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Capítulo 3: Kenshi Yamamoto

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CAPÍTULO 3

Kenshi Yamamoto

Roppongi, Tokio, Japón

Día actual

KEN

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El bar se siente más pequeño ahora, como si las historias de Ken se hubieran filtrado en la madera, deslizándose entre las manchas de whisky y los viejos remordimientos. El hielo tintinea contra el vidrio. Una melodía de soul lento murmura desde la máquina de discos, y las luces parpadeantes del techo no deciden si resistir o rendirse. El peso de sus palabras presiona contra todo.

Ken se recuesta, brazos cruzados, con una sonrisa ladeada apenas marcada en la comisura de los labios. Pero sus ojos—afilados, conocedores—dicen otra cosa. La fanfarronería habitual en su voz está atenuada, como si hubiera despojado una capa de sí mismo que rara vez ve la luz.

"Vidas en pantalla dividida," murmura, saboreando las palabras como un sorbo de escocés añejo. "Carlos con su guitarra, Akina con su máscara. Ambos atrapados en jaulas que ni siquiera ven. Alcanzando algo que no pueden nombrar." Exhala una risa seca. "Lo gracioso es que ni siquiera se dan cuenta de que están leyendo el mismo maldito guion."

Las palabras flotan entre ellos, densas como el humo. Ken desliza un vaso por el mostrador—suave, ensayado, teatral—pero su mirada se queda en el cliente, dejando que todo se asiente.

"Carlos aún cree que su guitarra es un salvavidas," dice Ken, su voz hundiéndose en algo reflexivo. "Como si soltarla significara ahogarse. ¿Y Akina? Ella ya está bajo el agua. Solo que todavía no se ha dado cuenta."

Su mirada se desvía, más allá de las paredes, más allá del resplandor de neón que se filtra desde las calles. "¿Crees que la vida es cruel?" Hace una pausa, deja que la pregunta respire. "Tal vez no lo sea. Tal vez solo sea… un escenario. Y todos estamos tropezando con líneas que no pudimos escribir."

El cliente mira su copa intacta, observando el líquido ámbar aferrarse al vidrio, lento y deliberado. La máquina de discos sigue sonando, la melodía desvaneciéndose en el fondo como un recuerdo que intenta escaparse.

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Ken tamborilea los dedos contra la barra, un ritmo perezoso contra la madera. "¿Alguna vez te has preguntado si todos estamos esperando una señal que nunca llega?" Su voz es ligera, casi divertida, pero hay algo debajo. "O tal vez estamos tan desesperados por encontrarle sentido a todo, que olvidamos sentarnos y simplemente ver el espectáculo."

Afuera, el neón parpadea, proyectando sombras rotas contra la ventana. Adentro, el silencio se alarga, denso y expectante. Ken inclina la cabeza, estudiando al cliente con una curiosidad desapegada.

"Curioso, ¿no?" Sonríe de lado, pero sin rastro de humor. "Caminamos por ahí pensando que somos los únicos cargando con este peso. Convencidos de que nadie más está atrapado en el mismo desastre. Y entonces aparece alguien—distinta historia, misma miseria—y de repente—" Chasquea los dedos, como sacudiéndose una mala mano en el póker. "El mundo se siente un poco más liviano."

El cliente exhala, lento y medido. Sus dedos se aprietan alrededor del vaso, el peso de él anclándolo a la realidad.

Ken sirve otra ronda. El líquido cae en el cristal con una quieta certeza. No solo es una bebida. Es un gesto. Una traducción de algo que no necesita palabras.

"Sabes, amigo..." La voz de Ken baja, firme. "...no eres tan diferente de ellos. Todos estamos arañando las paredes de esta obra, intentando reescribir el guion. Algunos usan guitarras. Algunos usan máscaras. Y otros simplemente se sientan aquí, mirando su copa, preguntándose en qué momento se jodió la trama."

El cliente alza su vaso, dejando que la amargura se asiente en su lengua. Cuando se encuentra con la mirada de Ken, hay algo allí—reconocimiento. Todos son actores en la misma obra gastada. Pero quizá—solo quizá—es hora de dejar de fingir.

Ken vacía su copa, lento y deliberado, como cerrando un libro. El cliente lo observa, captando la calma de alguien que ya hizo las paces con el papel que le tocó interpretar. La expresión perdida en su reflejo se siente menos pesada ahora, como si el peso de la actuación se estuviera desvaneciendo. Algo hace clic—algo que aún no puede nombrar.

Ken se inclina hacia adelante, su voz firme, cada palabra aterrizando como la última línea antes de que caiga el telón. "Ahora lo entiendes, ¿verdad?" Sus ojos brillan bajo la tenue luz, afilados, sabios. "La vida es un escenario. La única pregunta es—¿vas a seguir fingiendo, o finalmente vas a salir y encontrar algo real?"

El cliente mira su copa. El silencio devora la habitación entera.

Ken observa, esperando, pero ya lo sabe—esta escena ya no le pertenece. El siguiente movimiento no es suyo. Tal vez el cliente salga del escenario. Tal vez no.

De cualquier manera, el espectáculo continúa.