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10. MINIMUM DOWNGRADE

Hotaru estaba preocupada por Niv.

Nunca antes le había visto malherido, y la venda que llevaba en la cabeza parecía ocultar una lesión bastante fea. Había estado encerrado en su habitación últimamente, salvo a la hora de reponer, y aquello no era en absoluto habitual en él. Para colmo, Zenobia, Kaori y Johana se habían marchado hacía muy poco y nadie sabía cuándo regresarían. La propia Neigail estaba pasando mucho tiempo fuera últimamente, con el pretexto de tener que hablar de toda clase de cosas con su editora. Empezaba a temer que un día, sencillamente, la escritora tampoco regresara. La joven no estaba cómoda con aquella situación. Nunca le había molestado trabajar sola en las recreativas, pero… es que siempre había tenido a Niv allí.

Ahora solo le quedaban Yumi y Miyuki.

—Entonces, ¿estás seguro de que no se hizo ninguna herida trabajando? —preguntó Hotaru—. ¿No se le cayó una caja encima o algo por el estilo?

—Qué va. —Miyuki disfrutaba con calma de sus fideos instantáneos—. Una mañana apareció con esa venda en la cabeza, pero no me explicó por qué la llevaba.

—Pero es muy raro, ¿no? —La joven había estado media tarde esperando allí abajo—. ¿Qué ha podido pasarle? ¿Se habrá caído por las escaleras? —Hasta ella sabía lo poco creíble que sonaba aquella teoría.

—Lo único que sé es que esa misma mañana la máquina de los perritos calientes estaba destrozada. Tuvimos que tirar todos los que quedaban. Bueno, eso habríamos tenido que hacerlo de todos modos —añadió Miyuki, pensativo—. Pero ya me entiendes. Hubo que bajar la propia máquina al segundo sótano. Ahí sí que casi nos matamos por las escaleras. Todavía me duele el hombro.

—¿Traerán una nueva? —preguntó Hotaru, melancólica, mirando el hueco en la pared. De repente, se dio cuenta de cómo había sonado eso—. ¡Ah! ¡No es que me importen tanto los perritos! —añadió—. Es simple curiosidad.

—Quizá arreglen la misma y nos la traigan de vuelta. —Miyuki se encogió de hombros—. La verdad, no sé de dónde viene la comida y todo lo demás. Niv no suelta prenda cuando le pregunto cómo funciona esto. Una vez intenté sonsacar al conductor del camión, pero es como si fuera mudo. Acabé decidiendo no preocuparme por los detalles. Mientras el sitio funcione… ¿Qué más da?

—A mí tampoco me preocupaba mucho —admitió Hotaru—. Aunque siempre me ha gustado saber cómo funcionan las cosas, cuando se trata del Coin Block me siento más cómoda dejando que Niv se encargue de todo. Pero si él no está por aquí…

—Está en su habitación —observó Miyuki—. Si realmente le necesitamos, solo tenemos que llamar a su puerta. No está enfadado con nosotros ni nada por el estilo. A lo mejor, si realmente se ha golpeado, es que le duele la cabeza.

—Puede ser… —admitió Hotaru, y se quedó mirando hacia la entrada. Prácticamente no se inmutó cuando vio aparecer a alguien.

Era un hombre adulto, con el pelo largo y rubio, tan denso que parecía formar un casco sobre su cabeza. Llevaba una chaqueta marrón abierta, y debajo se veía una camiseta gris con el diagrama de una nave espacial dibujado. Sus ojos estaban vacíos, como si hubieran visto demasiado y hubieran decidido no seguir asimilando la información que recibían. Tanto Hotaru como Miyuki conocían muy bien aquella mirada.

Observaron discretamente al desconocido. Hotaru desviaba la mirada a la escalera, esperando ver a Niv aparecer en cualquier momento. Pero no llegaba.

—¿Qué hacemos? —murmuró la joven. El desconocido paseaba como un alma en pena entre las máquinas expendedoras, como si no pudiera descifrar su funcionamiento.

—Hum… —Miyuki agachó los hombros—. Bueno, sabemos lo que haría Niv si estuviera aquí. Pero me temo que yo no estoy preparado para enfrentarme a este tipo de situaciones. Tú, en cambio, tienes experiencia.

—¿¡Qué!? —A Hotaru se le escapó un chillido.

—Por eso y por antigüedad, en ausencia de Niv, creo que te toca charlar con este tipo. —Miyuki se levantó y dio un par de golpecitos en la cabeza de una indignada Hotaru—. Muchísimo ánimo, senpai. —Se despidió con una voz melosa y repelente.

—¡Oye, vuelve aquí ahora mismo! —Hotaru se levantó y extendió una mano hacia él, pero el condenado ex oficinista era rápido. Subió prácticamente volando las escaleras y desapareció de la vista.

El desconocido se había dado la vuelta. La observaba con algo similar a la curiosidad, aunque en realidad la miraba sin verla.

La joven tomó una resolución. Si Niv no estaba allí, ella le echaría una mano y ocuparía su lugar esta vez. ¿Qué menos? Respiró hondo y miró directamente al visitante. Abrió la boca para dirigirse a él. Y entonces, sintió algo parecido a un dolor en el pecho. Fue como si su interior se hubiera fracturado, y un desagradable sentimiento la inundó por dentro hasta desbordarla y dejarla totalmente inoperativa.

Hotaru no tuvo más remedio que sentarse. Parpadeó furiosa, dispuesta a evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. ¿Por qué su cuerpo y su mente la traicionaban en aquellas situaciones? ¿Cómo se suponía que podía luchar con algo así? ¿Por qué Miyuki no comprendía por lo que la estaba haciendo pasar al marcharse? ¿¡Por qué nadie parecía entender cómo se sentía!?

Creían que era una cuestión de timidez, de voluntad débil, de egoísmo. No se trataba de eso. Era como si se rieran de ella por no ser capaz de hacer rebotar piedras en el agua, y a continuación le pidieran que lo intentara con una roca de doscientos kilos. No tenía nada de justo.

Con la vista clavada del suelo, vio los pies del desconocido pasar frente a ella. Se dirigían a la salida. Estaba a punto de marcharse. Aquel hombre había logrado llegar hasta allí, roto, e iba a irse sin más. Sin encontrar ninguna respuesta. O al menos, a alguien que escuchara sus preguntas.

Tenía que ser ella. Tenía que lanzar la roca gigante y hacerla rebotar, aunque fuera físicamente imposible. ¿Acaso no era la dueña de su propia mente? Dejó de contener las lágrimas. Se levantó y aspiró aire con todas sus fuerzas. Mil advertencias de color rojo se dibujaron en el sistema operativo de su cerebro, pero presionó Aceptar en cada una de ellas sin detenerse a leer ni una sola. Se orientó hacia la entrada, separó las piernas y aprovechó el breve segundo en el que logró bloquear todos sus pensamientos.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, con voz ahogada.

El hombre rubio, que casi había pasado ya bajo la persiana metálica, se detuvo. Se dio la vuelta lentamente y la miró.

—Yo soy Paul Warren —dijo en tono apagado. Entonces, algo pareció despertar en sus ojos muertos. Parecía que la visión de una joven llorando en un lugar como aquel era suficiente para sacarle de su ensimismamiento—. Oye, ¿estás bien?

—¿Yo? Claro, estoy bien. —Hotaru se limpió las lágrimas con un movimiento de su manga, poniéndose roja. Que la vieran llorando sí le daba vergüenza; en especial si era por una razón que nadie entendería nunca, y que nadie tomaría en serio si trataba de explicarla—. Y tú, ¿estás bien?

Paul parpadeó. No esperaba que le devolvieran la pregunta. Soltó una risa cansada.

—He estado mejor.

Hotaru caminó hacia él forzando una sonrisa. Por el momento, tenía el cerebro fundido. Sabía que interactuar ahora la haría parecer más tonta de lo que era, pero al menos tendría cierto margen de movimiento hasta que volviera a bloquearse.

—¡Estarás mejor si comes un poco! —exclamó Hotaru—. Has estado mirando las máquinas expendedoras, ¿no? ¿De verdad nada te ha llamado la atención?

—Ah. —Paul parpadeó—. Sí, las estaba mirando, pero… Me he puesto a pensar en mis cosas y al final no he comprado nada.

—¿Quieres que te invite? —Se ofreció Hotaru—. A lo que sea.

—Hum… —Paul rebuscó en sus bolsillos y sacó un puñado de monedas—. Que una niña me invite a mí sería bastante raro. Pero aceptaré tu sugerencia y comeré algo. Esos gofres no tienen mala pinta.

En cuanto Paul estuvo sentado, con el capricho que se había autoconcendido en la mano, Hotaru se apoyó en el banco que había frente a él.

—Entonces… ¿Te ha pasado algo? —preguntó la adolescente—. No estás dando un simple paseo, ¿verdad?

Paul Warren puso mala cara, como si el trozo de gofre que estaba masticando se hubiera agriado de repente. Volvió a dejar caer los brazos y miró a Hotaru a los ojos.

—El proyecto que dirigía se ha cancelado —explicó—. Llevaba siete años trabajando en él.

—Vaya. —Hotaru parpadeó—. Lo siento.

—Se veía venir —añadió Paul—. Estábamos incumpliendo cada uno de los plazos, y yo ya no era capaz de explicar a mis jefes las razones de los retrasos. Me obstiné demasiado, me negué a sacrificar la calidad, a realizar entregas incompletas. Sí, podríamos haber lanzado el producto hace dos meses, y luego ir parcheando los problemas, pero ¿qué imagen habría dado eso? Este proyecto era nuestro sueño; no quería que a quienes creyeron en él les pareciera una chapuza.

—Hiciste lo correcto. —Hotaru habló impulsivamente—. Las cosas hay que hacerlas bien. Aunque tarden un poco, acaban valiendo más la pena que si tomas un atajo.

—Cuéntaselo a los inversores. —Paul soltó una risotada—. Perdón. Yo hablaba como tú. Incluso mis jefes lo hacían. Pero cuando los ellos vieron que no había progreso visible y que los indicadores de interés del público empezaban a caer en picado… Amenazaron con retirar la financiación si seguíamos malgastando recursos en mi proyecto.

—Ah… —Hotaru agachó la cabeza. No sabía bien qué decirle. Por un lado, aquello era muy injusto para Paul. Por otro, incluso ella podía entender que quienes tenían el dinero no quisieran apostarlo cuando parecían llevar las de perder. Seguramente se podría haber encontrado alguna solución intermedia, pero ninguno de los dos lados había cedido.

Paul miró a Hotaru y se encogió de hombros, con los labios apretados. Parecía saber exactamente lo que ella estaba pensando.

—Me parece que, en el fondo, nunca creí que se atreverían a hacerlo —admitió—. No hasta que fue demasiado tarde. Todo había ido tan bien hasta entonces… —Empezó a reír, avergonzado—. Creo que una parte de mí estaba convencida de que estaba destinado a realizar este proyecto. De que cada uno de los pasos de mi vida me había conducido hasta ahí. Me sentía blindado ante el infortunio, a pesar de todas las malas señales. Y ahora… he perdido la cosa que más me importaba sin ser capaz de defenderla.

Hotaru buscó algo inteligente que decir, una de aquellas frases que Niv soltaba a los desconocidos y les hacía reflexionar sobre si mismos y sobre cosas que quizá habían pasado por alto. No se le ocurrió nada.

—Lo siento —repitió.

Paul sonrió con timidez y miró lo que quedaba de su gofre.

—En fin. No se ha muerto nadie. Ni siquiera me han despedido. Sigo teniendo un buen trabajo y ahora me destinarán a otro proyecto. Tengo una buena vida. Otros sufren mucho más que yo. No tengo derecho a quejarme. —Miró una vez más a Hotaru—. Gracias por escucharme. Me siento un poco mejor.

Engulló el resto del dulce y se levantó del banco. Hotaru se incorporó, indecisa. ¿Había sido suficiente? ¿Le había ayudado en algo? No lo creía. Paul parecía más lúcido, pero la misma mirada muerta adornaba sus ojos.

—Antes de irte… ¿No quieres jugar conmigo a las máquinas recreativas? —preguntó Hotaru, a la desesperada. Si ganaba algo de tiempo, quizá Niv se dignaría a bajar y a ocuparse de aquel pobre tipo—. Tenemos muchos juegos clásicos. Moto Scissors, Yay Sukiú 3, Kuchidake Hero, Rain Train 2, The Lost Masquer… Bueno, olvida ese último, todavía no he logrado arreglarlo. —Hotaru se interrumpió, sintiéndose estúpida—. Incluso si no te interesan los juegos, quizá disfrutes viendo el sitio —añadió, torpemente—. Tengo un amigo que simplemente se sienta allí a escuchar la música. Puede que…

—Espera un momento. —Paul la miraba intrigado—. ¿Has dicho que no has logrado reparar una máquina recreativa con The Lost Masquerade? ¿Eso querías decir?

—¿Eh? —Hotaru parpadeó—. Bueno… sí, eso he dicho.

—¿Me la enseñas? —Una extraña luz se había encendido en la mirada de Paul, algo que Hotaru no había esperado ver, y menos tan rápido.

—Eh… sí.

Una confusa Hotaru condujo a Paul Warren al salón recreativo. Al entrar, el tipo ahogó una exclamación. Caminó despacio, boquiabierto, mirando cuidadosamente a su alrededor con el aspecto de un aventurero que examina una antigua tumba llena de reliquias. No tuvo que indicarle dónde estaba The Lost Masquerade, porque reconoció el dibujo del lateral al instante. Al ver que la parte trasera de la máquina estaba abierta, se arrodilló sin dudarlo y metió la cabeza dentro. Se iluminó con la linterna de su teléfono móvil.

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—Uf. —Paul no sonó contento—. Niña, ¿qué demonios has hecho aquí? Los pines del conector están rotos. Esto es inútil.

—¡Eh, ya estaba así cuando yo llegué! —protestó Hotaru.

—Pues no vas a poder arreglarlo, no sin soldar de nuevo la pieza. ¿Tienes un soldador de arco? —El hombre sonaba escéptico.

—No, pero hice una chapuza para solucionar lo del pin —replicó Hotaru—. Mira el cable que tienes sobre tu cabeza.

—Ah… —Paul guardó silencio unos momentos—. Vale, esto es ingenioso. Has atravesado el cable con el clip, y has doblado un extremo para encajarlo en el cabezal y que haga contacto. No es muy ortodoxo, pero… Supongo que podría funcionar, siempre que el cable no se mueva.

—Funciona. —Hotaru se puso las manos en las caderas, aunque sabía que Paul no podía verla desde el interior de la máquina—. El único problema es que la configuración de la placa no se guarda. No sé por qué, pero lo averiguaré.

—¿No se guarda…? —Paul sacó la cabeza de las entrañas de la recreativa y miró a la adolescente—. Vale, creo que sé por qué es. Sí, ya lo entiendo. Ven, mira lo que pasa cuando conectas el cable tal como está. Es una tontería, en realidad.

Reacia, Hotaru se acercó a la máquina y se agachó. Tuvo que apretujarse mucho con el desconocido para poder meter la cabeza al mismo tiempo en el hueco, y eso no la entusiasmaba. Pero Paul parecía completamente absorto en lo que quería enseñarle.

—¿Ves el problema? El clip está tocando la pila. —Paul apuntaba con el haz de su linterna, indicando un pequeño botón plateado que había enganchado en la placa base.

—Aaaah. —Hotaru se apartó de Paul—. ¿En serio es eso? ¿La pila no proporciona carga suficiente si el clip la toca? Mierda. Mierda. Tiene sentido. Joder, si es que soy tontísima —gruñó.

—¡No te fustigues! —Paul la miró, alarmado—. Tu solución no era mala, y es normal que no te hayas dado cuenta. Mira, si doblo el clip para que envuelva el cable en el que va, de esta manera… La sujeción al cabezal es mejor y además ya no tocará la pila ni aunque haya un terremoto. Era lo que te faltaba para resolverlo.

—¡Hala, hala! —Hotaru se alejó de un salto—. ¡No habrás venido a robarme el trabajo!

Paul se echó a reír.

—No, tranquila. Pero, ¿en serio trabajas aquí? ¿Llevas el mantenimiento de todo esto? Siento si la pregunta es indiscreta, pero… ¿Cuánto te pagan?

—Una moneda por cada veinticuatro horas que cada una de estas máquinas pase encendida —recitó Hotaru.

Paul silbó.

—Te están estafando —dijo sin rodeos—. Pero estoy seguro de que eso ya lo sabes. ¿Por qué trabajas aquí?

—Porque me gusta lo que hago, y me da para vivir. —Hotaru se encogió de hombros—. Tengo mucho cariño a la gente que habita en el Coin Block, y puedo estar todo el día haciendo lo que más me gusta. No hay ningún lugar mejor para mí.

—Hum… —Paul se puso de pie y se cruzó de brazos. Se puso a pasear entre las máquinas, examinando a veces las que estaban apagadas, tocando distraídamente los joysticks de las que funcionaban. Finalmente, miró a Hotaru—. ¿Dónde vives?

—En la tercera planta. —La adolescente ni siquiera se planteó lo extraña que era esa pregunta, viniendo de un hombre al que acababa de conocer.

—Qué conveniente. —Paul sonrió—. ¿Te importa que me quede un tiempo aquí? Yo también alquilaré una habitación. Me encantaría ayudarte a arreglar algunas de estas máquinas. Tengo mis conocimientos de la parte electrónica un poco oxidados, pero créeme si te digo que soy un experto. Me parece que podemos hacer que funcione todo. Así ganarás más dinero, ¿verdad?

—¿Eh…? ¿Qué? —Hotaru no había esperado una proposición como aquella—. Pero…

—No te preocupes, no reclamaré ni una de tus monedas —añadió Paul—. Tengo dinero suficiente para permitirme unas pequeñas vacaciones. De todos modos no van a reasignarme a otro proyecto tan pronto. Quiero volver a mis inicios, ponerme a prueba a mí mismo. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Hotaru. —La adolescente tragó saliva—. Hotaru Ishimaru.

—Oh. —Paul parpadeó, mirándola como si la hubiera visto por primera vez. La chica agachó la cabeza. ¿Había reconocido el nombre? ¿Sabía lo que ella había hecho?—. Pues es un placer conocerte, señorita Ishimaru.

Así comenzó una de las etapas más extrañas de Hotaru en el Coin Block. En lugar de revolotear entre las máquinas según le apetecía y pararse a echar una partida siempre que se cansaba de trabajar, ahora la joven tenía que dedicarse a examinar cada una concienzudamente, con Paul al lado preguntándole cosas. Parecía un profesor, pero a veces él también se sorprendía de los conocimientos que tenía la chica.

En ocasiones, Paul era capaz de reparar con solo verla una recreativa que a Hotaru se le había resistido durante años. Otras veces, los dos pasaban cuatro o cinco días pensando en formas de arreglar una y probando cosas, hasta que finalmente conseguían arrancarla. En un caso, Paul llegó a la conclusión de que sin una soldadora portátil no podrían enfrentarse a su siguiente proyecto. En lugar de dejarlo estar, se empeñó en ir a comprar las herramientas que necesitaban. Tardó varios días en volver, y todo ese tiempo Hotaru lo pasó temiendo que los monstruos le hubieran atacado o que, sencillamente, no encontrara el camino.

Hotaru no era la única con la que Paul Warren se relacionaba. Cuando al fin coincidió con Niv, mantuvo una cordial conversación con él y empezó a pedirle consejo regularmente, aunque la adolescente no llegó a descubrir de qué hablaban (lo cual le parecía un poco injusto, ya que había sido ella quien había logrado que se quedara). También empezó a interesarse por el estado de Yumi en cuanto supo de su existencia y de su trágica historia. Con Miyuki entabló amistad casi de inmediato; aunque procedían de sectores muy diferentes, los dos sentían que habían sido maltratados por el mismo tipo de empresa codiciosa. El hecho de que pudieran admitir ante el otro la parte de culpa con la que cargaban hacía que se identificaran mutuamente.

Pero no cabía duda de que era con Hotaru con quien pasaba más tiempo. La joven estaba aprendiendo un montón de Paul, y se sentía cómoda trabajando con él. Cuando estaban juntos, su forma de interactuar le recordaba a algo que hacía mucho tiempo que creía haber perdido para siempre. No lograba identificarlo conscientemente, pero era reconfortante. Hasta que un día…

—Me recuerdas a mi tío. —Hotaru lo dijo sin pensarlo. Se puso roja al instante y trató de apartarse de la vista de Paul, que estaba concentrado delante de un rudimentario esquema que él mismo había dibujado.

—¿En serio? —Paul prácticamente no se inmutó. Se limitó a arquear las cejas—. Bueno, no eres la primera en compararme con Ren Ishimaru.

—¿Qué? —Hotaru miró fijamente al hombre un momento—. ¿Le conoces? ¿Conoces a mi tío?

—No, no le conozco —replicó Paul—. He conocido a algunos compañeros suyos, sin embargo. Yo trabajo para la competencia de la empresa a la que Ren pertenecía. La empresa que te denunció.

—Entonces, ¿lo sabes? —Hotaru se dejó caer al suelo y apoyó la espalda contra una recreativa. Como Paul estaba arrodillado para comparar su esquema con las entrañas de otra de las máquinas, quedaron a la misma altura—. ¿Sabes lo que hice?

—Reconocí tu nombre en cuanto lo escuché. —Paul suspiró y dejó lo que estaba haciendo. Se dio la vuelta para mirarla—. Escucha. Me da igual. Eres una chica brillante y es lo único que importa.

—Ojalá fuera así. —Hotaru levantó los puños—. ¿Tienes idea de la cantidad de gente que me odia?

—¿Sabes cuántos me odian a mí? —susurró Paul—. Supongo que nunca te lo conté. Mi proyecto era un juego que la gente llevaba años esperando. La prensa y los streamers han decidido que soy el mayor y único responsable de la cancelación. Tú no lo sabes porque hasta aquí no llega Internet, pero si metes mi nombre en un buscador, lo único que encuentras es odio hacia mi persona.

Hotaru le miró con tristeza.

—Pues parece que no te importa.

—Oh, claro que sí. —Aquella mirada vacía que había lucido la primera noche reapareció un momento en los ojos de Paul—. Simplemente intento no pensar en ello. Pero tu caso es diferente, Hotaru. La gente olvidará tu error. Podrás encontrar tu sitio y comenzar de cero. Solo necesitas tiempo.

—Ya he encontrado mi sitio —replicó Hotaru—. Entonces… ¿por qué te comparan con mi tío?

—Por la forma de trabajar, supongo. Por la forma de pensar. —Paul se encogió de hombros—. No lo sé, en realidad. Nunca le vi. Por lo que he escuchado de él, yo no creo que me parezca tanto. Desde luego no esperaba que su propia sobrina me dijera esas palabras.

—Me enseñaba un montón de cosas, cuando era más pequeña —sonrió Hotaru, nostálgica—. Su forma de explicarse era parecida a la tuya, eso seguro. —Su expresión facial se congeló—. Él nunca me perdonará lo que le hice. Lo perdió todo.

—En esta industria, eso es fácil. —El hombre asintió con gravedad—. He visto a montones de compañeros desaparecer por errores de los que no eran realmente responsables. Acaban en otras empresas tecnológicas más anodinas, obligados a observar la evolución del mundo del videojuego desde el lado del consumidor, no del creador. A menudo temo que ese acabe siendo mi destino algún día. Y sí, es durísimo. Supone vivir caminando siempre a la sombra de tus propios sueños.

Hotaru suspiró, desconsolada.

—Yo no sabía que ocurriría esto.

—De todos modos, si yo fuera Ren Ishimaru, te perdonaría —añadió Paul, pensativo—. Estaría muy enfadado un tiempo, desde luego. Pero al final, los seres queridos están por encima de los sueños, al menos en mi escala de prioridades. Si la suya es distinta… en fin, estaría en su derecho de no perdonarte, pero eso significaría que Ren Ishimaru y yo no nos parecemos en lo más mínimo.

Una a una, las recreativas que quedaban por arreglar fueron quedando restauradas. La presentación del salón también mejoró: Paul dio a Hotaru ideas para quitar los cables de en medio, tenerlo todo más ordenado y poder limpiar más fácilmente. A ella le daba un poco de pena, ya que siempre había considerado el lugar como una especie de gigantesco cajón desastre personal. Pero al ver que los visitantes comenzaban a pensárselo menos antes de entrar a jugar y que encontraban los juegos que buscaban con más facilidad, tuvo que admitir que era un cambio en la buena dirección.

Una noche, Hotaru y Paul bajaron en busca de algo para cenar. A la joven le preocupaba que su nuevo amigo comiera casi exclusivamente dulces, así que puso mala cara cuando vio que metía moneda tras moneda para sacar una auténtica montaña de tortitas.

Él se rio al verla.

—Si tanta envidia tienes, te puedo dar una —se burló Paul.

—No, gracias. —Hotaru se sentó al lado—. Estoy perfectamente con mi pollo frito y mi ensalada.

—Tú te lo pierdes. —Paul comenzó a cortar sus tortitas con el cuchillo y el tenedor de plástico que la máquina le había proporcionado. Miró a Hotaru seriamente—. En fin, supongo que no tiene sentido posponer esto más. Mañana me iré del Coin Block, niña.

—¿¡Qué!? —La adolescente casi se atragantó con el trozo de carne que tenía en la boca—. ¿A dónde vas?

—A mi casa. —Paul se encogió de hombros—. A mi empresa. Creo que ya estoy listo para volver. Estar junto a ti me ha distraído del dolor por mi proyecto perdido. He recordado que trabajar en cosas más pequeñas y asequibles puede ser igualmente satisfactorio. Que si te rompen un sueño en pedazos, eso significa que sigues teniendo un montón de sueños más pequeños. Esa última frase es de Niv, por si acaso.

—Cómo no —bufó Hotaru.

—He aprendido mucho sobre ti, Hotaru. Y he aprendido mucho sobre mí. —Paul Warren atacaba sus tortitas sin piedad mientras se explicaba—. Pero ahora tengo que volver. Si sigo desaparecido más tiempo, creo que esta vez me echarán de verdad. Estoy en una posición privilegiada, a otros no les habrían permitido esfumarse tanto tiempo. He de continuar.

—¿Y arriesgarte a que te quiten más proyectos? ¿Más sueños? —Hotaru apretó los dientes—. Lo siento, pero… ¿No serías más feliz aquí? A mí me has ayudado un montón. Me encanta trabajar contigo. ¿Realmente necesitas un puesto en una oficina? ¿Una casa en un barrio lleno de gente normal que apenas te conoce? El Coin Block es mejor. Es…

—El Coin Block me ha salvado, Hotaru. —Paul se quedó mirando su tenedor de plástico—. No sé a dónde iba la noche en la que me preguntaste mi nombre. No sé lo que pretendía hacer. Me da miedo pensarlo. Este lugar me ha ayudado a curarme. Pero, mientras esté aquí, estoy renunciando a algo. ¿Lo entiendes? ¿No sientes que te estás perdiendo cosas, Hotaru? ¿Crees que no te privas de nada al estar aquí?

—Yo no tenía nada, Paul. —Hotaru suspiró—. Tú tienes una vida a la que volver. Yo no. Ya sabes lo que ocurrió con mi tío. Mis padres también me odian. No puedo dedicarme a lo que me gusta. Me obligarán a estudiar alguna cosa estúpida que no tendrá nada que ver con la tecnología, y que no me servirá para encontrar ningún trabajo. Supongo que esperan que al final me case con algún idiota dispuesto a mantenerme —añadió con desprecio, y dio un feroz mordisco a un trozo de pollo.

—Eso sería un desperdicio. —Paul se rascó la barbilla—. Hotaru, ayudaste a piratear una de las videoconsolas más vendidas de la historia. No lo apruebo, y no creo que merezcas una recompensa por hacer algo así, pero lo cierto es que las empresas suelen terminar contratando a los hackers que las hostigan. ¿No has pensado nunca en eso?

—Eso me decían mis compañeros, cuando estábamos creando el custom firmware —gruñó Hotaru—. Que no me preocupara, que seríamos leyenda y que algún día entraríamos en una de las empresas importantes por la puerta grande, no empezando como becarios. Pero esas cosas las decían para engatusarme, para que no pensara en las consecuencias reales —suspiró—. No funciona así realmente, o al menos no para mí. Nadie me considera una chica genio; me recuerdan como la tonta que robó información a su tío e hizo que le despidieran.

—Sí, es posible que tengan esa imagen de ti. —Paul no amortiguó el golpe—. Es cierto. Las empresas no te verán como una potencial promesa, sino como una amenaza a su seguridad. Sin embargo, yo te conozco. Sé lo que vales. Ten, esta es mi tarjeta. Si alguna vez decides abandonar el Coin Block, llámame. No estoy en posición de hacer demasiadas promesas ahora mismo, pero creo que tendré trabajo para ti. Te gustará —sonrió malévolamente—. Aunque tendrás que esforzarte de verdad. No será un juego como lo que hemos hecho aquí.

Hotaru aceptó la tarjeta con una mano temblorosa.

—¿Irme del Coin Block? —miró a Paul, confusa—. Yo no quiero irme. Este es mi sitio.

—Quizá lo sea. Y aquí tendrás trabajo siempre, sospecho —admitió el hombre—. Hemos reparado casi todas las máquinas, pero son muy antiguas, más de lo que imaginas. Siempre habrá una u otra estropeándose. Tendrás que seguir haciendo arreglos eternamente, si realmente Niv quiere mantener el lugar abierto. No crecerás como profesional, llegará un punto en el que ya no podrás aprender nada nuevo, pero tampoco te aburrirás del todo.

—Entonces, ¿por qué…?

—Te estoy dando opciones, Hotaru. Creo que es importante que te plantees las cosas. —Paul ya se había acabado todas las tortitas. Tiró el plato de papel a la basura—. Sé que he dicho que estás renunciando a cosas mientras estás aquí; pero no es menos cierto que recuperar tu vida supondría renunciar al Coin Block. Y aquí tienes más de una función. No te limitas a arreglar cacharros, también ayudas a la gente. Gente como yo. —Paul se levantó—. Tampoco es sencillo decir adiós a eso. Hotaru Ishimaru, tendrás que decidir qué es lo más importante para ti. Y ahora… Llevamos un mes trabajando casi sin parar. ¿Qué tal si nos echamos unas partidas, antes de que me vaya?

Satisfecho, el hombre rubio se encaminó hacia las escaleras, como fingiendo no saber nada del peso que acababa de colocar sobre los hombros de Hotaru. La chica entendía que su intención era buena, que acababa de ofrecerle un futuro alternativo, pero pensar en aquellas cosas la aterrorizaba. Había asimilado hacía mucho tiempo que aquella era su única vida posible, que no había ningún modo de volver al mundo de la gente normal.

Saber que una posibilidad así existía lo haría todo más difícil. Con un hondo suspiro, Hotaru se guardó en su bolsillo la tarjeta que le había dado Paul y le siguió escaleras arriba.