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Fronteras marítimas.

Yowo sabía que aquel era un país pequeño, pero su capital la impresionó. «Ramenna, el Puerto de la Selva».

El olor a sal del mar le llegaba a la nariz mientras se movía sobre el tigre blanco.

Después de recorrer las calles por un rato, encontró una casa de monturas entre los bazares de madera para dejar al animal. No le iba a ser de mucha utilidad en el lugar al que se dirigía. Su contacto debía estar en el muelle de la capital ixtalita a esas alturas, por lo que se dirigió allí con pasos rápidos, con las manos siempre cerca de la espada.

Esta vez no se trataba del misterioso tritón que había visto en Rava, sino de una elfa rubia con la que se iba a embarcar hacia aguas fronterizas.

La esperó en una posada que apestaba a sardina, mientras reflexionaba sobre sus habilidades. La mayoría de los puntos de destreza que había obtenido en los últimos días los había destinado a las habilidades cuerpo a cuerpo, pero no podía descuidar sus poderes mágicos.

Eran muy pocos los personajes como ella, creados con tres ramas de clases distintas, y aunque disfrutaba acabar con los monstruos y los enemigos con su espada, debía ser práctica: los hechizos causaban mucho daño en área y ni siquiera tenía que acercarse a sus rivales, lo que le permitía acabar con un mob en cuestión de segundos. Aun así, el combate con la espada era su pasión, y no quería destinar puntos a sus habilidades mágicas, mucho menos con su nueva cota de malla nivel tres, que además de aumentar su protección cuerpo a cuerpo causaba daño mágico a sus rivales por segundo en combate.

El enlace no tardó mucho en llegar, robando las miradas de los orcos y demás bribones que se aglomeraban en la posada. Era una elfa de luz de cabello rubio y caderas anchas, con un sable corto y afilado colgado al cinto. La había contactado a través de la interfaz, en un anuncio del gremio de la chica que estaba buscando adeptos para embarcarse contra los piratas. Al parecer, cada vez menos jugadores se estaban conectando al servidor, y los gremios eran los más afectados a la hora de realizar incursiones.

—Es un placer conocerte, Yowo —le dijo, colocándose un mechón detrás de la oreja. Vestía una cota de cuero ligera y llevaba el cabello envuelto en una cola.

«Es muy guapa. Debería estar en alguna corte palaciega deleitando a un rey y a sus cortesanos, no en una taberna de mala muerte». Fue lo único que pensó la guerrera cuando estrechó su mano con suavidad.

—La embarcación está a punto de salir. Allí te contaré los detalles de la expedición.

La nave que las iba a llevar a mar abierto no destacaba entre las demás, aunque no estaba mal. Era un galeón de dos pisos en cuyas velas blancas ondeaba orgulloso el símbolo no oficial de Ixtul, un águila verde con las alas desplegadas.

Su tripulación consistía en una plaga de malhechores, en su mayoría humanos, aunque vio unos cuantos elfos oscuros, mucho menos atractivos que su compañera, y unos pocos tritones en su transformación terrestre.

—Qué lindo personal.

—Hemos reunido lo que hemos podido, hermana. Casi todos son marineros curtidos, aunque carecen de tus poderes excepcionales —respondió la elfa, con una sonrisa que podría hipnotizar a la fiera más peligrosa—. Aunque el gremio nos ha convocado para una expedición contra corsarios y pescadores ilegales, el Cacique Mayor está otorgando buenas cantidades de oro para reforzar las fronteras en altamar. —Los ojos azules de la elfa brillaban contra la superficie del mar con preocupación—. Nos dirigimos hacia la defensa de una invasión en toda regla.

«Excelente —pensó Yowo, mientras fingía consternación—. Todo de acuerdo al plan. Solo espero que este trasto no se hunda antes de poder blandir mi espada contra mis paisanos, dado que el nivel de la tripulación es un chiste. Solo esta lindura puede llegar a ser útil, aunque sea para distraer a los enemigos».

Analizó el nivel de su compañera activando la interfaz azulada frente a sus ojos. Era una guerrera luchadora cuerpo a cuerpo como ella, y su segunda rama contaba con habilidades de curandera. Pero su rango era irrisorio.

Mientras la nave surcaba el océano junto a otra decena de galeones sobre el oleaje suave, Yowo pensó en la masacre que había cometido solo unas horas antes.

Se había encontrado con los miembros que quedaban con vida del escuadrón de Orec a las afueras de un portal de rango medio. Supuestamente les iba a ayudar, pero llegó media hora después y los había asesinado por la espalda cuando estaban combatiendo contra el jefe de la mazmorra, una quimera descomunal nivel ciento ochenta.

Muchos de ellos combatieron con fiereza por sus vidas, pero estaban rendidos, y Yowo había usado su hechizo de ilusión para crear copias falsas de ella misma que los había confundido. Al final, degolló a Vark, el guerrero tanque más poderoso del grupo, alimentándose de toda su experiencia. Finalmente acabó con la quimera ella misma, aunque había recibido un par de rasguños en sus brazos desnudos durante el combate. Al ver los puntos de experiencia que no paraban de subir en su interfaz, con el sonido narcótico de las notificaciones, pensó que se trataba de un precio justo.

«Mi pequeño aporte para el desagradecido huevo rocoso en la selva. Todavía no sé si dejarlo morir y tomar para mí esa experiencia. Yo soy el verdadero núcleo. Ahora debo sabotear la invasión de mis paisanos si quiero el pastel completo para mí».

Una voz interior le decía que debía mantener el país selvático intacto de invasiones, lo que la haría más poderosa con el pasar de los años. Pero no era una tarea sencilla. Con cada día que pasaba, más y más gremios y aventureros del país norteño y de otras regiones vecinas se iban a antojar de saquear Ixtul y sus portales de monstruos.

La nave avanzaba con gran velocidad gracias al viento, como si los dioses quisieran precipitar los combates en aguas limítrofes.

Después de su último viaje a la mazmorra en lo profundo de la selva, en el que había “conocido” a Nava’rel, había recorrido el país con prisa sobre su tigre blanco, repartiendo bolsas de oro a cuantos informantes pudo para conocer el verdadero estado de la guerra.

—Si realmente quieres fastidiar a los aneitas, corta su línea de suministros —le había dicho un chamán de un pueblo fronterizo—. No conseguirás nada enfrentando directamente sus espadas: por cada cabeza que le cortes a la hidra, aparecerán tres más. En cambio, mátala de hambre. La mayoría de sus tropas se alimentan de los peces que llegan a los puertos que ya han capturado, ya que la selva profunda no ofrece muchas cosechas para saquear.

Después de observar el color turquesa del mar desde uno de los balcones, mientras pensaba cómo más podía sabotear la invasión aneita, se dirigió al comedor para hablar con Xyrna. La elfa comía galletas mágicas de forma muy elegante para una mercenaria, ignorando las miradas lascivas que le lanzaban los guerreros del gremio y la tripulación desde otras mesas.

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—Tú no eres de por aquí —le dijo Yowo entre bocados de su trucha.

—En efecto. Soy de los bosques de Quiviel, pero he vivido allí por tantos siglos que acabé por aburrirme.

Yowo abrió los ojos con sorpresa.

—Estás un poco lejos de casa. ¿Qué te ha traído a este continente? No se ven muchos elfos de piel clara por aquí.

—Siempre me ha gustado el mar. Aunque ya era vieja como la lluvia la primera vez que me embarqué, no he podido abandonar una nave desde entonces, salvo para reabastecerme. Estar en esta región es un asunto más bien aleatorio. Ya sabes, hay que ir donde está el oro. Pero cuéntame de ti. Eres de Anen.

Percibió la frialdad en su voz al mencionar el país imperial, por más que intentara disimularlo.

—¿No es curioso que quieras enfrentar a tu propio pueblo en una invasión casi consumada?

«Es más lista de lo que aparenta. Más saben los demonios por viejos que por demonios. Espero no tener que matarla. Es tan linda...»

—Sí, soy de Anen. Pero mi pueblo me ha traicionado, por eso les pagaré con la misma moneda. Siento que puedo expiar mis pecados de algún modo al ayudar a los desprotegidos.

La mentira le salió con naturalidad, pero no estuvo segura de que Xyrna se la terminara de tragar.

—Pues parece que lo tienes un poco difícil. Lo último que escuché es que las huestes ya están absorbiendo las ciudades de la costa oriental con la velocidad con que cae un castillo de naipes. Qilari, la segunda ciudad costera más importante de Ixtul después de Ramenna, ha caído, algo que no sucedía hacía al menos doscientos años. Se dice que ostentaba más tesoros que la propia capital. Eso representa un golpe mortal para tus aspiraciones.

Era verdad. En cuanto Yowo escuchó la noticia, recorrió los alrededores de la ciudad fortaleza sobre el tigre para comprobar con horror que las banderas con el orgulloso lobo de Anen ya ondeaban sobre las almenas. Según los informes de un espía campesino, el general recientemente nombrado por el emperador, Hunn, se había valido de la astucia de un tritón para infiltrar a las tropas principales por el lago al oeste de la ciudad, su único punto vulnerable.

«Y yo que pensaba que era un idiota sin cerebro. Sin duda lo es, pero se sabe rodear».

Desde la distancia había alcanzado a distinguir varios ballesteros fornidos caminando sobre las murallas.

«Ese asedio debía retenerlos por al menos quince días. Ahora es cuestión de tiempo para que caigan sobre la capital, con defensas irrisorias, y de ahí sólo estarán a pocas leguas de la mazmorra de Leye. Aunque está creciendo como el trigo, no creo que aguante una embestida de miles de guerreros aneitas, que atravesarán la selva como una lanza».

Yowo sabía que llegaría un punto en que la mazmorra de Leye crecería lo suficiente para defenderse de cualquier invasión, sin importar si se trataba del mismísimo imperio. Pero faltaba mucho para eso. Aunque el terreno del núcleo serpentino contaba con muchos edificios capaces de crear criaturas guerreras y pozos de maná suficientes para alimentarlas, apenas contaba con héroes y defensas eficientes.

«Necesitamos gente. Pero eso es precisamente lo que falta en este servidor decadente. Los NPCs no somos suficientes, necesitamos renacidos del mundo exterior...»

Al cabo de un rato, el capitán del barco se dirigió a ellas en la cubierta, mientras el resto de la tripulación trabajaba en los mástiles y las bordas, y los guerreros jugaban a los dados y las cartas con bromas que resonaban en un amasijo de idiomas.

—Parece que la belleza también puede ser feroz —les dijo, mientras les entregaba a cada una un arco de ébano y carcajes repletos de flechas.

Era un hombre fornido con una barba entrecana y hombros anchos como de gorila.

—Es un placer contar con luchadoras de su nivel para defender nuestras aguas. Aunque las cosas no pintan bien, somos nosotros los que le damos riendas al destino de nuestro país. Como dicen, las guerras se ganan en el campo de batalla. Por cada enemigo que derriben con este arco, obtendrán un veinte por ciento extra de experiencia. ¡Buena suerte!

Solo tuvieron que pasar dos anocheceres más de navegación hacia mares profundos para que se enzarzaran en el primer conflicto, cuando dos docenas de esquifes de velas negras se lanzaron sobre un grupo de pescadores cercano a la zona que su galeón patrullaba.

Yowo era una excelente espadachina e igual de hábil lanzando conjuros con sus manos desnudas, pero el arco no era su especialidad. Aun así, logró derribar a varios piratas enemigos mientras esquivaba todas las flechas dirigidas hacia ella.

Recordó las tardes en el enorme jardín del castillo a las afueras de Dalux, donde había crecido, practicando disparos: primero frente a dianas, luego contra venados y, finalmente, contra águilas.

—Tú eres mucho mejor que el montón —le repetía una y otra vez Dulus, su maestro de armas, que poco después resultó ser un patán, aunque como profesor era el mejor—. Pero el talento no es suficiente. Solo la práctica te permitirá resaltar entre el montón. Si has recibido más habilidades que los otros PJs, es porque el sistema necesita depredadores de tu talla para mantener el equilibrio del juego.

Sin embargo, era un ser machista y no tardó en confinarla en una mazmorra del castillo para violarla a placer durante días, hasta que fue lo suficientemente idiota como para darle la espalda, olvidando el cuchilo en su vaina.

«Nunca le des la espalda a un ser reprimido». Desde entonces, Yowo había aprendido que los ataques inesperados eran los más efectivos.

Después de un par de horas de fuego cruzado, la estrategia de disuasión funcionó. Aunque los piratas se lanzaron sobre las galeras del gremio en formaciones caóticas que conocían a la perfección, la pérdida de guerreros los hizo desistir al final. La altura que el balcón de la galera les proporcionaba era muy ventajosa para repeler las pequeñas naves enemigas, y el único barco que se aventuró lo suficientemente cerca no alcanzó a chocarlas antes de que una lluvia de flechas incendiarias lo hundiera bajo el fuerte oleaje.

—¡Excelente trabajo, guerreros! —dijo el capitán en el banquete de esa noche—. Apenas hemos tenido bajas. Pero no se confíen, esto apenas es un aperitivo. Los piratas más audaces vendrán en cuanto sepan lo que hemos hecho con sus pupilos. ¡Afilen sus armas!

****

—Mi señor, he estado tras la pista de la mujer, pero es nebulosa como la niebla y no se deja atrapar.

Hunn descansaba en ese momento en lo alto de la cúpula dorada de Quilari. Comía camarones con parsimonia, después de bañarlos en salsa de tomate servida en una copa de plata.

—Heagg, creo que te estás pasando de incompetente, algo que nunca pensé de ti. ¿Qué tan difícil puede ser atrapar a una ramera traidora? ¿De verdad tendré que ponerme yo mismo al frente de este asunto?

El mago parecía consternado mientras observaba la ciudad a sus pies, una belleza sureña llena de paredes de mármol y con gente de pocas ropas que caminaba entre sus calles repletas de carretas con alimentos. Había contactado a tantos informantes como había podido, y uno de ellos estuvo a punto de darle la pista exacta de la mujer, cerca de sus propias narices, pero en cuanto envió a sus jinetes, ya había desaparecido, como si conociera sus designios de algún modo.

—Por supuesto que no, señor. Es cuestión de tiempo para que la atrape.

—Eso me dijiste la última vez que te pregunté por ella. Ahora resulta que la vieron a pocas leguas de aquí, y se te escurre de las manos. Estás colmando mi paciencia, anciano.

—Casi la atrapo, señor. Lo juro por los dioses... pero se embarcó en alta mar. Parece que se unió a una incursión marítima del gremio del Velo Esmeralda. Le aseguro que, en cuanto ponga un pie en el continente, yo mismo iré por ella, aunque tenga que llegar hasta el mismísimo infierno.

—¿Por qué esperar a eso? ¿Por qué no te embarcas de una buena vez?

—Es poco lo que un mago de fuego puede hacer en medio de tanta agua. No puede durar mucho allá, señor. Esas excursiones tardan menos de un mes. Tarde o temprano los barcos necesitan reabastecerse. Entonces la traeré atada a sus pies.

Hunn suspiró. El mago tenía razón. Aunque quería tener a esa mujer encadenada en las mazmorras, junto al tritón que le había ayudado a hacerse con aquella urbe hasta entonces inexpugnable, debía continuar con la invasión. En algún momento sería suya.

—Vale, pero es la última vez que tolero tus excusas, anciano. Una vez que la chica pise el continente, quiero ser el primero en enterarme, y yo mismo iré contigo para traer su trasero hasta aquí. Por ahora quiero que sigas a cargo del ataque contra la capital. Quiero comprobar que los años no han nublado del todo tus competencias. A estas alturas los hombres ya están más que preparados, y tienes maná de sobra. No más pretextos.