Miyuki pasó el brazo de Nerus por encima de su cuello y le ayudó a subir las escaleras del tercer piso. Yumi, Neigail y Hotaru iban delante, pero no dejaban de mirarles de reojo, preocupadas. Desde allí no escuchaban con claridad la pelea que se estaba produciendo en el exterior, pero sí ocasionales truenos que les dejaban temblando.
El desconocido que había sustituido a Niv estaba muy débil. Había hablado todo el tiempo como si estuviera de broma, pero el exoficinista se daba cuenta de que el monstruo que había aparecido en el exterior le había dejado para el arrastre. Ahora se le oía murmurar cosas en voz baja y subía los peldaños con los ojos cerrados. Miyuki quiso advertirle cuando llegaban al final de las escaleras, pero su aviso llegó tarde: Nerus levantó un pie para subir un escalón imaginario y, al ir a pisarlo, perdió el equilibrio. Acabó soltándose del otro hombre y cayendo de rodillas.
—¡Niv! —exclamaron al mismo tiempo los cuatro residentes.
Nerus abrió los ojos y les dedicó una mirada de irritación. Entonces, con un suspiro, echó los hombros hacia atrás. Su túnica negra se desvaneció, dejando a la vista la ropa que Niv había llevado: unos pantalones vaqueros y una camiseta con la mascota de Hanmachi Salesroad. Su rostro pareció envejecer en cuestión de segundos: sus cejas se hicieron más gruesas y prominentes, los surcos en sus mejillas se ahondaron y le creció la barba desaliñada a un ritmo asombroso. El cabello se volvió más gris y lacio, aunque ese cambio era sutil y nadie lo habría notado de no haber estado mirando directamente.
Niv miró a su alrededor.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, incorporándose. La herida que había sufrido antes se reabrió, por lo que se llevó la mano a la ceja partida—. ¿Dónde está Kaori? ¿Y la bestia? ¿Nerus la ha derrotado?
—¡Niv! —Hotaru corrió junto a él—. ¡Explícanos qué demonios está pasando! ¿¡Cómo ha podido llegar un monstruo hasta aquí!?
—Se supone que al Coin Block solo llega gente de fiar. —Niv le puso una mano sobre la cabeza a Hotaru. Aquello pareció calmarla—. Pero hay una excepción.
—Cuando llegan varias personas y solo una de ellas es de confianza, ¿no? —Yumi intervino inesperadamente. Niveus la miró un momento antes de responder.
—Correcto. No sé los criterios exactos, pero el Coin Block deja entrar a grupos de personas siempre y cuando una de ellas sea de fiar. Imagino que la bestia iluminada es lo bastante inteligente para contar como una persona, y venía siguiendo de cerca a Kaori. —Niv miró a Miyuki—. Y ahora, ¿puedes responder a mi pregunta? ¿En qué situación estamos?
—Nerus no pudo con el caballo extraño —dijo Miyuki—. Mandó a Zenobia, Mahiru y Johana a enfrentarse a él en su lugar. Les dio un gato —añadió.
—Oh… —Niv cruzó de brazos—. No me hace gracia que se tengan que enfrentar a esa cosa, en especial Zenobia, pero con el gato podría funcionar.
—Creo que Kaori, o lo que sea que la ha poseído, también iba a plantar cara al monstruo —añadió Neigail, que había cogido a Yumi de la mano—. Como la persiana estaba echada, dijo que saltaría desde el tejado. Me pareció una locura, porque son cinco plantas, pero tenéis poderes extraños.
—Eso equilibrará un poco la balanza. —Niv pareció más tranquilo—. Sí, las cosas no están tan mal como podrían estarlo. Eso no significa que estemos a salvo, claro. Miyuki, ayúdame a subir al tejado. El resto, a vuestras habitaciones.
—¿¡Qué!? —Hotaru dio una patada al suelo—. ¡Yo no pienso separarme de ti! ¡Hay una princesa loca que quiere matarte y un caballo terrorífico que parece una invocación de Omega Saga!
—Entiendo cómo te sientes. —Niv se agachó un poco para mirarla cara a cara—. Pero aunque nos sigas, no estarás conmigo. Planeo ser Nerus la mayor parte del tiempo. Y le será más fácil mantener esa forma si no estáis llamándole Niv todo el rato.
—Hum… —Hotaru no pareció muy convencida, pero se dejó empujar a su habitación—. Ni se te ocurra dejarte atrapar por esa loca —amenazó, antes de cerrar la puerta y echar la llave por dentro.
—Lo mismo te digo —añadió Neigail, y le miró a los ojos—. Vas a tener que contarme muchas cosas cuando esto acabe.
Niv estaba en mejor forma que Nerus, o al menos disimulaba mejor su estado, pero apoyaba su peso en Miyuki de tal forma que el hombre estaba sudando bajo su traje para cuando alcanzaron el cementerio por monedas. Atravesaron la terraza hasta llegar a un cuadrado no ocupado por tumbas ni árboles que había en el centro. El guardia de seguridad se sentó sobre un muro bajo de mármol.
Miyuki se secó el sudor de la frente y le miró.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Nerus se enfrentará a la Señora de la Luz cuando llegue hasta aquí. Querrá encontrarme para cumplir sus objetivos: hacer que le cuente mis secretos… o desterrarme.
—¿La Señora de la Luz? —Miyuki negó con la cabeza—. Joder. No me acostumbro. Siempre supe que había algo raro en ti, pero… ¿un viajero de otro mundo? ¿En serio? Es inconcebible.
Inesperadamente, Niv estalló en carcajadas. Con la frente fruncida en seña de irritación, el exoficinista esperó pacientemente a que acabara.
—Lo siento, lo siento —rogó Niv—. Pero Miyuki… ¿Llevas todo este tiempo en el Coin Block y aun no te has dado cuenta? Supongo que no. He conocido a muy pocos capaces de notarlo, pero tenía esperanza en que tú… —El hombre de blancos cabellos negó con la cabeza—. Da igual, ya no tengo tiempo de esperar a que lo comprendas. Yo no tengo nada de especial, señor Sebu. Tú, y todos los que han pasado por el Coin Block, y todas las personas que has conocido en tu vida… venís de otros mundos.
Al otro extremo de la terraza, relámpagos azules iluminaban las paredes sin ventanas de los edificios contiguos y se escuchaban los gritos procedentes del fragor de la batalla. Algunas lápidas brillaban con una luz dorada, alcanzadas por la luz de las velas. La luna creciente recorría el cielo a paso de caracol, como si se abriera camino entre las nubes y las estrellas.
—¿Qué demonios dices, Niv? —Miyuki se cruzó de brazos—. ¿Ese bastonazo te ha dado demasiado fuerte? Yo no vengo de otro mundo.
—Oh, claro que sí. —Niv ladeó la cabeza—. Aunque quizá sea más correcto decir que coexistes en varios mundos al mismo tiempo.
—Nada de lo que dices tiene sentido.
—Lo tiene, pero tu visión es muy limitada —se excusó Niv—. Escucha. La Señora de la Luz me desterrará a mi mundo de origen antes del amanecer. No existe forma de evitarlo. Nos separaremos para siempre… ¡No! No me mires así. Estaré bien. Pero creo que debo contarte todo lo que sé sobre este universo antes de irme. Alguien en el Coin Block tiene que saberlo. —Niv paseó la mirada por las tumbas iluminadas—. Pero no te estoy haciendo ningún favor. No podrás volver a ver este lugar del mismo modo cuando sepas lo que yo sé.
—Cuéntame lo que puedas. —Miyuki se sentó en el suelo, frente a él, como un alumno aplicado ante su maestro—. Ya he tenido suficiente de secretos tuyos explotándonos en la cara.
—Eso no es justo. —Niv no parecía muy molesto por aquel comentario—. ¿Por dónde comienzo? Vale, imagina un edificio. Cada planta es un mundo completamente diferente. En las plantas de arriba hay ciudades llenas de gente con trabajos aburridos, montones de tecnología electrónica y sin rastro de monstruos y magia. Pero a medida que vas bajando, te vas encontrando con mundos cada vez más atrasados tecnológicamente, y que a cambio están habitados por criaturas fabulosas que viven en castillos, dragones y cosas así… ¿Puedes concebirlo?
—Supongo. —Miyuki torció la boca—. Mundos sin hechizos ni bestias arriba y mundos que parecen hechos a propósito para los aventureros abajo.
—Podrías decirlo así —asintió Niv—. Pues verás… Hace mucho, mucho tiempo, uno de esos mundos llenos de monstruos estaba en peligro. No había nadie que pudiera salvarlo, así que decidieron invocar un héroe. Ese paladín resultó ser un muchacho normal que habitaba en una de las plantas de arriba, un mundo corriente. Vivió una gran aventura, derrotó al señor oscuro y regresó a casa.
—No es una historia muy original —bufó Miyuki.
—No, seguro que no. —El hombre de blancos cabellos levantó las manos—. Pero sucedió de verdad. Y no solo en una ocasión. Ni en dos. El patrón comenzó a repetirse una y otra vez, miles de veces. Las plantas de abajo, las fantásticas, invitaban sin parar a héroes procedentes de las plantas de arriba, las realistas. Por algún motivo, siempre salían triunfantes a pesar de que deberían haber estado muy poco preparados para las situaciones de peligro a las que se enfrentaban. —Niv se encogió de hombros—. El problema es que, cuando saltaban de una planta a otra, estos aventureros iban dejando agujeros en el suelo por todas las salas que se cruzaban en su camino. Eran hoyos invisibles para los habitantes de las propias plantas, pero que afectaban a la integridad estructural del edificio. Y el proceso no se detenía, así que ocurrió lo que tenía que ocurrir: los cimientos cedieron. El universo se desmoronó sobre sí mismo al no poder sostener la infinidad de brechas abiertas por las invocaciones. Las plantas se convirtieron en escombros que se apilaron y quedaron mezclados unos con otros, en contacto entre ellos, sin ningún tipo de lógica o sentido. Ya no había una estructura. La propia existencia, una vez llena de orden y reglas estrictas, se redujo a un amasijo de realidades desordenadas que ocupaban un mismo espacio.
—Espera, espera, espera. —Aquello era demasiado. Miyuki se puso en pie—. ¿Lo que intentas decir es que el universo se autodestruyó porque había demasiados isekais?
Niv no pudo evitar una carcajada.
—Son tus palabras, pero creo que no lo habría dicho mejor. —Niv también se levantó—. ¿No te das cuenta, Miyuki? Tu mundo de viajar al trabajo en metro, pasar el día en la oficina e ir a tomar cerveza a un izakaya es completamente incompatible con el de Zenobia Drawnhill, que se gana la vida peleando contra monstruos, duerme en posadas y entrena sus facultades sobrehumanas. Y sin embargo, tú aceptas la existencia de espadas mágicas sin inmutarte, y ella tiene una videoconsola en su casa.
—No tiene nada de raro. —Miyuki puso los ojos en blanco—. Los aventureros han protegido esta ciudad durante generaciones. ¿Qué hay de anormal en ello? El mundo siempre ha sido así.
—Entonces, ¿por qué sabes lo que es un isekai? —preguntó Niv, poniéndole una mano en el hombro—. ¿Por qué has entendido el concepto de viajar a un mundo de fantasía tan rápido, si realmente tu mundo siempre ha sido de fantasía? Has leído la novela de Neigail. Dos mil quinientas páginas narrando una realidad en la que los hechizos no existen y la criatura más peligrosa que se describe es un tigre que escapa del zoo. Un mundo que debería resultarte completamente ajeno, pero no te lo cuestionaste ni una sola vez. Ni la propia escritora lo hizo. ¿Por qué? ¿Qué sustentaba tu suspensión de la incredulidad? ¿Por que no ponías en tela de juicio un mundo tan distinto al tuyo?
—Pues… —Miyuki retrocedió un paso, soltándose—. La novela realista es un género común. Procede de… —frunció el ceño—. No. No lo estudié en el instituto, pero… Era tan… ¿Familiar…?
—Lo que estás sintiendo es normal. —Niv suspiró—. Escucha bien. La fractura de este universo no fue únicamente física. Fue un derrumbe a nivel ontológico. No solo se entremezclaron las realidades, también lo hicieron vuestras concepciones de ellas. El sentido común de los habitantes de otros mundos envenenó el vuestro y viceversa. Ellos se adaptaron a la tecnología y vosotros a la magia. Es por eso que el progreso de todos los mundos quedó en estasis y vuestra ciencia dejó de avanzar. Piensa en el salón recreativo que hay abajo. Esas máquinas tienen quinientos años, pero apenas difieren de los videojuegos que fabricáis hoy.
—¿Quinientos años? —Miyuki dio un respingo—. No. Estás loco. He hablado de estos juegos con Hotaru y no pueden ser tan antiguos. El compositor de Kuchidake Hero, Hidenori Ozawa…
—Lleva trescientos veinte años muerto, Miyuki. —Niv suspiró—. Yo le conocí, venía al Coin Block de vez en cuando. Tuvo una tumba aquí, pero su nombre se terminó borrando. A veces sucede, no sé por qué.
—¿Cuántos años tienes? —el exoficinista se sujetaba la frente con una mano.
—Ni idea. —El guardia de seguridad se encogió de hombros—. La noción del tiempo de este universo sigue siendo más o menos consistente, pero yo no me molesté en llevar la cuenta. La cuestión, Miyuki, es que estos fragmentos de universos están en contacto unos con otros, y no separados como antes del desmoronamiento. Por eso las realidades se mezclan, por eso puedes encontrar un castillo lleno de caballeros frente a una sucursal bancaria, o la entrada de una mazmorra llena de monstruos al lado de un parque infantil. Y a veces, la gente alcanza el borde del pequeño fragmento de la realidad que habita y cae a otro. Desaparece, incapaz de volver a donde estaba, incluso si a todos los efectos sigue viendo las mismas calles que conocía y cosas importantes para ella como su casa o su trabajo siguen existiendo. Eso explica todas las apariciones y desapariciones de personas que has experimentado en tu vida y a las que no has dado importancia. Por eso es imposible hacer censos reales: no puedes censar una realidad en la que la gente existe solo a ratos.
—Joder, llevas razón. —Miyuki comenzaba a verlo. Lo de los censos era un detalle que siempre le había molestado especialmente—. ¿Por qué? ¿Por qué no me había dado cuenta de todo esto?
—Siempre has vivido en este mundo, y heredaste de tus padres su versión rota de la ontología. Ya te lo dije: muy pocos son capaces de plantearse a sí mismos estas cuestiones, y normalmente solo consiguen que les traten como a locos. —El guardia de seguridad echó a caminar hacia la alambrada que había tras el pequeño mausoleo—. Si te quedas tiempo suficiente en el Coin Block, conocerás a personas así. Tendrás que decidir si confirmar que sus creencias son ciertas o, por el contrario, acallar sus temores y convencerles de que este mundo hecho de retales es completamente lógico.
—Pero, ¿cómo te diste cuenta tú? —Miyuki se apresuró a seguirlo—. ¿Tu sentido común no se fracturó o…?
—Ah, es que yo vengo de otro mundo. —Se excusó Niv. Al sentir la mirada asesina del exoficinista, se dio la vuelta y levantó las manos con aire culpable—. Vale, ¿cómo explicarlo? ¿Recuerdas mi analogía en la que este universo es un edificio? Ahora imagina que yo vengo del edificio de al lado. Hay infinitos edificios, y puede que todos esos edificios estén dentro de una planta de un edificio mucho mayor, y así sucesivamente… —El hombre de cabello blanco volvió a caminar—. La realidad posee una complejidad recursiva. Es mejor no pensarlo mucho. La cuestión es que Nerus y yo tuvimos que huir de nuestro propio mundo; buscábamos un lugar en el que escondernos… y creímos que en un universo en ruinas como el vuestro nadie nos encontraría. La verdad es que esperábamos algo mucho peor, una realidad cambiante llena de escenas al azar en la que la mente no podía sobrevivir sin enloquecer. Encontramos esto: un lugar lleno de fallos, sin duda, pero que opera bajo cierta lógica y en el que es casi posible llevar una vida normal. Imagino que el caos tiende a generar su propio orden.
—Vale, llegaste a este universo y, ¿qué? ¿Creaste el Coin Block?
Niv se agarró con ambas manos a la alambrada y miró hacia la calle. Desde donde estaba Miyuki no podía seguir su mirada, pero parecía que la batalla no había terminado todavía.
—Os lo he dicho mil veces. —Niv apoyó la cabeza contra la alambrada—. El Coin Block ya existía cuando llegué a este universo. Yo necesitaba un lugar tranquilo en el que ocultarme, el lugar me atrajo… Y sus habitantes de entonces me dieron la bienvenida. Escucharon mis problemas. Aliviaron mi culpa. No supieron o no quisieron explicarme sus secretos, pero me contrataron como guardia de seguridad al ver mi habilidad con la espada. He vivido aquí desde entonces, y me ha dado tiempo a sacar mis propias conclusiones.
—Y estás deseando compartirlas. —Miyuki apoyó la espalda contra la pared del mausoleo.
—Es importante. —Niv giró el cuello y le miró con sus ojos verdes—. Para empezar, creo que este edificio es el único lugar que está conectado con todos los fragmentos de tu universo. No sé cómo ni por qué. Creo que no se une a ellos permanentemente, sino que va cambiando. Por eso a veces es tan difícil encontrar el camino. Pero si hay un patrón, no lo he descifrado. —El guardia de seguridad volvió a vigilar la pelea—. En cuanto al poder de este lugar, porque es evidente que lo tiene, mi conclusión es que se alimenta de la confianza de quienes entran bajo su techo. El acto de ofrecer una moneda, ya sea de oro encontrada en una antigua tumba o acuñada en un banco moderno, a un completo desconocido… El poder contar tus problemas a un absoluto extraño… El compartir una comida o jugar a algo divertido junto a una persona de otro mundo… Esos momentos son los que desatan la reacción metafísica que nos protege y mantiene a raya a los monstruos. En eso consiste el Coin Block. Por eso quiero que sigáis con mi trabajo, Miyuki. Para que este lugar no desaparezca. Para que unos pocos tengan un refugio cuando sus problemas les superen, cuando la ansiedad les haga ahogarse, cuando el miedo les aplaste… —Niv se pasó la mano rápidamente por delante de los ojos, pero cuando Miyuki se le acercó, no vio en ellos nada similar a las lágrimas—. Quizá sea egoísta, quizá muchos que necesitan este lugar jamás lo encuentren, pero creo que vuestro universo es mejor con el Coin Block en él. No me gustaría que se perdiera. Y ahora ven, mira a tus héroes. La incursión casi ha terminado.
Casi temiendo que un rayo le alcanzara, Miyuki se asomó al vacío. Cinco plantas más abajo, los últimos coletazos de una batalla épica se extinguían. Una diminuta Johana contenía un látigo centelleante con su diminuta hoja, tirando de él y manteniéndolo lejos del resto. La casaca roja de Mahiru ascendía a toda velocidad, pues disparaba hacia abajo y los perdigonazos parecían impulsarle como un jetpack rudimenario. Hizo un elegante giro en el aire, disparó hacia el cielo y cayó a toda velocidad hacia el gigantesco caballo humanoide. Le clavó la punta en la frente y volvió a disparar, seis veces seguidas. Por cada una, se escuchó un bramido de dolor.
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La bestia iluminada de Sagitario se palmeó la frente con fuerza, esperando aplastar a su agresor, pero una sombra engulló al héroe, y se materializó junto al gato que observaba el panorama sentado frente a la entrada del Coin Block. Entonces, la Señora de la Luz hizo acto de presencia apuntando al monstruo con su báculo de cristal y madera blanca: un rayo de luz derribó a la criatura, que se revolvió por el suelo y luchó por incorporarse.
Pero estaba cansada. Aquella no debía ser ni mucho menos la primera vez que caía. Y Zenobia estaba preparada. Miyuki la vio deslizarse por el asfalto a una velocidad de vértigo, fugaz como una patinadora experta, con su katana brillante desenvainada y dejando un rastro helado a su paso. Saltó y dio media vuelta en el aire, quedando cabezabajo, empuñando la espada en un ángulo perpendicular al suelo. El filo cortó la cabeza de la bestia iluminada como si fuera mantequilla. Se escuchó el último estertor de muerte de la portentosa monstruosidad.
Antes de que aquel ronco grito se extinguiera, Zenobia soltó la espada y se cubrió la cabeza con las manos para que no se le rompiera contra el asfalto. El crujido de huesos se oyó incluso desde el tejado. Rodó como una muñeca rota a toda velocidad hasta estamparse con el muro del edificio de enfrente.
—¡Cielo santo! —Miyuki se encaramó a la valla, como si hubiese olvidado que estaban a una altura de cinco pisos y pretendiera saltar a ayudarla—. ¿Estará bien?
—Espero que sí. —Niv apretaba la verja con tanta fuerza que estaba deformando el alambre—. Yo creo en ella, pero jamás debió ser puesta a prueba de esta manera. Ni siquiera en el Coin Block se toman siempre buenas decisiones…
—Ya, ojalá no hubiera decidido traicionarte. —Miyuki no pudo evitar esas amargas palabra.
—No la culpo —susurró Niv—. No culpo a ninguno, ni siquiera a Mahiru. Ya no. Ella les manipulaba desde el principio. A mí me controló durante eones. No somos tan distintos.
—No puedo imaginarlo —admitió Miyuki—. Pero esa Señora tuya… Me preocupa ahora mismo.
La mujer del báculo estaba discutiendo con Mahiru y Johana. El hombre de la casaca tenía al gato negro en su hombro y retrocedía, negando con la cabeza. Johana la amenazaba con su navaja. Parecían a punto de empezar a pelear entre ellos, mientras el cadáver de la bestia iluminada se descomponía en miles de estrellas que ascendían al cielo.
—No lucharán —vaticinó Niv—. En realidad, la Señora de la Luz no tiene nada contra ellos. Nunca habría hecho equipo con gente que no le cae bien, ni siquiera para preservar su disfraz. Siempre fue una caprichosa.
La discusión no se prolongó. Con gesto airado, la dama se giró y caminó hacia el interior del edificio. En lugar de intentar detenerla, Johana y Mahiru corrieron a atender a Zenobia, que seguía en el suelo y no se había movido. Niv se dio la vuelta. Retorció los hilos de alambre enredados entre sus dedos hasta arrancarlos, y entonces los dejó caer. Miró a Miyuki.
—Me encantaría enfrentarme a ella —admitió—. Pero mi nombre le da poder sobre mí. Tiene que hacerlo Nerus. Explícale lo que necesite saber y, por lo que más quieras, no le llames por mi nombre.
—Entendido. —Miyuki estaba nervioso—. ¿Puedo hacer algo más? ¿Puedo ayudaros a luchar o…?
—No eres un guerrero, Miyuki —le recordó Niv con suavidad—. Pero tu gesto te honra. Mantente a salvo, por favor.
Niv caminó hacia el espacio vacío que había en el centro del cementerio. Mientras lo hacía, la extraña espada rúnica cubierta de sombra se materializó en su mano. Una túnica recubrió su cuerpo y una capucha negra cayó sobre su cabeza. Miyuki solo le veía de espaldas, pero sabía que era Nerus. No necesitaba ver sus ojos de brillante color verde ni su rostro juvenil para confirmarlo.
—Ella viene hacia aquí, ¿verdad? —preguntó el espectro—. La presiento.
—Está viniendo. —Confirmó Miyuki—. Suerte.
La Señora de la Luz no tardó en aparecer desde el otro lado del tejado. Su vestido seguía mostrando un aspecto terrible, pero su piel parecía haberse curado de las quemaduras que su propia magia le había infligido. Se detuvo frente al espectro y esbozó una sonrisa sardónica.
—Nerus. El más cobarde del valle de los cobardes. El adalid de la sombra. ¿Quién iba a pensar que la Luz y la Oscuridad chocarían aquí, en un mundo tan alejado del nuestro?
—Ahórrate los preámbulos. —Nerus levantó la espada—. No somos fuerzas antagónicas que chocan para decidir el destino de un mundo en una batalla predestinada. Ya no. Aquí solo somos una rolera cursi y un niñato edgy que han quedado en una azotea para pegarse.
La Señora de la Luz le observó con frialdad.
—Pues vale. Vamos a pegarnos.
Espada y báculo se cruzaron, forjando un arco de chispas blancas y negras al tocarse. Ambos luchadores se movían con cierta lentitud: los dos habían tenido un encontronazo contra el caballo humanoide hacía poco, y aunque Nerus había salido peor parado, en esta pelea parecía al mismo nivel que ella.
—¡Da la cara, Niveus! —gritó la Señora de la Luz, apuntando el báculo al pecho de Nerus y soltando una descarga de energía lumínica—. ¡Deja de ocultarte bajo tu sombra!
—¡Pierdes el tiempo! —replicó Nerus—. ¡Ni te oye ni tiene el poder que buscas!
—¡Me oirá! ¡A fin de cuentas, elegisteis compartir un cuerpo! —se burló la Señora—. ¡Su nombre sacará su consciencia a flote! ¿¡Verdad, Niveus!?
Nerus chasqueó la lengua y arremetió contra ella con una veloz estocada.
—¡Quizá seas más fuerte que los aventureros de este mundo, pero no estás a mi nivel! —se jactó el hombre encapuchado—. ¡Por eso necesitabas a Niveus, ¿recuerdas?! ¡Para esconderte tras él! ¡Yo no soy la misma persona, y tú no eres nada sin tu paladín!
—¡Yo comando la luz, Niveus! —bramó la mujer, y golpeó el suelo con el bastón. Las velas repartidas por el cementerio comenzaron a resplandecer con una luz blanca, pristina, que lo iluminaba todo como si fuera el propio día.
Nerus se echó la capucha hasta la barbilla, tapándose los ojos, y retrocedió levantando la espada en actitud defensiva.
—Buen truco, si lo que quieres es ganar tiempo —reconoció Nerus—. Pero te vas a cansar antes que yo.
—¡No necesito esperar a que te canses! —De repente, la Señora de la Luz agarró su báculo como si fuera un bate y flexionó las piernas en una postura no muy de princesa. Trazó un arco en el aire y golpeó la cabeza de Nerus con fuerza letal. Le derribó, y su capucha cayó a un lado, dejando a la vista el lateral de su cara bañado en sangre—. ¡Tu cuerpo ha pasado los últimos quinientos años comiendo hamburguesas mientras yo cazaba monstruos, inútil! —le aleccionó—. ¿¡Crees que seguimos al mismo nivel, Niveus!? ¡Como aventurera, te he superado!
—Ahí estás. —Aun tendido en el suelo y cegado por la luz, Nerus sonrió—. ¡Voy a necesitar tu ayuda para esto, Niveus!
Nerus se levantó, empujado por una fuerza invisible. De repente, su espada comenzó a brillar, transformándose en una larga katana blanca con la hoja llena de runas nórdicas. Sus ojos seguían siendo verdes, pero en cada uno de ellos brillaba un punto de luz azul. Si rostro envejeció un poco, pero no tanto como para llegar al aspecto que solía mostrar Niv. Varios mechones de pelo se volvieron grises y se erizaron, formando una corona neblinosa sobre su cabello blanco. En su túnica, antes completamente negra, se dibujaron unos ribetes dorados que corrían como oro fundido, tanto en los bordes como en las mangas.
Parecía como si hubiera crecido varios centímetros. Las velas se apagaron, y sobre las lápidas comenzaron a dibujarse runas brillantes. Un remolino de luz y sombras agitaba la túnica del espadachín.
La Señora de la Luz saltó hacia atrás y creó un muro de luz en el aire.
—¿¡La forma original!? —chilló—. ¡Imposible! ¡No te saldrás con la tuya, Niveus!
—Yo también sé jugar a eso, Kaori Mornstar —dijo la voz del hombre, que no era ni la de Nerus ni la de Niveus. Se volvió un instante para observar a Miyuki, que presenciaba la pelea sin dar crédito a sus ojos—. Observa bien, Miyuki Sebu, porque nunca volverás a ver algo así en este mundo. Esta es la magia de los nombres. La magia de las identidades alternativas. La magia de Frontera.
Levantó la katana blanca, y las runas que había dibujadas en todas las tumbas volaron hacia él y se prendieron a los bordes dorados de la túnica. Con los ojos muy abiertos, la Señora de la Luz sostuvo el báculo con las dos manos. La barrera que había erigido brilló con tanta fuerza que se volvió opaca.
Y entonces, Nerus se deslizó hacia ella. Se estampó contra el muro de luz, que explotó como el cristal de un escaparate. Niveus cayó de rodillas, a espaldas de la mujer, y la katana se desvaneció de sus manos. Su ropa se deshizo en hilos que se descomponían en el viento que agitaba su pelo. Una vez más, parecía un señor con el cabello descuidado y una camiseta vieja.
Pero la Señora de la Luz crujió. Pareció oscilar hacia la izquierda, pero también hacia la derecha. Aunque solo una mujer se había enfrentado al espadachín, dos cayeron al suelo. Una era la jefa de Niveus, con su vestido hecho jirones y su báculo imponente. La otra era Kaori, con su ropa de seda colorida y la lanza unida a una bola de pinchos. Habían sido divididas.
Miyuki corrió hacia las mujeres inconscientes. No daba crédito a sus ojos.
—Pero, ¿¡cómo…!? —Levantó a Kaori Mornstar en brazos. Estaba completamente ilesa; simplemente dormía—. ¡Si son la misma persona!
—Lo eran, pero ya no. —Niv se puso en pie, tambaleándose—. Es el mismo truco que Nerus y yo usamos para separarnos originalmente. Ha sido una locura intentarlo aquí, eso sí. El espectro siempre ha estado como una puta regadera —sonrió—. Aunque es agradable no tener que ser yo quien sufre sus trucos de mierda, por una vez.
—No lo entiendo. —Miyuki miró a la mujer que tenía entre sus brazos—. Entonces, ¿Kaori es real o no?
—Kaori es un personaje que la Señora de la Luz se inventó, una identidad que se forjó en este mundo. —Niv se encogió de hombros—. A pesar de sus engaños, era coherente consigo misma. Disfrutaba ayudando a los demás. Le gustaba ser Kaori. Y eso es lo más importante para que esto funcione. Las dos eran personas de verdad, unidas por la mentira, y el poder de los nombres me ha permitido dividirlas. Kaori no recordará que una vez fue la Señora de la Luz. Solo sabrá quién es ella; y este mundo necesita gente así.
—¿Y la otra qué? ¿La matamos? —Miyuki miró a la mujer que yacía junto al báculo.
—Preferiría no volver a matar a nadie a sangre fría. —Niv dijo aquello con una tranquilidad espantosa—. He pasado siglos expiando mis pecados, no voy a añadir otros nuevos a la lista. Nos exiliaré a ambos a nuestro mundo, antes de que ella despierte y me exilie a mí primero. Junto con Kaori, le he extirpado todos sus recuerdos de este universo. No podrá volver, ni tendrá una razón para hacerlo. Pero no funcionará si no la arrastro conmigo. Ella tiene poder sobre mí, no al contrario.
Miyuki soltó a la aventurera con cuidado, recostándola contra un muro de mármol negro. Caminó hacia Niv.
—Entonces, ¿esto es el adiós? —preguntó el exoficinista—. Porque con todo lo que acabo de presenciar y oír, estoy muy lejos de poder empezar a procesarlo.
—Lo siento, pero no puedo quedarme. —Niv miró a su alrededor—. Aun así, me falta algo. El Núcleo de Sombras ya debería haber… Sí, vale, ahí está.
El gato negro corría hacia el hombre albino. Saltó hacia él y, como licuándose, se incrustó en la camiseta convirtiéndose en un dibujo. Ahora había un felino acurrucado a los pies de la mascota de Hanmachi Salesroad, y parecía que ronroneaba.
—¿Pero qué…? —Miyuki se acercó para examinar la camiseta de cerca.
—Ni me mires. —Niv se encogió de hombros—. El gato es de Nerus. Yo tampoco sabía que podía hacer eso. Da un poco de miedo. —El hombre de blancos cabellos se arrodilló junto a la Señora de la Luz y la cogió de la mano. Miró el báculo, pensando en si dejarlo allí, pero al final decidió llevarlo también con él—. Bueno, va siendo hora de…
—¡NO! —chilló Hotaru, cruzando el cementerio a toda velocidad—. ¡NO PUEDES IRTE!
Saltó sobre Niv y se abrazó a él. Debía haber seguido al gato.
—Hotaru, te dije que…
—¡No te vayas, Niv! —Hotaru estaba llorando—. ¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡Por favor!
—Pero…
—¿Es que no lo ves? Eres la única persona que me entiende. ¡Si te vas de aquí, estaré completamente sola! —Hotaru se agarró a él con fuerza—. No podré hacer nada más. No podré hablar con nadie de verdad. ¡Eres el único en quien confío!
—Eso no es cierto. —Niv la miró con severidad—. Puedes confiar en Miyuki. En Neigail. En Yumi. Incluso en Paul, si decides buscarle. Has conocido a muchísima gente mientras vivías aquí, Hotaru. Te bloqueas al hablar. Te agota interactuar con otros. Créeme, sé lo que es eso. Pero estás encontrado tus propias formas de comunicarte. De crear intimidad. Tu manera única de ser feliz. Yo no he tenido nada que ver en eso.
—¡Pero tú cuidas de mí! —protestó Hotaru—. ¡Niv, yo… yo…!
—Aprenderás a vivir sin depender de una única persona. —El hombre canoso le puso una mano en la cabeza—. Pero no dudes ni por un segundo que te echaré de menos cada día, Hotaru. Os echaré de menos a todos —añadió, mirando a Miyuki, que asintió conteniendo sus propias lágrimas—. Y ahora aparta, renacuaja, que me estás llenando la camiseta de mocos.
Como llevada por un instinto primordial, Hotaru se puso roja y se apartó de un salto. Miró la ropa de Niv, un poco húmeda pero completamente limpia.
—Pero si no he…
—Hala, hala. —Niv soltó una carcajada—. Has caído en mi trampa, pequeña hacker. Ahora escuchadme —añadió, pero miraba sobretodo a Miyuki—. Yo no comprendo todos los secretos de este universo. Fui perezoso. Tuve cientos años para investigar, pero me lo tomé con calma. Creía que dispondría de tiempo infinito, y ahora ya veis. ¿Por qué en esta realidad, hecha de mil mundos, no existen las hadas, los elfos, los ángeles, los trasgos…? ¿Por qué los únicos seres sensibles son los humanos, dónde están todos los demás? ¿Y qué pasa con los monstruos? Debería haber una diversidad casi infinita, pero solo he conocido unas criaturas nombradas en honor a constelaciones, que funcionan bajo unas reglas muy específicas. ¿Quién creó el Coin Block? ¿Y para qué? —El guardia de seguridad miró a su alrededor, antes de abandonar su puesto para siempre—. Para mí será una incógnita, una que me acompañará siempre, pero para vosotros… Quizá sea importante averiguarlo. Mantened este lugar vivo, amigos míos. Confiad los unos en los otros. —Bajó la mirada al suelo, avergonzado—. Yo os querré siempre.
Dijo una última palabra, una que no comprendieron, y tanto la Señora de la Luz como él se desvanecieron. No hubo un destello, ni una espiral de humo, ni se transparentaron lentamente. Sencillamente, un instante estaban allí y al siguiente no.
Hotaru cayó al suelo, de bruces, sobre el lugar donde había estado su protector. Volvió a echar a llorar, con la cara enterrada en sus brazos. Sus gafas estaban tiradas junto a ella. Miyuki se arrodilló y las recogió con cuidado. Le costó convencerla, pero la obligó a levantarse y la abrazó mientras él mismo trataba de no llorar también.
Había sido el día más extraño de la vida de Miyuki, y quizá también el más triste. Jamás se había planteado la naturaleza de su propio universo, y nunca antes había perdido un amigo para siempre.
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¡No os vayáis, que ahora después llega la escena poscréditos!
Pero antes de terminar, vamos a dar unos cuantos agradecimientos.
Gracias a Habimaru, EspeYuna y Nemârie, que como de costumbre fueron mis lectores beta.
EspeYuna además es VTuber, y en su canal (https://www.twitch.tv/espeyuna_) ha recomendado The Coin Block por activa y por pasiva. ¡Gracias por tanto! ¡Id a verla!
Gracias a mi hermana, que ha movido esta historia en sus propias redes y la ha seguido con muchísimo entusiasmo, trayendo con él a nuevos lectores.
Gracias a Nani y a Santi, que tras descubrir la existencia del Coin Block también han corrido la voz.
A todos los que en su día formaron parte de Frontera y/o de Valle Sin Sol. La conexión de este relato con esa vieja historia y con el juego de rol que yo mismo diseñé es tenue, pero importante en los últimos capítulos.
Y por supuesto, a ti.
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POST CRÉDITOS
Kotaro corría por los callejones a toda velocidad. Los matones más feroces de un instituto rival le perseguían para darle una paliza, así que no podía aflojar el ritmo ni un segundo; habían decidido reventarle a hostias con solo ver su uniforme.
La guerra entre ambas escuelas importaba muy poco a Kotaro. Quería detenerse, quitarse su maldito uniforme y pisotearlo delante de ellos, explicarles que los matones de su propio instituto ya le pegaban lo suficiente. Pero no podía hacerlo, eran como perros rabiosos y no le escucharían. Solo podía correr hasta que sus fuerzas se agotaran.
Giró una esquina y se lanzó hacia un edificio de aspecto extraño, con la fachada cubierta de coloridos anuncios. Entró por la puerta y miró a su alrededor. Había máquinas expendedoras por todas partes. ¡Mierda, era peligroso! ¡Si le acorralaban allí…! Había unas escaleras, pero al usarlas quizá se encerrara a sí mismo aun más. ¿Probaba a salir…?
—Buenas tardes, joven —dijo una voz.
Al principio no lo había visto, pero había un hombre sentado en un banco. Llevaba una camiseta con el logotipo de una vieja empresa de galletas, y sobre ella colgaba una maltrecha corbata negra.
—No tengo tiempo para esto —replicó Kotaro, jadeando—. Si es una estafa…
—¿Una estafa? —el desconocido rio. Su pelo negro peinado a raya relucía bajo la luz de los fluorescentes—. ¡Pero si solo quería invitarte a comer! —Se sacó una moneda del bolsillo y la lanzó al aire con el pulgar, solo para cazarla con la mano y tendérsela un segundo después—. Yo soy Miyuki Save. Sí, como en Save Point. —Le guiñó un ojo—. ¿Qué te trae por aquí, joven? ¿Cómo te llamas?
—Yo soy Kotaro. —El joven no se acercó, reacio a aceptar la moneda—. Pero…
—¡Eh, tú, capullo! —gritó una voz en la calle—. ¿Vas a salir de ahí o quieres que entremos nosotros?
El grupo de estudiantes uniformados había dado con Kotaro mientras perdía el tiempo. Algunos reían, pero la mayoría mostraban expresiones de odio.
—Caramba, han llegado hasta aquí. —Miyuki Save parecía sorprendido—. Sí que debían pisarte los talones. ¡Eh, Zeta, a currar!
—No estoy sorda, jefe.
Había un hueco en el que faltaba una máquina expendedora. Kotaro no la había visto al principio, pero allí se sentaba en una silla una chica de aspecto extraño. Llevaba una camisa roja a cuadros bajo una chaqueta de cuero, y también unos shorts vaqueros. Unas medias a rayas adornaban sus piernas, y de su espalda colgaba una katana. Un adorable cubito de hielo sonriente pendía de la empuñadura.
Llevaba un parche en el ojo.
La joven desenvainó la espada, pero la dejó cuidadosamente sobre un banco y en su lugar empuñó la vaina con la mano derecha. Se encaminó hacia el grupo de matones, que estallaron en carcajadas al verla.
La tal Zeta se sacó un mando a distancia del bolsillo. Puso el pulgar sobre un enorme botón rojo.
—¿Podrás con ellos? —preguntó Miyuki, mirándola de reojo.
—¿Por quién me tomas, Save? —preguntó ella, con una carcajada—. Este trabajo es de los fáciles. Disfrutad de la comida —dijo alegremente, mientras atravesaba la entrada y se encaminaba hacia la horda de estudiantes violentos.
Apretó el botón y la persiana del Coin Block, cubierta de abolladuras y con un brillante círculo dibujado en el centro, cayó con un estruendo.