Olivia se deslizaba en la oscuridad ligera como una ráfaga de viento. Sus pies apenas tocaban el suelo antes de volver a impulsarse hacia adelante. Sus pulmones estaban a punto de explotar y le dolían las pantorrillas pero si se detenía temía que no pudiera volver a recuperarse. A pesar de eso, nunca se había sentido tan viva, como un caballero al que le habían encomendado una misión de extrema urgencia.
Pero aquello no era ningún juego de su niñez. Su encuentro con Leander la había puesto en un serio aprieto porque le impedía tomar la única salida que conocía, la cual se encontraba en el templo de la ninfa, pero aun con todos los recaudos le sería imposible cruzar el patio de armas colmado de guardias. En cualquier momento el castillo entero sería alertado, se activarían los escudos y todas las aberturas quedarían bloqueadas. Su única opción más cercana era una zona poco transitada donde se encontraban las letrinas que eran utilizadas por los magos.
Fue así que se detuvo de golpe frente a la pared donde sabía que se encontraba la puerta del pasadizo. Esta vez decidió abrir la abertura de a poco, en caso de hubiera alguien del otro lado. No fue el caso. Para su gran alivio, delante de ella se encontraban los asientos de madera ubicados a lo largo de una pared y ningún mago sentado sobre ellos. Percibió un ligero aroma a madera húmeda y hierbas secas que eran utilizadas para contrarrestar los olores, lo cual indicaba que había pasado bastante tiempo desde que alguien había pasado por allí.
Al fondo de la estancia se hallaba una ventana estrecha, apenas de un tamaño suficiente para escurrirse pero antes de poder cruzar la distancia que la separaba de ella el sonido de una puerta la sorprendió y escuchó pasos acercándose por el corredor que conducía a las letrinas. No le dio tiempo de volver a abrir la puerta. Además, el brillo emitido por el sello podría alertar a la persona.
Así que no tuvo más remedio que esconderse en la letrina más alejada de la puerta, detrás de una de las paredes bajas que separaban los asientos para más privacidad. El mago que entró estaba apurado pues se sentó en la primera letrina que encontró emitiendo un suspiro de gran alivio.
La aspirante a heroína no podía hacer nada más que esperar. En la torre sur había tenido suerte de haber sorprendido a Leander con la guardia baja. En realidad, no estaba en condiciones de enfrentarse con ningún Maestro e incluso lo magos más jóvenes eran aprendices más avanzados que ella, así que permaneció es la oscuridad tiesa y acurrucada contra la pared, con las rodillas apretadas sobre su pecho, escuchando todas las quejas del hombre y otros tipos de sonidos que ojalá pudiera olvidar algún día. No podía taparse los oídos porque necesitaba estar alerta a todos sus movimientos.
De repente, un olor repugnante asaltó sus narices, provocándole arcadas, y tuvo que taparse la boca con ambas manos. Finalmente, el mago abandonó la estancia arrastrando los pies y sin haberse dado cuenta de nada. Debía de tratarse de algún Acólito o Iniciado, los cuales, al igual que ella, aún no poseían la habilidad de percibir la energía de los seres mágicos.
Como un rayo se dirigió a la ventana. No era fácil pasar a través de ella. Primero pasó la alforja para no apretarla y a continuación necesitó contorsionar su cuerpo varias veces hasta quedar con los pies colgando en el vacío y en posición de saltar.
Alrededor de diez metros la separaban del suelo que se encontraba cubierto por una densa capa de nieve que seguramente, o eso esperaba, amortiguaría su caída.
El ratón había asomado la cabeza fuera la alforja.
Stolen story; please report.
– ¡Estás loca! – chilló una vocecita.
Se había tomado su tiempo.
– A menos que puedas convertirte en águila, tengo que saltar – le respondió ella.
– ¡Si pudiera convertirme en águila no estaría ahora aquí contigo!
– Pues bien, respira hondo – la orden era tanto para él como para ella.
Olivia retuvo el aire. Por su mente cruzó un rezo pidiéndole ayuda a la Ninfa, al Dragón Azul o cualquier otra deidad que la estuviera observando y sintiera lástima suficiente por ella.
Sin pensarlo más, dio el salto. Sosteniendo la alforja con firmeza, sus manos se abrieron como si volara. Por un momento le dio la sensación de que flotaba viendo cómo las lejanas estrellas titilaban sobre las imponentes cumbres de las Montañas Rugientes.
Aquello le duro poco porque entonces su cuerpo se precipitó al vacío y segundos después se hallaba enterrada en la nieve.
El golpe fue fuerte pero el montículo no era tan alto como para quedar sepultada. Logró soltar la alforja para no asfixiar a la quimera, que al parecer se encontraba bien aunque temblando de frío o quizás de miedo, mientras ella intentaba arrastrarse por la nieve y así liberar sus piernas.
– ¿Aquí es donde... ? – comenzó a decir el ratón apuntando con el hocico hacia los agujeros de la muralla por donde los sirvientes arrojaban los desperdicios.
– Mejor no preguntes.
Lograr levantarse le costó más de lo que esperaba. Tuvo que recurrir a posar sus manos sobre la nieve como si intentara dibujar un sello. El calor que emanó de sus palmas fue suficiente para ablandar la nieve pero estaba cansada y los copos que se habían colado entre su ropa comenzaban a entumecer su cuerpo. Tomó la alforja y empezó a caminar en dirección al bosque con sus pies hundiéndose en la nieve. Sentía que le iba a costar una eternidad alcanzar su destino.
Ahora se encontraba justo detrás del castillo. Sobre la muralla debía de haber guardias apostados pero la oscuridad era su aliada. El problema sería cuando los soldados salieran del castillo a patrullar en busca del presunto intruso, lo cual podía ocurrir en cualquier momento.
Con los miembros rígidos y el viento helado azotando su cuerpo, se arrastró por un largo rato entre la nieve hasta llegar al borde del bosque en donde cayó exhausta bajo el abrigo de un abeto. Ya ni siquiera le importaba si la misma Señora del Bosque venía a buscarla. Los soldados la encontrarían al cabo de un rato y luego sería llevada ante de su padre quien se la pasaría reprendiéndola por el resto de la noche y el día siguiente, hasta concluir que nunca más la dejaría salir de sus aposentos, ni siquiera para tomar aire.
Al menos su misión estaba cumplida. La quimera había recuperado su libertad.
– Será mejor que te vayas sin mí – le dijo Olivia al ratón –. Mi cuerpo ya no puede más. Fue una idea estúpida.
– Sí, bastante estúpida – respondió el ratón–. ¿Cómo puedo ayudar? – preguntó.
Tras el asombro, Olivia se sintió conmovida pensando que la quimera se preocupaba por su salvadora.
– Hay un lugar donde podemos ocultarnos por el momento – respondió ella –. Tendrás que ir tú solo primero. Deberás seguir una larga senda entre los árboles hasta encontrar una cabaña – con un dedo le señaló la dirección –. La persona que vive allí no tendrá problemas en prestarnos auxilio. Dile mi nombre y guíala hasta aquí.
– ¿Un elfo?
Olivia percibió la desconfianza en la voz del ratón.
– No, una curandera. Me conoce de toda la vida. Es de confianza. Los elfos viven mucho más alejados, en el centro del bosque, a varios días de viaje. No sé qué tanto conoces del reino pero ahora nos encontramos dentro de lo que se conoce como el Círculo, que no es más que una zona neutral.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que las razas pueden moverse libremente dentro del mismo. Sin embargo, los elfos prefieren mantenerse lo más lejos posible. Puedes quedarte tranquilo.
El ratón, sin embargo, no se movía.
– Puedo asegurarte – continuó ella – que yo tampoco quiero encontrarme con ellos, especialmente con la Señora que los gobierna.
El ratón pareció creerle, o al menos eso quería creer ella, porque entonces le dio la espalda y emprendió la marcha en la dirección que ella le había indicado hasta que su pequeño cuerpo se confundió con la oscuridad.