Capítulo IX: Tinta roja para un punto y aparte
- Hoy daremos fin a los maquiavélicos actos de Eladien Fahrathiel.
Doren bajó un poco más la antorcha, dejando la llama a pocos centímetros de las hojas que se hallaban repartidas bajo la leña. Alzó la cabeza y miró a Eladien, quién le devolvió una aterrorizada mirada. Érien la miraba agarrada a Niwan, quien tampoco parecía satisfecho con la situación. Iban a quemarla. Y lo harían delante de Érien. Harían que su hermana presenciara su muerte, rodeada de los habitantes de Nash’sera. De la gente con la que Eladien había convivido los veinticuatro años que llevaba de vida. No lo podía creer. Por más que lo viera y viviera…era algo que, hasta ese momento, jamás habría imaginado.
Hizo fuerza sobre las cuerdas que la aprisionaban contra el mástil, pero estas no cedieron un solo ápice, sino todo lo contrario; gracias a la lluvia, a cada segundo que transcurría, las cuerdas se ceñían más y más, y la presión que estas ejercían sobre ella le provocaba dolor, tanto en las manos como en el pecho, el cual estaba rodeado varias veces. Doren se había asegurado muy bien de que no escapase.
- Esta noche quemaremos a la bruja que se ha burlado de nosotros. Exterminaremos a la persona que ha acudido a la brujería para lograr sus oscuros fines.
- ¡Sí!
- ¡Daremos fin a la bruja!
La lluvia empapaba a las personas que gritaban en distintos tonos, pero ocupadas en brincar y blandir sus variadas destrales, cuchillos y antorchas, no parecían notarlo; tan solo la miraban a ella. A la persona que anunciaban iban a matar.
Los charcos se expandían por el suelo, formando pequeños mares cuyas playas eran de dura piedra gris y cuyas olas morían casi antes de nacer, fulgurando cada vez que un rayo surcaba el oscuro cielo cargado de nubes. El viento sacudía todo cuanto encontraba, desde las hojas que se arremolinaban bajo la pira, a las faldas y ropajes de los hombres y mujeres que aguardaban expectantes, sus semblantes el vivo retrato de las más retorcidas pesadillas que una persona en sus sanos cabales pudiera llegar a soñar.
Eladien miró a Niwan, y este le devolvió la mirada, con los ojos desorbitados y la boca abierta por la sorpresa y conmoción, como Érien, quien se agarró a este aun cuando el cartero daba la impresión de estar ejerciendo de su custodio.
Desvió la mirada de su hermana pequeña y la fijó en Doren, quien de espaldas a Eladien, les hablaba a los habitantes de Nash’sera, con los brazos alzados y la antorcha, para agradecer de Eladien, bien lejos de la mojada y barnizada madera. Pero Thurel, el amable carnicero, sí que estaba pendiente de ella. La observaba mientras se pasaba el gran cuchillo que portaba de una mano a otra, pasándose la lengua por los labios y llevándose el agua que se le acumulaba en estos a la boca. Eladien no sabía seguro cuál de los dos era más peligroso, pero estaba convencida que pasar un rato a solas con Thurel no debía ser muy agradable. Cuanto menos saludable.
- Amigos, amigas… ¿quién sino el fuego, puede ser nuestro mayor aliado para limpiarla?
Los gritos recorrieron la muchedumbre como una agitada ola que fue de delante a atrás, saliendo de cada una de las personas que estaban allí. O mejor dicho, de casi todas. Eladien estuvo a punto de soltar un suspiro cuando vio que Niwan no se unía al griterío; el cartero alternaba su mirada entre Érien y ella, visiblemente preocupado. Y Gerth y Honth también. Honth… Aun estando en aquella situación tan apremiante, Eladien no pudo evitar preguntarse qué le había sucedido al curandero…No lo habían visto por días.
Pero ahí estaba ahora, mirándola perplejo. En cambio, Gerth…seguía sin expresión alguna en el rostro, pero igualmente, ahora unido a la muchedumbre que se apiñaba como podía, la miraba. ¿Creería él también que ella…había matado a Suyi así como a los demás fallecidos?
¿Qué sucedía…? Todos a los que ella había sanado con el Toque de Eithenalle…ahora estaban muertos. Entonces… ¿estaría el príncipe Nenfaún…también…muerto? Si era así… ¿era ella la culpable? ¿Y si era verdad? ¿Y si ella…con su falta de experiencia…les había cedido algo más aparte de su energía vital? No quería pensar en eso, pero…si todo se seguía desencadenando en aquel fatídico derrotero de puntiagudas y afiladas cunetas…no pensaría muchas cosas más.
- Escucha, Doren…es evidente que todas las personas a las que Eladien ha sanado están…bueno, están muertas. Pero puede que no haya sido obra suya.
El silencio se hizo con la plaza en un santiamén, acallando a todas las personas que un instante atrás, vociferaban eufóricas y que ahora, al igual que Eladien, miraban a Honth, quien se había acercado a Doren. El alcalde lo miró largamente sin mediar palabra, con la antorcha alzada y un esbozo de sonrisa trazado en sus labios. Eladien se quedó estupefacta al ver que alguien, al fin, se dignaba a defenderla. Se juró a sí misma que si Honth lograba arreglar todo aquello (aunque estaba segura de que no), le explicaría con pelos y señales todos los pasos que seguía para realizar sus curaciones. Si es que después de aquello alguien dejaba que le tocara…
- Honth… ¿insinúas que todo esto…
Doren abrió los brazos y los extendió de forma que, al girar sobre sí, pudiese abarcar la plaza por entero, desde el círculo de personas a la hoguera en la que Eladien permanecía atada, siendo la protagonista de un cruel cuento de brujas al que sus vecinos escribirían la última palabra. Le darían final a la historia que hablaría de ella durante décadas, como pasaba con toda historia de brujas, y la escribirían con lo que quedara de ella. Con los últimos despojos que quedaran de su orgullo y vida.
“… que todo esto es… pura casualidad? ¿Que Eladien no ha tenido nada que ver? ¿Que los que han fallecido lo han hecho por un capricho del destino?”
- No insinúo nada, Doren. Simplemente digo lo que pienso, y lo que los demás deberíais pensar también-, Honth se giró y alzando ambos brazos, se encaró a la masa-, ¿Es que no lo veis? No tenemos pruebas. Podemos estar cometiendo un asesinato. Todos conocemos a Eladien desde que ella era una niña. La hemos visto crecer… ¿De verdad, alguno de vosotros piensa que ella es la causante de todo esto?
Los pueblerinos sumieron de nuevo la plaza en sus cuchicheos, pero hablaban todos tan rápido y a la vez que Eladien no entendió nada de lo que decían. No obstante, las palabras de Thurel sí que llegaron bien claras a sus oídos. Tanto que a Eladien se le secó la boca aun cuando se sentía rodeada de agua.
- Honth… ¿por qué no te callas?
Los susurros cesaron de inmediato en cuanto Thurel habló, llegando su grave y potente voz a todos los rincones de la plaza. Doren rio por lo bajo y Honth se encaminó hacia Thurel, con lo que el carnicero se unió a las risas del alcalde, quien miraba a Eladien divertido. Aquel hombre era realmente un maldito cínico.
- Estate tranquila, Eladien. Esta interrupción no durará mucho. No sufras que pronto volveremos contigo-. Doren le dedicó una escalofriante sonrisa de oreja a oreja con la que le enseñó las fauces del lobo y se acercó a Thurel y Honth.
- ¿Por qué debería callarme, Thurel? ¿Desde cuándo mandas tú aquí más que cualquier otro? Creía que eras el carnicero.
- Tranquilo, Honth-, Doren puso una mano en el hombro de Honth, y este le miró de reojo, sin quitar la vista del cuchillo que Thurel llevaba. Doren sonrió y apretó levemente el hombro del curandero, mirando a Thurel de soslayo-, Estoy seguro de que nuestros…diferentes puntos de vista, pueden llegar a…converger.
- Doren, no podemos hacer esto. No podemos. No sabemos seguro si ella es la responsable de sus muertes. He estado comprobando cosas y pensando y… Todo esto puede ser obra de la misma enfermedad con la que lidiamos hace años. Los síntomas son casi los mismos.
Doren y Thurel se miraron un momento, ambos con los ojos entornados, y los aldeanos, al oír aquellas palabras, rebulleron de cabo a rabo mientras hablaban ya en voz más alta.
- ¿Es eso verdad?
- ¿Es la enfermedad?
- Otra vez no…
- Nuestros niños…
- A lo mejor la bruja…
- ¡Parad de chapurrear idioteces!-, Doren se acercó a la muchedumbre con largos pasos y se plantó frente a los que tenía más cerca, girando la cabeza para mirarlos a todos-, Todos sabemos que esto es obra de una bruja. ¿O es que ya no os acordáis de que ella ha tenido…sesiones, con todos los que han muerto? ¡Con nuestros vecinos! ¡Con mi propia hija! ¡Esto no es más que brujería!
Hubo unos instantes de silencio por parte de todos, pero al final, empezando como un casi imperceptible zumbido que poco a poco fue ganando intensidad, los gritos se reanudaron, elevándose amenazadores por doquier.
- ¡Ella es quien ha hecho esto!
- ¡Quiere matarnos con su brujería!
- ¡Amenazó con llevarse a nuestros hijos!
Eladien no podía creerlo. Aquellas personas…seguían a Doren como un rebaño de ovejas guiado por su pastor y el perro de este. La única diferencia era que ambos, tanto pastor como perro, eran dos lobos ávidos de venganza. De violencia. Y las personas que les seguían…lo hacían a ciegas. ¿Es que no se daban cuenta de que lo que decían no tenía ningún sentido? Aquello no entraba en el racionalismo en el que Eladien había vivido hasta que su abuela le había hablado dos semanas atrás. Cuando todo era normal. Cuando ella era una simple agricultora que cuidaba de su hermana cómo y con lo que podía.
- ¡Eso es! ¡La bruja está manifestando esa enfermedad contra nosotros!
- Nuestros niños… ¿qué será de ellos?
- ¡Hay que quemarla antes de que enfermemos!
- ¡Bruja! ¡Que arda en la hoguera!
Honth y Thurel continuaban mirándose, el carnicero sin dejar de pasarse el cuchillo entre las manos, y Doren, sonriente, ensanchó aún más su sonrisa cuando su mirada se cruzó con la de Eladien; la de él de pura euforia, demente, y la de ella, aterrada. Érien la miraba también…su carita de niña pequeña…ahora solo mostraba la inocencia perdida. El terror y la desesperación, sentimientos que también fluían en su interior en esos momentos. Como…algo que se agitó en lo más profundo de su ser, retorciéndola por dentro. Pero hizo un gran esfuerzo para no gritar de dolor; no quería darles el gusto de verla sufrir, no más.
Aunque tampoco es que estuviese egura de poder aguantar durante mucho más tiempo. Notaba como la desesperación trataba de sobreponerse sobre los vestigios de su calma, y como estos amenazaban con ceder bajo la presión.
- Esto no está bien, Doren, y en el fondo lo sabes-, Honth apartó un momento la mirada de Thurel y su cara se giró hacia Doren, quien acercó la antorcha a sus rostros, iluminándolos y oscureciendo sus facciones-, Lo que dices no tiene sentido. Eladien no puede haber provocado esto. La semejanza en los síntomas es abrumadora, Doren. Nos enfrentamos a una enfermedad muy parecida a la que pasó por aquí hace años.
-¡Es una bruja!
- ¡La bruja quiere matarnos con la misma enfermedad!
- ¡Hay que quemarla para salvar a nuestros niños!
- Está bien, Honth. Tranquilo.
- ¿Cómo demonios quieres que me tranquilice, Doren? Queréis matar a Eladien-, Honth hizo hincapié en su nombre y le dio la espalda para dirigirse a sus vecinos-, La hermana de Érien, nieta de Eithenalle e hija de Liley y Treman. A Eladien, la dulce muchacha que ha jugado con muchos de vosotros cuando era pequeña.
- ¡Pero ella ha matado a cinco de nosotros!
- ¡Ha sido un acto de brujería!
El gentío que rodeaba la plaza formando un círculo se estremeció cuando, como una manada de perros enfurecidos, los pueblerinos izaron sus armas, berreando los improperios más azarosos que Eladien había oído jamás.
- No quería que esto acabara así…esperaba que pudiéramos llegar a entendernos, pero…Lo siento, Honth.
A ojos de Eladien, sucedió a cámara lenta.
Honth se giró lentamente hacia Doren, con el cejo fruncido y las gotas de lluvia recorriendo las arrugas que se le formaron alrededor de los ojos cuando, cerrándolos con fuerza, se llevó una mano al costado, por dónde empezó a descender un reguero de sangre que se aclaró ligeramente con el agua que mojaba sus ropas y cuyo origen, emitiendo un destello, se delató gracias al fogonazo de un relámpago. Eladien abrió la boca para gritar, pero si salió algún sonido de esta, no lo supo.
Todos sus sentidos estaban puestos en ocultar aquello que estaba viendo, en cómo Doren retiraba del costado de Honth el largo cuchillo con el que lo había atravesado a la altura del ombligo, y en como luego, tras haber caído el curandero al suelo, sacudiéndose de dolor, el alcalde limpiaba el filo del cuchillo en sus ropas, riendo mientras pasaba la tela por la afilada arma blanca que en aquellos momentos lucía el color de la sangre.
Los demás observaban en silencio, manteniendo las antorchas bien lejos de sus cabezas. Nadie habló durante lo que a Eladien se le hizo una eternidad, y cuando su grito quedó sepultado bajo el estruendo de un trueno, vio a Érien. Y al hacerlo, se le cayó el alma a los pies. Se desmoronó por entero al ver como su hermana se agarraba a Niwan asustada, gritando y cerrando los ojos con fuerza para luego abrirlos y clavarlos en Eladien, quien la miraba con los nervios floreciendo por cada uno de sus poros.
- Esto, es lo que le pasará a aquel que se oponga. Cualquiera que defienda a la bruja, será acusado de cómplice. Y, por lo tanto, castigado del mismo modo que ella. No habrá excepciones, y, cuanto menos, retrasos. Ya es hora de acabar con esto-. Y tras pronunciar aquellas palabras, como si no hubiera sucedido nada, Doren extendió el brazo y la señaló con este, con el cuchillo apuntando hacia ella, con lo que Eladien volvió a ser el centro de todas las miradas.
- Do…ren… Maldi…
Honth se convulsionó una vez más e, infructuosamente, trató de incorporarse, pero con un chapoteo, se desplomó en el suelo, sobre uno de los charcos que recorrían el suelo de la plaza, este siendo teñido lentamente de rojo, como su camisa, manchada por la vida que, tras un último estertor, abandonó el cuerpo del curandero.
Aquello era ya mucho más de lo que Eladien podía aguantar. Honth había muerto asesinado a manos de Doren, delante de todo Nash’sera. Y como si fuera lo más normal y divertido del mundo, Doren sonreía mientras miraba a las personas que permanecían en silencio. Si Eladien había albergado alguna duda al respecto de si de verdad iban a ser capaz de matarla…al presenciar aquello, se disipó como un glaciar de esperanza en un efervescente mar de penalidades.
En un mar en el que ella flotaba sobre una frágil balsa que no tardaría en hundirse si las cosas no mejoraban. Algo que no parecía que fuera a ocurrir, pues cuanto más veían los ojos de Eladien, más gigantescas se volvían las olas que sacudían su embarcación.
- Y ahora…seguiremos dónde lo habíamos dejado-. Sin parar de sonreír, Doren miró una última vez a Honth y, andando, pasó sobre las charcas que lo separaban de la hoguera, dónde Eladien intentó luchar de nuevo contra las cuerdas, sin éxito del que poder alegrarse.
Doren se paró junto a la pira y le dio la espalda, alzando los brazos para abarcar al máximo de personas posibles, a los individuos que miraban expectantes, algunos incluso con admiración, con el fulgor de las ascuas brillando en sus ojos y resaltando en ellos la falta de cordura que la mente Eladien clamaba con vehemencia.
- Cómo os iba diciendo antes de esta…sutil interrupción, esta noche, limpiaremos a Eladien Fahrathiel-, El alcalde se llevó una mano a la boca y carraspeó, mostrando de cuanta calma disponía en una situación tan atroz como aquella, factor que no hizo más que incrementar el terror que carcomía el interior de Eladien. Por no contar con aquella…sensación. El cómo algo se revolvía en sus adentros…-, Eladien Fahrathiel es acusada de los siguientes crímenes-, Doren hizo otra pausa que aprovechó para girar la cabeza y mirarla brevemente, atisbando Eladien tan solo pedazos de este cuando un rayo azotó el ambiente-, Cinco asesinatos aquí, en Nash’sera, en nuestro pequeño y afable poblado. Tres ancianos, dos de ellos marido y mujer. Hablo de Reckin y Leshan.
Doren hizo otra pausa, como si quisiera saborear el momento, y los aldeanos siguieron sin quebrantar el voto de silencio que parecían haber hecho desde que Honth yacía muerto en el suelo. Su alcalde había matado a sangre fría a uno de sus vecinos, y ellos… no hacían nada. Nadie había movido un sólo dedo… Pero ahí estaban todos para ser sus jueces y verdugos parciales.
- Y de Nednea. La Nednea a la que hoy hemos dado entierro todos nosotros. Incluida ella.
Doren estiró un brazo y la señaló por enésima vez con el cuchillo, su semblante escondido en la oscuridad.
- Una mujer de mediana edad, la señora Suyi. La amable mujer a la que siempre le comprábamos el pan para nuestra familia. La misma que en cada Festival de las Tormentas se esmeraba para que todo fuera perfecto. Pero no se ha quedado ahí. También ha matado a una niña. ¡Una niña! A mi hija.
Las últimas palabras las pronunció en un susurro que Eladien estuvo segura de haber oído solo ella. Y Thurel, que también se encontraba cerca del alcalde.
- Ha asesinado a cinco personas. Pero además de eso, lo ha hecho de la forma más repugnante posible, y como si eso fuera poco, luego ha caminado a nuestro lado, llorando y fingiendo. Además de diezmarnos, se ha burlado de nosotros. Nos ha engañado jugando a la curandera. Nos ha hecho creer que es como su abuela, una persona buena. Pero ha usado el Toque de Eithenalle para asesinarnos sin que lo notáramos. Así qué, esto servirá para toda bruja que esté planeando hacer algo. Aquí, en Nash’sera, a las brujas se las quema. Los actos oscuros son purificados con las llamas. Y no hay excepción.
-¡La bruja arderá!
- ¡Hay que quemarla antes de que enferme alguien más!
- ¡Sí! ¡No podemos permitir que les haga algo a nuestros hijos!
- Vecinos y vecinas de Nash’sera… ¡la bruja será purificada!
Doren habló a voz en grito y, con un movimiento rápido y fluido que durante un instante creó una estela en el aire, bajó la antorcha e internó las ascuas en la hoguera, con lo que varias hojas se prendieron aun estando mojadas, pasando las llamas de unas a otras rápidamente y haciendo que una fina columna de humo se elevara.
Eladien miró a Érien, quien aún estaba vigilada por Niwan.
- Esto es el fin para ti, Eladien. Aquí acaban tus maléficos actos.
- ¡Bruja!
- ¡La bruja va a arder!
El viento sopló a ras de suelo y removió las hojas que se arremolinaban bajo Eladien, lo que provocó que las que estaban incendiadas pasaran a una zona que no, y así hasta que la base de la pira estuvo envuelta de bajas llamas que no tardarían mucho en ganar altura. Y cuando lo hicieran…no le convenía seguir dónde estaba.
Eladien observaba aterrorizada cómo las ascuas se afanaban en llegar hasta la madera que formaba el resto de la hoguera, pero por suerte, cuando una llegaba era apagada por el agua que corría por esta. Con que solo uno de esos troncos se incendiara…lo harían los demás. El fuego se esparciría hasta alcanzarla a ella.
Hasta quemarla.
El sonido que producían las hojas al ser calcinadas le ponía a Eladien la piel de gallina, pero la mirada del círculo de gente que la rodeaba la asustaba todavía más. Miró a Érien y, apesadumbrada, vio como su hermana, presa del pánico, pataleaba en el aire para zafarse de Niwan, quien la había agarrado para que no fuera corriendo hacia ella.
- ¡Eladien!-. El grito de Érien quedó enterrado bajo el de los demás, estos de pura furia. Una furia digna de un rebaño (o una manada, depende de cómo se mirase) infectado con la rabia.
Eladien hizo fuerza contra las cuerdas, pero toda resistencia le fue inútil. Estaba atrapada con las llamas que, tras varios intentos, habían llegado a los troncos más bajos de la pira, de los cuales sobresalían ahora largas lengüetas de fuego que alumbraron vivamente el centro de la plaza, mostrando claramente a Thurel, Doren y a al fallecido Honth, cuyo cadáver descansaba sobre lo que ahora era ya un gran charco rojizo cuya superficie era distorsionada por las innumerables gotas de lluvia que caían sin descanso.
- ¡Bruja!
- ¡La bruja va a ser purificada!
Doren, a una distancia prudencial de la alumbrante pira que iba creciendo bajo los pies de Eladien, la miraba complacido, con los ojos bien abiertos para no perderse detalle de lo que, para ella, estaba siendo su final. El final que aquellas personas estaban escribiendo para ella.
Alrededor del alcalde se extendía un charco de gran envergadura que si seguía aumentando de cabal no tardaría en rodear la hoguera, y en él se reflejaban Eladien, Doren y Thurel, además de las llamas que trepaban por los troncos con ansia, absorbiendo rápidamente el oxígeno del que vivían con largas lenguas ígneas que azotaban el aire a base de apasionados latigazos.
- ¡Eladien!
Érien gritó desde algún lado, pero cuando Eladien giró la cabeza en su dirección, únicamente encontró oscuridad. Una negrura en medio de la cual, dada la situación en la que se encontraba, se sintió a salvo. Al menos todo lo a salvo que podía estar.
Extrañada, se miró el pecho y comprobó con alivio que ya no la sujetaban ningunas cuerdas, así como sus manos, y que debajo de ella, no había nada. Tan solo un infinito vacío se expandía allá dónde alcanzaba su vista, segmentado por una gran puerta qué, abierta justo delante de ella, mostraba cómo un remolino de múltiples colores giraba sin parar sobre su eje, separándose momentáneamente de él algún que otro tentáculo cuando este rozaba a uno de los suyos.
“Ya está bien, Moih’voir”
La tonalidad del torbellino cambió cuando, muy fluidamente, uno de los brazos invertebrados que lo formaban se aisló de los demás y se deslizó sinuosamente hacia ella, atravesando el umbral de la puerta que separaba aquel extraño lugar de la sombría habitación que se escondía tras esta.
Era de color negro, el mismo que le había hablado la vez anterior, cuando le había dicho que le…usara. Que les usara. A ellos, sus…dones. A sus dones de Moih’voir, los que habían provocado la situación actual…
El serpenteante cuerpo se paró delante de ella y su brillo aumentó paulatinamente, convirtiéndose en un negro que refulgía mucho más que la oscuridad que lo rodeaba.
“Tienes el don de poder usarnos, Moih’voir. Y si no lo haces ahora, morirás”
Eladien intentó abrir la boca para hablar, pero, horrorizada, se miró el pecho, atado de nuevo con las cuerdas con que Doren la había unido al mástil de la hoguera en la cual, continuaba prisionera. ¿Se había quedado…dormida? Algo rugía en su interior, se retorcía y fluía sin cesar…
Súbitamente, el dolor que sintió fue tal, que el que le produjeron las llamas al lamerle los pies apenas lo notó. El dolor que la azotó cuando las ascuas rodearon sus piernas, no fue nada comparado con el que la comía por dentro, con el que parecía estar haciéndose con su cuerpo, con ella. Hubiera gritado de haber podido hacerlo, pero sus músculos se negaban a obedecerle. Era…como si se hubieran relajado hasta el punto de quedar inertes…una sensación que ella ya conocía bien.
Su cuerpo se preparaba para algo, para llevar a cabo un acto que su subconsciente, como una vez pasada, le ordenaba.
Cerró los ojos con fuerza y se dobló por la barriga, inclinándose hasta dónde le dejaban las cuerdas, con lo que quedó medió jorobada y con los cabellos cayendo sobre su rostro, estos empapados y goteantes, todo lo contrario a lo que se avecinaba bajo ella. Pero Eladien no notaba el calor. No sentía nada; ni las llamas que trepaban por sus piernas ni los abucheos de las personas congregadas en la plaza, cuyas voces, para sombro de Eladien, sonaron…lejos. Mucho más que un instante atrás.
Confusa y aterrorizada, abrió los párpados poco a poco, esperando ver cómo las llamas se hacían con su cuerpo, pero al hacerlo, se encontró en el agua, un hecho en el que no había caído aun cuando estaba con solo media cabeza fuera de esta.
¿Qué había sucedido? No entendía nada. Hacía un momento ella estaba…atada en una hoguera, a un solo paso de la muerte…y ahora la estatua que representaba a una mujer soltando dos chorros de agua por sus manos le devolvía la mirada desde sus ojos pétreos.
Se incorporó como pudo y tomó asiento en la piedra de la fuente, jadeando del dolor que le producía el apoyar el pie derecho. Se subió un poco la falda para examinarse las piernas, dónde una intensa quemazón latía con frenesí, y gracias a un gran agujero en sus enaguas, pudo ver qué era lo que le causaba tanto dolor: una quemadura de casi un palmo se extendía bajo su rodilla derecha, recorriendo un buen trecho de su pierna y dejándola a carne viva. Sin embargo, no era ese el dolor que la había hecho retorcerse antes…aquello había desaparecido. No quedaba rastro de lo que la había agitado por dentro. Ni de la calma que la había invadido, relajando sus músculos.
¿Cómo podía…? ¿Cómo se había escapado de la hoguera? Estaba segura de no haber hecho nada… ¿Sería aquello…una manifestación de sus dones restantes? ¿Tenía ella entonces…el don de aparecerse dónde le viniera en gana? Aquello no sonaba mal…salvo por la parte en que no sabía cómo lo había hecho. Era todo tan raro…lo único que tenía claro era que se había salvado de las llamas. Y aquello, la alegró. Ahora tenía que llevarse a Érien…
Se levantó y salió cojeando del perímetro de la fuente, tratando de no apoyar mucho peso en la pierna que se había quemado, pero el dolor fue igualmente intenso, por lo que no había dado ni dos pasos cuando los gritos rellenaron todos los huecos que el silencio había dejado desprotegidos.
- ¡La bruja no está!
- ¡Ha desaparecido!
- ¡La bruja se ha esfumado en nuestras narices!
Eladien se llevó una mano al corazón, asustada por la idea de que la vieran, pero desde dónde estaba, cerca de las escaleras que llevaban a la plaza, vio como todos los ojos de las personas que se encontraban abajo estaban fijos en la solitaria hoguera, dónde el fuego campaba ahora a su anchas, envolviendo los troncos y girando sus lengüetas en cerradas y abiertas espirales que se extendían con el viento. Érien se encontraba con esas personas…Tenía que sacarla de aquel lugar. Pero no sabía cómo. Si tan solo supiera usar un poco mejor sus dones…podría ir junto a ella en un momento y desaparecer del pueblo con su hermana. Para siempre.
¿Qué podía hacer? Era todo tan raro…le costaba trabajo pensar con claridad y…Algo rugió otra vez en su interior, desgarrándola por dentro del mismo modo en que lo habrían hecho miles de pequeñas agujas entrando por sus poros, haciendo que aullara de dolor y desintegrándola en diminutos e incontables fragmentos que flotaron con el viento. ¿Qué era aquello? ¿Qué le ocurría?
Lo siguiente que vieron sus ojos cuando logró enfocarlos, fue a Érien. A ella y a los demás, quienes las rodeaban por todos los flancos; los que se hallaban más cerca con los ojos abiertos a más no poder, al igual que la boca, todos claramente perplejos ante su aparición, y los que se encontraban más alejados, cuchicheando con los que estaban más adelante para enterarse de lo que sucedía. Algo que no sabía ni Eladien.
¿Cómo había llegado allí? Había pensado en Érien y en estar con ella…y ahí estaba ahora. Con ella y la gente que la quería quemar en la hoguera que prendía solitaria.
- ¡La bruja está aquí!
- Ha vuelto a por su hermana!
- ¡Ha regresado a por la pequeña bruja!
- ¡Bruja!
Érien y Eladien se miraron por unos instantes que aprovechó para examinar a su hermana pequeña, buscando alguna señal de maltrato, pero no parecía tener nada. Al menos a simple vista.
Contempló asustada como la gente se apiñaba a su alrededor, bloqueando cualquier vía de escape que pudiera considerar factible, pero bajo esos rostros crispados y manos alzadas amenazadoramente, Eladien pudo ver el miedo. El miedo a lo desconocido, algo que ella compartía, pero que también podía serle útil. Aunque no sabía muy bien cómo. Debía salir de allí cuando antes. Alejar a Érien de aquellas personas.
- Echaos atrás y no os haré nada…
Hizo gala de toda la serenidad que podía conservar en una situación tan peliaguda, pero estuvo segura de que su voz denotaba el terror que comandaba toda terminación nerviosa. No obstante, sus palabras tuvieron el efecto deseado. O eso parecía; los pueblerinos se hicieron a un lado, pegándose unos a otros al recular varios pasos con los ojos fijos en ella, pero algunos se quedaron dónde estaban, apretando con fuerza las armas que llevaban en las manos y levantando las antorchas que no quemarse entre ellos.
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- La bruja quiere llevarse a su hermana…
- ¿Cómo demonios han hecho eso?
- Ha aparecido de la nada…
- ¡Es una bruja!
- ¡Sí! ¡Esto lo demuestra!
- ¡Bruja!
Eladien, aprovechando el pequeño revuelo que había creado con su aparición (no tenía muy claro qué había ocurrido ni cómo), agarró a Érien de la mano y tiró de ella, con lo que su hermana quedó entre ella y Niwan, quien miró a Eladien de hito en hito, como si hubiera visto un fantasma. Ella le devolvió la mirada, no gélida como la que le había lanzado a los demás, sino la más cálida de que fue capaz. Niwan era un buen chico, estaba convencida. Solo estaba asustado, cómo ellas.
Érien miró a Niwan de reojo y se zafó de él para agarrarse a Eladien.
- Eladien… Todo esto tiene que ser un malentendido. Si puedes hacerlo, huye.
Eladien no pudo evitar sorprenderse al ver que en aquel pueblo todavía quedaba alguien en sus cabales. Pero no tenía tiempo para agradecimientos ni sentimentalismos. Tenía que aprovechar ese instante de confusión para escapar. Sino no habría tiempo para nada más. Ni siquiera para existir.
- Gracias, Niwan. Vamos, Érien. Te dije que te sacaría de aquí, ¿recuerdas?-, Érien asintió con la cabeza, alternando la mirada entre ella, Niwan y los individuos que empezaban a formar un círculo de nuevo, encerrándolas en el centro de este-, Tu sígueme y, sobre todo, no te separes de mí.
Apretó con fuerza la mano de Érien y tiró de ella, echando a correr hacia el muro humano que poco a poco iba cerrándose. Soltó un momento a Érien y se abalanzó sobre los lugareños con las manos alzadas, dispuesta a aporrear a todo aquel que se pusiera en su camino, ante lo que se abrió una pequeña brecha cuyos bordes eran personas de rostros sudorosos y expresiones taciturnas.
- ¡Si alguien se atreve a tocarnos haré que sangre por dónde más le duela! ¿¡Ha quedado claro?! ¡Vamos!
Eladien agarró otra vez a Érien de la mano y la internó con ella en la masa que al pasar ellas, se abrió con temor; del mismo modo que un rebaño de ovejas se dispersa al entrar un lobo en su cerco. Aunque ella no era, ni mucho menos, un lobo, sino más bien una oveja disfrazada como tal.
Eladien fue la primera en salir de la muchedumbre, y al hacerlo, lo primero que hizo fue girarse para ver si planeaban hacer algo, pero permanecían inmóviles, todas las cabezas giradas en su dirección, en la base de las escaleras que llevaban a la calle mayor de Nash’sera, por dónde podrían salir de una vez. Eso sino había imprevistos… cosa que aquella noche, sucedía sin cesar.
Instó a Érien a subir las escaleras, y cuando ella misma las empezó a subir, los murmullos fluyeron desde la plaza. Unos susurros que no presagiaban nada bueno.
- Lo sentimos, Doren.
A Eladien se le secó la saliva en la boca al oír ese nombre. Al oír cómo se dirigían al hombre que frenéticamente, trataba de darle caza. Al cínico y maquiavélico alcalde que aquella fatídica noche había mostrado su faceta más oscura.
- Ella ha escapado…
- Nos amenazó… No tuvimos alternativa.
- La bruja está huyendo con su hermana…
- ¡La habéis tenido justo delante de vuestras narices y no habéis hecho nada al respecto! ¡Sois una panda de inútiles!
- Sigue subiendo, Érien-. Eladien puso las manos en la cintura de Érien y la empujó hacia arriba, con lo que su hermana se giró y la miró con los ojos completamente rojos, anegados por lágrimas y agua que se precipitaban sin control alguno.
La quemadura de la pierna le dolía a horrores. Palpitaba con fuerza y cada vez le quemaba más… Era como tener unas brasas ardiendo continuamente bajo su rodilla, provocándole una tremenda debilidad al andar y, aún más, al subir escaleras. Pero tenía que avanzar… Debía escapar con Érien. Escapar por ella. Para cuidarla como se había prometido lo que se le hacía ya mucho tiempo atrás.
- Doren…
- Estábamos asustados…
- Su mirada…
- ¡Me da igual! ¡Si la bruja escapa podría vengarse! ¡Hay que capturarla y quemarla!
- Pero Doren…puede que no se vengue…se puede decir que aún no le hemos hecho nada…
¿Que de momento no le habían hecho nada? ¿Acaso atarla a una hoguera y quemarle una pierna en su fallido intento no era suficiente para ellos?
- ¡Silencio!-, Doren bramó como un enfurecido y hambriento animal, lo cual en esos momentos, describía muy bien al enloquecido alcalde de Nash’sera-, ¡Aquel que la traiga de nuevo, será recompensado con las tierras de los que han fallecido sin herederos! ¡Tomadla a ella si queréis, me da igual!
¿Cómo se atrevía a ofrecerles…? Eladien no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Aquel hombre…no tenía escrúpulos. Ni remordimientos. Ni nada. Tan solo quería venganza. Y estaba convencida de que la conseguiría como fuera.
Avanzaron poco a poco, en silencio, con los ojos fijos en los de ella.
Si Eladien se había asustado en su casa, cuando habían entrado todos a la fuerza para atraparla, en esos momentos estaba completamente aterrada, influida por un pánico que le decía que corriera y no mirara atrás.
Mientras subía los peldaños de dos en dos, gimiendo del dolor que le provocaba el apoyar la pierna derecha, detrás suyo estalló la hecatombe en forma de aullidos y destrales entrechocando con angustiosos sonidos metálicos que le pusieron a Eladien la piel de gallina. No le hizo falta girarse para saber qué era lo que se avecinaba desde la plaza; el ruido que provocaban al correr desenfrenadamente sobre la piedra y los charcos ya le indicaron todo lo que necesitaba saber: que debía correr y no parar.
Por su vida y por la de Érien.
- ¡No dejéis que escape!
Érien, que llegó a la calle principal antes que ella, se paró un momento para mirarla y su mirada se congestionó al hacerlo, seguramente, pensó Eladien, al ver como una agitada manada de personas se afanaba por subir las escaleras que las separaban de ellas.
- ¡Sigue corriendo! ¡Ve hacia las colinas por la calle mayor!
- ¡No puedo marcharme sin ti!-. Érien tuvo que gritar para hacerse oír sobre un trueno que retumbó sonoramente, pero sus palabras llegaron a Eladien.
¿Es que no se daba cuenta de que tenía que huir?
- ¡Érien! ¡Corre! ¡Te alcanzaré, te lo prometo!
- No me iré sin ti.
- ¿Quieres hacer el favor de correr?-. El gritarle a su hermana le supo amargo, pero estaba asustada, y aquello no hacía más que tensarla. Valoraba su afecto y preocupación por ella…pero no podía dejar que la cogieran, y si ello implicaba arrastrarla hasta las afueras de pueblo, que así fuera.
Eladien alcanzó la calle mayor y sujetó a Érien por un brazo, obligándola a correr y tirando de ella, resbalando las dos en un gran charco que se expandía por toda la empedrada calzada, desfigurando su cristalina superficie al pasar por encima.
Pasaron por delante de El Rincón del ciervo, la posada que Genim dirigía desde joven, frente la panadería en la cual Suyi había trabajado por toda una vida; pasaron corriendo por la calle que, de pequeña, tanta seguridad le había dado a Eladien, la que ahora se veía oscura y tenebrosa a causa de la brava tormenta que se negaba a dejar aquella región en paz. Como sus vecinos, que se resistían a la idea de dejarlas marchar, hecho que indicaban las sombras que se extendían delante de ellas, provocadas por las llamas de las teas que sus perseguidores mantenían a lo alto, iluminando la calle a oscuros y brillantes retazos.
El chapoteo que producían ellas al pasar sobre la gran charca se vio multiplicado cuando decenas de personas se acercaron a ellas a gran velocidad, ganando terreno con grandes zancadas que Eladien no podía igualar, y mucho menos superar.
Dejaron atrás el ayuntamiento y la casa de Doren, cuyas luces estaban encendidas, y por fin, delante de ellas, el camino se inclinaba en la ligera cuesta que daba final a Nash’sera. Su vía de escape. Pero al llegar a aquel punto, una nueva pregunta se formuló en su cabeza: ¿Qué harían al salir de Nash’sera? Podían esconderse…aunque descartó la idea al recordar la escasa vegetación que había por aquellos parajes.
Tendrían que seguir corriendo y esperar a que se cansaran de buscarlas…
De súbito, asustándola tanto que se paró en seco, alguien tiró de Érien hacia atrás, y su hermana, profiriendo un grito que rasgó la noche, quedó atrapada por los gruesos brazos de un hombre de mediana edad al que Eladien tan solo había visto por Nash’sera alguna que otra vez.
- ¡Érien! ¡Suéltala, maldito hijo de…!
Alguien le propinó un fuerte golpe en la cara que la empujó hacia atrás, haciendo que pequeñas luces bailaran ante ella, y al llevarse una mano a las mejillas, notó algo caliente que recorría sus dedos, manchándolos de un rojo que no tardó en perecer con el agua. Buscó al que le había dado el puñetazo, pero podía haber sido cualquiera.
Érien…si alguno de ellos le hacía daño…
- Suéltala ahora mismo-, Eladien se acercó al hombre que mantenía a Érien inmóvil y lo miró a los ojos con los suyos entornados, mostrándose cómo se suponía que eran las brujas. Mostrándoles aquello que temían-, Te juro que si no lo haces, te arrepentirás. Si le hacéis algo, aunque solo sea un rasguño, os mataré a todos. Volveré y no sabréis quien seré, y entonces, caeréis uno a uno-. Esperaba que sus palabras hubieran sonado convincentes o como mínimo contundentes…En las historias de brujas que su madre había escrito siempre funcionaban esas tretas…y esperaba que a ella le sucediera igual…
- No podemos hacerlo. Pero…la soltaré a cambio de ti.
- Compréndelo, Eladien. Muchos de nosotros estamos casi sin dinero y tenemos una familia que mantener…pero si adquirimos estas propiedades…podremos solventar nuestras deudas vendiéndolas…
Aquello era demasiado. ¿Intentaban decirle que debían quemarla para poder pagar sus casas? ¿Que iban a entregarla y calcinarla a cambio de un trozo de tierra? Ella había convivido con ellos toda su vida…pero no tenía ni idea de cómo eran hasta ese momento…Aquello era peor que una pesadilla…y sabía que, aunque se pellizcara hasta que le lloraran los ojos, no despertaría.
- ¿Pretendéis decirme…que me entregue para que podáis vivir vosotros? ¿Es que no os estáis escuchando? ¡Yo también tengo una vida! Y es junto a mi hermana. Así qué-, Miró al hombre que asía a Érien y este retrocedió un corto paso, chocando con los de atrás-, suéltala, o esto se puede poner muy feo.
¿Hasta cuándo les duraría el temor hacia ella? Si se daban cuenta de que no sabía hacer nada…En realidad, ¿qué haría si decidían atacarla? ¿Sanarles las heridas? Debía amedrentarlos…cómo antes. Algo que era fácil excepto cuando Doren estaba cerca para tirar abajo sus amenazas con su esquizofrénica ignorancia y palabrería.
- ¡Tú eres una bruja!
- ¡Sí! ¡Y como tal, te lo mereces!
- ¡Las brujas siempre andáis tramando algo!
- ¡No queremos tener a una de vecina!
- Está bien. Si lo queréis, me iré. Dejadme marchar, eso es todo. Con mi hermana, claro. Si lo hacéis no habrá consecuencias para nadie. Ni para vosotros, ni para nosotras.
El individuo que estaba con Érien se quedó pensativo, como si valorara su oferta, pero su razonamiento se vio interrumpido por la voz de la persona que aquella noche, Eladien no cesaba de ver. Doren.
El alcalde apareció entre el gentío con la antorcha alzada, alumbrando la calle junto con las restantes teas, y su semblante, de mejillas enrojecidas debido al cansancio ( o al gozo, no le sorprendería en absoluto), se iluminó con una sonrisa que desentonó en aquella escena a la que él mismo planeaba dar punto y final.
- Vaya, vaya, vaya…Qué tenemos aquí…-, Doren se paró cerca de Eladien, al lado de Érien y el hombre que la agarraba, pero el alcalde tan solo la miraba a ella. Aquel hombre…era malvado. Pero Eladien continuaba sin entender el porqué de aquel cambio de comportamiento tan drástico. El porqué de aquella refriega-, Una escena totalmente conmovedora…No sé si reír o echar a llorar…¿tú qué dices, Eladien? ¿Debería llorar? ¿O te dejo ese cometido a ti?
Eladien se quedó en silencio, con los músculos tensados y preparada para saltar si aquel sucio hombrecillo se acercaba a su hermana. Aquello era una guerra fieramente declarada…y si tenía que luchar para salvar a su hermana, lo haría.
- No te cansas de huir, ¿verdad? Es inútil…Uno, simple y llanamente, no puede escapar a su destino, Eladien. Y el tuyo, como ya te habrás olido…te aguarda en las llamas. En las ascuas que te purificarán hasta que no quede más de ti que el sucio polvo en el que se convertirán tus huesos.
- Eres un hijo de mala madre, Doren. Una astilla clavada en un torno y que se le va hincando a uno cada vez que mole el trigo. Tus palabras son nocivas, y tus actos, perversos-. Con cada palabra que articulaba, notaba cómo le hervía la sangre en las venas, como su corazón latía con fuerza, cómo aquello que retozaba en su interior se movía de nuevo…
- Vaya lengua más sucia tienes, Eladien. Tendré que arrancártela para lavarla. Hay que educar a la juventud o no…
- Cállate, maldito hijo de rata sarnosa.
Las palabras salieron antes de que Eladien las hubiera pensado, pero no se arrepintió de haberlas pronunciado, pues Doren, antes altivo y toda prepotencia, la miró dolido, con más rabia de la que un solo hombre podía mostrar al mismo tiempo. Érien la miró sorprendida, y cuando Eladien desvió un momento la vista hacia ella, Doren cogió un largo palo de uno de sus compañeros y lo enarboló hacia Eladien, quien se agachó justo a tiempo para notar como el aire era removido sobre su cabellera, tan mojada como el resto de su cuerpo.
Érien gritó y le propinó fuertes patadas en la espinilla al hombre que la tenía atrapada, pero este no la soltó aun cuando le cayeron lágrimas del dolor.
Algo se retorció en sus entrañas…sentía como sus músculos se relajaban rápidamente…como su mente se iba quedando en blanco, cediéndole poco a poco el control a su subconsciente.
- Vaya, una bruja con buenos reflejos-, Doren emitió una queda risita que se contagió al grupo de gente que, para variar, las rodeaba. Aquello no paraba nunca…No importaba cuanto huyeran…siempre acababan atrapándolas-, Permíteme discrepar en cuanto a mi madre. Ella era una mujer excepcional, una mujer única. Era…
- No tengo ni idea de lo que quieres decir, pero permíteme-, Puso énfasis en la última palabra-, decirte que no eres más que una vulgar sabandija manipuladora. ¡¿Es que no os dais cuenta?!
Su única respuesta fue un relámpago cuyo trueno no tardó en hacerse oír, uniéndose a las carcajadas que convulsionaban a Doren.
- ¿Manipulador, yo? Yo no estoy manipulando a nadie. Tú, y solo tú, con tu brujería, has creado esto. Tú has asesinado a cinco de nosotros. No yo-, Se giró y alzó los brazos en dirección a la multitud-, ¡Ella se lo ha buscado con sus actos corruptos!
- ¡Bruja!
- ¡Esto se lo ha buscado ella!
- Vete, Eladien.
Aquellas palabras pronunciadas tan débil pero serenamente desde los labios de Érien, atravesaron a Eladien por doquier, dejándola perpleja. ¿Que se fuera? ¿Sin ella? ¿Es que no se daba cuenta de que lo único que quería era ponerla a salvo? No podía hacer aquello. Ella era su hermana. Tan solo se tenían la una a la otra. No la iba a dejar sola. Sencillamente, no podía.
- No me iré, Érien. No sin ti.
- Qué bonito…definitivamente, creo que…entre reír y llorar…prefiero reír-, La risa de Doren envolvió el ambiente por completo, perdiéndose su eco en alguna de las oscuras calles que durante tantos años le habían dado la seguridad de un hogar a Eladien. Como su casa, a la que si sobrevivían, no podrían volver jamás-, ¿Es que aún no lo entiendes, Eladien? Tú, no saldrás de aquí. Por lo menos viva.
El peso de aquellas palabras cayó por inercia sobre Eladien, consternándola y oprimiéndole el pecho, así como la boca del estómago.
- Y ahora en serio, dime, por curiosidad, ¿qué has ganado tú con estas muertes? ¿Buscabas…la juventud eterna? Es un tópico muy bueno, diría yo…
- Realmente disfrutas con esta situación, ¿verdad?
El velo del mutismo se hizo con cualquier vestigio del eco que pendió en el aire, acallando incluso las secas carcajadas de Doren, quien, en aquella ocasión, la miró regocijado, algo que Eladien, al cerrar los párpados con fuerza para soportar el dolor que la azotó por dentro, apenas vio. Tan solo veía la negrura que se extendía ante sus ojos…una negrura que se movió en medio de un oscuro mar, deslizándose sinuosa ante ella.
Notaba como sus músculos gemían de dolor, como su piel se agrietaba sin excepción, cómo sus pensamientos eran divididos en incoherentes fragmentos, sacudiéndola en lo más profundo de su ser. Y al abrir los ojos, conmocionada, suspirando profundamente y preguntándose qué había sucedido, contempló entre atónita y perpleja, como Doren, Érien y el hombretón que la tenía cautiva, antes delante suyo, a tan solo dos pasos, estaban ahora a una calle de distancia.
Miró a su lado y, por segunda vez en lo que llevaba de noche, la mujer esculpida en la fuente le devolvió la mirada con sus facciones siendo recorridas por la lluvia e iluminadas con cada relámpago que se descargaba en el cielo.
Lo había vuelto a hacer…sin saber cómo ni poder controlarlo. Si aquello era otro de sus dones…debería aprender a dominarlo cuanto antes o podía causarle problemas. Más de los que ya tenía. Eso si era capaz de escapar…con Érien.
- ¡Está allí!
- ¡La bruja está junto a la fuente!
- ¡Cogedla! ¡No dejéis que escape!
- ¡Si escapa se vengará!
Aún sin ver al alcalde a causa de la marabunta de personas que tras señalarla corrió hacia ella, Eladien se lo imaginó perfectamente dando las órdenes con Érien a su lado, presenciando todo aquello que no iba con ella.
Eladien percibía como la fatiga luchaba por controlar su cuerpo y mente. Se sentía exhausta, tanto que se quedó dónde estaba, observando como la muchedumbre se le echaba encima por momentos. Pero no podía moverse…sus músculos se negaban, ni pensar…le costaba trabajo incluso el respirar…
El fulgor de las llamas la cegó por momentos al reflectarse en el agua que invadía el suelo, y al cerrar los ojos, presa de un pánico que se manifestó en forma de inmovilidad, esperó que unas manos la cogieran por los brazos y la levantaran con brusquedad. O algo peor. Pero no ocurrió nada. Tan solo agua y viento tocaban su piel.
Temblando, con los brazos cruzados a la altura del pecho y hecha un ovillo, abrió los ojos poco a poco, temiendo recibir un golpe, pero tampoco sucedió. Al abrirlos, estos solo captaron el encapotado cielo que se cernía sobre el pueblo, y al bajar la vista, comprobó con un recién descubierto vértigo, que se encontraba en uno de los altos tejados de las casas de Nash’sera, aún en la calle mayor.
¿Qué demonios…? ¿Qué hacía allí? Cierto que había pensado que le gustaría estar en un sitio alto y alejado de ellos, pero…acabar allí no era su intención ni mucho menos. Tenía que volver con Érien. A por ella. ¿Pero cómo? No sabía cómo descender, y la caída, lejos de parecer corta e inofensiva, le pareció larga y dolorosa cuando se asomó por uno de los alerones. ¿Qué podía hacer? Si pudiera volver a moverse de lugar de aquella forma tan extraña…
Eladien cerró los ojos y, con un largo suspiro, trató de relajarse, destensando sus músculos y esperando a que sucediera de nuevo. Pero en su interior, no se arremolinaba nada esa vez. Nada serpenteaba pos sus entrañas. Aquello no podía estar pasándole. ¿Es que no podía haber descubierto ese don en algún otro momento menos apremiante?
- ¡Bruja!
- ¡Buscadla! ¡Hay que encontrarla como sea!
Desde dónde se encontraba podía ver cómo sus vecinos giraban la cabeza en todas direcciones, buscándola, y cómo Doren, Érien y el tipo que la tenía atrapada, esperaban en el mismo lugar de antes. El alcalde no se movió de dónde estaba, pero su mirada barría todo cuanto había a su paso, pasando por alto el tejado, hecho que la habría alegrado si no fuera porque su hermana se hallaba con él.
Cerró los ojos de nuevo, concentrándose todo lo que podía…pero los pensamientos se arremolinaban sin tregua en su cabeza, rompiendo cualquier tranquilidad que Eladien pudiera llegar a concebir. Tenía que volver a hacer lo de antes… Si supiera cómo lo había hecho…
- ¡No os separéis mucho!-, Doren gritó desde abajo, subiendo su voz con el recio viento que congregaba las gotas de lluvia en rápidas cascadas que avanzaban de lado a lado-, Tiene que volver a por ti, pequeña. Ya has oído a tu hermana: no se irá sin ti.
Incluso a esa distancia, las risas de Doren se le hacían repulsivas, estremecedoras y perversas. Si ese hombre tocaba a Érien… Durante un momento creyó que algo se deslizaba en su interior, pero por más que cerró los ojos con fuerza, al abrirlos seguía estando en el tejado, mirando impotente como Érien era usada de cebo.
- ¡Esta allí!-. Eladien se sobresaltó al oír aquellos chillidos provenientes de la fuente en la que ella había estado hacía poco, cuando se había aparecido espontáneamente en el agua.
Varios hombres se habían encaramado a la estatua de la mujer y, subidos a ella, señalaban en su dirección, con lo que el grupo de personas, antes disperso al buscarla, se juntó de nuevo delante del edificio sobre cuyo tejado se hallaba ella.
- ¿¡Dónde!?
- ¡Está en el tejado de la posada!
- ¡Hemos encontrado a la bruja!
Doren se giró por completo y alzó la cabeza hacia ella, sonriendo de oreja a oreja, pero Érien, en cambio, la miró con terror, aún custodiada.
- ¡Haced que baje!
Y ante el asombro de una estupefacta Eladien, los que no estaban subidos a la fuente aprestaron sus destrales y, tras apoyar bien las piernas en el encharcado suelo, lanzaron algunas armas al tejado, cayendo la mayoría a pocos metros de ella.
- ¡Zoquetes! ¡Id con cuidado! ¡Lanzadle cosas romas, no queremos que muera desangrada y aplastada si cayera! Queremos quemarla-. Doren lanzaba órdenes a diestro y siniestro, parándose de vez en cuando para coger aire y continuar gritando.
Asustada, reculó despacio por la estrecha pasarela que discurría en el tejado, alejándose del alcance de aquellos hombres y mujeres a cortos y vacilantes pasos. Avanzaba con cuidado, afianzando bien un pie antes de apoyar el siguiente, temiendo resbalar por culpa del agua, pues la caída, estaba convencida, sería fatal. Por no contar lo que le harían si llegaba viva abajo…
Algo la golpeó con fuerza en el hombro y, antes de que lo advirtiera, perdió el equilibrio, fallándole la pierna derecha y resbalándole la izquierda por el alerón que, en forma de caballete, descendía como un tobogán a medio terminar. El nublado cielo giró ante ella y el techo de la casa lo substituyó, golpeándose la cabeza cuando aterrizó con medio cuerpo sobre el fino caminito. Haciendo caso omiso del dolor que le martilleaba la cabeza, estiró un brazo rápidamente e intentó agarrarse a la pasarela, pero fue demasiado tarde; unida a los riachuelos que circulaban por los alerones, Eladien se deslizó por estos sin poder hacer nada para evitarlo. Tan solo podía pensar en cuan doloroso sería el aterrizaje.
Sin embargo, al mirar abajo de soslayo, un angustioso pensamiento relegó a los otros.
- ¡Está cayendo!
- ¡Ya es nuestra!
- Es el fin, Eladien.
Iban a atraparla. Ese era el fin. Moriría en aquel lugar, y Érien, si corría mejor suerte que ella, se criaría sin su presencia. Crecería sola.
Eladien se sintió ingrávida en cuanto su trasero dejó atrás el último milímetro del tejado de la casa, y rezando para sus adentros, le lanzó una última mirada a Érien. A su hermana. A la dulce Érien que la miraba con el pánico representado en los ojos.
Preparándose para el cruel e inminente impacto, cerró los párpados, dispuesta a no ver lo que se avecinaba a una velocidad vertiginosa, pero el momento llegó antes de lo previsto y, lejos de ser fuerte y seco, se le hizo suave y mullido, casi caliente. ¿Qué sucedía? Notaba una fuerte corriente de aire y…tenía la sensación de estar desplazándose, pero no entendía cómo. Aún con los ojos cerrados por el temor, escuchó algo que, para ella, no tenía ningún sentido.
El batir de unas alas contra el viento y la lluvia.
Abrió los ojos muy lentamente, sufriendo por si alguna gota le caía dentro, y lo que vio, la dejó más desconcertada de lo que ya lo estaba. Los tejados de las casas pasaban veloces por su lado, subiendo y bajando. ¿O era ella la que subía y bajaba?
¿Estaba…volando? Eladien miró qué era sobre lo que había caído y se encontró con un espeso plumaje negro cuya roja cresta estaba aplastada bajo el peso de su propio cuerpo, y al otear sus costados, contempló atónita como dos grandes alas batían a un compás con el que mantenían casi constantemente una altura determinada. ¿Qué era aquello?
¿Era un pájaro…? Un pájaro… Era el mismo que ella había avistado en el funeral de Nednea, escasas horas antes de que todos la acusaran de practicar la brujería. Y de asesina. Aquella ave… ¿había ido a salvarla? ¿O había sido casualidad que cayera sobre su espalda? No entendía nada en absoluto…
Érien. Tenía que sacarla de ahí.
Se asomó por el lomo del gran pájaro y comprobó como la aparición de aquella ave no había pasado en nada desapercibida. Todos la contemplaban asustados e incluso algunos recularon varios pasos o echaron a correr en todas direcciones, diseminándose como hormigas perseguidas por el agua que le confería a Nash’sera un aspecto de lo más tétrico. Y ahí estaba Érien. Bajo ella, sujeta ahora por Doren, quien la había capturado cuando el hombre que la retenía había salido huyendo despavorido. Doren… Ese hombre se merecía lo peor. Si le hacía daño…
De nuevo, le dio la impresión de que algo deambulaba por su cuerpo, pero no pasó nada.
- ¡Érien!
Érien la miró entre asustada y esperanzada, entre que Doren, con maldad, compartiendo el mismo temor que esa noche invadía los sentidos de cada uno de los habitantes de Nash’sera. Un rayo creó en el cielo algo parecido a un árbol boca abajo cuyas ramas se movieron espasmódicamente, y su respuesta, grave y potente, mostrándose cercana, resonó durante unos largos segundos en que Eladien creyó que le iban a reventar los tímpanos.
El pájaro viró bruscamente y suspendido justo sobre la fuente, por la cual ya no trepaba nadie, se encaró hacia Doren y Érien, separados tan solo por los mantos de agua que danzaban con el viento, hecho que para alivio de Eladien, no afectaba a su fortuita montura voladora.
Estirada, se agarró con fuerza a las plumas de la cresta, rojas como la sangre, mirando de no estirar mucho para no arrancarle alguna.
La cabeza le dolía a horrores, por no hablar de su cuerpo, que le pedía a gritos un descanso y nutrientes de los que alimentarse.
- ¡Eladien!-. Érien chilló con lo que parecían todas sus fuerzas, con una perfecta caricatura del espanto dibujada en su semblante.
- ¡Maldita bruja! ¡No puedes escapar! ¡No puedes! ¡Tu destino es la hoguera!
Doren agarró la cara de Érien y la obligó a mirarle a los ojos, con lo que el rostro de su hermana pequeña se desencajó del mismo modo que el corazón de Eladien, que latía a un ritmo frenético.
- Si no bajas ahora mismo… ¡la mataré!-. El alcalde abrió la otra mano en el cuello de Érien y luego la cerró lentamente, presionándole la piel con sus dedos, regordetes como morcillas.
El pájaro batió sus alas con más intensidad y alzó el vuelo, alejándose en vertical de la calle mayor de Nash’sera y ganando mayor altura, hasta que Eladien, con un cada vez más creciente vértigo, apenas pudo discernir los cuerpos de Érien y Doren; tan solo veía manchas negras cuando los rayos iluminaban el lugar.
El frío atenazó su cuerpo, haciendo que tiritara y le castañearan los dientes. ¿Qué pretendía aquel pájaro? La estaba alejando de Érien… tenía que hacer que bajara.
¿Pero cómo…?
Fue como si una pequeña luz se abriera paso en medio de la oscuridad que dominaba su mente, dándole un rayo de esperanza al que se quiso aferrar a toda costa. ¿No había ella, desde que aquella puerta había sido abierta, escuchado a los animales y plantas? Si ella los oía… suponía que ellos debían ser capaces de entenderla también. O eso esperaba.
- ¡Tienes que bajarme!
El ave, como si no la hubiera oído (hecho que era muy probable), se dedicó a planear sobre lo que a Eladien, a esa altura, le parecía que era Nash’sera.
- ¡Por favor! ¡Mi hermana está con ellos!
De nuevo, el pájaro se limitó a batir las alas, con su largo pico apuntando siempre al frente.
- Bájame por favor.
- No puedo hacerlo.
Eladien dio un brinco que a punto estuvo de tirarla abajo cuando la voz sonó directamente en su cabeza. Una voz grave pero claramente femenina que pronunciaba cada sílaba melodiosamente, casi como un fantasmagórico canturreo.
- ¿Por qué no puedes? ¿Qué… qué eres?
No hubo respuesta alguna, tan solo el sonido que producían sus largas alas.
- ¿Por qué me has salvado?
Continuaban ganando altura velozmente, dejando atrás Nash’sera y todo cuanto había en tierra, alejándose del lugar al que Eladien, no sin temor, quería regresar. Érien…No podía pasarle nada.
- Bájame.
- No.
- ¿Por qué no puedes bajarme? Tengo que ir a por mi hermana. Si no bajo podrían matarla-. Eladien tenía que alzar la voz para poder oírse ella misma, pero estaba convencida de que el pájaro la oía. Al fin y al cabo, era uno que hablaba.
- No lo harán.
Eladien frunció el ceño al oír aquello, extrañada por el convencimiento y seguridad que emanaban del ave. ¿Qué era? Era demasiado grande como para ser un pájaro común… aunque también podía tratarse de una especie desconocida… Fuera como fuera tenía que conseguir que la llevara de nuevo a Nash’sera.
- ¿Porque estás tan…segura?
El pájaro graznó estruendosamente y, contra todo pronóstico, se inclinó un poco hacia delante y bajó en picado, descendiendo a demasiada velocidad para placer de Eladien, quien se agarró a todas las plumas que pudo coger con cada mano, ya sin preocuparse de si le arrancaba alguna.
El gélido viento era cruel al rozar su piel, provocándole un dolor semejante al de afiladas cuchillas rasgando sus miembros, y la lluvia, de gotas heladas, no contribuía en nada a su bienestar, pues no hacía más que acentuar el cansancio que se abatía sobre ella.
Nash’sera se extendía bajo ellos, ya más visible que antes, y el ave, suavemente, extendió sus alas para planear sobre el poblado, recorriendo su sombra las construcciones con el resplandor de los relámpagos.
Eladien buscó a Érien con la mirada, escudriñando cada rincón que atisbaba de la calle mayor, y para su alivio y desagrado, la encontró como la había dejado; con Doren, quien miró hacia arriba cuando el ave descendió un poco más, conquistando el silencio con el fragor de sus alas. Pero como si no ya no le importara en absoluto atraparla, Doren giró la cabeza y le dio la espalda, mirando algo que Eladien no lograba a atisbar desde dónde se encontraba.
Un sonido se unió al repicar de la lluvia y a los truenos, desconcertando a Eladien cuando aguzó el oído para descifrar su procedencia. Era un sonido metálico, de eso no le cabía duda. Un repiqueteo rítmico semejante al de…
Aparecieron de improvisto por detrás de la gran casa que le obstaculizaba la visión a Eladien, cortándole la respiración por un angustioso instante. Soldados. Eran soldados. Un gran grupo avanzaba en vanguardia, todos con los brillantes petos, escudos y armas destellando con los continuos fogonazos. ¿Qué hacían allí? ¿Para que habían acudido al pueblo a tan altas horas de la noche…? El caer en la cuenta le supo ácido, pero el pensamiento que acababa de iluminarse sobre los demás era tan aturdidor como probable: el príncipe Nenfaún estaba muerto e iban en su busca para vengarse, del mismo modo que sus vecinos.
Detrás del primer grupo había otro, este con grandes escudos y largas lanzas, y en la retaguardia, acuclillados todos en la misma pose, aguardaba el último conjunto, este mucho más ingente que el anterior y, por su apariencia, el que le causó más pavor a Eladien; estos portaban extensos arcos en sus manos, todos con una flecha encajada contra la cuerda, preparados para dejarla ir. Pero no la apuntaban a ella, sino a los contados habitantes de Nash’sera que aún deambulaban por la calle mayor.
¿Qué significaba aquello? ¿Habían ido a…salvarla? Si era así… ¿cómo se habían podido enterar tan rápido de la situación? Demasiadas preguntas con tan poco tiempo para asimilar los acontecimientos y pensar…
Desde la altura que la separaba de su hermana, Eladien vio como un pequeño grupo de soldados avanzaba hacia Doren con las armas aun colgando de su cinturón. Si querían calmar a ese hombre…necesitarían algo más que el simple hecho de ir en son de paz. Ese hombre era…una cruel bestia. Y eso lo había descubierto Eladien en sus propias carnes.
- ¡Danos a la niña y no haremos nada!
Doren reculó un par de pasos con Érien bien prieta contra él, pero Eladien veía como el alcalde temblaba de cabo a rabo, como si estuviera asustado, algo que Eladien entendería perfectamente. Sin embargo, no pudo evitar sonreír ante la ironía: ahora era él quien se veía solo contra una masa armada.
Si bajaban un poco más podría coger a Érien y marcharse de allí para siempre…
- Bájame un poco más, por favor.
- No puedo. Si te bajo podrías morir.
- ¿Qué dices? No…eso no ocurrirá. Esos soldados han venido a rescatarnos, a mí y a mi hermana. ¿No lo ves?
El ave movió levemente el cuello y giró su afilada cabeza hacia ella, clavando sus ojos en Eladien, completamente negros, como los suyos. Esa mirada…era tierna y fiera a la vez, y por alguna razón, viejos sentimientos despertaron en su interior, zarandeándola desde lo más profundo de su ser.
- Ninguno de los que hay ahí abajo es tu bando, Eladien.
Eladien, que había desviado la vista del pájaro para fijarla en lo que acaecía bajo ella, lo miró con recelo, preguntándose cómo demonios conocía su nombre. Y lo más importante, qué era y qué hacía allí en esos precisos momentos.
- ¿Cómo…? ¿Qué eres?
- No hay tiempo, Eladien. Tienes que entender que debes escapar.
- ¿Qué quieres de…?
- ¡No opongas resistencia!-, Uno de los soldados se acercó solo a Doren y este se paró junto a la fuente, dónde estaban también muchas más personas, todas mirando a los soldados con preocupación-, Entréganos a la chica y no pasará nada.
Eladien no entendía que quería decirle el… pájaro. Aquello era de locos…un gigantesco pájaro la estaba rescatando de sus propios vecinos…
¿Que aquellos soldados no estaban de su parte? Si estaban rescatando a Érien… ¿cómo podían ser sus enemigos? Aunque pensándolo más detenidamente… Si el príncipe Nenfaún estaba muerto como ella pensaba...
- No le pasará nada, Eladien-, El ave habló de nuevo en su mente, aturdiéndola con su un poco rasgada voz-, Tienes que salir de aquí. Y yo te ayudaré.
- Tengo que llevármela. Debo…
Pero el animal, sin prestar atención a las súplicas que salieron de su boca, emprendió el vuelo, pasando raudo sobre Nash’sera, dejando atrás las casas y calles por las que Eladien había deambulado desde que tenía consciencia. Dejando atrás a su hermana pequeña, a quien se había jurado proteger con su propia vida. Se alejaba de ella en contra su voluntad, se distanciaba del pueblo que la había visto crecer, del único miembro de su familia que permanecía con vida además de ella misma.
Gritó para que el pájaro descendiera y regresara a por Érien, pero, aunque le atizó patadas en los costados, el ave no desistió en su vuelo, por lo que pasaron sobre las colinas que medio rodeaban Nash’sera y estas desaparecieron entre la densa capa de agua que se descargaba con furia. Y con aquello, sus esperanzas de salvar a Érien. Desapareció hasta ella misma. No podía creerlo. Tantos giros en tan poco tiempo… Érien… La hermana a la que Eladien había criado como a una hija.
Sobrevolaron el camino que llevaba hacia Nash’sera y el ave viró varias veces, internándose hábilmente en las corrientes de aire, lo que intensificaba el frío además de la velocidad a la que volaban. ¿A dónde la llevaba? ¿Qué era aquel…ser? ¿Cómo conocía su nombre? ¿Por qué parecía saber tantas cosas…? ¿Qué… iba a ser de ella?
La había perdido…la dejaba atrás. Las lágrimas brotaron de sus ojos y ella no esforzó en impedirlo; dejó que se unieran a la lluvia que recorría su rostro y cuerpo; permitió que se alejaran de ella. Como Érien.
- ¿A dónde me llevas?
El pájaro tardó en contestar, pero cuando lo hizo, su voz sonó taciturna.
- A un lugar seguro para ti.
- ¿Y eso dónde es?-, Enarcó una ceja, pensando en qué lugar la podría mantener a salvo de Doren. Estaba segura de que el alcalde de Nash’sera no cejaría fácilmente su búsqueda…no hasta que la quemara. Hasta que se vengara por lo que ella no había hecho-, ¿Por qué me has ayudado?
- Una guerra está a punto de librarse, Eladien. Y tú eres la única persona que puede salvarnos. Animales, plantas, humanos… a todos.
Eladien se quedó en silencio, pensando en si había escuchado bien, algo un poco estúpido teniendo en cuenta que había hablado en su mente, pero por más que repasó mentalmente sus palabras, se quedó en la mismas; confundida a más no poder. Una sensación a la que a base de duros palos, empezaba a acostumbrarse.
¿Qué estaba pasando? Había pasado todo tán rápido…
Primero Nednea, su cadáver sobre las sábanas le revolvió el estómago al recordar la imagen; Suyi, quien no se encontraba en mejor estado ni mucho menos; Reckin y Leshan, la pareja de ancianos que como Nednea y Rutgen, había perdido a sus hijos a manos de una enfermedad de antaño; Hinna, la hija de Doren…y probablemente, muy probablemente, el príncipe Nenfaún…
¿Había sido ella…la causante de sus muertes? Porque el hecho de que ella había sanado a todos los fallecidos se le hacía innegable.
Pero lo que más la preocupaba en esos momentos, era Érien. Su hermana, quien se había quedado en Nash’sera, con la gente que había tratado de quemarla viva…y con los soldados que por alguna razón que aún desconocía, habían ido a buscar a… ¿Érien? Porqué aquello era innegable…Pero entonces…si habían ido a rescatar a Érien… ¿por qué decía aquel pájaro que no estaban de su bando? Es más… ¿qué era aquella ave?
El viento le movía el pelo y se lo pasaba por la cara, por lo que Eladien tuvo que apartárselo de esta varias veces, notando los dedos entumecidos por el frío, al igual que su cara.
El pájaro volaba en silencio, moviendo sus alas arriba y abajo y planeando a grandes trechos, sin mencionar palabra, y la luna, durante unos efímeros instantes, se dejó ver tras las opresoras nubes, iluminando débil y mortecinamente un bosque que se recortaba en la lejanía, este tan mojado como toda la región.
Eladien, ensimismada, repasando los hechos sucedidos aquella noche y afligida por estos, perdió la noción del tiempo y de todo lo que la rodeaba. Únicamente sentía como subía y bajaba al ritmo del pájaro que, sin su permiso, la había alejado de aquello que más quería, salvándole así la vida, y cuando el ave se posó suavemente en el suelo, abrió los ojos desconfiada, esperando no encontrarse con ninguna otra sorpresa.
Los árboles la rodeaban por doquier, altos y de aspecto tétrico, de gruesos troncos y sobresalidas raíces que semejaban manos en toda clase de posturas. El suelo estaba encharcado allá dónde mirara y el agua caía en pequeñas y grandes cascadas desde las copas de los árboles, dónde varios murciélagos chillaron y salieron volando hacia otro más cercano. Si no se equivocaba, se hallaba en un bosque…y si la memoria no le fallaba, el bosque más cercano a Nash’sera era el Lijhen, en el centro del cual se expandía el lago Móredy.
Eladien permaneció en silencio, temerosa de abrir la boca para no romper el silencio que el pájaro había creado. Los grillos y otros animales que no supo distinguir cantaban alegremente bajo la lluvia, seguramente escondidos y bien protegidos de esta en los troncos y raíces de los árboles.
- Bájate-. Eladien obedeció sin rechistar, deseosa de tocar tierra firme, y al bajar del lomo del ave cayó de bruces al suelo, pringándose todo el cuerpo por igual.
El pájaro, curiosamente de cuatro robustas patas que acababan en afiladas garras que crearon amenazadores surcos en el barro, se apoyó sobre las dos traseras y observó a Eladien con detenimiento, pasando la mirada por todo su cuerpo y volteando la cabeza ligeramente mientras lo hacía. Era un animal que Eladien no había visto nunca, pero a pesar de parecer amenazador…se percibía bondad en él.
Aunque aquella observación podía deberse en gran parte a que le había salvado la vida.
- Debo marcharme ya. Ya he hecho lo que tenía que hacer. Recuerda bien lo que voy a decirte, Eladien: no vuelvas a Nash’sera, jamás. Pase lo que pase. Tu destino ya no está en ese lugar.
- ¡Espera!-, Gritó justo cuando el pájaro se disponía a desplegar sus alas para echar a volar, y su grito, alto y repentino, ensombreció por momentos el canto de los grillos-, Dime quien o…qué eres, por favor.
Necesitaba saberlo. Sentía la enorme necesidad que conocer al menos ese detalle, porque de lo demás, no sabía ni entendía nada.
- Estoy de tu bando. Del bando de la naturaleza. Es todo cuanto puedo decirte.
Y sin más, batió con fuerza sus alas y emprendió el vuelo, alejándose de ella hasta desaparecer sobre las copas de los altos árboles que en aquel desconocido y en apariencia solitario bosque, eran su única compañía.