1 - La Última Promesa

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La luna apenas iluminaba el sendero irregular y los árboles del bosque se alzaban como gigantes sombríos a su alrededor. Las ramas crujían bajo sus pies, aunque la niña intentaba no hacer ruido.

Corrían. O, al menos, ella lo hacía. Su padre, detrás de ella, se tambaleaba como si cada paso fuera un martirio.

—¡Papá! ¡Debes seguir! —Las palabras se escapaban en susurros frenéticos, pero sabía que él estaba al borde del colapso. La sangre goteaba de la herida en su costado, manchando la tierra mientras intentaba mantener la mano firmemente presionada.

"No puede seguir... no por mucho más tiempo." El pensamiento retumbó en su mente como un golpe sordo. Su pequeño cuerpo temblaba no solo por el frío, sino por el miedo que amenazaba con devorarla. "¿Qué haré si cae?"

El padre con su rostro pálido y bañado en sudor, tropezó y su piernas finalmente cedieron, tumbándolo al suelo con un ruido seco.

—¡No! —La niña se arrodilló junto a él, intentando desesperadamente levantarlo. Pero sus manos temblorosas apenas podían moverlo. "Es demasiado grande... demasiado pesado..."

—Sigue... —murmuró el padre con voz entrecortada por el dolor—. No... no me esperes.

—¡No puedo dejarte! —Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero las reprimió. "No podemos detenernos... ellos están cerca."

El sonido de pasos acercándose les cortó la respiración. El corazón de la niña latía con furia, y su cuerpo se tensó. "Ya están aquí."

De entre las sombras del bosque, surgió un grupo. Vestían ropas casi idénticas a las de ellos, pero las suyas estaban limpias, como si no hubieran sufrido ni un rasguño en la persecución. Había algo cruel en la forma en que se movían, en la forma en que los observaban.

—Papá... —Su voz era apenas un susurro. "Por favor, levántate..."

Los perseguidores soltaron una risa amarga y burlona. El padre, apenas consciente, yacía en el suelo, mientras que la niña se plantaba entre él y ellos, con su pequeño cuerpo tenso de desesperación.

—¿De verdad pensaban que podían escapar? —dijo uno de los hombres con una sonrisa cruel y sus ojos brillaron con malicia al posar la mirada sobre la niña—. Qué patético.

El odio en sus palabras era palpable, y la niña lo sintió como una bofetada. Su corazón latía con fuerza, pero no retrocedió. Daba un paso hacia adelante, con los puños apretados, temblando, pero firme.

—No queremos nada de ustedes —dijo con su voz temblorosa, pero clara—. Solo queremos irnos... no volverán a vernos, se los prometo. No entiendo por qué... —su voz se quebró por un instante—... por qué nos odian tanto.

Uno de los perseguidores, más alto y de mirada gélida, dio un paso al frente. Desenvainó su espada lentamente, el sonido del metal al salir de la funda envió un escalofrío por la columna de la niña.

Sus ojos se clavaron en ella, fríos y llenos de desprecio.

—¿Por qué? —su voz era baja, pero el veneno en sus palabras resultaba abrumador—. Tu existencia es una vergüenza para el clan. Deberías haber agradecido la misericordia de nuestros ancestros, que te permitieron vivir fuera de la vista de todos. Pero en lugar de mantenerte en silencio, tuviste la osadía de huir... como si tu patética vida valiera algo.

El hombre avanzó un paso más, alzando la espada sobre su cabeza, como un juez a punto de dictar sentencia.

—Ingratos. Egoístas. No les importó arruinar el honor que generaciones construyeron. Tu vida... la de tu padre... son una burla para el prestigio del clan. Si se hubieran quedado sumisos dentro de nuestros muros, quizá hubieran sobrevivido. Pero ahora...

Hizo una pausa, su sonrisa cruel y sádica se ensanchó mientras bajaba la espada lentamente, apuntando hacia ella.

—Ahora, solo la muerte les espera.

La niña sintió un nudo en el estómago. La impotencia la consumía, sus pequeños puños se apretaron tanto que las uñas se clavaron en su carne.

La sangre empezó a brotar de sus palmas y labios mientras los mordía con fuerza, tratando de contener las lágrimas y el miedo que amenazaban con desbordarse.

"No es justo", pensó, mientras su cuerpo temblaba de impotencia.

El ejecutor, con su espada aún alzada, se encontraba a pocos pasos de ella, con una mirada fría y calculadora, cuando un grito desgarró el aire.

—¡Cuidado! —gritó uno de sus compañeros.

El ejecutor apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una bestia enorme, con ojos brillantes de hambre y pelaje manchado de sangre, se lanzó hacia él desde la oscuridad. Logró esquivar el ataque por un pelo, pero el caos ya había comenzado.

Gruñidos y chillidos llenaron el aire. Las bestias, atraídas por el olor a muerte, los rodeaban. No eran pocas, eran muchas. Demasiadas.

La sangre de su padre, que yacía herido en el suelo, había llamado a la manada, y ahora se abalanzaban sobre ellos sin temor, decididas a disfrutar de la caza. No solo por hambre, sino por el instinto primitivo de la destrucción.

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—¡Malditas bestias! —gritó uno de los hombres, alzando su espada contra una de las criaturas, pero apenas tuvo tiempo de defenderse antes de que otra lo derribara, destrozándolo con sus fauces.

La niña miró horrorizada cómo los hombres a su alrededor luchaban por sus vidas. Los gruñidos de las bestias, los gritos de dolor de los hombres y el choque de metal contra carne creaban una cacofonía aterradora. Quería moverse, hacer algo, pero sus pies estaban anclados al suelo por el miedo.

—Corre —, la voz de su padre la sacó de su estupor. Lo vio, herido, apenas manteniéndose en pie, pero con una mirada decidida.—¡Corre! —, repitió con urgencia.

Ella negó con la cabeza y las lágrimas llenaron sus ojos.

—No puedo… —, su voz era apenas un susurro ahogado por la desesperación.

—¡Tienes que irte! —Su padre la empujó ligeramente, tambaleándose.—¡Corre ahora! Estaré justo detrás de ti!...Te alcanzare, lo prometo.

Ella dudó solo un segundo, pero su instinto la obligó a moverse. Sus piernas, aunque temblorosas, comenzaron a correr.

El mundo a su alrededor era un torbellino de sombras y ruido, y la adrenalina le impedía sentir el dolor en sus pies descalzos y sucios. “Papá me alcanzará... él lo prometió... él lo prometió”, pensaba una y otra vez.

El líder de los perseguidores rugió con furia:

—¡No la dejen escapar!

Uno de los hombres, tras despachar a una de las bestias con un brutal golpe de espada, rápidamente cambió de táctica. Con movimientos precisos, extrajo un arco y colocó una flecha en la cuerda, apuntando con letal determinación hacia la pequeña figura que huía a lo lejos.

La niña, corriendo con todas sus fuerzas, sentía el aire frío quemar sus pulmones. "Papá me alcanzará... él lo prometió", repetía en su mente como un mantra. No podía permitirse mirar atrás, no podía detenerse.

Pero su padre, a pesar de su fatiga y las heridas, observó la amenaza en el último instante. El brillo letal de la flecha apuntando a su hija le atravesó el alma con más dolor que cualquier herida que ya cargaba.

"No... no mi hija..." Sin pensarlo, reunió las últimas fuerzas que le quedaban y, tambaleándose, corrió tras ella.

Todo ocurrió en un segundo. El sonido del arco al tensarse, el sutil silbido de la flecha cortando el aire. El padre, con un grito desgarrado y lleno de desesperación, se lanzó hacia su hija, colocándose entre ella y la flecha.

El proyectil atravesó su espalda, perforando su corazón y emergiendo por el pecho. Su espada oxidada cayó al suelo con un ruido sordo cuando su cuerpo, pesado y derrotado, cedió ante la muerte.

La niña escuchó ese sonido seco, un cuerpo desplomándose contra el suelo, y algo en su interior se rompió.

"No... no puede ser..."

El aire se le hizo irrespirable. El dolor indescriptible que la recorrió fue como un veneno en sus venas. Su corazón se detuvo por un instante, negándose a aceptar lo que había pasado. Con ojos desorbitados, se giró, y el tiempo pareció detenerse cuando vio que allí, en el suelo, su padre yacía inmóvil con una flecha clavada en su espalda.

La sangre comenzaba a empapar la tierra bajo él, como una oscura y silenciosa sentencia.

—No… —El susurro salió de su boca antes de que pudiera controlarlo.

Todo a su alrededor se desvaneció. Las bestias, los gritos, los perseguidores. Nada existía ya excepto esa imagen: su padre, caído, en una quietud aterradora.

—¡Papá! —El grito desgarrador salió de su garganta antes de que pudiera detenerlo. Corrió hacia él con sus piernas moviéndose por pura desesperación. ignorando la seguridad que la distancia pudiera ofrecer.

Se arrodilló junto a él con manos temblorosas intentando desesperadamente girarlo. Pero su cuerpo, tan fuerte y protector siempre, ahora era una carga pesada que no podía mover.

—Papá, por favor... por favor, despierta... —suplicó con la voz rota, sin poder contener las lágrimas que ahora corrían libremente por sus mejillas—. Dijiste que estarías detrás de mí... dijiste que me alcanzarías... ¡Papá!

Lo sacudió con suavidad, luego con más fuerza, pero él no respondía.

El dolor en su pecho se extendía como un incendio descontrolado, cada latido de su corazón era como un martillazo en su alma. Lo sacudió de nuevo, con más fuerza, esperando… rogando… que abriera los ojos.

—No... no me dejes... —susurró con su cuerpo temblando por el dolor que la aplastaba desde dentro—. No puedo hacerlo sola...

Pero no hubo respuesta

La niña hundió su rostro en la espalda de su padre, abrazándolo con desesperación, como si pudiera devolverle la vida solo con su amor. Pero él no se movía.

El arquero, enfurecido por la interrupción, rápidamente cargó otra flecha en su arco. Sus ojos, llenos de ira y frustración, se clavaron en la figura pequeña de la niña que aún yacía junto al cuerpo de su padre.

Con manos firmes y determinación despiadada, tensó la cuerda, apuntando directamente a su objetivo.

Justo cuando se preparaba para disparar, un rugido gutural lo hizo girar la cabeza, pero ya era demasiado tarde. Dos bestias, con colmillos goteando sangre, se lanzaron sobre él con un ímpetu salvaje.

El arquero soltó un grito de dolor cuando las garras desgarraron su carne, y en el caos, la flecha se liberó, desviado por el movimiento violento.

El proyectil voló errático a través del aire, pero su destino estaba marcado.

La niña sintió un golpe brutal en su pecho, un dolor agudo que le robó el aliento. La flecha se había incrustado en su lado izquierdo, y el impacto la lanzó de espaldas al suelo.

Durante un segundo, todo se volvió silencio. La respiración se le cortó, y el mundo a su alrededor se desvaneció en una neblina de confusión.

Pero para ella, la herida no importaba. Su mente seguía atrapada en la única imagen que podía ver: su padre, tendido en el suelo.

Con una mezcla de fuerza y desesperación, estiró su mano ensangrentada hacia él, tratando de alcanzarlo, pero su cuerpo era incapaz de seguir el ritmo de su voluntad.

Sus labios, agrietados y manchados de sangre, susurraron entre sollozos.

—Por favor... despierta... por favor...

El líder de los perseguidores, observando el caos que se desarrollaba a su alrededor, sintió un odio profundo y abrasador. Sus hombres yacían muertos o devorados por las bestias, sus gritos de desesperación apagados por el sonido de la carne siendo arrancada de los huesos.

La misión había fracasado, y con ella, su honor.

Pero al ver a la niña, aún luchando por arrodillarse junto al cadáver de su padre, algo oscuro y primitivo se encendió en su interior. Un odio tan profundo que ni la muerte inminente lo detenía.

Para él, ella era la causa de todo. Una mancha que debía ser borrada.

"Todo esto es su culpa... su existencia es una maldición..." pensó, mientras las fauces de las bestias lo rodeaban, arrancando pedazos de su capa y mordiendo sus extremidades. Pero el odio lo hacía inmune al dolor.

Con una furia irracional, no le importó su propia vida ni la inminente amenaza de las bestias que lo rodeaban. Su único deseo era acabar con la niña, culpándola de todo. Apretó los dientes y se abrió paso entre las garras y mordidas de las criaturas, esquivando a duras penas los ataques que caían sobre él.

Cada paso que daba era una maldición, un grito de odio contenido.

Se acercó a la niña, tambaleándose pero decidido. Cada paso lo llevaba más cerca, y sus maldiciones y acusaciones resonaban en su mente. "Esto es tu culpa... tú y tu maldito padre..."

La niña, perdida en su propio dolor, no lo noto. Sus manos temblorosas, cubiertas de sangre, se aferraban al cuerpo frío de su padre, intentando moverlo, esperando lo imposible.

—Por favor... papá... —sollozaba—. Dijiste que me alcanzarías... dijiste que no me dejarías sola... no me dejes, por favor...

El líder llegó hasta ella, con los ojos llenos de odio y levantó su espada sobre su cabeza.

"Todo acaba ahora", pensó.

No tenía intención de mostrar compasión. Quería acabar con todo, sentenciarla, y satisfacer su sed de venganza. Con un grito, lanzó un golpe mortal, buscando atravesar el cuello de la niña.

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