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El Juicio de los Ascendentes - Español / Spanish
Capítulo 3 - Cuando el Héroe No Brilla

Capítulo 3 - Cuando el Héroe No Brilla

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El hombre volvió su mirada hacia la niña, cuyos gemidos suaves parecían el preludio de alguien atrapado en las profundidades de una pesadilla.

Su cuerpo, que antes yacía inmóvil, ahora se agitaba ligeramente, sus labios temblaban en un susurro apenas audible, palabras rotas que no tenían sentido, pero que destilaban angustia.

Él sabía lo que venía. No había tiempo.

"Maldita sea..." Pensó mientras se giraba hacia la ventana abierta, donde la lluvia continuaba golpeando con fuerza, trazando líneas frías sobre su rostro.

El aire húmedo llenaba sus pulmones, pero en lugar de calmarlo, solo lo apremiaba más. Tenía que actuar rápido. Cerrar sus ojos y enfocarse era lo único que podía hacer en ese momento.

Con un susurro apenas perceptible, comenzó a murmurar.

Las palabras eran antiguas, de un idioma olvidado por los hombres, cargadas de una energía que parecía vibrar en el aire mismo. Eran palabras poderosas, más viejas que los bosques, más antiguas que las montañas que rodeaban ese lugar maldito.

Extendió su mano hacia el cielo como si pudiera tocar las nubes que se cernían pesadas sobre la cabaña. Sus dedos se movieron con precisión, como si estuviera apartando cortinas de un escenario en el que solo él sabía lo que ocurriría.

Y entonces, las nubes comenzaron a abrirse lentamente, dejando entrever un claro cielo más allá de la tormenta. La lluvia cesó casi de inmediato, como si obedeciera su voluntad.

Sin embargo, él sabía que eso no sería suficiente. "No alcanza..." pensó, mientras su mandíbula se tensaba.

Aún había algo más que debía hacer.

Con otro gesto, esta vez más amplio y deliberado, atrajo los rayos del sol hacia la cabaña.

La luz se filtró por la ventana, bañando la pequeña habitación en un brillo cálido y dorado, iluminando el rostro del hombre, cuyos ojos, entrecerrados por la concentración, brillaban con una determinación feroz.

La luz acarició a la niña, haciendo que su piel pálida tomara un ligero tono dorado. Sus movimientos en la cama se hicieron más frenéticos, como si la luz misma la llamara de regreso a la conciencia.

Pero él no podía detenerse ahora. Había algo más que faltaba, algo más que necesitaba.

Alzó ambas manos, y con un delicado movimiento, invocó una brisa constante que se filtró por la ventana abierta.

El aire fresco entró en la habitación, haciendo que su cabello plateado y su abrigo gastado ondearan suavemente.

La niña se agitó con más intensidad, sus párpados temblaron como si estuviera luchando por abrirlos. El sonido de su respiración se hizo más fuerte, irregular, como si su cuerpo estuviera despertando a la fuerza.

—Vamos... —el hombre apretó los dientes, sintiendo la urgencia apoderarse de él.—Ya va a despertar.

Con un chasquido final de sus dedos, toda la humedad de su rostro y su ropa desapareció al instante.

La tormenta que antes lo había empapado parecía ahora un recuerdo distante. La atmósfera en la cabaña cambió completamente, y el aire ya no estaba cargado de la pesadez de la lluvia.

Miró a la niña nuevamente, sabiendo que, en cualquier momento, ella abriría los ojos.

Sus pequeñas manos temblaban, sus labios entreabiertos emitían un suave jadeo, y sus párpados, aún cerrados, se movían con rapidez.

"Ya es hora," pensó mientras sus ojos se clavaban en el rostro de la niña, esperando...

La niña dio un último espasmo y de repente, sus ojos se abrieron.

Un rayo de sol atravesó la ventana justo en el momento en que la niña abrió los ojos. Su mirada, todavía desenfocada por el cansancio y el dolor, se posó en una figura de pie, iluminada por la luz dorada que se filtraba.

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La brisa, que ahora se colaba por la ventana abierta, movía el cabello plateado del hombre con una gracia casi sobrenatural. A su alrededor, el aire parecía más puro, como si las impurezas del mundo se negaran a tocarlo.

Él miraba al horizonte con una calma solemne, su postura rígida y elevada, como un ser más allá de lo terrenal.

La niña, confundida, entreabrió los labios.

—Un... ¿Ser celestial? —murmuró con voz rasposa y débil, mientras sus ojos se entrecerraban en un intento de enfocar mejor la visión ante ella.

El hombre, que había estado tratando de mantener una pose calculada y casi heroica, escuchó las palabras de la niña. Se quedó completamente inmóvil, esperando, casi deseando que ella dijera algo más.

"¿Un celestial? Bueno, no era exactamente lo que esperaba, pero puedo trabajar con eso", pensó para sí, aguantando una sonrisa.

—Entonces... he muerto... —la voz de la niña apenas era un susurro—. ¡Claro, eso tiene sentido! —siguió hablando, aparentemente convencida de la idea—. Veo la luz... la paz... Estoy... estoy en el mundo celestial.

El hombre entrecerró los ojos, manteniendo su posición rígida y solemne, pero por dentro comenzaba a maldecir.

"¿Mundo celestial? ¡No, no, no! ¡Ella debería estar alucinando sobre mi impresionante porte! ¡Mi elegancia, mi presencia dominante! ¿Cree que soy un Áureo? ¡Bah! Esos seres celestiales son... demasiados simples, demasiado presuntuosos."

—¿Por qué te callas? —continuó la niña—. ¡Oh, ya lo sé! Eres de esos seres celestiales serios que solo hablan en situaciones importantes, como en las historias antiguas. Claro... —Un suspiro escapó de sus labios—. Supongo que es mi momento para aceptarlo.

El hombre apretó los dientes, aún manteniendo su postura, mientras su mente se agitaba en una tormenta de quejas.

"¿Serio? ¡Yo no soy serio! ¡Soy misterioso, profundo! ¡¿Serio?! Maldita mocosa. ¡Cielos, que le pregunten a cualquiera, yo soy carismático, brillante! Deberías estar suplicándome conocer más de mí, no confundiéndome con uno de esos seres arrogantes alados."

La niña comenzó a asentir lentamente, como si estuviera procesando su situación con una velocidad alarmante.

—Bueno, al menos no duele tanto como pensaba. Así que... ya estoy... muerta. —Tragó saliva—. ¡Adiós, mundo cruel! —Cerró los ojos brevemente, luego los volvió a abrir—. ¡Espera, no! ¡No quiero irme! —Unos segundos de pánico le cruzaron el rostro antes de respirar profundamente—. ¡No, no, está bien! Todo está bien. Esto es lo que debe ser. Acepto mi destino. Soy... soy... ¡libre!

El hombre finalmente dejó escapar un resoplido de frustración, cruzándose de brazos mientras sus ojos rodaban hacia el techo. "Por el amor de... ¿en serio? ¿Esto es lo que obtengo por salvarte? ¡¿Aceptación rápida de la muerte?!"

La niña levantó una mano temblorosa, como si estuviera tratando de tocar su rostro divino.

—Gracias, ser celestial... —susurró con devoción—. Gracias por venir a buscarme.

El hombre finalmente perdió la compostura. Su pose se desmoronó mientras dejaba caer los brazos a sus costados y se daba la vuelta, con una mezcla de irritación y resignación.

Se detuvo unos segundos, respirando hondo para calmar la frustración que latía bajo la superficie de su piel. "Tranquilo... Mantén la compostura. No puedes perderla ahora."

Con un leve suspiro, volvió a adoptar su pose solemne. Esta vez, una sonrisa suave y casi paternal se dibujó en su rostro. Cada paso que dio hacia la cama fue deliberado, calculado. Sus pies parecían flotar sobre el suelo, como si cada pisada bendijera el lugar con su presencia.

La niña lo observaba con los ojos muy abiertos, fascinada por la forma en que el hombre parecía moverse sin esfuerzo, como si el aire mismo lo empujara.

La confusión en su rostro pronto dio paso a asombro cuando, con un gesto casual de su mano, una silla que había estado en la esquina de la habitación se deslizó hacia él, colocándose justo detrás de su pierna. Él se sentó con una gracia inhumana, como si la silla hubiera estado esperando ese momento durante siglos.

—Escucha, pequeña —dijo el hombre con voz cálida y tranquilizadora, como un susurro en la noche—. No soy un ser celestial... —Sus palabras parecían resonar con serenidad mientras sus ojos brillaban con esa misteriosa intensidad que buscaba cautivarla.

Pero antes de que pudiera continuar, la niña frunció el ceño y lo miró de arriba abajo, con una evaluación brutalmente honesta que no pudo evitar expresar.

—Ah... bueno, eso tiene más sentido —murmuró con voz aún débil—. No luces como un ser celestial... más bien... —Hizo una pausa, mirándolo fijamente—. Pareces, eh, un poco... descuidado, ¿no?

El hombre se congeló. Literalmente, su cuerpo entero quedó rígido. Ni un solo músculo se movió mientras las palabras de la niña se hundían en su mente, una tras otra, como cuchillos clavándose profundamente.

"¿Descuidado...?" Su ojo derecho se contrajo apenas, pero rápidamente recobró la compostura. "Mantén la calma. Es solo una niña... no sabe lo que dice."

Mientras intentaba reanudar su discurso con dignidad, la niña, ajena al conflicto interno que desataba en él, lo miró con compasión repentina y sus ojos se llenaron de ternura.

—¿Eres pobre...? —preguntó suavemente con una mezcla de empatía y tristeza—. Como yo...

El hombre parpadeó lentamente, intentando procesar lo que acababa de escuchar. "¿Pobre? ¿Ella... me está compadeciendo? A mí..."

La niña, con gran esfuerzo, levantó una mano temblorosa y la posó sobre su pierna, dándole pequeñas palmaditas de consuelo.

—Está bien... —dijo en voz tierna, mirándolo con ojos llenos de comprensión—. Todo va a mejorar. No te preocupes.

El hombre permaneció completamente inmóvil, como una estatua. Su mirada seguía fija en la niña, mientras su cerebro parecía haber quedado en blanco por completo.

Durante varios segundos, el tiempo pareció detenerse. Ninguno de los dos habló. Ni una sola palabra, ni un solo movimiento. Solo el sonido suave del viento que entraba por la ventana rompía el silencio.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el hombre sacudió ligeramente la cabeza, como si acabara de salir de un trance. Ignorando por completo lo que acababa de suceder, retomó su postura elegante y decidió continuar exactamente donde lo había dejado.

—Me llamo Ralkar —dijo en voz firme y profunda, con un toque de dramatismo que parecía desafiar lo absurdo de la situación—. Ralkar Drakhalir.

Su mirada permanecía fija en la niña, pero por dentro, algo en su orgullo se había derrumbado un poco.