Xal'eth no esperó y entró. Corriendo hacia un lado la cortina de papel que hacía de puerta, el dúo lo siguió. Por dentro la casa estaba decorada mínimamente y su tamaño modesto, apenas dos compartimentos. Uno de sala-comedor y otro para el baño. Ella los esperaba sentada en una silla de madera blanca detrás de una mesa, ambos objetos de Roble Blanco. De hecho, todos los muebles de la casa eran de Roble Blanco. Ni siquiera un noble normal de un reino como Arpen, Cyrus o Voktar podía permitirse tal cosa. Solo los dioses sabrían de dónde los sacó.
La apariencia de Kara'zel era similar a la de ellos, sin embargo, tenía escamas arrugadas en la cara y su espalda encorvada, vestía una túnica gris descolorida. Aunque esto contrastaba con sus ojos verdes claros. La vitalidad en ellos evidente.
—Vaya... —murmuró al verlo la anciana, tan bajo que él no oyó.
Xal'eth observó el resto del interior de la casa. Arriba de la mesa la adornaban unos búcaros con flores negras. «Que turbio». Esas flores le daban mala espina desde pequeño. Aún siendo mayor y más fuerte eso no cambió. Antes que los pequeños pudieran entrar ella les dijo:
—Thra'zak, Thra'zir, ¿pueden darnos un tiempo a su hermano mayor y a mí que hace tiempo que no nos vemos?
—¿Ehh? Claro.
—Está bien.
Respondieron simplemente y se fueron. Quedando en la habitación Xal'eth y Kara'zel.
—¿Cómo has estado mi niño?
—Excelente abuela. Listo para el ritual Angwá Agha.
—Mm, ya veo. ¿Cómo estuvo tu entrenamiento? —preguntó Kara'zel sabiendo ya la respuesta. Desde que cruzó la puerta del pueblo lo sintió. «Tuvo un gran avance». Apreció ella. «Eso significa que tuvo un año bastante duro». El talento de Xal'eth no era muy bueno, era normal, pero para su posición como hijo del jefe era mediocre en el mejor de los casos. «El maná en su cuerpo es bastante estable para su nivel. Debió llegar ahí unos meses antes de su cumpleaños». Tercer nivel de ascensión: Ascendido. Y ahora que se encontraba delante del joven notó algo más. Una cosa que la impresionó, era la leve aura que lo rodeaba. «Bien, esa es al aura de alguien que conoce el combate y el asesinato». Concluyó.
«¿Pero eso es bueno?» Esto le dio dudas. «Las cosas se podrían complicar».
—Bastante bien abuela. —Hizo una pausa—. He aprendido mucho. Las bestias y la letalidad del Bosque de Uria han sido unos buenos maestros. Siento que en esta ocasión podré levantar la cabeza de nosotros los hombres lagartos.
Precisamente eso era lo que a ella le preocupaba.
—Mm. —Ella no dijo nada por unos momentos—. Xal'eth, ¿qué opinas de nuestra raza?
—¿? ¿Qué opino? ¿Qué quieres decir abuela? Nosotros los hombres lagarto somos una raza esclava. Claramente tenemos que buscar una forma de liberarnos. No entiendo a qué te refieres.
—Olvídalo. Dime. ¿Qué piensas hacer mañana?
—¡Por supuesto! Patear los traseros de esos malditos orcos. Llevan demasiado tiempo creyéndose que son lo mejor. Necesitan una lección. ¡Necesitan conocer su lugar y reconocer el nuestro!
Pronunció lo último frunciendo el ceño. La ira visible en sus azules ojos.
«Si nuestras circunstancias fueran tan fáciles mi niño». Kara'zel no intentó cambiar sus pensamientos. Ya esta no era su generación. No era su deber interferir. Al menos no directamente. Decidió cambiar de tema.
—Está bien. Dime cómo fue tu año.
Luego Xal'eth le contó cómo fue su entrenamiento en solitario.
••
Después de una hora y media, finalmente terminó su historia. Hablaron un poco más de temas triviales y ella lo despidió. Quedándose sola en su casa. Pensando. «¿Está bien dejarlo así?» No estaba convencida.
—Jaaaa. —Dio un gran suspiro. «¿Por qué tiene que resultar así para él?».
«Él no va a contenerse. Y por ende ellos tampoco». Salió de su casa y caminó hacia la estatua de la Gran Madre Thal'ara. Sus piernas se arrastraban por el suelo mientras caminaba lentamente apoyándose en su bastón.
Miró hacia los ojos como el mar de la escultura y murmuró:
—¿Qué debería hacer Gran Madre?... Es un buen muchacho. Quiere lo que todos hemos querido en algún momento de nuestras vidas... libertad.
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En el pueblo no había nadie que nunca le hubiera rezado a la estatua. Era su Tótem.
«Quiero detenerlo pero considerando lo que Grokor le dijo a Rath'gul. Ya estamos en el sendero de la extinción. No somos como los goblins que pueden compensar su debilidad con números y alta reproducción».
«Por el camino que va será expulsado como mínimo».
—Jaaa. Madre, dicen las historias que en su tiempo, también fue expulsada... Y en su viaje como desterrada encontró la iluminación.
—¿Debería entonces encontrar esperanza en su destierro? No puedo-
—Sí.
—...!!! ¿Qué? —Kara'zel no pudo evitar alzar la voz.
—¿Q-qué acaba de pasar? —Esto no tenía sentido, jamás había sucedido semejante fenómeno alrededor de la estatua. «¿Me imaginé cosas?» Todavía no había llegado al punto donde escuchaba ruidos de la nada por la vejez. Observó atentamente la estatua, temiendo perderse un suceso similar, mas no pasó nada.
—¿Cómo..? Uff. —Suspiró y trató de calmar sus emociones. Aunque no sirvió de mucho después de experimentar algo inédito.
«No importa si lo que escuché es real o no. Lo tomaré como que no debo interferir. Buena suerte mi niño. Que las estrellas estén contigo». Hizo un último rezo y se dirigió a su casa.
No se dio cuenta que en el cielo un par de ojos con extraños patrones la observaba.
••
Al día siguiente un grupo de 15 se encontraba en las puertas del pueblo mientras era despedido por el resto de la tribu. Eran cinco adultos y diez jóvenes. Todos de 14-16 años. Este era el equipo que participaría en el ritual Angwá Agha. Sus caras expresaban su elevado nivel de nerviosismo y un poco de pánico. Solo Xal'eth tenía una expresión normal, sin embargo, por dentro era el que tenía mayor caos. «¡Tengo que ganar! Por ellos, por mí. ¡Tengo que volver como vencedor!»
—Xa-Xal'eth, ¿no estás nervioso? Pareces el único calmado de nosotros. —dijo uno de sus compañeros un año menor que él. Kaz'rath.
—¿Por qué lo estaría? Son solo algunos combates —respondió lo más calmadamente que pudo. En realidad no estaba nada nervioso, al contrario, tenía ansiedad. Quería ir ahora mismo y pelear contra los malditos orcos.
Su convicción no admitía lugar para el fracaso. Era todo o nada. Al mirar otra vez las expresiones de su gente solo aumentó su creencia, Kara'zel no se hallaba entre los que vinieron. «¡Te-No.. Voy a volver victorioso». Se dijo una última vez y dirigió su mirada a su padre a su lado. Estaba extrañamente callado. «Ahora estoy seguro. Algo sucedió». Ningún discurso de ánimo ni nada parecido. Les explicó brevemente como sería el viaje y partieron a Ciudad Bulkar. A celebrar el evento más importante de los últimos años.
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La Ciudad Bulkar no quedaba muy lejos de su pueblo. Solo 50 kilómetros. Iban montados en un tipo de lagarto domesticado que destacaba por su velocidad. No hubo contratiempos en el viaje, sin contar unas pocas bestias débiles que se metieron en su camino.
Finalmente, al pasar cerca de una hora divisaron la gran ciudad. La capital del reino orco: Bulkar. Los orcos formaron su propio reino en este continente. Con el desarrollo del resto de razas no les quedó más remedio que avanzar su civilización. Construyeron ciudades, bastiones y varios tipos de fortalezas militares. Eran una raza guerrera después de todo. Su cultura y forma de vivir giraba en torno a la guerra.
Aún así, muchos de ellos se dedicaron a otros tipos de labores, como herrería, sellos o construcción. Casi siempre que involucrara trabajo físico. Por eso, los orcos maestros de sellos eran muy raros y queridos. No había forma de que esas bestias de piel verde se sentaran a estudiar y analizar sobre teoría mágica. Había menos de 40 maestros de sellos en todo el reino.
Eso sí, si algo destacaban era sin dudas su poder de combate. Eran entrenados duramente desde pequeños para la batalla. Sus capacidades físicas potenciadas por su afinidad Aura y su absurda alegría de batalla los convertía en terribles oponentes. Eran la única especie iluminada en Evankor a la que prácticamente no le importaba cuántos de los suyos murieran mientras pudieran acabar con su enemigo. Se contaban con los dedos de una mano las veces que los orcos mostraron miedo en un campo de batalla. Su ímpetu durante una embestida colectiva aterrorizaba hasta el más valiente de los guerreros.
Para tener al Reino Voktar, el más peligroso en cuanto a fortaleza de su gente y fuerzas militares, siempre acechando pero todavía mantenerse y ser capaz de desarrollarse. Eso hablaba sobre su increíble poder. Fueron invadidos en muchísimas ocasiones en su historia y aquí seguían. Otro factor que influyó en el surgimiento y progreso de su reino fue su buena relación con los enanos.
Estos dos bandos que en un principio sus culturas era opuestas, pues unos vivían para luchar y a los otros eso les parecía bárbaro ya que vivían para hacer las mejores obras jamás creadas, como armas, edificios, etc. Encontraron que podían cooperar inesperadamente bien entre sí. Los primeros hacían el trabajo pesado y bruto, los segundos los planos y los diseños. De esa manera, se formó una alianza que duró milenios. Beneficiando a ambas especies. También aprovecharon la tecnología otorgada por los enanos.
«¡Por fin!» Exclamó mentalmente Xal'eth al estar frente a la entrada oeste. No era su primera vez aquí. «Hoy, hoy daré el primer paso a nuestra liberación».
La ciudad tenía un enorme muro exterior rodeándola, 30m de alto y 10m de ancho. Con dos torreones en cada una de las cuatro entradas. Un foso aún más grande y profundo saludaba a los visitantes. Cruzaron el puente y se encontraron a los guardias.
—¡Ogg! Son los lagartos. ¿Vinieron hoy a poner sus nombres en la lista de participantes? Gagag.
—Gagagag —Se escucharon varias risas grotescas de los demás.
«¡Malditos!» Xal'eth hizo lo posible por no saltar y matarlos. Lo retenía sobre todo el hecho de que no haría nada saltando hacia ellos. El más débil de los guardias seguro era tan fuerte como su padre.
—Buen día estimados orcos. Vinimos aquí para el ritual Angwá Agha. —Rath'gul ignoró las burlas y respondió cortésmente.
—Gah, no eres divertido.
Luego tomó una piedra que le dio Rath'gul y comprobó su resonancia con una que tenía. No vio ningún problema y les dijo:
—Muy bien, pueden pasar. Cuanto antes entren más rápido saldrán gagaga.
El grupo de hombres lagartos pasó con incomodidad, los jóvenes se enojaron por las burlas, y los adultos parecían ya adaptados a eso.
«¿Por qué tuvimos que terminar de esta manera?» Se lamentó Xal'eth. La historia entre los hombres lagartos y los orcos no siempre fue así. Antiguamente se apoyaban y protegían como verdaderos aliados. En igualdad de condiciones. Ahora su relación era puramente de esclavo-patrón. «Si no fuera por ese maldito». Él miró la fuente de la desgracia de su raza al cruzar las puertas de la ciudad.
En el medio Bulkar se alzaba una gigantesca estatua tallada en obsidiana negra de un orco. Su presencia imponía respeto y miedo a cualquiera que entrara. «Si no fuera por él». Era un orco con túnicas de chamán y un cetro, varios collares adornados con colmillos y piedras descansaban en su cuello. En su mano derecha había una pulsera igual a la que usaban el propio Xal'eth y su grupo, un signo de supuesta "amistad" con su especie.
La figura de la escultura era el mayor orgullo de esta maldita raza. Estaba tan bien hecha que se notaban todo tipo de detalles como las venas de sus manos y cuello, las pestañas, en sus ojos se distinguía la pupila del iris, hasta algunas gotas de sudor se mostraban. «Maldito bastardo».
Esta era la estatua del Dios Moros. Pues los orcos tenían su propio miembro entre los nueve dioses. Moros, dios de la vejez, el descanso y el hogar. Una de las figuras más influyentes en la historia de Erandel. Gracias a él estas bestias verdes lograron alcanzar un desarrollo y poder como nunca antes. Dejando muy atrás a sus aliados de antaño.
A partir de ahí su relación decreció a sus circunstancias actuales, donde Xal'eth y su gente eran menos que sirvientes. Estaban completamente subordinados. Eso provocó que con el paso de los siglos perdieran recursos, conocimiento, y mucho más. Incluso tenían que rendir tributos anuales por "protección". No se les permitía entrenar de pequeños, aprender sobre sellos o tener algún contacto con otros iluminados.
El sueño de Xal'eth era librarse de las cadenas impuestas por las malditas bestias verdes. «Un día, caminaré libre de ustedes».
No obstante, la situación tampoco era lo peor posible. Podían ser sirvientes y vivir ahogados mas los orcos al menos no los usaban como carne de cañón en sus guerras. Los orcos tenían un extraño honor con respecto a eso. Por un lado nunca enviarían a nadie a una batalla que ellos no estuvieran dispuestos a luchar. Por otro, si ellos luchaban tú debías ir junto a ellos y luchar(suicidarte) con su mismo frenesí.
Su cultura no permitía que otros lucharan en su nombre. Esto era un deshonra para ellos. Por eso en sus guerras contra las tribus bestias del Bosque de Uria no abusaban de la tribu de hombres lagartos, sin embargo, esto solo hacía la situación un poco menos amarga. No había esclavo feliz.
—Vamos a dar un recorrido por la ciudad ahora, todavía tenemos tiempo y hay cosas que necesitamos comprar —dijo su padre.