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The Coin Block (Español/Spanish)
4. HUEVO EN LA TAQUILLA

4. HUEVO EN LA TAQUILLA

Mahiru Killbreak compuso una sonrisa maltrecha. No estaba en los planes del héroe hacer un descanso aquella noche, pero si el Coin Block aparecía frente a sus ojos mientras buscaba un lugar en el que resguardarse de la lluvia, no era quien para darle la espalda. Se apoyó sobre su bayoneta ensangrentada y esperó a que Kaori y Johana, que venían vigilando la retaguardia, le alcanzaran.

—Señoras, ya tenemos techo. —Mahiru reprimió un bostezo.

—Oh, gracias al cielo —suspiró Kaori Mornstar—. Esa cosa no podrá encontrarnos aquí.

Iba ataviada con un colorido vestido de seda adornado con flores, que se cerraba mediante un lazo cruzado sobre el pecho. Llevaba una lanza apoyada en el hombro, y del extremo colgaba una imponente bola de pinchos. La ropa había visto días mejores, eso sí. Tenía bastantes manchas de sangre, y desgarros que dejaban heridas ya cicatrizadas al descubierto.

—Que sepamos. —Johana Mayonakawa replegó su navaja automática, anulando de paso el voltaje que recorría la hoja, y se cruzó de brazos—. Todavía no comprendemos del todo la naturaleza del Coin Block. Puede que Niv os haya seducido a vosotros dos, pero yo no confío en él.

Iba vestida con un abrigo largo de cuero, y se había puesto la capucha para protegerse de la lluvia. Debajo, era posible ver una camiseta blanca con manchas y unos pantalones vaqueros desgarrados.

—Oh, yo tampoco confío en él. —Mahiru se irguió, luchando contra su cansancio—. Pero confío menos aun en los dueños de los hostales, love hotels, posadas, baños termales, cibercafés y demás tugurios en los que tenemos que dormir normalmente. Y preferiría luchar sonámbulo contra una bestia renacida de Tauro antes que volver a meterme en un hotel cápsula.

—Estoy con Mahiru. —Kaori lanzó una mirada de reproche a Johana—. Déjanos tener esto, anda. Si Niv nos deseara algún mal, ya lo habríamos sufrido. Hemos estado a su merced muchas veces. ¡Tú haz acopio de monedas, que nos van a hacer falta!

—Te pasas de inocente, Kaori —murmuró Johana, pero no rechistó más.

Mahiru se encogió de hombros. Él iba vestido con lo que parecía un uniforme militar antiguo, prácticamente una casaca, pero lo había complementado con una bolsa de deporte que le colgaba del pecho y una especie de fina malla metálica que recubría sus anchos pantalones de tela.

Eran un grupo variopinto, sin duda. En cuanto entraron en el vestíbulo del Coin Block, se dieron cuenta de que había dos aventureros jóvenes comían ramen sentados en un banco. Debía ser una de aquellas noches concurridas.

—Eh —susurró uno de ellos a su compañero, tapándose la boca con su bol de ramen instantáneo—. ¿Has visto las pintas que llevan esos? Menuda paliza han debido darles.

El otro aventurero dio un disimulado codazo al que había hablado en primer lugar.

—¡Idiota! —susurró—. ¡Es el trío legendario! ¿Tienes idea de cómo estarían las cosas de no ser por ellos?

Mahiru les sonrió, como para hacerles saber que no eran tan discretos como ellos creían, pero no les dedicó una segunda mirada. Se dirigió directo a la máquina expendedora de hamburguesas, dispuesto a hincar el diente en una obscena masa de pan, carne, lechuga y queso, y notó que sus compañeras se ponían a hacer cola tras él.

—¿En serio? —Mahiru puso los ojos en blanco—. ¿Como ochenta comidas diferentes a nuestro alcance, y los tres vamos a cenar lo mismo?

—Yo lo pensé primero. Simplemente te adelantaste. —Johana alzó la barbilla.

—Es que una hamburguesa pega mucho ahora —susurró Kaori, moviéndose de un lado a otro como avergonzada, aunque Mahiru sabía bien que solo estaba sobreactuando.

—Vosotras veréis. —El héroe consiguió su cena y fue a sentarse en un banco, tan lejos como pudo de los aventureros novatos. No esperó a sus compañeras para empezar a devorar el manjar envasado.

No se había comido ni la mitad de la hamburguesa cuando Niv apareció. Iba vestido con un jersey navideño y unos pantalones de pijama. El pelo blanco le caía sobre los ojos, como si hubiera bajado corriendo. Aun así, parecía perfectamente calmado.

—No esperaba veros a vosotros tres —dijo, sin preámbulos—. ¿Os vais a quedar mucho?

—¡Niv! —Kaori le saludó con una especie de bailecito—. ¿Cómo has estado, cielo?

—Solo nos quedaremos esta noche. —Mahiru no dio pie a que la cortesía de Kaori recibiera respuesta—. Algunos tenemos que trabajar.

—Yo trabajo. —Niv bostezó—. Ponte tú a reponer esta cantidad de máquinas expendedoras en un día. Varias veces.

—Bah. Eso puede hacerlo cualquiera. Ya sabes a qué me refiero, tus talentos están desperdiciados. —El héroe bajó la voz—. Las cosas van mal ahí fuera. Al mundo le vendría bien tu espada.

—No sabes de lo que hablas. Tienes una idea completamente errónea de quién soy, de lo que soy. —El hombre de cabello blanco se permitió una sonrisa burlona—. Es casi halagador, pero te aseguro que mi espada no supondría ninguna diferencia. Hemos tenido esta conversación cada vez que has venido aquí. Por eso nunca te echo mucho de menos.

—Aunque es cierto que no sabemos quién eres exactamente, estamos mejor informados de lo que crees. —Johana se terminó su hamburguesa y entornó los ojos—. Nos costó encontrar a alguien que te conociera, pero… Finalmente dimos con una viajera que sabía mucho de tu pasado. Nos contó cosas la mar de interesantes.

—Johana… —Mahiru usó un tono de advertencia. Su compañera no había dicho ninguna mentira, pero él habría preferido que Niv no fuera consciente de este detalle. Revelar al enemigo que tienes una ventaja es renunciar a la mitad de esta.

Niv parecía genuinamente descolocado.

—Os han tomado el pelo. —Les miró fijamente—. No es que me haga mucha gracia que vayáis dando mi nombre a todo el que os encontráis, pero… Sea quien sea esa viajera, os ha timado. Siendo realistas, es imposible que deis con alguien que me recuerde.

—Pareces muy seguro. —Mahiru le retó con la mirada.

Niv no se dignó a responderle. Miró a la mujer del vestido de seda.

—Kaori, deberías ir a las recreativas cuando tengas un rato. Hotaru te echa de menos.

—¡Ah! —la heroína se levantó de un salto y recogió su lanza—. ¡No me digas que necesita ropa! Iré ahora mismo. Aunque… —echó un vistazo a su mochila mientras empezaba a caminar hacia las escaleras. Niv subió con ella—. Esta vez solo llevo tres o cuatro conjuntos, aparte de lo puesto.

—Viajas con demasiada ropa para ser una aventurera —la acusó Johana. Ella y Mahiru les habían seguido—. ¿Qué sentido tiene?

—Me pregunto cuál le gustará más. —Kaori ignoró a su amiga y miró maliciosamente a Niv—. ¿Me das permiso para hacer que se los pruebe todos?

—Creo que eso queda fuera de mis atribuciones. —Niv suspiró—. En realidad, le encanta toda tu ropa, no te va a costar convencerla.

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—¡Bien pues! ¡Hasta luego, camaradas! —Al llegar a la primera planta, Kaori desapareció en el interior del salón recreativo.

Mahiru, Johana y Niv siguieron subiendo las escaleras, ahora en silencio. La segunda planta del Coin Block siempre había sido un lugar bastante oscuro, repleto de filas y filas de grandes taquillas metálicas. Entre su silencioso y vacío orden y su deprimente iluminación fluorescente, recordaba un poco a un aparcamiento. El cartel que colgaba del techo dejaba clara la utilidad de aquella sala. COIN LOCKER.

El hombre de cabello blanco iba a seguir subiendo sin prestar atención a aquella estancia, como solía hacer, pero el héroe se detuvo.

—Por cierto, Niv. Guardé algo la última vez que estuvimos aquí —anunció—. Me gustaría que lo vieras.

Niv se detuvo, con el ceño fruncido. Se dio la vuelta.

—Te escucho.

—Yo me voy a dormir. —Johana se dirigió hacia las escaleras sin pensárselo un segundo. No parecía tener mucho interés en saber qué había guardado su compañero.

—Veamos, tengo la llave de la taquilla aquí. —Aunque habló con seguridad, Mahiru tardó un momento en encontrarla. Para cuando dio con ella, los ecos de los pasos de Johana se habían desvanecido—. Eso es. Taquilla ciento setenta y ocho.

Las taquillas por monedas no eran la parte más popular del Coin Block, pero la gente las utilizaba. Cosas que necesitaban esconder, cosas que no podían permitirse perder, cosas que no querían volver a ver… Los motivos que llevaban a la gente a utilizar aquel espacio eran muy variados. Si alguien hubiese tenido una llave maestra, habría encontrado toda clase de basura en el interior de aquellas taquillas, pero también de tesoros.

Ni siquiera Niv parecía saber todo lo que había guardado allí realmente. Era muy curioso estar en un lugar que contenía tanta historia, tantos recuerdos, tantas emociones… y que aun así fuese absolutamente opaco para el observador casual.

Pero Mahiru había utilizado aquella taquilla con otros propósitos. Cuando hizo girar la llave, el mecanismo le devolvió una moneda y una puerta metálica de forma rectangular se abrió. El héroe metió las manos y extrajo de su interior un huevo de grandes dimensiones.

Rivalizaba en tamaño con una sandía. Era de color azul claro, aunque tenía manchas blancas. Una escritura florida y arcaica formaba frases completamente incomprensibles en uno de los lados. Mahiru se lo tendió a Niv, que retrocedió con expresión de asco.

—¿¡Has traído un huevo de bestia de Cygnus!? ¿¡Aquí!? —Sus ojos verdes parecieron congelarse y volverse casi azules por un momento—. ¿Es que has perdido la cabeza, Mahiru?

—Sí, lo he traído y he corroborado mi teoría. —Mahiru sonrió, petulante—. No se ha abierto. Sigue tal como lo dejé. Cuando nos conocimos me dijiste que ningún monstruo se podía acercar al Coin Block. Tardé mucho en empezar a creerlo, pero al final me convencí… y empecé a preguntarme por los límites de tan sorprendente propiedad. Mi experimento ha sido un éxito. Por alguna razón, los monstruos ni siquiera pueden existir aquí. De lo contrario ya habría eclosionado. Estos huevos sobreviven a casi cualquier cosa.

—¿Y qué habrías hecho si tu experimento hubiera salido mal? —Niv levantó el brazo, como dispuesto a golpear la taquilla más cercana, pero se lo pensó mejor—. Lo dejaste hace meses. Podría haberse escapado en algún momento, haberle hecho daño a alguien.

—Dudo que hubiera podido salir de la taquilla. Y aunque así fuera, la habrías eliminado en un instante. —Mahiru le acercó el huevo a la cara—. Te enteras de casi todo lo que sucede aquí, así que…

Niv perdió la compostura. Arrebató el huevo a Mahiru, lo arrojó contra el suelo y materializó su brillante espada en su mano. Arrodillándose, el hombre de blancos cabellos agarró su arma con ambas manos y comenzó a aplastar el huevo con el pomo, lenta y metódicamente. Jadeaba y enseñaba los dientes mientras acometía tan macabra tarea.

Ahora era el héroe quien había retrocedido. En parte, había hecho aquello para ver cómo reaccionaba Niv a algo que escapaba tanto a sus situaciones cotidianas. Ahora se arrepentía; era cierto que recelaban el uno del otro y se ocultaban cosas, pero en realidad nunca había querido verle así.

—Iba a destruirlo luego —dijo Mahiru—. No hacía falta que…

—No me toques las narices, Killbreak. —No era buena señal que le llamara por su apellido—. Dicen por ahí que eres un héroe, el líder del trío legendario, pero vas escondiendo huevos de monstruos en el hogar de la gente. No tienes ni idea de cómo funciona esto. Ni las bestias, ni el Coin Block, ni siquiera las calles… Solo vas por ahí matando lo que te dicen que hay que matar. ¿Crees que ese huevo llegó a tus manos por casualidad? ¿Lo encontraste en un nido y se te ocurrió la fantástica idea de traerlo? ¡Necio! ¿Cómo sabes que no pusieron esa idea en tu cabeza?

Mahiru no sabía qué decir. La ropa de Niv estaba cubierta de un líquido pegajoso y maloliente. Había fragmentos de huevo por todas partes, y una silueta oscura que el héroe no se atrevía a mirar humeaba bajo ellos. El hombre de blancos cabellos nunca perdía su amabilidad con nadie, y sin embargo…

—¡Sé lo que soy! —se justificó Mahiru—. Soy un soldado que pelea en una guerra sin generales ni estrategias. Matamos a los monstruos que nos dicen que matemos, pero nunca nos preguntamos de dónde vienen. A la gente le da igual, mientras los aventureros se ocupen de ellos. Nadie piensa en resolver el problema de raíz, o en buscar una solución definitiva. ¡Una solución como la tuya! ¿Te sorprende que quiera entender cómo funciona este sitio? ¡Si compartieras tus secretos, podríamos hacer del mundo entero un lugar libre de monstruos! ¡O podríamos usar tu poder como arma para extinguirlos!

Niv soltó un hondo suspiro. La espada desapareció de entre sus manos con un centelleo. Se levantó y dio un pequeño rodeo, para evitar el charco que se había formado en el suelo. Puso ambas manos sobre la cabeza de Mahiru y juntó su frente con la de él. Sus ojos estaban muy cerca.

—Escúchame, Mahiru —susurró Niv—. No te voy a odiar por lo que has hecho. Tienes buena intención, lo sé, pero no ves las cosas importantes. Crees estar librando una guerra, pero es solo tu cabeza tratando de dar coherencia a algo que no la tiene. ¿Lo entiendes? El mundo no tiene sentido, por muchas leyes y etiquetas que usemos para intentar definirlo. Pero las vidas sí lo tienen. Tu trabajo es importante: luchas para protegerlas. Aférrate a eso, porque si intentas ganar una contienda que no existe, perderás.

Mahiru permaneció así un momento, sin moverse. Luego, se separó del albino.

—He visto edificios ser destruidos por bestias sin escrúpulos, a las que ninguna persona normal se podría enfrentar, que disfrutan con el sufrimiento y se ríen de la voluntad humana —susurró—. Yo mismo he acabado con ellas, muchas veces. Y he visto como a la semana siguiente esos edificios volvían a estar intactos y llenos de personas. Personas distintas, vidas distintas, como si las que había antes nunca hubieran significado nada. ¿Y me dices que todas tienen sentido? ¿Cómo esperas que acepte este mundo sin volverme loco, Niv?

—Nadie debería tener que hacerlo —admitió el aludido—. Sé como te sientes, Mahiru Killbreak. Pero en el Coin Block no encontrarás el poder para salvar el mundo. En cierto modo, es el lugar que menos sentido tiene de todos. Lo único que puedo ofrecerte es descanso y un poco de guía. Y a cambio solo pido que no traigas el peligro a mis puertas.

—Siento lo que he hecho. —Mahiru hizo una honda reverencia—. No se repetirá. Pero no desisto, Niv. Encontraré el modo de cambiar las cosas, de crear un mundo sin monstruos, y sospecho que lucharás a mi lado cuando esa meta esté a mi alcance. Lo sé. Cuatro héroes suenan mejor que tres, ¿no te parece?

—Tendrás que buscar a tu cuarto héroe en otra parte —rio Niv. Parecía más calmado—. Pero quizá tengas razón en algunas cosas. Yo tampoco tengo todas las respuestas. ¡Ah! Razonar contigo siempre es agotador, Mahiru. Me voy a dormir. En el sótano encontrarás material de limpieza. Arregla este estropicio, anda.

A la mañana siguiente, el héroe se reunió con sus compañeras en la entrada. Estaba todo lleno de estudiantes de instituto, y Mahiru les observó, pensativo. Encontraban aquel lugar como si nada y se hartaban a comprar refrigerios sin darse cuenta de lo especial que era. Pese a que el trío legendario tenía cierta fama, nadie les reconoció ni les miró dos veces. ¿Qué diferencia había con los aventureros de ayer, que habían reaccionado a su presencia al instante? Había demasiadas cosas sobre el Coin Block que no entendía. Según Niv, el esfuerzo de tratar de comprenderlas no se vería recompensado con ningún resultado tangible, pero… ¿podría rendirse tan fácilmente?

—¿Qué has averiguado? —preguntó Johana.

—Que a Hotaru le sienta de maravilla el vestido rosa de danza, aunque ella lo niegue —respondió Kaori—. Aunque al final se ha quedado con el traje del nenúfar y el rocío. Buen gusto no le falta.

—Sabes perfectamente que hablaba con Mahiru, ¿no? —gruñó Johana.

—Yo no he averiguado mucho —suspiró Mahiru, volviendo a la realidad—. Conseguí una reacción violenta al acercarle el huevo, lo que coincide con lo que sabíamos, pero… admito que me resultó duro verlo así. Después, me aseguró que su poder no nos serviría de nada. En resumen fue así.

—Pero si lo que nos contó la viajera era verdad, hay un modo —le recordó Johana.

—¿Quién sabe? Los dos hablan en acertijos —protestó Mahiru—. De todos modos, prefiero no discutir esto aquí.

Niv no estaba lejos de allí. En el otro extremo de la habitación, reponía el contenido de las máquinas con ayuda de una especie de oficinista en horas bajas.

—Ahora te das cuenta, ¿verdad? —susurró Kaori en el oído de Mahiru, sobresaltándose—. Niv sirve de apoyo a muchas personas, pero en realidad es muy frágil. Si él cayera, ¿cuántos caerían detrás? Deberíamos agradecer la ayuda que nos brinde, y no intentar utilizarle.

—Hum. —Mahiru se recompuso. Normalmente, Kaori Mornstar actuaba con ligereza, como si solo pensara en sus tonterías. Pero a veces dejaba traslucir el alcance de su capacidad perceptiva, y entonces daba un poco de miedo—. Quizá. Compremos algunos víveres y partamos, hay mucho trabajo que hacer.

Se marcharon sin despedirse. A Niv no le importaría. Se alejaron por aquellas calles que tan anodinas parecían a la luz del día y volvieron a perderse en aquel mundo patas arriba.