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Visitantes.

Despertó en medio de la oscuridad, con una tempestad cayendo como si el cielo se fuera a romper.

A su alrededor, el barro y los charcos eran tan altos que casi cubrían por completo su cuerpo rocoso.

Leye se fijó en la pantalla que le proveía la información de su estado actual. Sus puntos de agua y energía aumentaron a veinticinco. Entonces recordó todo: el sufrimiento producido por los intrusos subterráneos que habían perforado su ser, y el dolor que lo dejó inconsciente.

Seguían allí, pero el dolor extremo era apenas una molestia. El descanso prolongado debía haber aumentado su tolerancia a las múltiples ramas metidas en su interior.

Pronto, el día volvió dando paso a un sol implacable, y con él, los papagayos y las guacamayas. Aunque proveían mucho menos energía que los simios, su presencia y sus patas sobre su superficie rocosa lo rejuvenecían.

«Es increíble que haya sobrevivido. No sólo no desapareció mi conciencia, sino que ahora me siento más poderoso.»

Entonces se fijó en algo que hasta ahora no había percibido debido a la perplejidad de su supervivencia. Su área de influencia había aumentado a una legua.

No sólo eso. Las ramas que habían perforado a Leye ahora eran parte de su núcleo y le permitían ver a través de tres árboles cercanos, como pequeñas atalayas a su disposición.

Vio leguas repletas de árboles, mucho más altos que los que ahora controlaba y que tapaban su visión. Pero era algo.

Un pensamiento vino a su mente, probablemente transmitido por la infinita sabiduría de su madre.

«Siempre que hay dos entidades cercanas, una tiende a depredar a la otra. Siempre va a existir una guerra por el poder entre dos seres que conviven.»

Pensó en los árboles que ahora controlaba. Intentaron controlarlo cuando llegó a su territorio, pero la victoria fue suya.

Gastó una porción importante de los puntos de energía que el aguacero le había otorgado para estudiar sus ramas, tronco y hojas. Extendió a ellos su conciencia.

Eran grandes y frondosos, sobretodo el que estaba en medio de los otros dos. La maleza y otros arbustos crecían a su alrededor, llenos de escarabajos y hormigas.

«No puedo hacer nada para eliminarlos. Los usaré a mi favor.»

Ahora que tenía un poco de energía a su disposición, junto a la que le daban las aves que caminaban sobre su caparazón, intentó moverse. De nuevo consiguió estremecerse un poco, causando pequeñas ondas de agua en el charco a su alrededor, pero no lo suficiente para espantar a los papagayos.

Su energía se redujo a diez puntos mientras estudiaba a las ceibas, cuyas hojas se movían indiferentes al viento de la tarde. Por instinto, supo que si les otorgaba algo de su combustible, sus frutos y hojas crecerían más rápido.

Siguió observando. El “0” frente a su pantalla en el apartado de “criaturas” despertaba su curiosidad.

Sabía que en algún punto podría controlar a los insectos, los monos, las aves y el resto de criaturas que se ponían a su alcance, pero no sabía cómo.

Tampoco sabía si podría obtener tanto poder antes de que algo lo destruyera.

«Estas ceibas han estado a punto de eliminar mi conciencia. Si bien fui yo quien al final logró controlarlas, si hubieran atacado un poco más deprisa, tal vez la historia sería otra», pensó, mientras sentía cada vez más aves caminando sobre su cuerpo. «Pero si vienen bestias más poderosas, o humanos, mi existencia va a estar en juego. Tendré que evolucionar pronto, o estaré perdido.»

Recordó las ciudades de los hombres que veía desde el vientre de su madre: enormes urbes llenas de pirámides y murallas de roca, así como grupos de hombres armados que montaban felinos; andaban en grupos grandes y combatían entre sí. Si llegaba a ser descubierto por uno de esos antes de tiempo, estaría perdido. Se preguntó si también podría extender su conciencia a seres pensantes como aquellos.

«Será mejor que por ahora me concentre en controlar a los simios. Si de algún modo encuentro la forma de manejar sus pequeños cuerpos para que me traigan recursos, podré crecer rápido y estar preparado para cualquier ataque.»

La perspectiva era buena, pero tenía que trabajar con lo que tenía ahora y usar con pericia los pocos puntos de agua y energía en su poder.

—Hemos escapado por los pelos —dijo Nilu en un susurro en medio de los matorrales, con su espada en ristre.

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—Shh. No digas nada. No sabemos si siguen cerca —suspiró Naya con los ojos abiertos como platos, con su arco bien tensado. La chica corrió como nunca, y el sudor se perlaba aún en su frente. Sus sollozos apenas eran audibles.

Los tres compañeros llevaban al menos una hora en aquellas zarzas espinosas.

Permanecieron otro rato en silencio, pero al ver que no pasaba nada, salieron con sigilo. Estaban en los límites del bosque, cubiertos de barro para que los jaguares del escuadrón Eyen no los rastrearan.

—Va a anochecer —dijo Vidul, guardando sus dos dagas en las vainas del cinturón—. Creo que ya podemos ir al pueblo más cercano.

—No creo que sea buena idea, hermano. Estos tipos parecían decididos a atraparnos, y no creo que la oscuridad de la noche les impida seguir su cacería. Lo mejor será internarse en la selva por un tiempo —Nilu guardó su espada bajo su túnica, pero siguió bien alerta de su entorno, aprovechando los últimos rayos de luz—. Estoy seguro de que podremos cazar alguna serpiente para no morir de hambre.

—Si es que ellas no nos cazan primero a nosotros.

Al final hicieron lo que él decía. Era líder de su grupo, y hasta ahora sus decisiones los habían mantenido vivos, tanto fuera como dentro de las mazmorras.

El camino se fue haciendo más denso y profundo a medida que avanzaban, pero no se detuvieron por al menos tres horas, cuando la densidad de los troncos y las ramas apenas los dejaban avanzar.

Naya, la mejor rastreadora del equipo, percibió pronto una anaconda y la cazó con un dardo certero en su enorme cabeza.

Nilu y Vidul usaron sus armas para quitar la maleza a su alrededor y prender una fogata que les permitiera cocinar al animal. Aunque el fuego podía revelar su posición, era poco probable que los enemigos se metieran para buscarlos en lo profundo del bosque. Al cabo de unos días seguro se aburrirían y los dejarían en paz. Los tres rastreadores eran expertos en moverse en la selva desde niños, lo que les permitía usarla a su favor para atacar a los enemigos desde las sombras y desaparecer de manera impune.

—Es por aquí que se produjo la explosión, ¿no es cierto? —dijo Vidul, mientras masticaba su pedazo de carne asada.

—Creo que sí, pero a estas alturas ya las ramas lo deben haber absorbido. Dudo mucho que encontremos mucho más que un pedazo de roca lunar. Lo mejor será que no nos alejemos mucho del valle de Anen. Después de todo, hay varios portales con mazmorras que podemos saquear, una vez que los escuadrones Eyen bajen la guardia. Aunque son feroces, no tienen el número para limpiar tantos portales con rapidez.

—Mi señor, es una idea sensata. Pero en muchos casos esos meteoros traen consigo materiales que podríamos vender en los mercados a buen precio, e incluso podrían superar con creces las gemas de energía que ofrecen los portales, sin mencionar que no nos tendríamos que arriesgar tanto a las tropas enemigas.

No hubo réplica. Nilu supo que su compañero tenía razón. Aunque tendrían que recorrer muchas leguas en un territorio complicado, eran tan hábiles como para atravesarlo durante el tiempo que los enemigos los acechaban, y regresar al valle cuando ya hubieran desistido.

—¿Tú qué opinas, Naya? Creo que no es tan descabellado el plan —dijo después de un rato, cuando ya tenía su estómago saciado. La huida apenas lo había dejado con energía.

—Podríamos investigar.

Eso hicieron. Después de descansar por un buen rato, se adentraron aún más en la selva. El barro sobre su cuerpo mantenía a los mosquitos a raya, y los protegía de ser detectados por los jaguares, que si bien podrían despachar con facilidad, no eran su objetivo. Los únicos jaguares que les interesaban eran los de los portales, cuyos dientes y pieles mágicas se vendían muy bien en los mercados.

A medida que avanzaban con parsimonia entre los helechos comenzaron a hablar de la situación del país. Después de todo, les faltaban varias leguas para llegar al lugar donde podría estar el meteorito que había caído dos noches antes.

Nilu había alcanzado a percibir el estruendo justo cuando estaban saliendo de un portal de nivel 3, que apenas les había dejado unas cuantas gemas que ni siquiera cubrirían el costo de reparar las armas.

—Creo que nuestro país pronto será anexionado al imperio sin más remedio —dijo Vidul, cortando la maleza con sus dagas de manera rutinaria—. Ya vieron el número de sus escuadrones. Son de al menos seis hombres, todos con auras tipo cinco. Somos pocos los guerreros que podremos hacer frente a una amenaza así. Sin mencionar a los enormes jaguares que conducen, nunca había visto bichos de ese tamaño.

—Era previsible —dijo Naya, que le seguía el paso. El avance lo cerraba Nilu, que iba de último, listo con su espada ante cualquier amenaza—. Ixtul es mucho más grande y poderoso que nuestro pequeño país. Además, están aliados con los mercenarios de Eyen. No tenemos ninguna oportunidad.

El líder del grupo suspiró. Era verdad. Desde que habían decidido adentrarse en sus tierras, no habían hecho más que empujar a sus fuerzas cada vez más hacia la selva, sin mencionar que habían tomado control de la mayoría de portales que aparecían en sus propias tierras, matando a los rastreadores locales que osaban limpiarlos.

Los masacraban cuando salían exhaustos de estos, robando su botín.

—Tendremos que luchar con lo que hay —les dijo a sus compañeros, buscando aumentar su ánimo—. Un país no está derrotado mientras el espíritu de sus habitantes siga en pie.

Siguieron avanzando durante toda la mañana del día siguiente, hasta que llegaron al lugar donde había caído el meteoro.

Era una piedra enorme, con el cascarón verdoso y escamado como la piel de un cocodrilo, y del tamaño de media casa. A su alrededor, los árboles y matorrales se habían quemado por el impacto, aunque un buen número de ramas y salitre ya se habían asentado en el terreno a su alrededor, y algunas aves de plumaje colorido caminaban sobre el montículo como atraídas hacia él.

—Es hermosa —dijo Naya, en un susurro.

—Lo es, pero tengan cuidado. No la toquen, no sabemos de qué esté hecha, o si pueda contener algún espíritu demoníaco —apuntó Nilu, con su arma en ristre.

Sus compañeros también sacaron sus armas de forma inconsciente, como si alguien los pudiera estar observando desde la distancia.

En cuanto estuvieron seguros, comenzaron a avanzar lentamente hacia la roca. De alguna forma se sentían atraídos hacia ella, embelesados por su belleza y la energía que emanaba.