Hotaru Ishimaru tenía la cabeza metida en la parte trasera de una máquina recreativa. Sostenía un destornillador en la boca, y había sujeto una linterna magnética a su frente con ayuda de una bandana. Tenía el bolsillo de su delantal repleto de tornillos que tintineaban cada vez que se movía. Sostenía dos cables en las manos, y estaba comparando los diminutos números grabados en los extremos con el que se veía escrito junto al conector de la placa base.
—Ah, ya te veo, malandrín —balbuceó. Hablaba para si misma; con el destornillador en la boca, ninguna otra persona la habría entendido—. Necesitas más voltaje que las otras, ¿eh? Pero, ¿por qué? Vale, creo que lo pillo, para eso era aquel adaptador…
Dejó los cables colgando sobre la placa base y se arrodilló. En una rendija de la ventilación de la máquina había dejado, hacía un par de meses, una pieza de plástico a la que no había visto utilidad en su momento. En aquel entonces, claro, estaba saqueando los componentes de esta recreativa y no tratando de revivirla.
—Vale, enchufo esto aquí y esto otro aquí —gruñó—. Y con eso debería ser electricidad suficiente. Más le vale… ¡Ahora, a atornillar! —canturreó en un lenguaje comprensible, ya que volvía a tener el destornillador en la mano.
Cinco minutos después, conectó la máquina a la corriente. La pantalla se encendió, y apareció el logo de una empresa de videojuegos que había sido absorbida por otra más grande hacía un par de años. Tras un momento de tensión, los créditos acabaron y un título formado por dos dragones occidentales envueltos en llamas ocupó todo el espacio.
—¡Sí! ¡Otro trabajo bien hecho! —Hotaru adelantó la mano con teatralidad y dejó caer el destornillador al suelo, como si fuera un micrófono.
En ese momento, le dio por mirar a su alrededor. Se fijó en que había un hombre sentado en un taburete frente a una máquina apagada. Hotaru retrocedió sobresaltada. Luego se puso roja: había estado haciendo el imbécil sin darse cuenta de que él estaba allí.
No le costó reconocerle. Era Miyuki, el tipo que llevaba semanas alquilando una de las habitaciones del hotel. La joven estaba avergonzada, pero la verdad era que él no la había observado en ningún momento. Parecía ensimismado.
Hotaru echó a caminar hacia Miyuki con paso decidido, pero la frenó el latido de su propio corazón. Se maldijo a sí misma: ¡ya estaba otra vez! Unas veces podía hablar con los clientes sin problemas, pero otras… sencillamente se bloqueaba. Pidió amablemente a su cerebro que abriera la boca para decirle algo, o que sus piernas le trasladaran junto a él, solo para constatar que cualquier instrucción relacionada con la interacción sería rechazada con indolencia.
¿Le afectaba más cuando era un adulto? ¿Cuando era un varón? No estaba segura, a veces le pasaba también con chicas de su edad. Pero, ¿qué tenía aquello de complicado? ¡Que solo quería decirle un par de frases, por todos los dioses!
Hotaru se escondió detrás de una máquina especialmente alta. Se llevó la mano al pecho e inspiró, tratando de dejar la mente en blanco. A veces, reiniciar su estado mental la ayudaba en aquellas situaciones. Otras, no tanto.
Tuvo suerte. Evitando pensar, obligó a sus pies a arrastrarla junto a Miyuki, hasta lograr llamar la atención del desconocido. Al estar entre la espada y la pared, su malogrado procesador mental al fin decidió que era menos angustioso hablar que permanecer en silencio.
—¡Esto…! ¡Buenas! ¡Soy Hotaru Ishimaru, la única e inimitable! —Siempre confiaba en que un poco de saludable falsa egolatría quitaría hierro a las situaciones incómodas—. ¡Creo que no nos han presentado!
—Ah, Niv me ha hablado de ti —El hombre la miró, pensativo—. Encantado de conocerte, Hotaru. Yo soy Miyuki Sebu.
—¡Seebu! ¿Como en Save Point? —bromeó Hotaru. Miyuki parpadeó. Claramente, no la seguía—. Eeen fin. Miyuki, solo quería avisarte de que esa recreativa no funciona. Le falta el desmagnetizador, y sin él no se ve muy bonita precisamente, por eso está apagada… ¡Pero puedes elegir cualquiera de las que están encendidas! ¡No te cortes!
—Ah, gracias por el aviso. —Miyuki sonrió—. Aunque la verdad es que no he venido a jugar. Me senté frente a una máquina apagada a propósito. Solo quería relajarme un rato y disfrutar de la música. Me gusta mucho la que suena aquí.
Señaló a la recreativa encendida que había al lado de la suya.
—¡Oh! —Hotaru dio un par de saltitos. Su cerebro se había olvidado de que tenía programada una función para evitar que hablara con desconocidos, al menos por el momento. Ya pagaría las consecuencias luego—. ¡Pues tienes buen gusto, Miyuki! ¡Sí, la banda sonora de Kuchidake Hero es una pasada!
—Kuchidake Hero, ¿eh? —Miyuki se quedó mirando la pantalla con curiosidad. Tras las casi incomprensibles letras del título, un guerrero de aspecto anticuado y cómico avanzaba a través de los peligros de un mundo en scroll lateral—. Curioso.
—Te explico de qué va. Tienes que cumplir algunos objetivos en cada mundo, pero haciéndolo de forma que rellenes tu barra de Gloria. Pero también tienes una barra de Valor, que empieza llena pero se va vaciando cuando te metes en situaciones peligrosas o que den miedo, ¡y no hay forma de rellenarla! Cuando se agota la barra de Valor, el prota huye y salta un final u otro en función de cuánta Gloria hayas conseguido. —Hotaru compuso una media sonrisa—. Sacar el final bueno puede llevarte un par de horas en una partida, pero para eso tienes que conocerte muy bien el juego. —La muchacha se puso las manos en las caderas, sacando pecho. No iba a decirlo directamente, pero quería dejar implícito que ella ya lo había conseguido.
—Sí, bueno… —Miyuki sonrió, incómodo—. Ya sabes, no estoy muy metido en esto de los videojuegos…
—¡Lo sé, lo sé! —Hotaru se puso roja, y se preguntó si él se había dado cuenta. Al decidir que sí, se puso todavía más colorada, y rezó para que no lo malinterpretara. Se forzó a seguir hablando—. Lo que te gusta es la música, ¡y no me extraña! La banda sonora es de Hidenori Ozawa, al que luego ficharon como compositor principal de Omega Saga. ¡Y ahí sigue, el tío, dándonos obras maestras cada cinco o seis años!
—Omega Saga, esa me suena. —Miyuki la miró, pensativo—. Creo que un compañero del trabajo se pidió vacaciones expresamente para jugar, hace unos años. Toda la oficina se lo tomó a cachondeo. ¡Ah, pero amigablemente, eh! —Se apresuró a añadir, al ver la expresión dolida de Hotaru—. No era mobbing ni nada por el estilo. Nos llevábamos todos bien, en aquel entonces… —Su voz se fue apagando, y volvió a quedarse ensimismado.
Hotaru le observó, indecisa.
—En fin. Hay muchas máquinas funcionando, así que si quieres probar alguna… Pues… —Hotaru se aturulló. Quería decirle que había todo tipo de juegos, que no todo se reducía a matar marcianitos o duendes, que si buscaba seguro que encontraría uno que le encantaría y le haría sentir como en casa. Pero, tras recuperarse de la excepción no controlada que Hotaru había provocado a propósito, su cerebro se había reiniciado y la había pillado socializando torpemente. El protocolo estándar obligaba a abortar aquella conversación cuanto antes.
Al parecer, Miyuki se dio cuenta de que algo iba mal, aunque no acertó a dar con la causa.
—Hotaru, ¿cuántas horas llevas trabajando? Pareces muy cansada. Tienes los ojos rojos. Sabes que podrías iluminar este sitio en condiciones, ¿no? Trabajar muchas horas, y encima a oscuras, es…
—¿Cuenta como trabajo si estoy haciendo algo que me encanta? —Hotaru se obligó a sonreír. Aquello era lo mismo que respondía a Niv, siempre que venía a importunarla con sus hábitos.
—El trabajo se produce cuando una fuerza produce un cambio en el estado de movimiento de un cuerpo. Si llevas todo el día arrastrándote por aquí, apretando tuercas y probando que las máquinas funcionen bien… Sí, sin duda cuenta como trabajo.
—¡Hala, hala! —Hotaru retrocedió un par de pasos. Esa respuesta era nueva. Además, le daba una excusa para desaparecer—. Vale, pues… Iré a descansar, entonces. Gracias por tu preocupación, Miyuki.
Mientras subía por las escaleras, el cerebro de Hotaru trató de repasar la conversación que acababa de tener para evaluar hasta qué punto se había puesto en ridículo. Reacia a pasar por aquello, la joven se puso a canturrear con voz estridente y ahogó sus neuronas bajo las notas musicales. ¿De qué servía molestarse en corregir un examen en el que no llegaría ni a cincuenta puntos? Mejor retrasarlo todo lo posible.
Se cruzó con Niv en la segunda planta, que siempre estaba bastante a oscuras. El hombre de blancos cabellos parecía bien descansado. Solía pasarse el día durmiendo.
—¡Eh, Hotaru! —se sacó un saquito del bolsillo—. Aquí está tu pago de hoy.
—¡Gracias, Niv! —La joven aceptó la bolsa de monedas y la vació en su mano izquierda—. No es que importe demasiado, pero falta una.
—Yay Sukiú 3 se apagó hoy a media mañana, mientras unas chavalas de instituto jugaban —explicó Niv—. La máquina volvió encenderse tras un par de horas, no me preguntes por qué, pero no cumplió con los términos.
—Ah, curioso. —Hotaru repasó el interior de la máquina mentalmente, tanto a nivel físico como de programación. ¿Habría introducido algún bug al modificar los objetos por defecto?
—No te preocupes demasiado por eso, ya lo mirarás cuando puedas. —Niv le puso la mano en la cabeza y le alborozó el pelo—. Ya te esfuerzas muchísimo, Hotaru. Este lugar no sería lo mismo sin ti.
El rostro de la chica se iluminó. Para ella, los halagos de Niv eran los más valiosos del mundo.
—Al parecer trabajo demasiado, o eso me ha dicho el oficinista aburrido que trajiste —bromeó la joven, alegremente—. ¡Así que me voy a dormir! ¡Hasta pronto!
Se despidió con ligereza. Hablaba con Niv casi todos los días, y sabía que siempre podía encontrarle si le necesitaba. Era la persona en la que más confiaba, aquella con la que no tenía problemas para comunicarse o mostrarse tal y como era. Casi nunca.
La habitación de Hotaru era un poco desastre, tal y como a ella le gustaba. Sobre la mesita de noche había un enorme televisor de tubo, unido a una consola de última generación mediante un adaptador casero. El mando, enchufado al cable, reposaba sobre la almohada en la cama deshecha. Había un par de perchas junto a la entrada. En una colgaba la exigua colección de ropa de la joven; de la otra pendían montones de bolsas repletas de cacharros electrónicos. La ventana estaba abierta, y una fresca brisa agitaba la cortina.
Fue directa a la ducha, consciente de repente de que estaba hecha un asco. A veces se olvidaba de volver a subir a su habitación durante varios días, lo cual era un poco peligroso, porque cualquiera podría haber aprovechado para alquilarla al caducarse su tarjeta. Aun así, sus cosas siempre habían seguido allí a su regreso. Quizá Niv se encargaba de que así fuera.
Ya llevaba dos años y medio en el Coin Block, y sentía que había estado allí toda la vida. Pero eso no significaba que hubiese olvidado su pasado. Había vivido algunas situaciones terribles, pero también épocas muy buenas.
Su tío, que trabajaba en una importante empresa de videojuegos, había inculcado en ella el amor por el medio desde pequeña. A Hotaru siempre le había fascinado el entretenimiento digital, pero también le gustaba descubrir cómo funcionaba por detrás. Había desmontado y vuelto a montar por primera vez una consola a los once años (aunque el primer paso lo había llevado a cabo varias veces antes), y había aprendido la programación básica que le permitía alterar los datos de sus partidas.
No mucho después, había comenzado a hacerse famosa en Internet. Ella nunca se había considerado una hacker, pero la alababan como tal cuando ayudaba a otros usuarios a resolver sus problemas con algunos juegos. Un día había entrado en un equipo de usuarios anónimos, un lugar en el que se había sentido totalmente a salvo, aceptada y valorada. Y entonces las cosas habían comenzado a ir a peor. En gran medida por culpa suya.
Sí, era cierto que había accedido al correo de empresa de su tío. En efecto, así era como había descubierto una vulnerabilidad en una consola que acababa de salir al mercado. Vale, eso había permitido a Hotaru y a su equipo modificar la consola para ejecutar copias de seguridad de los juegos… y más tarde les había ayudado programar un emulador de la misma, lo que daba pie a reproducir los juegos sin ni siquiera tener la consola.
Incluso era posible que, tal como afirmaba la empresa de su tío, aquello les hubiera provocado pérdidas millonarias. El último punto podía ser discutible, pero en cualquier caso, Hotaru no había pensado en las consecuencias hasta que había sido demasiado tarde.
Después de que se descubriera la participación de Hotaru, y de que su tío hubiera sido despedido de forma fulminante, él no había vuelto a dirigir la palabra a su sobrina. De hecho, no le había visto desde el último juicio. Destrozada por la magnitud de lo que había provocado, la joven se había intentado refugiar en Internet, esperando recibir la comprensión y el apoyo de sus compañeros modders. Pero para su sorpresa, de repente nadie quería saber nada de ella. Los mismos zalameros que la habían convencido de que averiguara toda la información posible para pasar a la historia del mundo del custom firmware ahora le daban largas, quizá queriendo evitar que les relacionaran con ella.
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En cambio, tenía a montones de anónimos burlándose, como si fuera un chiste, o insultándola despiadadamente. Ya que su identidad real había trascendido, aquellos insultos no se habían quedado en el plano digital. Había gente que odiaba a muerte a Hotaru por haber perjudicado las ventas de su consola favorita, y aquel rencor les llevaba al extremo de perseguirla hasta el instituto o a llenar su casa de pintadas humillantes. La joven no comprendía que algunos estuvieran dispuestos a destruirla físicamente y mentalmente con tal de defender el honor de un electrodoméstico, pero sabía bien que aquella pesadilla no terminaría pronto.
Y aun así, lo peor con diferencia era vivir con sus padres. Jamás recibió de ellos ni una palabra de aliento, ni una muestra de comprensión. La miraban como si fuera una bestia alienígena, como si hubiese rajado el tórax de la vecina y hubiera puesto huevos en su interior. Efectivamente, para ellos no tenía ningún sentido que aquella pequeña y tímida niña hubiera destruido la carrera de su tío, su relación con la familia y les hubiese colocado sobre la espalda una deuda que nunca podrían pagar.
Buscando un culpable, y de forma no muy sorprendente, habían decidido que Hotaru no volvería a tocar un videojuego. Menos aun permitirían que estudiara algo relacionado con ellos, algo que la pudiera volver todavía más potencialmente peligrosa. Habían elegido su bachillerato por ella y habían planificado ya su carrera universitaria, escogiendo el currículo más inofensivo que se les había ocurrido.
La joven había resistido cuanto había podido, tratando de frivolizar con todos aquellos problemas, procurando fingir normalidad atrapada en una vida que no tenía nada de normal. Al final se había roto y se había ido de casa. Había escuchado que había un barrio en el que adolescentes como ella, despreciados por sus padres, pasaban todo el día de juerga y dormían en la calle. Robaban, se peleaban y hacían cosas peores para sobrevivir. Hotaru no tenía ni idea de si podría integrarse entre ellos, pero sentía que incluso una vida así tendría más sentido que la suya.
Por suerte, se había perdido por el camino. Nunca había dado con aquella peligrosa banda de ninis sin escrúpulos. En su lugar, había topado casualmente con el Coin Block y había conocido a Niv.
Ahora era feliz. No sabía si aquello duraría para siempre, pero se centraba en el presente. Había visto a muchas personas llegar y vivir un tiempo en el hotel, solo para marcharse antes de llegar a conocerlas. También estaban los que aparecían periódicamente pero rara vez se quedaban, y la gente que les visitaba una sola vez para no volver jamás. No había llegado a sentirse muy unida a ninguno, solo al hombre de cabellos blancos.
Niv se había convertido en su padre, en su hermano mayor y en su mejor amigo. Confiaba ciegamente en él, y le contaba todos sus problemas, además de todas las tonterías que se le ocurrían. Niv siempre escuchaba lo que tenía que decir, amable, y sabía proporcionar respuestas que tenían sentido para ella. Aun así, notaba que el hombre se alejaba preventivamente cuando la dependencia emocional de Hotaru se volcaba demasiado abiertamente en él.
La joven era consciente de que edificar toda su autoconfianza, su estabilidad mental y su motivación sobre la espalda de otra persona estaba mal. Evitaba hacerlo por respeto a Niv, pero una parte egoísta y autodestructiva de su cerebro protestaba ante aquella restricción.
Hotaru, que se había acostado tras la ducha, despertó un par de horas después. Le rugía el estómago. Se maldijo a sí misma: había vuelto a olvidarse de comer. ¿Cuándo había sido la última vez? No tenía mucha importancia, por supuesto. Con suerte, todavía quedaría takoyaki en alguna de las máquinas expendedoras. Se vistió con lo primero que encontró, se aseguró de llevar la tarjeta llave y salió de la habitación, bajando las escaleras.
Cuando estaba llegando a la planta baja, la joven escuchó unas voces. Niv estaba hablando con alguien. Conocedora de las trascendentales conversaciones que a veces tenía el hombre canoso con los desconocidos, se planteó esperar de momento y volver más tarde. Pero tenía un hambre feroz, y estaba ya muy cerca. Bajó los peldaños despacio, escudriñando con precaución.
Niv estaba hablando con un estudiante de instituto. Afortunadamente, estaban sentados de espaldas a la máquina de takoyaki, así que Hotaru se adelantó en busca de su cena, sutil como un búho nocturno cazando ratones. Metió una moneda mientras miraba hacia atrás, y habría jurado que el pelo de Niv se erizaba ligeramente al escuchar el tintineo.
No prestaba atención a la conversación, pero una frase la obligó a escuchar lo que se estaba diciendo.
—Y entonces me declaré —dijo el chico, con voz llorosa—. ¡Te amo, Selena Tejima! ¡Si decides hacerte aventurera como tu madre, yo te acompañaré! ¡Me enfrentaré a cualquier peligro con tal de que estemos juntos!
Hotaru casi se ahogó. ¿Cómo narices hacía Niv que la gente le contara aquella clase de cosas, así como si nada? Ni siquiera es que su forma de ser diera pie a conversaciones tan íntimas.
—Una declaración muy florida —apreció Niv. Era difícil decir si su tono era de admiración o de pesar.
—Le parecieron las palabras de un niño —se lamentó el chico—. La llevé a la Puerta de la Primavera para confesarle mis sentimientos, pero no la alcanzaron. Me dijo que nunca me había visto de esa manera. Que lo único que yo estaba haciendo era aferrarme a ella. Que mi promesa estaba tan hueca como el caparazón de una bestia de Escorpio.
—No entendió el valor que necesitaste reunir para decírselo. —Niv suspiró—. Sabías que quizá no te correspondería, pero no esperabas que te dedicara una respuesta tan fría. No es propio de ella, ¿verdad?
—En absoluto… —El chico suspiró—. Tal vez… Tal vez Selena no sabía cómo reaccionar y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. No lo piensa en serio. No pienso renunciar a ella. ¡La amo, Niv!
—A ver, no es cuestión de renunciar o no renunciar. —Niv levantó las manos, claramente incómodo—. Sus palabras quizá no fueran justas, pero su decisión fue clara. Quizá deberías…
¡Plas! Un paquete de takoyaki cayó al fondo de una máquina expendedora. El hombre de blancos cabellos y el chico lloroso se dieron la vuelta en el asiento.
—Ah. —Hotaru sacó el cálido recipiente lleno de bolitas de pulpo y lo apretó contra su pecho. Deseando salir de allí, le había dado al botón, confiando en que el sonido de las otras máquinas expendedoras camuflaría su transacción automática. No lo había hecho. Niv le dedicaba una mirada irritada que nunca antes había visto.
—C-creo que debería irme. —El chico, que hablaba con total franqueza un momento antes, se había puesto rojo al ver a Hotaru y se había levantado de un salto.
—¿Te has quedado con hambre, Yoshio? —preguntó Niv, jovial—. ¿Te gusta el takoyaki? Esa es Hotaru. Estará encantada de compartir la mitad del suyo contigo.
—¿Qué…? —la confusión se dibujó en el rostro de Yoshio—. ¿Takoyaki? ¿En serio?
—S-sí. —Hotaru se adelanto, decidida a seguir el juego como disculpa por su interrupción—. Te doy la mitad. Yo no tengo tanta hambre.
—Esto es un poco… —comenzó a decir Yoshio.
—Además, te gustan los videojuegos, ¿verdad? —le interrumpió Niv.
—Claro, me encantan.
—Entonces, Hotaru te acompañará a las máquinas recreativas que hay arriba, y te invitará a unas partidas.
—¿Qué…? —Por muy decidida que estuviera a seguirle la corriente, la joven no pudo evitar una protesta indignada.
—¡Takoyaki y unas partidas! Una forma ideal de olvidarse de los problemas, si me lo preguntas. Yo que tú aceptaría, Yoshio. Normalmente, nuestra amiga Hotaru no es tan generosa…
—Ah… Vale. —El chaval se había dejado convencer—. E-encantado de conocerte, Hotaru. No hace falta que me invites si no quieres, tengo mis propias monedas. Pero me encantaría probar ese takoyaki. ¡Te sigo!
El maldito crío se había subido demasiado felizmente a aquel carro. Hotaru le maldijo en silencio. Aunque claro, ¿qué se podía esperar de alguien que decía me enfrentaré a cualquier peligro por ti de forma no irónica?
—En fin, ¿a qué te gusta jugar? ¿Cuales son tus juegos favoritos? —preguntó Hotaru, disimulando su cabreo, mientras subían por las escaleras.
—¡Omega Saga! —Yoshio pareció encantado al oír la pregunta—. Me encantan los RPGs.
—Curioso, es la segunda vez que se mencionan esos juegos hoy —observó la joven, más para si misma que para su invitado—. En fin, no es que se puedan encontrar cosas realmente parecidas a eso en el mundillo arcade, pero tengo un juego de lucha que creo que te gustará. Reconocerás a algún personaje.
El takoyaki no duró demasiado. Pasaron un par de horas jugando a diferentes máquinas, a veces compitiendo y a veces turnándose, a veces en silencio y a veces bromeando. Él pagó casi todas las partidas, pero cuando les entró más hambre, ella bajó en busca de comida. No vio a Niv por ninguna parte. Un buen rato después, parecía que Yoshio casi había olvidado su mal de amores. Y quizá lo había olvidado demasiado.
—¿Sabes? Te pareces a la protagonista de la tercera entrega. —El chico la miraba, pensativo—. Si no fuese por esas gafas…
Estaba muy cerca. Por un segundo, Hotaru temió que acercara una mano a su cara para quitárselas, pero el chico solo la observaba expectante. Se suponía que estaban en un duelo a muerte, pero los números del contador de tiempo bajaban sin que los contendientes soltaran un solo puñetazo.
El corazón de aquel chico seguía roto. Hotaru estaba segura de que todo aquello no había sido un acto, de que aquella tal Selena era muy importante para él. Si no hubiera estado hecho polvo de verdad, no habría acabado en el Coin Block. La muchacha ya entendía lo suficiente aquel lugar para estar segura de eso.
Pero parecía que Yoshio buscaba algo con lo que pegar los fragmentos, y Hotaru percibía que la veía como una alternativa deseable. ¿Y cómo se sentía ella al respecto? Tenía que admitir que había algo de adorable en la fragilidad de aquel chico, en lo expuestos que parecían sus ojos desnudados por las lágrimas y sus mejillas aun manchadas por surcos. Se dio cuenta de que podía quitarse las gafas y besarle, y seguramente todo fluiría bastante bien.
Sería aprovecharse de su debilidad, por supuesto. Hotaru dudaba que aquel chico guapo la hubiese mirado dos veces en otras circunstancias. Incluso descartando el tema del aspecto físico, seguramente habría odiado su personalidad plagada de altibajos emocionales. Sería aprovecharse, sí, pero… ¿le haría daño realmente? En el futuro, Yoshio solo recordaría aquella noche como un triunfo personal suyo, no como una decisión tomada por la propia Hotaru. Los chicos tendían a hacer aquello.
Si se dejaba llevar, sería simplemente una chica afortunada durante un rato. Pero aunque Yoshio no la odiaría ni la recordaría con disgusto, en el fondo Hotaru sabía que estaba mal tomar decisiones por alguien que no pensaba con claridad. Había estado en el lado contrario, y tenía claro que no quería ser así.
Cuando quedaban cinco segundos para el final de la pelea, Hotaru introdujo el combo más poderoso que conocía e hizo pedazos al personaje de Yoshio, levantándolo del suelo con una lluvia de puñetazos que hacían estallar bolas de fuego a su espalda, y ensartándolo con una espada caída del cielo.
—¡Hala, hala! ¿La prota de Omega Saga III? —repitió Hotaru, con una sonrisa petulante—. No me entusiasma mucho que digas eso. Siempre me he identificado más con la villana. Y ella sí que lleva gafas.
Cuando por fin logró que Yoshio se marchara, Hotaru se desplomó sobre la recreativa más cercana. Estaba, física, mental y emocionalmente, agotada. Niv tardó un rato en llegar, y ella no se dignó a mirarlo.
—Sé que la he cagado con el takoyaki —rezongó Hotaru—. De verdad, lo siento. Pero te has pasado tres pueblos con el castigo. Casi hago algo de lo que me arrepiento.
—Estás bien, Hotaru. —La voz de Niv denotaba confianza férrea—. Tu caso es muy distinto al suyo. Al de la mayoría de los que vienen por aquí, en realidad. Sabía que no harías nada que no quisieras hacer. Aun así… podrías haber hecho un poco más, ¿eh? Tampoco habría pasado nada —susurró.
Hotaru se puso roja como una langosta.
—¡NIV! —chilló—. ¿¡ESTABAS MIRANDO!? —Se levantó indignada, con los puños en alto, pero se dio cuenta de que el canoso solo le tomaba el pelo al verle desternillarse de risa. Aunque seguía muerta de vergüenza, ella no pudo evitar reír también. Hacía tiempo que no le veía así—. Idiota.
Hotaru nunca había entendido muy bien por qué, pero solían aparecer muchos aventureros en el Coin Block los domingos por la mañana. Les gustaba hablar con Niv, brindar entre ellos como si estuviesen en una vieja taberna y hacer trueques.
—¿El trío legendario está por aquí? —preguntó Hotaru, parpadeando cegada por la luz de la mañana y acercándose a Niv, que observaba a los aventureros recién llegados con satisfacción. Para ambos era raro estar allí despiertos a aquella hora.
—¿Esos? —Niv la miró con disgusto—. Quién sabe cuándo volveremos a verles. No puedo adivinar las idas y venidas de los aventureros, Hotaru.
—Lástima. Necesito más ropa urgentemente, y la de Kaori Mornstar me suele sentar bastante bien. Esperaba poder tradear con ella.
—Primero, no vuelvas a usar la palabra tradear en mi presencia —la regañó Niv—. Pareces tonta. Y segundo… recuerdas que puedes ir a una tienda de ropa siempre que quieras, ¿no? No estás prisionera aquí, y estoy seguro de que ya deberías tener algo ahorrado.
Hotaru agachó los hombros y se alejó sin responder. Niv siempre decía que Hotaru era capaz de ir y venir cuando quisiera, pero a la joven la aterrorizaba la idea de no volver a encontrar el Coin Block si se alejaba. Llevaba ya mucho allí, y sabía de buena tinta que algunos pasaban meses tratando de volver a encontrar el sitio. Quién sabía cuántos estarían buscando sin éxito el resto de sus vidas.
—¡Hotaru! ¡Te estaba esperando! —Para su sorpresa, Miyuki se dirigía hacia ella. El ex oficinista traía algo entre sus manos y parecía impaciente—. He intercambiado este disco de Hidenori Ozawa. Después de lo que me contaste, tenía ganas de escuchar más música suya.
Hotaru observó la caja de plástico, boquiabierta. Era un recopilatorio de los mejores temas de Ozawa. Le sorprendía que Miyuki hubiera recordado el nombre, pero todavía más que se hubiera interesado realmente por lo que ella contaba, que la conversación que habían tenido hubiera dejado algún tipo de huella en él. Por algún motivo, le hacía mucha ilusión.
—¡Hala, hala! —exclamó Hotaru—. Menuda suerte. Espero que no hayas tenido que intercambiar nada muy valioso.
—Qué va. —Miyuki desdeñó la idea—. Tan solo mi almuerzo; parece que compré los últimos macarrones a la carbonara, y a alguien le apetecían mucho. De todos modos, todavía no canto victoria. No sé muy bien cómo voy a escucharlo.
Hotaru sonrió.
—Tengo un discman en mi cuarto. Sí, es tecnología prehistórica, pero hace el apaño. Te lo doy. Tendrás que buscar más pilas por tu cuenta cuando se agoten, eso sí. ¡Espero que lo disfrutes!
—De acuerdo. —Miyuki asintió—. Gracias por el gesto, Hotaru. Y también por la recomendación. Ya te contaré qué tal.
Hotaru se alejó del hombre sin poder dejar de sonreír, y prácticamente girando sobre sí misma. Había sido feliz desde la noche en que había llegado allí, desde que Niv le había dicho que necesitaba sus habilidades, que sus conocimientos de videojuegos y tecnología también podían llegar a salvar a la gente.
Pero hoy era diferente. Se sentía particularmente contenta, se sentía querida y apreciada. Quizá lo que acababa de suceder en realidad no tenía mucha importancia para Miyuki, o ni siquiera para ella, pero notaba que había subido un peldaño en la escalera de la felicidad.
Nunca le habían entusiasmado los domingos, pero aquel le parecía precioso.