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La Operación Suicida [español]
Capítulo 1 - Inesperada llamada

Capítulo 1 - Inesperada llamada

Parte 1 – Aquel hombre del Laboratorio

La sombra de un hombre débil. Los papeles revoloteando en los oscuros interiores de un pasillo. El hombre corre despavorido; huye de alguien que busca no enfrentar a toda costa.

(Es un demonio).

Sus pensamientos vuelan al igual que aquellos papeles importantes que dejó atrás. Como un siervo que huye de un guepardo, aquel hombre se encuentra huyendo de ese ALGUIEN a través de aquel metálico pasillo. No existen los súper poderes ni los avances de la época justifican su increíble habilidad. ¿Qué tiene? ¿Qué lo hace tan temible, al punto de hacer que un hombre armado huya de él?

Solo él lo sabe, al fin y al cabo.

El frío lo envuelve mientras percibe un aroma a sudor. El hombre dobla en una esquina para evitar a ese alguien, y se encuentra de cara a una pared vacía. Con esperanzas de que ocurra algo, coloca la palma de su mano en aquella pared...

Pero no ocurre nada.

Su corazón palpita a mil por hora hasta llegarle a la garganta, y la sensación de peligro desmorona su capacidad analítica. No es posible hallar una pizca de raciocinio en él; solo piensa huir de ese algo, que tiene forma humana.

El susodicho se revela y desenfunda una pistola de especial aspecto; el hombre, desenfunda la suya con anticipación. Preparado para enfrentarse a él, y esperar la muerte misma. Preparado para enfrentarse al cruel destino que lo asecha.

ENERO DEL 2028

SUR DE OCCIDENTE.

Joyth Méndez; aquel hombre que se encuentra preparándose un café gourmet, cuyo olor se le asemeja a olor de un perfume caro. A su alrededor, una cálida sala de cocina que lleva un gran mesón detrás. Está absorto de sus problemas personales y recuperándose de una reciente discusión que tuvo con su esposa.

Se sobresalta tras sonar su Smartphone que yace en el mesón. Joyth deja su café colando y toma su teléfono. Mientras desliza su dedo, el sudor de su pulgar casi lo hace estropear la llamada entrante.

— ¿Diga? —Pregunta el hombre que está por decir su nombre. De cabeza baja cuya mirada apunta al mesón, y con su ceño fruncido—. Aquí Joyth Jorge Méndez de la Armada Occidental

Pero obtiene una respuesta que lo deja perplejo.

—Está muerto, Joyth. —Le responde una voz poco perceptible y de muy mala calidad para su época. Aún así, nota el temor de la voz detrás del teléfono; lo suficiente para imaginarse el terrible escenario que pudo haber pasado—. Debo comunicarme inmediatamente con el general.

Su teléfono tiene un tono diferente para cada persona, y una llamada militar supone una urgencia inenarrable. No muchos llaman al general. Solo se debe hacer ante situaciones cuya gravedad involucre, no a su país o ciudad, sino al mundo entero. A Joyth se le hiela la sangre y deja expresar sus dudas.

— ¿Qué? ¿Qué está pasando ahí? —Pregunta Joyth, mientras está atento a sus alrededores. No hay nadie en la sala, pero es una costumbre heredada de su experiencia en el campo de batalla—. ¿Por qué se escucha tan flojo?

Pero solo hay una larga pausa. Joyth se desespera tanto que hace el ademan de patalear.

— ¡Oye! ¡Eh! ¡Responde!

Nos llevaría a pocos minutos antes de lo ocurrido.

DESIERTO - PROVINCIA IBÉRICA

El viento seco pasa por un oasis desértico. Parecido al medio oeste; el ambiente cálido con los relojes dando las 12:00. Un auto de aspecto todoterreno y seis puertas, recorre la carretera mientras dos hombres discuten.

— ¿Y qué hacía ese soldado afuera? —pregunta uno de ellos, llevan una mirada afable y un sombrero de copa.

—Otra vez se escapó para leer libros, Rosher —responde otro, con ropajes paramilitares. Destaca el símbolo de la calavera.

El hombre con sombrero de copa, recién llamado Rosher, observa al otro de hito en hito. ¿Escaparse para leer libros? ¿Es esto un chiste?, son sus pensamientos. Con confundida expresión, responde.

—Entiendo que se escapó del trabajo, Tovar —Replica, mientras observa el arenoso camino—. ¿Pero por qué me llama hasta acá?

Tovar le devuelve la mirada.

—Porque quiero que le dé el peor de los castigos, ¿o no quiere eso también? —Habla con fulminación en su mirada, demostrando un tono agresivo y extremista que contrasta con el de Rosher. Subraya sus palabras con golpes al volante—. ¡Dios! ¿Por qué usted es tan amable?

Rosher no comprende sus palabras y cree conveniente no responderle, pues su programación no logra entender el significado detrás de las emociones tan repentinas de Tovar. No obstante, desde el fondo, vislumbra a un hombre en medio del asfalto. Resulta ser el mismo hombre de la conversación, y vestido con la misma ropa. El Hombre del Asfalto mueve ambos brazos para llamar su atención.

El conductor lo capta y se detiene. Tanto Tovar como Rosher, abren el auto y ponen los pies en el asfalto. El clima golpea a Rosher tanto como poner las manos en el vapor de agua hirviendo, forzándolo a tomar medidas internas para ajustar su temperatura.

— ¡Gracias al cielo! —El hombre del asfalto musita estas palabras mientras se encamina hacia el auto. Tiene una mirada extraña y nerviosa; Rosher se da cuenta que no tiene ningún libro consigo.

Rosher dirigirle la palabra, pero el hombre lo ignora. No contento con su intento, se dirige hacia él, pero…

—No te muevas.

Un tubo metálico presiona su nuca, tan fuerte que comprende el peligro que acaba de surgir. Una pistola reluciente como el acero al carbono.

Rosher no comprende la situación, y se vuelve hacia Tovar. El susodicho le asesta un golpe en la nuca, para luego vociferarle tan fuerte como el eco que deja en el inhóspito desierto.

— ¡DE RODILLAS!

— ¿¡Qué está pasando, Tov…!

Tovar no deja que termine su oración, y abre fuego contra el cielo; Rosher se calla la boca.

— ¡Dije que te pongas de rodillas!

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Rosher sigue manteniéndose inexpresivo ante sus palabras, y reconoce el peligro. Pone las manos a la altura de su cabeza y obedece su orden. Con una mirada que más denota confusión que miedo. Finalmente, Tovar camina hacia él y se agacha a su nivel, jadeando del posible golpe de calor que le están dando los intensos rayos solares.

—Bien —musita Tovar, forzando una sonrisa y suspirando tan profundo como si estuviese en el lugar de su víctima. —. Mira que tenemos aquí: ¡Al puto jefe del Laboratorio Oasis! ¡De espaldas a un enclenque y de rodillas! ¡Jajaja!

—Quiero que me expliques qué pasa, Tovar —le replica Rosher, mientras intenta volverse hacia él; Tovar le hunde más la pistola en señal de amenaza—. Podemos hablarlo, por favor. ¡Sabes que odio las pérdidas!

—Lo dices porque estás acorralado —Dice Tovar, mientras se levanta y retrocede varios pasos—. Pues no te funcionará; ya me alejé, por lo que no me harás nada.

— ¡Lo digo en serio, Tovar!

Tovar intercambia miradas con el Hombre del Asfalto, quien está en uno de los asientos del auto. Evidente cómplice de lo sucedido, el hombre continúa observando. Habría conspirado junto con Tovar, con el fin de atrapar, interrogar y asesinar a Rosher de una vez por todas.

— ¿Qué coño haces en el piso inferior, Rosher? —Pregunta Tovar, de modo imperativo—. Y no me repliques mal. Terminarás con un pepazo en el cerebro si intentas algo.

—Es para almacenamiento… —murmura Rosher, tan bajo que Tovar acerca su mano a su oído. Aunque Tovar lo debe de haber escuchado; el Hombre del Asfalto lo capta con claridad.

— ¿Almacenamiento, dices? —Tovar le vocifera mientras pone los ojos en blanco—. Pues te corrijo: ¡ALMACENAMIENTO DE DROGAS! —Vocifera fuerte—. ¡Y no lo haces por el amor a los yonquis!

Esta revelación enciende una pausa perturbadora. Abrumada por el viento del desierto y el tiempo caluroso, los dos hombres —Tovar y el Hombre del Asfalto— sudan litros del terror. Esa sensación de incertidumbre sobre lo que puede pasar, y cómo podría ser un peligro dejarlo vivo. El Hombre del Asfalto reza para que Tovar lo mate de una vez por todas.

—Nuestro territorio está en crisis —Rosher comienza a subir el volumen con cada palabra; al mismo tiempo, el fervor y vigor que llevan—. No quiero unirme a occidente ni a oriente; porque estoy desarrollando la manera de defender este país.

— ¡Jaaa! —Tovar expresa, mientras se le sube el ego a la cabeza—. ¿Por qué eso me convendría?

Rosher pone los ojos como platos, y grita.

—Porque es nuestro futuro… ¡TU FUTURO, TOVAR! ¡Y EL DE TODOS AQUÍ!

Pero a Tovar no parece importarle.

—Jajaja… te informo que mi futuro está en occidente. Me habían dicho que eras peligroso y debía tener cuidado… pero eso es imposible. —Tovar se deja llevar por el momento y ríe con emoción. Más parece una risa de frustraciones canalizadas; nadie dijo nada gracioso— ¡JAJAJA! ¡Y PARA COLMO, LO TENGO ARRODILLADO AQUÍ!

Pero Rosher parece más desconcertado, que asustado.

— ¿Occidente? ¿Entonces me traicionaste? —Rosher se vuelve más hacia Tovar, e interpela— ¿¡Cómo llegaste aquí y quién te mandó!?

— Y me importa una mierda. —Acto seguido, Tovar fija su vista a la nuca de Rosher y aprieta con suavidad el gatillo a su dirección—. Menos charla, y más acción.

Algo levanta la arena en dirección a Rosher, y resuena algo horripilante como un petardo multiplicado por cien. Debe de ser tan fuerte que el eco debería, mínimo, escucharse en las fronteras de la ciudad más cercana. El Hombre del Asfalto aguza la vista, mientras la arena se derrama.

Cuando logra ver algo, solo ve algo que le hiela la sangre a tal punto de perder toda la fe en sí mismo: Tovar, con un agujero limpio en la cabeza, mirando con perplejidad y con su cuerpo rígido, cayendo de rodillas al asfalto. Con la sangre derramándose a borbotones desde su cabeza hasta hundirla en un pozo, sus sollozos inteligibles, y su cuerpo convulsionando hasta… dejar de moverse.

—No quería pérdidas, y tampoco usar esto. —Dice Rosher, con un rostro reflexivo, mientras se levanta como si nada.

El olor seco se transforma en uno metálico, y el Hombre del Asfalto siente como su tórax se revuelve en el horror y su corazón late tanto que quiere saltar del pecho. El susto se le multiplica, porque Rosher se encamina hacia el auto y desprende una mirada penetrante que podría matar a cuatro pájaros. Una mirada recelosa de un asesino que acaba de ser descubierto; no obstante, la mirada no es lo que más aterra al hombre, sino lo que dice.

— ¿Y por qué no me defendiste, Valbuena?

Valbuena trastabilla en un intento por justificarse. Incapaz de soltar una respuesta correcta para persuadir a su posible verdugo, solo puede decirse una cosa así mismo.

(Estoy muerto).

—Porque sabía que podía hacerlo —Responde Valbuena, intentando persuadirlo pero sin darse cuenta si su rostro está diciendo lo contrario— Sería inútil ahí, señor.

—Sí, tiene sentido —Rosher levanta el mentón para mirarlo con unos ojos que, de penetrantes, ahora dotados con una autoconfianza se acaban de transformar en unos monstruosos ojos de psicópata empedernido— La parte interesante es que no le conté esto a nadie. ¿Me puedes decir cómo lo sabías, Valbuena?

Rosher siempre fue reservado, tanto en sus habilidades como en sus proyectos. Casi nunca hizo presencia, y Tovar fue de los pocos que tuvo la valentía de hablar con él. Saber esta información extraña y no haberlo defendido, hace que Valbuena esté de espaldas con la vida y la muerte. Con la mano casi cerca de la pistola que se hallaría enfundada en su cinturón, pronto se da cuenta que en realidad, no la tiene consigo. Su corazón late a miles, porque Rosher hace un movimiento brusco y le apunta con ella misma.

Una pistola revólver con mira metálica; Valbuena se inclina hacia atrás, mientras observa la oscuridad proveniente del cañón.

—Ten —Rosher gira la pistola, ofreciéndosela a Valbuena—. Se te cayó cuando venías al auto.

Este gesto lo confunde.

—Sé que tú y Tovar eran grandes amigos. —Prosigue, mientras se arrima y se sienta en el asiento de copiloto—. Lo siento por él, pero sé que tú no entrarás al lado oscuro.

(Lado oscuro. ¿Cómo tú defines eso, maldito facineroso?),

—Sí, tienes razón. —Valbuena suspira de alivio y con los párpados muy abiertos del susto, luego gira la llave y enciende el auto. —. Bueno, a devolvernos.

Valbuena echa a andar su auto. El auto se aleja ronroneando y va en dirección opuesta, dejando el cadáver de Tovar en medio del camino. Rosher cambia de tema sorpresivamente.

—Valbuena, esto no se lo dirás a nadie —Le dice con un tono claro y conciso; por un lado sereno, y otro amenazante—. Si vendo drogas, es para financiar mi proyecto.

— ¿Un proyecto? ¿Cuál de tantos que hay en ese lugar?

—Uno del que nadie sabe, excepto Jorge, uno de mis trabajadores, y yo. —Le dice Rosher, mientras observa serenamente el camino—. Voy a amordazarlos a todos y cada uno de esos países, y les enseñaré lo lejos que nuestra tecnología puede llegar.

Valbuena se inquieta profundamente; él no es de la provincia ibérica, sino un infiltrado del extranjero. Vino al bloque neutral para espiarla, hasta que la Tercera Guerra del 2025 impidió su salida del país. Siente que debe comunicárselo inmediatamente a su país de origen, porque a este paso, su hogar caerá. Valbuena se limita a asentir y seguir conduciendo a través de la amplia carretera desértica.

— ¿Y por qué no conduce? —Pregunta Valbuena, mientras gira el volante en una intersección—. Podría volcar el auto y matarlo a usted.

— ¿Quiere matarme?

Ante esta manera tan directa de responder a una pregunta hipotética, Valbuena niega con la cabeza y mantiene la vista temblorosa en el camino; la confianza que irradia aquel otro, es tan escalofriante como la que irradió cuando estaba siendo amenazado por Tovar.

Ambos se estacionan cerca de un laboratorio ubicado en el mismo desierto. LABORATORIO DE BIOGENÉTICA ARMAMENTÍSTICA OASIS dicta el texto gigante de arriba. Paneles solares fotovoltaicos y una gran torre de agua; un edificio que desde cerca, da la impresión de ser colosal.

Valbuena apaga el auto dentro del amplio estacionamiento y ambos se bajan. Por un momento piensa en múltiples excusas para quedarse ahí mismo, y comunicarse con su equipo a escondidas; no obstante, todas tendrían malos resultados. Querer ir al baño estando cerca del laboratorio, levantaría sospechas; irse sin más, también; intentar matar a Rosher AHÍ MISMO, es más extremo.

Valbuena piensa la última, observando su muy vulnerable espalda, que grita por recibir un tiro desprevenido. Sería una idea descabellada, pero por lo ocurrido… ya no tiene ganas de más.

—Señor, ¿puedo darle un entierro digno a Tovar?

Rosher le devuelve la mirada.

— ¿Ese traidor de occidente? Vamos a analizar a todos los guardias del laboratorio para verificar que no haya más, así que no puedes…

— ¡Es que era mi mejor amigo! ¡Conozco a su madre, y a su padre que lo querían mucho! —Valbuena no los conoce y hasta tuvo una turbia relación con Tovar. Solo los une el hecho de tener el mismo objetivo.

—Sí, dale. Procura venir rápido para las 12:00, o lo añado a tu expediente. —Rosher le da la espalda, en un gesto inexpresivo.

Valbuena se mete de nuevo al auto y se pone manos a la obra. Conduce lejos hasta el cuerpo de Tovar. Lo entierra de un modo clásico y saca un teléfono satelital de emergencia. Valbuena marca un número, y espera a que lo atiendan. La espera se hace dolorosa por el calor que convierte el auto en un horno, hasta que finalmente alguien responde.

— ¿Diga? —Pregunta una voz imperceptible y de baja calidad—. Aquí Joyth Jorge Méndez de la Armada Occidental

—Está muerto, Joyth. —Le responde Valbuena, mientras jadea del temor a que Rosher lo haya seguido—. Debo comunicarme inmediatamente con el general.

Joyth hace una pausa de varios segundos, denotando perplejidad.

— ¿Qué? ¿Qué está pasando ahí? ¿Por qué se escucha tan flojo?

Valbuena duda de decírselo y hace el ademán de querer hacerlo; pero tiene mucho miedo. Rosher puede haberlo seguido y aquella mirada en el auto, fue fulminante que percibió una punzada de recelo. Valbuena hace un suspiro ahogado por sus rápidos latidos.

— ¡Oye! ¡Eh! ¡Responde! —Interpela Joyth.

—Te estoy llamando desde un lugar remoto… y estoy en el peor momento para decirlo. Están desarrollando un arma y no sé cuando la terminarán.

Joyth responde con decepción.

— ¡No me jodas! ¡Para eso te encargas tú solo y dejas de cagarte en la paciencia de nuestros superiores!

Valbuena se acerca más al teléfono y vocifera a todo volumen. Su corazón está latiendo a miles. No por el arma, sino por la persona a quién se deben enfrentar.

— ¡Lo digo en serio! ¡La financian con sustancias ilícitas y su laboratorio está en medio del desierto! ¡El tipo detrás, es peligroso y no es trabajo de uno!

Joyth hace una pausa que denota meditación. Se escucha un suspiro desde el teléfono, y rompe el silencio.

—Está bien. Se lo informaré al general, ¿alguien te sigue?

Valbuena mira a sus alrededores, solo para darse cuenta de que no hay nadie —Si exceptuamos el sangriento cuerpo de Tovar que aún sobresale de la tierra—, por lo que está a salvo.

—No.

—Bien. Cuando dé luz verde a investigaciones, sueltas todo.

Luego de esto, Valbuena acuerda con Joyth y cierra la llamada. Le saca la batería a su teléfono y lo lanza al suelo para luego quebrarle el vidrio de un zapatazo. Aliviado y con esperanzas de evitar una catástrofe, Valbuena coloca los restos del teléfono en el bolsillo de Tovar y conduce al laboratorio para realizar sus funciones de guardia.

Esto nos lleva al principio de todo; el desencadenante del problema relacionado al laboratorio, las drogas, espías de ‘occidente’ y un hombre con habilidades casi sobrenaturales.

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