Un remolino de granadas explota en un destello luminoso, dejando una onda expansiva que retumba en todos los pasillos hasta ocasionar un sismo en la superficie. Mike y Petra deben de haberse asustado, y Joyth intuye que los científicos deben estar preguntándose qué acaba de ocurrir por debajo de ellos.
La llameante onda se lleva a Ripper en su radio y manda disparado a Joyth hasta la pared que se halla paralela a la entrada. Cae de pecho, y luego le produce un movimiento brusco en su cervical.
Entre zumbidos incesantes que brotan desde su tímpano, miradas nubladas y la rigidez en el cuello, Joyth se arrima con dificultad y mira en dirección a la sala del Ente Fungus. Todo está destrozado, y reza para que el Ente Fungus haya muerto por eso. No hay señales de Ripper, pero sí de algo preocupante.
Agujeros en las paredes.
Sus latidos retumban desde su pecho y revisa su cuerpo para verificar que no haya esquirlas; pero sí las hay. Varias enterradas por detrás de su muslo, cerca de sus glúteos; una enterrada en el músculo tríceps de su brazo y otra enterrada en el trapecio de su espalda. Joyth intenta quitárselas y…
Profiere una maldición.
(¡ME CAGO EN…!)
El solo intentar sacar la esquirla de su muslo, le genera un dolor tan fuerte que se extiende a través de su pierna como si se ramificara, hasta irradiarse a su cadera. Joyth gruñe, pero no está dispuesto a dejar que esas heridas le impidan seguir actuando.
Pero siente otra esquirla más que se encuentra clavada en una parte importante de su espalda, y la siente cuando se recuesta a la pared. Joyth se asusta y espera que se halle clavado en su riñón, que casi siempre desemboca en su muerte asegurada. Despavorido, pasa su mano a través de su espalda, pero un milagro sucede.
La esquirla se encuentra clavada en… aquel teléfono que, luego de la muerte de Thaniuska, Joyth había guardado consigo en el bolsillo lumbar. La metralla paró en su teléfono y esto le salva la vida… aunque no haya sido su intención ponerlo ahí.
(El fantasma de Thaniuska me apoya desde arriba. Creo que tendré que unirme a mi esposa e ir a la iglesia los domingos), Joyth piensa con reflexión, mientras hace el esfuerzo por levantarse con el dolor. De pie y todavía con mareos, oye una voz que resuena desde el otro extremo del pasillo.
— ¿Jotaro?
Jotaro, aquel sobrenombre que ofende tanto a Joyth en secreto, aunque no sea la naturaleza del nombre, sino la confianza que su emisor irradia. Resulta ser Akihito junto con su grupo de seis, quienes se acercan con paso rápido. Joyth intenta ir hacia ellos, pero sus piernas duelen demasiado, pegan un sangrado y lo obligan a caer de rodillas al suelo. Akihito se inclina desde la cintura hacia Joyth, quien se sostiene con la pared metálica.
— ¿Tuvo éxito? —Pregunta Akihito.
—Sí. —Joyth dice en un tono demasiado exhausto—. Maté a Ripper y el arma, ¿qué hicieron ustedes?
—Subestimaron nuestras técnicas y eliminamos a unos soldados de la EMI que venían con Ripper.
Akihito pega un ojo a las heridas de Joyth, que continúan sangrando de forma abundante. Joyth intenta hacer como si no las tuviera y se levanta de nuevo; sus piernas vuelven a perder el equilibrio. Akihito logra atrapar a Joyth entre sus brazos, y logra observar las esquirlas que lleva ensartadas en su cuerpo. Comenzando por la esquirla del trapecio de la espalda. Akihito le comenta.
—Te ves como la mierda.
—¡Suéltame! —Responde Joyth, quien intenta apartarse de Akihito— Puedo levantarme y seguir. Pasé por esto muchas veces…
Pero Akihito lo sostiene más fuerte, y niega con la cabeza.
—No, tengo valores. Vamos a llevarte y curar esas heridas.
—Que puedo levantarme y seguir… no te hagas el altruista —Joyth jadea del dolor, y cada palabra la suelta con dificultad—. Recuerda que somos enemigos. ¡Puedo irme solo!
Akihito no le hace caso y coloca el brazo de Joyth por encima de su cuello, luego coloca el suyo por la espalda de Joyth y lo comienza a llevar a través del pasillo. Joyth arrastra los pies, mientras los demás ayudan a llevarlo. La situación se hace psicológicamente más difícil para Joyth, pero siente que no puede evitarlo. Aceptará la ayuda de Akihito, pero no cree poder decírselo cara a cara. Mucho menos por lo que hará después.
Akihito abre otra puerta secreta que lleva hacia un área médica y estrecha. Los orientales acuestan a Joyth en un taburete metálico, y toman los equipos necesarios para retirarles las esquirlas. Joyth pega un grito cuando le quitan la esquirla de la espalda, junto con la de las piernas y mucho más por el alcohol isopropílico que le están rociando en sus heridas (con tal de no infectarse). Por supuesto, Joyth no tiene más que ceder, mientras los demás orientales sostienen sus brazos para evitar que se mueva por la reacción al dolor. En este punto, Joyth parece un niño de 8 años con una fobia a las agujas y que estaría deseando huir.
Haría lo que fuera, repite Joyth en su mente, mientras aprecia el desagradable momento por el que pasa.
Los orientales terminan de retirarle las esquirlas y le habrían roto parte del pantalón para observar las heridas. Le cubren las heridas con gasa y esparadrapo, y lo dejan boca arriba encima del metálico taburete. Hay mucha sangre, y Joyth se siente pesado.
—Ripper me dijo que no encontró los fósiles en el almacén del mismo nombre, ¿fuiste tú? —Pregunta Joyth, mientras observa el hipnótico techo.
Akihito asiente, sentado en otro taburete en el extremo opuesto a Joyth.
— ¿Creías que éramos locos? —Responde—. Lo hice cuando descubrí que eras infiltrado.
Joyth suspira y se cubre parte del rostro con una mano.
—Y ayudas a alguien a quien pudiste traicionar y matar —Joyth le dice en un tono despectivo—. No me necesitas más; puedes matarme e irte…
Akihito niega con la cabeza y muestra las palmas de sus manos, que oscila paralelo a su rostro.
— ¡No, no, no! Criado en oriente mi territorio; valores de mi país. —Seguido a esto, Akihito se inclina a Joyth en un saludo japonés—. Voy a cumplir mis promesas y no romperé ninguna tregua, Joyth.
—Como digas, Akihito —Replica Joyth mientras se sienta—. Tal vez tomemos algo al final —A Joyth solo se le viene el siguiente pensamiento: Haría lo que fuera, y estaría dispuesto a continuar.
Ambos se levantan, Joyth con ayuda de uno de los orientales. Akihito abre otra puerta secreta, rompiendo el foco del techo con un puñetazo, que revela otro oscuro túnel metálico.
— ¿Qué?
Joyth sin saberlo, permanece con la boca abierta; perdió todas las notas, y Akihito se las habría memorizado todas. El oriental Akihito se limita a sonreír con arrogancia, y ayudar a Joyth a pasar a través del túnel. Son tres orientales, contando a Akihito quienes caminan a través del claustrofóbico túnel.
Se encuentran en otra sala, con varios taburetes que tienen cubos de polvo blanco envueltos en un plástico flexible. Es la dichosa sala que habría descubierto Tovar a escondidas de Valbuena, y es un almacenamiento de drogas.
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Como si no le sorprendiera (A Joyth sí) Akihito saca una hoja de papel y la afinca sobre uno de los taburetes. Luego, saca un bolígrafo y escribe una combinación junto con el nombre de un electrodoméstico. Joyth vislumbra el contenido, y pregunta con curiosidad.
— ¿Qué escribes?
Akihito termina y le ofrece el papel a Joyth. Con una sonrisa y un respeto que se ve muy notorio por parte, Joyth se fuerza así mismo a mirarle sus achinados ojos. Hacía tiempo que no apreciaba la mirada de alguien. Si hay una razón por la cual nunca se especifica el color de los ojos durante la narración, se deben a que Joyth, simplemente, no mira a los ojos y le confunde el color. Sus ojos son avellana. Akihito le responde.
—La clave para que escapes de aquí. El temblor de la explosión debió de alertar a los guardias, quienes habrán encontrado tu salida improvisada en poco tiempo; por lo tanto, esto es lo que puedo hacer por ti.
Joyth acepta el papel, pero con cierto dolor en su mirada. Akihito lo capta, pero no sabe el por qué. Tampoco le debe importar lo que Joyth está pensando. Joyth debe de estar absorto en lo recién sucedido o todavía tiene su orgullo inflado; sin embargo, Joyth ha sido el único “Bastardo suramericano” justo y de respeto que ha conocido hasta los momentos.
Tomo una cerveza con él, cuando salgamos.
Hacía tiempo que no tomaba alcohol, y no esperaba hacerlo con un ex enemigo. Joyth le pregunta con mirada confundida.
—Y… ¿Por qué me envías para acá?
—Tú todavía llevas cerillas; te las vimos en el bolsillo —Responde Akihito.
—Ah… creo que me queda una.
Luego, Akihito se agacha y levanta una losa de porcelana. Revela una caja de madera que contiene bolsas plásticas de polvo amarillento que no dan la apariencia de ser droga. Akihito las saca y se las ofrece a su ex enemigo. Joyth enciende su cerilla y la lanza sobre la bolsa. Las pruebas fósiles se están quemando; todo rastro del Ente Fungus se borra y no será vuelto a resucitar. Akihito conserva consigo un recipiente de vidrio en la mano con la misma muestra, y se alista para irse.
—Me llevo esto —Anuncia Akihito—. Con esto, la promesa se cumple. Vamos.
No sin antes señalarle una pared.
—Ah… si empujas esa pared, se abrirá y llegarás a la sala de interrogatorio. Está cerca de la salida que te mostré.
Pero Joyth se mantiene callado y distante.
—Bien…
Para finalizar, los orientales le dan la espalda para irse. Pero ocurre algo que no se esperaba ninguno… ni siquiera Joyth dentro de su corazón. Un suceso que cambiaría sus vidas para siempre.
—Despistado de mierda.
Joyth baja la mirada y suspira con una sonrisa nostálgica, luego desenfunda su pistola y los fulmina a los dos orientales de un disparo. Akihito se da cuenta y da media vuelta para defenderse. Procede a desenfundar su pistola, pero Joyth lo prevé y le atina un disparo en la muñeca, luego en ambas piernas y se acerca para darle un culatazo en la cabeza. Akihito pierde sensibilidad en las piernas y trastabilla hasta caer.
— ¡Espera! —Exclama Akihito, cuyo grito se absorbe por las paredes—. Oye… Por favor. ¡Teníamos un trato!
—Sí, y lo cumplimos; tú agarraste la muestra.
Akihito se arrima más atrás y hace lo posible para desenfundar su pistola, con la esperanza de que ambos se apunten mutuamente y lleguen a un acuerdo; no obstante, Joyth le dispara en la mano antes de que ocurra. Akihito gruñe del dolor mientras observa el cañón cilíndrico que corresponde a la pistola de su verdugo. Echando humos por lo recién disparada que está; solo le causa terror el que aquel gatillo se jale, y que su consciencia se apague de forma repentina, sin siquiera oír el estallido del arma.
— ¡No puedes hacerme esto! —Exclama Akihito en súplicas—. ¡Prometiste que luego de esto, iríamos a tomar unas copas! ¡T-Tengo una familia y me esperan con vida! ¡Tú lo sabes!
Joyth suspira, mientras le hace una mirada desinteresada.
—Lo sé, y esa fue mi razón inicial por la cual te dejé vivo —Joyth se lleva la mano al mentón para expresar reflexión— Pero luego pensé lo que me habías dicho en aquella ocasión: Si llevas la muestra, tu región invadirá a la región Central Neutral y, conociendo lo ambiciosos que son ustedes, no dudarán en extenderse por África. La superioridad numérica desembocará en la invasión a occidente, mi hogar. Crecí y sufrí por culpa de una dictadura totalitaria como la tuya; no quiero que mis hijos pasen por los mismos tiempos de mierda, Mijito.
Oriente nos tiene amenazados, no tuvimos libertad para decir que no; es indudable que esto repercute en su actual decisión. Podría dejar que oriente invada. El occidente se volvió una sola región, como es ahora, y las condiciones de vida mejoraron; no obstante, ¿ser invadidos por una región que amenaza militares con matar a sus familias? Ni hablar. Akihito hace una mirada de decepción y le vocifera con dolor.
— ¡LO SABÍA! —Akihito aplica presión en sus heridas de las piernas y la muñeca, debido al dolor—. ¡UN BASTARDO OCCIDENTAL Y SUS PROMESAS DE PORTADA! ¡TRAIDOR DE MIERDA HASTA EL FINAL!
Joyth le lanza una mirada penetrante y da varios pasos hacia Akihito, este último se arrima hacia atrás y le muestra sus palmas para pedirle que retroceda. La situación no es sobre quién es el más descarado, sino quién se siente más impotente de ambos. Akihito o Joyth; mismo sentimiento, diferentes puntos de vista.
—No se trata de quien juega limpio, sino de qué familia sobrevive primero —Joyth le responde, y lo observa con una frialdad psicópata que le recuerda a Rosher—. ¿La tuya, o la mía?
Por supuesto, Joyth escoge la segunda. Los gritos y súplicas de Akihito no son música para los oídos de Joyth, pero con entrenamiento, es posible disfrutarlos para evitar sentirse culpable. Akihito rompe en llantos y sus lágrimas recorren sus mejillas, mientras Joyth hace una sonrisa forzada. En sollozos, Akihito intenta negociar.
—O-olvidaré esto, ¿sí? ¡Por favor! —Luego, revela sus ojos enrojecidos por las lágrimas— No me mates… Cumple tu promesa, hombre. Cumple tu maldita promesa y no seas hijo de puta… te lo suplico, Joyth.
Es fácil sentir lástima por alguien que está llorando. Haya hecho cosas horribles, nuestro cerebro empatiza con cualquier persona que haya pedido piedad con lágrimas; sin embargo, Joyth es lo contrario. Ya aprendió a reprimir sus sentimientos desde que entró en el ejército. Aprendió a reprimir su propio comportamiento autista desde que decidió vivir en sociedad. Aprendió a aprovechar su “falta de emociones” para no arrepentirse de las crueles acciones de su pasado. Y por último, aprendió a mantener prudencia, tras la muerte de sus abuelos. A Joyth no le importa nada. Su vida nunca tuvo sentido, y sus resentimientos tampoco lo llevarán a nada; lo aprendió cuando su madre falleció, y por su culpa.
Joyth le murmura.
—Pero si yo cumplo mis promesas, Mijito.
Akihito le mira de hito en hito y con los ojos puestos como platos. Sus latidos bajan y sus músculos se relajan por posible alivio. Hace una sonrisa forzada, como si tuviese esperanzas de que Joyth le tuviese piedad.
— ¿¡Como cuál!?
Acto seguido, asoma el cañón de su pistola sobre Akihito. Oscuro y metálico como la hoz de la parca. Su verdugo está por decir unas palabras con el suave tono que le diría un granjero al cerdo que está a punto de matar.
—Que te iba a matar.
La pistola deja escapar tres disparos. Se oye el sonido de un petardo, y Akihito sigue intentando reaccionar cuando una de las balas atraviesa una zona de su hombro. Joyth lo hace de nuevo; Akihito extiende su mano, con esperanzas a que Joyth tenga piedad. El último disparo para el centro de su frente y lo desploma. No se mueve, Akihito está muerto.
Estando delante del hombre que acaba de traicionar, Joyth no puede evitar recordar aquella vez, cuando su esposa le reclamó por sus crueles acciones. Mataría a todo el mundo, con tal de salvar a sus propios hijos, un pensamiento bien calculado que lo impulsó a hacer trato con Akihito. La muerte de Thaniuska es otro asunto que lo tiene marcado; una mujer joven, de infancia cr l y con hijos que mantener, tuvo que morir torturada hasta la muerte a manos de la compañera que más la apreciaba.
Morir así, debe de ser horrible.
Joyth continúa de pie y delante del cuerpo de Akihito. El charco de sangre inunda sus prendas, y Joyth divisa el recipiente donde se halla la muestra fósil del Ente Fungus. Se agacha y lo toma, para luego guardárselo en el bolsillo de su pecho para que no se le pierda.
Haría lo que fuera, piensa Joyth, quien en el fondo está arrepentido de matar a Akihito. No tienes honor, Joyth, traicionaste una tregua. Eres despreciable, incluso el dictador de su época era mejor que tú. Son los pensamientos que Joyth tiene, y se pelean entre sí. Tiene de sus dos seres: El Joyth que todos conocemos, y el Joyth quien es en realidad.
No, tranquilo. No tenías opción y debió morir… no puedes auto autoflagelarte —Dice el Joyth real, quien se representa desde el más profundo de su inconsciente.
(Mentira, eres una basura de persona. La sociedad no te hizo como eres realmente: Solo tú fuiste quién permitió la entrada a esos demonios internos. Eres una mierda, naciste como mierda y morirás como mierda). —Se contrapone el Joyth que todos conocemos, y el que actúa por fuera.
Estás bien, amigo. No tuviste la culpa de nada, y si eres así… es porque la vida lo quiso. Tienes una esposa y varios hijos, ¿por qué te alteras tanto?
(Tu vida no vale nada frente a millones… Joyth. Eres solo un granito de arena y en algún momento, si alguna vez te aman por ser raro, se alejarán de ti por lo mismo. Tus acciones no tienen sentido y la vida de tus hijos tampoco; eres el maldito villano de esta historia).
Un oriental se aproxima e interrumpe la divagación de Joyth. Lo descubre en plena escena; Joyth oculta su pistola detrás de su muslo y se vuelve al oriental, con ojos que reflejan su dolor de su reciente acto. El oriental le exclama.
— ¡EH! ¡EH! —El oriental hace una interjección, luego desenfunda su pistola y apunta a Joyth— ¿¡Qué pasó aquí!?
Joyth se siente incapaz de pensar en una respuesta para darle. ¿Qué le dirá? ¿Qué Akihito pegó un salto mortal triple y cayó sobre una bala? ¿Qué no aguantó la presión y se suicidó con tres disparos en la nuca? ¿Qué el hombre que de no ser por Akihito, quien le permitió quedarse afuera, hubiese muerto traicionado? Joyth se acerca al oriental, quien se muestra dudoso de dispararle, y le mira con ojos encarnizados.
— ¡El desgraciado Ripper sobrevivió! —Le grita Joyth, siguiendo sus propias emociones—. ¡Los mató delante de mí, y tuvo el descaro de dejarme vivo!
Pero el oriental vacila y no parece convencido.
— ¡Ripper murió en una explosión y tú mismo lo sabes! ¡Más vale que no estés…!
Joyth le interrumpe.
— ¡CARAJO! ¡SI PUDE SOBREVIVIR, FUE PORQUE EL MALDITO RIPPER TIENE UN PROBLEMA EN SU PROGRAMACIÓN QUE LE IMPIDE MATARME! —Joyth sigue acercándose, y vocifera a todo volumen mientras el oriental retrocede. En parte, sus palabras son verdad—. ¿¡Y acaso tú me acompañaste en ese momento!? ¡Solo estuviste flojeando, mientras Akihito suplicaba por piedad! —No cabe duda. No puede ocultar la culpa—. ¡TENEMOS QUE BUSCAR A ESE CABRÓN!
Aquel oriental sigue titubeando. Inseguro de las impactantes declaraciones de Joyth y por cómo lo había encontrado; indicios que muestran lo contrario. No obstante, los orientales tienen valores que les obliga a cumplir las treguas y Joyth fue el que primero la propuso.
Por lo tanto, piensa que Joyth también tiene aquellos valores. El oriental baja la pistola y mira a Joyth de hito en hito, analizando las turbulentas líneas de su cara que podrían indicar alguna emoción oculta. Joyth se ve traumatizado, así que el oriental se convence y expresa.
— ¡Me cago en la…!
Cargado de furia y sintiendo el dolor de perder a un gran aliado, el oriental se va de la sala. Ahora que está solo, Joyth respira hondo; tiene que aclarar sus pensamientos para el momento en que se encuentre con Petra y Mike. Con el dolor en sus piernas, Joyth camina hacia la pared —recordando que Akihito le indicó cómo activarla— y la empuja. La puerta se abre como corredera, y Joyth se mete al túnel. Con determinación intenta correr lo más rápido que puede, decidido a irse y compartir la información que tiene. No quiere más peleas disparejas, y le viene cierta incertidumbre sobre si Ripper en realidad está muerto. Solo el tiempo lo dirá y debe hacerlo para el momento donde todos escapen juntos, a través de la salida secreta de Akihito.
…
Llega a la sala de interrogatorio, que es igual de húmeda y deprimente como la primera vez. No hay nadie —si exceptuamos el lúgubre cuerpo de Thaniuska yace— y se escuchan gimoteos desde una de las celdas.
¿Gimoteos? ¿Qué estarán haciendo Petra y Mike?
Con este pensamiento, Joyth se acerca de forma meticulosa a la celda y coloca su oído de lado. Petra y Mike están haciendo algo y se oye constante movimiento. Gimoteos y golpes húmedos en la piel.
Joyth no entiende siquiera las bromas que le hacen. Solo piensa que deben estar llorando y que, posiblemente, el encierro los está volviendo locos. Pobre de ellos… tal vez no debí encerrarlos así, Joyth piensa mientras gira la manivela de la celda.
Abre la celda, y encuentra una escena… no tan esperable. Petra encima y Mike acostado boca arriba. Ambos emiten una sonrisa extraña y parecen demasiado cansados. Joyth se asquea; no obstante, este sentimiento no es lo único que se sentiría en esta fracción de segundo.
No.
El pulso de Joyth aumenta hasta penetrarle el pecho y cree probable que le quiera dar un infarto severo; él ve algo desde el rabillo de su ojo hacia la entrada de la sala.
Ese algo, vocifera.
— ¡QUÉ ALEGRÍA! ¡JOYTH! —Le dice aquella voz, muy conocida y con emoción; emite una sonrisa perturbadora.
Joyth no puede evitar mirar con los ojos puestos como platos hasta el punto de revelarse las humedecidas venas de sus escleróticas. El corazón se le hace tan grande, y no puede creerlo.
No.
No puede ser posible.