—Parece que esta noche volveré tarde a casa —dijo Zenobia Drownhill para sí misma, sonriendo.
Estaba muy cansada, y sentía que lo que más le apetecía era darse una ducha e irse a la cama, pero aquella era la tercera vez que se encontraba con el Coin Block y no pensaba dejar pasar la oportunidad. En Internet no figuraba la ubicación del extraño edificio que le había servido como refugio cuando más perdida se sentía; solo había visto posts en páginas extrañas que daban información contradictoria sobre cómo llegar.
Niv se encontraba en la planta baja del edificio, tomando ramen. La miró de reojo cuando la entró, pero no mostró una reacción muy remarcable.
—Buenas noches, Zenobia —la saludó, como si se pasara por allí todas las noches—. ¿Qué tal andas?
—Bien. He estado liada. —La chica se cruzó de brazos. Había pensado muchas veces en cómo iría aquella conversación con Niv, y siempre se había imaginado a sí misma explicándole las veces que se había perdido por las calles buscando el modo de regresar. Pero por algún motivo, sentía que el tono de la (de momento) breve conversación no daba pie a ello—. Me pasé por aquí el otro día —dejó caer, sin ser muy específica—. Pero no te vi.
—Miyuki me trasladó tus saludos, no te preocupes. —A Niv se le habían acabado los fideos, así que comenzó a beberse el caldo del recipiente que tenía en la mano—. ¿Querías verme?
—¿Qué me recomiendas para cenar? —La aventurera le dio la espalda y le respondió con otra pregunta—. Ya he probado el pollo frito y el kimchi.
—Los tacos valen la pena. —A Niv no parecía importarle que le hubiera ignorado—. Y para beber… Almdudler.
—¿Eh? —Zenobia parpadeó—. ¿Qué es eso?
—Una popular limonada de hierbas —explicó Niv—. Rara vez la traen, así que aprovecha.
Zenobia siguió ambas recomendaciones y se sentó junto a Niv, quien tenía otra botella de aquel curioso refresco en la mano . Lo degustaba con calma.
—Quería… darte las gracias una vez más. —Zenobia no esperó a terminar de comer para comenzar a explicarse—. Me diste bastante en lo que pensar.
—Veo que sigues siendo aventurera, pese a todo. —Niv miró con atención la katana que colgaba de su espalda. La había pasado por detrás del respaldo del asiento para que no le molestara al sentarse. El cubito de hielo pendía, sonriente.
—Es lo que se me da bien —explicó Zenobia—. Y por supuesto, sigue siendo peligroso a veces, pero me di cuenta de una cosa… Puedo seguir centrándome en los encargos con los que me siento cómoda. Matar a las bestias consideradas débiles, aceptar peores recompensas y no arriesgarme tanto. Eso significa trabajar mucho más que cuando iba a por objetivos grandes y bien pagados… pero vale la pena. Ya no tengo miedo de mi propio trabajo.
—Una respuesta excelente. —Niv aplaudió sin soltar su botella—. Si realmente te he ayudado a encontrarla, eso me alegra. ¿Te va bien, entonces? Hoy no llegas tan maltrecha como la última vez.
—Me defiendo bien. —Zenobia suspiró—. No negaré que he recibido críticas. Algunos creen que podría hacer más, pero no entienden mis razones. Intento no dejar que me afecte.
—Sí, sé cómo te sientes. —El suspiro oculto tras la voz de Niv dejó claro a Zenobia que no lo decía por decir—. ¿Qué tal los tacos?
—¡Mmmm! —La aventurera no necesitó decir nada más.
—Bien. —Niv no ocultó su sonrisa—. ¿Te quedarás a dormir? Creo que no llegaste a verlas, pero hay habitaciones de hotel en la tercera planta. Pareces bastante cansada.
—No, no, prefiero dormir en casa. —Zenobia sacó un puñado de monedas del bolsillo—. Pero sí que haré una visita a Hotaru. Es hora de una pequeña revancha.
La excéntrica adolescente que mantenía en funcionamiento las recreativas estaba tirada en el suelo. Había metido el brazo por debajo de una máquina a la que le faltaban varias piezas, pero que a cambio tenía pegados por encima montones de post-it llenos de instrucciones detalladas. Zenobia se acercó a ella en silencio, no queriendo sobresaltarla. Después se dio cuenta de que, con su paso minuciosamente entrenado para no alertar a los monstruos al moverse, Hotaru no la oiría ni en un millón de años si no hacía un poco de ruido a propósito.
Arrastró un taburete por el suelo y se sentó en él
Hotaru echó un vistazo fugaz en su dirección.
—¡Hala, hala! —exclamó—. ¡Mi aventurera favorita! A ver, no me molestes durante un momento. Esto requiere más concentración de la que parece. ¡Y no toques nada!
Zenobia no rechistó. Miró a su alrededor. Había más máquinas encendidas que la última vez que había estado, pero aun así había apagado algunas que recordaba haber visto en funcionamiento. ¿Realmente era rentable aquel lugar, de todos modos? Con lo poco que pagaban a aquella muchacha tan consagrada a la restauración y la modificación de juegos antiguos, seguramente sí.
—¡Por fin! —Hotaru sacó el brazo de debajo de la máquina y movió una chapa deslizante para ocultar el hueco en el que había estado trasteando—. Ojalá tuviese el brazo más largo. No fabrican estas cosas pensando en la gente pequeñita, ¿eh?
—¿Cómo estás, Hotaru? —preguntó Zenobia.
—¡Como siempre! —La aludida se incorporó. Tenía la ropa llena de polvo, pero no parecía muy preocupada al respecto. Tal vez ni se había dado cuenta—. Lo cual es bueno, que conste. ¡Tenía ganas de que volvieras!
—Yo también. —Zenobia hizo crujir sus nudillos—. A ti y a tu versión especial de Yay Sukiú 3. He estado practicando un montón en casa, con el cartucho original.
—¿En serio? —Un agudo especialmente notable traicionó la voz de Hotaru. Se había llevado la mano al pecho, y sus ojos brillaban de forma sospechosa. No tardó en aclararse la garganta y señalar con una pose desafiante—. ¡Y no me extraña! ¡Mi versión no es algo que se pueda encontrar en cualquier parte, así que querrás recordar al dedillo el juego base para explotar mejor las novedades y exprimir cada moneda! —Asintió, pagada de si misma—. Aunque he de señalar que la versión para consolas no es la original, técnicamente. Ya contiene ciertos cambios sobre la versión de recreativas, por ejemplo…
—En consola tienes más reintentos, sí —la interrumpió Zenobia, sonriendo—. He venido a jugar al juego, no a escuchar un podcast sobre él.
Por un momento, temió haberse pasado, pero la sonrisa de Hotaru indicaba que había captado el tono amigable de sus palabras y no solo la impaciente respuesta.
—Como si te fueras a librar —replicó la chica, ajustándose las gafas—. Te contaré un montón de detalles mientras juegas.
Llegó mucho más lejos en aquella ocasión, y también se lo pasó mucho mejor. Los objetos que había añadido Hotaru al juego podían cambiar la dinámica completamente. El objetivo seguía siendo el mismo, recoger tantos como fuera posible antes de que acabara el tiempo, pero el poder romper bloques de hielo o saltar una casilla por encima del agua alteraba la estrategia y la forma de optimizar sus recursos. Zenobia había logrado llegar hasta el nivel veinte en su casa en las últimas semanas, rompiendo su récord anterior, pero ahora estaba a punto de alcanzar la fase número treinta y tenía objetos de sobra.
Hotaru no la estaba ayudando directamente, pero Zenobia sospechaba que su entusiasmo y los ánimos que le daba influían de algún modo en sus pensamientos. La chica de las gafas no dejaba que se distrajera, y era posible deducir si un objeto era más o menos útil simplemente observando su grado de emoción al verlo aparecer.
Quizá era aquello lo que le faltaba. Una compañera.
—¿Quieres hacerte aventurera, Hotaru? —preguntó casualmente, mientras usaba un bumerán para recuperar un objeto que en teoría debería haber quedado fuera de su alcance.
—¿¡Quién!? ¿¡Yo!? —Hotaru estalló en una carcajada—. ¡Hala, hala! ¿Yo exterminando monstruos? ¡Pero si me dan miedo hasta los perros de la calle!
Al oír aquello, Zenobia rio también, y no admitió que ella misma seguía recelando de algunos chuchos pese a sus años de experiencia lidiando con seres en teoría más peligrosos.
—La verdad es que te falta músculo —tuvo que concordar Zenobia—. Y reflejos. Y eres un poco patosa. Pero no me importaría contar con tu ingenio en el campo de batalla.
—Comprensible. —Hotaru lució una sonrisa de medio lado—. Y olvidas mencionar lo más importante: mi estilazo. Molo tanto como los protas de Omega Saga VII, que tiene los mejores diseños, y estoy casi tan buena como la villana de… ¡Agh! ¿¡Pero qué…!? ¡Si estoy llena de polvo! —chilló, mirando consternada el vestido de elegante seda que llevaba—. Pero, ¿cómo…? ¿Cuándo…?
Aquella vez, Zenobia rio tanto que no pudo seguir concentrándose en la partida y tuvo que enterrar la cabeza entre sus brazos. El tiempo se le acabó, y el pobre Sukiú se fundió en la pantalla de Game Over como el cubito de hielo que era.
—Tranquila, yo te ayudo. —Sin dejar de reír, Zenobia se levantó del taburete y calmó a Hotaru, que sacudía su ropa enérgicamente.
—Pero… —Hotaru miró la pantalla—. ¡Ay, no! ¿Te he hecho perder? Vale, la siguiente moneda corre de mi cuenta.
—No, no. —Zenobia le puso la mano en el hombro—. Llevamos cinco partidas, y estoy agotada. Tengo que volver a casa ya.
—La verdad es que yo también estoy cansada —confesó Hotaru, para sorpresa de su amiga—. Me pican los ojos de tanto mirar pantallas; debería cerrarlos un rato, y aprovechar para dormir, ya de paso. Pero ha sido muy divertido, Zeta. No tardes tanto en volver la próxima vez, ¿vale?
—Como si dependiera de mí —gruñó Zenobia—. He intentado venir un montón de veces, pero solo llego cuando me pierdo. Y yo casi nunca me pierdo, así que… —La aventurera pensó un momento. Algo le rondaba la cabeza—. Oye, Hotaru, eres consciente de que este edificio no es del todo normal, ¿verdad? El Coin Block, quiero decir.
—¡Oh, no, imposible! —Hotaru se llevó las manos a la cara—. ¿¡Insinúas que hay algo sobrenatural ocurriendo entre estos muros!? Aparte de mi prodigio, quiero decir. Y mi…
La sobreactuación era tan obvia que Zenobia no se la tomó en serio.
—Sí, hay algo pasando aquí, y si no dices nada es porque estás metida en el ajo. —Zenobia puso su cara a un palmo de la de Hotaru—. Tus ojos no mienten, niña prodigio. Los monstruos no pueden acercarse a este lugar, y no hay ningún otro sitio que goce de esa ventaja, ni en la ciudad ni fuera. Tengo una teoría. Creo que, en realidad, nadie puede encontrar el Coin Block en condiciones normales. Es Niv el que nos invoca.
—Entiendo por qué piensas así. —Por una vez, Hotaru se puso seria—. Pero este lugar es más normal de lo que crees. Viene un camión todos los días a traer la comida de las máquinas expendedoras. Yo tengo que suplicar a Niv para que incluya repuestos electrónicos en los pedidos. Hay una mujer, Neigail, que limpia las habitaciones a manita y… Bueno, está Miyuki, que hace todo lo que le pidas. El Coin Block no es el lugar mágico que seguramente estás imaginando, es un negocio excéntrico con la fortuna de estar construido en un lugar que los monstruos evitan.
—No me trago eso último. Tiene que haber algún poder aquí. ¡El GPS deja de funcionar cada vez que vengo! ¡Venga ya! ¡No estamos en el combini de mi barrio precisamente!
—No digo que no haya algo especial. —Hotaru bajó la voz—. Pero a veces aparece gente a la que Niv no quiere ver ni en pintura. Si él fuese quien, de algún modo, invoca a sus clientes… ¿qué sentido tendría eso?
Zenobia pensaba todavía en las últimas palabras de Hotaru. Su despedida había estado salpicada por las bromas sin sentido y las promesas de volver a verse pronto de dos chicas extenuadas, pero aquella cuestión resonaba en su mente con la claridad de una campana tañendo al alba. Desmontaba completamente las conclusiones sobre el Coin Block a las que había llegado en las últimas horas. ¿No era Niv, en realidad, quien había guiado sus pasos hasta allí? ¿Pero qué había sido, entonces?
Bajó las escaleras planteándose si debía preguntar directamente al hombre de blancos cabellos, pero para su sorpresa, no lo encontró allí. En su lugar se topó con otros tres aventureros que comían hamburguesas y bebían Almdudler. Zenobia los miró detenidamente, porque no los había visto nunca, pero aun así creía reconocerles.
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Todos los cazadores de monstruos de por allí les conocían, en realidad. Aquel debía ser el trío legendario, el equipo que aceptaba los encargos más peligrosos sin pensárselo dos veces y que había salvado incontables vidas, tanto de ciudadanos corrientes como de otros aventureros.
Las descripciones coincidían, de eso no cabía duda. Allí estaba Johana Mayonakawa, tan fría y molona como los rumores prometían. El joven de la casaca sin duda era Mahiru Killbreak, un tío duro de los que ya no quedaban, si es que habían existido alguna vez para empezar. Y la mujer que prácticamente relucía con su adorable vestido de flores tenía que ser Kaori Mornstar, tan elegante como letal.
Zenobia quería regresar a casa, pero no podía marcharse sin más. Irse e ignorar a las leyendas andantes que se le habían aparecido milagrosamente estaba por encima de su fuerza de voluntad. Sacó unas patatas con alioli de la máquina expendedora que tenía más a mano y se sentó a comérsela en un banco un poco apartado, de espaldas a ellos.
El trío la había mirado de reojo un instante, pero ya parecía haberse olvidado de ella. Mejor. Zenobia tenía mucha curiosidad por saber sobre qué charlaban aquellos héroes legendarios mientras cenaban comida rápida sentados en bancos públicos.
—Eres demasiado inocente, Kaori. —Johana Mayonakawa parecía enfadada—. No puedes creerte lo que te cuenta cualquier caminante.
—Vosotros dos creisteis a pies juntillas lo que aquella viajera dijo sobre el pobre Niv, ¿no? —replicó Kaori, alegremente—. A lo mejor no soy yo la inocente del grupo…
—Tú no la viste, Kaori —intervino Mahiru Killbreak, y la señaló con su hamburguesa—. Esa tía va en serio. Si la hubieses visto, te darías cuenta. Sabe cosas.
—El tipo que yo conocí también sabe un montón de cosas. —Kaori bajó un poco la voz, pero estaba claro que era más por teatralidad que por evitar ser oída—. Cosas sobre las bestias. Me dio un montón de información. ¡Tomé notas y todo!
—¿Sacaste un bloc de notas delante de él? —se burló Johana.
—¡N-no! —protestó Kaori—. Escribí después todo lo que recordaba.
—Es demasiado conveniente. —Zenobia vio a Mahiru bebiendo de su botella por el rabillo del ojo—. ¿Una bestia ultra poderosa que comanda a las demás? ¿Y solo tenemos que matarla? Sé que estábamos buscando precisamente algo así, pero suena sospechosamente… fácil.
—Suena como si fuera un juego. —Johana suspiró—. Y no me gusta que jueguen conmigo.
—Entonces, ¿ignoramos la única pista que hemos encontrado en todo este tiempo? —preguntó Kaori, con voz dulce.
Mahiru suspiró.
—¿Cómo lo haces? A ver, repasemos tus notas. Las bestias nacen de huevos, eso lo sabe todo el mundo. Cuando matas a una bestia, a veces se convierte en una bestia renacida, como es obvio por el nombre…
—Y según tu misterioso informante, la probabilidad de que renazcan es de un diez por ciento —apuntó Johana.
—Sí. —Kaori quedaba fuera de la vista de Zenobia, pero la aventurera supuso que había hecho algún tipo de gesto durante el silencio que siguió a su afirmación—. Lo interesante es lo que viene después. Las bestias renacidas pueden pasar por el mismo proceso, pero es mucho más raro. Una de cada cien bestias renacidas se convierte en una bestia despertada al ser eliminada.
—Bestias despertadas. —Mahiru chasqueó la lengua—. He oído a algunos llamarlas así, pero siempre me negué a usar ese término. Pensé que solo eran bestias renacidas más grandes, poderosas e inteligentes que la media.
—La proporción encaja, aunque me fastidie admitirlo —gruñó Johana—. La bestia renacida de Acuario que atacó la estación de metro y la bestia renacida de Escorpio que casi le corta el brazo a Mahiru eran en realidad bestias despertadas. Sí, explica cosas. Deberíamos subir las tarifas cuando aparezca una de estas —añadió, con voz burlona.
—Entonces también habría que hablar de la bestia despertada de Auriga, la que quemó aquel árbol de navidad gigante.
—Casi no lo contamos con esa. —Kaori perdió la alegría característica de su voz al decir aquello—. Fue una noche horrible.
—La peor Navidad que recuerdo —coincidió Mahiru—. Y siguiendo esa misma progresión, de cada diez mil bestias despertadas que matamos, una se convierte… ¿en…?
—Una bestia trascendida. —Kaori habló con seguridad—. La cosa que atacó la bahía en verano debería ser, supuestamente, una bestia trascendida de Piscis.
—Tuvimos que pedir ayuda al puto ejército para tirar abajo aquella cosa. —Johana no parecía muy contenta al repasar el evento. Zenobia recordaba bien a qué se referían: ella misma se había presentado en el puerto para luchar, aunque al final no habían dejado que interviniera, ni ella ni los otros mil aventureros que se habían congregado. Eso sí, había sido como ver en directo una película de kaijus—. Pero las cifras no me cuadran. Se me ocurren otros dos monstruos gigantes que también contarían entonces como bestias trascendidas… Y ni de coña hemos matado tres mil bestias despertadas.
—Piensa en ello como en un gacha —explicó Kaori, alegre—. A lo mejor necesitas mil intentos para obtener el personaje SSR, pero en teoría es posible que te salgan tres SSR al tirar tres veces seguidas. Quizá, con el caso de las bestias trascendidas, simplemente tuvimos muy mala suerte y murieron las tres bestias despertadas que venían con premio.
A juzgar por el silencio de sus compañeros, no estaban nada satisfechos con la explicación de Kaori.
—Creo que dices tonterías —indicó Mahiru, sin tapujos. Ya no se le oía masticar. Debía haberse terminado su hamburguesa.
—Miradlo de esta manera, entonces. —Kaori empezaba a sonar un poco irritada ante el escepticismo de sus compañeros de aventuras—. El mundo es enorme, y solo conocemos esta ciudad y las de alrededor. Quizá sí que han muerto tres mil bestias despertadas en todo el mundo, pero por algún motivo resucitaron aquí cerca. Quizá fue la voluntad de alguien.
—Y ahí entraría tu famosa bestia iluminada, la que controla a todas las demás —apuntó Johana—. Siguiendo la progresión, ¿cuántas bestias trascendidas habría que matar para que aparezca una de esas? ¿Diez mil? Si nos hemos cargado tantos de esos mastodontes, creo que ya nos hemos ganado la jubilación.
—Ah, pero es que la bestia iluminada es especial —explicó Kaori, sonriendo y cerrando los ojos—. No procede de una bestias trascendidas, sino de bestias despertadas. Tienen el mismo poder, pero lo utilizan de forma distinta. En teoría, la bestia iluminada tiene el tamaño de un ser humano y puede hablar nuestro idioma si quiere. Los monstruos están a sus órdenes, pero su aparición es infinitamente más rara que la de una bestia trascendida. Piensa en ello como en un variocolor, porque…
—Ya basta con los símiles de videojuegos —la interrumpió Mahiru—. Pero vale, supongamos que estás en lo cierto y tu fuente sabe de lo que habla, en lugar de haberse informado leyendo un libro de rol o algo por el estilo. La bestia trascendida de Piscis se parecía mucho a su versión despertada, solo que era muchísimo más grande y poderosa. Del mismo modo, supongo que esa supuesta bestia iluminada compartirá los poderes y algunos atributos de su familia, ¿no? ¿A cuál se supone que pertenece?
—Mi informante no estaba seguro. —Kaori se encogió de hombros—. Él piensa que estamos ante una bestia iluminada de Sagitario.
—Vale, no he matado nunca una bestia despertada de Sagitario, ¿y vosotras? —preguntó Mahiru.
—No.
—Yo he matado bestias normales de Sagitario, como todo el mundo —terció Johana—. Pero nada más. Y las renacidas ya suelen ser bastante distintas… ¿Tenía que ser de uno de los tipos menos comunes? ¿Hemos ofendido a los padres de la estadística, o qué?
—Bueno, está claro lo que tendríamos que hacer, si quisiéramos ver como son. —La voz de Mahiru sonó despreocupada—. Si matamos un montón de bestias de Sagitario, seguro que alguna…
—Yo he matado a una bestia despertada de Sagitario —dijo Zenobia—. Creo.
La conversación se detuvo. La aventurera se maldijo a sí misma. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que haberlo dicho en voz alta? Era como admitir que había estado escuchando a escondidas. Vale, no es que estuviera precisamente escondida, pero…
—¿Y quién coño eres tú? —Ahí estaba. A Johana no le había hecho ninguna gracia su intervención.
—¿En serio? ¿En serio? —Se escucharon unos pasos, y Kaori no tardó en sentarse al lado de Zenobia—. ¿Tú sola?
—Si lo que dices es cierto, estás loca. —Mahiru también se había levantado, para ir a apoyarse en el respaldo del banco que ocupaba la aventurera—. Yo no lucharía en solitario contra un bicho así, y estoy bastante más curtido que tú.
—Es que… No me dejó más remedio. —Zenobia se puso roja—. Me acorraló en una cueva cuando volvía de una misión. Tuve mucha suerte: al principio creía que se trataba de una bestia normal y logré cortarle una pata antes de entender a qué me estaba enfrentando. Eso igualó un poco las cosas. Si me lo hubiese pensado…
—Eres muy valiente —Kaori prácticamente susurró esto en su oído. Se habría puesto más roja todavía, si hubiera podido—. ¿Cómo te llamas?
—Zenobia Drownhill.
—Ni me suena —intervino Johana, que había dado la vuelta al banco y se había detenido frente a ella—. Veamos pues, Zenobia Drownhill… ¿qué maldita pinta tiene una bestia despertada de Sagitario?
—Era como un gran caballo negro —describió Zenobia, mirando hacia las botas de Johana—. No sé cuánto medía. ¿Entre tres o cinco metros? Siento ser tan vaga, pero…
—Las cosas que salen de la nada para intentar descuartizarte parecen más grandes. —Mahiru completó la frase por ella—. Eso lo sé. Prosigue.
—Vale, pues tenía una larga crin blanca, y un cuerno dorado en la frente. Lo usaba para disparar flechas de electricidad. Sé que suena raro, pero era así —se apresuró a añadir Zenobia—. Tenía los ojos rojos, estrechos y malvados, y garras en lugar de pezuñas. Era aterrador. Pensé que era una bestia renacida que llevaba viva muchísimo tiempo y por eso se había hecho tan fuerte. No había oído hablar de bestias despertadas.
—Ni tú ni nadie, seguramente eso solo son cuentos que la tonta de Kaori se traga —gruñó Johana—. ¿Tú qué opinas, Mahiru? No parece que mienta, pero la verdad, si yo tuviese que describir una versión más fuerte de una bestia de Sagitario, me inventaría más o menos lo mismo. Lo de la electricidad podría ser revelador, eso sí.
—Yo la creo. Y creo que es un logro bastante impresionante. ¿Te gustaría unirte a nuestro grupo, Zenobia?
Hubo un silencio perplejo. La aventurera recordaría para siempre la melodía de la máquina expendedora que sonaba cerca en aquellos momentos.
—Mahiru —susurró Kaori con suavidad—, ¿tú estás tonto?
—¡Eh! —protestó el hombre, y golpeó el suelo con la bayoneta que tenía en la mano—. ¿Por qué no? Ella dice que fue suerte, pero no habría sobrevivido a un encuentro así sin una gran habilidad, una fuerza nada desdeñable y unos reflejos casi sobrehumanos. Ya hemos hablado de esto, chicas. Necesitamos a alguien más, una espada que nos cubra las espaldas. Niv no deja de declinar nuestra oferta, y ahora se nos presenta esta oportunidad, justo cuando estamos hablando de algo tan importante.
—¿Importante? —repitió Johana—. ¿Es que crees en la información de Kaori?
—Sí, maldita sea, empiezo a creerla —admitió Mahiru—. Dudo que las probabilidades que ha dicho fueran correctas, pero todo lo demás parecía tener sentido. Encaja con lo que ya sabíamos sobre los monstruos. Más razón para llevárnosla, en realidad. Si nos estamos embarcando en nuestra misión final, necesitaremos toda la ayuda posible.
—Pero Mahiru, no sabemos nada de ella —protestó Kaori, y miró con pesar a la chica—. No te ofendas, ¿vale? Es solo que creo que estás demasiado fuera de nuestra liga. ¿Tú no estás de acuerdo, Johana?
La aludida ladeó la cabeza.
—En realidad, no me opongo a llevar con nosotros un poco de carne de cañón —un desagradable tono burlón había contaminado su voz—. Pero si vamos a reclutarla, preferiría asegurarme de que no es completamente inútil. Quiero ponerla a prueba. Me enfrentaré a ella en el callejón de detrás.
Zenobia tragó saliva. ¿Cómo había pasado de jugar unas partidas de Yay Sukiú a ser retada por la hoja oculta del trío legendario?
—Zenobia, ¿tú quieres unirte a nosotros? —preguntó Mahiru—. Johana no va a ser blanda, más que nada porque no sabe, y aunque consigas su aprobación… en fin, no encontrarás muchos trabajos más peligrosos que el que tenemos por delante.
Zenobia contuvo la respiración. Estaba ante una de aquellas decisiones que podían cambiar el resto de su vida. ¿Unirse al trío legendario? Cualquier aventurero habría matado por una oportunidad como aquella, y sin embargo… ¿Era realmente lo que quería? ¿Eso y no una vida cómoda sin demasiados riesgos? ¿Realmente la gloria valía la pena?
No. Aunque había algo que sí lo valía.
La aventurera miró a Kaori a los ojos.
—¿Lo crees de verdad? —preguntó, con mucho cuidado, como si sus palabras fuesen tan frágiles que podían romperse al entregárselas—. ¿Crees que la bestia iluminada existe? ¿Que vencerla arreglaría las cosas?
—No creo que los monstruos desaparecieran por completo —susurró Kaori, con tristeza—. Pero sí que ese ser está ahí fuera, y que darle muerte evitaría que los monstruos fuesen tan abundantes. La vida sería más fácil para todo el mundo, incluso para los demás aventureros.
Zenobia suspiró. Ahora lo sabía. No podía negarse, no ante algo así. No sabía si daría la talla, pero tenía que intentarlo.
—De acuerdo. —La joven desenvainó su katana y miró a Johana, como si ella misma fuera la bestia iluminada—. Ponme a prueba. Quiero saber si estoy a la altura.
Dos horas después, la joven volvió tambaleándose al interior del Coin Block. Al no haber perdido de vista el edificio en ningún momento, no le costó demasiado regresar. Eso sí, la paliza que le había propinado Johana mediante sus pruebas bien podría haberla mandado al otro barrio. Cojeó como pudo hasta un banco y se dejó caer sobre él. Se hizo daño, pero no le importó mucho. Se introdujo la mano en el bolsillo para tocar la tarjeta que le había dado Mahiru. Allí estaba la dirección en la que debería reunirse con ellos en una semana, para unirse formalmente al grupo.
Sí. Había superado las rígidas expectativas de Johana. Estaba dentro.
El trío legendario iba a ser un cuarteto.
—Hola de nuevo, Zenobia. —Saliendo de la nada como de costumbre, Niv se sentó junto a ella—. Te das cuenta de que unirte a un grupo de aventureros de élite es lo opuesto a aceptar misiones fáciles y priorizar tu propia seguridad, ¿no?
—Parece que te enteras de todo lo que ocurre por aquí —señaló Zenobia, aturdida.
—Solo quiero que asegurarme de que sabes lo que estás haciendo. Esos tres no tienen malas intenciones, y creo que te protegerán… En la medida de lo posible. Pero son gente temeraria, Zenobia. Corren riesgos innecesarios, y a veces ponen en peligro a otros. Nunca estarás a salvo si les sigues. Y en cuanto a esa bestia iluminada… No sé si existirá o no, pero sospecho que su muerte no cambiaría nada.
—Y aun así, si podemos salvar a tanta gente, vale la pena intentarlo. —Zenobia se daba cuenta de lo irritada que sonaba—. Había muchas cosas que quería para mí misma, cierto, pero esto es diferente. Puede que haya nacido precisamente para ayudarles. ¿Por qué la casualidad me hizo escuchar esa conversación, si no? Tú fuiste un aventurero también, Niv. Deberías entender cómo me siento.
Niv negó con la cabeza.
—Hace unas horas me alegré, pensando que no tendría que volver a preocuparme por ti. Ahora me quedo más preocupado que nunca. Pero debo respetar tu decisión, Zenobia. Os deseo suerte.