Mhaieiyu
Arco 1, Capítulo 2
Su Nombre
Dos hombres, armados hasta los dientes, en sentido figurado o literalmente, entraron en una habitación enormemente espaciosa, sus gigantescas puertas talladas con patrones se abrieron lentos a revelar lo que podría llamarse una especie de sala de trono. Decorando las paredes colgaban varias telas con colores y símbolos reales, representativos del reinado del Sindicato. Una gran alfombra roja se alineaba en el suelo, conectando la entrada al trono alto que se encontraba sobre un precipicio de escaleras. Viendo este habitáculo, uno asumiría que se trataba, de hecho, de la pieza central de un imperio grotescamente poderoso.
—General. Brigadier —una voz retumbó al anunciar la presencia de los dos soldados; su coraje paternal y su voz grave, clara y profunda, resaltaría escalofríos bajo la columna de cualquiera y, en cierto sentido, incitaría un consuelo peculiar.
Varios guardias con la misma armadura elegante se veían plantados en sus puestos con firmeza junto a los pisos alfombrados, protegiendo al individuo sentado con una determinación admirable; sus trajes de un gris concreto y todos empuñando una variedad de armas de calibre futurista igualmente imponentes. El hombre que estaba sentado en la bellísima silla adornada era un caballero grande y capaz, incomparable ante los hombres comunes. Su largo e irregular cabello rubio caía más allá de sus hombros. Las muchas cicatrices que se habían formado en su rostro se sumaban a su apariencia consumida por la batalla, su edad apenas la de un anciano. La gran espada meticulosamente forjada que mantenía a su lado, con la punta casi perforando el piso mientras usaba su mango dorado como apoyabrazos, sirvió como pieza envolvente para su brillante figura.
Tanto Kev como el hombre que lo acompañaba se arrodillaron de manera casi sincronizada, ganándose una risa de la figura parecida a un rey.
—¡No disgusten tanto, mis hombres! Subid. Uno no ve Sus Vallas desde el piso humilde. ¡Calma! —ordenó la impresionante autoridad, su carcajada resonando con fuerza contra las paredes.
Poniéndose en pie, El Hombre habló con una sonrisa jovial.
—Saludos, Alpha. ¿Quién está jodiendo con nosotros esta vez, eh?— preguntó, anticipando ya noticias de un motín público o una amenaza extranjera.
El noble balanceó su mano libre mientras se levantaba lentamente, la edad entumeciendo sus articulaciones.
—Buena Diosa, estoy perdiendo mis días. Kev, gracias por la ayuda. Te puedes ir, amigo —le agradeció al General, éste saludándole con un respeto prometido antes de retirarse de la habitación.
El Hombre esperó a que el líder con ademanes de rey se pusiera a su lado, conduciendo a la pareja al exterior del edificio. Justo afuera de la enorme instalación había una exhibición natural de tremenda hermosura; un hecho intencionado para calmar a los más ansiosos individuos del negocio. El edificio sentaba sobre una base encima del borde de una cascada rodeada por una naturaleza frondosa, la combinación de flora junto con los sonidos del agua que caía y rompía trasladaban a cualquiera que lo presenciara a un estado de calma, en una agradable trance. Las dos figuras altas se apoyaron contra las barandillas, el agua fluyendo libremente por debajo de sus pies.
—No sueles hacer este tipo de mierda, viejo —bromeó el Hombre, su voz más suave que sus palabras—. O me estás diciendo que eres hombre muerto, o se está gestando algo jodidísimo.
Alpha soltó una pequeña carcajada, palmeando al Hombre en la espalda con una fuerza sorprendente, ganándose de él un gruñido.
—Mis días están contados, soy lo suficientemente prudente como para decir eso, sí. Que esta última sea tu respuesta, amigo. Se avecinan tormentas vulgares, he de decir. Espero que tengamos la fuerza necesaria como para hacerle frente —explicó, su voz volviéndose más sombría y seria con cada palabra. El Hombre le lanzó una mirada sutil durante unos segundos, antes de fijar hacia adelante una vez más.
Con un suspiro callado, respondió la voz ronca del bebedor reciente.
—Yanksíes? —preguntó, casi sabiendo la respuesta, pero temiendo que fuera verdad.
—No.
—¿Moradores...?
—No llegas.
—Joder… ¿Merodeadores? Policías? ¿Cultistas?
—Te aproximas —pronunció el hombre ‘real’.
Con un gruñido sordo, inhumano y estrepitoso, El Hombre golpeó su cabeza contra los rieles con una fuerza preocupante, mientras refunfuñaba su última suposición.
—Carmesíes...
—Así es —reveló la Cabeza de Hombres, su voz se volvió hueca.
—Tienes que estar de coña... ¡No hicimos retroceder a los cabrones lo suficiente ya? —Gritó el hombre descontento, su ira haciéndole echar espuma de su boca. Con un gesto de reconocimiento, el noble le puso una mano firme en el hombro.
—Eso parece, muchacho. Sé que no te va a gustar, pero ... tú sé el Guardián —replicó Alpha, sintiendo simpatía por su antiguo compañero. Aunque sabía bien que tal calamidad llegaría amenazadoramente pronto, Alpha se había resignado a tal destino desde el día en que lo habían elevado a su puesto. En cuanto al hombre frente a él...
—Sí, no me causó más que problemas. Etiquetas de mierda —escupió El Hombre, nervioso por su situación destinada. Alpha le devolvió una mirada preocupada, dirigiéndose hacia el edificio. Deteniéndose por un momento, habló.
—Es más que una etiqueta, hombre. Entrena tu pelotón; necesitarán toda la formación que puedan recibir. Nos hemos vuelto blandos estos últimos años —concluyó, ofreciendo su consejo antes de alejarse.
Una vez que el monarca estuviera fuera del alcance de su voz, El Hombre suspiró para sí mismo, frustrado.
—Uno de estos días. Lo juro —le dijo a nadie en particular, mirando hacia la destellante ciudad por unos momentos más antes de dirigir su mirada al hospital, una tarea que permanecía en su mente mientras su ansiedad sólo crecía. Echando un vistazo a un dispositivo atado a su muñeca, no muy diferente a un reloj, presionó uno de sus botones antes de hablar por el micrófono: un comunicador.
—Corvus, ¿dónde diablos estás? —Sus pasos se apresuraron mientras pasaba a toda velocidad por delante de sus muchos compañeros de trabajo que vestían con armadura, túnicas o aparatos mecanizados. Después de unos espantosos segundos de silencio en el extremo opuesto, una voz habló:
—Jefe, no te lo vas a creer.
—¡Qué? ¡Carmesíes...?
—¿No? Ese lugar de pollo frito volvió a abrir.
—¡ Joder , hombre! —El Hombre ladró, furioso por la preocupación equivocada—. ¿Estás tratando de darme un ataque?
Se escuchó una risa desde el dispositivo.
—¿Te sientes nervioso hoy, Guardián? Te traeré tu café. Encuéntrame por la principal; considéralo un favor.
—Insolente. Hazlo rápido, tengo cosas que hacer. Y noticias para compartir —admitió, levantando su vista para no ser atropellado por los vehículos que pasaban. Se dio cuenta de que algunas personas lo miraban, y les dirigió una sonrisa bestial.
—¿Noticias? Cuenta, cuenta —respondió Corvus, lleno de curiosidad. El Hombre levantó un dedo por encima del comunicador.
—Que te den —respondió él, sin pestañear. Antes de que el ángel pudiera ofrecer una refutación, la comunicación fue cortada por el ahora burlón hombre. Caminando por las amplias calles densamente pobladas, varias criaturas bípedas que incluía desde humanos o pequeños lapines antropomórficos hasta bestias del tamaño de una roca, cubiertas de piel, cuero o pelaje, lo pasaron con intención pasiva; muchos de ellos teniendo que ser cautelosos con su siguiente paso para no aplastar—o ser aplastado por—ningún otro transeúnte. Muchos chocaron entre sí en el imparable bullicio; algunos seres más grandes hicieron que tales actos irrespetuosos se compensaran adecuadamente, incluso si eran accidentales.
Encogiéndose al ver una pequeña multitud formándose para ver a un par de individuos repartir puñetazos entre sí a pequeña distancia, El Hombre eligió tomar una calle diferente, no queriendo intervenir ya que los peleadores parecían físicamente capaz de mantener una pelea justa. Si se hiciera demasiado escandaloso, estaba seguro de que uno de los innumerables oficiales tomaría a uno de los dos para hacer de él ejemplo. Así fue la perturbada normativa social de esta ciudad, tal como la recordaba. No es que estuviera demasiado inspirado como para intentar imponer algún cambio radical. Quizás en su juventud lo hubiera intentado, pero ya era demasiado tarde. El trabajo del Guardián de esta generación parecía acercarse a su final natural. Un hecho que, aunque aliviante, resultaba profundamente aterrador para el hombre que, por lo demás, estaba impulsado por la contienda.
Habiendo pasado unos minutos, El Hombre caminaba distraído mientras reflexionaba sobre la tormenta que se avecinaba. Si no era una farsa o una falsa alarma, las probabilidades de victoria estaban muy en su contra. Y si los Carmesíes fueran liderados por el 'Profeta', ni él preferiría vivir para saber de ello. Sólo la Diosa sabe lo poderoso que se habrá vuelto a estas alturas. Agitándose de esos pensamientos, el veterano notó el restaurante del que su compañero parecía tan enamorado. Al darse cuenta de que Corvus se inclinaba junto a una pared cercana, mostró una sonrisa mientras avanzaba, sus dientes, más afilados que el promedio, apenas visibles entre sus labios.
“Sabes, verte dos veces al día se considera una maldición entre la guarnición. Eso dicho, captaste mi curiosidad. ¿Café? —preguntó el ángel, ofreciéndole una taza de la estimulante bebida, y él la tomó sin pensarse las gracias.
—Conocer a cualquier viejo imbécil es una maldición, sí. Vamos —insistió, caminando en la misma dirección en la que llegó. El ángel lo miró, esperando que hablara. Después de unos largos momentos, perdió la paciencia.
—¿En serio? Vamos, no me dejes esperando...
Corvus detuvo su propia queja cuando fue interrumpido por la voz sombría y cansada del Hombre.
—Han vuelto, Corvus. Decididamente, su trabajo aún no ha terminado —admitió, dándose golpecitos en la frente contra la taza, dejando que el calor lo chamuscara.
La vaga información no tardó en registrarse en la mente del ángel. El resentimiento que sentía por los Carmisioneros estaba claro en su mirada; los encuentros que compartían con esos monstruos extrañamente fanáticos, humanos y bestiales de físico, condicionaban su propio ser. Casi pareció sonreír ante sus palabras, por muy perturbadoras que fuesen.
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Antes de que pudiera hablar, continuó El Hombre.
—Lo dijo Alpha, así que ya me dirás. Mira, amigo. Sé lo que vas a decir. La cosa es... Hemos perdido demasiadas tropas. Si no pudimos lograr esto con la vieja pandilla, no hay mucho que podamos hacer ahora —comenzó el Hombre, sintiendo que sus ojos se encogían mientras trataba de explicarlo— .Sé que arde pensarlo. Créeme, lo sé. ¿Pero contra esa manada? Bien podríamos estar escupiéndoles. Necesitaremos una bendición y media de Ella sólo para hacerlos retroceder un poco. Ni te pienses hacer visitas —explicó, su tono severo y triste. Le dolía ver al camarada de edad similar cerrar los ojos en señal de aceptación. La única, la que más le importaba, permanecía encerrada con una llave demasiado caliente para manejarla. Y justo cuando el ángel pensó que el hierro podría haberse enfriado finalmente, resultaba no ser menos abrasador al tacto que siempre.
—Lo sé. Mantendré a raya mis sentimientos por el bien de que nuestra lucha permanezca con ánimo”, dijo Corvus, con un matiz de tristeza clara en su voz. Su deshonestidad hizo poco para aliviar la agonía de la situación, pero al menos significaba que no perdería su espíritu en combate. Por lo menos, se podría esperar con tanta confianza. El ángel era un luchador brillante, su buen ojo en el combate discreto, junto con sus capacidades aerotransportadas ágiles y casi ilimitadas se combinaban con fluidez.
Pero, por desgracia, el espadachín necesitaba a su arquera para que estuviera completo. Para contraatacar golpes invisibles a sus ojos. Para ser su visión global tan necesaria. Para darle la motivación para perseverar incluso cuando todo parecía perder esperanza. La mano de Corvus se posó en el mango de su espada envainada, su agarre apretandose notablemente mientras observaba. A pesar de las noticias, mantuvo la cabeza erguida y la espalda recta. Un espectáculo que enorgullecería a cualquier líder.
Pasó poco más de un cuarto de hora antes de que la pareja se parara frente al hospital, con su gran cartel iluminado con las palabras
'Polyhospital - Asistencia Médica Universal'. Al entrar, el hombre se acercó al mostrador, donde una enfermera familiar había regresado a sus deberes habituales, para su aparente consternación. Mirando hacia arriba, casi puso los ojos en blanco mientras se mantenía firme, una fachada de bienvenida parecía innecesaria para los visitantes conocidos.
—Buenas —dijo El Hombre—. ¿Buscamos al chico del que nos robaste?
—Qué carácter tienes. Como si alguien pudiera salirse con la suya… no importa. Sí, se fue —.
—¡¿Qué?!—
“Se fue, tío. Con esa Aulladora. No puedo creer que haya hecho que esa perra agresiva sea tan cooperativa. Creo que incluso la vi sonreír —. Apoyando su codo en el escritorio y descansando su mejilla perezosamente en su palma, procedió a preguntar—. ¿Vas a secuestrarlo, o esperar hasta que lo maten antes esta noche?—
—¿En qué dirección, señora?— Preguntó Corvus.
—No lo sé, 'señor'—. Mirando un reloj en la pared, agitó la mano con indiferencia. “Probablemente deberían empezar a buscar, oficiales. Se está haciendo de noche.— Con una mirada de confirmación hacia afuera, El Hombre agradeció a la mujer sarcástica antes de girarse, dirigiéndose directamente hacia el exterior por el que entraron, sosteniendo su cabeza con desesperación. Caminando hacia la barandilla, El Hombre se agarró a la barra de hierro mientras escudriñaba el horizonte.
—Maldita sea niño ... ¿Cómo se recuperan esas bestias tan rápido?—
—¿Qué estamos buscando? Pensé que los Tsukis eran humanos ”, preguntó Corvus con curiosidad.
“Tiene con él un Aullador. Cryptid, al igual que tú”, se rió entre dientes, burlándose de él.
—Hilarante, viniendo de ti, Guardián —devolvió Corvus, dándole un codazo.
—Je, cállate,— replicó, golpeando su espalda con un rápido empujón de su puño contra su columna—. Vuela, a ver si lo encuentras desde arriba; difícilmente se puede perder a alguien con pelo blanco”.
—Por supuesto. Compórtate, ¿eh?”, el ángel rió disimuladamente, acelerando para despegar. Mientras el hombre alado se alejaba volando, El Hombre se rió para sí mismo, seguido de una respiración profunda. Con una tarea en mente, su mentalidad cambió a un estado que reconoció bien. Localizar, interceptar, extraer.
Con cambio de actitud y mirada afilada, El Hombre se apresuró a analizar su perímetro, su cabeza cambió de dirección como una máquina mientras caminaba por las calles, escaneando callejones y todos los rincones de vida, en busca de posibles signos de la presencia del niño.
♦ ♥ ♣ ♠
Caminando pacíficamente por un parque, el adolescente y su amiga no humana recién recuperada disfrutaban de la naturaleza pacífica de la vegetación, incluso en un lugar tan sombrío. Tokken se sintió estúpido por no pedirle a los médicos que le inspeccionaran el pie, cosa que le dolía demasiado como para caminar hasta el pueblo en el que vivía. Chloe había solicitado que visitaran algún lugar con menor contaminación, su hocico recogiendo a conciencia la peste de la sociedad. Con el bosque demasiado lejos, optó por el recinto verde relativamente cercano. El espacio era un espacio con aire fresco, respecto a la ciudad circundante, y casi hacía que uno se olvidara del mundo exterior. Aunque el parque no era de gran tamaño, el espacio interior estaba rodeado de árboles cultivados por la comunidad, que servían para tapar cualquier vista desagradable. Macizos de flores se habían plantado meticulosamente y se habían nutrido cuidadosamente, dando a brotar varios colores vibrantes y atrayentes. Un pequeño río artificial que conducía a un pintoresco lago bordeó el núcleo del parque con un puente que conectaba la tierra dividida. Un pequeño resquicio de paz, se podría decir.
Inhalando profundamente, el joven no pudo evitar sonreír. El parque parecía relativamente desprovisto de gente, aunque la oscuridad que se avecinaba no ayudó a confirmarlo. Con un asentimiento del chico, la pareja caminó en pacífico silencio hacia la orilla del lago, sentándose mientras divisaban una criatura acuática de naturaleza serpentina; una hermosa creación de la Madre Naturaleza con escamas cian prístinas que reflejaban la superficie del agua, dándoles una apariencia de joya. Bailaba feliz en la superficie, sumergiéndose ocasionalmente para respirar.
Satisfecho con el brillo de la exhibición de la naturaleza, Tokken miró hacia abajo para ver a una maravillada Chloe recostada en la comodidad de la hierba, sus ojos casi brillando mientras observaban. Mirando hacia adelante, el niño abrió los labios para hablar, solo para ser rápidamente interrumpido por la Aulladora juvenil.
—Gracias —dijo ella, con honestidad pura en su voz que desafiaba su carácter por lo demás tímido. Tokken quiso oponerse a su gratitud, viendo sus esfuerzos superiores a los de él por un margen, pero decidió no ensuciar su apreciación con un discurso vacío. Con una pequeña sonrisa en su mirada, Tokken colocó sus manos detrás de él para apoyar su espalda mientras se inclinaba hacia atrás, mirando hacia el cielo que se oscurecía.
—Gracias, Chloe —dijo él también, los dos intercambiando una mirada antes de volver su atención a la majestuosidad de su entorno.
Por unos buenos momentos, el niño ignoró sus ansiosas dudas, preocupaciones y divagaciones. Se sentía como si el mundo entero finalmente le hubiera dado un momento para descansar. Su vida se había visto empañada por experiencias que no parecían características de su comportamiento. Vivió su vida en busca de esperanza con ignorancia, pero sintió que nada menos que el infierno lo empujaba de vuelta. Estaba mejor ahora, en una aldea que en el peor de los casos lo usaba como chico de los recados y hablaba de sus defectos, pero su camino hacia este momento estaba lleno de grandes obstáculos y aguijones. Lo que más lo agobiaba era su futuro; o más bien, el futuro que sus antepasados le habían impuesto. Dándole una mirada fría a la navaja de bolsillo envainada en su cadera, solo podía esperar que mañana no fuera el día para desafiar su supuesta posición en la gran escala de propósitos.
Chloe no se sintió diferente. Abandonada completamente para sobrevivir en un mundo que despreciaba todos los ámbitos de la vida, solo después de un fatídico encuentro con seres superiores. Un día que inevitablemente marcaría su alma y le haría cuestionar sus motivaciones en los próximos años. A diferencia del niño, ella vivió sin profecías. Ningún propósito para al menos guiarla.
Incluso aunque hubiera llegado a odiarlo, ni siquiera podría decirse a sí misma que no había nacido por casualidad; un lujo que solo uno de los dos compartía. Pero ahora no tenía necesidad de reflexionar sobre esos pensamientos. ¿Para qué? Este lugar era tan reconfortante que casi se sentía como si hubiera estado a punto de encontrar una salida a los terrores del exterior. Por tan poco, esto fue cierto.
Al sentir que varios pasos se hacían más fuertes a medida que se acercaban a la pareja, Tokken deseó en voz baja que fuera simplemente un grupo de visitantes nocturnos o un gran cuadrúpedo que buscaba la paz en un lugar así. Por supuesto, tal fortuna no caería. Se volvió discretamente para ver a la multitud que se aproximaba. Se acercaron cuatro gamberros con ropas sucias de distintos tamaños, uno de ellos cubierto de pelaje con rasgos parecidos a los de un ocelote. Todos tenían sonrisas asquerosamente sospechosas. Dos empuñaban dagas, enfundadas o desenvainadas, y jugaban con las hojas como locos. Uno puso una mano debajo de su chaqueta gastada, probablemente ocultando un arma de fuego. El felino humanoide era definitivamente el músculo del grupo, su puño derecho equipado con un plumero de acero que probablemente había visto su uso.
El adolescente puso una mano en el mango de su navaja mientras los miraba con atención.
—No te preocupes —susurró Tokken, tratando de calmar en silencio a su cada vez más nerviosa compañera—. Yo me ocuparé de esto —añadió, poniéndose de pie para al menos mostrar algo de confianza en su postura. Como se predijo, los hombres se acercaron al niño sin temor, su ruta planificada en el momento en que vieron a los dos.
El escuálido hombre con una daga que lideraba el grupo le regaló una sonrisa diabólica al comportamiento del chico, su postura encorvada y relajada a pesar de la situación.
“Buenas noches, extraño. ¿Qué haces esta noche, eh-eh?” preguntó el criminal, el clic de un encendedor se apagó cuando un miembro de su pandilla dio una calada a su cigarrillo. El niño le indicó a Chloe que se levantara para irse, la bestia sólo atreviéndose a pararse detrás de él. En secreto, había esperado que la presencia de un Críptido los persuadiera, pero la pequeña estatura de la misma y las probablemente despiadadas experiencias pasadas de los mafiosos hicieron evidente que eso no sucedería pronto.
Tokken habló con un suspiro callado.
—Mira, no tenemos dinero—.
“Grosero”, bromeó uno de ellos, jadeando, sus pulmones ennegrecidos esforzándose con sólo decir una palabra.
—Sólo queremos hablar —agregó otro, blandiendo su daga.
—No me gusta tu actitud —dijo la única bestia del grupo, dando un paso adelante y haciendo crujir los nudillos—. Deberíamos enseñarle modales al niño—.
El grupo se rió groseramente de la pareja. La hembra canina mostraba debilidad y se escondía detrás del humano, a pesar de sus aparentes roles en la cadena alimentaria. Tokken no pudo evitar mirar en silencio, bajando la mirada. Sintió miedo, sí, pero más allá de todo lo demás sintió decepción.
—¿Ustedes en serio ... viven así?— preguntó el chico, con voz tranquila. Las risitas nebulosas cesaron, unas pocas palabras cargadas de confusión los abandonaron.
“¿Y por qué mierda te importa? A sacar” —ordenó sin rodeos el patán flaco anterior. Al negarse, Tokken miró hacia arriba de nuevo.
—No tenemos nada de valor. Están perdiendo el tiempo —respondió, defendiendo a su amiga. Sus palabras no fueron deshonestas; realmente no tenía nada más que ropa y hierbas para ofrecer. El gángster produjo un sonido bajo de abatimiento, su mirada descendió a sus posesiones, así como al pelaje inmaculado de Chloe. Con una punta acusatoria de su dedo índice, refutó.
—¿Que no? Tienes un cuchillo elegante. Degollaremos al cachorro con él —ofreció el capitán del grupo, riéndose junto con sus compañeros. Con la mirada asqueada, Tokken golpeó el suelo con el pie mientras alzaba la voz.
—¡¿Qué diablos os pasa?! ¿¡No está construida esta ciudad para… !?
—Fue construido por bípedos, para bípedos —concluyó el fumador, revelando su pistola oxidada cuando finalmente estaba lo bastante cerca para usarla con eficacia. El escuálido líder de la turba mostró una sonrisa enfermiza, apuntando con la punta de su cuchillo de pesca al cuello del chico.
—Es un juego de equilibrio, amigo. Tu vida o tus bienes. Si eso significa piel, deberíamos tomarla, ¿no crees? Ya hemos pasado el punto de inflexión ahora, ¿verdad? —explicó el criminal, excusándose de sus actos.
—Ahora viene la pregunta del millón de créditos. ¿Con qué parte del saldo estás buscando pagar?
Tokken sintió que la bilis se acumulaba en la garganta, sintiendo náuseas por las horrendas opciones que habían presentado ante él. Sabía que correr sería una tontería, ya que no había sitios para cubrirse detrás, y el vasto espacio abierto junto con su tobillo lesionado significaban que podían disparar fácilmente hasta que alguien tuviera suerte. Sus labios temblaron cuando abrió la boca para hablar, notando la mirada cada vez más fatalista en su compañera recién rescatada.
Si la ciudad fuera así de despiadada, incluso en un lugar como este, se aseguraría de huir muy lejos si lograra escapar.
—Tu filosofía es un poco peculiar —dijo una voz ronca, mientras que una figura se acercaba a ellos.
En la oscuridad del sudario de la noche, iluminado solo por la luz tenue que proporcionaba la luna, el grupo sólo pudo mantenerse en guardia cuando el híbrido felino dio un paso adelante, cerrando los puños en una postura defensiva primitiva. “No tiene sentido dar opciones si llevan a las mismas conclusiones, ¿no crees? De cualquier manera, el cachorro habría muerto. No tiene sentido cometer un asesinato sin propósito, ¿verdad?”.
Incluso en la penumbra, la sonrisa dentada de la figura alta era inquietantemente visible mientras continuaba caminando hacia ellos.
El matón que llevaba una pistola apuntó y le gritó en tono de advertencia.
—¡Oye! Aléjate, tronco. ¡Estamos negociando!
La figura que caminaba hacia ellos se detuvo, inclinándose ligeramente hacia adelante como para estudiar el arma. “No me jodas, ¿pistolas? El crimen se está volviendo más lucrativo, eh” —musitó El Hombre, metiendo la mano en su chaqueta durante unos segundos, como si buscara algo. El jefe de la banda, perdiendo la paciencia, murmuró una orden a su subordinado armado.
—Ah aquí está. No puedo ver una mierda en la oscuridad. Ojos viejos, estos —dijo la figura para sí mismo de manera audible.
Justo cuando dijo esto, el criminal apuntó con la mira hacia el objetivo intruso y puso su dedo en el gatillo. En el momento en que estaba a punto de disparar, la figura en la oscuridad también sacó un arma de su chaqueta y no tardó en apuntar. Cualquier reluctancia al derribar al intruso immediatamente resultó erróneo, ya que la cabeza del criminal fue destrozada por la fuerza excesiva del disparo. Con un grito ahogado, los tres bandidos restantes dieron un paso atrás del cuerpo que caía, que alguna vez había pertenecido a su camarada.
Aunque se maldijo a sí mismo por ello, Tokken agradeció la violencia. No sentía más que repugnancia por los ladrones y les deseó a todos que se fueran al infierno. Arrodillándose para proteger los ojos y oídos del aterrorizado canino, mantuvo un ojo atento alrededor, esperando que todo terminara a su favor.
La figura se acercó un poco más, arrojando su arma al camino de tierra mientras caminaba con inquietante calma hacia el estacionamiento, con las manos en los bolsillos. El único Críptido de la pandilla estalló de repente en una risa enloquecida, para sorpresa de sus aliados.
—Acabas de tirar tu única ventaja al suelo, idiota —Rompiendo en un sprint agresivo con un puño preparado, la emboscada repentina fue demasiado visible. A pesar de este hecho, cualquiera podría darse cuenta de que un solo golpe oportuno del felino bípedo seguramente hundiría el cráneo de un ser humano. A pesar de esto, la figura mantuvo la compostura, incluso caminando hacia su agresor.
Cuando estaba lo suficientemente cerca, la bestia aceleró con un poderoso golpe con poca reacción de su objetivo. Justo cuando el ataque se producía, sin embargo, la figura se deslizó bajo su brazo agachándose rápido para acabar golpeando la cabeza de su oponente con una fuerza aterradora, impulsando a la bestia directamente al suelo, que quedó aplastada sin incidentes.
Aunque el cráneo del arrogante gángster no había sido quebrado debido a la resistencia de su especie, el Críptido seguramente estaba conmocionado. Erguido una vez más como para hacer alarde de su estatura, juntó los dedos para hacer sonar sus articulaciones mientras avanzaba hacia los dos restantes. Sus acciones resultaron desconcertantes al niño, que hasta hace poco lo había considerado una persona normal. Se hizo sorprendentemente evidente que, al igual que su tímido, pero eficaz salvador, este hombre tampoco era de una clase común.
Apretando los dientes con los ojos muy abiertos, el líder del grupo agarró a su último aliado que le quedaba antes de lanzarlo hacia el peligro que se acercaba. El matón que se enfrentaba al Hombre sintió que todo su cuerpo se estremecía mientras levantaba temblorosamente su única arma: una navaja trabajada con grabados que evidentemente le habían robado a un noble. La hoja estaba en buenas condiciones y probablemente había tenido poco uso; todavía afilada. Esto, por supuesto, dejó una cosa clara: el gamberro no había tenido mucha experiencia en el combate real, y se había apoyado principalmente en la intimidación para obtener sus bienes robados. Un hecho que se hizo evidente cuando blandió la cosa como un hacha, en lugar de optar por una puñalada o un corte rápido. Tomando su muñeca con una mano, el Hombre rápidamente la giró hasta el punto de dislocarla para hacerle soltar el arma, antes de atizarle con un golpe de la derecha. El ataque envió al hombre por los aires a poca distancia antes de estrellarse contra el suelo. Con una risita, el combatiente dobló sus nudillos, y se oyeron las articulaciones chasquear una vez más.
—¡Cuidado! —Tokken gritó, viendo al líder correr detrás del Hombre para intentar apuñalarle en el cuello. Justo cuando la hoja lo rozaría, la figura alta se agachó para recoger el arma del asaltante anterior, justo cuando un sable de proporciones moderadas voló por el aire y cortó la mano del ladrón con una moción maravillosamente limpia. El arma en marcha cesó su trayectoria; cuando Corvus apareció junto al atacante, su empuñadura se encontraba en el embrague del ángel; una técnica mágica comúnmente utilizada entre los usuarios experimentados de la espada y la magia conocida coloquialmente como 'teletransportación de mango'. Bastante sencillo el nombre, la verdad.
La víctima mal vestida apenas tuvo tiempo de registrar el ataque, notando que su mano en el piso aún agarraba el arma que una vez blandió con tanto descuido. Su boca colgaba abierta mientras caía sobre la hierba, su piel palidecía mientras su vida brotaba de la herida abierta. Finalmente aceptando la realidad de su situación, junto con el dolor que le acompañaba, el matón flaco soltó un grito espeluznante, con la otra mano agarrando el muñón en un intento desesperado por detener su flujo sanguíneo. Estaba delirando durante cada segundo que pasaba, balbuceando palabras incoherentes mientras se mecía en su lugar por el dolor. A pesar del delirio, el Hombre simplemente se puso de pie para admirar su navaja recién adquirida.
El ángel, habiendo enfundado su espada después de limpiarla de su suciedad, caminó hacia Tokken, arrodillándose.
—Perdónanos. Deberíamos haberlos encontrado antes. Pedimos disculpas por la exhibición antiestética.
En circunstancias normales, el niño habría gritado que tal violencia no sólo era innecesaria, sino absolutamente inhumana. Sin embargo, el joven le devolvió una sonrisa. Se sentía fatal por albergar tales sentimientos de venganza, pero sabía que era mejor no actuar sobre tales pensamientos y, de ese modo, impidió que el incidente lo perturbara.
—No. Gracias a ti. No sé qué habría pasado si no hubieran venido. Gracias ”, expresó el joven, pura gratitud en su tono. Notó a Chloe bloqueada por el miedo, y se arrodilló para acariciarla. “Y lamento que esta sea tu primera impresión de este lugar, incluso si es el mío también. Nos iremos lo antes posible —.
El Hombre se dio la vuelta, mirando al criminal moribundo con un ligero remordimiento. La mayoría de los gánsteres eran bastante jóvenes, por lo que era una pena que su única vida fuera desperdiciada como escoria. Pero el daño que probablemente cometieron habría sido irreparable, y su falta de moral sólo justificó sus sentimientos hacia el ladrón que sufría.
—Creo que ya es suficiente, ¿verdad? Tómatelo con calma allí arriba —esperaba el Hombre, sin que el suceso alterase su tono. Caminando hacia la pistola que había dejado caer anteriormente, retiró el arma de fuego del suelo antes de apuntar el cañón hacia la cabeza del criminal. Y cuando finalizó el combate con un tiro de gracia por piedad, bajó el arma a su costado con un ligero sentimiento de envidia.
Finalmente, volviéndose hacia Tokken, suspiró mientras hablaba.
—Ay, chico. No te alejes de mi vista otra vez, ¿me oyes? No quiero que inicies peleas con todas las malditas almas de este lugar —dijo, caminando hacia los tres. Si bien el niño quería defender su inocencia, pero no pudo evitar preguntarles algo.
—¿Por qué nos salvaste de nuevo?
—No podría decírtelo —El Hombre se encogió de hombros en respuesta.
—Entonces ... ¿Cuáles son vuestros nombres? —preguntó finalmente. El ángel se puso en pie una vez más para encontrarse con los ojos de Tokken.
Con una reverencia, el hombre alado habló primero. “Mi nombre es Corvus. Celestial y Sexto Teniente de la Fuerza Militar del Sindicato.
Con una sonrisa paternal pero valiente, El Hombre levantó la cabeza en alto mientras hablaba, puro orgullo en su voz al presentarse.
—Me llamo Emris. No te acostumbres.