Hace 200 años, la humanidad se encontraba al borde del abismo. Las crecientes guerras nucleares y químicas entre las potencias mundiales amenazaron el planeta, dejando oleadas de muerte, destrucción y contaminación. La devastación fue total y dejó consigo cicatrices profundas en la tierra y el ambiente. La contaminación y radioactividad trajeron una nueva era, donde toda forma de vida se vio afectada. La evolución era necesaria para la supervivencia de cualquier forma de vida. Al principio fueron las plantas las primeras en evolucionar, luego algunos animales. Solo aquellos que pudieron mutar y adaptarse parecían llevar la delantera en esta nueva era. Los gases tóxicos, las lluvias ácidas, las tormentas de humo y arena, los temblores, todo eso era algo que el ser humano no podía tolerar. Las potencias mundiales enfrentadas causaron tantas bajas, tantas infraestructuras destruidas y tecnología extinguida, parecía que la extinción humana estaba próxima. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, llegó la evolución de nuestra raza. Al principio, algunos podían sentir las cosas, su esencia, su todo. Fue avanzando y cada vez más humanos pudieron despertar este misterioso poder. Está fue la razón de la supervivencia de la poca población que quedaba.  Se formaron comunidades que trabajaron en conjunto para abastecerse de suministros y seguridad. Así nació una gran comunidad en el antiguo territorio argentino antes conocido como Santiago del estero. Actualmente, 200 años después del principio del fin, estás comunidades se rigen con un sistema neofeudal absoluto, la vida es tranquila y se puede vivir hasta morir de forma natural. El único requisito, vivir siempre bajo los muros que protegen las sociedades, sin nunca salir al exterior hostil y post apocalíptico.