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Eladien [ESPAÑOL]
Capítulo II: El legado tras la puerta

Capítulo II: El legado tras la puerta

Capítulo II: El legado tras la puerta.

- Eladien…

Notaba su cuerpo atontado, lento y pesado, y la mente embotada, impidiéndole pensar con claridad. Aquella…voz (grave y seca), no llegaba hasta sus oídos. Estos no la captaban, era…su mente.

Aquel rostro de anciana tallado a relieve en la madera se estaba dirigiendo a ella, hablándole directamente en su cabeza mientras sus ojos se zambullían en los suyos, mirando su interior, ahondando en su corazón. Sin saber por qué, el sentimiento de algo lejano pero muy conocido para ella, afloró en lo más profundo de Eladien, creándole una sensación de bienestar y melancolía que no entendía. ¿Qué era aquello? Ese día iba a ser perfecto…ir a comer con Érien, pasar juntas el resto de la tarde e ir al Festival de las Tormentas…pero ahí estaba, contemplando, atónita, una pila de leña mojada que la miraba ceñuda mientras el agua recorría todo su cuerpo y la calaba hasta los huesos.

- Eladien…

De nuevo la voz de anciana retumbando en su cabeza, acallando sus propios pensamientos, y Eladien volvió a tener la misma sensación de antes, aunque ahora se había sumado otra emoción más: tristeza. Una tristeza que le agarraba el corazón, enfriándolo, mientras que por alguna razón que aún desconocía, el llanto trataba de abrirse paso en su garganta, pugnando por expresar la mezcla de sentimientos que se arremolinaban en su interior.

Y sin previo aviso, un recuerdo floreció en ella: una habitación empapelada de color crema, con varios cuadros de animales colgados y algún que otro retrato, iluminada tan solo por una ventana con marco de madera que proyectaba un haz de luz sobre una anciana de rostro apergaminado, pelo raído de color blanco y unos ojos entre marrón y miel que se hallaba estirada en una cama de sábanas blancas. Bajo los ojos se marcaban profundamente sus ojeras, marrones y surcadas de alguna vena que otra que llegaba hasta sus sienes, al igual que sus manos, arrugadas y delgadas, que entrelazó en su barriga cuando le habló, con una voz grave y seca, igual a la que sonaba en el interior de su cabeza en esos momentos: la voz de su abuela Eithenalle.

- Eladien…querida…

No podía creerlo, no podía, pero avanzó un paso, acercándose a la pequeña montaña de troncos sin poder quitar la vista del que creía, era el rostro de su abuela, parándose a medio metro de su base. No entendía nada. Sin duda se había resbalado en las baldosas de piedra y se había pegado un golpe en la cabeza. Un golpe muy fuerte. Abrió la boca y volvió a cerrarla al no saber qué decir, ya que no estaba segura de que aquello fuera real.

- Eladien…mi niña…

Se quedó a medio alzar el pie para dar un paso, estupefacta por lo que acaba de oír, o, mejor dicho, por lo que acababa de escuchar en su mente. Aquello era muy raro, pero la sensación de nostalgia y tristeza que fluía en su interior no se desvanecía; es más, se hacía más fuerte con cada palabra, como si el recuerdo azuzara a los sentimientos a salir a la superficie, a manifestarse.

- ¿A…abuela?-. La palabra salió sin que la hubiera pensado; sus labios se movieron solos, empujados por las emociones que luchaba por mantener a raya.

El aire seguía silbando a su alrededor, levantando hojas y pequeñas ramas, golpeando la casa y moviendo su pelo en todas direcciones, pero ella no lo notaba, solo podía pensar en que aquello no podía ser real, aunque lo viera tan claramente cómo veía el charco sobre el cual había aterrizado antes al caer, manchándose de barro por completo. Los labios se movieron de nuevo, creando muescas en la agrietada superficie de la leña y dejando ver aquel agujero negro.

- Eladien…me alegro…de ver que has crecido sana y fuerte…

- Abuela… ¿de verdad…eres tú?

El silencio se mantuvo tan solo un segundo, pero a Eladien le pareció una eternidad en la que luchó por no dejar salir libremente lo que sentía.

- Sí, Eladien…soy yo. Querida…cuanto tiempo deseando poder mostrarme ante ti…Oh, querida…que guapa estás…

Realmente era ella…

Aquello sobrepasaba su ideal de un día normal, pero se sentía bien…pues, sino estaba soñando (o se había dado un golpe en la cabeza al resbalar) significaba que realmente estaba hablando con su abuela Eithenalle, con quién había pasado la mayoría de las tardes de su niñez, ya fuera jugando, hablando o escuchando sus historias sobre brujas, malvados magos y apuestos caballeros. Eithenalle… quién había muerto pocos años antes que sus padres…Y allí estaba ahora.

Se preguntó si llamar a Érien, pero se sentía demasiado confusa para moverse, además de que le daba miedo encontrar una simple pila de troncos cuando volviera con ella. Le daba miedo hasta pestañear, por si cuando abría los ojos ya no estaba allí.

- Abuela… ¿cómo…? ¿Cómo es que estás aquí? -, Consciente de que la pregunta que realmente la intrigaba no era esa, la formuló-, ¿Cómo…porqué puedo verte ahora? ¿Por qué no te has mostrado…? -, Esa era la palabra que ella había utilizado-, ¿antes?

Su abuela sonrió, produciendo un chirriante sonido al desencajarse un poco la madera.

- Siempre he estado por aquí, querida-, ¿Qué siempre había estado allí? Que ella supiera, no la había visto nunca y Érien tampoco. A menos que no le hubiera dicho nada-, pero no has podido verme hasta hoy.

No lo entendía. ¿Por qué ahora la podía ver y anteriormente no? Tenía tantas preguntas que hacerle…

- Eladien…hoy es el día.

- El día… ¿el día para qué? ¿De qué hablas, abuela?

Demasiadas preguntas. Se sentía exhausta…necesitaba sentarse y tomarse una tila. O tal vez dos.

- Hoy puedes verme porque…has cumplido veinticuatro años, Eladien.

¿Que la podía ver porque era su vigésimo cuarto aniversario? No tenía mucho sentido para ella, aunque en realidad, nada de eso lo tenía. Ni el hecho de que su abuela estuviera ahí, ni que ella la pudiera ver…nada.

- En nuestra familia, las…mujeres, obtienen la madurez a los veinticuatro años.

Madurez…Se preguntó que tenía que ver la madurez con aquello. Ella había creído en esas cosas (en fantasmas exactamente) antes de madurar, no después. Al crecer ( y a causa de la muerte de su abuela y sus padres) su parte racional había expulsado cualquier cosa que no pudiera explicarse.

- ¿Puedo verte porque tengo veinticuatro años?

La madera se contrajo en un remedo de sonrisa y aquellos ojos curtidos se entornaron un poco, con aire solemne.

- Nosotras, unas cuantas, en la familia, más o menos cada dos generaciones, sino más, tenemos…ciertos dones-, ¿Dones? Ahora sí que se había perdido…se apartó los mechones que le caían por la cara, llena de barro, e intentó lavarse las manos en el vestido, ensuciándolas aún más. Aquello lo hacía siempre que estaba nerviosa por algo. Y en esos momentos, su lago interior no estaba en calma, sino agitado, nervioso, con fuertes ondas de sentimientos contrarios que chocaban en el centro de la superficie, uniéndose y expandiéndose por todos lados, a sus anchas, tratando de emerger en forma de lágrimas por los ojos de Eladien, quien, con gran esfuerzo, los mantuvo a todos a raya. A la tristeza y la alegría, a la melancolía y al inexorable olvido, a la nostalgia. Al dolor-, El momento de recibir tus dones ha llegado, Eladien. Estoy aquí para que los puedas recibir, aunque no literalmente, ya que siempre los has tenido.

¿Dones? ¿Dones que ella siempre ha tenido? ¿Que había llegado el día?

- ¿De qué hablas? No te entiendo, abuela…estoy…confusa-, Aquella palabra se quedaba corta para expresar como se sentía, pero fue la primera que le vino en mente-, No entiendo cómo es que estás aquí y ahora… ¿también puede verte Érien?

- No, cariño. Érien solo podrá verme cuando cumpla la madurez de…mujer. Y eso si puede canalizar su don.

- ¿Canalizar el don? ¿Como…?

La anciana sonrió de nuevo mientras el agua se colaba por las pequeñas fisuras que formaban su rostro. Aquello era totalmente irreal…no podía…

- Ya te lo he dicho, Eladien. Los dones de nuestra familia están solo en algunas, aunque a veces hay mujeres que lo tienen, pero no lo saben canalizar por el simple hecho de que no pueden. Algunas, no están destinadas a ello. Pero tú sí.

Aquellas palabras provocaron un incómodo silencio que fue roto por el estruendo de un trueno que el cielo descargó con furia en el este, hacia dónde iba ahora la tormenta. Dones…dones que había en su familia, que se saltaban algunas generaciones y que solo algunas mujeres podían…controlar, según había entendido. Pestañeó confusa y al abrir los ojos casi esperó encontrarse tirada en el suelo con un chichón en la cabeza, con la montaña de leña que había ido a buscar siendo lo que era; una montaña de madera. Pero no fue así. Al abrirlos, el rostro de su abuela seguía allí.

- ¿Como sabes que yo…sí que puedo? Nunca dijiste nada… No mencionaste nada de los “dones” mientras estabas…-, Tragó saliva con dificultad y esta le supo amarga-, con nosotros. Oh, abuela. Te echo tanto de menos…y Érien también…cuando os fuisteis todos nos quedamos tan solas…yo no sabía qué hacer y…

Estaba dejando que los sentimientos (especialmente el de pérdida, caliente y frío a la vez, punzante) florecieran sobre su piel y aquello era algo que quería controlar desde la muerte de sus padres. Aunque no era fácil y aún menos saludable.

- Sí que puedes, mi niña. Lo sé. Hoy has escuchado las voces de todas las almas que moran aquí.

Un rayo surcó las negras nubes y su fulgor quedó grabado durante unos instantes en la retina de Eladien, seguido de un trueno que resonó lejos. Los susurros de las almas…eran los que ella había estado oyendo ese día…el viento que la había lanzado al suelo…eran las almas que estaban ligadas a la tierra. Y ella las había escuchado, sin comprender que le querían decir.

- Has escuchado la llamada de la naturaleza. La de las almas que han vuelto a la tierra, reencarnadas en otras formas de vida: flores, árboles, animales… La naturaleza se ha comunicado contigo porque sabe que puedes oírla, Eladien.

La llamada de la naturaleza… Las almas que volvían a la tierra…Había leído bastante sobre la vida terrenal y la que venía después… Pero aquello… Disimuló un escalofrío moviéndose un poco, como si fuese a dar un paso.

- ¿Y por qué me hablaban esas voces? ¿Porque yo, abuela?

- Esas voces te hablaban para ver si las podías oír, Eladien. Y en parte lo has hecho, lo que demuestra que tus poderes serán activos en poco tiempo.

- ¿Activos? ¿Y cómo…?

- Hoy recibirás el poder de controlar tus dones, Eladien. Los recibirás hoy, en el mismo instante de tu nacimiento, veinticuatro años atrás. Las cuatro fases de tu crecimiento se alinearán, abriendo así la puerta que ha permanecido cerrada todo este tiempo. La puerta por la cual pasará aquello que te pertenece.

Definitivamente, necesitaba una tila. O mejor, un buen trago de whisky de Haikdú, una bebida tan fuerte que hasta los hombres más robustos tomaban con precaución.

La puerta que daba vía libre a sus dones…

- Abuela, ¿ por qué nunca me dijiste nada? ¿ Por qué me lo dices ahora, cuando queda poco tiempo para que los reciba?

El rostro de su abuela se contrajo un poco y debido a las gotas que bajaban por él, daba la impresión de que estaba llorando. Nunca mencionó nada de todo aquello en las incontables tardes que pasaron juntas en el jardín de casa, dónde su abuela le enseñaba a diferenciar las muy variadas especies de pájaros. Nunca habló de ningún don, aunque hubo tiempo suficiente para ello. Y allí estaba ahora, contándole todo aquello que le atañía en el último momento…

Eladien estaba un poco enfadada porque todo le había venido sin previo aviso… pero la alegría de poder hablar con su abuela una vez más se imponía ante el mal humor.

- Eras… pequeña, Eladien. No quería que pasaras toda tu niñez esperando este día, poniendo la mirada en el futuro en vez de mirar el presente. Quería que crecieras con los mismos pensamientos que tienen los demás niños, que disfrutaras de las mismas cosas. No quería que tuvieras secretos. Estaba esperando el momento adecuado, cuando ya fueras más mayor, pero…la dama negra me alcanzó antes… Lo siento mucho, mi niña. Debes de saber que, aunque esto te convierte en alguien especial…no serás diferente a los demás, no temas por ello. Simplemente trata de mantenerlo en secreto, no lo airees a los cuatro vientos.

Para asombro de Eladien, la expresión de su abuela se tornó ceñuda y le lanzó una mirada que le recordó a cuando se disponía a regañarla por algo, y eso la hizo sonreír. Esperaba que nadie estuviese observando en esos momentos, porque entonces la tacharían de loca sin darle tiempo a pestañear.

- Abuela…te quiero muchísimo. Y Érien también. Tiene un retrato tuyo en su mesita de noche. Al igual que yo-, De nuevo, le dio la impresión de que caían lágrimas por el relieve-, Una pregunta, abuela. ¿Qué…dones se supone que tengo?

Sabiendo lo que iba a ocurrir, prefería saber que serían aquellos “dones”. No quería ningún escándalo por las sorpresas.

- Desgraciadamente, eso no lo sé. Estos derivan de tu propia naturaleza y de esta misma, pero cuales son, tendrás que averiguarlo tú, querida. Cada don va ligado al alma de la persona que lo controla, es paralelo a su esencia, a su corazón, a sus más fervientes deseos. Cada don, es único, personal. Tus dones, son tú, lo que tú eres, Eladien. Una persona bondadosa capaz de controlar su don, sería un foco de bondad, de ánimos. Los dones se basan en lo que tú quieres, en lo que tú deseas y a veces en lo que necesites. Evolucionaran según tus necesidades, pero todo ello debe de estar volcado en buenas obras, recuérdalo.

Estaba tan atenta que apenas era consciente de todo lo que la rodeaba, con los ojos abiertos e inclinada hacia delante para oír mejor. Si no había entendido mal, sus dones serían un reflejo de lo que era en su interior, de lo que ella deseara. Estaba tratando de asimilarlo todo lo más rápido posible, pero sentía como si le estuvieran dando martillazos en la cabeza. Se sentía helada, un poco mareada y la mente se le nublaba por momentos, pero con un gran esfuerzo permaneció en pie, saboreando cada segundo que pasaba en “presencia” de su abuela. Aquello le daba fuerzas.

- Ya casi es la hora. La puerta está abriéndose… Me alegro de ver que estás bien, Eladien. Sabía que crecerías fuerte y hermosa, como tu madre. Cuídate mucho querida. Por cierto-, Eladien sentía que empezaban a fallarle las fuerzas y que le costaba trabajo pensar-, recuerdos de tus padres. Liley dice que estás preciosa. Los dos están muy orgullosos de ti y de Érien. Os quieren mucho. Y yo también. Ahora debo irme-. Eladien abrió la boca para pedirle que no se fuera, que no la abandonara, otra vez. Pero estaba como paralizada, bajo la lluvia, llena de barro de arriba abajo y con el cuerpo entumecido por el frío. Casi no podía mantener los ojos abiertos…le costaba trabajo seguir de pie.

La superficie de los troncos volvió a retorcerse hacia el centro, separando las facciones de su abuela, la cual ya se había ido. Y con ello, sus últimas fuerzas. Sentía como si el suelo se abalanzara hacia ella…y todo se volvió negro.

Eladien se sentía ingrávida, como si flotara en medio de un espacio totalmente negro, sin resquicios de luz por los que poder mirar y en el cual el rey era el silencio, dominando el lugar junto con la soberana oscuridad. Giró la cabeza en todas direcciones. O eso creía, pues apenas veía su propio cuerpo; era como estar en lo más profundo del océano, con la excepción de que allí podía respirar.

Los martilleos en la cabeza no habían cesado y notaba como la sangre se agolpaba en sus sienes. Se preguntó si no estaría boca abajo, pero en aquel lugar no podía saberlo. Se llevó las manos a la cabeza para ver si el pelo estaba hacia abajo o estaba estirado en dirección contraria a su cuero cabelludo, pero cuando tenía la mano a medio camino, un sonido silbante en la negrura la dejó inmóvil.

Giró la cabeza, tratando de buscar el origen de aquel ruido que iba aumentando de intensidad, pero no alcanzó a ver nada. Hasta que una luz morada iluminó su rostro. Una pequeña línea que irradiaba la luz surcó el aire y se paró a cierta distancia de ella, titilando con intensidad al compás de aquel sonido silbante. Eladien no sabía si correr o dirigirse hacia la luz pero aunque se hubiese decidido por alguna de las dos opciones, no podía moverse, ya que sentía su cuerpo totalmente rígido. No podía ni pestañear.

La línea se movió lentamente hacia la derecha, dejando en su recorrido una permanente estela de luz que se mantenía en el aire y cuando había recorrido cierta distancia, cambió de dirección y siguió su trazado hacia arriba (o lo que Eladien consideraba que era hacia arriba), tras lo cual giró a la izquierda y luego hacia abajo, llegando al mismo punto en el que había empezado a moverse y dejando un cuadrado perfecto grabado en el aire, cuyos extremos brillaban con destellos morados. Se preguntaba que era aquello.

O, mejor dicho, donde se encontraba.

El punto de luz que había creado el cuadrado se dirigió flotando hacia el centro de este y empezó a palpitar más fuerte y a un ritmo más acelerado que antes, al tiempo que se iba haciendo más y más grande con cada latido, envolviendo con su luz morada todo el perímetro, para luego disminuir de nuevo, poco a poco, dejando ver en su retroceso una gran puerta de piedra, y una vez que el foco de luz se convirtió en un punto, desapareció.

Estaba pasmada y aterrada por la majestuosa puerta que se alzaba ante ella, rodeada de la más completa oscuridad, rasgada solo por la mortecina luz que emanaba de la junta de las dos grandes hojas, ambas sin manilla. Varios grabados en oro y otro mineral azul que brillaba intensamente, recorrían sus marcos, algunos rectos y otros sinuosos pero que aparentemente acaban todos en el mismo sitio. O partían de él. Todas las líneas que cruzaban la puerta nacían (o morían, aún no lo tenía claro, pues el trazado era muy complejo) en el centro de la junta de ambas puertas, en un elaborado dibujo amarillo y azul brillante que formaba un círculo, en el cual entraban (o salían) todos los grabados que había en la puerta. Se entrecruzaban en la circunferencia de una manera muy complicada, casi sin sentido, pero en el centro de esta todos se separaban y se unían de nuevo en otros lugares, creando un perfecto ojo de iris azul que miró en su dirección, justamente a los suyos.

Aquello le provocó tal sobresalto que casi le dio un vuelco el corazón. El ojo se había movido y había mirado en su dirección, estaba segura. Tan segura como lo estaba de qué no sabía qué lugar era ese.

El ojo volvió a moverse y su pupila volvió al centro, mirando al frente, tras lo cual las hojas de la puerta empezaron a abrirse hacia fuera, dejando ver lo que había tras ella: en lo que parecía una sala iluminada tenuemente con una luz mortecina, un remolino formado por algo parecido a tentáculos de colores se agitaba, contrayéndose, rodeándose unos a otros, formando extrañas curvas o sobresaliendo hacia fuera como grandes e invertebrados brazos exentos de manos. Cuando la puerta se abrió del todo, los “tentáculos” se estremecieron un poco y brillaron intensamente, cada uno con su color: rojo, amarillo, blanco, verde, azul, morado, naranja y negro, todos bailando una danza de confusos tonos.

El tentáculo rojo se separó grácilmente de los demás y salió de la sala que había al otro lado para emerger en aquel extraño e ingrávido lugar, dónde se deslizó sinuoso por la nada y fluyó hacia Eladien, dejando una estela roja tras su cuerpo (tan o más largo que el de ella) que moría a los pocos instantes.

Se paró delante de Eladien, en su campo visual, y se quedó inmóvil, levitando horizontalmente en medio de aquel oscuro mar. El tentáculo rojo (no se le ocurría otra palabra que se adaptara mejor) se acercó a su pecho y lo traspasó un poco; no como algo físico, tangible, sino como si fuera humo entrando por los poros de la piel.

" Está bien, Moih’voir."

Al igual que con su abuela, la voz retumbó en su cabeza, potente y grave, dejándola anonadada.

" Serás portadora de nuestro poder. Desde ahora, seremos uno."

Abrió la boca para contestar, pero estaba tan rígida como una piedra, mirando aquel largo brazo que, sin previo aviso, se impulsó hacia ella y entró en su interior, provocándole un estremecimiento y un dolor que la habría obligado a doblarse por la cintura su hubiera podido. Y a gritar, pero no sé sentía dueña ni de un mísero milímetro de su cuerpo. Sin embargo, el dolor cesó tan rápido como había empezado, dejando únicamente una sensación de calidez por donde había entrado. Eladien no entendía nada, y menos aun lo que acababa de ocurrir. Esa cosa había entrado en su cuerpo y… ¿se había instalado? Le dolía la cabeza de nuevo y el pálpito que notaba en las sienes iba en aumento, pero apenas le prestó atención cuando vio como los demás tentáculos también salían por la fortuita puerta y se dirigían hacia ella uno por uno, sin darle la opción de decir que no (aunque no estaba segura de sí lo habría dicho a esas alturas), todos repitiendo las palabras exactas que había usado su congénere rojo.

Se preguntó que sería una Moih’voir.

El tentáculo de color verde fue el último en entrar en ella, sacudiéndola del dolor y aún se repetía el eco de su voz cuando el último tramo de su largo y fluido cuerpo desaparecía bajo sus ropas.

"Desde ahora, seremos uno…"

Se quedó sola de nuevo, suspendida en el aire, aturdida por los acontecimientos y sin nada más que observar que la gran puerta, por la cual se veía ahora una sala vacía con el mismo intrincado dibujo que lucía la puerta, grabado en la pared del fondo, rodeado por dos espejos con marcos de hierro que no reflejaban nada más que oscuridad.

- Oh, por favor, ¡Eladien!

Escuchaba una voz a los lejos…

- Eladien, di algo, venga, por favor. No me dejes, Eladien…No…

Unas manos le agarraron bruscamente los hombros y la zarandearon, con lo que la cabeza le dio vueltas. Cerró los ojos para intentar disipar el mareo y cuando los abrió, se encontró a Érien mirándola desde arriba, con los ojos enrojecidos y anegados de lágrimas que se sumaban a la tromba de agua que caía sobre ellas. Al ver que Eladien abría los ojos se tiró encima suyo y la abrazó, manchándose con el barro que cubría todo el cuerpo de su hermana mayor.

- ¿Qué…que ha pasado?-. La dolía la cabeza, y se sentía como si hubiera corrido durante horas.

Érien levantó un poco la cabeza de su pecho y la miró con la cara contraída por el llanto. Se había asustado al verla en el suelo…Eladien se irguió un poco y abrazó a su hermana pequeña, estrechándola contra ella y susurrándole que todo iba bien.

- Me he…me he asustado mucho. Creí...creí que…-. Rompió a llorar con más fuerza y se agarró a ella todo lo que pudo.

- Tranquila, Érien…Estoy bien. Me he… resbalado y he perdido el conocimiento.

Realmente no sabía si en verdad había sido así…

Eladien miró en dirección a la pila de leña, pero esta estaba como siempre: apilada de cualquier forma y con la superficie de los troncos curtida. Como siempre. No había ninguna cara mirándola. ¿Había…? Se preguntó si, al fin y al cabo, no había resbalado de verdad y se había dado un buen golpe, pues sentía dolor en la parte posterior de esta.

Todo había sido obra de su imaginación.

Instintivamente se tocó con los dedos la zona por la que habían entrado aquellos “tentáculos”, pero no había nada raro, estaba lisa y tersa como siempre, además de mojada.

- Vayamos al interior, Érien. Vas a resfriarte o peor aún, arrugarte como una sirena-, Érien se apartó un poco de ella y sonrió, marcando sus hoyuelos, haciendo una sonrisa perfecta, si no fuese por las lágrimas que seguían brotando de sus ojos.

- Vaya, volvemos a estar mojadas de nuevo…Parece que tendremos que volver a bañarnos. Yo al menos… Tengo todo el cuerpo entumecido por el frío…

Érien esbozó otra sonrisa debida a la idea de un baño caliente y corrió hacia el interior de la casa, seguida por una Eladien que no había estado tan confusa en toda su vida. Solo estaba segura de una cosa: no tendría el valor de usar esa leña para encender un fuego.

18 de Mayo

El día amaneció soleado, sin ninguna nube que surcara el esplendoroso cielo azul que anunciaba un día seco y caluroso en contraste con las noches pasadas.

Eladien estaba en la cama, despierta, pero con los ojos cerrados; apenas había dormido en toda la noche. Había pasado varias horas en vela (se metió en la cama en cuanto supo que no habría festival) cavilando sobre lo que había ocurrido cuando salió al jardín la noche anterior, pero tras horas de reflexión no llegó a nada claro. No había ningún indicio de que aquello hubiese sido real, pero, sin embargo, a ella le había parecido muy vivo.

No como un sueño, más bien como un recuerdo, algo que había vivido de verdad. Aunque eso sucedía con casi todos los sueños…

Se levantó de la cama y abrió las cortinas de seda azul de la habitación, dejando entrar los rayos del sol, que cayeron en diagonal sobre la moqueta del suelo. Las paredes de su habitación, al igual que toda la casa a excepción del cuarto de baño, estaban empapeladas de color crema y en dos de ellas había colgadas estanterías con varios libros que conservaba desde su niñez.

Al lado de la cama había una mesita de noche barnizada sobre la cual descansaba una lámpara con la vela apagada y un pequeño libro en cuya portada rezaba: El canto de las sirenas. Era uno de los manuscritos de su madre, del que habían estado hablando ella y Érien la noche anterior, mientras tomaban un baño juntas. A Érien le encantaba ese en particular y Eladien se había propuesto aprendérselo de memoria para contárselo cuando su hermana pequeña quisiera.

Se plantó delante del espejo que estaba recostado debajo de una de las estanterías y se miró en él. Repasó cada centímetro de su cuerpo, buscando algo fuera de lo normal, pero todo estaba en su sitio, incluso el lugar por el que habían entrado aquellos grandes brazos de colores, hasta que se sintió estúpida. Seguramente había sido una alucinación provocada por el golpe en la cabeza… Tampoco notaba ninguna sensación extraña, nada. Cogió el peine que descansaba en una pequeña mesa al lado del espejo y se cepilló un poco el pelo antes de bajar a la cocina, de dónde provenía el sonido de platos y vasos, acompañado de olor a pan tostado. Al llegar abajo encontró a Érien calentando la leche en un lado de la parrilla y para dejar sitio a unas rebanadas de pan, de la cuales salían finos hilillos de humo. Érien se había recogido el pelo en la misma cola alta que llevaba el día anterior, pero se había dejado varios mechones sueltos que le caían de cualquier manera sobre la cara, acentuando más su expresión de recién levantada.

- Buenos días-. Érien también le dio los buenos días con voz ronca, la que solía tener cuando salía de la cama. Algunas cosas, aunque uno creciera, no cambiaban.

Eladien se frotó los ojos al entrar en la cocina, tras lo cual fue a paso presuroso hacia el fuego y sacó las rebanadas de pan con unas pinzas que cogió de la mesa, evitando que acabaran ardiendo. Definitivamente, Érien estaba dormida.

- Buenos días, Eladien.

- Parece que no has dormido mucho.

Érien se sentó en una de las sillas tras verter leche en dos vasos, los cuales puso en la mesa, al lado de las un poco quemadas tostadas, untadas ahora con mantequilla y un poco de azúcar, como les gustaba a las dos.

- No…no he dormido mucho. He…he tenido algunas pesadillas.

- ¿Pesadillas? ¿Sobre qué?

- Sobre…la muerte de mamá, papá y la abuela Eithenalle. Ellos se despedían de mi con la mano mientras se iban…y tú…te ibas con ellos…

Eladien alargó el brazo por encima de la mesa y agarró la mano de Érien, sosteniéndola fuerte, mirándola a los ojos con firme determinación.

- Érien, yo nunca voy a abandonarte. No me iré, estaré a tu lado. Envejeceremos juntas, hermana-. Érien le devolvió el apretón y le acarició la mano, un poco más animada. Y tranquila. Eladien estaba segura de que no había pegado ojo en toda la noche, preocupada y luchando contra los fantasmas del pasado…

No era la primera vez que Eladien había estado inconsciente, pero no por ello Érien se preocupaba menos.

Acabó de almorzar con prisas y tras despedirse de Érien, quien se quedó limpiando la cocina (necesitaba un buen repaso), fue al granero para ordenarlo de nuevo, casi segura de que no volvería a llover hasta dentro de varias semanas. El temporal de lluvias anual ya había pasado, las primeras lluvias de marzo, y no volvería a llover hasta bien entrado abril. O eso esperaba; tenía que darle tiempo para reparar el agujero del granero sino quería perder constantemente la harina. Entró en el granero y con dos pequeñas piedras de fuego (soltaban chispas con tan solo rozarlas un poco entre sí) encendió la pequeña vela que descansaba dentro de la lámpara de espejos, iluminando débilmente el encharcado suelo, aplastado en el lugar en el que estaban la viga y el árbol. Examinó el Hénir con atención y sintió una oleada de tristeza: aquel árbol pertenecía a su familia desde que sus más remotos antepasados habían comprado aquella casa, varios cientos de años atrás. Maldijo la tormenta y se puso a apilar de nuevo el trigo en un ordenado rincón, a drenar los charcos de agua y harina y a salvar lo poco que quedaba de esta. Molió el trigo durante horas, sudando de sobremanera y jadeando del cansancio, pero sabía que debía de hacerlo, pues sino no tendrían nada que vender y sin ello, dinero con que comprar comida.

Mientras molía, no podía evitar que sus pensamientos volvieran a la noche anterior cuando (ya no estaba tan segura) había hablado con su abuela y ella le había dicho…Dones…Pensar en ello le daba dolor de cabeza, pues su mente era toda una confusa maraña de cosas... irreales, pero que recordaba tan nítidamente como recordaba haberse bañado la noche anterior. Nada de aquello le parecía probable. Menos en esos momentos, cuando estaba sudando a chorros para conseguir el dinero con que mantener a su hermana y a ella misma. Pero había sido tan real…la sensación de calidez, la voz de Eithenalle, hablándole en medio de una tormentosa noche. La puerta.

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No pudo evitar un escalofrío al recordar la gran y majestuosa puerta que había aparecido ante ella, en medio de aquel remoto lugar, la que se había abierto para dar vía libre a sus…dones. Si aquello era un sueño, se preocuparía de su estado mental. Se preguntó si contárselo a Érien, pero al no estar segura de sí aquello había real (¿Lo había sido?) prefirió no hacerlo, al menos de momento. No quería quedar como una idiota, preocupándose por un sueño que no tenía sentido.

Pero… ¿y si realmente todo aquello había…ocurrido? ¿Cuáles serían sus dones entonces? Los que se suponía iban ligados a su alma, siendo un reflejo de lo que era ella…según aquel rostro labrado en la leña.

Frunció el ceño, enfadada consigo misma por estar pensando en esas cosas absurdas, y cuando al fin estuvo satisfecha con la cantidad de trigo que había molido (tendría que moler mucho más el día siguiente, pero con eso le bastaba por el momento) salió del granero, llevándose el dorso de la mano derecha a los ojos en un acto instintivo, para protegerse de la luz del sol, que ya estaba en su cénit.

Hacía calor, mucha, pero Eladien estaba contenta de que a hubiese pasado la temporada de lluvias…por no mencionar las tormentas.

Entró un momento a casa para cambiar el simple vestido de seda blanca que llevaba por otro de dos piezas; una falda pantalón marrón con enaguas verdes y una blusa, ancha y larga hasta más abajo de la cintura, con escote redondeado que no dejaba ver más de lo necesario y de color beige, todo el conjunto de seda. Un regalo de la señora mayor que vivía en la casa de al lado. Su antigua profesión era costurera, pero un año atrás tuvo que dejarlo debido a que el pulso le fallaba demasiado, impidiéndole coser. Se acercó al espejo y se recogió el pelo en una cola, atándolo con la cinta roja que su abuela Eithenalle le había regalado en su niñez. Eithenalle…Sacudió la cabeza al tiempo que bajaba las escaleras, empujando a esos pensamientos a un lejano rincón de su mente, aun sabiendo que volverían.

- Érien-, La encontró en el jardín, arrastrando un saco de cuero lleno de troncos que aún presentaban el aspecto de haber estado bajo la lluvia dos noches seguidas. Iba a decirle que los dejara dónde estaban, pero no le ocurrió que explicación darle para ello, así que decidió dejarlo para más tarde. No había necesidad de usar esa leña para prender fuego de momento, pues aún tenían un pequeño montón en casa. Érien se giró al verla y la saludó con la mano, bajándola de inmediato para seguir agarrando el saco, que casi le llegaba hasta la cintura-, Ahora vengo. Voy a salir un rato para comprar carne y otras cosas. No tardaré mucho, no abras a nadie.

- Ya lo sé… Por cierto-, Su semblante se iluminó con una sonrisa radiante-, Mira a ver si se sabe algo del festival de las tormentas…Espero que se celebre hoy. Hace un día estupendo y seguro que no lloverá.

- Está bien. Miraré a ver si alguien sabe algo. Hasta luego-. Se despidieron desde la pequeña puerta de madera que daba al exterior y Érien volvió a la carga con el saco, tratando de llevarlo hacia la puerta a base de empujones.

En cuanto hubo caminado unos cuantos pasos, Eladien se arrepintió de no haberse llevado algún sombrero para evitar los molestos rayos del sol sobre los ojos.

Ensimismada y con una mano en la frente, usándola de visera improvisada, giró a la izquierda, tomando el mismo camino que cuando fue a comer con Érien. Llegó a la calle principal cuando algunas de las tiendas de madera empezaban a cerrar sus puertas para poder comer con sus familiares. Los edificios se veían más nuevos con el sol, más brillantes, y las piedras de la calzada lanzaban pequeños destellos, sumándose a los que provocaban las joyas que lucían algunas de las mujeres que caminaban en esos momentos por la calle mayor, todas con prisa y con grandes o pequeños sacos en las manos. Había una pareja de adolescentes sentada en la base de la fuente que representaba a una mujer en pie echando chorros de agua por sus delicadas manos, y ambos estaban comiendo un bocadillo mientras miraban la caída del agua, los dos en silencio, pero Eladien advirtió como se lanzaban miradas de reojo entre ellos, aunque la apartaban de inmediato cuando el otro lo notaba. Dos enamorados.

Eladien debía de reconocer que no le importaría saber qué sensación era la de estar enamorada, pero lamentablemente no tenía mucho tiempo para ello teniendo que dirigir el negocio familiar y a la vez hacerse cargo de la educación y manutención de Érien. Tal vez en el futuro. Tal vez.

Una señora robusta y de rizado cabello negro pasó por su lado y la saludó a la par que le sonreía, gesto que Eladien le devolvió con otra sonrisa y unos buenos días. Era la señora Lune, la mujer del alcalde y la madre de Hinna, la muchacha a la que habían saludado Érien y ella cuando se dirigían a las afueras de Nash’sera. Era una mujer muy agradable que siempre tenía una sonrisa pronta para las dos hermanas, pero lo que más le gustaba de ella a Eladien es que cuando sus padres fallecieron estuvo a su lado durante todo el tiempo que necesitaron. Eso era algo que Eladien sabía nunca podría pagarle.

Giró la cabeza en busca de una tienda con un gran letrero rojo y sintió un gran alivio al ver que aún no estaba cerrada del todo. Thurel, el carnicero, estaba bajando el toldo marrón que cubría la entrada, pero la puerta aún estaba abierta, así que corrió hacia la carnicería, mostrando la sonrisa más brillante de la que fue capaz para calmar los malos humos de Thurel, que casi había cerrado la puerta cuando Eladien llegó suspirando por el bochornoso calor, pero la dejó entrar, preguntándole de inmediato que era lo que quería y al vendérselo la echó sin contemplaciones, murmurando cosas sobre que él también tenía que comer y que la mañana era bien larga. Una vez en la calle, con la carne envuelta en un grueso papel y dentro de un saco que se había llevado de casa, corrió de nuevo, esta vez a la panadería, desde dónde Suyi le sonreía, plantada en la puerta con sus pequeños ojos verdes que se perdían entre tanta cara fijados en ella.

- Buenos días, Eladien. Iba a cerrar, pero he visto que llegabas y he supuesto que querrías pan. Te he guardado el que os gusta a Érien y a ti.

- Muchas gracias, Suyi. Habría venido antes, pero la tormenta me destrozó parte del tejado del granero y he estado muy atareada limpiando los destrozos…Esta tormenta ha sido fuerte.

- Y que lo digas. Cuando estalló la de ayer había gente en la plaza haciendo los últimos preparativos para el festival, pero tuvieron que irse corriendo. Hasta los hombres más insensatos saben correr para guarecerse de las tormentas…-. Suyi sonrió y varios pliegues se mostraron en la zona que rodeaba su boca, es decir, su papada se contrajo.

Eladien sonrió también, por educación y porque con la edad empezaba a encontrar graciosos los comentarios de Suyi verso a los hombres, le pagó con unas cuantas monedas de cobre y metió el pan (redondo y grande como la cara de la panadera) en otro saco, este de tela con cuadros rojos y se paró justo en la puerta de la panadería, con un pie en la calle.

Érien le había pedido que se informara sobre el festival de las tormentas, así que se lo preguntó a Suyi, quién, cómo no, estaba muy bien informada de todo. Le contó de los bailarines del Reino de Hidern, qué eran gráciles y apuestos según había oído y que los bailarines del año pasado estaban enfadados por el cambio. Le habló de la marcha de los preparativos para ese día y al final, cuando Eladien creía que nunca le diría lo que quería, le informó de que sería justo a la caída del sol, como todos los años, pero un día más tarde. Y sin tormentas. O al menos eso esperaba ella. Tras despedirse de Suyi volvió a casa a paso ligero, pues el sol había recorrido un buen trecho desde que había salido a hacer las compras.

Cuando llegó a casa preparó la comida con Érien, que miraba como la carne se freía en una sartén con una mirada ávida, y comieron juntas como de costumbre, una a cada lado de la mesa mientras conversaba alegremente.

- Qué bien…al final lo de los bailarines de Hidern no es un rumor. Seguro que el festival de este año será fantástico-, Eladien se preguntó si aquel entusiasmo no se debería a Jerdse, el chico con el que se había citado su hermana pequeña en el festival-, ¿De verdad crees que querrá que bailemos juntos?

Érien se puso tan roja como un tomate en cuanto hubo terminado la frase, arrepintiéndose de haberlo preguntado y Eladien rio con fuerzas. Acabaron de comer con calma y luego fueron al pequeño salón que había al final del pasillo, girando a la derecha, una sala de paredes color verde con un gran sofá, verde también y delante del cual había una mesita alargada con la superficie de cristal, sobre la que había dos pequeños libros de tapa dura. En otra de las paredes se alzaban dos estanterías llenas de libros a más no poder, la mayoría de sus padres. Se sentaron en el sofá y cada una cogió un libro, el que estaban leyendo ese mes. Era algo que hacían dese que Érien aprendió a leer; cada una elegía un libro de los que tenían y lo leían juntas después de comer, un rato cada día.

Esa había sido la única manera de que Érien aprendiera a leer, pero a ninguna de las dos se le ocurrió dejar de hacerlo una vez ya hubo aprendido.

Eladien estaba leyendo un libro titulado “Los diez corceles” y Érien “Coreón”, ambas sentadas sin mediar palabra, inmersas en aquel mundo imaginario que tomaba vida a partir de las hojas, mientras las pasaban atentas y sumamente concentradas, moviéndose únicamente para mirar por una gran ventana de cortinas en seda azul, a través de la cual se observaba el iluminado cielo y cuando estuvo segura de que quedaba poco para que anocheciera avisó a Érien. Subieron juntas al segundo piso y al llegar cada una se fue a su habitación para cambiarse de ropa. Después de todo iban al festival de las tormentas, una celebración anual en Nash’sera, y le apetecía ir bien vestida, de forma elegante, aunque solo fuera una vez al año.

Abrió el armario y separó los vestidos sencillos a un lado, dejando a la vista uno que estaba completamente liso y bien doblado sobre la percha. Lo sacó y se desvistió sin prisas al tiempo que se soltaba la cinta del pelo, cayéndole este sobre hombros y espalda. Pasó de nuevo las puntas de los dedos por la zona en la que había penetrado esa…cosa en su sueño. Pero estaba lisa, como antes. Se acercó al espejo y se pasó el vestido por la cabeza, agachándose para estirarlo del todo para luego mirar su reflejo. Era un vestido de seda fina, rojo y de una sola pieza, largo hasta los tobillos, pero ceñido en las partes que Eladien más generosas tenía, además de un largo y ovalado escote que mostraba el inicio de sus senos, en medio de los cuales, suspendida por una cadena de plata, reposaba una preciosa piedra azul (antes de su abuela Eithenalle) que le arrancaba destellos al haz de luz que entraba por la ventana abierta. Las mangas tenían finos trazados en negro que subían desde las puntas a los hombros y de ahí al inicio del abierto escote. Cogió el peine y se lo pasó de nuevo, recogiéndose el pelo hacia atrás para hacerse un moño que fijó con la misma cinta roja que siempre llevaba puesta, dejando caer varios mechones que se estiraban hacia abajo por el peso de los tirabuzones y cuando le pareció que ya estaba lista para salir bajó a la puerta principal para esperar a Érien, quién para variar estaba tardando.

Mientras esperaba a su hermana pequeña en el recibidor, al lado de la puerta delantera de la casa, que también daba al jardín, alzó la vista y contempló los rostros que la observaban desde el interior de los marcos, pintados en los cuadros para siempre. Eran retratos de sus padres, sonrientes, con miradas de júbilo, de su abuela, sonriente también y con un porte solemne, como ella la recordaba. También había retratos de Eladien y Érien, uno de ellos muy reciente: en él salían las dos hermanas sentadas en la fuente que había en la calle mayor de Nash’sera, con la mujer de brazos alzados detrás de ellas.

Aquel había sido un regalo que Eladien le hizo a Érien para su décimo tercer cumpleaños. Aún se emocionaba cuando recordaba la emoción de su hermana al ver cómo se movían las manos del artista, deslizándose salvaje pero sabiamente por la superficie del lienzo, sin dudar ni un solo momento. Sin embargo, le habría gustado que sus padres aparecieran también en ese cuadro, sentados en el pedestal de la estatua o a su lado. Pero sabía muy bien que era algo imposible, aunque cada noche rezara por ellos; no para que volvieran, pues sabía que no era posible, sino para que estuvieran dónde estuvieran, se encontraran bien.

Eladien seguía observando los retratos cuando Érien apareció por el pasillo, con un moño igual al que se había hecho Eladien y levantando el repulgo de la falda de su vestido amarillo para no pisarla. Aquel vestido también lo había confeccionado su vecina y lo había hecho en un principio grande para que lo pudiera lucir cuando fuera un poco más mayor. De eso hacía ya dos años y ahora el vestido le quedaba hecho a medida, corto en escote y de grandes mangas que se abrían al llegar a las manos, dejando ver bordados verdes en la parte de adentro. Se miraron la una a la otra un momento, sonriendo y tras cogerse del brazo salieron juntas de casa.

Eladien cerró la puerta con llave, echó una última ojeada a la casa y se encaminaron hacia el centro de Nash’sera, rodeadas de familias enteras y parejas que se dirigían presurosas al mismo lugar que todo el pueblo, a la plaza dónde al fin se celebraría el festival de las tormentas. Saludaron al señor Rutgen y a la señora Nednea, la anciana pareja que vivía junto a ellos, los dos sonrientes, con Nednea agarrada al brazo de su anciano marido y ataviada con un gran sombrero azul (aunque no hacía sol) del que sobresalían largas plumas amarillas atadas a la tela con una cinta del mismo color.

Caminaron todo lo rápido que pudieron teniendo en cuenta la cantidad de gente que avanzaba por las empedradas calles, las mujeres arregladas con hermosos vestidos y los hombres con sencillos trajes de colores pardos. Al llegar a la calle mayor giraron a la derecha al llegar a la altura de la fuente con la estatua para bajar por unas grandes y un poco empinadas escaleras que llevaban a una redonda plaza, con el suelo perfectamente cubierto de lisas losas grises y centenares de sillas de madera repartidas en un perfecto cuadrado, todas encaradas a una gran tarima de madera cubierta por un telón rojo.

Entre las filas de sillas había pequeñas mesas cubiertas con manteles de colores, soportando el peso de pequeñas lámparas con las velas encendidas, jarras de vino, agua, cerveza y diferentes tipos de ponche, así como varios platos llenos de pequeños sándwiches, patatas y fruta. Eladien observó a Érien por el rabillo del ojo y vio como giraba la cabeza en todas direcciones, buscando a Jerdse según pensó ella, pero cuando cayó en la cuenta de que su hermana la vigilaba dejó de hacerlo y alzó un poco la barbilla, como si no pasara nada.

Caminaron hacia una de las primeras filas de sillas y se sentaron en ellas (bastante cerca del escenario, en lo que siempre insistía Érien), girándose de vez en cuando para saludar a la multitud de desconocidos que se acercaba a ellas, felicitando a Eladien por su aniversario mientras agregaban entre sonrisas que las dos estaban muy guapas. Eladien siempre se preguntaba si toda aquella simpatía y alegría cada vez que las veían no se debería solo al hecho de la muerte de su familia, aunque fuese por la razón que fuera no le importaba mucho. Todos las habían ayudado de una manera o de otra, desde el primero hasta el último.

Rutgen y Nednea se pusieron justo a su lado, también como cada año. Aquellos ancianos le caían verdaderamente bien.

- Como te decía el otro día, he encontrado un vestido que confeccioné cuando tenía más o menos tu edad, uno que hice para mi… Ay, si me hubieras visto en otros tiempos… Rutgen caía de la emoción cada vez que me veía…-, Miró a su esposo y este sonrió tras darle una chupada a su pipa de tabaco, mostrando los pocos dientes que le quedaban-, bueno, como iba diciendo, hace mucho tiempo hice ese vestido, es precioso, pero está guardado en el armario. Yo ya no tengo el tipo que se necesita para lucirlo… pero tú sí. Quiero que sea tuyo, Eladien-, La aludida abrió la boca para contestar, pero la señora Nednea se le adelantó, sosteniendo sus manos entre las suyas, arrugadas y surcadas de venas-, Quiero que lo tengas tú, por favor. No tengo ninguna hija a la que dejárselo cuando yo… Mira, Eladien. Estoy mayor, todos los sabemos. Quiero dejar mis cosas aquí, en el pueblo, pero ya no me queda a quién dárselo. Mis hijos murieron a manos de aquella enfermedad, sin darme ningún nieto-, Su rostro de contrajo un poco y los ojos se le humedecieron-, Quiero dejar mis posesiones al pueblo. No queremos que nuestras cosas se queden en el olvido. Así que… Quiero que Érien y tú os quedéis con todos los vestidos que hice siendo costurera. Os quedaran preciosos.

Eladien se quedó muda durante un segundo, sin saber que decir, aturdida de nuevo por los sentimientos que despertaban el recuerdo de la enfermedad que se llevó a varias personas con ella. Sus padres incluidos.

- Muchas gracias, Nednea. Ya sabes que si tú y tu marido necesitáis cualquier cosa solo tenéis que decirlo. Estaremos encantadas de ayudarte-. Miró al asiento de al lado para mirar a Érien, quién giraba la cabeza de tanto en tanto, buscando a alguien entre el gentío que comenzaba a llenar la plaza.

- No tienes por qué darme las gracias. Solo acepta mi regalo. Eso me hará muy feliz. Espero vértelos puestos.

Las sillas quedaron ocupadas en solo unos minutos y cuando apenas quedaban sitios libres, el torrente de personas que bajaban las escaleras un momento antes se había reducido a un intermitente goteo, la señora Suyi incluida. Tomaban asiento dónde podían, pendientes del gran telón rojo que empezó a correrse hacia los lados una vez que la última persona estuvo sentada, dejando ver el resto del escenario de madera, dónde unos cuantos músicos habían empezado a tocar los instrumentos que sujetaban: trompetas, tambores y un violín que emitió un sonido agudo cuando terminó el redoble de los tambores, una vez el telón se hubo corrido del todo. Se levantaron murmullos de la muchedumbre que miraba fascinada como un grupo de hombres y mujeres que estaban agachados en la tarima, se incorporaba ágilmente y hacían varias reverencias. Aún quietos, Eladien pudo observar que eran gráciles y de movimientos fluidos.

Eran tres mujeres de largo y ondulado cabello y otros tres hombres, con el pelo corto excepto uno de nariz aguileña, que lo llevaba recogido en una trenza, la cual bailó en el aire cuando se inclinó hacia delante. Todos eran morenos y de buen ver; los hombres musculosos, pero no demasiado, y las mujeres con curvas que atraían las miradas de los varones de Nash’sera tanto o más que la luz a las polillas en la noche, ganándose así algún que otro reproche por parte de sus mujeres, aunque, por lo que Eladien pudo ver, estas tenían los ojos prendados en los tres hombres que, desnudos de cintura para arriba y con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver una dentadura totalmente blanca, mostraban los encantos de que disponían.

Y Eladien no las culpaba por ello.

- Realmente son tan guapos como se decía…

Eladien miró a Érien y ambas rieron, sumándose a los cuchicheos que flotaban por el aire desde las filas de atrás, pero todos se callaron cuando, con movimientos delicados, los bailarines empezaron a danzar al son de los tambores, trompetas y violines, girando sobre sus ejes y saltando de un lado a otro.

A veces las mujeres se subían de un salto en los hombros de los hombres y estos las agarraban de la cintura y las dejaban de nuevo en el suelo, tras lo cual esta saltaba de nuevo y se subía a la espalda del siguiente, al tiempo que hacían piruetas mientras bailaban con ellas y les cogían un brazo para darles una vuelta que acaba en los brazos de otro, una a una, hasta que todas habían girado tanto que Eladien se sintió mareada. El baile duró cerca de media hora, sino más, pero a Eladien no se le hizo en nada largo, ni pesado. Estaba convencida de que eran los mejores bailarines que habían tenido nunca para el Festival de las Tormentas.

Ella y Érien ayudaron a separar las sillas y las mesas para hacer un poco de espacio, pues ya empezaban a reunirse todos en pequeños y grandes grupos y para asombro de Eladien, los bailarines bajaron del escenario y se unieron a la tarea, transportando sillas y mesas, todos con cuidado de no tirar al suelo las cosas puestas sobre estas, y una vez hubieron terminado pasó como cada año: las mujeres se quedaron en una parte de la plaza y los hombres en la otra.

- Espera un poco y verás cómo alguno se acerca a las bailarinas-, Eladien dio un respingo cuando Suyi le habló casi al oído. Se había acercado a ellas mientras tomaban asiento, con una gran bandeja de bocadillos que les obligó a coger, aunque estaban sin hambre-, ¿Has visto como las miran? Suerte que mi amado Gerth sabe que… ¡Eh, Gerth! Maldito bribón sinvergüenza, ¿se puede saber que miras?!

Suyi salió corriendo tras su marido con los bocadillos rodando peligrosamente en los bordes de la bandeja y su gran panza ondeando en el aire, pero milagrosamente ninguno cayó al suelo. Ni ella ni los bocadillos.

La señora Nednea se sentó a su lado, acompañada de su inseparable marido, quien se rascaba la cabeza de vez en cuando, mirando de reojo a las bailarinas cuando creía que ella no lo veía. Eladien acercó cuatro vasos y tras preguntar que quería cada uno para beber (a Érien solo le dejó escoger entre zumo y agua), sirvió tres vasos de zumo y llenó el suyo con cerveza fría. La mirada burlona de Nednea fue respondida con una sonrisa por parte de Eladien; se suponía que la cerveza era algo que bebían los hombres, no las mujeres.

Pero aquello a Eladien le daba igual. Necesitaba algo fuerte para animarse.

- El festival de este año ha sido fantástico. Nunca había visto a nadie moverse de esa manera…-. Comentó Érien desde detrás de su vaso de zumo, con los ojos puestos en el grupo de bailarines que brindaba con jarras de cerveza llenas hasta arriba, gritando de júbilo junto con los hombres de Nash’sera.

- Estás en lo cierto…las mujeres parecían de goma y los hombres les andaban muy a la zaga…Creo que los músicos tampoco son los de siempre. Me sabe mal decirlo, pero este ha sido el mejor Festival de las tormentas desde que vivo aquí-, Aquello era decir mucho, sino más, pues Nednea ya no lucía en nada joven, ni siquiera mayor. Eladien notaba que a veces le costaba trabajo hablar y cómo, de tanto en tanto, se llevaba súbitamente una mano al corazón, pero cuando le preguntaba si le pasaba algo le respondía que no, que eran simples “pinchazos”, cosas de la edad-, Parece que Érien ha quedado con alguien…

Eladien siguió la mirada de Nednea y vislumbró a Jerdse, de cabello corto y marrón, ojos verdes y de mirada traviesa, quien intentaba abrirse paso entre la multitud de mujeres que formaban círculos, cuchicheando entre ellas mientras ojeaban lo que parecía una hoja que daba la impresión haberse doblado muchas veces. Érien rebulló en su asiento, alternando su mirada entre Nednea, quien la miraba de forma maliciosa, con los labios curvados hacia arriba, Eladien y Jerdse, que se paró delante de Érien tan o más rojo que ella, con una flor de grandes pétalos amarillos que le tendió antes de decirle nada.

- Ahora… Ahora vengo. Estaremos cerca, te lo prometo-. Eladien asintió y observó a su hermana que, cogida del brazo de Jerdse, se sentó a dos mesas de distancia, dónde ella la pudiera ver.

- Parece que Érien está creciendo…-. Nednea bebió un corto sorbo de zumo y arregló la camisa de su marido con ternura-, Ese Jerdse no parece un mal chico. Su madre, Mesala, lo está educando muy bien, pero es tan atrevido como lo era su padre…

Eladien ya había escuchado con anterioridad rumores sobre el padre de Jerdse, Ónfrac, quien decían que de joven le gustaba coquetear con todas las mujeres bonitas de Nash’sera. Esperaba que su hijo no fuera igual… Ya tendría unas palabras con él si… aquello iba a más.

- Sí… ha crecido mucho. Y se ha vuelto muy lista. Estoy muy contenta de eso, hace más fácil la convivencia, porque colabora con todo...

- Me alegro mucho por vosotras, Eladien. Y estoy muy segura de que tus padres también lo están.

Aquellas palabras provocaron un corto pero incómodo silencio que fue roto por el sonido de un violín que provenía del escenario, al cual se habían subido de nuevo los músicos, sumándose a la melodía el sonido de los tambores y de las trompetas, con sonidos ora agudos ora graves, sosteniendo las notas durante largos segundos o haciéndolas escuetas, pero los lugareños, entretenidos con sus conversaciones apenas parecían prestarle atención. Y Eladien la que menos.

- Dime, Nednea. Tu conocías bien a mi abuela Eithenalle, ¿no?

- Sí, éramos muy buenas amigas. Solíamos coser juntas algunos domingos mientras tomábamos el té y se pasaba horas y horas hablándome de ti… Decía que tenías mucho talento para aprender.

Eladien no sabía que decir contra aquellas palabras, pero siguió adelante.

- ¿Nunca te contó nada…raro? ¿O viste algo especial en ella?

Esa vez, quién se quedó sin palabras fue Nednea, que extrañada, la miró como si no hubiese entendido la pregunta. Eladien tampoco lo entendía, pero… Debía dejar de pensar en aquel sueño o acabaría loca, estaba segura.

Preguntarle eso a alguien… Decidió que era mejor no decir nada y atar bien la lengua.

- Déjalo, no me hagas caso. Era una tontería.

- Tu abuela… Toda ella era especial, Eladien. Era buena, la mujer más bondadosa que he conocido nunca, bella, de sonrisa pronta y a la que le encantaba ayudar a los demás. No sé si lo recordaras, pero era curandera. Sus hábiles manos y las selectas hierbas que usaba eran efectivas en sus pacientes casi al instante. Se ganó un gran renombre por ello. Y tú, te pareces mucho a ella cuando tenía tu edad… También ella volvía bobos a los hombres…

Su abuela había sido curandera. Eso era algo que Eladien ya sabía, pero… No, pensar en aquello era absurdo, un sinsentido. No había ninguna razón para que le hiciera esas preguntas a Nednea. Un sueño, había sido un sueño.

- Yo no levanto pasiones entre los hombres, Nednea-, Enrojeció al ver a expresión de Nednea, divertida, y entonces le señaló un grupo de muchachos de su edad que la estaban mirando de reojo, todos con enormes jarras de cerveza en las manos-, Bueno, cambiando de tema… Déjame darte las gracias de nuevo por los vestidos… Son preciosos, y te prometo que los llevaré con mucho gusto, Nednea.

Nednea, con la mano en el corazón de nuevo, la retiró en cuanto Eladien se fijó en ello, como si no pasara nada, pero su marido le dirigió una mirada ceñuda a la par que preocupada.

- Nednea, cariño, ¿estás bien? ¿Vuelves a tener esos pinchazos? Ya dije que no era buena idea salir hoy. Estos días ha hecho mucho frío…

- Tranquilo, Rutgen. Estoy bien, no te preocupes-. Nednea volvió a alisarse la ropa con una mano, como en un gesto inconsciente, pero a los pocos instantes la llevó de nuevo al corazón, doblándose por la cintura, emitiendo un seco gemido y agarrando el mantel de la mesa con la otra mano para mantenerse erguida.

- ¡Nednea!

Rápidamente, antes de que Eladien se diese cuenta de lo que estaba pasando, Rutgen cogió a su mujer con suavidad y la posó en el suelo, sus brazos temblando por el esfuerzo y su cara, sombría.

- ¡Ayuda! ¡Mi mujer se ha desmayado!

Érien se acercó corriendo precedida de Jerdse y al llegar ambos se taparon la boca con una mano, con los ojos abiertos a más no poder. Érien se agarró a la falda del vestido de Eladien y escondió la cara. Puso su mano sobre el pequeño hombro de su hermana pequeña y se llevó la otra a un costado de la boca.

- ¡Avisad a Honth! ¡Rápido! -. Eladien tuvo que gritar para hacerse oír sobre la pasmada multitud, pero estuvo segura de que su voz había sonado alta y clara.

La noticia de que la señora Nednea estaba inconsciente se propagó por la plaza como el fuego lo hace en un gallinero, expandiéndose rápidamente y haciendo correr a casi todas las personas que se hallaban allí, buscando a Honth, el curandero que tenían en esa época. Honth tardó apenas un minuto en aparecer, con un traje negro de chaqueta, ésta abierta en esos momentos, dejando ver su blanca camisa, y el pelo, un poco largo, se le había alborotado al correr a toda prisa hacia dónde ellos se encontraban. Sus labios se contrajeron un poco al ver a Nednea en el suelo, pero en un momento estuvo junto a ella, de rodillas y tomándole el pulso con una mano a la par que Rutgen le acariciaba la cara a su esposa, pasando dos dedos temblorosos por aquellas mejillas que semejaban cuero puesto mucho rato al sol.

- Su pulso es… muy intermitente-, Le tomó el pulso también en las muñecas-, y débil. Parece que le cuesta trabajo respirar…-, Nednea abrió un poco los ojos, con aparente dificultad, y estos se fijaron, brillantes como dos perlas, en los de su marido, dónde las lágrimas se le agrupaban, cayendo ya algunas por su cara. Nednea tuvo un espasmo en todo el cuerpo y se incorporó un poco en un rápido movimiento, con los ojos desorbitados y rojos, moviendo la boca repetidamente. Un sonido seco salía de su garganta cada vez que hacía el intento de coger aire y su rostro empezó a pasar del marmoleo blanco al morado, pasando por el verde. Se estaba ahogando-, Aquí no tengo nada de lo que necesito. ¡Maldita sea!

La gente se apiñaba de cualquier manera a su alrededor, formando un círculo de personas con semblantes circunspectos, todos con los ojos fijos en Nednea, que haciendo aquel ruido seco y rasposo se había desplomado en el suelo de nuevo y, con las manos de su marido haciendo almohada bajo su cabeza, la movía un poco hacia los lados a causa del mal pulso de Rutgen en esos momentos.

- Nednea… Nednea… Ahora no… Mi amor… Nednea…

Érien se apretó más contra las piernas de Eladien, como si quisiera estar en cualquier lugar menos en ese, y ella, se sentía igual. Y también impotente, al no saber qué hacer para ayudar a la anciana que había volcado su atención en ella desde la muerte de Liley y Treman. La mujer que había cosido vestidos para ella en casi todos sus cumpleaños. La mujer que se hallaba ahora tirada ante ella sin que pudiera hacer nada para evitar lo inevitable. Como había ocurrido con sus padres.

Nada que poder hacer.

- Alguien deberá ir hasta mi casa y coger las siguientes cosas…

Pero Eladien apenas escuchaba, sumida en un recuerdo que la perseguía sin tregua. Tampoco se dio cuenta de que Niwan salió corriendo por el pasillo humano que se creó al moverse todos hacia un lado, subiendo los escalones de tres en tres. Solo tenía ojos para los de Nednea, que en esos momentos la miraba con intensidad, mientras trataba con visible esfuerzo de que no se le cerraran, y fue entonces cuando Eladien, o mejor dicho, el cuerpo de Eladien, recibió una orden de su subconsciente.

Dejó a Érien con la señora Suyi, quien se había acercado y estaba sentada en una silla, con las manos tapándole la cara, y avanzó el trecho que la separaba de Nednea, con el único sonido en el aire que el de su falda al moverse. Al llegar a la anciana, postrada en el suelo, con los ojos más abiertos que antes e inyectados en sangre, se arrodilló junto a ella y tomó una de sus manos entre las suyas, cerrándolas suavemente. Honth dio un paso hacia ella y le dijo suavemente que se apartara, que no había que alterarla, pero Rutgen, alternando la mirada entre su esposa y Eladien, alzó la cabeza con la determinación grabada a fuego en sus ojos, una determinación tan patente que Honth, cauteloso, se quedó a medio dar un paso.

Pero a Eladien no le importaba nada de todo aquello, no en ese momento. Su mente estaba concentrada en otra cosa. Respiró hondo y dejó que la tensión que había en su cuerpo se disipara, relajando todos los músculos, controlando la respiración hasta bajarla a un ritmo lento, así como los latidos de su corazón, que empezó a bombear más despacio. Se concentró en sus manos, en sus dedos, uñas…y al hacerlo, notó las de Nednea, frías, temblorosas y débiles.

- Conozco esa mirada…

Se levantaron cuchicheos del círculo de gente que observaba, pero Eladien hizo caso omiso de todo cuanto la rodeaba.

Cerró los ojos, centrándose no en lo que veía, sino en lo que sentía, y de sus manos pasó a las de la mujer mayor, notando cada pliegue de su piel, cada arruga, cada poro. De ahí de fue subiendo, pasando por sus brazos, agarrotados por el miedo, sus axilas, sudorosas, y finalmente a su pecho, el cual notaba contraído, claustrofóbico. Podía notar como su corazón empezaba a latir más y más despacio, como su respiración dejaba de estar agitada para…esfumarse. Sentía como la vida abandonaba ese cuerpo, como todo vestigio de una esplendorosa salud cultivada muchos años atrás se alejaba para dar paso a algo sin duda perentorio, pero al fin, encontró lo que buscaba. Un punto de luz titilaba débilmente casi en el centro de su pecho, pero tras cada aumento de luz, parpadeaba, desapareciendo para aparecer de nuevo, iluminando menos que antes. No sabía por qué lo hacía, pero tras aspirar sonoramente aire por la boca, notó como algo fluía en el interior de su cuerpo. Como algo se agitaba.

Sentía como su cuerpo desfallecía cuando poco a poco, aquel fluido pasó desde sus manos a las de Nednea y cómo el cuerpo de la otra mujer vibraba al recibir aquello. De la misma manera que había hecho antes, haciéndolo sin tener idea de cómo ni por qué, como si de un sueño se tratara, controló el flujo que conectaba sus cuerpos y lo dirigió al pecho de Nednea, dónde aquel punto blanco brillaba ya mortecinamente. Ordenó a su energía vital ( era la única explicación que se le ocurría) que rodeara aquella luz, envolviéndola con su calor para acto seguido, atravesarla e infundirle la suya propia, dejando a Eladien débil y fría cuando aquella luz, antes débil y de apariencia efímera, empezó a absorber su energía vital sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo, pues no se sentía capaz de retirar el flujo que la conectaba con ella y con aquel punto ahora brillante y más grande que antes, creciendo con cada latido del corazón de Nednea, ahora fuerte y con un ritmo más cercano al habitual.

Eladien, asustada y cada vez más débil, pues el cuerpo de Nednea estaba absorbiendo toda su energía, recargándose vorazmente, hizo lo único que se le ocurría. Lo que su subconsciente le ordenó hacer. Sin más, sin forcejear con aquel lazo que las unía. Simplemente, lo cortó. Dejó de concentrarse y, desorientada y con el cuerpo tan dolorido como si hubiese estado nadando durante días, miró el rostro de Nednea, un poco menos pálido que unos instantes atrás y comprobó con dos dedos en las muñecas de esta, que su pulso volvía a ser tan firme como lo estaba el de una persona de su edad.

Cansada y abatida, sin poder evitarlo, Eladien se desplomó en el suelo, con la cabeza apoyada en las piernas de Nednea. Estaba mareada y…confusa. Muy confusa. Abrió un poco los ojos y alzó la visa para pasarla desde Érien (a quién abrazaba Suyi con sus grandes y regordetes brazos) a la multitud que observaba en silencio, todos con los ojos prendados en ella, algunos cuchicheando en voz baja, rompiendo el angustioso silencio que envolvía aquella escena.

Unas manos la cogieron de los hombros y la recostaron sobre el suelo, posando su cabeza suavemente sobre algo húmedo y mullido, lo que agradeció bastante, ya que sentía que la cabeza iba a estallarle, si es que su cuerpo no lo hacía antes. Aún notaba cada centímetro de su piel, cada espasmo que movía algún que otro debilitado músculo, su corazón latiendo desbocado al ritmo de su respiración, agitada y sonora. Dos dedos tocaron su cuello y pudo notar como la sangre palpitaba más fuerte en esa zona, aglomerándose.

¿Hacía frío? Sentía el cuerpo helado…

Intentó girar la cabeza para buscar a Nednea, pero Honth se lo impidió, levantándole los párpados con los dedos y acercándose a su cara hasta dejarla a tan solo unos centímetros de distancia. Varias gotas de sudor perlaban su frente, pegándole al cráneo unos cuantos mechones de pelo que antes le caían libremente y su expresión, dejaba a las claras la sorpresa.

- Está bien. Solo necesitas descansar.

El vocerío que había antes en la plaza volvió como una gran tormenta eléctrica, de forma escandalosa, rellenando cada milímetro con voces extrañadas y susurros.

- ¿Qué ha pasado?

- ¿Cómo está la señora Nednea?

Las preguntas se sucedían una tras otra, sin darle tiempo a pensar una respuesta que le sirviera a ella también, pues no tenía ni idea de lo que había sucedido. Sólo… había hecho algo que sabía cómo hacer… Pero no sabía por qué… Ni cómo. Había sido…como si su cuerpo se moviese solo, recibiendo órdenes de la parte de su subconsciente que ella no controlaba. Abrió la boca varias veces para contestar, pero Honth le puso el dedo índice sobre los labios, diciéndole sin hablar que guardara silencio.

- Nednea… Mi amor…-, Las demás voces se acallaron en cuanto se alzó la de Rutgen, sumiendo la noche en un emotivo silencio que ponía de manifiesto las circunstancias del momento-, Honth, por favor, ¿puedes mirar cómo está?

- Claro, Rutgen. Descansa, Eladien-. Eladien veía borroso el rostro de Honth y sus palabras le llegaban casi inaudibles y entrecortadas, pero aun así permaneció en el suelo, mirando el cielo cargado de estrellas sin ser capaz de mover un solo músculo de su cuerpo sin sentir un punzante dolor.

Una silueta que no fue capaz de descifrar se recortó bajo las estrellas y se sentó a su lado, poniéndole una mano en la frente y dándole un suave pero tierno beso en la mejilla. Se esforzó en reconocer a aquella persona que en aquellos momentos la abrazaba con fuerza mientras sus lágrimas caían en su pecho, pero no le hizo falta verla para saber que se trataba de Érien, pues el olor de su perfume era inconfundible.

- Es imposible…-, Las palabras de Honth flotaron en el aire y llegaron hasta sus oídos, pero Eladien no les prestaba atención; solo era capaz de notar el conocido abrazo de su hermana-, Está… está bien. Solo está inconsciente, pero su pulso ha vuelto a la normalidad y su respiración vuelve a ser la de siempre…-, Se sentía aturdida…mareada y notaba como si le hubieran arrancado una parte de su ser… sentía como el vacío flotaba en su cuerpo, cómo aquello que había pasado al cuerpo de Nednea gritaba su ausencia. El abrazo de Érien aumentó de intensidad y con un gran esfuerzo, Eladien alzó un brazo para rodear la cintura de esta y hacerle saber que estaba bien-, Me pregunto cómo…

El sonido de unos pasos le hizo saber que Honth volvía a su lado y no pudo más que reprimir un escalofrío como pudo, asustada por la idea de tener que explicar cómo había hecho lo que ni ella misma entendía. Sin embargo, Honth, simplemente se postró encima suyo, examinando sus ojos de cerca y tomando su pulso cada dos por tres, para luego poner una mano sobre su frente y volver a repetir todo el proceso, como si pensara que la salud de Eladien pudiera cambiar de un momento a otro.

- La señora Nednea está bien.

- ¿Qué ha pasado?

- Mirad, Eladien también está en el suelo. No parece encontrarse bien.

- ¿Habéis visto como temblaba Nednea cuando la ha cogido de la mano?

Los murmullos no tardaron en esparcirse de nuevo por toda la plaza, todos bien compaginados con las variadas expresiones de quienes hablaban.

- ¿Qué ha hecho Eladien? ¿La ha salvado ella?

- Eladien-, Honth le abrió un poco los ojos con las yemas de sus dedos y con la otra mano movió su dedo índice de un lado a otro, el cuál era para ella un palo desdibujado que se mecía en un mareante compás. Sentía ganas de vomitar, pero sus músculos se negaban a ponerse de acuerdo incluso para esa involuntaria e inevitable acción-, No sé cómo lo has hecho…pero, indudablemente, has salvado a la señora Nednea… Tranquila, no voy a pedirte que me expliques nada, por ahora. Ahora te toca descansar.

- Eladien…

Eladien, aún absorta en sus pensamientos y ajena a todo cuanto ocurría a su alrededor, se sobresaltó al oír la voz de Nednea, que, aunque entrecortada, sonaba mucho mejor que aquellos lastimeros gemidos que producía unos minutos atrás.

- Nednea… amor… No hables, descansa.

- Mirad, la señora Nednea se está levantando…

- Ahora tiene mucho mejor aspecto.

Eladien, juntando todas las fuerzas de las que disponía y sabiendo el dolor que aquello le implicaría, giró la cabeza poco a poco, buscando la silueta de Nednea, la cual reconoció al instante a pesar de los puntitos negros que danzaban ante ella. También logró vislumbrar a Rutgen, inclinado sobre su esposa mientras le daba besos en ambas mejillas y le susurraba palabras tranquilizadoras. Alzó la vista y examinó al círculo de personas que los rodeaban, todos variando sus miradas entre Nednea y ella. Miró a Érien, quién se enjuagaba las lágrimas con el dorso de la mano y finalmente a Honth, quién acuclillado al lado de Nednea la miraba con una ceja enarcada.

- Eladien… Gracias-, Nednea también la miraba, con los ojos vidriosos, ya no tan rojos como antes y con el color de su rostro más cercano al habitual. Eladien, simplemente, no podía creerlo. Apenas unos instantes atrás la muerte se estaba apoderando de ella y ahora…estaba tan sana cómo lo había estado al inicio del festival, gracias a algo que ella había… hecho-, A esto me refería cuando te decía que te pareces mucho a tu abuela. Tu abuela Eithenalle… Ella-, Nednea tosió un poco y se llevó una mano a la boca, pero no por ello dejó de hablar. Eladien estaba…abrumada-, También hacía esto.