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Capítulo 7 - Los aliados

Olivia abrió lentamente los ojos, sintiendo el tibio resplandor del sol filtrándose a través de las ventanas. En la chimenea continuaba ardiendo una llama suave y reconfortante, mientras el aroma de las hierbas secas colgadas del techo impregnaba el ambiente, mezclándose con el olor a madera quemada.

A su lado, el zorro continuaba durmiendo, arropado por su propia cola esponjosa. Le dieron ganas de acariciarlo pero le pareció una falta de respesto.

No había señales de la curandera ni de las adorables hadas.

Por varios minutos se entretuvo contemplando el interior de la habitación. A pesar de su humildad, la anciana Barthra había creado un hogar acogedor y lleno de encanto. Su cabaña, construido con troncos, barro y pajas cubiertas de enredaderas, se confundía perfectamente con su entorno como si la misma naturaleza la hubiera hecho brotar del suelo cual árbol del bosque. Adentro el mobiliario era simple pero cómodo, con sillas y mesas de madera y cojines decorativos. Las paredes y el piso estaban cubiertos de tapices y alfombras tejidas a mano. Sobre la mesa y algunos estantes se alineaban prolijamente los frascos con polvos, pócimas y ungüentos curativos.

Durante su infancia, había visitado la cabaña muchas veces acompañada de su padre, quien le tenía un cariño especial a la anciana. Solían escaparse hasta allí algunas tardes nada más que para olvidarse de quiénes eran y las responsabilidades que los esperaban a su regreso. Si alguien los hubiera visto de lejos vistiendo ropas sencillas mientras jugaban o ayudaban a Barthra con su quehaceres diarios, los habrían tomado como una familia de plebeyos.

Olivia no había conocido a sus abuelos pero conocía la historia del anterior conde, un hombre tiránico que le había hecho la vida imposible a su pobre esposa, culpándola de que su débil cuerpo no había logrado más que darle un único heredero enfermizo que quedó bajo los cuidados de la renombrada curandera.

Para su pesar, Barthra no logró salvar a la madre del recién nacido y con permiso del viejo conde se dedicó a proveerle al niño los cuidados básicos hasta que creció lo suficientemente fuerte para empezar su formación como futuro Guardián del Círculo. Por sus servicios, el viejo conde le había ofrecido una generosa recompensa pero ella simplemente pidió que se le concediera un pequeño rincón en el bosque para levantar su casita.

Y ahora, por culpa de Olivia, quizás Barthra y su padre quedarían enemistados de por vida.

Observó cómo el zorro se desperezaba a su lado y exhalaba un lento bostezo.

– Buenos días – lo saludó ella con voz cantarina.

El zorro emitió un gruñido y comenzó a rascarse una oreja. Mirando hacia otro lado, como si se sintiera incómodo, preguntó:

– ¿Cómo te encuentras?

– Me siento adormilada, pero mejor.

El zorro continuaba sin mirarla, haciendo que estudiaba los alrededores.

– ¿No te parece que exageraste un poco? – preguntó de golpe.

– ¿A qué te refieres?

– Tu rescate. Anoche casi mueres... no una... sino dos veces.

– Ya te lo dije. Yo fui la culpable...

– Sí, sí, la culpa... pero... al fin y al cabo... no me conoces.

– Bueno... eres una quimera…es mi deber proteg…

– ¿Y qué sabes tú sobre las quimeras? – le cortó él con brusquedad.

– He leído algo... son seres únicos que...

– Somos enemigos.

Olivia suspiró.

– Éramos enemigos… hace cien años…

– Las quimeras nunca fuimos parte de la Alianza, por lo tanto seguimos en guerra.

– Qué tontería. No me arrepiento de haberte salvado. Lo volvería a hacer cien veces más.

– Eso no tiene sentido – el zorro sacudió la cabeza –. Abandonas a tu padre por un desconocido.

– Tengo otras razones para abandonarlo pero me pareció que salvarte era la mejor excusa.

– ¿Qué pasará con tu boda entonces?

– Pues... supongo que se cancelará...

– ¿Y tu padre? Supongo que habrá consecuencias para él.

Olivia ya perdía la paciencia.

– ¿Por qué te preocupa tanto? ¿Nunca has desobedecido al tuyo?

El zorro no respondió y Olivia se arrepintió enseguida de lo que había dicho. Por alguna razón que desconocía, él debía de encontrarse solo en el mundo y ella no había hecho más que poner el dedo en la llaga.

– No es que no quisiera casarme – explicó ella –. En realidad, estaba dispuesta a hacerlo... No conozco al príncipe, quizás es una persona terrible o todo lo contrario. Yo lo único que quería era libertad.

– ¿Libertad? – la voz del zorro sonaba burlona.

– Sí, al casarme me convertiría en dueña de mi propia vida. Sería una adulta, nadie me encerraría nunca más en mi cuarto.

– ¿Y eso lo lograrías encadenándote a otro hombre? ¿Y si él también te encierra?

– Ya no tengo que preocuparme de todas maneras.

– Menos mal, pues tu plan tenía muchas fallas. Eso no es libertad.

– ¿Acaso tú sabes lo que es la libertad?

– Yo soy libre de ir a donde quiera.

– ¿A pesar de ser perseguido? ¿Por qué no volviste a las montañas?

El zorro no contestó y Olivia cambió de estrategia.

– Escucha. Tú y yo queremos lo mismo.

– ¿Que es...?

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– Estamos solos y queremos ser los dueños de nuestra propia vida.

– Habla por ti misma.

– Nunca he tenido amigos de verdad, por lo menos de mi edad... Por cierto ¿qué edad tienes?

El zorro miró para otro lado.

– Bien, bien, recién nos conocemos. No insistiré – se retrajo la muchacha –. Pero en el futuro me gustaría que fuéramos amigos. ¿Qué opinas?

– No prometo nada.

– Entonces... seremos aliados. Al menos por el momento, mientras nos vamos conociendo – Olivia se llevó la mano al corazón y comenzó a declarar solemnemente –. Yo, Olivia de Rocasombra, decreto a partir de ahora que tú... ah... – se detuvo avergonzada –. ¿Cuál es tu nombre?

El zorro volvió a girar la cabeza.

– Las quimeras no tenemos nombre.

– ¡Eso no tiene sentido! ¿Cómo se llaman entre ustedes cuando...?

– Qué tontería, pues, con aullidos... o con...

– Además, estoy segura de que leí por ahí sobre una quimera legendaria...

– Lees demasiado. Seguro que eso lo inventó un humano.

– Juro que lo leí en algún lado... – Olivia sacudió la cabeza –. No importa. Te daré uno yo misma.

Las orejas del zorro se movieron hacia atrás y adelante con nerviosismo.

– Ya lo intentaste una vez y mira cómo terminamos.

– ¡Pero pensaba que eras un gato de verdad! – protestó ella.

Él soltó un bufido y pareció quedar pensativo. Tras un instante preguntó con curiosidad:

– ¿Y ahora? ¿Qué nombre me pondrías?

Olivia arrugó los labios.

– Déjame pensar... pues... Godric...

– Ni hablar – gruñó él.

– Lyndon.

– Peor.

– ¿Galen? ¿Finnian? ¿Lucian? ¿Rowan? – Olivia continuó con diez nombres más pero ninguno de ellos fue del agrado del zorro.

– No sigas. No sirves para esto.

– ¿Silas?

La quimera se estremeció.

– ¡Silas! – repitió la muchacha emocionada.

– Ya, ya, suficiente. Cállate.

– ¡Su nombre era Silas! ¡La quimera más poderosa de todas! ¡Sobre su lomo montaba el antiguo rey gigante durante la guerra entre los Clanes de la Pradera y el Bosque! ¡Sabía que lo había leído en alguna parte!

– Eso lo escribieron los humanos...

– ¡Te llamaré Silas entonces!

– Como quieras... si con eso te quedas callada – el zorro se rindió pero no parecía molesto por su nuevo nombre.

– Estoy segura de que algún día serás tan poderoso como él.

Ahora sí, el zorro se molestó, como si le hubieran herido el orgullo.

– ¡No te burles de mí!

– ¡Lo digo en serio! – las palabras de Olivia sonaban sinceras –. Escucha, tengo un plan. No estaba segura al principio pero ahora me decidí. Yo quiero continuar entrenando mi magia para alcanzar el nivel de Maestro y estoy segura de que tú también quieres volverte más fuerte para controlar tus transformaciones.

– ¿Quién te dijo que no puedo controlarlas?

– En las letrinas... antes de saltar...

– Ah...

– Y hasta ahora sólo te he visto en tres formas...

– Puedo transformarme en lobo y comerte ahora mismo.

Olivia se cruzó de brazos.

– Muy bien, hazlo. Te espero.

El zorro gruñó.

– No me he alimentado bien. Necesito más energía, sobre todo si se trata de animales más grandes y la comida de esta señora no...

– Si vienes conmigo, te prometo que te volverás más fuerte – lo interrumpió Olivia.

Él entrecerró sus ojos con sospecha.

– ¿Y a dónde se supone que irás?

La muchacha inspiró hondo antes de responder.

– A la Isla de los Demonios.

– Suena como un lugar maravilloso, me pregunto cómo será – dijo él con sarcasmo.

– No, no, espera, ese es el nombre que la gente suele usar... pero en realidad allí vive la Hermandad de la Isla...

Las orejas del zorro se tensaron.

– ¿Los híbridos?

– ¡Exacto!

– Los híbridos también son enemigos de las quimeras.

Será porque las quimeras son muy tercas, pensó Olivia.

– Eso fue hace...

– ¿Y qué tienen que ver los híbridos? – preguntó él.

– Pues... allí hay una academia de magia, dirigida además por el mago más poderoso de Terrarkana. Los rumores dicen que podría haber alcanzado el nivel de Arquitecto.

– ¿Qué quiere decir eso?

Olivia pasó a explicarle que los humanos que practicaban la magia se dividían en cuatro grupos de acuerdo a su habilidad para manipular los Códigos Etéreos: Iniciado, Acólito, Maestro y Archimago. Se necesitaban al menos cuatro años de práctica para alcanzar cada uno de los niveles. A ella, por ejemplo, le faltaba muy poco para convertirse en Acólita. Por otro lado, los Maestros más poderosos podían presidir órdenes, como Eldrin; y se llamaba Archimagos a aquellos que formaban parte del Cónclave, compuesto de cinco magos, el cual presidía el Consejo y además controlaba a todos los magos del reino y cuyo poder se encontraba en igualdad con la familia real.

Sin embargo, existían dos niveles más, imposibles de alcanzar para un humano común. No se conocía a nadie que hubiera alcanzado el nivel de Arquitecto, a menos que fuera un elfo, un sirenio, un gigante o la ninfa Némertyss. En teoría, los híbridos también, aunque no se había corroborado ningún caso. Supuestamente, el Archimago de la Isla debía de ser un híbrido que podría haber alcanzado ese nivel pero se trataba de alguien muy misterioso que por cuestiones políticas se mantenía al margen del Cónclave.

En cambio, el único Alquimista registrado en las Crónicas había sido el legendario Dragón Azul, forjador de la vida en Terrarkana. Por supuesto que por encima de él se encontraban los mismos viajeros celestiales llamados también Eternos.

– ¿Y las quimeras dónde entran en todo eso? – preguntó el zorro.

Olivia se sonrojó.

– Lamentablemente, no hay registros de su verdadero poder, aunque se menciona que eran muy poderosas. Por algo los gigantes...

– Nos usaban como mascotas – se burló él.

Olivia no se iba a rendir.

– En fin, si hay alguien en el reino que debería saber cómo entrenar a una quimera ese debe ser el Archimago de la Isla.

– ¿Y por qué querría él ayudarme?

– La Hermandad es totalmente neutral y fueron ellos los responsables de concertar el tratado de paz que dio fin a la última guerra. Su único interés es el conocimiento y la armonía entre las razas.

Se produjo un largo silencio. La quimera se tomó su tiempo en asimilar todo lo que le había dicho.

– ¿Qué tan lejos se encuentra? – preguntó por fin.

No sería fácil. Tendrían que continuar por el bosque, evitar los caminos y las zonas próximas al Lago del Dragón. Una vez superada esa etapa debían llegar hasta el puerto Abrazo de Tormenta y desde allí tomar un barco hacia la isla. Caminando a buen paso tardarían alrededor de quince días, a menos que pudieran conseguir un caballo.

– No pienses que me voy a transformar en uno y menos llevarte encima – le advirtió el zorro.

– Nunca te pediría... eso... – Olivia volvió a sonrojarse y luego suspiró –. Pues, bien... Para mí, ya no hay vuelta atrás. Si regreso, mi padre no me hará olvidar esta traición por el resto de mi vida. Al menos, intentaré llegar a la isla primero. ¿Qué dices?

– Si te atrapan, escaparé y tendrás que arreglarte por tu cuenta.

– Bien, pero si te atrapan a ti, te volveré a rescatar.

– Eres imposible – el zorro giró los ojos.

– No te preocupes, no espero que cambies de opinión. No me debes nada. Eres libre de irte cuando quieras.

– Bien, tenemos un acuerdo.

– Ah, pero antes...

– ¿Ahora qué? – gruñó el zorro.

– Dijiste que la guerra aún no había terminado... pues... la terminaremos aquí y ahora.

– ¿¡Qué!?

Esta vez Olivia extendió su mano y le hizo una seña al zorro para que posara su pata sobre ella. Aunque dudando, así lo hizo la criatura y Olivia entonces, con gran solemnidad, comenzó a recitar su propia versión del juramento de la Alianza de Armonía Eterna proclamada cien años atrás por las distintas razas de Terrarkana.

Yo, Olivia de Rocasombra, y tú, Silas del Clan de la Montaña, dos almas que han conocido la discordia, nos hemos convocado aquí y ahora con el anhelo de dejar atrás nuestros antiguos rencores para extender la mano en un gesto de reconciliación.

Este acto de paz es la prueba de nuestra férrea voluntad y profundo compromiso de cultivar la armonía y la comprensión entre todos nosotros. Recordemos este momento no solo en épocas de tranquilidad, sino también en tiempos de desafío, cuando nuestras diferencias amenacen con volver a dividirnos.

Que este primer paso nos conduzca a una amistad duradera, que nuestras acciones reflejen nuestro genuino deseo de construir un futuro mejor juntos. Que encontremos en nuestra alianza un nuevo comienzo, lleno de respeto, compasión y solidaridad.

Que así sea, ahora y siempre.

Mientras las palabras de Olivia quedaban flotando en el aire se produjo otro largo silencio que sólo fue roto por unos extraños ruidos que les hicieron parar las orejas.

Les costó un poco reconocerlos pero no había duda.

Desde la distancia, a través del espeso bosque, escucharon los alaridos de los hombres, combativos y distorsionados, como el eco distante de una cruenta batalla.

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