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Eladien [ESPAÑOL]
Capítulo VIII: Tormentas en plantaciones ajenas.

Capítulo VIII: Tormentas en plantaciones ajenas.

Capítulo VIII: Tormentas en plantaciones ajenas

El fulgor de las decenas de llamas que afuera bailaban con el viento, atemorizó a Érien.

Agarró la mano de Eladien y su hermana le devolvió el apretón, sus manos temblando casi tanto como las suyas. Eladien tenía la cara congestionada por el miedo y la incertidumbre, ésta mucho más visible que la primera. El silencio, cuya barrera eran las paredes de la casa, no reinaba el exterior: allí era agitado y vapuleado por los gritos de furia que exhalaban los campesinos de Nash’sera, todos agitando violentamente los destrales, cuchillos y demás que llevaban en sus manos, y estos, por desgracia para ellas, no parecían sujetarlos como objetos decorativos…estaban dispuestos a usarlos. Se abrazó a Eladien, aterrorizada por lo que se aproximaba desde la ventana.

Todos sus amigos, vecinos…Todos. Habían ido a buscar a Eladien…pero… ¿por qué? Su hermana no había hecho nada malo…ella solo les había ayudado. Érien estaba segura de que Eladien no había podido provocar aquello. Todo debía ser un malentendido; uno muy grande.

Eladien se giró hacia ella y la abrazó de nuevo, susurrándole suaves y tranquilizadoras palabras al oído.

- No nos va a pasar nada, Érien.

- Uno

La voz de Doren llegó desde el jardín de su casa, y al asomarse de nuevo por la ventana, Érien pudo ver como este avanzaba un paso por el jardín, posándose sobre las piedras que formaban un pequeño sendero. Su cara reflectaba su determinación, y la rabia de todo el pueblo. Y su dolor. Ella no entendía por qué les sucedía aquello. Eladien no podía haber hecho nada…

Tenía miedo, mucho miedo.

“Mamá, papá… Abuela. Ayudadnos, por favor…”

- Escúchame, Érien, Tienes que salir de aquí, ya-, Eladien sujetó sus hombros con ambas manos y se acercó a ella hasta que sus rostros estuvieron bien cerca, mirándola fijamente, con los ojos abiertos a más no poder y la preocupación invadiendo todo cuanto miraba-, No sé qué es lo que está ocurriendo…pero debes salir de aquí

¿Que saliera de allí? ¿Cómo pretendía que lo hiciera…? La casa estaba rodeada, el hecho era obvio. Además… No podía irse sin ella. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué estaba pasando por la cabeza de aquellas personas?

- Eladien… No podemos salir. La casa está rodeada, no…

- Dos.

De nuevo, pudieron ver por la ventana como el alcalde de Nash’sera daba otro paso al frente, con la tea bien alta, iluminando su crispado rostro, este perlado de sudor, igual al de los demás.

- ¡Bruja!

Eladien le plantó los dos brazos en los hombros, apretándoselos a causa de los nervios que pinzaban sus músculos. Se la veía asustada…muy asustada, y aquello se contagiaba rápidamente. A Érien le temblaron las manos, pero Eladien se las agarró, fregándolas con las suyas. La miró con los ojos llenos de lágrimas y con los labios tan apretados que perdieron cualquier vestigio de su generosidad.

- Érien…

Eladien se quedó pensativa, seguramente valorando las opciones de que disponían, pero Érien sabía perfectamente que eran pocas. Por no decir nulas. No había forma de escapar. Estaban atrapadas. Y aquellas personas… Sus vecinos de Nash’sera… iban a…

Apretó las manos de Eladien y las lágrimas se desbordaron en sus ojos, bajando en gruesos surcos que hicieron brillar sus enrojecidas mejillas.

- Érien escúchame. Tenemos que ir al piso de arriba.

Érien se quedó atónita. ¿Ir al piso de arriba? Si subían quedarían atrapadas, no habría forma de salir. Aunque lo mismo sucedía en el piso de abajo…

- Tres.

Doren se adelantó otro paso, sin dejar de mirar a la ventana por la cual estaban asomadas ella y Eladien. Los campesinos y ganaderos gritaron al unísono, blandiendo sus armas y antorchas, algunos incluso chocando sus destrales contra otras, emitiendo sonidos metálicos que rasgaron la noche como una afilada espada, llegando incluso al comedor, dónde agazapadas se miraron de reojo, sujetando sus manos estrechamente.

- Tú sígueme, Érien. Te prometo que te sacaré de aquí-, Érien miró los ojos de su hermana mayor, y en ellos solo encontró resolución; ya no lloraba, tan solo quedaba determinación en ella-, Tenemos que…

- Cuatro.

Doren casi estaba ante la puerta de casa, con el cuchillo bien presto en su mano, este destellando con las ascuas que luchaban contra la noche, como la luna, que trataba de deshacerse de las espesas nubes negras que se habían alojado sobre Nash’sera, sumergiéndolo en las más profundas tinieblas.

- Vamos, Érien. Tenemos que subir, ¡ya!

Eladien agarró su mano y la levantó del suelo, instándola a correr por el pasillo de casa, en dónde estaban las escaleras. Empezaron a subirlas rápido, de dos en dos, tratando de llegar arriba lo más rápido posible. Esperaba que Eladien tuviera un buen plan… de lo contrario… Prefería no pensar en eso.

No en esos momentos.

- ¡Cinco!

Fue como si una bomba estallara en los alrededores de la casa; docenas de voces se alzaron a la vez, todas repitiendo lo mismo sin cesar. Todas en un espeluznante coro que oprimió a Érien por dentro. Y en ese momento, cuando Eladien y Érien estaban por la mitad de las escaleras, las puertas se abrieron de par en par justo detrás suyo, golpeando con fuerza la pared, cuyo golpe quedó ahogado por los bramidos de las personas que enarbolando lo que blandían en sus manos, entraron corriendo en la casa en una continua fila que tiró todo cuanto encontró a su paso.

Érien miró abajo y sus ojos quedaron prendados en lo que, sin querer hacerlo, captaron: entraban sin control, todos con las antorchas bien altas, iluminando todos los rincones de la cocina y la entrada principal, gritando y, en algunos casos pasando los cuchillos por las paredes, emitiendo un chirriante sonido que le puso la piel de gallina.

- ¡Bruja!

- ¡Que no escape!

- ¡Ahí está!

Varias caras se giraron hacia ellas y algunos dedos señalaron en su dirección, y ellas, en las escaleras, miraron hacia abajo sin poder creer lo que veían. Aquellas personas estaban enloquecidas. No podían estar en sus cabales… Las conocían desde que habían nacido. Las habían visto crecer… del mismo modo que ellas a algunos hijos suyos.

¿Por qué les hacían aquello ahora?

- Vamos, ¡Érien!

Eladien cogió de nuevo su mano y la ayudó a subir, tirando de su brazo.

Érien alzó un pie para subir el siguiente escalón, y en el momento en que iba a apoyarlo, una mano le agarró el tobillo, cortándole la respiración debido a la sorpresa y haciendo que perdiera el equilibrio. Puso ante sí la mano que tenía libre para evitar golpearse la cara y Eladien la ayudó a medio incorporarse, con los ojos fijos en el hombre qué, estirado en las escaleras, agarraba con sus grandes manos la pierna de Érien. Otro hombre estaba subiendo también los escalones, con la antorcha y el cuchillo que llevaba bien prestos, y su sonrisa, malévola, ensanchándose con cada paso que daba, con cada escalón que sus pies ascendían; con cada suspiro que salía de Érien.

El hombre que estaba tumbado sobre los peldaños estiró el otro brazo para cogerle el pie restante, pero Érien, asustada, le dio una patada en la mano con la pierna libre, haciendo que la retirara con un grito.

En esos momentos se arrepintió de ir descalza.

El tipo que subía por las escaleras estaba cada vez más cerca; subía sin prisas, consciente de que no tenían a dónde ir. Las ascuas proyectaban sombras en su rostro, desfigurándolo en figuras asimétricas que dividían su semblante en varias partes, oscureciéndolo a gran escala. Érien golpeó en la cara al que la intentaba sujetar de nuevo, aplastándole la nariz bajo su pie, y este, al llevarse las dos manos a la cara, dejó ir su tobillo.

Érien subió a gatas un buen tramo de escaleras, alejándose de aquellos hombres, y observó con alivio como el que ella había azotado aún seguía con las manos en el rostro.

- ¡Eladien!

- ¡Eladien!

El grito de Érien quedó sofocado por el de Doren, quién entró en la casa en último lugar, rodeado por casi todos los habitantes de Nash’sera, que ocupaban el piso de abajo.

Se apretujaban en la cocina, en el pasillo y en la entrada, todos con los ojos bien fijos en ellas dos. Un rayo surcó el cielo a lo lejos y su resplandor penetró por la ventana, iluminándolos durante un instante fugaz, y su trueno, grave y fuerte, despedazó el silencio en minúsculos fragmentos que quedaron ahogados en boca de Érien. Aquello, para Érien, era aterrador.

Esas miradas… No presagiaban nada bueno.

La lluvia empezó a chocar contra las ventanas con fuerza, creando pequeñas cascadas que bajaron veloces por los cristales.

- Te hemos avisado… pero tú nos has obligado a entrar a buscarte-, Doren se hizo oír sobre los chillidos de los pueblerinos, que rugían como una manada de tigres asustados. Una manada de tigres que daba la impresión de no haber comido durante semanas. Estaban hambrientos de…venganza. Pero, ¿venganza por qué? Eladien… Ella tan solo se había dedicado a ayudarles. Ella únicamente…-, Tú te has buscado todo esto, Eladien. Con tu brujería nos has hecho llegar a esta situación. Creíamos que lo que hacías era algo bueno. Pero no ha sido más que un burdo engaño de bruja. Seguro que te has divertido mucho al ver nuestras caras, ¿verdad?

Eladien permaneció en silencio, con los labios apretados y el sudor poblando su tez.

- ¡Bruja!

- ¡Ella los ha matado!

- ¡La bruja quiere acabar con nosotros!

Varias personas se adelantaron con cuchillos y destrales bien alzados, pero Doren los hizo retroceder con gestos autoritarios. Sin embargo, estos, aunque obedecieron, lo hicieron con una visible resignación, mirando al alcalde con una calurosa fijeza, ésta casi abrasadora.

- No queremos matarla, recordadlo.

Érien quedó estupefacta al oír esas palabras.

¿Que no querían matarla? Cualquiera lo diría, pues Érien, desde que los había visto por la ventana, se había sentido en un matadero, esperando a que su verdugo fuera a buscarlas. Eladien se acercó a Érien y la incorporó, cogiendo su mano mientras vigilaba con recelo al hombre que se había parado en las escaleras, a pocos pasos de ella, junto al que se apretaba la cara con las dos manos, gimiendo del dolor.

Este aprestaba un cuchillo, con los nudillos blancos al agarrarlo con fuerza.

- No aún. A las brujas-, Doren esbozó una sonrisa atroz que se reflejó en sus ojos y miró a Eladien durante varios segundos, sin disminuir un solo ápice la curvatura de sus labios-, se las quema en la hoguera. Se las purifica. Se las erradica. Se eliminan, Eladien. Como en las viejas historias de los primeros pueblos. Así nos aseguraremos de que tus manos… no vuelvan a tocar a nadie más.

- ¡A las brujas se las quema!

- ¡Sí! ¡Hay que llevarla a la hoguera!

Eladien se llevó una mano a la boca al oír aquello. Estaba sucediendo todo tan…rápido.

Ella tan solo había ayudado…tan solo les había sanado sus heridas y debilidades. Sus obras habían sido buenas. Pero…indudablemente, todas las personas que ahora estaban muertas, habían sido sanadas por ella. Eso era un hecho que no podía negarse a sí misma. ¿Qué sucedía? ¿Había ella…? No. Mejor no pensar en aquello.

Debía sacar a Érien de allí. Fuera como fuera. No permitiría que aquellas personas le pusieran un solo dedo encima. No mientras ella estuviera allí. Protegería a Érien con su propia vida; eso era algo que tenía claro desde que los había avistado en el jardín, preparados para invadir la casa.

¿Que iban a quemarla? ¿Que ella era una…bruja? La situación se descontrolaba por momentos, y Eladien no sabía qué hacer para suavizarla. Estaba aturdida… Lo único que podían hacer era seguir el plan que se le había ocurrido. Eso no les permitiría escapar seguro… pero tenían que intentarlo. Era lo único que se le ocurría. Salvaría a Érien. No le cabía ninguna duda sobre aquello.

- Eladien…todos creíamos que eras como tu abuela… buena y generosa… pero tus actos han sido destructivos. Has segado vidas usando tu maldita y asquerosa brujería. Nos has engañado a todos. Hasta ahora… Si tú te has divertido con nosotros…a mí me gustará ver tu cara cuando las llamas alcancen tu cuerpo.

- ¡Es una bruja! ¡Nos ha estado engañando!

- ¡Bruja!

Los vítores se elevaron por toda la planta baja en cuanto Doren hubo pronunciado la última palabra, aclamando el resto todo lo dicho por él. Tenían que seguir subiendo…

El tipo al que Érien le había propinado una patada, y al que Eladien jamás había visto por el pueblo, continuaba en el suelo, tocándose la nariz mientras aullaba del dolor, pero el otro subió un escalón sin dejar de mirarla, pasando el cuchillo por la pared, rasgando el empapelado cuidado con esmero por toda la familia Fahrathiel.

- Será inútil que te resistas… Hasta aquí han llegado tus malévolos actos.

Todo sucedió muy rápido.

La furiosa muchedumbre avanzó deprisa por la entrada de la casa y por el pasillo, corriendo hacia las escaleras por la cuales, con el corazón en un puño, ascendieron Érien y ella, las dos forzando a sus piernas para que las alejaran de las personas que las seguían con una variedad ingente de armas en sus manos.

De las personas que, de atraparlas, Eladien no sabía muy bien qué les harían.

Subieron el último escalón con sonoros jadeos y al llegar arriba cogió la mano de Érien, tirando de ella hacia la derecha, dónde estaban las habitaciones en que descansaban. Abrió la puerta de la alcoba de Érien preguntándose si algún día volverían a dormir en aquellas camas, pero en lo más profundo de su mente, su parte racional le dijo que no.

Que aquella casa que las había visto nacer, ya no las hospedaría más.

Estiró de nuevo de Érien para que entrara en la habitación y cerró la puerta con un fuerte portazo justo cuando el hombre que las había seguido primero por las escaleras se asomaba por esta, cerrándosela en las narices.

Sin tiempo que perder, cogió el tocador de Érien y lo atravesó en la puerta, formando una barricada provisional que poco aguantaría frente a las embestidas que recibía desde fuera.

- Érien, ayúdame con la cama. Tenemos que ponerla en la puerta. ¡Deprisa!

Érien asintió desde una cara tan lívida que Eladien creyó se iba a desmayar, pero su hermana pequeña se dirigió hacia a la cama y la empezó a arrastrar con prisa, moviéndola a secos y cortos trompicones. Eladien se puso a su lado y entre las dos la movieron hasta la puerta, dónde la encajaron prietamente entre el tocador y un armario pegado en una de las esquinas. Sabía que aquello no los frenaría durante mucho tiempo, pero esperaba que sí lo suficiente. Si no…

La puerta crujió al ser golpeada varias veces seguidas, pero apenas se movió de dónde estaba, bien sujeta por la cama. ¡Pum!

- ¡Más fuerte!

- ¡No podemos dejar que escapen!

- ¡Están acorraladas, Thurel, no pueden escapar!

¡Pum!

La puerta gimió desde sus goznes, amenazando sus bisagras con desprenderse de la madera. ¡Pum! Un trueno se hizo oír muy cerca, acallando cualquier otro sonido. ¡Pum! Otro estallido resonó mucho más cerca aún, esparciendo su eco por doquier y el fogonazo del rayo sumió la habitación en sombras imprecisas que recorrieron todo cuanto había a su paso. ¡Pum! La puerta se sacudió entera, agrietándose por la parte de arriba.

¡Pum!

- Eladien… Tengo miedo… Eladien…

Eladien se giró hacia Érien y sujetó su cara entre sus manos, tocando su suave y sonrojada piel. Érien la miraba implorante, con los ojos inundados y la boca prieta en un rictus de terror que desfiguraba su rostro. Estaba tan asustada como ella. Sino más. Tenían que salir.

¡Pum! La grieta se ensanchó un poco, bajando lentamente por la barnizada madera.

- Érien. Saldremos de aquí.

- ¡Esto no nos detendrá!

Thurel, el carnicero de Nash’sera, gritó bien pegado a la puerta, y el sonido de su voz tardó en apagarse.

- ¿Cómo? Estamos atrapadas. No hay forma de salir… No…-. Érien se estremeció cuando la hoja de la puerta fue aporreada con inusitada fuerza. ¡Pum!

- Escúchame-, Eladien miró fijamente a Érien y esta le devolvió la mirada. Era tan pequeña…tan delicada e inocente. No dejaría que la cogieran. No mientras ella estuviera allí-, Saldremos de aquí por la ventana.

Érien la miró con una ceja enarcada y con el ceño fruncido, sin duda preguntándose que podrían hacer desde allí. Pero Eladien ya lo había pensado todo. Solo esperaba que, en la realidad, funcionara del mismo modo que en su mente. Tenía que ser así.

- Mírame y presta mucha atención, Érien. El granero queda justo debajo de tu ventana. El tejado está a apenas un metro de altura. Creo que podemos salir por ahí. Han entrado todos en casa-, Se asomó por la ventana un momento, con el corazón haciendo malabares sobre una afilada navaja de doble filo, pero allí abajo no había nadie. Tan solo la desvencijada construcción del granero se mostraba bajo la lluvia, con el viejo Hénir atravesado en el tejado-, Allí abajo no hay nadie. Si consiguiéramos llegar al tejado del granero y desde ahí descender por el Hénir…podríamos salir. Es la única manera que tenemos-, ¡Pum! Esa vez, la puerta fue azotada con mucha más fuerza, haciendo que se soltara una de las bisagras que la mantenían unida al marco.

Pero, por el momento, parecía que la cama aguantaba, ofreciendo resistencia entre el tocador y el armario situado en la esquina.

- Tenemos que intentarlo.

Eladien volvió a la ventana y, estirando del picaporte, la abrió de par en par, dejando que agua y viento entraran por igual en la sombría estancia.

Miró un instante al cielo que, saturado de nubes, estaba negro como el azabache; la luna estaba escondida en esos momentos, encarcelada por las densas nubes, y lo único que permitía ver el exterior eran los rayos que recorrían el cielo a su antojo, sucediéndose unos a otros sin tregua. Miró hacia abajo y contempló el granero, cuyo tejado mojado se extendía a poca distancia de la ventana, justo debajo de esta.

Era un tejado con forma de caballete, como casi los de todas las construcciones de Nash’sera, pero su punto más alto era lo suficientemente ancho como para que una persona pudiera andar por él.

Con mucho cuidado.

- ¡Eso no! ¡Coged algo más resistente! ¡Hay que derribar la puerta!

- Thurel, ¿por qué no lo coges tú, en vez de dar tantas órdenes?

- ¿Acaso estás desafiándome, Genim?

- No…no es eso…es sólo qué…

- Pues entonces, ¡venga! ¿O quieres que escape?

- ¡Bruja!

Se escucharon ruidos en el pasillo, como si arrastraran algo por el suelo. Algo pesado.

¡Pum! La grieta se extendió un buen trozo por la madera, llegando casi hasta la mitad de la puerta, dónde se agrietó también en más direcciones, esparciéndose como un abanico. Un abanico que, de abrirse demasiado, las dejaría a merced de las furiosas personas que aguardaban ansiosas el momento de cogerlas.

- Érien, pasa tu primera. Yo vigilaré por ti, cuando hayas bajado al tejado, iré yo. No me mires así, Érien. No voy a dejar que te cojan. En cuanto llegues al tejado, bajaré yo-, ¡Pum! Múltiples grietas recorrieron la puerta, ensanchándose por momentos, dejando entrar algo de la claridad que aguardaba en el pasillo, la que provocaban las encendidas teas-, Ahora tienes que irte, ¡ya!

Abrazó momentáneamente a Érien y le plantó un beso en la frente, luego la agarró de la cintura y la giró hacia la ventana, en el alféizar de la cual se agolpaban las gotas de agua.

Érien, tras mirarla intensamente, puso una mano en el marco de la ventana y, con cuidado, pasó una pierna por encima, quedándose con medio cuerpo dentro y fuera de la casa. El agua cayó sobre ella, mojándola de inmediato, y pequeños riachuelos recorrieron su pelo y cara.

¡Pum!

Eladien se giró asustada, y observó con terror como la puerta se fragmentaba en grandes trozos, mostrándole que debían darse prisa. Un trozo de madera cayó al suelo y un ojo se asomó por el agujero que dejó este; uno diminuto y negro que, entornado, la miraba fijamente. Eladien se movió rápido, poniéndose en un ángulo desde el que no pudieran ver lo que Érien estaba haciendo. Si se percataban…todo se iría al traste.

Las esperarían abajo, y entonces, sí que estarían atrapadas.

- ¡No escaparéis!-, Thurel retiró el ojo del agujero y sus dedos pasaron a asirlo, apretando las comisuras de este y tirándo hacia los costados, con lo que varias astillas se desprendieron de la madera y cayeron sobre el tocador, cuyo espejo amenazaba con caer al suelo-, No tenéis a dónde ir… -. El ojo de Thurel se asomó de nuevo por la pequeña obertura de la puerta, escudriñando todo lo que alcanzaba a ver desde ahí.

- ¡Hay que atrapar a la bruja!

- ¡Ha intentado matarnos a todos!

Érien pasó la otra pierna por encima del marco de la ventana y se apoyó con fuerza en la cornisa de esta. La miró un momento desde allí, con la lluvia cayendo sobre ella y el oscuro cielo surcado de rayos expandiéndose detrás suyo. Sus ojos estaban enrojecidos y su habitual expresión inocente turbada por el miedo que su mirada imbuía en grandes dosis. Su hermana pequeña giró poco a poco sobre sí misma, dándole a Eladien la impresión de que estaba volando al quedar sus pies y piernas fuera de su alcance visual.

Érien agachó la cabeza y Eladien pudo ver como un escalofrío recorría su cuerpo.

- Vamos, tienes que saltar, Érien.

Avanzó un paso hacia la ventana, mirando de continuar obstruyéndole la visión a Thurel y a todo aquel que mirara por la recién abierta y forzada mirilla.

- Salta-. La voz le sonó débil, pero estuvo segura de que Érien la había oído.

Érien giró un poco la cabeza y, después de mirarla con los ojos abiertos de hito en hito, los cerró con fuerza y saltó, desapareciendo y dejando a Eladien observando el cielo. Su corazón latió deprisa, tan rápido que le pareció escucharlo sobre los topetazos que recibía la ya, débil puerta. Apoyó las manos en el marco de la ventana y se asomó un poco, buscando desesperadamente a Érien en el tejado del granero, pero su hermana no estaba por ningún lado. Tan solo la lluvia resbalaba por este.

Solo el agua lo recorría. Érien no estaba.

El fulgor de un rayo muy cercano la deslumbró, obligándola a cerrar los ojos, y al abrirlos, vio a Érien agachada justo bajo la ventana, al principio del tejado de la construcción. El alivio que sintió fue tal que dejó escapar un suspiro que se perdió rápidamente con los gritos que provenían del pasillo.

¡Pum!

Eladien gritó sobresaltada al oír un ruido estruendosamente cristalino, y se giró a tiempo para ver como el último pedazo de espejo rebotaba en el suelo, destellando con los fugaces rayos. Genial. Seguro que romper un espejo solo podía mejorar las cosas.

¡Pum!

Esa vez, el tocador se combó hacia adentro, astillándose por los costados y abriéndose por el centro a causa de la presión, con lo que la cama, antes prieta, se internó un poco en este, cediendo la resistencia que mantenía cerrada la puerta.

- ¡Bruja!

- ¡La bruja está encerrada!

Miró de nuevo por la ventana y vio como Érien avanzaba con cuidado por la fina pasarela que hacía de punto álgido del tejado, mirando de afianzar bien los pies antes de dar el siguiente paso. Una fuerte ráfaga de viento sopló desde el Este, empujando ligeramente a Érien, pero para alivio de Eladien, recuperó el equilibrio a tiempo. Solo le quedaba un poco más…Tenía que aguantar.

¡Pum!

La cama se metió de golpe en el tocador, rompiéndolo en pedazos que cayeron sobre el colchón y el suelo, frente a la puerta que poco a poco, fue abriéndose. Una mano se asomó por esta y se movió nerviosa, buscando que era lo que continuaba afianzando la puerta, pero la base de la cama estaba fuera de su alcance. Al menos de momento. Tenían que ganar tiempo… Eladien corrió hacia la puerta todo lo rápido que pudo y al llegar la cerró de golpe, aplastando aquella mano contra el marco.

Un grito grave y gutural sobrepasó cualquier otro sonido, poniéndole a Eladien los nervios a flor de piel. Aún más.

- ¡Maldita bruja hija de…!

Era la voz de Thurel, el carnicero del pueblo.

Apretó más la hoja de la puerta, ejerciendo toda la presión que pudo hasta qué, con un fuerte golpe que la empujó hacia atrás, la hoja se abrió lo suficiente para que el carnicero retirara la mano y, en cuanto el último dedo hubo desaparecido, Eladien arremetió de nuevo contra la hoja, cerrándola al fin. Examinó la habitación con la mirada, buscando algo que pudiera servir para fijarla de nuevo, pero no encontró nada que le fuera de utilidad. Solo una pequeña mesita de noche sobre la cual reposaba un retrato de sus padres.

- ¡Sucia bruja! ¡Me vas a pagar…! ¡Genim! ¡Necesitamos algo más resistente!-. Thurel rugió como un toro, su voz desgarrada por la ira.

- Los hombres han ido a ver si encuentran algo. Creo que ya vienen.

Eladien no había estado tan asustada en toda su vida. Eso no les podía estar pasando a ellas… Érien y ella ya habían sufrido bastante. La muerte de sus padres, su abuela… De todos sus seres queridos… Durante años, ella había cuidado de Érien y las dos habían convivido estupendamente con todas aquellas personas que estaban en el pasillo de su casa. Con las personas que ahora las querían coger a cualquier precio. ¿Qué demonios era todo aquello?

Érien. Tenía que ganar tiempo por ella.

Recorrió la habitación a grandes zancadas y agarró la mesita de noche para luego arrastrarla hasta la puerta. Deseando que no embistieran la madera en ese preciso instante, retiró la cama hacia atrás y tras sacar los escombros del tocador del hueco que había dejado este al romperse, interpuso la mesita, bloqueando de nuevo la puerta.

¡Pum!

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Los muebles resistieron, aguantando bien el golpe, no así como la puerta, la cual parecía estar a punto de quebrarse por entero. El ojo de Thurel volvió a mirar por el astillado agujero en la madera, moviéndose en todas direcciones hasta clavarse en ella, a poca distancia de los suyos.

- Esta resistencia no sirve de nada, Eladien.

El modo en que Thurel susurró esas palabras, separados únicamente por la ya debilitada puerta de la habitación de Eladien, la hizo estremecerse. Pero Eladien sabía que no tenía tiempo para ello.

Agarró la almohada y un par de cojines que había sobre la cama y los puso en la mesita, sobreponiéndolos hasta formar una pequeña pila que sirvió para tapar el agujero por el que el ojo de Thurel observaba escrutadoramente.

¡Pum!

- ¿Qué crees que haces? ¿Qué estás tramando, bruja? ¡Abre la jodida puerta ahora mismo!-. ¡Pum! Thurel aporreó la puerta muchas veces seguidas, astillándola por varios puntos y combándola un poco hacia dentro. ¡Pum!¡Pum!¡PUM!

No resistiría mucho más.

Miró por la ventana el tiempo justo para ver cómo Érien llegaba al Hénir que atravesaba el granero y al ver que ya estaba a salvo, pasó rápidamente una pierna por el marco de la ventana, mojándose por completo cuando se empujó hacia atrás con los brazos, quedando a la intemperie y de frente a la puerta de la habitación que, con dificultades, acababa de abandonar.

Eladien flexionó un poco las rodillas y se agarró con fuerza al alféizar de la ventana, vigilando que las manos no le resbalaran, y justo en el instante en que iba a agacharse para quedarse colgando y luego dejarse caer…

¡Pum! Crash.

La puerta de la alcoba de Érien cedió ante las fuertes embestidas de Thurel y algunos hombres más, quienes echaron abajo los últimos trozos de madera que seguían sujetos a sus respectivos goznes.

Eran Thurel, el carnicero que le vendía siempre la mejor carne a Eladien, Genim, el regente de la posada de Nash’sera, que solía saludar alegremente al verla y…Gerth. El recién viudo Gerth, en cuyo rostro Eladien no halló expresión alguna. Y tras ellos, los demás habitantes de Nash’sera, todos con las antorchas llameando y destrales en sus manos, apretujados unos contra otros en el pasillo de su hogar.

Un hogar que en aquel momento, no lucía como tal. El hogar, dulce hogar al que Eladien, le dijo adiós con pesar. Todos la acusaban a ella. Cada uno de ellos creía que ella les había hecho algo a los fallecidos. Pero ella…tan solo les había dado su conocido Toque de Eithenalle.

No les había hecho nada malo.

El espeso bigote de Thurel se movió cuando esbozó una cruel sonrisa, pero esta se borró en cuanto comprendió la situación.

- ¡Sucia bru…!-, Se giró con un movimiento rápido y sus manos hicieron burdas señas que a punto estuvieron de desencajar la cara de alguno de los presentes-, ¡Se escapan por la ventana! ¡Hay que ir abajo! ¡Corred, panda de inútiles!

Los que estaban más atrás, en el pasillo, se asomaron curiosos por la puerta para ver que sucedía. Desde dónde estaba, en la parte de afuera de la ventana, reconoció muchos de aquellos rostros. A la mayoría los veía cada día, cuando bajaba a la calle mayor para hacer las compras, en el Festival de las Tormentas, que se celebraba una vez al año…o en los funerales. Como al que habían asistido ese día.

El entierro de una de las personas a las que, según ellos, ella había asesinado.

- ¡La bruja se escapa!

- ¡¿Qué?!

- ¡Se escapa!

Los gritos fueron pasando hacia atrás, internándose cada vez más en la casa, mientras era informado del primero al último hombre y mujer que quería atraparlas.

Atemorizada, Eladien hizo lo que su mente y cuerpo le pidieron: saltó. La caída fue breve, pero en los instantes en que estuvo cayendo, su cuerpo fue azotado agresivamente por las cortinas de agua que el fuerte viento creaba, y al aterrizar, su trasero chocó contra el duro material del tejado. Se incorporó de un brinco, con cuidado de no resbalar por los alerones que se abrían a sus costados, por dónde descendían anchos y finos riachuelos.

Miró ante sí y vio a Érien, que agarrada a las pocas ramas que quedaban en la copa del Hénir, se afanaba en bajar por este. Examinó la pasarela que se extendía ante ella y se dijo a sí misma que debía mantener la tranquilidad a flote.

Que todo saldría bien.

Sonrió con sorna para sus adentros cuando se dio cuenta de que la extraña sensación que se había adueñado de ella días atrás había desaparecido, que aquello que ella había calificado como un mal presentimiento, ya no envolvía su estado de ánimo.

Puso un pie delante y lo apoyó con cuidado, buscando equilibrio en la mojada superficie. El miedo atenazaba todos sus músculos, y aquello, sumado a la lluvia que calaba sus huesos, hacía que se moviera con torpeza, con movimientos bruscos y lentos. Dio otro paso y esperó, temerosa de caer rodando a tan considerable altura. Apartó de su cabeza el pensamiento de una posible caída y avanzó otro paso, pero al apoyar el pie resbaló, perdiendo el equilibro hasta caer de nuevo sobre un trasero que ya dolorido, empezaba a no sentir.

Le dolían las manos, las piernas y notaba como su cabeza martilleaba con fuerza. Y como algo se retorcía en su interior.

Como en lo más profundo de ella, algo se agitaba.

Caminó a gatas, arrastrando las rodillas y sin importarle cuanto le doliera el arrastrarlas: tan solo quería salir de aquel lugar. Miró hacia el Hénir y allí encontró a Érien, cuyo vestido blanco resaltaba un poco más abajo de dónde la había visto la última vez.

Tenían que huir.

- ¡Eladien! ¡No escaparás!

Eladien se llevó una mano al corazón, asustada a más no poder, y al girarse sus ojos se cruzaron con los de Thurel, quien, desde la ventana, la miraba sonriente. Una sonrisa que poco tenía de amistosa.

Para sorpresa y conmoción de Eladien, el carnicero se puso entre los dientes el cuchillo que llevaba y saltó desde la ventana al tejado, aterrizando trabajosamente sobre sus dos robustas piernas. El agua le recorrió todo el cuerpo y empapó sus ropas, adhiriéndoselas a la piel, al igual que ocurría con el vestido de Eladien.

El carnicero se quitó el cuchillo de la boca y lo enarboló hacia ella, amenazante.

- Ya te he dicho antes que no escaparías. Tu destino de bruja te aguarda. Espero que la leña arda bien bajo esta tremenda lluvia-. Thurel ensanchó su sonrisa, mostrando unos dientes picados que indicaban de cuanta higiene bucal disponía.

Eladien, verdaderamente aterrorizada y con el corazón latiéndole tan rápido que pensó que iba a darle un ataque de ansiedad, hizo lo único que se le ocurrió: se levantó como pudo y echó a correr por el resbaladizo tejado, ya sin mirar si el suelo que pisaba era lo suficientemente firme. No miró atrás ni un solo momento, pues tenía los ojos clavados en su destino: en el Hénir que, a pocos metros de ella, descendía hasta el nivel del suelo y por dónde Érien bajaba en esos momentos.

Estuvo a punto de resbalar otra vez, pero sus pies se afianzaron en el último momento, salvándola por los pelos. Le dolía todo el cuerpo, sentía frío, un frío intenso que se adueñaba de su cuerpo… Pero Eladien era bien consciente de que no debía aflojar la carrera un solo instante. No podía mirar atrás.

No debía…

Giró la cabeza un momento y se quedó helada, más de lo que la lluvia ya la dejaba: Thurel corría como podía a poca distancia de ella, por el camino en el tejado, con la lluvia cayendo fieramente sobre él, pero sin parecer que el carnicero la notara. Un relámpago desató su esplendor en la noche, haciendo bien visible el cuchillo que Thurel llevaba.

Su mirada estaba… Ida.

- ¡Eladien! ¡Esto solo lo hace más divertido! ¡No importa cuánto corras!

Eladien echó a correr de nuevo, llevando a su cuerpo al límite. Le costaba respirar… Aquello era demasiado para ella. Érien…

Eladien miró hacia el Hénir, intentando discernir la silueta de Érien en medio de la maraña negra que formaba el árbol en medio de toda aquella oscuridad, pero no la vislumbró. Ni siquiera cuando un rayo estalló cerca de Nash’sera, iluminando brevemente la escena. Ya habría llegado abajo. Ella tenía que darse prisa también.

- ¡Eladien!

El grito de Thurel sonó cerca, muy cerca. Demasiado para su gusto. Casi notaba el aliento del hombre en su nuca, acechándola. El Hénir estaba a pocos pasos…

Una mano de gruesos dedos asió su hombro con fuerza y un agudo grito trepó por su garganta cuando al girarse un poco, su rostro quedó frente al de Thurel, separados por un diminuto espacio por el que solo pasaban unas cuantas gotas, rebotando estas en todas direcciones al caer sobre ellos.

Érien se asió con fuerza a la rama que tenía al alcance de la mano y buscó apoyo con el pie derecho, tanteando el tronco. La lluvia volvía muy resbaladiza la corteza de aquel árbol, y si no iba con cuidado, podía acabar bajando demasiado rápido. Descendía lentamente, concentrándose siempre en encontrar apoyo antes de continuar.

Miró un momento hacia arriba cuando un relámpago se descargó sobre todo cuanto había en Nash’sera, y aprovechando la fortuita luminosidad, contempló atónita como Thurel saltaba desde la ventana de la habitación, cayendo sobre el tejado, a poca distancia de Eladien.

Se quedó un momento quieta dónde estaba, siendo espectadora de aquella angustiosa escena: Eladien corrió por el tejado y Thurel hizo lo mismo, los dos haciendo equilibrios por el estrecho camino que se extendía por este, con la fuerte tromba de agua cayendo sobre ellos. Érien emitió un débil grito cuando Eladien estuvo cerca de caer abajo, pero su hermana recuperó el equilibrio en el último instante, dejándolo todo en un susto. Eladien…

Bajó otro tramo del árbol y quedó suspendida por unos instantes cuando una envejecida rama se rompió bajo el peso de su pie, pero encontró otra a poca distancia, a su derecha. Ya casi estaba abajo…ya le quedaba poco. Miró hacia abajo y cayó en la cuenta de que a partir de ahí, el tronco era completamente liso. Ya no había ramas a las que agarrarse. ¿Que podía hacer?

El suelo no estaba muy lejos…pero la caída no prometía ser suave ni mucho menos.

Volvió la vista hacia el tejado y sus peores temores se hicieron realidad: Thurel había atrapado a Eladien, y ella se resistía para liberarse de las grandes manos del carnicero. Por el momento sin visible éxito. Aquello no podía estar sucediendo… ¿Qué iba a ser de ellas? Eladien…

Tenía que ayudarla.

Alzó un brazo y tras coger una rama que quedaba arriba suyo, se impulsó hacia arriba, pero al hacerlo, la madera crujió en su mano y se rompió en dos, balanceando a Érien hacia atrás durante un instante que se le hizo eterno, hasta que se sujetó a otra rama que sobresalía en el ancho tronco. Intentó ascender de nuevo, impulsándose con sus brazos y piernas, pero fue inútil.

No podía subir.

- ¡Eladien!

Su gritó subió agudo, llevado por el viento, y al llegar a Eladien, ella y Thurel se giraron a la vez.

Los ojos de Eladien se abrieron aún más, su expresión un claro mosaico de sus emociones. Thurel la agarraba por los hombros y Eladien se resistía, cogiendo a su vez los fornidos brazos del hombre, pero al final, al quedarle clara la diferencia de fuerzas, su hermana mayor le propinó una patada en la entrepierna al carnicero, con lo que este la soltó, llevándose una mano a los genitales al tiempo que aullaba de dolor.

Eladien la miró de nuevo antes de volver a correr, y en un momento, para satisfacción de Érien, se encaramó a la copa del Hénir, descendiendo lentamente por las ramas, sin dejar de mirar arriba.

Érien no sabía cómo seguir bajando…tenía que haber alguna manera…sino Eladien no habría propuesto aquel plan… Estaba segura. Examinó con detenimiento el tronco del árbol y su forma le recordó a algo… a un tobogán. Lo único que este no tenía protección a los lados y estaba empapado… Bueno… era la única manera. Alzó la cabeza una vez más para ver por dónde iba ya Eladien, pero no logró encontrarla entre tal urdimbre de oscuridad. Tenía que darse prisa…

Seguro que Eladien estaba ahí, sobre ella, solo que no la podía ver.

Suspiró profundamente antes de llevar a cabo lo que se disponía a hacer, y tras tranquilizarse hasta dónde fue capaz teniendo en cuenta lo exasperante de la situación, se arrimó todo lo que pudo al tronco del Hénir, estiró los brazos para rodearlo todo lo posible y, poco a poco, se deslizó hacia abajo, sufriendo cuando se embalaba demasiado a causa del agua que bajaba por la corteza. Se dañó manos y rodillas debido al duro roce de la madera, pero aguantó estoicamente, consciente de que el tiempo era su mayor enemigo, comandado por la soberana noche y sus secuaces, las negras nubes que descargaban todo su contenido sin piedad alguna.

Sus pies tocaron suelo antes de lo que Érien esperaba, hundiéndose en el barro y aliviándola tanto que se permitió el lujo de mirar arriba. Un lujo que, en aquellos momentos, no estaba permitido.

- Una noche espléndida, ¿verdad?

Érien, sobresaltada, giró en redondo, llevándose una mano al pecho y siendo su grito acallado por unas manos que cubrieron su boca. Intentó zafarse, trató de gritar para alertar a Eladien, pero todo fue inútil. Tan solo pudo mirar hacia arriba, observando aterrorizada como su hermana descendía poco a poco por el tronco del Hénir, ignorando que lo la esperaba allí abajo no era mucho mejor que lo que la perseguía allá arriba.

El rostro de Doren se acercó al suyo, este desquiciado por la rabia, con las arrugas recorriendo sus facciones. Ya no llevaba ninguna antorcha en la mano, y los que estaban detrás de él tampoco. Todos habían apagado las antorchas y habían salido de la casa sin llamar la atención. Estaban perdidas.

Eladien… Si la cogían la… matarían.

- Bueno, Érien. Esto ha sido muy divertido para todos nosotros, y estoy seguro de que vosotras también habéis disfrutado. Ahora esperaremos juntos a que tu hermana llegue abajo, ¿me has entendido?

Doren le apartó la mano de la boca, esperando una respuesta por parte de Érien, pero se sentía incapaz de hablar.

Forzó a su garganta a que emitiera cualquier sonido, el que fuera. Pero aparte de penosos gemidos entrecortados creados por el miedo, no logró articular palabra. Estaba tan nerviosa y asustada, que no podía pensar con claridad. En su mente, solo veía una cosa: Eladien siendo llevaba a la hoguera. Aquel pensamiento le creaba un malestar que no podía expresar.

Si la cogían, sería llevada a la hoguera. Sería… purificada, según las palabras de Doren. Como a las brujas. No podía permitir aquello… Su hermana no podía acabar así. A Eladien no podía pasarle eso. Era injusto, era…

- ¡Eladien!-. El gritó salió agudo por su garganta, guiado por los sentimientos que afloraron al mismo tiempo en su interior.

Doren le pasó la mano por la boca y apretó con fuerza, tirando de Érien hacia él y su abultada barriga, transmitiéndole el frío que también invadía su cuerpo.

Eladien miró atrás una última vez antes de dejarse caer por el alerón del tejado por el cual sobresalía el Hénir, y en un rápido vistazo, vio como Thurel se incorporaba lentamente, con los ojos fijos en ella y asiendo amenazadoramente el cuchillo. Resbaló por las tejas a gran velocidad, pasando sobre toda el agua que descendía sin freno y al llegar a la altura del árbol, estiró los brazos y se agarró a la rama que le quedaba más próxima. Se dejó caer de cintura para abajo y buscó otra rama en la que poder apoyarse.

Debía ser cuidadosa…

Mientras bajaba a cortos trechos miraba hacia arriba sin cesar, esperando ver aparecer a Thurel en cualquier momento, pero por suerte y para alivio de Eladien, eso no ocurrió. Al mirar arriba, tan solo había lluvia. Nada se asomó por el tejado en su descenso. Agachó la cabeza y examinó los alrededores del granero y la casa, pero Érien no estaba en ninguna parte, un hecho que la alarmó.

Tenía que estar a salvo…

Llegó a un tramo en el que se terminaban las ramas a las que poder asirse y, resignada, hizo lo que ya había planeado de antemano: se abrazó todo lo que pudo al grueso tronco del Hénir y dejó que la fuerza de la gravedad actuara sobre ella, deslizándola hacia abajo, a demasiada velocidad para su gusto.

- ¡Eladien!

Eladien giró la cabeza en la dirección de la procedía el grito que solo podía pertenecer a Érien. Por fin. Había logrado llegar abajo. Un rayo centelló desde la masa negra que hacía de cielo en aquella maldita noche para ellas, mostrando a Érien cerca de la puerta del granero. Discernió su camisón blanco, sus tirabuzones, su carita de niña pequeña…

Lo que no le cuadraba en aquel rostro tan familiar para ella, era la mano que le cubría la boca. Y su mirada.

El terror que esta transmitía aturdió a Eladien, rompiendo los últimos pedazos que quedaban de su calma y convirtiendo sus emociones en una confusa maraña tejida con recuerdos y teñida de puro pánico.

Aterrizó con las dos piernas y el impacto fue tal a causa de la velocidad, que al llegar abajo se le doblaron, tirándola de bruces al suelo y llenándola de barro. Se levantó con las manos en las rodillas, jadeando, y llevándose una mano a la barriga, avanzó un paso en la dirección en que había avistado a Érien, pero al hacerlo, la saliva se le secó en la boca.

- Eladien… ¿por qué no nos has hecho caso? Esto puede llegar a ser muy… violento. Para todos nosotros.

Un relámpago se sacudió en el cielo como un largo látigo y su destello iluminó los rostros de todas las personas que se hallaban allí congregadas. Las caras de las personas que rodeaban a Érien en un semicírculo. Un semicírculo de gente que había apagado las antorchas para pasar desapercibido.

Érien abrió aún más los ojos cuando su mirada se cruzó con la suya y sus gemidos fueron transportados por el aire que sopló en todas direcciones. Doren la tenía firmemente sujeta y en la mano que tenía libre, blandía un largo cuchillo que nada tenía que envidiar a los destrales que portaban los demás.

Eladien se quedó inmóvil dónde estaba, siendo incapaz de apartar la mirada de su hermana y, por descontado, de sus vecinos. Del absurdo malentendido que había creado aquel escalofriante espectáculo.

- ¿Qué…-, Le costaba hablar, como si sus cuerdas vocales se resignaran a vibrar y su mente, confusa, fuera la recreación de un insondable laberinto en el que sus pensamientos se cruzaban en decenas de encrucijadas-,…qué os pasa?

Sus palabras se perdieron en cuanto las hubo pronunciado, desapareciendo entre el sonido que provocaba el viento al pasar entre los setos que bordeaban los límites de su propiedad. Doren la miró sonriente, sin soltar a Érien ni disminuir la fuerza que ejercía sobre ella, y los que estaban detrás suyo, los habitantes de Nash’sera, se quedaron en silencio.

- ¿Que qué nos ocurre, Eladien? ¿Aún te atreves a preguntarlo?-, Doren alzó levemente el cuchillo, en dirección a Eladien. En su cara no quedaba rastro del Doren que ella conocía desde niña. Y en el rostro de los demás tampoco. Aquellas personas estaban ávidas de venganza. Y la querían de ella-, Creías que te saldrías con la tuya… Que podías engañarnos a todos y salir bien airosa...

- Yo no…

Eladien apenas podía hablar, el esfuerzo que esto le costaba era tremendo. Simplemente podía pensar en Érien, en su clara expresión de terror… En sus ojos desorbitados y en la mano de dedos blanquecinos y crispados que le tapaba la boca. Érien…

Si tan solo uno de ellos se atrevía a hacerle daño…

Algo rugió en su interior, algo se retorció desde sus entrañas.

- Érien… No le hagáis daño.

El alcalde de Nash’sera prorrumpió en escalofriantes carcajadas que calaron a Eladien más de lo que lo hacía ya la lluvia, y las personas que estaban detrás de él y a sus costados se hicieron eco de sus risas, sumándose a estas en una espeluznante melodía que poco tenía de rítmica y pegadiza. ¿Por qué reían…? ¿Por qué les pasaba aquello?

Dos semanas atrás ella estaba moliendo trigo para poder vender harina… ¿cómo podría haberse imaginado la situación actual entonces?

- Esto promete, Eladien-, Doren hizo más fuerza sobre Érien y el rostro de su hermana pequeña se puso un poco morado-, Ahora que lo pienso… Hay un refrán muy conocido por estas tierras que se ajusta mucho a esta situación… Lo que plantes, tuyo será, y a más lo riegues, más el pago crecerá. Irónico, ¿verdad? Tú has sembrado vientos muy fuertes, Eladien. Y ahora vienen las tempestades. ¿Piensas que podrás refugiarte de ellas bajo el techo de tu casa? Esta vez, ya te digo yo que no.

Un trueno retumbó por todo Nash’sera, potente y grave, casi como el rugido de una gran bestia, pero al cabo de unos segundos el silencio volvió a reinar en el poblado. Las paredes de agua continuaban recorriéndolo todo a su antojo, chocando contra cualquier cosa que se encontrara a su paso, incluyéndolos a ellos.

- Lo que tú has plantado aquí con tu asquerosa brujería-, El alcalde de Nash’sera puso especial énfasis en las dos últimas palabras, recalcándolas y esbozando una sonrisa que heló a Eladien de dentro afuera-, te pasará factura. Has cometido cinco asesinatos en nuestro pueblo, Eladien.

Eladien, atónita, observó como Érien intentaba zafarse de las manos de Doren, pero sus esfuerzos fueron en vano. Tan solo logró que el alcalde sonriera más. Y con ello, que aumentara el terror de Eladien. Si le hacían daño… aunque solo fuera un solo rasguño…

Su interior se retorcía, provocándole un dolor que hasta ese día le habría sido imposible imaginar.

Algo se deslizaba en sus adentros… y aquello la asustó todavía más.

- Soltad a Érien. Ella no os ha hecho nada. Y yo tampoco.

Las últimas palabras no estuvo muy segura de sí las había pronunciado o de si habían muerto en sus labios, pero al ver la cara de Doren, supo que sí.

- Con que no nos has hecho nada… Ya veo que para las de tu especie, el matar no es un crimen… pero para nosotros sí lo es. Y tu hermana bien puede haber sido tu cómplice. Las brujas usáis muchas tretas… pero después de lo que has hecho… no volveremos a caer en ellas. No después de hoy. De ahora en adelante, si es que aún queda alguna bruja en Nash’sera, se lo pensará bien antes de actuar. Tu cuerpo siendo pasto de las llamas será un aviso para cualquier otra que sea cómo tú.

- ¡Bruja!

- ¡Tenemos que quemarla ya!

- ¡Sí! ¡Hay que quemar a la bruja cuanto antes!

- ¡Puede hacer enfermar a nuestros niños!

Todos los ojos se hallaban fijos en ella, en la hasta hacía dos semanas, simple e inocente agricultora y tutora de su hermana pequeña. En la mujer que habían visto crecer al lado de Érien, la muchacha a la que ahora Doren sujetaba. No obstante, a Eladien la conmocionó el hecho de que las miradas que le lanzaban, eran de puro pánico. De terror. La mayoría rehuía su mirada, la apartaban cuando ella alzaba la vista, como si creyeran que en cualquier momento ella les fuera a lanzar un hechizo para convertirlos a todos en sapos. Pero ella no había hecho nada malo. Solo les había ayudado.

Había sanado sus heridas. Eso era todo.

- Tranquilos, amigos-, Doren giró un poco el cuello y miró a todas las personas que le seguían, ante lo que los gritos cesaron-, Todo a su debido tiempo. Hay que mantener las formalidades…-, Doren sonrió de nuevo y la miró socarronamente, mostrando casi toda su picada dentadura-, Serás juzgada por las llamas. Ellas decidirán si vives o… Estoy seguro de que la otra opción ya sabes cuál es.

- Suelta a Érien, Doren. No lo volveré a repetir.

Fue como si su interior hubiese hablado por ella, articulando las palabras que se pronunciaban en su mente. Pero Doren rió por lo alto, contagiándole las carcajadas a sus fervientes seguidores.

- Y… si no lo hago… ¿qué?-, Doren levantó el brazo y acercó el cuchillo al cuello de Érien, con lo que esta se estremeció-, ¿ Me tocarás con tus manos? Me… ¿matarás con el Toque de Eithenalle? Si es que eso que haces, se parece en algo a lo que tu abuela hacía… Me pregunto si tus padres y tu abuela estarán mirando desde arriba en estos momentos… ¿Se sentirán defraudados contigo? Seguro que como mínimo, tu abuela, sí. Utilizar su nombre para una aberración de esta magnitud… Te apoyamos, Eladien. Cuando os quedasteis solas, os apoyamos. Os consolamos y ayudamos hasta que fuiste capaz de abastecerte por tu cuenta. Pero tú querías más… Dime, solo por curiosidad… ¿qué has ganado tú con estas muertes? Tres ancianos… una mujer de mediana edad… y una niña. Mi hija-, Los ojos de Doren se humedecieron, pero Eladien no supo con certeza si era debido a la lluvia o a sus emociones. ¿Que qué había ganado ella…? Ella…no había hecho nada de lo que la acusaban…Si acaso, había pecado de buena-, Espero qué, allá donde vaya tu pútrida alma, sea castigada más allá de lo físico.

Los vecinos y vecinas de Nash’sera chillaron y algunos incluso brincaron, dándole más peso al discurso de Doren.

Érien no dejaba de mirarla, pero a Eladien le costaba creer que aquel semblante pudiera pertenecer a su hermana… Sus hoyuelos no estaban, su cara de niña inocente se había ido. Solo quedaba terror en ella. Y desesperación. Una desesperación bien palpable.

- Suéltala.

- Te repito lo mismo, Eladien. Y si no lo hago, ¿qué? ¿Me matarás? A estas alturas no debe suponerte mucho.

- Si no lo haces…-, Algo rebulló en su interior, sacudiéndola desde dentro-, No sé qué seré capaz de hacer.

Eladien habló asustada, pero la reacción de Doren y los demás, fue muy curiosa: Doren reculó un corto paso, sin dejar de mirarla, y los pueblerinos hicieron lo mismo, susurrando entre ellos.

Aquello era verdad…

No sabía bien que sería capaz de hacer. Ella era una… mujer contra todos ellos. Sí, era una Moih’voir, una persona con el poder de canalizar sus dones a través de la naturaleza, pero… tan solo sabía curar. En esos momentos, ella no era más de lo que se veía a simple vista. Una mujer indefensa contra todo su pueblo. Aunque… mejor que ellos creyeran que les podía hacer algo. Era su única baza. Si lograba asustarlos para que soltaran a Érien…

A lo mejor podrían huir. Solo a lo mejor.

- ¿Que no sabes qué… serás capaz de hacernos…?

Doren habló con un hilillo de voz, denotando lo impresionado que estaba. Todos le seguían a él. Como en todo grupo, religión o muchedumbre, siempre había alguien que estaba al mando, y esa persona solía ser la fuente de energía, más bien fervor, de sus seguidores. Doren era quien les daba las fuerzas para hacer aquello. Si conseguía amedrentarlo… podría hacer que la masa se disolviera.

Y así poder escapar con Érien.

- Si no la sueltas ahora mismo…

Sorprendiéndose ella misma, Eladien, bien erguida y con la mirada más dura de que fue capaz, avanzó un paso hacia Doren, con lo que este reculó otro, acercándose a la gente que se apiñaba a su alrededor. Tenía que mantenerse firme. Debía aparentar ser lo que ellos creían que era. Solo si era fría y lograba asustar a Doren…Tenía que hacerlo aun cuando la que estaba aterrorizada era ella.

- Haré que vuestros campos se marchiten. Provocaré enfermedades que acabaran con vuestros ganados y en consecuencia, con vosotros. Desataré plagas que os atormentarán una generación sí y otra también. Y si todo eso no sirve para escarmentaros, me llevaré a cada hijo primogénito, incluso a los nacidos a partir de este momento. Si no sueltas a mi hermana, haré que las personas que te obedecen enloquezcan tanto que irán a por ti.

¿A cada hijo primogénito? ¿Terminar con las cosechas? Sin darse cuenta, había recitado las palabras que su madre, Liley, había escrito en una de sus historias de brujas. Tan sólo se había dejado el amenazarlos con convertirlos en sapos.

Pero debía seguir. Debían temerla.

- ¿Dejarás que mueran sin hacer nada, Doren?

Tuvo que controlarse para no temblar a causa del frío y el miedo que se apoderaban de su cuerpo a cada instante que transcurría, pero estuvo segura de haber conseguido provocar la reacción que deseaba. Los cuchicheos surgieron del semicírculo que rodeaba al alcalde, susurros que salían de gente preocupada y asustada.

Pero Doren, lejos de echarse atrás, dio un paso al frente llevándose a Érien con él, encarándose a Eladien.

- ¿Marchitar nuestros campos? ¿Llevarte a cada hijo primogénito? ¿No crees que eso es un tópico de lo más ridículo?-, Doren rió por lo bajo, acercando el cuchillo de nuevo al cuello de Érien, quién emitía quedos gemidos. Estaba asustado… Eladien podía verlo. Doren estaba tan aterrorizado como ella. Y los dos intentaban ocultarlo-, ¿ Esperas que veamos cómo te vas volando en una escoba mohosa, bruja? No servirá de nada que nos amenaces. No…

- La bruja está tramando algo…

- Nuestros niños…

- Si la dejamos marchar puede que nos perdone…

- ¡Dejad de decir sandeces!-. Doren le dio la espalda a Eladien para encararse a los habitantes del pueblo. Estos lo miraron fijamente, sin pestañear.

- Pero Doren… Ella…-, Ya no la llamaban ni por su nombre-, La bruja ha dicho que…

- ¡No importa lo que diga la bruja! ¡Hay que quemarla! ¡Solo así daremos fin a sus oscuros actos!

Los gritos de Doren sonaron desgarradores, pero quedaron sepultados bajo el trueno que sucedió a un fulgurante rayo, iluminando sus facciones, estas contraídas en una expresión exasperada y siendo recorridas por toda el agua que se precipitaba desde el cielo.

- ¡La bruja arderá esta misma noche! ¡No importa cuánto ocurra por ello!

- No podemos…Doren. ¿Y si nos maldice de verdad?

- Sí. ¿Qué pasaría si se llevara a nuestros hijos?

Eladien escudriñó entre la masa, buscando quien había pronunciado las últimas palabras. Era Mesala, la madre de Jerdse, el niño con el que Érien había salido en un par de ocasiones. Se la veía tan atemorizada como los demás, pero una fría determinación estaba grabada en su rostro.

En el de todos, para ser exactos.

- No seas estúpida, Mesala. Cuando quememos a la bruja, dudo mucho que lo que quede de su cuerpo pueda hacernos algo… Además, tu hijo Jerdse no tiene nada de primogénito.

- ¿Cómo te atreves?-. Mesala pasó como pudo entre el gentío y se plantó al lado de Doren y Érien, justo delante de Eladien, a quien no miró a la cara ni siquiera teniéndola enfrente.

Eladien se quedó sin palabras, pero continuó en la misma postura: su plan estaba surtiendo efecto. Si se rebelaban contra su líder… ella y Érien tendrían una oportunidad de escapar. Para siempre.

- Jerdse es mi hijo, Doren. Eso debe quedarte muy claro.

- Lo que tú digas, Mesala. Pero ahora no es el momento para discusiones de este tipo. Quizás deberías volver a tu casa. Seguro que Jerdse está esperando a su mamá.

La señora Mesala le lanzó una furibunda mirada a Doren, se dio media vuelta y echó a andar por el jardín, cerrando con fuerza la puertecita de madera al salir al arenoso camino que llevaba a la calle mayor.

- Creo que Mesala tiene razón… ¿y si nos maldice?

- Nuestros hijos…

- ¡Si se marchitan los campos nos moriremos de hambre!

Genial. Si seguían así…

- ¡Parad de una maldita vez! ¡Genim!-, Genim, el posadero, apareció entre la gente, totalmente empapado y con la cabeza gacha, como si quisiera estar en cualquier lugar excepto en aquel-, ¿Has traído aquello?

El regente de la posada asintió débilmente con la cabeza y, muy de reojo, examinó a Eladien. Ella le devolvió la mirada desde los ojos más fríos que una persona tan cálida como ella pudo expresar, y el anciano se estremeció de arriba a abajo, desapareciendo de nuevo entre la muchedumbre.

Eladien se preguntó que sería lo que Doren le había pedido… pero fuera lo que fuera, dudaba que fuese de su agrado. Parecía que Doren era mucho más duro de lo que había pensado… Al fin y al cabo, no iba a resultarle tan fácil.

- Ya basta de todo esto, Eladien. Se cierra la función. Aquí acaba todo. Hasta luego.

Eladien se quedó paralizada al oír a Doren, al escuchar aquellas palabras pronunciadas con tanta frialdad y… convencimiento. ¿Por qué se despedía de ella si…?

Y entonces, notando como la saliva se le tornaba amarga, comprendió que Doren miraba un poco más hacia su derecha. Miraba algo que quedaba por detrás de Eladien. Observaba algo qué, cuando Eladien se giró sobrecogida, la golpeó en la cabeza, tirándola de rodillas al barro.

Lo último que atisbó entre la negrura que se cernía sobre ella fue a Érien, quien nerviosa, pataleó en el aire, intentando escapar del abrazo de Doren para correr hacia ella.

- Muy bien, Thurel. Ya no sabía que más decirle para entretenerla… Has estado muy bien-, Unas carcajadas se expandieron por las tinieblas en las que Eladien estaba inmersa-, Sobretodo, tapadle las manos. No queremos que nos ofrezca el Toque de Eithenalle.

- Espero que tengas razón, Doren. Si luego nos pasa algo, serás el primero en sufrir las consecuencias.

- ¡No dejéis que os toque!

Las palabras llegaban sin sentido a sus oídos, tan solo oía el sonido de la lluvia al chocar contra estos. Y los latidos de su corazón, acelerado como nunca lo había estado.

Eladien movió los ojos y no encontró nada que poder observar aparte de una gran e imperiosa puerta de dos hojas que al estar cerrada dejaba ver el dibujo de un ojo, este grabado en la piedra con delicados trazos de Orgauh. Intentó girar sobre sí misma para mirar alrededor, pero no podía moverse. Ni siquiera era capaz de pestañear. Se sentía mareada y estaba segura de que habría vomitado si sus órganos hubieran podido moverse lo suficiente. Estaba…confusa. Érien… ¿dónde estaba su hermana? ¿Dónde estaba ella? ¿Se encontraba inconsciente? ¿O estaba…?

Decidió no pensar en aquella opción.

Aquella puerta de nuevo… La miró con detenimiento, pasando la vista por cada uno de los trazos que formaban el ojo, y cuando lo hacía, la pupila se movió y se clavó escrutadora en Eladien, quien hubiera gritado de haber podido mover una sola pestaña. La puerta desafió al silencio al abrirse poco a poco, gimiendo desde sus goznes. Por la ranura que iba formándose entre las dos hojas, Eladien pudo ver como algo parecido a un remolino de variados colores giraba sobre su eje, sobresaliendo múltiples tentáculos invertebrados que con fluidez que se retorcían sobre ellos mismos, estremeciéndose cada vez que se rozaban entre sí.

Uno de aquellos brazos exentos de huesos se separó de sus congéneres y atravesó el umbral de la puerta, deslizando medio cuerpo entre la habitación que había al otro lado y las tinieblas que dirigían aquel umbrío escenario.

Era de color negro, y su larga cola se camuflaba con la oscuridad, por lo que Eladien se vio sorprendida cuando este apareció de la nada delante suyo. Se dedicó a dar vueltas a su alrededor, flotando horizontalmente y haciendo un círculo en torno a su cuerpo.

¿Qué eran aquellas cosas? ¿Eran sus…dones? La primera vez que los había visto, estos habían penetrado en su cuerpo, internándose en su interior… Era todo tan confuso.

¿Por qué su abuela no había vuelto a aparecérsele? Tenía tantas preguntas que hacerle…

“Bienvenida de nuevo, Moih’voir”

El tentáculo negro rebulló por entero cuando habló con una voz queda y grave, directamente en la mente de Eladien, haciéndose oír sobre todo pensamiento.

“Tienes el poder de controlarnos. Úsanos o de lo contrario...”

¿Que los usara? El tentáculo se paró frente a ella y, tras cruzarse perpendicularmente, se abalanzó sobre Eladien y entró en su cuerpo a la altura del ombligo, retorciéndola de dolor aun cuando no podía moverse.

- Vamos, Thurel. Asegúrate de que tiene las manos atadas y tapadas. Cuando despierte no queremos sorpresas, ¿entendido?

¿Qué…? ¿Quién hablaba…? Tenía la sensación de estar moviéndose…pero ella no estaba moviendo las piernas… ¿Estaban…arrastrándola?

Abrió los ojos lentamente y en cuanto oteó lo que la rodeaba, un intenso dolor de cabeza le martilleó las sienes, palpitando con fuerza. Le costó trabajo enfocar las siluetas de las personas que andaban junto a ella, pero no tuvo ninguna duda de quienes eran los que la llevaban casi a rastras, cogiéndola por las axilas y tirando de ella hacia delante. Eran Thurel y Doren. Y el rostro del primero era tan o más pintoresco que el del segundo.

Giró la cabeza en todas las direcciones que pudo y encontró a Érien junto a Niwan, el cartero de Nash’sera. Y por suerte, este no la llevaba atada. Andaban juntos, pero el cartero la vigilaba de cerca. Érien… Niwan la miró de soslayo, con algo parecido a la tristeza deslizándose por sus jóvenes mejillas. No era un mal chico…esperaba que no le pasara nada. Pero… ¿y a ella? ¿Iban a quemarla de verdad? ¿Sería llevada a la hoguera y…purificada?

Eladien encogió los brazos para zafarse de las personas que la llevaban, pero fue inútil. Tenía las manos atadas y cubiertas con un trapo blanco, este envuelto con una cuerda.

- Veo que has vuelto… Hubiese sido una lástima que murieras antes de tiempo…

Doren le sonrió, con las gotas de sudor que poblaban su tez brillando con las llamas de las teas que, de nuevo, estaban prendidas, creando sombras en la estatua que se alzaba al inicio de las escaleras que llevaban a la plaza de Nash’sera, dónde Eladien había asistido a veinticuatro Festivales de las Tormentas. La bajaron por las escaleras con prisas, tirando de ella como si fuera un burro, y a punto estuvo de tropezar con los peldaños de piedra si no fuera por Thurel y Doren.

En cuanto llegaron abajo, los ojos de Eladien procesaron una información demasiado perturbadora para ella.

En el centro justo de la gran plaza adoquinada, dónde cada año se montaba la tarima para el Festival de las Tormentas, se izaba ahora una alta pila de madera que ascendía en forma de pirámide, con un largo mástil sobresaliendo y haciendo de punto más alto. Y a su alrededor aguardaban varias personas: vislumbró a Honth, que la miraba con la boca abierta, a Gerth, en cuyos ojos ya no quedaba nada, y a Genim, quien parecía demasiado enfrascado untando los troncos con algo parecido a resina y aceite como para dirigirle una sola mirada.

Aquello era el final.

¿De dónde habían sacado tiempo para hacer eso? Iban a quemarla. Iban en serio. Aquellas personas a las que Eladien veía cada día…iban a matarla. Como a las brujas. La purificarían, según las palabras de Doren, hasta que solo quedaran las cenizas de lo que ella había sido. Ya había perdido.

Las lágrimas se deslizaron veloces por su rostro, creando surcos en el barro que se le había adherido al ser tirada contra el suelo al lado del granero, y las manos le temblaron tanto que Doren y Thurel echaron a reír, aumentando el terror de Eladien. Iban a…erradicarla, como Doren había dicho. No dejarían nada de ella… Eso tenía que ser una pesadilla. Una en la que daría cualquier cosa por escapar…No podía estar pasando…no a ellas.

No en aquel pueblecito de dulce armonía vecinal…

Escudriñó los rostros de sus vecinos, tratando de descifrar sus expresiones, pero estando como estaba, le fue del todo imposible. Miró a Érien, y al ver su semblante su alma se hizo añicos. Todo su interior se vino abajo. Niwan también la miraba, y en los ojos del muchacho solo halló tristeza. La miraba con los ojos humedecidos, sin dejar de vigilar a Érien.

La llevaron hasta la base de la montañita de troncos y ramas, bajo la cual podían verse varias capas de hojas secas y al llegar, la irguieron del todo, levantándola por los hombros. Por el rabillo del ojo vio como la masa de gente se congregaba haciendo un cerco que dejó la hoguera en medio, con ella, Thurel y Doren al lado de esta. Eladien intentó resistirse para salir corriendo e ir con Érien, pero la tenían bien agarrada, y cuando la subieron por los troncos para atarla al mástil, no pudo hacer nada para evitarlo. Tan solo pudo ver cómo la gente la miraba. En la cara de algunos, temor; en la de otros, angustia. Pero en algunos…distinguió la rabia asesina que Thurel y Doren ya mostraban desde hacía rato.

Doren deshizo momentáneamente el nudo que ataba sus manos para atarle los brazos al mástil, pero Thurel, sujetándole los brazos a Eladien, impidió que los pudiera mover. El alcalde, al parecer insatisfecho con la presión que las cuerdas ejercían sobre ella, cogió otra y con ella rodeó el torso de Eladien, arrimándola más a la madera que enfriaba su espalda.

Las gotas de lluvia caían sobre su rostro y la obligaban a cerrar los ojos. Se sentía cansada, abatida. Bufó un poco para apartarse un mechón completamente negro que le caía por la cara, pero lo tenía tan empapado que solo logró que la golpeara en el ojo en su recorrido tras el bufido. No podía moverse… No podía hacer nada. Su suerte ya estaba decidida por las personas que cuchicheaban entre sí.

Érien…

Ahí estaba…con su vestido blanco, tan guapa como siempre…tan niña y delicada.

Doren bajó de la inminente pira y Thurel hizo lo mismo, y al llegar abajo, dos personas se separaron de la multitud y les entregaron sus antorchas, cuyas llamas se mecieron en todas direcciones. El alcalde se acercó de nuevo a la hoguera aún apagada y sostuvo la tea en alto, mirándola con sorna.

- Vecinos y vecinas de Nash’sera… ¡hoy ayudaremos a erradicar a gente como ella! Esta noche, ahora mismo… ¡quemaremos a la bruja!

- ¡Que la bruja arda!

- ¡Hay que acabar con ella o nos matará!

- ¡Que sirva de ejemplo para las demás!

Eladien, impotente, tan solo pudo mirar con los ojos abiertos de par en par, como Doren bajaba lentamente la antorcha y la acercaba al montículo de hojas secas que había bajo la leña.

La leña que ardería junto con ella.