–No te muevas –le ordenó Olivia susurrando.
Aunque Silas hubiera querido moverse, no habría podido. Mientras el ogro avanzaba encorvado, con sus gruesos brazos colgando de su cuerpo como si le pesaran, un escalofrío le recorrió la espalda.
Tengo que correr, tengo que correr, pensaba, pero sus pies no lograban despegarse del suelo. Olivia se encontraba tan petrificada como él. Ambos no podían dejar de observar sus enormes pies levantándose y hundiéndose en la nieve que atenuaba la fuerza de sus pisadas.
Cuando el ogro se detuvo a un metro de ellos, su figura tapó la poca la luz que se filtraba entre las ramas cubriéndolos con una fatídica sombra. Un intenso aroma de tierra húmeda, hojas podridas, plantas y hierbas silvestres los envolvió.
Era el doble de alto que Olivia, cuya cabeza apenas debía alcanzar su cintura. Su piel era una mezcla de colores verdes y pardos, rugosa, como la corteza de los árboles, cubierta en algunas partes por musgos y hojas, lo cual debía de ayudarlo a mimetizarse entre la vegetación para cazar a sus presas, pensaba Silas. Su rostro estaba surcado de cicatrices, como si hubiera peleado con bestias igual de fieras. Sus ojos, de un esmeralda intenso, podrían haberse considerado hermosos si no estuvieran opacados por su poderosa mandíbula y sus colmillos que emergían de su severa boca.
Silas observó cómo sus fosas nasales se iban expandiendo. Los estaba olfateando, quizás deleitándose en la idea de su siguiente comida.
Pero entonces sintió que algo caía sobre la nieve. Sus ojos se torcieron hacia un lado y vio que era la alforja de Olivia. El ogro entonces se inclinó sobre ellos pero no los atacó. En realidad, extendió un brazo y levantó la alforja, a la cual continuó olfateando por unos segundos hasta que, ante el asombro de Silas, se dio la vuelta tan tranquilamente como había llegado, llevándose consigo la alforja con toda la comida que con tanto cuidado habían estado racionando.
Todavía conmocionado, sintió que unas manos lo levantaban. Ahí se dio cuenta de que había vuelto a su forma de ratón.
Sin soltar a Silas, Olivia comenzó a correr tratando de alejarse todo lo posible del ogro, hasta que se quedó sin aire y cayó al suelo extenuada.
Al abrigo de un inmenso árbol, se quedaron esperando a que el temblor de sus cuerpos empezara a ceder.
–¿Por qué no corriste antes? –le preguntó Silas todavía entre sus manos.
–Tú tampoco corriste –se defendió ella –. Los ogros no comen humanos pero nunca se sabe cómo pueden reaccionar. Por suerte, lo único que quería era comida. Aunque te parezca increíble fueron creados hace siglos por los mismos elfos para que oficiaran de protectores del bosque y hoy en día se ocupan de mantener lejos a los humanos curiosos. Pueden llegar incluso a ser amables pero sólo con otras criaturas mágicas. Tendremos que estar más alerta ahora porque corremos el riesgo de encontrarnos con otros.
–¿Alguna vez habías visto uno?
Ella se sonrojó.
–No... leí sobre ellos... Supongo que me arriesgué. Los libros pueden equivocarse alguna vez... sobre todo si son escritos por humanos.
Tras decir esto, ella sonrió y, por un fugaz momento, Silas casi se rindió al impulso de sonreírle en respuesta, aunque ella no lo hubiera podido notar en su forma actual.
–¿Y... qué pasó con tu promesa? –le preguntó ella de repente con un dejo burlón.
Silas volvió a ponerse en guardia.
–¿Qué promesa?
–En la cabaña de Barthra... tú me dijiste... –comenzó a imitar su voz –. Si te atrapan, escaparé y tendrás que arreglarte por tu cuenta.
–Ah, sí... –Silas se quedó pensativo –. Bueno, pero finalmente no fuiste atrapada así que no cuenta.
–Sé que esto te va a molestar pero... yo creo que, aunque el ogro me hubiera atrapado, tú no me habrías abandonado.
–Qué estupidez. No me quedé para protegerte, yo sólo estaba...
–¿Asustado?
Silas prefirió admitir eso primero antes que admitir lo otro.
–Pues, sí, los pies no me respondieron. De otro modo hubiera salido corriendo.
–Es la segunda vez que te pasa...
Silas sabía a lo que se refería pero se mostraba renuente a hablar.
Olivia insistió.
–En el castillo, cuando Leander te vio, te convertiste en ratón... pensé que lo habías hecho para escapar pero ahora veo que te volvió a pasar y...
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–Sí, sí, pierdo el control de mi cuerpo cuando siento miedo, ya lo sabes, ¿contenta?
–Yo también sentí tanto miedo como tú. No es para avergonzarse.
–Qué rara eres.
Olivia se quedó callada mientras meditaba.
–Estuve pensando... sobre lo que te dije antes... No es necesario que aprendas a leer, o, al menos leer palabras.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Barthra me dijo una vez... El mundo es un libro, Olivia, pero no sólo de palabras. Hay que usar todos los sentidos, incluso aquellos que todavía no has descubierto. Los Códigos Etéreos no son más que otra lengua que intenta abarcar lo inabarcable. Sí, los magos pueden jugar a decodificarla, incluso a manipularla con sus sellos, pero nunca a comprenderla del todo. Es por eso que los elementales son inmunes a sus trucos. Los elfos saben esto y por eso no se opusieron a enseñarles.
–¿Los elfos enseñaron a los humanos? –preguntó Silas interesado.
–Claro, los primeros humanos que llegaron a Terrarkana no sabían nada sobre cómo manejar los Códigos Etéreos. Algunos académicos dicen que eran totalmente ignorantes sobre esto y otros, escépticos, creen que la razón por la cual llegaron hasta aquí fue justamente para buscar el poder de los legendarios seres mágicos que se decía que habitaban aquí. Como sea, los elfos decidieron pactar con ellos. Eldrin siempre me ha dicho que los elfos eran generosos a la hora de compartir su conocimiento pero Barthra...
–¿Qué dice ella? –insistió Silas cuando vio que la duda le impedía continuar.
–Barthra me decía que, en realidad, los elfos sólo cedieron una parte de sus saberes de manera que los humanos no se hicieran tan poderosos como ellos pero lo suficiente como que estos se encargaran del trabajo sucio de los elfos.
–¿Quieres decir que...? –Silas ahora lo entendía.
Olivia asintió lentamente.
–Los elfos pactaron con los humanos y luego los usaron para que estos comenzaran a luchar contra las quimeras y eso dio comienzo a la última guerra.
A Silas no le sorprendía aquella revelación. Siempre había sabido que los elfos despreciaban a las quimeras desde tiempos antiguos debido a su enfrentamiento con los gigantes, pero pensar que ellos estaban detrás de los ataques que los humanos infringieron a las quimeras hasta llevarlas hasta el borde la extinción, hizo que su sangre comenzara a hervir.
–¡Los mataré! –chilló Silas de pronto enceguecido por la rabia.
–¡Silas! –los ojos de Olivia se impregnaron de temor.
–¡Los mataré! ¡Los mataré! ¡Los mataré! ¡Ya verás! ¡Los mataré a todos!
Comenzó a dar vueltas por el suelo. Su voz de ratón, aguda, pero intensa, dejaba escapar toda la frustración que con tanto esfuerzo había estado conteniendo desde no sabía cuánto tiempo. Sus pequeñas patas temblaban, aunque no de frío, sus cola estaba tiesa y su cuerpo saltaba como si estuviera sufriendo pequeños espasmos. Sentía como si sus entrañas pudieran explotar en cualquier momento.
De repente, sus ojos brillantes se cruzaron la mirada horrorizada de Olivia.
Ella no pudo evitar extender la mano y comenzar a acariciarle el lomo.
–Silas... Silas, estás...
A Silas le costaba aceptarlo pero su gesto lo ayudó a calmarse de a poco.
–Son conjeturas... –continuó Olivia, aunque no sonaba muy convencida –. Eso es lo que dice Barthra... mientras Eldrin...
–¿Y a quién le crees? ¿A Barthra o a Eldrin? –su pequeña voz sonaba brusca y compungida, como la de un niño lastimado.
Olivia no podía responder tan fácilmente. Se quedó callada y, por alguna razón, el ratón sintió lástima por ella.
–No sé cuál es la verdad –respondió ella finalmente –. Aunque sí debería decirte algo importante... creo que estás en tu derecho. Una vez que lo sepas, deberás tomar una decisión.
–¿Qué quieres...?
Silas no logró terminar la pregunta alertado por el sonido inconfundible de la nieve que crujía bajo el peso de contínuas pisadas de algo que parecía estar acercándose.
Y no era una sola criatura sino varias.
–¿El ogro de nuevo? –preguntó Silas.
–No... es otra cosa.
Olivia tomó otra vez a Silas entre sus manos y se paró. Escucharon atentos para identificar el lugar de donde provenía el sonido pero había algo más, un murmullo que no lograban distinguir.
De repente, el ratón cayó en la cuenta.
–Son voces –susurró.
–Mi padre –y, tras decir esto, Olivia comenzó a correr con todas sus fuerzas pero si los hombres se acercaban a caballo no tardarían en alcanzarlos.
–¿Qué hacemos? –preguntó Silas, sintiéndose ahogado entre las manos de Olivia.
–No puedo usar los sellos pero tengo una idea. Confía en mí.
La quimera no quería confiar en ella pero aun así no protestó.
Aunque sí se arrepintió de no hacerlo cuando vio que, a toda velocidad, Olivia se precipitaba contra un enorme árbol de hojas azules como si quisiera estamparse contra él.
Lo cual hizo.
Y, de repente, todo se volvió oscuro.
Estoy muerto, pensó el ratón, pero a su lado algo avanzaba y retrocedía a un ritmo acompasado. Era la respiración agitada de Olivia quien lo había aprisionado entre sus manos y su pecho.
La oscuridad era total, como si se hubieran escurrido dentro de una cueva aunque el ratón estaba seguro de haber visto la superficie del tronco antes de que la luz del sol se apagara del todo.
–¿Dónde estamos? –preguntó Silas.
–Estamos dentro del árbol.
–No vi ningún agujero.
–No lo hay. Fuimos absorbidos... o algo similar.
–¿¡Qué!? –su diminuto corazón de ratón se aceleró.
–No hay nada de qué preocuparse. Es un viejo truco que... alguien... me enseñó.
–¿Y por qué recién ahora...?
–Quería dejarlo como último recurso. Lamento decirlo, después de todo lo que hicimos, pero en cuanto salgamos de aquí debemos abandonar el bosque inmediatamente. De lo contrario, la Señora del Bosque nos terminará encontrando.
–Por mí no hay problema, ya me siento enfermo de estar en este bosque de elfos malditos.
Olivia suspiró de cansancio.
–Esperaremos un poco hasta que mi padre y sus hombres se alejen. Ahora necesito descansar un momento. Tuve que concentrarme mucho para hacer esto y parece que gasté demasiada energía.
–¿Ya habías hecho esto?
–Un par de veces, aunque no estaba escapando de nada.
–¿Es otro truco de magos?
Pero Olivia no le respondió. Pegada a su pecho, la quimera sintió cómo su respiración se iba normalizando y haciéndose cada vez más pesada. Se había dormido.
Silas decidió descansar también. Había sido una mañana llena de emociones. Además, adentro del árbol se estaba muy confortable. Deberían haber dormido así desde el principio pero supuso que Olivia tendría sus razones para no hacerlo.
Y así, inmerso en aquella calidez, Silas cerró los ojos y no tardó casi nada en dormirse acunado por los latidos del corazón de Olivia.