En la noche, bajo esas estrellas, se encontró caminando por una ruta casi destruida. Los árboles parecían figuras fantasmagóricas que danzaban. El cielo tenía un tinte casi morado, y el paisaje era perfecto. No sabía por qué, pero lo era. Era completamente feliz. Caminaba y parecía no importarle la distancia; la ruta se le parecía al pasillo sin fin de las leyendas.
En el pecho sintió algo, como una palpitación que le dio miedo. De repente, una figura pasó corriendo por su lado, con ojos rojos y grandes garras. Fue fugaz. Comprendió que estaba en el mundo onírico y no quería despertar; allí era libre como el viento. Quedó pensativo, aceptando que en cualquier momento abriría los ojos y se terminaría, pero de pronto, una luz a lo lejos pudo divisar: eran los muros de su comunidad, que se estaban incendiando. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y corrió hacia allí, pero no podía llegar. Parecía cada vez más lejos. Los gritos y los alaridos, sin embargo, comenzaron sin cesar, y entonces, ante su gran desesperación, una enorme explosión. De ella brotaron fantasmas, atrocidades y aberraciones. Se dirigían hacia él. Se hincó de rodillas, llevando su mano al pecho; quería despertar cuanto antes. ¿Qué clase de ilusión era esta? De la calma y la maravilla a la desesperación y el terror. La figura de ojos rojos pasó de nuevo y se detuvo junto a él. Este ser ahuyentó a todos los monstruos y le tendió su mano. Al tocarla, finalmente despertó.
La almohada y parte de su cama estaban cubiertas de sudor. De su boca goteaba saliva, y le dolían los ojos. Sin entender absolutamente nada, escuchó que tocaron su puerta, y esto lo sobreexcitó. Salió rápido de un salto, que le costó mucho dolor, y abrió la puerta. Se encontró a Apu, el mayor de sus alumnos. Tenía un rostro lleno de angustia y tristeza.
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—Apu, ¿qué haces aquí? —preguntó Martin.
—Maestro... usted, ¿está bien? ¿Puede estar de pie? —respondió Apu.
Al principio, Martin no comprendía las palabras de su alumno, y cuando esto se aclaró, se abalanzó hacia él para abrazarlo en medio de sollozos, quedando atónito.
—Apu, no me siento bien. Por favor, explícame qué pasa —pidió Martin.
—Maestro, usted ha estado delirando en fiebre durante dos días. Todos temíamos lo peor. Pensamos que después del jefe Bruno también usted... —dijo Apu, y el joven derramó lágrimas, suficientes para devolver a la realidad a Martin.
Bruno había muerto, y él era en parte culpable. "La reunión", gritó, debo apresurarme. Comenzó a buscar una ropa más formal, tiraba todo, y le molestó ahora sí que su alumno lo haya visto con su ropa de dormir. ¿Fiebre? Pensó, ¿dos días? Una extraña sensación de angustia se apoderó de él.
—Apu, ¿qué día es hoy? —preguntó.
—Miércoles, maestro. Esta mañana, el suboficial Leo salió hacia la comunidad de defensa para asistir a la reunión de líderes —respondió Apu.
Sus palabras cayeron como una roca. Martin solo podía pensar en una cosa. Era domingo cuando se enteró de la muerte de Bruno; ese mismo día le habían informado de una reunión urgente también, y ya era miércoles por la tarde, al parecer. Ni siquiera pensó en preguntar. Se acostó de nuevo en su cama, reflexionando que había hecho mal, para que le pasaran estas cosas. La reunión de líderes donde él nunca fue invitado, y donde nunca podría llegar. La muerte de Bruno. El estado de Dana. Su comunidad y los peligros que desconocía. Y por último, la policía del orden. Estaba seguro que ellos, ocultaban algo.