Novels2Search

Capítulo 6: Mi Burrito

image [https://i.imgur.com/iRPVhbq.png]

CAPÍTULO 6

Mi Burrito

Huntington Beach, California

Día presente

Consuelo

----------------------------------------

La cocina vibra—un ritmo constante de aceite chisporroteando, cuchillos chocando y risas enredadas en el aroma del tocino dorándose en la sartén. Las papas recién peladas añaden su propia terrosidad al aire, anclando todo en algo firme, algo real. La luz del sol se cuela por la ventana, derramándose en charcos dorados sobre el cálido suelo de azulejos.

Deslizo un huevo ranchero sobre un plato, guiada por la memoria muscular. La sartén chisporrotea al compás de mi corazón. Por un segundo, todo se sincroniza—los sonidos, el calor, el movimiento. Luego, levanto la mirada.

Frente a mí, un hombre pela papas con una precisión silenciosa. Sus manos se mueven como las mías, reflejando un viejo ritmo no dicho.

Un borrón pasa corriendo—a penas siete años, pura energía inquieta y tenis gastados. Corre tan rápido que el aire cambia a su paso. Mis labios se curvan, pero mis pensamientos ya están en otra parte.

Carlos.

Nunca fue un maleante. La gente veía los tatuajes y sacaba sus propias conclusiones. Pero él era un soñador. Un soñador terco, imprudente, hermoso, en un mundo que se negaba a soñar con él.

Trazo el borde del plato, su sonrisa ladeada parpadeando en mi memoria. Esa media sonrisa, esos brazos tatuados, la forma en que caminaba como si no tuviera nada que perder. ¿Habría sido diferente si el mundo le hubiera hecho espacio? ¿Si hubieran mirado más allá de la tinta?

El niño vuelve a pasar, casi chocando con una de las cocineras. Ella lo atrapa en el último segundo, despeinándolo con ternura.

—Oye, papuchón, ¿aguas, no?—bromea, su voz cálida, afectuosa.

—¡Perdón, tía!—ríe, ya brincando hacia su padre, quien pela zanahorias para el caldo de esta noche.

Lo observo irse, algo tibio jalándome el pecho. La cocinera me mira de reojo, con esa mirada que sabe demasiado. Suspiro.

No es su sobrino de sangre, pienso, pero en esta panadería, todos somos familia.

If you come across this story on Amazon, it's taken without permission from the author. Report it.

Un segundo después, el niño regresa, con una guitarra pequeña aferrada entre sus manos.

—¡Papá!—dice, vibrando de emoción—. ¡Mira lo que Carlos me enseñó hoy!

Mi corazón tropieza.

Sus deditos tocan los primeros acordes de Mi Burrito Sabanero, y la cocina se tambalea.

La melodía me golpea, arrastrándome—Carlos a los cinco años, sus pequeñas manos aferradas a la guitarra de su abuelo, su sonrisa una mezcla de orgullo y travesura. La risa de su madre. El calor de nuestra familia reunida. El recuerdo aprieta fuerte, exprimiendo algo profundo, algo tierno.

El dolor es punzante. Pero el calor se queda.

El niño sigue tocando, sus dedos tropezando, encontrando el ritmo. Su padre se inclina, el orgullo arrugando las esquinas de sus ojos. Trago contra el nudo que sube por mi garganta.

Una lágrima se escapa antes de que pueda detenerla. Una cocinera me aprieta el hombro, firme, en silencio.

Carlos, sigues aquí.

El niño toca la última nota, y la cocina exhala con él. Su padre le da una palmada en la espalda.

—Ve a tocar para los clientes, mijito—dice—. Enséñales lo que sabes.

La cocinera sonríe.

—Diez pesos. Si superas diez dólares, rompes el récord de Carlos.

Los ojos del niño brillan con determinación.

—¡Voy a conseguir veinte!—grita, corriendo hacia el frente, esquivando filas de conchas y empanadas, dejando risas a su paso.

Me apoyo en el mostrador, mis rodillas protestando con un crujido.

—Ese coño—murmuro, riendo con la garganta apretada—. Carlos hacía magia con esa guitarra. Diez dólares por cabeza, fácil.

No necesito decir su nombre. Ya está ahí, envuelto en cada acorde, en cada moneda que cae en el frasco.

Desde el frente, la voz del niño resuena, fuerte, sin miedo.

—¡Voy a conseguir cien!

Las cocineras ríen, negando con la cabeza.

—Con ese entusiasmo—murmura una—, capaz que lo logra.

Sonrío, el calor empujando contra el dolor.

—Lo harás, mijito—susurro. Parte deseo. Parte promesa.

La guitarra canta, y por un momento, la cocina se detiene a escuchar. Pero no es solo al niño a quien oímos—es a Carlos. Su alegría, su desafío, su terquedad de no ser olvidado.

El pasado y el presente se mezclan, la pérdida y el amor doblándose en algo más suave.

Las monedas caen en el frasco. La risa se desborda por los mostradores. Las cocineras intercambian miradas, sus sonrisas teñidas de algo nostálgico. Algo que entiende.

Me giro hacia la estufa, limpiándome las manos en el delantal.