Era tarde. Las luces del Coin Block se reflejaban en el asfalto bajo los pies de los aventureros. Un viento helado les azotaba, instándoles a encontrar refugio. Pero por primera vez, Zenobia no quería llegar a aquel lugar. Todavía no había asimilado lo que estaban a punto de hacer.
La joven de la katana se detuvo.
—Un momento. ¡Un momento, por favor! —Zenobia alzó la voz—. No puedo hacer esto.
El trío legendario paró de andar y se dio la vuelta. Kaori le dedicó una sonrisa comprensiva, pero Mahiru la observó con hostilidad y Johana pareció irritada.
—Ya lo hemos hablado, Zenobia —dijo Johana.
—No puedo. —La joven agachó la cabeza—. Sé que tenéis buenas razones para pensar lo que pensáis, pero yo sigo creyendo que es una locura. Él fue quien me tendió una mano cuando estaba perdida. No me ha mostrado otra cosa que bondad.
—Lo sabemos, Zenobia. —Johana se puso las manos en las caderas—. Pero, ¿nunca te has planteado por qué hace todo esto? ¿Qué gana él?
—Quizá sea nuestro enemigo y quizá no —añadió Mahiru—. No obstante, guarda secretos que podrían salvar a miles de inocentes de los monstruos. ¿Crees que una buena persona haría eso?
—Yo también creo en él, Zenobia —añadió Kaori, con voz suave—. Sin embargo, confío todavía más en mis compañeros. Con las cosas que sabemos, al menos merecemos una explicación
—No lo sé. No creo que Niv me deba nada… —Zenobia negó con fuerza.
—En ese caso, quédate al margen. —Mahiru zanjó el asunto—. Protege a los residentes del Coin Block. Ellos no tienen la culpa de esto. De todos modos, nosotros tres podemos de sobra.
—No tengo eso tan claro. —Johana puso la mano en el hombro de Mahiru y le obligó a mirarla a los ojos—. No te confíes. Tú no le viste la última vez.
—Hum.
El trío legendario entró en el Coin Block con las armas desenvainadas. Precisamente aquel día el vestíbulo tenía que estar lleno de gente. Hotaru estaba junto a Yumi; veían fotos en su teléfono y reían en voz baja. Miyuki se sentaba con Niv, y ambos compartían un gran recipiente lleno de patatas fritas. Neigail se encontraba delante de una máquina expendedora, cruzada de brazos, como planteándose si valía la pena gastar otra de sus monedas.
—¡Hala, hala! —Hotaru fue la primera en reaccionar—. ¡Bajad esas armas, gente! ¡Cualquiera diría que venís a atacarnos!
Sumida en la vergüenza, Zenobia entró bastante por detrás del trío. Evitó mirar a Niv directamente. Vio como los héroes se colocaban formando un triángulo alrededor del señor de blancos cabellos.
—Eh, pero, ¿qué narices…? —Miyuki miró alternativamente a los tres—. ¿Qué os pasa?
—Será mejor que te alejes de ellos, Miyuki. —Niv habló con voz tranquila—. Me parece que van en serio.
—Ya le has oído. —Mahiru se colocó delante de Niv y le apuntó al pecho con su bayoneta. Kaori casi le pinchaba el hombro izquierdo con su lanza, y Johana no le quitaba ojo mientras aferraba su navaja automática con ambas manos.
—¿Qué tal las costillas, Mahiru? —preguntó Niv, y se lanzó una patata a la boca—. Espero que te dieran el alta sin problema.
—¡Silencio! —exclamó el héroe.
—¿¡De qué demonios va esto!? —Hotaru se soltó del brazo de Yumi y corrió a interponerse entre Niv y Mahiru—. ¿¡Es que os habéis vuelto locos!?
—¡Zenobia, haz algo! —ordenó Mahiru—. ¡Al menos, mantenlos apartados!
La aludida se maldijo a si misma, pero obedeció. Empuñó la katana con su funda, sin molestarse en desenvainarla, y caminó hacia Hotaru.
—Tienes que moverte de ahí, Hotaru. Por tu propio bien. —Zenobia golpeó con la funda el banco en el que Niv estaba sentado—. ¡Quítate de en medio de una vez!
—Joder, Zeta. —Hotaru miró un segundo a Niv a los ojos, como pidiéndole indicaciones. Por fin, asintió y se quitó de la trayectoria de la bayoneta.
Niv se levantó con las manos en alto.
—Muy bien, ¿de qué va esto?
—Te acusamos de ser la bestia iluminada de Sagitario y de comandar las hordas de monstruos que asolan esta ciudad, Niv. —Mahiru tocó casualmente una de las palancas que había en el lateral de su bayoneta. De inmediato, unas llamas blancas bailaron en la afilada hoja de acero anexada a su arma.
—Ah. —Niv bajó las manos y se cruzó de brazos, tranquilamente. Su camiseta, decorada con la mascota de una vieja avenida comercial, quedaba iluminada por el fulgor pálido que emitía el arma de Mahiru—. Pues no, no soy yo. ¿Es todo?
En la esquina, a pesar de la tensa situación, Neigail no pudo contener una breve carcajada. Mahiru la observó con irritación antes de proseguir.
—El lugar que regentas es el único al que los monstruos no se acercan. —El héroe retrocedió un paso—. Se nos ha dicho que tan solo la bestia iluminada puede ejercer ese tipo de control sobre ellos. Tenemos otras razones para pensar que tú eres quien está detrás de todo. —Mahiru cerró un ojo—. Pero puedes probar tu inocencia. Revélanos los secretos del Coin Block. Explícanos cómo has protegido a los innumerables huéspedes que han pasado bajo tu techo. Quizá no me creas, Niv, pero quiero confiar en ti. Por favor.
—Si quisieras confiar en mí, no habrías venido hoy. —Niv giró lentamente. Echó un vistazo a Johana. Miró brevemente a Kaori. Ni se fijó en Zenobia, lo que fue para ella doloroso y tranquilizador a partes iguales.
—¿Te niegas a responder? —preguntó Johana, enfadada.
—No puedo revelar secretos que no conozco. —Niv se encogió de hombros—. ¿Queréis que pruebe mi inocencia? Está bien. Saldré del Coin Block un par de semanas. Vosotros quedaos aquí. Cuando no aparezca ningún monstruo, sabréis que decía la verdad.
—¿¡Crees que dejaremos que huyas!? —Kaori sobresaltó a todo el mundo con su grito. Colocó la punta de su lanza bajo la barbilla de Niv. En el otro extremo, la bola de pinchos se balanceaba como un péndulo—. ¡No puedes revelar tu secreto porque eres la bestia! ¡Ahora me doy cuenta!
—¡Kaori, eso no tiene ningún sentido! —chilló Hotaru—. ¡Tienes que calmarte, tú no eres así! ¡Él no…!
—¡SILENCIO! —Mahiru apuntó al techo y disparó. Una cascada de escombros cayó sobre un banco vacío. Todos se taparon las manos con los oídos, excepto Zenobia, los tres héroes y el hombre canoso—. ¡Se te acaba el tiempo, Niv! ¡Habla o muere!
—Vale, vale, está bien. —Niv tosía por culpa del polvo. Se sacudió el pelo con las manos y se giró para mirar a Johana—. Escucha, te dije que era el guardia de seguridad de este lugar, ¿no? Lo siento por esto. Intentaré no haceros daño. Solo hago mi trabajo.
Con aquellas casuales palabras, Niv se transformó. Una armadura de placas blancas y malla plateada le envolvió. Una espada se materializó en su mano. La capa azul se entretejió a su espalda, ondeando como si tuviera voluntad propia, y el extremo acabó en la cara de Mahiru. Sobresaltado, el héroe disparó a ninguna parte. Un boquete se abrió en una pared, por encima de las máquinas expendedoras.
—¡Cuidado! ¡Vas a darle a alguien! —chilló Zenobia, y corrió a interponerse entre la pelea y los huéspedes del Coin Block. Hizo lo posible por ignorar la mirada de odio que le clavaba Hotaru.
—¡No me gustan las armas de fuego! —Niv agarró la bayoneta con ambas manos y la levantó. Arrastrado por aquella fuerza inesperada, Mahiru pataleó en el aire, negándose a soltar su arma. Johana aprovechó para apuñalar el costado del guardia de seguridad, pero la cota de malla hizo rebotar su embestida, y la electricidad no pareció hacerle ninguna mella.
Y entonces sucedió.
—¡Suficiente! —dijo una voz que jamás habían escuchado, pero que brotaba de la boca de Kaori—. ¡Me has jurado lealtad, artero paladín! ¡Arrodíllate ante mí, Niveus!
Todos la miraron. El colorido atuendo de seda de Kaori se estaba convirtiendo en una vestimenta muy diferente, un vestido blanco que podría haber pertenecido a una princesa medieval. Su cara se transformó completamente, y su pelo se volvió dorado; unos lazos blancos lo recogieron y peinaron por sí mismos, trenzándolo a su espalda. La lanza que sostenía refulgió y se convirtió en un báculo de madera blanca y cristal. La cadena que sostenía la bola con pinchos se partió y la esfera cayó al suelo, como un cascarón vacío.
—¡Kaori! —gritó Mahiru. Niv le había soltado y retrocedía sin comprender nada, abrazado a su bayoneta—. ¿Quién…? ¿Cómo…?
—¡Eras tú! —gritó Johana—. ¡La viajera que nos habló de Niv! ¡Eras tú todo este tiempo! Pero, ¿por qué…?
Zenobia desenvainó su katana. No estaba segura de lo que estaba ocurriendo, pero sospechaba que le convenía tenerla a mano.
Niv había hincado una rodilla en el suelo y había depositado su espada frente a quien había sido Kaori. Se apoyaba en las palmas de sus manos, pero levantó la cabeza. Sus ojos brillaban con una luz azul.
—Ha pasado mucho tiempo, mi Señora —dijo el caballero—. No esperaba verla por aquí. Ha hecho un buen trabajo disfrazándose… Nunca sospeché de Kaori.
—Ah, Niveus. —La mujer del vestido blanco negó con desaprobación—. ¿Cómo acabó mi paladín en semejante cuchitril? Cuando te reconocí, no daba crédito a mis ojos, pero tenía que esconder mis cartas…
—¡Ya basta! —Mahiru apuntó a la mujer del vestido a la cara—. ¡Exijo una explicación! ¿Qué está sucediendo? ¿¡Dónde está Kaori!?
—Kaori Mornstar no es más que un personaje que me inventé para encajar mejor en este mundo. —La mujer se encogió de hombros—. Me encariñé bastante de ella, la verdad. Es una versión de mí misma que me encantaría haber sido. En cuanto a lo que está sucediendo… Nada ha cambiado, Mahiru. He venido a obligar a Niveus a contarme sus secretos.
—¿Niveus? —Johana negó con la cabeza—. No entiendo nada.
—Las historias que os conté eran ciertas. Niveus solía ser mi mejor caballero, aquel que erradicaba la oscuridad a su paso. Extinguió a varias razas enemigas de la Luz. Realizó toda clase de atrocidades en mi nombre. Lo que nunca os dije es que todo aquello sucedió en otro mundo, el lugar del que venimos. —La mujer soltó una carcajada—. Por eso él estaba tan convencido de que nadie podría recordar su pasado.
Zenobia miró el rostro de Niv. Tenía una mueca de desdén, y el odio se evidenciaba en sus ojos fijos en aquella mujer.
—¿Otro mundo? ¿Es que os habéis vuelto locos? —Mahiru avanzó.
—Retrocede, joven héroe. Tendrás lo que querías. Niveus, no puedo ordenarte que me cuentes lo que sabes. Pese a todos mis esfuerzos, tus palabras siempre fueron solo tuyas. ¡Insolente! —Golpeó con la vara de cristal el rostro del hombre arrodillado—. Pronunciaste tus juramentos de forma que pudieras seguir guardándote tus secretos. Tardé siglos en darme cuenta.
—Mi Señora, aunque os hubiera jurado decir la verdad, mi respuesta no cambiaría. —Niv parecía indiferente al reguero de sangre que descendía de su ceja rota—. El poder del Coin Block no es mío. ¿Acaso me creéis capaz de crear un lugar como este?
—Veremos. —La Señora de Niv curvó los labios en una diminuta sonrisa—. Sigo teniendo poder sobre ti. Puedo desterrarte a nuestro mundo original con una sola palabra. He estado escondiendo huevos de monstruo por todo este edificio. En cuanto desaparezcas, eclosionarán. ¿Qué te parecería eso? Tus queridos huéspedes contra un montón de bestias hambrientas…
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—¡La lavadora! —gritó Johana, sobresaltando y confundiendo a todo el mundo—. ¡No la estabas arreglando! Pero entonces… ¡Es cierto! ¡Estarán en todas las plantas!
—¿¡Es que te has vuelto loca, Kaori!? —A falta de otro nombre, Mahiru seguía empleando el que conocía.
—No eclosionarán. —Niv lamió la sangre que corría por encima de su labio—. Pero tampoco hará falta. Veo que te has traído un amigo. Decidme, Mahiru, Johana y Zenobia. Si yo soy la bestia iluminada de Sagitario, ¿aquello qué es?
—Oh, joder. —Zenobia miró hacia la entrada—. Lo que faltaba.
Un caballo humanoide de al menos tres metros se acercaba al Coin Block. Era delgadísimo, y sus extremidades se retorcían de forma extraña para convertir aquel esqueleto cuadrúpedo en una criatura bípeda. Era completamente negro, pero una crin dorada le caía sobre el rostro y sobre los brazos como una melena. Casi le cubría los ojos redondos, que brillaban como focos azules en la noche. En su mano de tres dedos portaba un látigo hecho de electricidad pura.
—Anda, mi elemento favorito —masculló Niv, con sorna.
—¡Kaori, libera a Niv! —ordenó Mahiru—. ¡Nuestro verdadero enemigo está ahí mismo! ¡Ya resolveremos esto luego!
—Oh, no te preocupes por él. —La mujer con aspecto de princesa sacudió una mano, como restando importancia a la situación—. No atacará todavía. Tiene tanto interés como nosotros en escuchar los secretos de Niveus.
—Johana. —Con evidente esfuerzo, Niv apartó la vista de su Señora y miró a la mercenaria—. El mando a distancia está oculto en mi costado derecho. Sabes para qué es.
La aventurera asintió. Guardó su navaja y saltó junto al hombre arrodillado. Rebuscó entre los pliegues de su cota de malla hasta dar con un modo de acceder al bolsillo interior y extraer el aparato. En cuanto lo hizo, pulsó el botón rojo. La persiana cayó como la reja de un castillo medieval.
Se oyó un trueno, y a continuación un chisporroteo. Saltaron chispas de la persiana metálica. Del otro lado venía un bronco e interminable bramido. Detrás de Zenobia, los residentes del Coin Block chillaban.
—Sabes que eso no le retendrá mucho tiempo, ¿verdad? —preguntó la mujer.
—Me doy cuenta. —Niv parpadeó—. Ahora entiendo muchas cosas. Te da igual con quién aliarte mientras te salgas con la tuya, por lo que veo. Fue la bestia iluminada quien te proporcionó toda esa información sobre los monstruos. ¿También te dio los huevos?
—Es mejor enfrentarnos a unos pocos monstruos con los que se puede razonar que a una marabunta enfurecida e interminable —se justificó la Señora—. Cuando todas las bestias iluminadas aparezcan, ellas mismas extinguirán al resto de monstruos y reinarán sobre los humanos. Pero para lograrlo, necesitan tu poder. Yo necesito tu poder. Este es mi ultimátum, Niveus. Habla o resígnate al destierro.
—¿A estas alturas todavía no lo has entendido? —Niv entrecerró los ojos—. No me gustan los putos ultimátum. Puedes desterrarme a mí, pero no podrás hacerlo si yo no soy yo. —El caballero de la armadura blanca exhaló un sonoro suspiro—. No pensé que tendría que recurrir a esto nunca. ¡Te toca relevarme, Nerus!
—¿¡Qué!? —Por primera vez, la mujer vestida de princesa pareció alarmada. Zenobia estaba segura de no ser la única que había perdido el hilo hacía rato.
Una nube de oscuridad había envuelto a Niv. El hombre comenzó a ponerse en pie, mientras la armadura se desvanecía y era reemplazada por una túnica negra. Sus manos desaparecieron de la vista, y solo pudieron ver sus pantalones verdes y sus botas marrones un segundo antes de que se pusiera en pie. Una enorme capucha oscura le cubría el rostro, pero se la echó hacia atrás. Casi todos los presentes ahogaron un grito.
Era como si Niv hubiera rejuvenecido veinte años. Sus facciones eran las mismas, pero parecía más lleno de energía y menos calmado. Ahora era totalmente lampiño. Sus ojos brillaban con un fulgor verdoso, y su cabello blanco parecía más albo que nunca; bailaba ante el menor roce del viento. Miraba a su alrededor, sonriente, como si lo viera todo por primera vez. Quizá así era.
—Joder, Niveus —dijo, y su voz era también muy distinta de la de Niv—. ¿En qué me has metido ahora? ¿En serio me has dejado a solas con tu jefa?
—¡Tú! —la Señora le apuntó con el báculo—. ¿¡Es que estáis compartiendo cuerpo!?
—¿Eh? Ah, sí. —Nerus se encogió de hombros—. Éramos la misma persona originalmente, ¿recuerdas? Nos estamos turnando para usar este cuerpo. Mil años él, mil años yo… ya sabes, el típico Round Robin. Aunque creo que has hecho que me llame antes de tiempo.
—¡Maldita sea! ¡Estaba tan cerca! —la mujer del vestido de princesa estampó su bastón contra el suelo, haciendo estallar una baldosa.
—¡Eh, eh! —Nerus levantó ambas manos, preocupado—. Me encantan los clichés de villano tanto como a cualquiera, pero limitemos los daños a la propiedad. —Al no recibir respuesta, el hombre de la túnica negra miró a su alrededor—. A ver, me falta todo el contexto. ¿Alguien me explica lo que está ocurriendo aquí?
—¿Quién narices eres tú? —exigió saber Hotaru—. ¡Devuélvenos a Niv!
—¿Niv? —El desconocido echó a reír—. Me gusta. Creo que voy entendiendo algunas cosas. Venga, os lo sacaré con sacacorchos. A ver, ¿qué quería la cosplayer de Zelda obligarle a hacer?
Zenobia no intentó entender la referencia. Si realmente Niv y Nerus venían de otro mundo, no valía la pena. Se adelantó e intentó ofrecer al hombre de blancos cabellos las respuestas que claramente necesitaba.
—¡Quería que Niv le revelara los secretos de este lugar! —gritó la joven de la katana—. ¡Este es el Coin Block, su hogar, un lugar al que los monstruos no pueden acercarse! ¡Bueno, a excepción de uno que hay en la puerta y que controla a todos los demás!
Nerus silbó.
—¿Este garito es de Niveus? ¿Tras todos estos años al fin ha desarrollado buen gusto? Creo que voy a llorar. —Nerus metió la mano en un pliegue de su túnica y sacó una extraña espada. Estaba cubierta de runas, y la guardia se curvaba en direcciones opuestas a un lado y al otro. Una fina película de niebla parecía recubrir el acero—. Supongo que lo más urgente es matar al monstruo, entonces. No sé qué hacéis todos aquí hablando, la verdad.
El joven de la túnica negra guiñó un ojo a la Señora del báculo, que le miraba con odio, y corrió hacia la persiana. Se oían potentes golpes que caían sobre ella, abollándola, y torrentes de chispas blancas llovían en todas direcciones cuando el látigo la alcanzaba desde el otro lado.
—¡Electricidad! Mi elemento favorito. —Nerus se detuvo frente a la persiana. Había sonado casi exactamente igual que Niv un rato antes.
—¿¡Estás loco!? —Johana tenía el mando entre las manos—. ¡No pienso abrir la persiana!
—Ah, no hace falta. —Nerus se dio la vuelta para mirarlos—. A ver, seguramente gane yo, pero si esa cosa me mata seréis la última línea de defensa. Boy Scout, poligonera, niña otaku… —Nerus hizo una torpe reverencia a Mahiru, Johana y Zenobia—. Proteged con vuestras vidas a los enepecés. Sin ofender —añadió, dedicando un gesto de paz a una conmocionada Hotaru—. ¡Hasta luego!
Saltó a través de la persiana y desapareció. Acababa de atravesarla, como si no fuera una persona tangible. Escucharon su grito de guerra al otro lado, y una ominosa carcajada equina como respuesta.
—¿Qué…? —Mahiru corrió hasta la persiana y la tocó con la punta de su bayoneta. Era perfectamente sólida.
—Olvidaba que ese gusano es, al menos para lo que le conviene, un espectro. ¡Apartad! —La Señora del báculo caminó hacia la persiana con paso decidido. Colocó el extremo contra la puerta de metal y dijo una palabra que nadie comprendió.
Hubo un destello cegador, en el sentido más literal. Zenobia tardó unos treinta segundos en poder volver a ver, e incluso entonces había manchas negras flotando delante de sus ojos. Por el sonido, esperaba ver un boquete en la persiana y a la Señora del báculo corriendo al otro lado, pero lo que se encontró fue muy diferente.
La persiana estaba intacta. Pero tenía un círculo dibujado en el centro, un contorno perfecto que dejaba a la vista lo que había realmente bajo la capa de pintura metálica. Se trataba de un material que Zenobia no había visto nunca, pero que relucía como si conservarse parte del ataque lumínico que había recibido. ¿Qué era? Parecía algo a medio camino entre el plomo y el cristal, si es que aquello tenía algún sentido.
Y fuera lo que fuese, había rechazado a la jefa de Niv. La mujer estaba tirada en el centro del vestíbulo, con la piel quemada como si hubiese tomado el sol durante doce horas y el vestido hecho jirones. Se levantó temblando, apoyándose en su vara. El pelo se le soltó, ya que las cintas que lo sostenían parecían ocupadas uniendo los restos de su indumentaria para componer un atuendo razonablemente decoroso con la tela que quedaba.
—¿Es que nada en este sitio es lo que parece? —gruñó la mujer, y miró a Johana—. Dame el mando.
—No te voy a dar una mierda. —La mercenaria hizo aparecer la navaja electrificada en su mano—. Ya tengo claro de qué lado estoy, Kaori, o como sea que te llames. A mí solo se me traiciona una vez. Acércate un paso más y te degüello.
—Bah, no tengo tiempo para esto. —La Señora se dio la vuelta y caminó con toda dignidad hacia las escaleras—. No es la única forma de abandonar este edificio. Saltaré desde el tejado —declaró, con tanta indiferencia como si hubiera anunciado que iba a usar un ascensor.
En cuanto desapareció, lo que quedaba del trío legendario se reunió.
—No quiero escuchar tu te lo dije. —Mahiru se adelantó a Zenobia—. Yo sabía que Niv nos ocultaba cosas. Es solo que… ¿cómo iba a esperar esto?
—Kaori. —Johana apretó los dientes—. Joder. Tanto tiempo haciéndose la tonta para engañarnos. Lo convenientemente que desapareció el día que vimos a la viajera, la información que nos trajo sobre los monstruos sin dejar claro de donde salía… Teníamos que haberlo visto venir.
—¿Cómo ibais a verlo? —Zenobia negó con la cabeza—. Todo eso da igual ahora. Tenemos que sobrevivir. Tenemos que proteger a quienes no pueden luchar.
—Gracias, supongo —dijo una voz detrás de ella.
Era Hotaru. Iba de la mano de Yumi, y se notaba que había estado llorando. Neigail y Miyuki estaban tras ellas, sosteniéndolas por los hombros. Parecían la foto de una familia disfuncional.
—Hotaru. —Zenobia no estaba preparada para aquella conversación—. Yo no…
—Ahórratelo —cortó Hotaru—. La has cagado. No voy a perdonar así como así que te volvieras en nuestra contra, en su contra. Pero… no es el momento de pensar en eso. Yo soy totalmente inútil en esta situación. Necesito que ayudes a Niv.
—O, al menos, a su extraña versión emo —añadió Miyuki.
—Imposible —gruñó Johana—. Si abrimos la persiana, esa cosa entrará. O lo harán sus rayos. Os pondremos en peligro.
—¡Nos iremos a la primera planta, o al sótano! —chilló Hotaru—. ¡Nos quitaremos de en medio, pero por favor…!
Un estruendo la interrumpió. Los rayos envolvieron la persiana como si formaran una red, y de repente una figura encapuchada voló a través de la entrada y cayó de cabeza contra un banco. Dio una vuelta más en el aire antes de aterrizar en plancha contra el suelo.
Un pulgar levantado brotó de entre el montón de trapos negros.
—Estoy bien —se oyó una voz ronca.
—¡Niv! —Hotaru chilló y corrió hacia él. Zenobia no tardó en seguirla.
—En serio… —Nerus se puso a cuatro patas y miró a la adolescente, parpadeando—. No me llames así. Procedo de un mundo en el que los nombres tienen mucho poder. Cuanto más me llames por un nombre que no es el mío, más me costará seguir siendo yo… Y ahora mismo me necesitáis. El estirado no me habría llamado de no ser así.
—Parece que no has vencido a la bestia iluminada de Sagitario —señaló Mahiru, con sarcasmo.
—Caray, por aquí no tenéis límite de caracteres para los monstruos, ¿eh? —Nerus intentó reírse, pero acabó tosiendo con una mueca de dolor—. Lo siento, cambio de planes. Esa cosa ha barrido el suelo con mi cara. Tendréis que matarla vosotros. Yo pondré a los amigos de Niveus a salvo.
—¿Nosotros? —Zenobia miró con incredulidad la persiana que seguía reluciendo por los zarcillos de electricidad refulgente—. Pero tú dijiste que…
—Eh, sois aventureros, ¿no? —Nerus se puso en pie—. Yo soy un cobarde, no suelo reintentar las batallas que he perdido. La verdad es que parecéis un poco verdes, pero os daré algo súper guay que equilibrará la balanza.
Se metió la mano en la capucha. De ella sacó una especie de bola de pelo negra que ronroneaba felizmente.
—¿Un… gato? —Johana enarcó las cejas—. ¿Nos das a tu gato?
—Ah, no es un gato —Nerus sonrió—. Aunque le convencimos de que lo era para volverlo más manejable.
—Miau —opinó aquella cosa que no era un gato.
—En realidad es un Núcleo de Sombras. —Nerus se encogió de hombros—. Una cosa muy poderosa de mi mundo. Me la traje para intentar evitar las guerras, pero qué se le va a hacer. Os ayudará en la batalla. Impedirá que el monstruo os vea cuando no os esté mirando directamente y os aislará de la electricidad. Un poco. Espero.
—Ah, muchas gracias. —Mahiru aceptó el gato con desconfianza y se lo puso en el hombro—. No le pasará nada, ¿no? Como sea un felino normal, te buscaré para arrancarte la cabeza.
—Está bien. —Johana aspiró aire y lo exhaló lentamente—. A fin de cuentas, enfrentarnos a esta cosa era nuestro objetivo. Tú ganas, Nerus. Llévate a los huéspedes arriba. Nosotros nos encargamos.
Mahiru asintió. Zenobia le imitó fingiendo un valor que no sentía. Nerus forzó una sonrisa y empezó a empujar a Hotaru y a Yumi hacia la escalera, a pesar de que él mismo apenas se tenía en pie. Pronto todos empezaron a subir los escalones, listos para dejar solo al trío. Johana tenía el mando de la persiana en la mano izquierda y no quitaba ojo a la superficie cada vez más llena de abolladuras.
—¡Niv! —gritó Zenobia, viendo al encapuchado subir por la escalera en último lugar.
El joven de ojos verdes se dio la vuelta.
—Veo que no has entendido lo de los nombres —suspiró—. ¿Qué?
—¡Perdona por haberte traicionado! —Zenobia hizo una reverencia—. ¡En el fondo sabía que eras inocente! ¡Lo sabía, pero…! —La aventurera luchó por evitar echarse a llorar. El cuerpo se lo pedía, pero no era el momento—. Sé que los actos cuentan más que las palabras, pero… Pero…
—Pierdes el tiempo, niña otaku. —Nerus sonrió—. No puede oírte. Tendrás que decírselo en persona, me temo. Y para eso, tienes que sobrevivir. Cuidadme bien el gato.
Zenobia asintió. Nerus tenía razón. Quizá enfrentarse al monstruo más poderoso conocido no era algo que Niv le aconsejaría, pero aun así tenía que hacerlo por él. Tenía que resarcirse. Y tenía que salir con vida de aquella, para que el viejo hombre canoso no se sintiera culpable.
Empuñó la katana con ambas manos y liberó el poder del cubito de hielo que colgaba de ella. Una fina capa gélida recubrió la hoja. Las suelas de sus botas se congelaron también, permitiendo que se deslizara a voluntad o se detuviera en una posición inamovible si la situación lo requería.
Johana había pulsado el botón. Mahiru ya estaba disparando al hueco bajo la persiana. La joven aventurera se lanzó hacia adelante, dejando tras ella una estela de esquirlas de hielo.
La sala de las máquinas expendedoras se inundó de rayos.