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Capítulo 9 - Los viajeros

Sus mayores se lo habían advertido.

Nunca vayas más allá de las montañas donde viven los humanos.

O terminarás involucrándote con una chica humana insufrible.

Llevaban ya tres días de viaje aunque a Silas, todavía en su forma de zorro, no le parecía que hubieran avanzado mucho. Habían acordado que lo más seguro era continuar por los límites del bosque, sin adentrarse demasiado, aunque podía sentir la diferencia en la vegetación que iba cambiando gradualmente. Los árboles más comunes, que él bien conocía, como abetos o robles, se iban haciendo cada vez más escasos. En cambio, los árboles que veía ahora tenían sus ramas retorcidas y algunos hasta mantenían sus hojas brillantes de formas singulares y con espinas.

Cada tanto escuchaba susurros de voces que lo ponían en alerta pero Olivia lo tranquilizaba enseguida. Eran elementales, quizás escondidos dentro de troncos o detrás de ramas, esperando que los dos se fueron alejando. No todos eran amigables como los amigos de Barthra pero aun así tampoco eran capaces de hacer daño.

Olivia calculaba que debían estar pasando cerca del Lago del Dragón, donde un par de semanas después se celebraría un festival que, según ella, era una vieja tradición del Pueblo del Lago, cuyos habitantes, con cada nueva primavera, esperaban con anhelo poder contemplar lo que se conocía como el Retorno de los Sirenios. Un espectáculo único cuya fama provocaba que los caminos se atestaran de carretas de viajeros y comerciantes durante los días previos a su inicio.

Aunque para entonces ellos deberían encontrarse muy lejos del lago, en su viaje rumbo a Abrazo de Tormenta, Olivia no podía parar de hablar del festival. En realidad, no había parado de hablar en los tres días que llevaban caminando y sólo lograba cerrar la boca cuando llegaba la noche y no podía más de cansancio.

–Mi padre nunca me llevó al festival –repetía ella una y otra vez –. No sé cuantas veces se lo pedí. Me hubiera gustado verlo este año pero no podemos arriesgarnos a que alguien nos descubra. Pero él iba todos los años sin falta, aunque ocurriera un desastre. Me dejaba a cargo de Eldrin y se iba corriendo. Claro, él tenía que estar presente como Guardián del Círculo pero nunca me pareció que lo viera como un deber, si no todo lo contrario. Creo que hasta lo disfrutaba y cuando yo le pedía que me describiera qué pasaba cuando veía aparecer a los sirenios, él lo único que hacía era darme una idea muy vaga. Realmente muy frustrante.

Si Silas hubiera cazado un conejo por cada vez que escuchaba las palabras “padre”, “sirenio” y “festival” a esa altura ya tendría fuerza suficiente como para transformarse en un oso gigante que engullera a la parlanchina muchacha.

En realidad lo había intentado ya varias veces en los últimos días pero al parecer el destino no quería que aquella humana pereciera todavía.

– Lo mismo cuando salía de viaje –continuaba ella–. A veces me traía alguna baratija de recuerdo pero apenas me contaba algo. Decía que los asuntos de la capital eran aburridos y en el resto del reino no pasaba nada serio. ¡Mentiras! Me he pasado encerrada leyendo libros toda mi vida, conozco toda la historia del reino y él piensa que puede engañarme diciéndome que vivimos en una tierra pacífica donde no sucede nada.

Quizás su padre no la llevaba a ningún lado porque aturdiría a la gente hablando de esa manera. Los libros debían de haberla enloquecido. Incluso las chismosas sirvientas del castillo se tomaban un momento para respirar.

– Aunque, ahora que lo pienso, no le gustaba irse de viaje. Esos compromisos sí lo aburrían. Así que supongo que era el Retorno de los Sirenios lo que lo ilusionaba. Pero nunca quiso compartir eso conmigo. En cambio, Eldrin siempre me ha apoyado, se ha preocupado de mi educación, me enseñó a usar magia y consiguió que Cormac me ayudara a manejar la espada, aunque no soy muy buena y me va peor con el arco porque no tengo puntería.

No era necesario que ella le explicara su falta de habilidades. Eso era más que obvio. Lo único que los había ayudado a salir del castillo era la suerte. Quizás él estaba tan loco como ella por confiar en que lo conduciría sano y salvo a la isla.

– La magia es lo único que me sale bien pero mi padre nunca se ha interesado en motivarme a continuar. Es más, le ha puesto obstáculos a Eldrin para que me enseñara. Y todo esto no podía decírselo a nadie. Eldrin siempre ha sido muy respetuoso de mi padre y no admitía que yo lo criticara. En cuanto a Leander, él siempre ha sido amigo de mi padre desde la niñez y cumple con todo lo que le ordena sin rechistar, así como Cormac. Pues, claro, no tenía a nadie con quien hablar.

Porque el problema eres tú, pensó la quimera, tienes la respuesta delante de tus narices y aun así careces de la inteligencia suficiente para verlo.

– Bueno, estaba Barthra pero no era lo mismo. Tenía prohibido ir hasta el pueblo, sólo me dejaban ir hasta su cabaña, siempre acompañada por mi padre o cualquier otra persona. Nunca sola. Intenté hacerme amiga de alguna de las criadas pero enseguida me di cuenta de que no servía de nada. Algunas me tenían miedo por mi posición y creo que otras intentaban ganarse mi confianza para lograr casarse con mi padre... Menos mal que ahora puedo confiar en ti. Es bueno hablar las cosas para desahogarse.

Las quimeras no tenían deidades a las cuales rezar pero a Silas le hubiera gustado contar con la posibilidad de rogarle a cualquiera de ellas que, si no podía matarla, por lo menos que cayera un rayo celestial que lo redujera a polvo para no seguir escuchándola.

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A veces lograba alejarse de ella con la excusa de que debía cazar para alimentarse. Se estaba volviendo más diestro y había logrado atrapar un par de liebres. Hubiera deseado asarlas en una fogata pero Olivia no sabía cómo encender un fuego. Otra prueba más de su incapacidad de noble mimada.

La comida del castillo lo había arruinado, se lamentaba ahora. Por la noche no dejaba de soñar con los enormes banquetes que las cocineras preparaban con ahínco en su enorme cocina. A veces se despertaba babeando. Barthra les había entregado una alforja llena de comida pero por si acaso él continuaba con sus pesquisas en caso de que algún contratiempo los atrasara.

Además de aquel discurso interminable y la mala comida, también tenía que soportar la irritante precaución que había invadido de repente a la antes intrépida muchacha. Al paso que iban, nunca dejarían atrás el bosque. Una de las razones por las que aceptó acompañarla fue porque la había visto muy decidida, sin embargo, a medida que se iban alejando cada vez más del castillo, ella se iba volviendo más cuidadosa.

–¿Qué haces? –le preguntó cansado cuando ella volvió a detenerse la mañana del cuarto día.

–Nada –suspiró ella –. Pensé que había escuchado algo.

–Puedo olfatear a cualquier depredador desde lejos. No hay necesidad de...

–No me preocupan los depredadores –confesó ella.

–¿Entonces? –las orejas del zorro temblaron.

Ella inspiró hondo antes de hablar.

Oh, no, no de nuevo, pensó el zorró.

–¿Has escuchado algo sobre la Señora del Bosque de los Susurros? –preguntó ella.

–¿La reina elfa?

–Bueno, yo no la llamaría reina. En realidad no es más que la líder de su rama familiar. Lo que antes se conocía como Clan del Bosque ya no existe. El Gran Bosque de los Elfos que existió en otros tiempos sufrió importantes cambios luego de la llegada de los humanos.

–No me sorprende.

Ella lo ignoró.

–En realidad, eso fue producto de la rivalidad de los elfos. Ahora se encuentra dividido en tres familias. El Bosque de los Susurros, el Bosque de la Memoria y el Bosque de las Espejos. El castillo fue construido entre los dos primeros. La Señora de este bosque, además, concedió, como parte de la Alianza, una extensión importante de su antiguo dominio. En realidad, todavía no hemos dejado atrás el Círculo.

–No has salido nunca del castillo pero conoces bien el territorio –reconoció Silas, aunque solamente era una observación y se sintió molesto cuando la vio sonreír como si le hubiera hecho un cumplido sin querer.

–No tienes idea de cuántas veces he estudiado los mapas soñando con que algún día mi padre me llevara en sus viajes.

Silas estaba enfermo de escuchar hablar del conde, sobre todo después de la conversación que había tenido con él la noche de su fuga, pero de repente sintió curiosidad por algo que para la quimera no tenía sentido.

–¿No se supone que serás la próxima Guardiana? –preguntó él.

–Sí, a menos que me case con el príncipe. Por eso mi padre quería impedir el casamiento. Supongo... –Olivia comenzó a cincharse los pelos –. ¡Ay, ya no sé!

–Entonces no te preocupa lo que suceda con el Círculo.

Olivia se paró de golpe y lo miró fijamente.

–¿Qué quieres decir?

–Pues, antes querías casarte y ahora te escapas rumbo a una isla lejana. Por lo que veo, nunca quisiste ser Guardiana.

–¡Claro que quería! –protestó Olivia con la voz quebrada –. Pero... me estaba ahogando... ¿Sabes cómo se siente eso?

Silas no sabía lo que era ahogarse. Había vivido toda su vida en las montañas. Pero sí sabía lo que era caerse, quizás eso era parecido. Sentir el suelo bajo sus pies desvanecerse, no encontrar nada a lo qué aferrarse, perder el poco control que tenía sobre su cuerpo, quedar suspendido en el aire para luego irse en picada hacia la tierra y, finalmente, la oscuridad.

Pero no compartió nada de eso con Olivia.

–Pues bien... –observó la espesura como distraído –. Volviendo a tu Señora del Bosque... ¿qué te preocupa? Se supone que hay paz entre elfos y humanos.

–Pues... simplemente no quiero llamar su atención. Ella conoce a mi padre. Si nos encuentra quizás nos obligue a volver.

–Tiene sentido... –aceptó el zorro–. Tampoco quiero encontrármela. No sé cómo podrá reaccionar frente a una quimera.

–No me lo imagino tampoco.

–¿Es por eso que no has usado magia desde que salimos de la cabaña?

–Exacto. La magia deja rastros. Una persona normal no lo podría percibir pero un mago... o un elfo lo notaría enseguida. Tampoco estoy acostumbrada a usar los sellos. Soy una Iniciada, aunque algo adelantada, me dijo Eldrin, pero creo que exageraba. Apenas he terminado de aprender a descifrar los Códigos y...

Seguramente que Eldrin te mintió, pensó el zorro, y luego preguntó en voz alta:

–¿Los Códigos Etéreos? Lo he escuchado varias veces pero no entiendo bien lo que son...

–¡Ah! –el rostro de Olivia se iluminó y el zorro temió que otra vez empezara con otro discurso –. Pues... imagina como si el mundo fuera un libro...

Otra vez... libros... ¿qué era lo que tenían de especial que ella tenía que mencionarlos a cada rato?

–Nunca he leído un libro...

–¿En serio? ¿Y cómo aprendiste a leer?

El zorro miró para un costado.

–¡No me digas que...!

–Ey, princesa –gruñó él –. No todo el mundo puede aprender a leer. Estoy seguro que por tu querido reino hay un montón de gente que tampoco lo puede hacer.

–¡No soy ninguna princesa!

–¡Pues casi! No eres capaz ni de cocinarme comida apropiada.

–¿Y si te enseño?

–¿Magia? –las orejas del zorro se tensaron.

–No, a leer.

–Ni lo sueñes. Sería más útil aprender a manejar esos códigos...

–Pues es lo mismo. ¿Cómo vas a adquirir conocimiento si no puedes leer un libro?

Ante esa lógica, el zorro poco podía argumentar.

–Además... –continuó Olivia –. Perteneces a una raza mágica, ¿de qué te sirven los Códigos?

Para usarlos contra los magos y los elfos, para vengarme de todos ellos, para matarlos a todos, para borrarlos del mundo, incluida a ti, pensó la quimera.

Esa humana lo estaba volviendo loco pero ahora en tierra desconocida dependía de ella para sobrevivir. No podía correr el riesgo de separarse de ella. Tenía que aguantar y esperar a llegar a la maldita isla.

–¿Qué es ese ruido? –preguntó Olivia de repente.

El cuerpo del zorro se tensó. Se había distraído con sus propios pensamientos.

De repente, un olor acre y terroso le invadió la nariz.

Pero ya era tarde para reaccionar. Camuflado entre las sombras de los árboles descubrieron la figura imponente de un ogro que los miraba con ojos hambrientos.