image [https://i.postimg.cc/PqRhG9Hy/Cap-tulo-13-La-Verdadera-Naturaleza-de-un-Rey-El-Juicio-de-los-Ascendentes-Mindful-Matrix-Art.jpg]
Angyara se recostó un momento más en el suelo de la cabaña, recuperando poco a poco el color en su rostro y tratando de sacudirse el malestar que le quedaba.
Sus ojos aún se sentían pesados, pero al girarse hacia un rincón de la cabaña, algo llamó su atención. Un gran bulto cubierto por una lona oscura descansaba allí, ocupando casi la mitad del espacio.
Inclinó la cabeza, observando con más detenimiento.
Las sombras del objeto cubierto danzaban tenuemente, movidas por el juego de luces que emanaban del fuego en el centro de la estancia. El peso de los recuerdos le cayó encima como una niebla densa, y sus pensamientos vagaron hacia el Rey Uldraxis.
—El Rey ha sido... generoso con nosotros —murmuró, casi en un susurro, palabras que eran más para ella misma que para alguien más.
Ralkar, ocupado aún con sus botas, no pareció escucharla, pero Angyara siguió sumergida en sus pensamientos.
La imponente figura de Uldraxis siempre había mantenido una distancia fría, como si el peso de su corona lo apartara de los mortales comunes. Sin embargo, Uldraxis había permitido algo que Angyara jamás habría imaginado posible.
"Un verdadero rey... Un verdadero rey entiende el valor de lo que se ha perdido y lo que aún puede salvarse." El pensamiento cruzó su mente con una certeza que la sorprendió.
Cerró los ojos brevemente, reviviendo el fugaz instante en que pudo estar con su madre. La calidez de ese abrazo, las palabras de amor que nunca pensó que podría decir. Un nudo de emociones se formó en su pecho mientras recordaba cómo, por primera vez, su madre y su padre estuvieron juntos con ella. Juntos, como familia.
Y todo gracias al rey. No solo un soberano, sino un ser capaz de dar ese tipo de regalos.
Angyara sonrió ligeramente, casi sin darse cuenta.
—Así es como debe ser un verdadero rey,— dijo, mientras sus dedos acariciaban la tela de la lona, queriendo descubrir qué secretos se escondían bajo ella.
Justo cuando estaba a punto de levantar la esquina, la risa de Ralkar interrumpió sus pensamientos. El sonido despreocupado llenó la pequeña cabaña, y Angyara giró la cabeza, sorprendida.
Ralkar, con sus botas finalmente bien puestas, se tambaleaba un poco, como si hubiera escuchado la broma más divertida del mundo.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Angyara, un poco irritada por la interrupción de su momento de reflexión.
Ralkar caminó hacia Angyara con pasos ligeros, como si no hubiese ninguna preocupación en su mente. Al llegar a su lado, colocó una mano sobre su cabeza y, con una ternura desconcertante, comenzó a acariciarla suavemente. Sus ojos, llenos de compasión, la observaban como si fuera una criatura frágil, pura e inocente.
A sus ojos, Angyara parecía un pequeño animalito que no duraría mucho en la brutalidad del mundo salvaje.
Angyara sintió el peso de su mano como una bofetada a su orgullo. Sacudió la cabeza, liberándose de su contacto, y lo miró con ojos llenos de agravio, como si su dignidad hubiese sido cuestionada.
La condescendencia de Ralkar la irritaba profundamente.
Ralkar sonrió, una expresión que parecía saber más de lo que decía. Sus ojos aún brillaban con esa mezcla de compasión y algo más, un atisbo de diversión quizás.
—No confundas los actos del Rey Uldraxis con generosidad... y mucho menos con bondad —dijo, en un tono suave pero firme, como si estuviera revelando una verdad innegable.
Angyara frunció el ceño, confundida. Sus pensamientos aún resonaban con la calidez de aquel recuerdo junto a sus padres, pero la seriedad en la voz de Ralkar le hizo dudar.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, casi desafiándolo a que le quitara esa ilusión.
Ralkar dejó escapar un suspiro ligero, como si estuviera lidiando con un niña que no podía comprender las complejidades del mundo.
—El Rey Uldraxis no hizo lo que hizo por bondad ni por empatía —comenzó a explicar, con sus ojos profundos fijos en los de ella—. Lo que presenciaste, ese momento con tus padres, fue una concesión calculada. No fue más que una transacción en su mente.
—Nuestra aparición en su reino... —Ralkar hizo una pausa— se consideraba imposible. Los vivos no deberían poder atravesar el Umbral, pero lo hicimos. Y eso lo inquietó profundamente.
Angyara parpadeó, tratando de procesar lo que Ralkar estaba diciendo. Uldraxis, el mismo rey que le había concedido aquel instante con su familia, ¿había sentido miedo?
—¿Entonces por eso se presentó él mismo? —aventuró, recordando la imponente figura del rey junto a los Centinelas de Uldraxis, su guardia personal.
Ralkar asintió lentamente.
—Exactamente. Su guardia no fue solo por ceremonia; él temía lo que no comprendía. Incluso intentó destruir esta cabaña para intimidarnos, para recordarnos quién manda en su reino —continuó, señalando alrededor, como si el lugar mismo fuera testigo de ese intento fallido—. Pero no lo logró. Y no solo por mi poder, aunque eso ciertamente lo detuvo.
—¿Tu poder? —preguntó Angyara, cada vez más intrigada.
La postura relajada de Ralkar parecía contrastar cada vez más con la gravedad de la situación.
Ralkar sonrió de nuevo, esta vez con un aire casi triste.
If you stumble upon this narrative on Amazon, it's taken without the author's consent. Report it.
—Sí, mi poder lo hizo dudar. Aunque podría haberme derrotado, no estaba seguro de salir ileso. Y un rey herido es un rey vulnerable. Sus enemigos, tanto externos como internos, no habrían tardado en aprovecharse de ese momento de debilidad.
Los ojos de Angyara se agrandaron, dándose cuenta de las intrigas que se ocultaban tras cada gesto de Uldraxis.
Pero no era solo miedo lo que había impulsado al rey.
—Hubo algo más —añadió Ralkar, observando a Angyara con detenimiento—. Le revelé algo sobre su reino, algo que él ignoraba.
—¿Algo que ignoraba...? —susurró Angyara, aún procesando todo.
—Exacto —afirmó Ralkar, con palabras impregnadas de gravedad—. Y por eso me necesita. Sabe que yo no tengo interés en su trono, pero compartimos un interés común.
Ralkar la miró intensamente, queriendo asegurarse de que sus palabras calaban hondo en su mente.
—Recuerda, Angyara, un rey siempre actúa pensando en su beneficio. Sus decisiones no están impulsadas por la bondad o el altruismo, sino por lo que puede ganar de ellas. Uldraxis es un rey ante todo, y sus actos se sustentan en lo que puede preservar o mejorar su poder.
Hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia la niña y su tono cambió; ya no era ligero ni burlón, sino profundo y cargado de significado.
Las palabras que estaban por salir de su boca llevaban el peso de una enseñanza.
—Angyara —empezó, con sus ojos clavados en los de ella—. Tienes un corazón noble, pero debes aprender a mirar más allá de lo que tus ojos te muestran. Los gestos, las acciones, pueden parecer generosos, incluso bondadosos... pero en este mundo, la verdadera bondad es rara vez la motivación detrás de esos actos. No permitas que las apariencias te engañen. Siempre cuestiona qué puede ganar el que te da algo, qué hilos puede estar moviendo en la sombra.
Las palabras de Ralkar cayeron como piedras en el corazón de Angyara. Ella lo miró, con los labios apretados, como si luchara por no dejar que las emociones la vencieran.
—Pero... mi madre... mi padre... —intentó protestar, aferrándose al recuerdo de la calidez de ese abrazo, de ese momento tan preciado.
Ralkar negó con la cabeza, y aunque su mirada seguía siendo tierna, sus palabras eran afiladas como una hoja.
—El rey no te permitió estar con ellos por compasión, sino porque vio una oportunidad para mantenerte bajo su influencia. Siembra una semilla de gratitud y controlará tus decisiones sin que te des cuenta. Un rey siempre tiene en mente lo que puede ganar, no lo que puede dar.
—¿Entonces... todo lo que hizo... —susurró, casi para sí misma— fue solo para manipularnos?
Ralkar la observó por un momento antes de responder, queriendo que lo entendiera bien.
—Un rey como Uldraxis siempre tiene un plan, una estrategia detrás de cada gesto. Su reino está lleno de peligros, tanto visibles como invisibles, y para él, incluso un pequeño desliz puede ser fatal. Todo lo que hace tiene un propósito, y nosotros, pequeña, no somos la excepción a sus juegos.
Angyara se quedó en silencio, asimilando esa lección con un sentimiento amargo, pero necesario.
Bajó la vista, sintiendo una mezcla de confusión y tristeza. Las palabras de Ralkar resonaban en su mente, chocando con la ilusión que había construido en torno al rey.
"¿Siempre es así?" pensó, mientras su dedos jugueteaban con el borde de la lona sin querer levantarla todavía. "¿Nada es lo que parece?"
—Entonces... —empezó a decir, sin apartar la vista de la lona—... si lo que dices es cierto, ¿eso significa que todo lo que está aquí, estos... regalos, no son más que una manera de mantenernos felices y bajo control?
Ralkar dejó escapar una risa suave, más divertida que maliciosa, antes de inclinarse hacia adelante y, con una sonrisa astuta, le respondió:
—¿Regalos? —Se acercó a la lona con un gesto exagerado y la golpeó ligeramente con el pie—. Esto no son regalos del gran y magnánimo rey, pequeña. Estos son... —hizo una pausa teatral y sus ojos brillando con malicia traviesa—... souvenirs. Meros recuerdos turísticos que traje conmigo para adornar nuestra pequeña estancia.
Angyara parpadeó, incrédula, antes de que la revelación se asentara en su mente.
—¿Souvenirs? —repitió, atónita.
Ralkar asintió con gravedad fingida, claramente disfrutando de la reacción de Angyara.
—Exactamente. Ya sabes, nada dice "he estado en el Umbral y he sobrevivido" como una buena pieza decorativa —agregó, con voz cargada de sarcasmo—. Aunque claro, el Rey podría pensar que son algo más... importante. Pero para mí, solo son recuerdos de un lugar al que espero no tener que volver pronto.
Angyara frunció el ceño, mirando a Ralkar como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.
—¿Souvenirs? —repitió, incrédula—. ¿Estás diciéndome que simplemente entraste al reino de Uldraxis y te llevaste cosas... como si estuvieras en una tienda de regalos?
Ralkar, sin perder su sonrisa juguetona, se encogió de hombros.
—Bueno, técnicamente no hay cartelitos que digan "No tocar" en el Palacio de las Sombras. Así que... —sus palabras se arrastraron con una ligera mueca divertida.
Angyara lo miró fijamente y sus ojos abriéndose con horror mientras su mente comenzaba a trabajar a toda velocidad. "¿Robó? ¿Al propio rey?"
El peso de lo que Ralkar había hecho cayó sobre ella como una losa.
—¡Eso no son souvenirs! —exclamó, dando un paso hacia él y gesticulando frenéticamente hacia la lona—. ¡Le robaste al Señor de las Sombras Eternas! ¿Sabes lo que eso significa? ¿Sabes lo que podría hacernos si se entera?
Ralkar la miró con la misma calma que siempre, como si Angyara estuviera exagerando por algo insignificante.
Se cruzó de brazos y suspiró, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Ah, pequeña, siempre tan dramática —dijo con una voz exageradamente calmada, como si estuviera tranquilizando a una niña que teme a las sombras bajo la cama—. El rey no se va a molestar por un par de... cómo decirlo... chucherías decorativas. Tiene cosas más importantes en las que pensar, ¿no crees?
Angyara casi se atragantó de la indignación.
—¡Más importantes que el hecho de que alguien entró en su reino y le robó bajo su propia nariz! —Sus manos comenzaron a moverse frenéticamente, señalando la habitación mientras sus pensamientos se arremolinaban—. Nos va a cazar, nos va a perseguir, y cuando nos atrape... ¡nos va a destrozar! O peor, ¡nos va a desterrar al rincón más oscuro del Umbral!
Ralkar soltó una risa suave, inclinándose contra la pared de la cabaña como si nada le preocupara. Levantó una mano en un gesto casual, como si quisiera calmar la creciente tormenta de nervios de Angyara.
—Estás exagerando, pequeña. El rey ni siquiera recordará esas cosas. Son... nimiedades. Nada que le haga falta. Piensa en ellas como... limpieza de palacio. Estoy ayudando, en realidad.
Sonrió pícaramente, como si acabara de resolver un gran dilema moral.
Angyara lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
"¿Está loco?" pensó, mientras su corazón comenzaba a acelerarse.
Las imágenes de la furia de Uldraxis cruzaron por su mente como un torbellino. Visualizó a los Centinelas de Uldraxis montados en sus aves oscuras, persiguiéndolos a través de Los Puentes del Silencio y más allá de las murallas del reino.
—¡Esto no es una broma, Ralkar! —dijo con una mezcla de pánico y frustración, mientras se frotaba las sienes—. ¡Nos va a despedazar como a un par de insectos si se entera de que...!
Toc, toc.
Un toque suave y casi imperceptible en la puerta cortó su exasperado discurso. Ambos se quedaron en silencio por un momento, intercambiando miradas rápidas.
El sonido era tan delicado que apenas se percibía, como si quien estuviera al otro lado tuviera miedo de molestar.
—¿Qué... fue eso? —susurró Angyara, en un tono que fluctuaba entre el miedo y la sorpresa, mientras sus ojos se dirigían hacia la puerta.
Ralkar, en cambio, simplemente se encogió de hombros de nuevo. Se acercó a la puerta con pasos tranquilos y, sin preocuparse lo más mínimo, apoyó la oreja contra la madera.
Toc, toc.
El toque volvió a sonar, esta vez un poco más claro.
—Es alguien que claramente no quiere interrumpir nuestra pequeña discusión sobre decoración interior —susurró Ralkar, con una chispa de diversión en sus ojos mientras giraba la cabeza para mirar a Angyara—. ¿Tal vez el repartidor del reino, trayéndonos más... "souvenirs"?
Angyara dejó escapar un suspiro agotado, cerrando los ojos por un momento como si intentara recuperar la compostura.
—Ralkar... —murmuró, frotándose los ojos con los dedos—. ¿Podrías, por favor, tomarte esto un poco en serio?
Ralkar le lanzó una última mirada divertida antes de abrir la puerta con un gesto exageradamente elegante.
—Como desees, pequeña —dijo con una reverencia burlona antes de girar la manija.