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ERANDEL [Español]
Capítulo 10: Xal’eth Vrak’ith

Capítulo 10: Xal’eth Vrak’ith

En el continente de Evankor existen una multitud no pequeña de bosques repartidos a lo largo de su tierra. La mayoría fueron conquistados por las razas iluminadas, revelando sus misterios y extrayendo sus recursos. Solo unas pocas zonas permanecieron vírgenes (bosques o no), pues hay lugares que la vida inteligente no ha tenido el valor de llegar.

No… decir esto es un error. Sí han tenido el valor de llegar. Y el costo ha sido tan alto que han grabado en piedra o metal en el caso de los enanos que más nunca se debe pisar dicha tierra. Estos lugares se conocen como La’ana, que significa maldito. Lugares donde no existe esperanza, donde la desolación impera, donde una vez un ser entra, incluso los registros de la existencia de ese ser desaparecen misteriosamente del mundo.

Sus posesiones, su legado, los recuerdos que construyó con otros. Todo. Costó mucha sangre, sacrificio y tiempo que las razas iluminadas se dieran cuenta de esto, ya que si un individuo o grupo iban se borrarían de la memoria de todos. No fue hasta el año 2025 del Calendario Ulises que la Reina Elfa de esa generación Saryna. Una poderosa Soberana con una inmensa afinidad de Espíritu, intuyó que algo andaba mal con su mente.

De todas las afinidades, la más relacionada directamente con la mente es el Espíritu. Un mago Afín al Espíritu puede hacer ataques mentales de diversas maneras como: ilusiones, control mental, o simplemente un ataque directo que noquee o mate a su enemigo. Asimismo, puede potenciar distintas cualidades de su mente como la memoria y el razonamiento; aplacar sus emociones para no sentir miedo, tristeza, envidia, etc. El epítome de la magia de Espíritu es cuando además de afectar la mente, el usuario puede afectar el alma.

En ese momento los hechiceros de Espíritu que se consideraban peligrosos pasan a ser terroríficos. Los ataques al alma son muy difíciles de curar y dolorosos. Fácilmente queda daño para toda la vida.

Por estas razones, además de su gran poder como hechicera de nivel de ascensión Soberana, Saryna pudo comprender que algo le sucedió a su mente. Lo cual le costó creer. En ese momento en el planeta no había ningún ser capaz de afectar siquiera su consciencia.

Solo un conjunto particular de existencias podrían lograr tal cosa. Existencias que a pesar de estar muertas, ella sabía que no podía descartar que sus legados la estuvieran influyendo por algún motivo. Los Dioses. Esos nueve seres que cambiaron sobremanera Erandel.

Después de décadas de esfuerzo, trabajo, experimentación y la utilización de los recursos que poseía como Reina Elfa. Comprendió varios elementos relacionados con su problema. Descubrió que se olvidó de un grupo de personas. Y en su mente daban vueltas ideas de uno de los lugares La’ana. Luego de esa pista. Con la ayuda de un artefacto enano. Pudieron sacar las terribles conclusiones:

Todos los que iban a los La’ana era olvidados, borrados del tejido de la realidad. Sabían que esto estaba relacionado con uno de los dioses pero jamás se atrevieron a averiguar cuál. Había mejores maneras de pedir la muerte. Hubo sospechas mas solo eso, sospechas. Entonces estas zonas quedaron prohibidas hasta el día de hoy. Año 5130. Por supuesto, esporádicamente eran visitadas por cierto idiota con ganas de morir o gente que quería desaparecer para siempre de los registros del mundo.

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El siguiente capítulo de nuestra historia se desarrolla en el Bosque de Uria. Encontrado un poco bajo del centro del continente en dirección sureste, sin llegar demasiado al sur. Pues la punta Sur está ocupada por la República Andóvar. Más arriba de ella se hallan el Reino Voktar y el Bosque Aradia en direcciones occidental y oriental respectivamente.

En el Bosque de Uria se ubica una zona La’ana, la Montaña Desolada. Es la única montaña en el bosque. Aunque no se sabe si el nombre provino de eso o como dicen ciertas leyendas. Que es el último lugar donde se vio al Dios Desolado, la más misteriosa de las deidades, tanto, que hay lugares que enseñan sobre ocho dioses, no nueve. Incluso hay quien habla de que no existió. El caso es que a nadie le importa si son ciertas o no. No van a ir a averiguarlo. Es una zona prohibida después de todo.

A unos 20 kilómetros del mencionado monte. Hay un pequeño pueblo de unos mil miembros. Esta es la tribu de hombres lagartos. Debido a su difícil situación histórica y actual. Aquí está la totalidad de su raza en el continente.

El pueblo está rodeado por un intento de muralla de dos metros de alto y uno de ancho. Un intento porque hay partes con huecos o derrumbadas, y las mejores están desgastadas. Hace años no se hace un mantenimiento. No obstante, tal vez sería mejor derrumbarla y construirla de cero. De guardia en su solitaria entrada siete guerreros toman turnos constantemente. El asentamiento está desprovisto de torreones. Si ocurre una invasión enemiga no se enterarán hasta que los enemigos estén cerca.

En el centro se ve un bonito altar, es lo único bonito en el pueblo. En el medio del altar hay una estatua esculpida en piedra blanco claro de una fémina de esta raza. Viste unas túnicas ceremoniales mientras porta un cetro. Sus ojos, a diferencia del resto son de un azul intenso como el mar. Parecen absorber a quien los mira, como si cayeran a las profundidades del océano.

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Esta es la Gran Madre Thal’ara, patrona y protectora de su especie. Pues en este sitio no se adora a un dios sino a ella. Hace milenios protegió a los orcos, goblins y hombres lagarto de las feroces bestias que habitaban el continente. Reunió a todas las tribus dispersas formando una trialianza y las condujo a la victoria contra sus enemigos. Luego de eso fue una época hermosa y próspera para los reptilianos. Pero después de los sucesos del año 0. Nunca más verían semejante altura. Sin embargo, uno nunca sabe. El destino es caprichoso.

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Más allá del altar, al final. Se halla una pequeña fortaleza mejor mantenida encima de una colina. Aquí vive el jefe de la tribu con su hijo. Ambos estaban finalizando una reconfortante reunión en este momento, hacía tiempo que no hablaban entre sí. Sus pieles cubiertas de escamas verdes con distintas tonalidades, las del pecho más claras y según se alejaban se oscurecían. Colmillos blancos adornan sus bocas y una larga cola de reptil salía de la parte baja de sus espaldas. El mayor era bastante alto, con 2.20m de altura.

—Xal’eth —dijo su padre con preocupación—. Mañana es el ritual Angwá Agha. Ya cumpliste los quince años. Es tu turno de representar a la tribu, aún así, no te preocupes demasiado por eso. Partiremos temprano hacia Ciudad Bulkar. Descansa bien hoy, con suerte, todo terminará rápido.

—¿? ¿Por qué algo debería terminar rápido padre? ¿No se supone que son varios combates?

—Cosas que no entiendes. Lo comprenderás mejor mañana tú mismo. Eso sí, recuerda que pase lo que pase, siempre voy a estar orgulloso de ti. Que hayas regresado a salvo ya es suficiente para mí. Uff —Dio un suspiro de resignación y finalizó—. Eso es todo por hoy, no te voy a demorar más. A pesar de recibir noticias tuyas seguido, es bueno verte de nuevo. Puedes retirarte.

Xal’eth salió de allí confuso por las palabras de su padre. «¿Por qué se puso así?» Le pareció ver a padre con cara de amargura y tristeza. «¿Me lo imaginé?» Trató de recordar.

«Seguro que sí. Mañana es un ritual muy importante para nosotros y esos bastardos. Seguro está nervioso por mí». Concluyó.

Sus ojos azul mar se pusieron serios y sus uñas se clavaron en las escamas de sus palmas de apretar fuerte los puños. «No te preocupes padre. Prometo no decepcionarte». Se dijo con convicción.

«¡Demostraré que no somos más débiles que ellos! ¡Ya no!». Casi quería gritárselo a su padre. Que las cosas cambiarían, que él iba a levantar el nombre de los hombres lagartos, que su situación no era irredimible.

«Eres la esperanza de tu pueblo Xal’eth». Esta frase era ya como un mantra para él. La repitió constantemente este último año que estuvo alejado de su gente[1] entrenando en preparación para el día siguiente. Tuvo muchas dificultades mas valió la pena. «¡Esta vez venceré!».

Se fue a dar un recorrido por su hogar para calmar sus pensamientos. «Veamos cómo ha estado él-».

«¿Por qué luce así?» Solo pasó unos minutos fuera y se sorprendió. Cuando llegó antes a su casa. Lo hizo con apuro ya que no sabía si iba tarde, por eso, no prestó atención al entorno.

Tal vez era su imaginación o su enojo repentino lo hacía ver mal. El pueblo no lucía como recordaba. Estaba deprimido, vacío… moribundo. Nadie sonreía, caminaban con pasos lentos y afligidos. El número de puestos de mercado era menor. Había un aura depresiva que los rodeaba. Y algunos le daban miradas de lástima. «¿Por qué me miran de esa manera?» No entendía que pasaba. «¿Es por mañana?» Podía entender si estaban inseguros acerca de lo que pasaría mañana, sin embargo, no le gustaba para nada este ambiente.

Estas cosas no las veía antes de su viaje. Le molestaba. «¿Cuándo se volvió a-»

—¡¡Xal’eth!! —Dos gritos sonaron desde lejos.

Un par de pequeños niños lagartos corrieron en su dirección. Tenían unos diez años. Cosa que sería imposible identificar según los estándares humanos. Medían 1.60m, 30 centímetros menos que Xal’eth.

—¡Oh! ¿Qué tenemos aquí? Son los dos mocosos más mocosos nuestra raza.

—¡¡Oyeee!! —exclamaron los niños. Pronto llegaron a él.

—¡Xal’eth! ¡Xal’eth! ¿De verdad mañana vas al Angwá Agha? —dijo uno con evidente emoción.

—¿A patear traseros orcos? Claro. Es mañana.

Estos pequeños eran como hermanos menores para Xal’eth. Eran los hijos mellizos del mejor amigo de su padre. Se llamaban Thra’zak y Thra’zir. Siempre habían estado muy apegados a él.

—Pero dice la abuela que los orcos son muy fuertes. Que nunca les hemos ganado —dijo el otro niño, Thra’zir.

—¿Y qué? Eso no significa que son invencibles, sino hubieran conquistado ya el continente. Ya verán mañana. Kek, se llevarán una sorpresa. Kekek.

—¿De verdad los puedes vencer Xal’eth? —esta vez interrogó Thra’zak. Ahora con un poco de inseguridad por lo que mencionó su hermano.

—¡Por supuesto! —respondió y subió la voz—. Les mostraré el orgullo y la fuerza de nosotros los hombres lagarto. Voy a enseñarles a esos malditos orcos como podemos estar en pie junto a ellos incluso con muchos menos recursos. ¿Entienden?.

—¡¡Wow!!

—Ahora, basta de hablar de eso. Díganme, ¿algo pasó este último año que estuve fuera? ¿Por qué el pueblo se ve así?

—¿Ehh?

—¿Verse cómo?

—Mmm. —Él los observó, aunque era de esperar, ellos parecían no notar nada. «¿Tendré que preguntarle a mi padre?» Pensó en hacerlo cuando le vino a la mente la cara de su padre hoy. Su par de ojos hundidos, piel más pálida y su aura se sentía distinta a hace un tiempo. Ya no era tan imponente, era ligeramente desordenada y decaída. Al principio creyó que sus sentidos erraron. Sin embargo, lo que vio ahora le hizo darse cuenta que sus sospechas eran ciertas. «¿Está relacionado con esos bastardos?»

Lo comprenderás mejor mañana tú mismo. Eso sí, recuerda que pase lo que pase, siempre voy a estar orgulloso de ti.

Cada vez le gustaba menos esto. No esperó que su regreso le trajera nuevos problemas.

—Xal’eth, ahora que recuerdo. La abuela quería verte —dijo Thra’zir.

—¿Sí? Voy entonces.

«La abuela Kara’zel debe saber que pasa». Concluyó. «¿Pero me dirá?» Ella a veces actuaba misteriosa. «Espero que sí».

Juntos los tres fueron a casa de la anciana Kara’zel, la más longeva de toda su especie. Con cerca de 200 años y todavía viva. Una chamán Afín al Aura, y la primera en muchísimas generaciones en alcanzar el nivel de ascensión Trascendente. Lo cual para ellos era una odisea con los pocos recursos que tenían y sus condiciones. Sin importar su edad, seguía siendo la más fuerte del asentamiento. Ni siquiera el jefe tribal Rath’gul Vrak’ith, su padre, podía ignorar su opinión. Además de su poder ella era una maestra de sellos nivel Honorable.

Para la cultura de los hombres lagartos, los sellos eran algo místico, extraño, alejado de su comprensión. Perdieron su conocimiento sobre esta teoría mágica hace milenios y no han podido recuperarla. Por eso, que Kara’zel por un método desconocido aprendiera sobre ellos fue un verdadero milagro. Gracias a estas razones, ellos no sabían qué carajo era Honorable mas les parecía espectacular.

La casa de la anciana estaba construida enteramente de papel. Sí, papel. De un color gris oscuro con líneas negras por todas partes. A pesar de su apariencia era la casa más segura en varios kilómetros a la redonda. Habría que ser muy valiente o estúpido para hacer un asalto frontal.

Justo cuando Xal’eth iba a tocar la puerta sonó una voz vieja y demacrada desde dentro. Aún así, llevaba rastros de cariño.

—Te estaba esperando mi niño, te sentí llegar. Pasa.

[1] Usaré esa palabra para diferentes especies también. No solo humanos.