Leye ya estaba protegido por una cúpula de piedra. Gruesos bloques rocosos cubrían la esfera en la que estaba atrapado por todos los lados, salvo por encima, desde donde un halo de luz solar caía sobre él.
Desde los árboles que controlaba, observó el edificio que los cazadores humanos habían construido para protegerlo. Era una cúpula enorme, rodeada por varias casas y cuatro arqueros de piedra que hacían las veces de centinelas y observaban con celo todo lo que se acercaba. Eran autónomos, aunque Leye podía disparar sus flechas rocosas a voluntad.
Por suerte, no había tenido que ponerlos a prueba. Solo lo visitaban los simios y las guacamayas atraídos por su energía.
Dentro del rango de los centinelas, los humanos habían construido varios pozos de mármol, en cuyo interior el maná azulado permanecía reposando, aumentando la regeneración de energía por minuto de la mazmorra.
Más allá de los arqueros, había un santuario dedicado a la diosa Tlaloc, que, una vez recibiera suficientes gemas, podría comenzar a invocar criaturas para la defensa, aunque por el momento solo estaba cubierto por estatuas de la diosa y serpientes de distintas especies que la recorrían de un lugar a otro. También habían levantado un salón de restauración y un almacén de recursos para guardar tesoros.
La mente de Leye podía recorrer cada uno de los lugares, por dentro y por fuera. Todos los edificios estaban hechos del mismo material y tenían pequeñas gárgolas con forma de serpiente. Los simios se movían por el lugar, transportando frutas y esquivando con temor a las víboras que mostraban sus lenguas con siseos.
«Ahora sí está cobrando forma mi bella mazmorra», pensó, satisfecho. «Aunque, por algún motivo, no me siento seguro».
Aquel crecimiento no habría sido posible a ese ritmo si no fuera por la experiencia otorgada por la extraña cazadora que había traicionado a su compañero y se había vinculado al núcleo. Aunque los otros humanos también se esforzaban por conseguir experiencia en las mazmorras a las afueras de la selva, no enviaban ni la cuarta parte de la experiencia que la guerrera extranjera les proporcionaba.
Unauthorized duplication: this tale has been taken without consent. Report sightings.
«No cabe duda de que ella sola podría haberse encargado de los otros héroes. Solo los usó para deshacerse del tipo que venía con ella. Lo peor de todo es que estoy bajo su poder. Será mejor tener mucho cuidado con esa extranjera, al menos hasta que sea más poderoso».
Sea como fuera, su experiencia le había resultado muy útil. Apreciaba más al otro grupo de héroes, que en ese momento luchaban en alguna mazmorra de alto nivel, pero no eran ni la mitad de productivos.
El corazón de la mazmorra decidió que tenía suficiente maná como para ponerse a trabajar mientras esperaba noticias de sus aliados, por lo que se puso manos a la obra.
Concentró toda su energía en el santuario dedicado a su madre. Supo por instinto que había llegado el momento de empezar a crear monstruos de su propia cosecha. Los humanos habían resultado ser aliados útiles, pero eran criaturas cambiantes como las corrientes de viento, y en cualquier momento podían traicionarlo o abandonarlo; era mejor estar preparado.
Comenzó a drenar sus puntos de maná, que en ese momento eran poco más de quinientos, mientras destinaba toda su concentración al altar con forma de estrella que había en medio del edificio. Entre las columnas de mármol y las serpientes que se movían con indiferencia en medio del sitio, una luz comenzó a emerger a unos metros sobre el suelo.
Leye comenzó a debilitarse a medida que destinaba toda su energía y sus recursos a ese pequeño rincón de la mazmorra. Las serpientes se estremecieron y comenzaron a moverse de un lugar a otro, a medida que la luz en medio del recinto empezaba a relucir con más fuerza.
Cuando le quedaban poco más de diez puntos de energía, un mensaje apareció en su interfaz.
¡Has creado tu primer monstruo! Nava’rel, la sombra alada del bosque oscuro. Estará bajo tu control en cuanto despierte.
Nivel: uno.
Leye observó a la criatura con orgullo, admirando su hermoso cuerpo. Era similar a una humana, con el cabello negro como la noche y pequeñas alas en su espalda, así como garras afiladas en sus manos y piernas. La arpía descansaba en posición fetal sobre el altar rodeado de serpientes. Dormía de forma plácida e indiferente.
«Es bellísima», pensó, mientras observaba sus curvas perfectas. Era tan indefensa como el núcleo la noche en que había caído desde el cielo. «Me siento débil, pero ha valido la pena. Ahora solo debo esperar que los pozos de maná y las frutas que traen los primates me den algo de sustento».
No le gustaba quedarse en una posición tan débil, pero definitivamente valía la pena. En poco tiempo, aquel nuevo activo sería tan útil para defender la mazmorra como para explorar otras nuevas. Además, confiaba en su madre y en sus aliados. Era cuestión de tiempo para que la experiencia volviera a fluir por el lugar. Ahora solo quedaba esperar.