El muro vallado que protegía la comunidad de cultivo estaba fuertemente custodiado por las fuerzas de defensa, que solo se encargaban de esa tarea. La policía del orden se movilizaba en el interior de cada comunidad para garantizar que la convivencia fuera lo más pacífica posible entre los habitantes. Los Vanguardistas llevaban cada suministro entre todas las comunidades que formaban el régimen.
Martin se encontraba observando cómo Bruno se dirigía hacia la puerta principal, acompañado por un grupo de estos guerreros transportistas. Sentía envidia, tenía celos. Su sueño, ahora iba a ser cumplido por el jefe de establo. No podía ni quería hablar sobre sus sentimientos, pero todos pudieron notar en sus ojos una profunda angustia. El líder de la comunidad de cultivo también sufría.
Los Vanguardistas llevaban armaduras de cuero de distintos animales mutados; las más simples solían ser de liebre y jabalí. Pero los de alto rango, como Dana, llevaban uniformes más sofisticados y adaptados a su especialidad en combate. Ella usaba armadura de metal reciclado y moldeado por los mejores artesanos. Su pantalón era de tela, con vendajes y protectores en rodillas, codos y pantorrillas. Pero la mayoría usaba cascos, lentes reciclados y máscaras que les permitían respirar en lugares más tóxicos.
A Bruno lo equiparon con lo mejor que pudieron, debido a su complexión, pero se aseguraron de protegerlo absolutamente de cualquier peligro. Hasta le pusieron una capa para que se cubriera si no toleraba el medio ambiente del exterior, y lo que no esperaba, uno de los Vanguardistas insistió en que debía tomar un hacha para protegerse ante cualquier peligro. Esto provocó una extraña sensación en Bruno, pero obedeció porque creyó que era rutinario.
En cuanto salieron de la comunidad, los primeros kilómetros fueron testigos de la perplejidad del nuevo integrante provisional del grupo para la misión de reconocimiento de la nueva especie. Nunca había visto las tormentas de arena, ni los cielos oscuros por lluvias tóxicas. Los árboles eran muy distintos a los que conocía, la mayoría eran inmensos, parecían espectros por sus largas extensiones uniformes. El suelo, árido y con cicatrices, era lugar para animales como reptiles, liebres, insectos, gatos y perros. Todos ellos con distintas mutaciones, él conocía varios, pero algunos los veía por primera vez. Sus colores y textura hablaban por sí solos. La mutación era asombrosa, y a él le gustaba conocerlos.
Había visto gatos domésticos y algún que otro salvaje en carteles de peligro, pero no se imaginaba la belleza y el porte de estos. Parecían muy peligrosos, pero también majestuosos. Habían evolucionado para adaptarse a este ambiente. El viaje en carro fue tranquilo, un convoy de tres carros tirados por ñulas, 12 vanguardistas y él. Finalmente llegaron al lugar donde habían encontrado la nueva especie de jabalí, a apenas 35 kilómetros de la comunidad; él había imaginado que serían muchos más, y esto lo sorprendió de sobremanera.
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Cuando los Vanguardistas se aseguraron de que no había amenazas, le dieron el visto bueno para que descendiera, y por primera vez tocó con sus pies el suelo exterior. Si en carro se sentía abrumado, ahora lo rodeaba una extraña sensación. No podía saber qué, pero sentía en el aire cierta amenaza; era tanta su inseguridad ante esta sensación que, una vez que miró todo el panorama, se dio cuenta de que ya estaba a 20 metros de un pequeño grupo de jabalíes.
Dana se acercó y le comentó que estos animales fueron nombrados por ellos mismos como Jabalíes demonio. Y tenía toda la razón en bautizarlos así. A diferencia de la especie que se podía comer y criar, estos eran ligeramente más pequeños, pero más imponentes. Tenían colmillos con manchas amarillentas y rojas. Una sinergia cautivadora, porque los ojos de estos animales eran amarillos, y su pelaje rojo. Sus patas eran más grandes de lo normal, y sus pezuñas parecían extremadamente filosas.
Ante esta primera observación, él lo supo. Estos animales no podían ser comestibles. La mayoría tenían reflujo que goteaba de sus mandibulas, y su comportamiento era demasiado violento entre compañeros de grupo. Entonces vio a Dana de nuevo, y para su sorpresa tambien ella lo estaba observando. Vio en sus ojos la intención verdadera. Su misión era reconocer si podían ser utilizados para alguna otra tarea, como entrenarlos para defensa.
—¿Qué dices? Son animales muy sorprendentes —Dana hablaba con una voz firme en todo momento, y él pensó que le sugería una aprobación.
—Absolutamente. Son majestuosos como los gatos que vi en los cuadernos de Martin, pero parecen ser una especie demasiado peligrosa. ¿Cuál es su objetivo? Porque claramente no pueden ser comida —Dana sonrió maliciosamente, más que nada por la sorpresa de la astucia de este simple jefe de establo.
—No queremos comerlos. Nos interesa criarlos para defensa y ataque —Tal fue la soltura de la suboficial, que se caracterizaba por ser directa y prepotente, que él tembló ante la palabra "ataque".
En cuanto quiso responder, la mano en alto de esta mujer lo detuvo. Y en un segundo, se escuchó el grito de uno de los vigías de los carros. "¡Nos atacan!" Ante el grito, Bruno se imaginó, y ya nunca pudo saber por qué, la mirada triste de Martin. O bien, lo entendía.
En cuanto vio que cuatro vanguardistas que estaban cerca de Dana explotaron muriendo en el acto, lo que siguió fue un grito de guerra, la voz de la suboficial que daba órdenes que no entendía, y la imagen de un grupo de personas con armaduras recicladas de madera, plásticos y hasta metales. Eran aproximadamente diez los que corrían hacia ellos. De las trece personas que habían sido al principio de la misión, ahora solo quedaban nueve, pero él no tenía idea de cómo luchar, y ahora se encontró sujetando un hacha que llegó a él en medio de la conmoción.
En realidad, él no recordaba que antes de salir, uno de los que había muerto tras la explosión le había insistido en tomarla para protección. Todo tenía sentido. La mirada de Martin, la sensación de peligro, el hacha que ahora sujetaba con fuerza. Estaba ante la inminente amenaza de su muerte.