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9. LUZ

Johana cargaba en peso a Mahiru, con ayuda de Zenobia y Kaori. El héroe sangraba profusamente y tenía el costado hundido: como poco, tenía que haberse roto varias costillas. Se movían a toda velocidad acercándose al Coin Block que, misericordiosamente, había aparecido ante ellos al poco de emprender aquella retirada táctica.

Entraron sin preámbulos en la sala de las máquinas expendedoras, y le colocaron cuidadosamente sobre un banco.

—¡Zenobia, córtale la ropa! —ordenó Kaori—. Con mucho cuidado. Necesito ver la herida.

—Voy a preparar vendas —Johana rebuscó en su mochila y empezó a buscar tela—. Las va a necesitar.

—¿Así está bien? —Zenobia había dejado el pecho de Mahiru al descubierto. En el costado tenía una herida de aspecto espantoso. A la espadachina se le empañaron los ojos—. ¿Puedes curarla?

—Destruir algo con magia es muy sencillo, pero repararlo no tanto. —Kaori Mornstar estaba muy concentrada—. Como mucho puedo intentar que la herida no se agrave, pero…

—Necesita una ambulancia. —Niv estaba allí, con un teléfono en la mano—. Esta es una herida demasiado seria como para confiar en vuestros remedios. Tiene que verle un médico.

Sin decir palabra, marcó un número y comenzó a hablar con alguien. Dio una dirección a la persona que atendió su llamada y, por algún motivo, Johana fue incapaz de memorizarla.

—Pero… —Zenobia le observaba sin entender nada—. Los teléfonos no sirven en el Coin Block.

—Los números de emergencias funcionan sin problemas —replicó Niv.

—¿Podrá llegar la ambulancia? —Kaori tenía las manos apretadas con fuerza a ambos lados de la herida, quizá en un intento de reducir la cantidad de sangre que Mahiru perdía—. ¿Encontrarán el sitio?

—Por supuesto.

Bajaron a Mahiru al segundo sótano, más allá de la lavandería. Allí había una puerta que daba a unas escaleras, y estas se conectaban con lo que parecía ser una solitaria carretera subterránea. Las luces del vehículo de emergencias no tardaron en aparecer a lo lejos, contrastando con las mortecinas farolas amarillas que colgaban de la pared a intervalos regulares.

El equipo médico se desplegó y montó a Mahiru en una camilla. Comenzaron el tratamiento de la herida allí mismo, mientras uno de ellos preguntaba a Kaori toda clase de detalles sobre las circunstancias de la lesión.

Por fin, lo montaron en la ambulancia. Kaori, Zenobia y Johana se dispusieron a montarse en la parte de atrás, pero uno de los enfermeros levantó una mano.

—Un momento. Solo puede venir un acompañante —advirtió.

Las tres mujeres se miraron.

—Ve tú, Kaori —decidió Johana—. Nosotras nos quedaremos en el Coin Block de momento.

—¿Estás segura? —Kaori la miró con seriedad—. ¿No prefieres ir tú?

—Estaré bien aquí. —Johana compuso una media sonrisa—. Estoy fuera de lugar en un hospital.

—De acuerdo… Os intentaré contactar de alguna manera cuando tenga noticias. —Kaori abrazó a Johana y después a Zenobia—. ¡Saldremos de esto!

La ambulancia se marchó tan rápido como había venido. Zenobia y Johana se quedaron allí con Niv.

—Mahiru se recuperará —dijo Niv, que había permanecido todo aquel rato apoyado contra una pared con los brazos cruzados—. He visto a otros aventureros curarse tras recibir heridas peores.

—Ojalá tengas razón —gruñó Johana, con la vista clavada en el túnel por el que la ambulancia había desaparecido.

—Cerrad la puerta cuando subáis, por favor —añadió el hombre canoso, y se marchó escaleras arriba.

Zenobia suspiró.

—Ahora ya no podemos hacer nada —murmuró.

Johana la miró.

—No. Pero tengo que agradecerte lo que has hecho hoy. En serio. Notaste antes que nadie que Mahiru había perdido pie y te lanzaste a por el monstruo al que se estaba enfrentando, dando la espalda a tus propios enemigos. Le salvaste la vida sin pensártelo.

Zenobia se encogió de hombros.

—No iba a dejar que un compañero muriera delante de mis narices sin hacer nada. Tú habrías hecho lo mismo.

—Así es —asintió Johana, y se puso la capucha. Le costaba mirar a Zenobia a la cara mientras le decía aquella clase de cosas, así que ver solo la mitad inferior de su rostro la ayudaría a ser sincera—. Y saber que has hecho lo que yo misma haría me hace… bueno, confiar en ti. Eso del trío legendario siempre ha sido una tontería de nombre. No sé lo que somos realmente, héroes o qué, pero tengo claro que ahora eres una de nosotros. Sé que al principio fui muy dura contigo. Creía que no estarías a la altura, que a la hora de verdad solo pensarías en salvar tu propio pellejo. Me equivocaba.

Zenobia se había llevado las manos a la boca, así que ahora Johana solo veía sus mejillas rojas. Tenía cierta gracia. La aventurera novata no tardó en hacer una reverencia.

—Muchísimas gracias por esas palabras —dijo, con una voz nacida en su pecho—. ¡Muchísimas gracias por dejarme formar parte de vuestro grupo!

Johana suspiró.

—Sabes que no tienes que ser tan formal, ¿verdad? —La mercenaria tiró de su capucha hacia abajo—. Vamos a descansar, anda. Mahiru se llevó lo peor, pero nosotras también estamos para el arrastre.

—Sí. —Zenobia se incorporó y echó a caminar hacia las escaleras, con un suspiro—. La cosa a la que nos tuvimos enfrentar al final, de la que huimos cargando a Mahiru… Era una bestia trascendida, ¿verdad?

—Eso creo. —Johana recordó aquellos terroríficos ojos enormes que la habían espiado por encima de un tejado—. Era más pequeña que la de la bahía, eso está claro, y se ocultaba en la niebla. Pero sí, no era parecido a nada a lo que nos hubiéramos enfrentado antes. Creo que nos estaba esperando para emboscarnos más adelante, y le descolocó que nos retiráramos.

—No contaba con que perdiéramos, ¿eh? —Zenobia soltó una risa amarga—. En cierto modo raro y retorcido, eso es alentador.

Estuvieron tres días sin noticias. Tres días sin nada que hacer. A Johana nunca le había gustado mucho el Coin Block. No entendía cómo había gente que parecía encantada de pasar allí meses enteros, algunos incluso años. No había nada que hacer, salvo jugar a las recreativas, cosa a la que la propia mercenaria recurría de vez en cuando por puro aburrimiento. Pero los videojuegos se le daban fatal, así que no lo pasaba muy bien.

¿Se esperaba de ella que se pasara el día sentada en un banco comiendo comida rápida? ¿Que se encerrara en la habitación del hotel para dormir a todas horas? Desde que habían comenzado a buscar a la bestia iluminada de Sagitario, el trío legendario había comenzado a ser acosado cada vez más descaradamente por monstruos poderosísimos. Por culpa de eso, el Coin Block se había vuelto el único lugar en el que tenían garantizado que no les atacarían mientras dormían. Como refugio era excelente, eso Johana no lo dudaba, pero como hogar… no tenía nada que hacer allí.

Zenobia intentaba pasar tiempo con Johana, quizá percibiendo su aburrimiento. Pero se notaba que se divertía mucho más estando con Hotaru, así que al final la mercenaria siempre se libraba de ella. No tenía ningún sentido que las dos murieran de sopor.

Al final, Johana acababa entrenando toda la noche en el cementerio del tejado y durmiendo casi todo el día en su pequeña habitación. Imaginaba que su vida no era muy diferente a la de un caballero templario que se refugiara en un monasterio medieval.

El tercer día, al subir a entrenar, se percató de que la vela dorada de una de las tumbas se había apagado. Chasqueó la lengua con reprobación. Le tocaba volver a encenderla. Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con una moneda, se colocó frente a la lápida y realizó la ofrenda.

La luz se encendió.

LILY MAYONAKAWA

Al mismo tiempo, se escuchó un chasquido cuando otra de las velas del cementerio se apagó. Johana no se molestó en revisar cual. Solo le importaba que aquella siguiera encendida.

En realidad, la aventurera no entendía por qué había una tumba dedicada a Lily en aquel lugar. Sabía con certeza que su mentora estaba enterrada en el jardín de la familia Mayonakawa. ¿Quizá era más bien una especie de tributo? ¿Había pasado Lily tiempo en el Coin Block en el pasado? Pero, ¿cuántos años podía hacer de eso? ¿Llevaba el Coin Block en funcionamiento tanto tiempo?

La primera vez que había visto la tumba, se había sorprendido mucho. Casi se había asustado. Ahora no le parecía más que otra de las rarezas del Coin Block, aunque no podía evitar preguntarse el significado de aquello. Suponía que podría habérselo preguntado a Niv, pero no le gustaba hablar con él.

Johana no creía en la existencia de gente desinteresada. Todo el mundo, incluso las buenas personas, tenía un motivo para hacer las cosas que hacían. Las razones de Niv eran un misterio, y hasta que no las conociera no podría confiar en él. Sabía que algunos habrían considerado hipócrita aquella forma de pensar, ya que aceptaba la ayuda de Niv casi diariamente, pero aquello era solo un capricho de las circunstancias. Además, ella había oído cosas acerca del pasado de Niv que pocos podrían imaginar.

Estar en aquel lugar no había sido elección de Johana. No era su sitio, y no quería estar allí. Pero no tenía otro remedio, así que entrenaba. Bajo la luna, bajo la lluvia, cada noche la mercenaria se fortalecía en aquella azotea llena de tumbas de mármol negro. A veces se cruzaba con la escritora, pero no se molestaban la una a la otra, y ni siquiera tenían que verse. Compartían aquel espacio en un acuerdo tácito.

El cuarto día, al amanecer, Kaori regresó. Casi echó abajo la puerta de su habitación a golpes para hacérselo saber.

—Pero, ¿qué haces tú aquí? —preguntó Johana, adormilada, rascándose la despeinada cabeza.

—¡Mahiru está bien! —Kaori entró en la habitación sin pedir permiso, arrastrando a Zenobia—. ¡Se va a recuperar! Necesitará mes y medio, según los médicos. Quizá dos meses.

—Vale, eso son excelentes noticias. —Johana bostezó—. Pero esa no era mi pregunta. ¿Por qué no te has quedado con él?

—Está despierto. —Kaori suspiró—. Me ha obligado a volver aquí. Quería que os informara, claro, pero también sospecho que se acabó hartando de mí. De todos modos, quizá es más seguro así. Tenemos que pensar seriamente qué hacer mientras Mahiru se recupera.

—Johana y yo ya hemos hablando de esto —intervino Zenobia—. Lo mejor será que no volvamos a las calles, por el momento. Las cosas ahí fuera son cada vez más peligrosas, e ir de aventuras con uno menos no parece muy… prudente.

—Éramos tres antes de que te unieras, Zenobia —recordó Kaori, alzando las cejas.

—Sí, pero yo no estoy a la altura del legendario Mahiru Killbreak —bufó Zenobia—. Seríamos dos héroes y cuarto, no tres.

—Eh, no te infravalores —la regañó Johana—. Seríamos al menos dos héroes y medio.

—Ah, mucho mejor —Zenobia no pudo evitar reírse.

—De todos modos, antes no éramos el enemigo público número uno de los monstruos —añadió Johana—. Empieza a ser imposible moverse por la ciudad sin que una condenada bestia despertada de Nosecuántos aparezca escupiéndonos fuego sin previo aviso. Quizá lo que tendríamos que estar haciendo es reclutar más gente.

—Quizá. —Kaori suspiró—. Pero la mayoría de aventureros no está a la altura, ambas lo sabemos. Muchos están más cerca del nivel de ese inútil de Shin que del nuestro. Pero que las cosas se hayan vuelto tan peligrosas es señal de que estamos en el buen camino. En cuanto empezamos a aproximarnos a las bestias bajo el prisma de tomar en cuenta sus niveles de poder y formas de organización, su actitud cambió completamente. La bestia iluminada de Sagitario se ha dado cuenta de que sabemos algo que no deberíamos saber. Está en alguna parte, aterrorizada, deseando eliminarnos.

—Vale… —Johana extendió los brazos—. ¿De verdad vamos a tener esta clase de conversación trascendental mientras yo sigo en bragas?

—Nada te impedía vestirte mientras hablábamos —bufó Kaori.

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—Es que no quiero vestirme. Quiero volverme a la cama. Me acosté hace una hora.

—Ay, esta chica noctámbula… —Kaori carraspeó y siguió hablando—. Como decía, en cuanto empezamos a hacer uso de la información que yo conseguí, las cosas se volvieron más peligrosas. Pero si esa bestia iluminada está asustada de nosotras, es que tenemos una oportunidad, o eso cree ella. Que esté aterrorizada hará que cometa errores.

—Pero, ¿cómo se dieron cuenta tan rápido de que lo sabíamos? —se preguntó Zenobia—. Quiero decir, sé que me uní después de que conocierais todo esto, pero… ¿tanto cambiaron de un día para otro vuestras estrategias y vuestra forma de encarar las misiones?

—Pues esa es una buena pregunta. —Johana se cruzó de brazos y se mordió el labio—. Es cierto que las tácticas cambiaron, pero no tanto como para ponernos en evidencia, creo. O bien los monstruos son más inteligentes de lo que parecen, o… —Frunció el ceño—. O la bestia iluminada se ha enterado de que sabíamos lo que sabíamos por otra vía.

Kaori ladeó la cabeza. Parecía descolocada.

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo… —Johana se estrujó el cerebro—. Vale, toda esta información te la dio un viajero, ¿no? Imagina que ese viajero es atrapado por la bestia iluminada e interrogado. Se supone que esa cosa puede hablar como una persona, ¿no? Y así se entera de que Kaori Mornstar, y por ende el resto del trío legendario, conoce su mayor secreto. Su objetivo prioritario pasa a ser nuestra erradicación. ¿Tiene sentido?

Kaori se tambaleó. Zenobia se llevó un dedo a los labios, pensativa.

—¿Crees que eso es lo que ha pasado? —preguntó la chica de la katana.

—No lo sé —admitió Johana—. Es solo un supuesto. Necesito pensar más. Y sobretodo… necesito dormir. Fuera de mi cuarto, chicas. No estoy interesada en una fiesta de pijamas. Largo.

Entrenar, comer y dormir se convirtió en rutina. A Johana le sorprendió lo fácilmente que se adaptó a aquello. Antes de que se diera cuenta, ya había pasado tres semanas prácticamente a solas con sus pensamientos. Aquello no significaba que estuviera disfrutando de la experiencia, claro. A veces, por puro aburrimiento, hablaba con los viajeros (aventureros o no) y les preguntaba por sus vidas y lo que les había traído hasta allí. Supo así que la presencia de los monstruos, cada vez más alarmante, se había mitigado un poco tras la retirada táctica del trío legendario. También la reconfortaba no escuchar ningún rumor acerca de Mahiru estando hospitalizado: si la gente no lo sabía, los monstruos tampoco lo descubrirían. Una de las cosas que preocupaba a Johana era que la bestia iluminada decidiera lanzar un ataque a gran escala contra el hospital mientras ellas estaban a salvo en el Coin Block y su compañero se encontraba indefenso.

No era la forma de actuar de los monstruos, y además hacía años que todos los hospitales estaban protegidos por el ejército, precisamente para evitar aquel tipo de situaciones. Aun así no podía dejar de sopesar la posibilidad de que ocurriera. Si una bestia trascendida aparecía de la nada y embestía frontalmente contra un hospital, causaría daños enormes antes de que el ejército y los aventureros tuvieran ocasión de abatirla.

Johana terminó por encontrar un juego de recreativa que le gustaba. Un día, la generalmente silenciosa Hotaru apareció junto a ella y le habló como si se hubiera vuelto hiperactiva. Intrigada por su actitud, la mercenaria le había seguido la corriente y había probado un montón de juegos que le parecieron horribles, hasta que finalmente se subió en una moto de juguete (sintiéndose ridícula) y tuvo que admitir que el juego de conducción era bastante divertido. Le recordaba moderadamente a cuando ella misma había tenido una motocicleta. Su flamante vehículo había quedado destruido muchos años atrás, en acto de servicio, quedando permanentemente incrustado en el cráneo de una enorme bestia de Virgo. La mercenaria suponía que aquel juego era un buen modo de honrar su recuerdo.

A veces, Johana tenía la sensación de que Kaori estaba casi tan aburrida como ella. Cuando no se encontraba ocupada contando sus interminables tonterías al esquivo Niv, la veía vagando por plantas al azar del edificio. Examinaba los rincones con la mirada perdida, como buscando a alguien. La mercenaria se dio cuenta rápido de que ella era quien más añoraba a Mahiru, de que no tenerle cerca para poder contarle sus tonterías constantemente era como un duro castigo. La compadecía, pero no pensaba prestarse voluntaria para sustituirle.

Una noche, cuando se disponía a subir al tejado, Johana se dio cuenta de que no le quedaba ropa limpia. Metió en una bolsa el enorme montón de ropa sucia que había ido ocultando bajo su cama y se dispuso a bajar a la lavandería. Vivir allí tenía otro indeseable efecto secundario: se estaba volviendo una dejada.

Al llegar a la lavandería por monedas vio a Kaori. Estaba arrodillada frente a una lavadora abierta, justo la única que tenía un cartel de FUERA DE SERVICIO. Tenía la cabeza metida en el tubo, lo que hacía que su cuerpo sin cabeza sobresaliera del electrodoméstico de forma cómica.

—Pareces un gato —se mofó Johana.

Se oyó un chillido en el interior del aparato, distorsionado por la acústica del tubo de metal. Kaori no tardó en sacar la cabeza, con la cara roja.

—Eh… Hola, Jota —saludó tímidamente—. ¿Cuánto rato llevas ahí?

—Dos horas —bufó Johana. Se arrodilló junto a la primera lavadora libre que vio y empezó a meter su ropa—. Venga, ¿qué estabas haciendo?

—Esto va a sonar raro, pero… Intentar arreglarla. —Kaori suspiró—. Me siento inútil estando atrapada en este sitio. Adoro a Niv, a Hotaru, a Neigail, a Miyuki… Incluso a Yumi, pero… Supongo que no estoy hecha para quedarme de brazos cruzados. Pensé que Hotaru me mataría si intentaba tocar una de sus queridas recreativas, así que decidí intentar arreglar algo más sencillo.

—¿Y cómo va? —preguntó Johana, mirando a Kaori por encima del hombro.

—Mal. —Kaori negó con la cabeza—. No es que esperaba que saliera bien, claro. Supongo que debería pedir a Neigail que me busque un tutorial. Últimamente sale mucho a intentar conseguir conexión a Internet.

—Es porque ha terminado la novela esa, ¿no? —Johana se encogió de hombros—. Francamente, me sorprende que no se haya largado ya de aquí, ahora que el trabajo está hecho.

—Ya, supongo… —Kaori suspiró, sonriente—. Pero algo me dice que no le resultará tan fácil irse. En fin, te dejo en paz. —La chica giró sobre si misma, haciendo flotar las tiras de seda de su vestido, y se encaminó hacia la escalera—. Quizá me dejen cambiar una bombilla o algo así.

Johana soltó una carcajada de despedida y se quedó allí un buen rato, ocupada con su colada. Hacía tiempo que no veía aquel lado de Kaori. No sabía por qué, pero eso la preocupaba un poco.

Cuando volvió a subir, escuchó unas voces desagradables. Dejando su ropa con cuidado sobre un escalón, se agachó y subió lentamente, apoyando las manos en los peldaños. Asomó la cabeza con cuidado.

Había tres tíos en la entrada. Dos de ellos llevaban martillos de obra, y el último una espada china. Al principio pensó que eran aventureros, pero no tardó en darse cuenta de su error. El objetivo de aquel trío no era precisamente matar monstruos.

—Nos ha tocado la lotería, hermanos —dijo uno, con una inmensa sonrisa—. La puta lotería.

—Reventad todas las máquinas —dijo otro, alzando su martillo—. Tenemos bolsas de sobra. Nos lo llevamos todo, joder. Buffet libre.

La navaja automática de Johana prácticamente saltó a su mano. No esperaba tener que luchar en el Coin Block, pero supuso que la mala gente era capaz de aparecer en cualquier parte.

—¿Habíais visto alguna vez este sitio? —preguntó el tipo que empuñaba la espada—. A mí no me suena.

—Creo que a veces venía aquí a comprar la comida, antes de salirme del insti. —El hombre que había alzado el martillo miró hacia atrás—. Es raro. Se me había olvidado por completo. ¡Bah, qué demonios! ¡A reventar este puto sitio!

Estampo la cabeza del martillo contra la vitrina de la máquina de los perritos calientes y el cristal estalló en pedazos. Johana se levantó, decidiendo que habían llegado demasiado lejos, pero en ese momento vio a Niv. Caminaba tranquilamente hacia los asaltantes.

—¡Eh, vosotros, fuera de mi vista! —ordenó—. Voy a contar hasta cinco. Si no os largáis para entonces…

Los tres criminales le observaron. Al ver que era uno solo, y que estaba desarmado, sonrieron.

—¿Quién coño eres tú, tío? —preguntó el tipo que había roto la vitrina, acercándose hacia él con aire intimidante—. ¿Quieres que te rompa las piernas, capullo?

—Vale, no voy a contar. Sois demasiado tontos como para saberos los números, de todos modos. —Niv se sacó un mando a distancia del bolsillo y pulsó un enorme botón rojo. Al instante, la persiana que había en la entrada del Coin Block se cerró como una guillotina. Los visitantes indeseados se dieron la vuelta, sobresaltados—. Mis condolencias. No saldréis de aquí con vida.

—¡Vuelve a abrir eso, cabrón! —El primer atacante levantó el martillo por encima de su cabeza. Y entonces ocurrió algo que Johana no esperaba.

Niv comenzó a brillar.

Fue como si su cuerpo quedara rodeado por aristas de luz cristalina, que acabaron materializando una brillante armadura de placas blancas con una plateada cota de malla debajo. Su pelo se había erizado, envuelto en destellos, y sus ojos destellaban como zafiros, lo cual era raro porque normalmente eran verdes. Una capa azul brotó tras sus hombros, saliendo de debajo de sus hombreras y dando la sensación de tejerse a sí misma en directo. Parecía ondear en el aire, arrastrada por un viento que salía de ninguna parte. Por último, en su mano se materializó una brillante espada, con la que apuntó a los criminales de forma amenazante.

—¿Pero qué coño eres tú? —preguntó el tipo del martillo, retrocediendo, sin atreverse a asestar el golpe.

—¡No os achantéis! —gritó el portador de la espada china, lanzándose hacia adelante—. ¡Sigue estando solo!

Niv detuvo la torpe estocada casi con indiferencia. Levantó un pie recubierto por una armadura de acero blanco y dio una potente patada en el pecho a su atacante. Lo estampó contra un banco cercano, dejándolo allí tumbado.

—¡Hijo de…! —El hombre del martillo trató de aprovechar la apertura de Niv, quien le estaba esperando. Paró el martillazo con su espada y le empujó hacia atrás. El otro asaltante se unió a la refriega.

Intentaban rodear a Niv, derribarle con la inercia de sus armas, procurando quedarse lejos del alcance de la espada brillante. El habitualmente tranquilo hombre de cabello blanco parecía estar divirtiéndose, casi jugaba con ellos cuando paraba sus golpes. A Johana le parecía claro que, a pesar de sus palabras iniciales, estaba intentando evitar herirles de gravedad. Pero, ¿era porque respetaba sus vidas o porque no quería que la pelea acabara rápido?

Entonces ocurrió. Uno de los atacantes se adelantó con un tropiezo, quedando en una posición que ni él mismo ni Niv habían previsto. Aprovechando la oportunidad, el criminal levantó el martillo con un movimiento ascendente y golpeó a su oponente antes de que pudiera apartarse. Niv chilló, llevándose una mano a la cabeza. Tenía una gran mancha roja en su pelo blanco.

Niv enseñó los dientes. Sus ojos azules parpadearon un segundo, oscurecidos, pero regresaron con un fulgor fantasmagórico. Empuñó su espada con las dos manos, y esta empezó a brillar con una luz cegadora. El canoso hizo un solo movimiento, un tajo vertical que cortó en dos al hombre del martillo como un haz de láser. Las dos mitades cayeron al suelo, calcinadas, por lo que no se derramó ni una sola gota de sangre.

Pero no cabía duda. Uno de los asaltantes estaba muerto.

El propio Niv pareció desconcertado un momento. El fulgor de su espada se desvaneció. Sus ojos volvieron a la normalidad. Una sombra pareció envolver su rostro. Echó a caminar hacia los criminales supervivientes, arrastrando la punta de su espada por el suelo. Pero Johana se dio cuenta de que, con la mano libre, sacaba el mando a distancia de debajo de la cota de malla y pulsaba un botón. La persiana metálica comenzó a abrirse.

Chillando, los criminales abandonaron sus armas y huyeron hacia la puerta, con el terror dibujado en sus caras. Se estamparon contra la persiana, pero al darse cuenta de que estaba abriéndose, se tiraron al suelo y se arrastraron por debajo. Para cuando el mecanismo de apertura hubo terminado su trabajo, los visitantes ya habían desaparecido.

Niv se quedó de pie en la puerta, con su capa ondeando todavía. Cuando estuvo seguro de que ya no había nadie, espada y coraza se desvanecieron con un discreto centelleo. Ahora solo era un tío con una ridícula camiseta llena de gatitos rosas y un bañador reciclado para ser un pantalón corto. Se llevó la mano a la cabeza.

—Joder. Soy gilipollas —musitó. Caminó tambaleándose hasta el banco más cercano y se dejó caer sobre él.

Johana estaba temblando. Se sorprendió al darse cuenta de que necesitaba reunir todo su valor para acercarse a Niv y ver cómo estaba. ¿En serio tenía que ir a asegurarse de que alguien asi estaba bien? Seguramente sí…

—Niv. —Johana se detuvo frente al banco. El hombre parecía completamente derrotado—. ¿Qué cojones acabo de ver?

—Ah, Johana. —Niv sonrió con cansancio—. Sí, noté que había alguien en la escalera de la lavandería —afirmó, aunque ella estaba segura de que no había mirado en su dirección en ningún momento durante la pelea—. Siento que hayas tenido que ver esto. ¿Me compras un helado? Te daré la moneda. Necesito ponerme algo frío en la cabeza…

—Está bien. —Johana obedeció la orden, respondiendo con voz robótica—. ¿No deberías ir al hospital, o algo? Las heridas en la cabeza son peligrosas.

—No, esto es menos de lo que parece; el cráneo sigue intacto, y debajo no hay gran cosa —bromeó Niv. Suspiró al ver que a Johana no le hacía gracia el chiste—. Estaré bien, en serio. Soy bueno evaluando mis propias heridas.

—Entonces… —Johana prácticamente le tiró el polo que había comprado—. La viajera que conocimos tenía razón. Tú no eras un aventurero. Eras un militar, un peligroso general que luchó en una guerra del pasado y mató a miles. Tu poder no debería existir. Deberías llevar siglos muerto.

—¿Eso dicen de mí? —Niv hizo una especie de puchero—. Mira, el pasado es el pasado. Solo soy un tío que se pasa las noches sentado en un banco comiendo guarradas.

—Y que puede partir en dos a sus enemigos como si su espada fuera una puta motosierra. —Johana señaló al cadáver seccionado—. ¿Crees que es normal lo que has hecho? ¿Estás mal de la cabeza?

—Bueno, técnicamente, hacer eso es mi trabajo. —Niv parpadeó—. Supongo que no lo digo mucho, pero de hecho, soy el guardia de seguridad de este sitio. Es para lo que me contrataron. Lo de reponer es simplemente un complemento. Admito que se me fue un poco la mano, pero el tío intentó abrirme la sesera. Es raro que llegue gente como ellos al Coin Block… —añadió, pensativo—. Pero a veces pasa. La gente puede ser tan peligrosa como los monstruos. Alguien tiene que ocuparse.

—¿Se te fue un poco la mano? —Johana no daba crédito a sus oídos—. Joder, Niv.

—Entregaré el cuerpo a la policía, no te preocupes. —Niv cerró los ojos—. Siempre que ha pasado algo así, lo he hecho. Si quieren detenerme, no me opondré. Aunque sería la primera vez.

Johana no sabía qué decir. Sobre el papel, en realidad, Niv no había hecho nada censurable. Había protegido el edificio y a la gente que vivía en él. Aquella muerte había sido clara autodefensa. Ella misma habría clavado su navaja electrificada en uno de aquellos tipos, si el guardia de seguridad no hubiera aparecido. Pero ¿entonces…?

Mientras subía las escaleras para volver a su habitación, Johana acabó comprendiendo lo que le pasaba. Mahiru, Kaori y ella eran el trío legendario. Se suponía que eran los aventureros más fuertes, los que utilizaban todo tipo de poderes y movimientos especiales que dejaban patidifusos a los demás, los que se enfrentaban a lo que nadie más se atrevía a enfrentar.

Pero al lado de Niv, eran principiantes. Ella nunca había visto a nadie pelear así, ostentar semejante poder. Solo lo había manifestado un par de minutos, y parecía que aquello le había dejado agotado. Pero aun así… ¿Qué explicación tenía? ¿De dónde venía semejante fuerza? Mahiru siempre había sospechado que Niv tenía un don especial, por eso había tratado de reclutarle, y sin embargo…

La mercenaria empezó a atar cabos. Niv había usado un poder extraño, el poder de la propia luz. El mismo poder que, seguramente, evitaba que los monstruos se acercaran al Coin Block. ¿Y qué era la única cosa que sabían que podía controlar a los monstruos más débiles? La bestia iluminada.

¿Era una casualidad? Johana había pensado que el título iluminado hacía referencia a algo más filosófico, pero… ¿y si era literal? ¿Y si el enemigo al que llevaban meses buscando entre los monstruos en realidad siempre había residido entre los humanos? Eso explicaría que se hubiese enterado de que el trío legendario estaba al tanto de los secretos de las bestias. Prácticamente se lo habían dicho ellos mismos.

¿Era posible? Explicaba muchas cosas. Pero, ¿cómo encajaba aquello con las cosas que aquella viajera les había contado? Sabía que se le escapaba algo, pero Johana no era capaz de llegar más allá en su razonamiento. Necesitaba hablar con sus compañeros de aquello, y necesitaba hacerlo lejos del Coin Block. La paredes tenían oídos. Harían una visita a Mahiru en el hospital, le gustara o no al héroe. Y después… ya verían.

Antes de dormir, Johana apoyó su cama contra la puerta. Sabía que no serviría de nada si Niv decidía matarla, pero necesitaba sentir que tenía alguna clase de protección contra él, aunque fuera simbólica.

Cuando al fin se quedó dormida, la aventurera seguía temblando.