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Crecimiento.

Nava’rel vio al descomunal tigre pintado enzarzado contra la presa, un uro negro de al menos dos toneladas.

Como toda una estratega esperó en las sombras a que el depredador se cansara, y entonces se arrojó sobre él desde lo alto de los árboles.

El felino no fue fácil de vencer. Aunque estaba exhausto por el forcejeo contra la criatura de dos cuernos, peleó con todas sus fuerzas contra la mujer ave, intentando dar zarpazos en su cuerpo delgado, y usar sus colmillos para asir una de sus extremidades, pero fue inútil.

La arpía era demasiado veloz. Preveía y esquivaba cada movimiento del tigre con elegancia, como si se tratara de una danza. En cuanto el depredador bajaba la guardia por el cansancio, usaba sus garras para herirlo en sus zonas sensibles, como el cuello y el estómago.

El combate duró al menos media hora, mientras el moribundo uro observaba la escena con el cuello destruído, como si quisiera conocer quién sería su verdugo final antes de que las sombras cubrieran sus ojos.

La batalla de desgaste funcionó al final, y el tigre intentó acabar con Nava en un último éxtasis de fuerza, desbordando toda su energía sobre la chica, que a esas alturas apenas tenía maná. Pero su astucia era superior a la del animal. Trepó de un salto a un olmo cercano, mientras el felino intentaba llegar hasta ella trepando por el tronco.

Fue inútil. Era demasiado pesado y gastó toda su energía en el intento, mientras unos monos comenzaron a arrojarle piedras desde otros árboles cercanos, lo que a la postre lo desmoralizó y lo envió de nuevo al suelo, rendido. Nava’rel aprovechó ese momento y con un golpe preciso de sus garras cayó sobre la nuca del felino, cegando su vida.

Una notificación apareció en su interfaz.

Has derrotado a Krinin, el Azote de la Maleza. Has alcanzado el nivel 10. Has ganado 200 puntos de experiencia. 100 puntos extra de experiencia para tu mazmorra.

Recuperando el aliento, la chica vio como el enorme cuerpo del felino comenzaba a evaporarse en pequeños jirones de vapor azulado.

«Eso ha estado cerca» pensó, mientras se acercaba con sigilo al uro, de cuyo cuello salía una ingente cantidad de sangre. Comenzó a lamer su cuello, mientras el maná subía en la barra de su interfaz.

Leye observaba complacido el espectáculo desde el centro de la mazmorra, que a esas alturas era una auténtico castillo de piedra, con almenas y torreones que lo rodeaban desde lo alto.

El cuerpo rocoso en el que había caído desde el cielo estaba en lo profundo de la cripta del fortín, rodeado de raíces del suelo desde que la que podía controlar incontables árboles que le otorgaban visión del territorio bajo su influencia, cada vez mayor.

A pesar del encierro se sentía libre. Si bien le habría gustado tener piernas y brazos para moverse con libertad por el bosque, como las criaturas que ahora estaban vinculadas a él, ahora que podía ver a través de los ojos de Nava’rel se sentía más móvil.

Contrario a los héroes humanos que se habían vinculado al núcleo, y a los simios y aves bajo su influencia, la conexión con la arpía era profunda.

Eran uno, y en ese momento podía sentir la satisfacción de la mujer águila llenando su estómago con la sangre y la carne del búfalo que el tigre había matado por ella.

«Eso es hija, come. Crece».

Sus propios puntos de maná y vida aumentaban mientras la mujer devoraba la bestia. Leye decidió fijar su atención en la ciudadela a su alrededor.

Aunque ninguno de los héroes había vuelto, él no había perdido el tiempo. En cuanto su nueva criatura había alcanzado el tercer nivel, la había usado para seguir construyendo pozos de maná y un par de templos de mármol destinados a la diosa serpiente Tlaloc.

Pero el edificio que más puntos de maná y experiencia le había costado estaba muy cerca de él. Era un enorme coliseo de muros verdes que se alzaba varios metros sobre el suelo. Había aparecido como opción en la interfaz cuando había alcanzado el nivel treinta de mazmorra.

«Que bello.—pensó mientras lo observaba desde una ceiba cercana. Era como un enorme galeón anclado en medio de la selva, con pequeñas ramas empezando a reptar en la base.—Ya quiero empezar a utilizarlo, aunque no estoy seguro para qué».

En el campo interior de la estructura se habían alzado un entramado de matorrales, caminos y riachuelos sin que Leye o su arpía lo hubieran planeado. Simplemente apareció al día siguiente de su construcción. El núcleo podía observar los caminos intrincados en el minimapa del panel con más precisión.

«Es un campo de batalla.— comprendió después de estudiarlo por un rato.— Pero no comprendo su propósito».

Al cabo de un rato Nava’rel terminó su festín y descansó con parsimonia en medio de un claro, afilando sus garras a modo de juego al lado del esqueleto del animal. Los simios se encargaron de llevar la carne restante de la presa a uno de los almacenes que Nilu había creado.

Era hermosa. Con cada día que pasaba, su cuerpo se hacía más femenino. Bajo sus brazos había aparecido el plumaje propio de un águila, pero su cuerpo era el de una humana con curvas perfectas, de cintura ancha y piernas gruesas, que podrían derribar a cualquier enemigo de una patada certera. Su trasero era enorme, igual que sus senos; sus brazos delgados pero letales, con garras afiladas en las manos y los codos.

«Es una asesina en toda regla, con habilidades iniciales de sigilo y letalidad. Me preguntó cuál será su habilidad definitiva en cuanto alcance el nivel cincuenta…»

De pronto una fuerte presencia distrajo a Leye del encanto de la criatura. Algo se dirigía hacia su territorio. No le costó mucho identificar a quién pertenecía tal cantidad de energía, abrumadora como una avalancha.

«Yowo».

Se estremeció en su cuerpo rocoso. Era cierto que la extranjera había enviado buena parte de los puntos de experiencia necesarios para el crecimiento acelerado de su mazmorra, la creación de Nava’rel, y la construcción de los edificios, incluyendo el descomunal coliseo que se alzaba en medio de la ciudadela como un gigante. Pero por alguna razón no podía confiar en ella. No después de ver cómo había traicionado a su compañero clavándole la espada en la espalda al menor descuido.

Al cabo de unos instantes la mujer llegó al mismísimo castillo en el que Leye yacía. En aquel punto era una fortaleza inexpugnable, pero con Yowo cerca se sentía más como una prisión.

Los enormes arqueros centinela de piedra que custodiaban los alrededores del castillo principal hicieron se inclinaron ante la mujer en cuanto apareció en su presencia, sobre un tigre blanco y ataviada con una enorme túnica verde, que no disimulaba sus curvas perfectas.

La chica se limitó a ignorarlos mientras caminaba con seguridad a la fortaleza de piedra, entrando con parsimonia por las puertas.

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—Hogar dulce hogar. —dijo mientras caminaba por los corredores que descendían hacía el cuerto principal de la mazmorra. Las trampas del edificio se deshabilitaron de forma automática, como ocurría cuando un héroe aliado las atravesaba.

Cuando llegó hasta Leye, Yowo inclinó el rostro con ligereza a modo de saludo, mientras los rayos del sol que penetraban por un orificio del techo brillaban sobre su pelo negro.

—Es un honor estar de nuevo ante ti, mi señor de las serpientes. Espero que los puntos de experiencia que te he enviado hayan sido de utilidad. Vamos, has sentado las bases de una ciudad imperial en un parpadeo. Apuesto a que la próxima vez que vuelva tendrás varios poblados bajo tu área de influencia. Ahora solo nos falta comenzar a agregar gente.

—Así es. Aunque no niego que me siento cómodo con los bonobos y las guacamayas. Los humanos pueden llegar a ser… impredecibles.

La chica se deshizo en carcajadas.

—Vamos, no somos tan malos. Estoy segura que no opinas lo mismo del otro grupo de inútiles, que apenas te aportan puntos.

—Esos “inútiles” son los que han construido todo lo que ves a tu alrededor. No ha sido obra de los duendes ni de los goblins.

—Ya ves. Resultamos más útiles que los bonobos. A propósito, hablando de todas las criaturas que abundan en esta espesura, me he percatado de que tienes una nueva mascota, muy bella por cierto. Iré a conocerla ahora mismo.

Sin esperar respuesta y con la misma parsimonia con la que había llegado, la mujer salió dando elegantes pasos por las escaleras, con la espada colgando en su vaina. Leye sólo pudo rezar porque no tuviera motivos para acabar con Nava, mientras veía el cuerpo sensual de la guerrera desaparecer de la cripta.

Siguió sus pasos hasta que llegó a Nava’rel, que permanecía en el mismo lugar del combate contra el tigre y el posterior banquete. Seguía afilando sus garras, pero en cuanto vio a Yowo, se levantó e hizo una elegante reverencia ante la guerrera.

—Es un placer conocerla, mi señora. He leído mucho sobre sus poderes en el menú principal.

—El placer es mío.— respondió Yowo, mientras observaba de arriba a abajo el cuerpo de Nava. Se acercó hasta la criatura y tomó su rostro con una de sus manos, moviéndolo con suavidad de un lado a otro, como si se tratara de una montura en opción de compra.— Eres más hermosa de lo que pude observar de ti en el panel, y tus habilidades son aún más llamativas que tus curvas. La cuestión aquí es ¿lo eres tanto como para dejarte con vida? No quiero que puedas llegar a convertirte en un problema.

—Mi señora ha enviado los puntos necesarios para mi nacimiento. Estaré más que complacida en servirla… o darle mi maná, si es lo que desea.

Leye veía la interacción entre las mujeres con temor. En ese momento todas las criaturas del bosque observaban la escena en vilo, incluyendo el tigre blanco que la aneita había traído.

—Eso es cierto, pero son incontables los casos en los que los hijos desdeñan lo que sus padres han hecho por ellos, y en cuanto tienen la oportunidad se voltean para traicionarlos...— Yowo comenzó a caminar en círculos alrededor de la arpía, mirando con lascivia su cuerpo.— Háblame más a fondo de tus poderes. ¿Puedes volar?

—Solo a poca altura, mi dama. Puedo saltar hasta las copas de los árboles y caer con elegancia de ellas. Pero mis alas no son tan hábiles como para recorrer enormes distancias de un lugar a otro. De hecho, no he salido aún de la selva.

—Ya lo imaginé. Son pocas las criaturas que pueden volar a lo largo del servidor, salvo por las águilas, las guacamayas, y los dragones… que están a punto de desaparecer por la caza despiadada. Pero apuesto a que tienes otros… talentos. Sígueme.

Leye vio alarmado cómo la guerrera maga guiaba a Nava hacia el templo de la diosa, el lugar donde había nacido. Cuando entraron por las puertas de mármol, la humana la llevó tomada del brazo hasta el mismo altar donde la criatura había nacido, y comenzó a estudiar su cuerpo. Sin mediar palabra, tomó su rostro y la besó.

La arpía respondió con la pasión de una adolescente, mientras sentía cómo la humana pasaba sus manos por su cuerpo juvenil, en especial por sus zonas íntimas.

Leye podía sentir la excitación de las dos mujeres con el encuentro. Pronto Nava’rel comenzó a responder las caricias, y a tocar el trasero y las piernas perfectas de la humana sobre su túnica de seda.

No pasó mucho tiempo para que la desnudara, y las dos hembras culminaran su encuentro amoroso sobre el altar, como dos amantes que llevaran tiempo sin verse.

«Esto si que no me lo esperaba.— pensó Leye, mientras veía la escena consternado. Los puntos de maná comenzaron a subir en su barra de una forma estrepitosa.—pero de algún modo me gusta.»

En lo que duró el encuentro, los animales alrededor del bosque parecieron entrar en éxtasis, y empezaron a buscar parejas para imitar a las dos mujeres. La fertilidad se percibía en el aire.

*****

Después de caminar por casi una hora entre los frailejones y el frío páramo al que los había conducido el portal, los tres héroes llegaron a unas ruinas de piedra en lo que parecía ser una ciudad abandonada.

—Estoy seguro que este lugar está lleno de recompensas.—dijo Nilu, observando un edificio de varias plantas, en el que una puerta de madera semi destruída era el único lugar por el que podrían entrar.—pero será mejor que no nos despeguemos. Adentro todavía puede haber monstruos, o guerreros enemigos como en el páramo.

Rompieron las puertas con la espada del líder y las flechas de Naya, y con un hechizo de Vidul iluminaron el interior del lugar.

No había rastro de monstruos. Solo vieron corredores angostos de piedra, reclamados por la vegetación fría, así como vestigios de murales que representaban batallas de tiempos sin memoria, fragmentos de cerámica y utensilios rotos.

—No bajen la guardia.— dijo Nilu en voz baja, caminando de frente con su espada.— Estas mazmorras suelen estar infestadas de trampas.

A pesar de su precaución no vieron ningún subterfugio, y los únicos sonidos que escucharon fueron los de sus propios pasos descendiendo por las escaleras estrechas y empinadas.

Al final llegaron a la cámara principal de la mazmorra, una bóveda amplia. No había nada, salvo los sonidos inquietantes de la humedad, y algunos huesos de humanos calcinados por la inclemencia del tiempo, así como restos de armaduras oxidadas esparcidos por el suelo. En el fondo del lugar había una mesa de piedra sencilla, sobre la que yacía una esfera verdosa que empezó a brillar en su presencia.

—No la toquen.— dijo Vidul, temeroso. — Puede estar embrujada. Sí mi señor me lo permite, la tomaré con mi hechizo de inmunidad.

—Adelante.— dijo Nilu, sin quitar los ojos del objeto.

Vidul la tomó como si en cualquier momento pudiera explotar. Cuando la tuvo en sus manos, una notificación apareció en su interfaz.

Orbe del nigromante.

Este objeto te permite revivir el cuerpo de un ser caído antes de su descomposición. Entre más pronto se intente su reanimación, más opciones habrá de la efectividad del hechizo. El cadáver revivido tendrá el nivel de su reanimador, aunque permanecerá con sus habilidades intrínsecas.

Vidul no dio crédito a sus ojos, y transmitió la información a Nilu y Naya, que quedaron estupefactos.

—No creí que un objeto así pudiera existir. —dijo al fin el líder, aunque sin atreverse a tocarlo.— Creo que esto es botín suficiente, además de la experiencia de los monstruos. Será mejor que nos demos prisa, si no queremos quedar atrapados en esta ciudad abandonada.

Salieron del edificio en ruinas, y corrieron de vuelta al páramo donde estaba la entrada del portal, pasando entre los incontables frailejones mientras la neblina se hacía más densa.

Antes de llegar a la entrada que cada segundo se hacía más pequeña, llegaron al punto donde habían derrotado a los monstruos de la mazmorra unas horas antes.

—Es hora de probar nuestro nuevo juguete, Vidul.— dijo Nilu, observando las sombras marcadas en el suelo de los guerreros caídos.—¿Crees que puedas revivir a varios de ellos?

—Con los combates apenas he quedado con maná suficiente, pero creo que podría intentarlo con uno.

—En ese caso hazlo con el jefe.

Se dirigieron a la sombra más ancha, de la que seguían saliendo jirones de maná azulados, y Vidul comenzó a pronunciar las palabras en el idioma muerto de los arcanistas, mientras alzaba la esfera frente al lugar donde el jefe principal del portal había caído.

Al tercer intento, el jinete se levantó del suelo, aturdido. Una notificación apareció en la interfaz del mago.

Has reanimado a Illaqu Urku, Guardián del sol montañoso.

El guerrero descendió de su llama, también reanimada, y se inclinó ante Vidul dejando su lanza a un lado.

—Gracias por revivirme, mi señor. Estoy para servirle.

«Vaya.— Naya dio un suspiro de asombro, mientras una bocanada de niebla salía de su boca.— Las cosas comienzan a ponerse interesantes».