El proyectil cayó en medio de la selva como un meteoro, alterando a toda la fauna. Las aves, las panteras, y los reptiles, todos se estremecieron como si su entorno hubiera cambiado para siempre. Así era.
La roca cayó en lo más profundo del bosque, donde ningún hombre había puesto nunca un pie. El golpe fue tan brusco que los árboles y helechos a su alrededor quedaron pulverizados, quemados con el fuego que el impacto provocó, aunque pronto las llamas se extinguieron con un aguacero que estremeció aún más a las bestias.
El proyectil que había caído del cielo, arrojado por la diosa serpiente Tlaloc, despertó su conciencia.
«¿Qué soy?» Fue su primer pensamiento. Era una buena pregunta. No se podía mover, estaba atrapado en su propio cuerpo. A pesar de ello, era bien consciente de todo lo que lo rodeaba: las pequeñas ascuas que la lluvia estaba ahogando, las plantas tupidas que se habían estremecido con su presencia, las criaturas que taimadas se escondían en medio de la densidad de la selva.
Pensó en su madre, la diosa que la había arrojado de las alturas. Recordó el tiempo que había pasado en su vientre, y el cariño que esta le profesaba. Aún así, estaba allí, en medio de la nada, y sin poder moverse.
«¿Qué quieres de mí, madre? ¿Cómo se supone que sortee esto si ni siquiera me puedo mover?».
No obtuvo respuesta. Un fuerte trueno resonó en medio de la borrasca que ahora inundaba la selva. La conciencia del huevo rocoso que ahora estaba atrapado en medio del suelo, con la mitad de su “cuerpo” incrustado en medio del suelo pensó en lo que debía hacer.
Si existía, había un propósito. Sabía que su madre era una diosa, una deidad no iba a dejar a uno de los suyos a su suerte. Intentó moverse, salir de su encierro rocoso. Nada. Seguía quieto, congelado en medio de su prisión rocosa que absorbía las gotas de lluvia que caían con ansia.
El cielo seguía tronando con furia. Era su madre. Quería gritarle que la sacara de allí para volver a su vientre, para navegar junto a ella en medio de las nubes, pero era inutil. Salvo la tempestad, no obtuvo respuesta. De pronto un sueño lo absorbió, un letargo que no pudo controlar, y que las gotas sobre su cuerpo rocoso no hacían sino empeorar. Sin mucho más que hacer su conciencia se apagó.
Volvió a despertar en medio de un sol intenso. Pudo ver a su alrededor las grietas causadas por el impacto de su caída, y un par de leguas a su alrededor, ceibas y cedros infestados de maleza y orquídeas llenaban su mundo. No podía ver más allá.
Intentó moverse de nuevo. Nada. Cualquier intento por salir de su cárcel de piedra era inútil.
Entonces, algo empezó a moverse en medio de los árboles. El miedo invadió toda su conciencia por largos instantes, el temor a lo desconocido y la impotencia de no poder defenderse. No sabía que podía encontrar, pero era consciente de los peligros que un lugar como aquel podía ofrecer, el instinto que su madre le había transmitido se lo indicaba.
De pronto una criatura pequeña y peluda salió de los helechos cercanos. Era pequeña y de pelaje naranja oscuro. El temor que sentía pronto cambió por curiosidad. Una criatura tan pequeña no podría hacerle daño.
«Un primate». Pensó de inmediato, por alguna extraña razón reconocía al animal. El pequeño mono comenzó a caminar a su alrededor de su mundo. Se movía con sus pequeñas patas entre las grietas que había causado, observando el huevo de piedra con curiosidad, emitiendo ligeros chillidos.
La conciencia atrapada en el óvalo intentó moverse de nuevo, para asustar o quizás atrapar al animal que se acercaba a ella. De nuevo no ocurrió nada. En poco tiempo el primate se acercó lo suficiente para tocar la pared rocosa. Al ver que no ocurría nada, lo montó con habilidad, como buscando una abertura.
De alguna forma, la cercanía de la criatura proporcionó a la conciencia alimento. «Energía de vida».
Había sentido esa misma sensación en cuanto había despertado, causada por los charcos y el rocío.
De alguna forma eso le daba más sustento, más motivación para mover su interior, para liberarse de aquella roca.
La criatura seguía caminando a su alrededor, como si de algún modo también sintiera vigor con su cercanía. Movía su pequeña cola en éxtasis, y pronto empezó a emitir chillidos y a golpear su pecho con sus insignificantes manos.
«Eso es pequeño, dame tu energía.» Entonces la conciencia lo supo: si había una forma de salir de allí era absorbiendo la energía de criaturas como aquella. Pero iba a necesitar mucho más.
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Como percibiendo su necesidad, el pequeño primate dio un salto amplio desde lo más alto de su cascarón rocoso, y se perdió en medio de la maleza.
Sintió el frío de la soledad contrastado con el calor de la tarde. El viento movía las hojas de los árboles y la maleza a su alrededor, pero la conciencia se sentía abandonada a su suerte. Ahora que era prisionera en aquella roca incrustada en la selva, recordaba con nostalgia poder ver el mundo bajo sí desde los ojos de su madre, cuando ésta volaba sobre valles, selvas y mares. Ahora su mundo se reducía a un pequeño espacio agrietado rodeado de vegetación en medio de la nada.
«Bien, me pondré un nombre. Si no puedo hacer nada, pero existo, entonces lo menos que puedo hacer será nombrarme.» No sabía cómo se llamaba su madre, ni cómo habría querido llamarlo, así que decidió improvisar.
—A partir de ahora será Leye. —pensó. De alguna forma le parecía un nombre adecuado, aunque no había nadie para escucharlo.
Pronto la lluvia volvió a infestar el mundo, y con él los sonidos de los animales a su alrededor. La tristeza de la soledad fue contrastada con el alimento que la lluvia le proveía. Se sentía cada vez más fuerte, aunque sus intentos de moverse seguían fracasando.
De pronto, una pantalla apareció en su mente, que podía ver con tanta claridad como las ceibas a su alrededor en medio de la noche.
Huevo de serpiente: Leye.
Núcleo de la diosa Tlaloc caído.
Este tipo de óvulo no da a luz, pero absorbe los nutrientes a su alrededor, y es capaz de crecer de manera indefinida si sabe gestionar sus recursos.
Recursos actuales:
Aguaenergía: 10/100
Criaturas controladas: 0
Estructuras: 0
Área de influencia: 0,5 leguas.
«Interesante. Así que esta es mi bienvenida, madre. Una serie de garabatos que apenas comprendo. Podrías darme un poco más de información.»
Aunque podía comprender la información repentina que había aparecido ante sí, Leye apenas entendía todo aquello. De algún modo las cifras le daban la sensación de crecimiento, pero no veía cómo podría superar su situación actual. Seguía atrapado en ese cuerpo inerte, sobre el que ahora las aves y los insectos comenzaban a caminar con indiferencia, seguros que no ocurriría nada después de su impacto inicial.
Al día siguiente, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. El “aguaenergía” había aumentado a 20 puntos, dado al excepcional aguacero que no le había permitido descansar, y ahora sentía que podía temblar ligeramente, asustando a los bichos que pretendían caminar sobre la roca. Las hormigas que intentaban crear nidos bajo su superficie, compitiendo con los escarabajos, salieron despedidas. Aunque el movimiento no era tan fuerte como para intimidar a los gallinazos y los papagayos que picoteaban sobre su superficie, era algo.
«Ahora sólo necesito que llueva».
Pronto volvieron los micos. Esta vez un pequeño grupo de cinco monos, todos de pelaje naranja, como el que ya lo había visitado, y que estaba entre ellos. Los primates comenzaron a caminar sobre su superficie, y a golpear con rocas pequeñas su pared rocosa, como esperando a ver si podrían pelarlo, como a una enorme fruta.
«¿Este es el destino que quieres para mí, madre?—pensó con su orgullo destrozado.— ¿Que una panda de primates se burlen de mí?».
A pesar de la humillación que sentía, la presencia de los simios le proveía energía, alimento. Aunque no había lluvia, y se trataba de un día nublado en la selva, sus puntos de agua energía comenzaron a aumentar de forma lenta. Unos dos por hora.
Los reservó. Si intentaba moverse, y “mudar” su superficie rocosa, no sólo los gastaría sino que espantaría a los entretenidos simios que ahora estaban contribuyendo a darle alimento.
Permaneció en calma. Ahora las cosas tenían otra perspectiva. El texto frente a sus ojos lo demostraba claramente. “Este tipo de huevo no da a luz, pero absorbe los recursos a su alrededor, y es capaz de crecer de manera indefinida”.
Leye sabía que ahora debía permanecer en calma, y aguantar la molestia de unos primates golepando su superficie. Cuando creciera, si era que conseguía salir de aquel estado de indefensión algún día, entonces controlaría o acabaría con aquellas criaturas. Ya lo decidiría.
El pequeño clan de monos golpeó por varias horas su superficie, y rasguño con ímpetu su cascarón, en vano. Pronto se aburrieron, y poco antes del anochecer, desaparecieron entre la maleza de nuevo.
Los puntos de aguaenergía en su pantalla habían aumentado a 18. Nada mal para un grupo de primates, si bien era cierto que su presencia era más molesta que la de la lluvia, y otorgaban menos recursos.
Decidió que no haría nada. Guardaría aquellos puntos de energía para controlar a una criatura cuando llegara el momento. El nombre del juego ahora era la paciencia.
Esa noche no llovió. Perplejo, Leye esperó a que pronto los truenos enviados por su madre o por alguna otra deidad del cielo le proveyeran el alimento que tanto anhelaba, pero no ocurrió.
De pronto, un dolor insoportable comenzó a surgir en la parte baja de su estructura.
«¿Qué demonios?».
Aunque no lo podía ver, lo percibía con claridad. Era como si un garfio poco a poco estuviera penetrando la parte baja de su “cuerpo”, con diez veces más fuerza que los golpes que los monos le habían dado esa tarde.
«Madre, haz que pare, por todos los cielos».
No paraba. Al contrario, con el pasar de las horas, Leye sentía que cada vez más, al menos cinco lanzas, penetraban su interior, lento pero seguro. El dolor era tan fuerte que estaba seguro que moriría.
De pronto se dio cuenta que si destinaba algunos puntos de energía a los lugares donde estaba siendo perforado, el dolor mermaba. Los comenzó a gastar, drenándolos sin pudor, solo para ver que el dolor volvía al cabo de un rato.
«¡Tengo que salir de aquí!».
Sabía que no podría. Su cuerpo estaba incrustado en la tierra casi hasta la mitad, y en todo caso era una roca que sólo podría moverse en un terreno inclinado. Todo a su alrededor era plano como la superficie del mar.
Aguaenergía: 0/100
Estaba sin recursos, pero el dolor no paraba. La lluvia y las criaturas que ahora extrañaba no aparecían, como presintiendo su necesidad. Las extrañas cosas que ahora penetraban su interior siguieron avanzando hacia su núcleo con cada hora que pasaba, aumentando el dolor.
Sabía que era el final. Pensando en su madre y en el tiempo feliz que había pasado en su interior, cuando todo era más simple, se entregó al silencio, y el dolor que resquebrajaba por igual su interior y su superficie rocosa.
Su último pensamiento fue para ella, mientras veía las raíces que ahora surgían a su alrededor, y llegaban a su núcleo, a su conciencia. En su agonía, se preguntó si ella también habría tenido que pasar por eso antes de convertirse en el orgulloso ser que galopaba en medio de las nubes con elegantes movimientos de reptil, mientras lejanos truenos anunciaban un poderoso aguacero.