Tan! Tan!
Mientras recorrían la ciudad los jóvenes lagartos que nunca antes habían estado aquí miraban el ambiente anonadados. Esta era la primera vez que experimentaban el gran ajetreo de Bulkar. El tintineo de martillos chocando contra yunques se oía en todas partes molestando sus tímpanos. Los orcos hacían sus armas y armaduras por sí mismos. Le habían enseñado los enanos.
Se veían peleas constantes por doquier, casi como una forma de adornar las calles, a pesar de que no usaban armas se pegaban fuerte, sin embargo, todavía con todo ese caos había cierto control. Eran iluminados al fin y al cabo. Una multitud de orcos iba y venía en todas direcciones. La arquitectura de la ciudad era una arquitectura burda que priorizaba la fortaleza de sus edificios a su valor estético. Los orcos que se cruzaban con ellos les lanzaban miradas lastimeras o de risa pero ninguno les dirigía la palabra, o el gruñido en sus casos.
También había grandes cantidades de goblins. La otra raza esclava a los orcos. Aunque sus situación no era tan mala como la de los hombres lagartos. Su alta tasa de reproducción les permitió sobrevivir y tener un leve desarrollo. Se integraron mucho más fuerte con los orcos ya que estos les delegaron por completo las tareas mundanas y tediosas.
Pasaron unas cuatro horas paseando por la ciudad y comprando cosas útiles hasta que llegó el momento de ir al coliseo donde se celebraría el ritual Angwá Agha.
Dicho ritual tenía una gran importancia histórica para todas las especies del Bosque de Uria. Pues una vez cada varios años se enfrentaban en una cruda y brutal guerra la trialianza, liderada por los orcos, y un bando formado puramente por bestias: los Hijos de Uria. Una tribu de sangrientos tigres dirigidos un Desastre Ascendido. Este tipo de ser no iluminado equivalía a un humano del séptimo nivel de ascensión: un Monarca, quienes estaban prácticamente en la jerarquía del continente.
Además, era Ascendido, lo que significaba que podía usar habilidades con sus afinidades de maná: relámpago y Aura. Provocando así que enfrentarlo fuera más que problemático. Por si esto no fuera suficiente tenía las clasificaciones de Santo y Emperador.
Las bestias santas son aquellas que tienen inteligencia humana o superior, y Emperador se les clasifica cuando son capaces de comandar todo un ejército, ya sea de su raza o no. El terrorífico tigre se llama Nythra. Y es desde el mítico Uria, el más fuerte de sus descendientes. Tiene todo lo que podría tener. Solo le falta extender su territorio. Una hazaña que intenta cada varios años.
Para hacerlo reunía a decenas de miles de súbditos de todo el bosque. Este proceso tomaba tiempo, pues Nythra al ser inteligente y astuto, organizaba adecuadamente su ejército y sus insidiosos planes, su estilo no era un asalto desenfrenado hacia la trialianza como hicieron varios de sus antepasados. Los enfrentamientos entre ambos grupos se remontaban a más de 100 años.
Los orcos, al ver estas guerras cada pocas décadas lo tomaron con más que emoción. Tenían una alegría inimaginable. Tanto que al acercarse el comienzo del conflicto organizaban un torneo para las jóvenes generaciones en celebración de las batallas venideras. Este torneo era el ritual Angwá Agha. Con tal de tener más peleas cualquier cosa les convenía.
⦁⦁
Finalmente llegaron al gigantesco coliseo con capacidad para albergar a más de cien mil orcos. Como toda construcción de esta raza se centraba más en la funcionalidad que en la belleza pero esto no quería decir que faltara de esta cualidad. Sus toscos muros y altos pilares de piedra negro intenso se alzaban de manera arrogante causando una sensación de ahogamiento y aprensión en los nuevos visitantes. Algunas de las columnas se extendían como puntas de flechas más allá del techo dando la impresión que uno se estaba adentrando en una siniestra corona de espinas.
En su centro había una enorme plataforma rodeada por otras más pequeñas. El ambiente era extremadamente ruidoso debido a la aglomeración, sin embargo, por encima de ese ruido prevalecía el sentimiento de euforia y ansia de batalla en cada bestia de piel verde. Una cacofonía de rugidos se lanzaba cada segundo sin decir nada en específico, simplemente por el afán de gritar. El sol caía con fuerza sobre una buena parte, bañándolos en charcos de sudor, mas eso estaba lejos de ser suficiente para frenar su locura.
Xal'eth se sintió intimidado por semejante ambiente, al final él era un primerizo en estas situaciones. Le costó calmar sus desordenados pensamientos y más aún, su cuerpo, que no sabía cuando, pero empezó a temblar levemente. ¿Era miedo? ¿Inseguridad? ¿O ansias? No tenía conocimiento de estas nuevas sensaciones. Las bestias que enfrentó el pasado año no le enseñaron a lidiar con multitudes. Lo descubriría pronto.
Miró a su padre, por alguna razón su aura y apariencia habían declinado en el camino al coliseo, dando impresión de resignación. «Cuando salgamos de aquí voy a hacer que me diga qué le pasa». El resto de sus compañeros no lograron contener como él sus emociones. Se encogieron como ratas asustadas en el lugar sin atreverse a mirar muy lejos y manteniendo la cabeza agachada. La moral del equipo probablemente no podría ser peor.
El edificio se llenó en nada de tiempo. En ese momento sonó un cuerno que abrumó al ruido existente y los calló poco a poco. Luego un orco de unos 2.10m de altura que vestía una armadura pesada de color rojo subió a la plaza principal. Sostenía en una mano un enorme martillo y el instrumento recién usado en la otra. Sus rasgos feroces se acentuaban por la fea cicatriz en su cara que iba desde la parte derecha de la boca hasta la oreja. Se paró en el centro y dijo con su gruesa voz:
Ensure your favorite authors get the support they deserve. Read this novel on Royal Road.
—Hermanos orcos, goblins y hombres lagartos. —Se oía claro a pesar de no hablar demasiado alto—. Hoy celebraremos un nuevo ritual Angwá Agha, ya que como todos ustedes saben, pronto habrá otra guerra, ¡contra los bastardos Hijos de Uria!
—¡Gaahhh! —El público estalló en rugidos de felicidad. Querían batallas, y las iban a tener. El orco esperó unos momentos a que terminaran de festejar y continuó.
—El maldito tigre se adelantó un poco esta vez. Pero no importa. ¡Si guerra quiere, guerra le daremos!
—¡¡Gaaahh!! —Otra vez la multitud rugió, más fuerte que antes.
—¡Bien! Si piensa que nos tomó desprevenidos se equivoca, y mucho. Eso es todo hermanos, que la bendición de Moros esté con nosotros. Viva el reino orco.
—¡Vivaaa!
Después habló un poco más y regresó, mas Xal'eth no captó el final. Se encontraba sumido en sus pensamientos. «Así que es una de esas guerras que me contó padre». Rath'gul le habló sobre los Hijos de Uria y la relación antagónica entre las razas. La última guerra fue hace 18 años, todavía no había nacido cuando aquello.
«¿Será por esto?» Observó a su padre, tenía los puños apretados y los ojos arrugados de la ira. «¿Pero por qué se pone así por la guerra?»
«¿No es normal?» No captaba el porqué de su actitud.
En medio de sus divagaciones sonó un gran estruendo.
Bom!
Inmediatamente su mirada se dirigió hacia arriba, allí en lo alto sobre el coliseo una bola de fuego se expandía en dirección al cielo y a los lados. Era un "fuego artificial", al estilo orco evidentemente. En el suelo de una de las plataformas ellos recogían rocas de 20-30cm de diámetro y con su descomunal fuerza aumentada por su afinidad Aura las lanzaban con horribles sonrisas en sus caras. Al pasar unos segundos en el aire explotaban.
«¡Locos!» Solo ellos desperdiciarían bombas de esta manera.
—Atiendan —dijo su padre—. Vamos a aprovechar los pocos minutos que tenemos antes que empiece el torneo para saludar y venerar al Rey Orco Grokor. Síganme.
«¿¿Venerar??» Xal'eth dudó fuertemente de su audición. Casi no creyó como se refirió su padre al Rey Orco. «¿A ese desgraciado?» La fuente de su enojo cambió de los orcos a Rath'gul. «¿Cómo puede hablar de él así?» No entendía, de verdad no entendía. Con la humillación que le hizo en el pasado.
⦁⦁
Llegaron a la habitación de Grokor en menos de un minuto. Era la más grande con diferencia en todo el lugar. Daba una vista espectacular desde arriba a las plazas para las peleas. Dentro, varios orcos hacían de guardias o acompañantes. El aura aquí era opresiva y tiránica, amenazando con poner de rodillas a cualquiera. Cada uno de los jóvenes, sin excepción, contuvo el aliento como si algo pesado les presionara el pecho, les costó caminar, tanto que tuvieron que detenerse poco después de entrar.
Rath'gul avanzó junto a los lagartos adultos y se detuvo frente a un podio donde se encontraba sentado Grokor. El rey tenía una constitución extremadamente tosca y fuerte, con músculos enormes y llenos de grasa. El par de colmillos característico de su especie casi llegaba a sus intimidantes ojos verdes. Una corona hecha de algún material rojo oscuro descansaba sobre su cabeza. Rath'gul se arrodilló primero sobre sus rodillas y luego pegó su frente al piso.
—El súbdito Rath'gul Vrak'ith, líder de la tribu de hombres lagartos, hijo de Mal'eth y Thy'ra presenta sus respetos en nombre de toda su raza al gran rey del Reino Orco: Grokor.
El brutal orco no dijo nada al principio, permaneciendo en silencio. Entonces se paró, y caminó hasta estar frente a Rath'gul.
—¿Por qué llegas aquí ahora? —Su voz estridente se escuchó como un trueno incluso para los más lejanos.
—Respondiendo a su majestad. Este súbdito llegó hace unas horas y pensando que su majestad estaría ocupado con las preparaciones se-
Pam!
La planta del pie de Grokor aterrizó sobre la cabeza del líder lagarto.
—¡Arg! —Chilló.
—¿Pensar? —Aumentó el peso y fuerza de su pierna—. ¿Desde cuándo ustedes, lagartos, piensan?
—¡Aggh!
—Que sea la última vez que no postrarse ante tu rey deje de ser lo primero que hagas al llegar a Bulkar.
—S-sí, majestad. N-no volverá a pasar —respondió con esfuerzo.
«...!!» En la entrada de la habitación, Xal'eth contemplaba la escena con los ojos inyectados en sangre. «¡¡Bastardo!!» Su respiración se volvió irregular y su garganta se secó. El cuerpo le tembló y sudó como nunca antes. «¿¡Cómo se atreve!?» Pensó, estando a punto de saltar. No podía con lo que veían sus ojos. Sentía como si algo se retorciera cruelmente en su interior, como una alimaña que recorría su cuerpo mientras mordía y disfrutaba de la carne dándose un festín. Impulsándolo a correr y golpear algo, a atacar, a buscar sangre.
Aunque sabía que era una estupidez, que solo iba a ocasionar problemas sin hacer absolutamente nada, su proceso de pensamiento no funcionaba correctamente, no pudo contener el impulso de lanzarse hacia adelante. Esta escena era idéntica a una que ocurrió en su infancia, en su primera visita a esta ciudad. Este era su mayor trauma.
Moriría antes de permitir que se prolongara la humillación de su padre de nuevo. Cuando estuvo a punto de abalanzarse y probablemente morir.
—Cálmate.
Una voz repentina habló en su cabeza. Inmediatamente su mente se enfrió y su cuerpo se relajó. La ira previa se desvaneció en su mayor parte de forma abrupta. El cambio fue tan drástico que incluso él tuvo que parar a considerar qué había pasado. «¿Qué diablos?» Hace unos momentos sentía que quería acabar desde lo profundo de su ser con todas las malditas bestias de piel verde de la sala pero todas esas ganas simplemente se esfumaron. Bueno, en su mayoría.
«¿Qué diablos acaba de pasarme?» Sorprendido se limitó a estudiarse a sí mismo. Era evidente que le habían lanzado algún tipo de hechizo. Era ignorante, mas no tan ignorante. «¿Afinidad Espíritu?» Conjeturó.
«¿Pero cómo? Los orcos no tienen esa afinidad». En lo que su desconcierto se profundizaba la escena de la habitación continuó.
—Vuelve a tu lugar. Ustedes inútiles ocupan plazas para el torneo que pudieran tener más orcos. Cuando regreses hoy prepárate. La guerra comienza la próxima semana.
—Sí, su majestad —contestó Rath'gul sin atreverse a protestar por algo y se retiró con su gente.
⦁⦁
Ya en la zona reservada para los hombres lagartos. El grupo permanecía en un deprimente e incómodo silencio. Xal'eth ya había salido de sus divagaciones, dejando de momento el asunto de la repentina voz y miraba a su padre.
—Padre que-
—Después. Ahora no es el momento. Te explicaré las cosas cuando salgamos de aquí. —Hizo una pausa—. Centrémonos en terminar esto rápido.