Mhaieiyu
Arco 1, Capítulo 1
El Día Amanece
Si la pestilencia de la multitud de transeúntes y la polución nublando los cielos de esta ciudad no pudiesen pintar su propia imagen, seguramente lo harían el abandono del corporativismo en su funcionamiento, el bullicio de una sociedad silenciada y agobiada, y las desgarradoras miradas de miedo de los niños y seres inferiores hacia los oficiales que patrullaban las calles, haciendo cumplir sin piedad sus cuestionables leyes. Un día en los prados era desable — no, necesario. El aire era tan intoxicante dentro y cerca de las fronteras de la ciudad que se sentía como si intentara sofocar a cualquiera que se atreviera a respirarlo. El aire fresco se hacía casi inexistente, asimilado por la peste producida por las refinerías invasoras. Una mezcla de olores de maquinaria, contaminación, sudor y, en algunos lugares, sangre. La violencia no se volvió la respuesta aquí; más bien, se hizo el ultimátum.
La bondad del amor maternal olvidado hace tiempo por la afortunada edad de madurez, o lamentablemente y más probable adolescencia. Ya sean los tiránicos Sindis que sospechan, los rebeldes Moradores del Bosque que interceptan, o los criminales Erizos que asaltan... nunca importó quién cuando se trataba de algo así. O luchabas por sobrevivir, perdías la cordura, o morías. Se convierte en un ciclo vicioso y visceral, con pocos espacios de alivio para respirar entre ellos.
En lo alto de uno de los muchos tejados de los rascacielos en cascada, burlándose de los cielos con su tamaño, sentaba un hombre vestido con una chaqueta de cuero gris andrajosa, con el resto de atuendo a juego. Sus forros estaban recorridos por agujeros, cortes y manchas que nunca pudieron, o nunca quisieron ser lavados o reparados. Dormía ignorante del mundo, contra el bloque de entrada de un ascensor al techo, junto a un precipicio peligrosamente desprotegido contra caídas accidentales. Aquellos que deseaban aventurarse a tales alturas nunca cayeron involuntariamente. Casi parecía tentador mirar hacia el abismo del estancamiento social, invitando a que el sufrimiento de uno terminara tan rápidamente como había llegado.
—No haría una maldita diferencia de todos modos —refunfuñó, su voz grave tensando al despertar de una meditación profunda. El hombre parecía estar en la mediana edad, las muchas cicatrices y arrugas que adornaban su rostro casi delataban al joven que lo había abandonado.
Mantenía, apenas, el pelo áspero, negro y desaliñado que le caía denso y largo hasta los hombros. Se puso de pie con un gruñido de dolor, acercándose al borde del colosal acantilado de metal, antes de sentarse en su extremo casi descuidadamente.
—Me pregunto cuántos… —se preguntó en un murmullo, tomando en sus manos una botella de alguna bebida alcohólica marcada descaradamente con mensajes de buenas promesas y una cara sonriente, como para meter sal en la herida psicológica de los desesperados que bebían de él.
Después de unos segundos de contemplación, el hombre envolvió sus inusualmente afilados dientes alrededor de la boquilla de vidrio, mordiéndola con una fuerte torsión de sus mandíbulas. La sangre manaba de su boca, pero un rápido escupir fue todo lo que le importó hacer en respuesta, antes de engullir el ahora peligroso líquido con tan poco cuidado como consideró oportuno. Una vez drenado, miró pensativo la botella vacía, fijando su cara en el borroso reflejo.
—Píntame más viejo, Victus. Todavía no me llegas —murmulló entre dientes a nadie en particular, alzando su brazo para arrojar la botella al infierno, pero se detuvo apenas en el último instante. Seguramente cualquier desafortunado que deviniera víctima de su caída en picado terminaría muerto, por lo que, sabiamente, optó por colocarlo entre las muchas otras bebidas terminadas que amontonaban la percha. Con un suspiro casi imperceptible, se puso de pie una vez más, observando la caída del sol a lo largo del horizonte nublado.
—Casi puedo verte ahora, Moon. —Sonrió para sí mismo, abriendo sus extremidades, como si anticipara un abrazo, antes de dejarse caer hacia adelante.
♦ ♥ ♣ ♠
Caminando a través del follaje de un bosque tranquilo cubierto de doseles se encontraba un joven que se acercaba a la edad adulta, en busca de restos de la comida que aquella abundante maleza pudiera proporcionar. El humilde silencio fue interrumpido solo por sus suaves pasos por el camino imperfecto, hojas y palos quebrándose bajo las suelas de sus zapatos.
Parecía hambriento, aunque no del todo desnutrido. Su piel pálida todavía era suave al tacto, sin cicatrices visibles que intuyeran su forma debajo del forro de una sudadera con capucha negra y unos vaqueros azules informales. El único adorno que le pareció extraño fue una navaja de acero negro y montura carmesí, doblada y colgada de su cinturón. Su cabello desaliñado era de un plateado opaco que se envolvía alrededor de su cabeza y ocultaba los lados de su rostro, su flequillo colgando por sus cejas. A pesar de su situación, llevaba una leve sonrisa. El bosque era un lugar de tranquilidad. Le relajó permanecer alejado del caos de la gente del pueblo impulsada por el trabajo entre los que vivía.
Poniéndose sobre una rodilla, tomó el extravagante arma y bajó la hoja sobre las raíces expuestas de una planta. Después de rebanar la hierba medicinal, la colocó en una cartera y continuó su camino.
Después de unas horas buscando pequeños restos, el adolescente se sentó junto a un árbol y decidió descansar. Con una ansiosa inhalación, respiró la naturaleza que lo rodeaba, dibujando una suave sonrisa a través de su mirada de admiración. La suave calma que lo envolvía relajó su cuerpo, hasta que los aullidos de dolor de un animal salvaje traspasaron el paisaje.
En circunstancias normales, el instinto de un novato habría sido correr en la dirección opuesta al peligro claro y presente. ¿Qué podía hacer un niño solo contra una amenaza lo suficientemente fuerte como para acabar con cualquier temible bestia que acababa de pedir ayuda? Pero cuando se puso de pie para salir disparado, el chico se tornó inmóvil.
Esperó unos segundos antes de volver a escuchar a la bestia. Más perceptivo ahora, se dio cuenta de que el aullido lleno de pánico provenía de lo que probablemente era una cría, y ¡cuánto le revolvía el estómago dejar atrás a una criatura así!
Con un bufido frustrado y un trago nervioso, sacó la única arma de su cinturón y la preparó torpemente. Inhalando una respiración profunda, comenzó a correr hacia la fuente del ruido. Acercándose al epicentro del mismo, el niño se sentía cada vez más nervioso.
En parte debido al ambiente en la que se había criado, nunca había sido del tipo de persona que se habría involucrado en una confrontación a menos que su propia vida estuviera amenazada. Aún así, siguió adelante; la hierba alta se apartó y aplastó bajo sus pies mientras avanzaba en dirección a los chillidos. Después de escuchar un último grito patético, hizo un rápido giro para realinearse. Su respiración se hizo superficial, débil y ronca mientras se acercaba. Su paso disminuía constantemente y se volvió más suave cuando hubo llegado al lugar del disturbio. Una vez a la vista del borde del claro que seguramente deletrearía su destino, se detuvo por completo.
Su respiración disminuyó en breves tomas silenciosas mientras la adrenalina corría por sus venas. Con un último momento de vacilación, apartó el follaje que obstruía su vista. Delante de él estaba un monstruoso canino negro, con los dientes al descubierto y afilados como navajas. El animal era intimidantemente enorme, de más de un metro de altura, mientras se arqueaba sobre su presa.
Con un bramido acobardado estaba sentado un canino más pequeño con un pelaje blanco como la nieve, espumoso y brillante.
Parecía mucho más bajo en estatura, midiendo medio metro como mucho, mientras que su musculatura parecía subdesarrollada en comparación. A pesar de ese hecho, el muchacho sabía que solo haría falta una mordida bien colocada en su garganta para que el chucho inferior acabara con su propia existencia.
El más pequeño de los dos estaba claramente herido, asustado e indefenso. A pesar de que ahora podía darse la vuelta e irse, se sintió obligado a luchar por la supervivencia de esta desafortunada criatura. Por lo menos, solo serviría para demostrar que la visión retrógrada de este mundo sobre la moralidad era incorrecta.
Cuando notó que el gran monstruo aceleraba para lanzarse sobre su objetivo por última vez, el chico gritó y atravesó el arbusto, corriendo hacia adelante con el cuchillo en la mano. La bestia se volvió, sorprendida pero inflexible. El niño se dio cuenta de que no tenía absolutamente ninguna experiencia ofensiva con el arma, su única determinación lo dirigía a apuñalar implacablemente al monstruo todo el tiempo que pudiera. Antes de que el humano pudiera asestar un golpe decisivo, la bestia saltó hacia adelante y golpeó con sus enormes patas traseras al niño, enviándolo a volar varios metros hacia atrás. El cuchillo voló de sus manos, pero segundos después la hoja desapareció en un breve destello, antes de volver a encajar mágicamente en su cinturón, atada al alma de su dueño.
El chico gimió dolorosamente, levantándose con leve dificultad a pesar del impacto. Dándose la vuelta rápidamente, apenas pudo presenciar a su atacante antes de ser derribado al suelo, mientras que el can rugía con un volumen tan feroz que sacudió al adolescente hasta la médula.
Arrastrándose desesperadamente hacia atrás desde la refriega, el niño fue bloqueado por un árbol, imposibilitándole cualquier esperanza de escapar. Cuando la muerte se acercaba hambrienta, el niño sacó el cuchillo de su cinturón una vez más y lo sostuvo tembloroso frente a él por todo el bien que le haría. Abriendo sus malvadas fauces, la bestia se lanzó hacia adelante con la intención de matar. Al ver la perdición dentro de su hocico escarlata, el adolescente empujó débilmente la hoja hacia adelante y se alejó ... pero antes de encontrarse con la muerte, el sonido de la bestia aullando de dolor llegó a sus oídos.
Al abrir los ojos, vio que el pequeño canino herido aún no había salido disparado cuando tuvo la oportunidad. En vez de ello, saltó sobre su atacante, mordiendo valientemente la pata trasera de la bestia. Aprovechando la oportunidad, el niño no perdió el tiempo y apuñaló la nariz de la criatura, provocando que gruñara en dolor y tuviera espasmos. Pateó hacia la frontera de árboles, sacudiendo la cabeza para sofocar la agonía candente que fluía a través de su rostro ensangrentado. El cuchillo se había incrustado en las heridas frescas de la bestia, pero cuando tropezó hacia la línea de vegetación, la hoja reapareció en el cinturón del niño una vez más.
Al darse cuenta de que su defensor estaba inmóvil cerca, el adolescente saltó del suelo para prestarle ayuda. Recogiendo rápidamente a la cría severamente debilitada, hizo una carrera en la primera dirección aleatoria que pudo. Su corazón latía locamente en su pecho, su respiración luchaba por mantenerse mientras corría por su vida con un peso significativo en sus brazos. A pesar del esfuerzo, era dolorosamente consciente de que su ritmo se estaba retrasando y que el peligro se cernía sobre ellos. Sin alternativa, siguió corriendo hacia delante. Fácilmente podía dejar caer al animal en sus brazos, pero cada fibra de su cuerpo se lo prohibía, obligado a proteger a la criatura que había salvado su vida.
Lágrimas de frustración y miedo brotaron de sus ojos y nublaron su visión. Con renovado vigor, invadido por la adrenalina, corrió hacia adelante, optando por hacer giros y vueltas al azar con la esperanza de perder a su perseguidor. Todo fue en vano. Por encima de los agobiantes golpes que formaban en su cabeza, escuchó el galope del monstruo, luego el jadeo de su carga final. Justo cuando el cálido aliento de la bestia subía por la espalda del chico, un disparo tan estrepitoso como la del barril de un cañón tembló el aire, haciendo que el chico saltara al suelo y protegiera a su salvador antes de que un estruendo atronador sacudiera todo el bosque. Mientras un silencio ensordecedor permanecía en el aire, el joven levantó su pálido rostro para ver que la bestia que había atacado tan implacablemente a la pareja estaba muerta a solo unos metros de distancia.
—No estés tan aturdido, chico—. Sorprendido, el niño miró hacia un árbol cercano, y vio a un hombre vestido con pieles grises riéndose para sí mismo mientras equilibraba sobre una rama densa—. Comen miedo —añadió, con la voz vidriada por el alcohol.
Dejándose caer desde su posición elevada con un ruido sordo, avanzó hacia el niño, que notó el destello de un hierro en su cinturón. Súbitamente temeroso, enterró su rostro una vez más, cubriendo al canino herido de manera protectora. El Hombre tenía una altura imponente de casi dos metros, lo que le elevaba fácilmente por encima de la mayoría de los otros humanos; hecho que le ayudó poco a calmar a las víctimas o inocentes.
Exhalando, poniendo los ojos en blanco, El Hombre se acercó a la bestia derribada y se arrodilló para inspeccionar su obra sangrienta—. Está muerto. Puedes levantar tu rostro. No te voy a morder —bromeó, mostrando una sonrisa llena de dientes. Notó que el niño se movía levemente, pero no hubo otra respuesta. El Hombre se volvió hacia el cielo con frustración antes de acercarse al joven.
—Victus —maldijo —no voy a comerte...
—¡Apártate! —el chico le interrumpió, poniéndose de pie con cuchillo en mano— ¡No tengo miedo de usar esto! —advirtió, sus piernas sosteniendo aturdidas el resto de su cuerpo en un intento de proteger a la criatura debilitada.
El Hombre evaluó al niño con escepticismo. Encontró la postura de temblor de botas del niño mientras empuñaba una daga diminuta casi divertida, si no fuera tan patética.
—Cuchilla elegante la que tienes ahí. Pena que no tengas ni idea de cómo usarla.
—Eso no significa que dudaré en lastimarte, extraño. Te lo advierto—. El adolescente dio un paso atrás, su voz temblorosa y chirriante traicionó sus intenciones.
Levantando las manos inocentemente, el hombre respondió: —Mira, en serio, no quiero hacerte daño. Relájate, ¿sí?—. Su nueva calma no aplacó al chico que consideraba hostil el resto de la tensión de El Hombre.
Por el aspecto de su atuendo, solo había una definición clara que el niño podía alcanzar—. E-Eres una especie de asesino, ¿verdad? —preguntó, con una pizca de preocupación delatando sus palabras. El Hombre buscó una mejor explicación, pero renunció, con un simple encogimiento de hombros.
—Que duro me eres. ¿No lo somos todos estos días? —El Hombre replicó casualmente antes de bajar la mirada —Tu amigo Críptido se ve un poco rudo —comentó, señalando al canino con un dedo inactivo.
Irritado por su posición aparentemente desesperada, el lozano le gritó: —¡¿Y eso te preocupa de alguna manera?!
—No, no veo por qué debería hacerlo —respondió él, alborotando su cabello con confusión —¿Os conocéis?
—¿Necesito una excusa para ser una persona decente? —gritó el muchacho, desesperado.
Sacudiendo la cabeza, El Hombre respondió: —No, por supuesto que no. Es extraño que un jovencito esté tan dispuesto a..—. Se detuvo, optando por no terminar la frase. Cuando El Hombre miró hacia otro lado, el niño, sintiendo un atisbo de apertura, se volvió de repente y tomó a la criatura bajo su brazo. Se las arregló para correr unas pocas zancadas antes de pillarse el pie bajo una raíz expuesta, lo que hizo que se tambaleara y cayera con un quejido agónico.
El Hombre se encogió de vergüenza y se acercó a la pareja. Tomó la pierna del niño y la examinó detenidamente—. ¿Qué tal si te calmas? Eso fue un golpe desagradable. Parece que te torciste el tobillo, chico—. Las manos del Hombre se deslizaron hacia la herida, pero se congelaron firmemente cuando el adolescente retorció la pierna. El señor enarcó una ceja en actitud de juicio a su paciente —No se curará si lo dejas así, ¿sabes? —Después de unos momentos de dolorosa consideración, el niño exhaló un fuerte suspiro y asintió—. Sí, lo haré rápido.
Manteniendo su agarre firme, El Hombre de repente torció el tobillo de nuevo en su posición con un chasquido agonizante en los huesos. El niño se estremeció, gritando, su cabeza chocando con la tierra mientras el sudor fluía por su frente arrugada. Hecho su trabajo, El Hombre se puso en pie y le ofreció al niño una mano. Mientras el niño descansaba indeciso, asintiendo también a su asistencia, El Hombre procedió a levantar y cargar con la criatura para luego emprender su caminata.
—Está oscureciendo. Deberías estar en casa, chaval —advirtió con severidad pero con un aire de preocupación.
—Ngh... Lo sé, pero quedé atrapado en... este lío —respondió el chico, aún receloso del extraño, pero demasiado cansado como para discutir —¿Va a vivir ...? —preguntó, mirando al animal herido en los brazos de su oportuno y extraño salvador. El canino parecía muerto, pero notó que estaba inconsciente mediante respiraciones lentas.
—Ella estará bien, estoy seguro. Los Críptidos son unos cabrones tozudos —El Hombre trató de consolarle, con una sonrisa tranquilizadora formándose en su rostro.
Después de una breve caminata de silencio entre los dos, lentamente se acercaron al borde del bosque, justo cuando los últimos rayos del sol amenazaban con desvanecerse. Al ver que el extraño había sido honorable en sus intenciones, el niño habló.
—Mi nombre es To...
—Tokken. De la familia Tsuki. Sí, me imaginé —El Hombre interrumpió con una risa astuta.
—¡¿C-Cómo supiste...? —preguntó el muchacho, asombrado por el repentino conocimiento del extraño.
Con una sonrisa sórdida y una mirada al cielo, El Hombre explicó: —Indistinguible, chico. Los Tsukis amaban su maldito cabello. La familia que desapareció de noche a la mañana. Escuché que fue uh ... un caso jodido.
Miró a Tokken, que parecía haber perdido su entusiasmo, mirando solemnemente a nada en particular. El Hombre negó con la cabeza, mirando hacia afuera mientras las luces de las vastas ciudades se revelaban lentamente en lo alto.
—No lo sabría. No estuve ese día —comenzó con un encogimiento de hombros.
—Sí, señorita Insula y señor Anderson. Finos sastres, fueron. Es una lástima que la fortuna los haya encontrado tan... abiertamente —El Hombre recordó, las palabras atascándose en la garganta al ver la expresión sombría del adolescente.
Añadió: —Escuché que eh... nombraron a su hijo por la adicción al poker del hombre, ¿no? —Dejó escapar una risa amistosa y logró esbozar una pequeña sonrisa que se deslizó a través de la tristeza del niño.
—Sí ... fue bastante severo —Tokken admitió, antes de agregar con una risita:
—Aunque no me importa el nombre —El Hombre soltó una carcajada.
—Sí, pero no esperes que el casino te abra todavía, chico. Si heredaste algo de tu padre, vaciarás la casa —bromeó, empujando al chico y recibiendo una mueca.
Finalmente, al llegar a los límites de la ciudad, la pareja pronto alcanzó el frente de un edificio blanco de tamaño considerable. Un hospital dedicado a todos los seres posibles: desde el simple animal y el hombre común, hasta los Críptidos de aspecto más monstruoso. Todos los heridos eran bienvenidos: un santuario pacífico para evadir temporalmente los peligros del mundo exterior ... al menos hasta que los oficiales te expulsaran.
—Creo que ya puedo caminar. Gracias —Tokken asintió agradecido, tomando su brazo hacia atrás y recogiendo al cachorro. Al entrar al complejo, se sorprendió al encontrar al Hombre caminando detrás de él. Dándose la vuelta, preguntó el joven.
—¿Estás lastimado?
—No —respondió El Hombre rotundamente—. No hay lugares en el mundo que sean seguros para los jóvenes en estos días —Declaró con total naturalidad. Sintiéndose algo condescendiente, Tokken se apartó de la mirada preocupada del extraño y se dirigió a buscar ayuda para la dolida bestia durmiéndose en sus brazos. Caminando hacia un mostrador, rápidamente le explicó la situación a una mujer de cabello naranja pálido que se veía sentada en su puesto.
Estaba claro que había disfrutado de muy pocas horas de descanso, pero hizo todo lo posible por seguir las apresuradas divagaciones del adolescente. Después de asentir con silenciosos zumbidos, la mujer, sorprendentemente alta, finalmente se separó de su vieja silla giratoria y estiró sus rígidas piernas. Rodeó el escritorio y entró al pasillo a regañadientes.
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—Por supuesto. Habitación 6A, Bahía 2. Vas conmigo —declaró ella, haciéndole un gesto a Tokken para que la siguiera con un perezoso cepillo contra su cabello blanco plateado. Hinchando sus mejillas de frustración, Tokken procedió a seguir a la enfermera, sin darse cuenta de las sutiles miradas que su salvador humano les lanzó desde el vestíbulo. Mientras desaparecían de la vista del Hombre, la enfermera suspiraba desagradablemente con una mezcla de fatiga y alivio.
—Victus, está brutal ahí fuera. No dejan que el personal recupere el aliento; es un milagro si logras escabullirte un descanso para almorzar estos días —se quejó, crujiendo el cuello—. Estoy cansada, hambrienta y angustiada. En serio, ¿cómo esperan un trabajo de calidad si ...? —continuó, pero su tono juguetón desvaneció cuando notó la mirada distraída del niño por el rabillo del ojo. Estaba obsesionado con el cuerpo de la bestia juvenil herida, como si temiera que de repente apareciera una nueva herida.
Apretando los dientes, escupió en un tono exagerado: —¿Estás escuchando, mocoso?
—He viajado por ese bosque tantas veces durante… ¿dos años, creo? Nunca antes había visto nada como esta criatura —explicó. A pesar de su enojo inicial, la enfermera casi iba chocando con las personas que se acercaban cuando se sintió intrigada con la historia de Tokken.
—No sé por qué decidí ayudarlo —continuó—. Supongo que, en ese momento, sentí que era lo correcto. Quién sabe… —Tokken suspiró, asiendo con fuerza a la criatura para no dejarla caer accidentalmente—. Aunque me salvó. Eso es lo que me tomó por sorpresa. Entiendo que los Críptidos tienen intelecto, pero los salvajes no suelen ser tan interesados a menos que ...
—¿Quizás te confundió con uno de la manada? —interrumpió la enfermera, agitando las manos en el aire con complicidad mientras explicaba—. Los Aulladores son conocidos por formar colonias entre especies a veces. Parece bastante joven.
Tokken la miró brevemente y reflexionó. —¿Entonces se llaman Aulladores? Ya veo ... Bueno, creo que traerlo aquí para recibir ayuda es justo, considerando su situación.
—Es una chica, por cierto —corrigió con indiferencia—. No dejes que un Críptido te pille llamándoles de otra manera que no sea normal. Son conocidos por ser sensibles al respecto, ¿sabes?
—Supongo que tiene sentido. Tampoco es justo que los llamemos monstruos. Quiero decir, son como nosotros, ¿verdad? —preguntó, mirando a la alta auxiliar, esperando que ella aprobara su moral.
—¿Intelectualmente hablando? Poder pueden suelen serlo. Pero son salvajes, no lo olvides. Los humanos tenemos que permanecer unidos si queremos lidiar con sus grandes y poderosas mariconadas. —Acercándose al oído del niño, susurró: —¿Si me preguntas a mí? Una sociedad no debería tener que coexistir con algo que la mayoría teme. —Cuando la enfermera retrocedió antes de que se acercaran a su destino, Tokken no pudo evitar suspirar y mirar a la criatura en sus brazos. Por un solo momento, juró ver ceño fruncido en su rostro.
♦ ♥ ♣ ♠
Golpeando el suelo con su bota, El Hombre de cuero andrajoso esperaba con una tez aburrida y dentada. Los golpes incesantes de su zapato contra el suelo de piedra desagradaban a algunos de los otros pacientes que esperaban, sus miradas silenciosas refutadas por un chasquido intimidante de sus dientes. Se puso de pie de repente, marchando hacia la puerta. Se detuvo afuera para respirar el sucio aire. Esperando pacientemente, pronto escuchó el batir de alas junto al ruido sordo de un peso notable impactando contra el piso. Sin siquiera ofrecer una mirada hacia la repentina aparición de un ser parecido a un ángel, habló.
—Corvus.
—Buenas tardes, Guardián —respondió, con un leve tono burlón en su voz madura y descarada.
Mirando hacia el horizonte de una sociedad en bruto, el veterano se rió levemente, escupiendo en el suelo.
—Cállate. ¿Qué dice Alpha?
—Quiere hablarte. Nunca se atrevería a dar órdenes a una supremacía diligente. No es que no pudiera —El 'ángel' conocido como Corvus se rió entre dientes, continuando—. Confiar es su estilo. Apostaría él que tus estrategias funcionan mejor que las suyas, ¿no crees?
Resoplando tanto de frustración como de diversión, el Hombre respondió con visible preocupación.
—Sí, pero la Cabeza de Hombres debería dar órdenes. Lo último que necesitamos es que la gente crea que es demasiado débil para liderar el país.
Asintiendo, Corvus miró hacia el cielo turbio de contaminación.
—Ese chico, ¿es…?
—El último remanente vivo de la familia del sastre, sí.
—¿Entonces el niño logró sobrevivir? Suena difícil de creer. ¿Seguro que no es un Camaleón?.
—No, seguro —respondió El Hombre, confiado.
Corvus arqueó una ceja y se encogió de hombros con los ojos cerrados, resignado. Su respiro fue interrumpido por una breve secuencia de fuertes disparos a cierta distancia, resonando en las paredes de los gigantescos edificios. Suspirando casi simultáneamente, el hombre presionó un pulgar contra su frente mientras gruño.
—Ay ... Treinta malditos minutos, gente. Treinta malditos minutos —murmuró desesperadamente. Corvus sonrió torpemente, reprimiendo el impulso de reírse disimuladamente a expensas del otro. Con una mano apoyada en el mango de su espada envainada, el ángel habló.
—Estiremos las piernas, ¿eh?— ofreció, con una sonrisa en su rostro. Con un breve sprint, Corvus, inspirado en la batalla, saltó alto en el aire, tomando vuelo en una magnífico impulso de energía hacia adelante, que le propeló varios metros hacia delante. Con un gruñido cansado, El Hombre miró hacia el hospital, como si esperara que el adolescente emergiera en el momento en que sus ojos se enfocaran en su objetivo. Su decepción duró poco mientras miraba hacia la ciudad, respirando profundamente mientras que sus labios lentamente formaron una sonrisa.
—Este es mi hogar —pensó—, y estos imbéciles mi gente.
Con una última mirada a lo que le rodeaba, él también se apresuró a encontrar la perturbación en la distancia. Después de unos minutos de tropezar e investigar, se encontró cerca de la presunta fuente del ruido. Un callejón a su derecha sin duda revelaría el peligro que con seguridad tendría que afrontar.
Hizo una pausa, una extraña vacilación deteniendo su paso. Le confundió, pero algo no se sentía tan bien como el encuentro promedio con un Críptido poco educado o los malos asuntos de un criminal. Sacudiendose de sus pensamientos inusuales, dobló la esquina, solo para ver una bestia parecida a una hiena almorzandose lo que parecía ser los contenidos de una bolsa de basura caída. Con una ceja levantada, se rió de su propia estupidez.
Te estás haciendo viejo, tío.
Sacudiendo la cabeza, optó por silbar a la criatura para espantarla. La bestia lo miró, pero pronto volvió a comer los productos caducados. Con un refunfuño casi imperceptible, el hombre sacó una pistola bañada en oro con un peso significativo y disparó al aire; el ruido fue casi tan fuerte como el fuego de un cañón. El perro callejero se alejó corriendo de inmediato, arrojando varios otros contenedores al suelo en el proceso.
—¡A la mierda! Maldito caniche… —gruñó, a nadie en particular. Metiendo la mano bajo su chaqueta, sacó un frasco metálico para tragar parte de su contenido, encogiéndose por el sabor.
—Bebiendo en el trabajo. Actitud admirable, brigadier —dijo una voz madura, burlándose de él. Ganándose el bufido del culpable, El Hombre se volvió hacia la voz. De pie detrás de él estaba lo que parecía ser un oficial, recubierto de la cabeza a los pies con una armadura suave de color azul claro similar a un delgado traje espacial, y con cantidades similares de dispositivos y artilugios. El casco, que se parecía al de un astronauta con tamaño de yelmo, tenía la visera del tamaño de una cara, levantado para revelar los rasgos de su usuario. Un hombre de unos cuarenta años le devolvió la mirada, con una expresión jocosa en su rostro mientras se reía ligeramente de su subordinado. A uno que consideraba amigo.
Una sonrisa arrastrándose en el rostro del bebedor culpable, se encogió de hombros en conformidad. —Buenas tardes, Kev.
—¿Y recurriendo a un trabajo tan lamentable? Se dirigirá a mí formalmente si desea mantener esa promoción, ¿eh? —prosiguió, su frustración exagerada chistosamente.
—Perdón, General. Nosotros, los viejos idiotas, perdemos nuestros caminos de vez en cuando, ¿eh? Dale la bendición a un pariente. No puedo vivir de esta agua escoriosa —el viejo andrajoso se rió entre dientes, tosiendo como por una suerte de retribución kármica.
—Sí. ¿Quizás una navaja como bonificación? —Kev replicó, jugando con El Hombre—. No ofreceré bebidas, bobo. Estarás muerto antes de lo necesario si sigues así —Mirando una torre de reloj, continuó—. Alpha quiere que le veas. Tal vez si te acompaño, realmente escucharás, ¿eh?
—Tsk. No puede ser, General. Tengo que recoger a un muchacho cuanto antes.
—Es una orden. Podemos enviar un equipo si es urgente —Kev refutó, mirándolo con el rabillo del ojo. Alzando los brazos en señal de derrota, El Hombre se rindió.
—Miras a través de mí, ¿eh, bastardo? Bien, movámonos —prosiguió, pasando tras él. Kev se puso a su lado y procedió a preguntar.
—¿Dónde está tu traje, 'E'?
—Destrozado. Nuestros amigos en Yánksi no se llevan bien con los forasteros, parece.
—¿Algún incidente?— Preguntó Kev, levantando una ceja sospechosa.
—Se las arreglaron para hundir a un tipo con un traje Nynx. Por el amor de Victus, si no hubiera ninguno, estaría sonriendo —El Hombre respondió.
—Justamente. ¿Alguna muerte confirmada? —Mientras hacía esta pregunta, una pequeña piedra golpeó el hombro cubierto por armadura del General, rebotando sin incidentes.
—Dieciséis —El Hombre confesó, sacando su pesada pistola antes de disparar descuidadamente al manifestante silencioso, sin dar en el blanco a propósito, uno se esperaría. Con voz enojada, ladró: —Y haré diecisiete si vuelves a hacer esa mierda, ¿me entiendes?
Con una risa estruendosa, el general arrebató el arma de las manos del hombre con agilidad. —¡Victus, hombre! Compórtate, ¡no somos nosotros los salvajes! —Kev protestó entre carcajadas.
Mientras la pareja continuaba caminando por el denso vecindario, un pensamiento no cesó de inquietar al soldado.
—"No te pares" —pensó El Hombre—", estará bien."
♦ ♥ ♣ ♠
Sentado junto a su salvador postrado en cama, Tokken no pudo evitar quedarse cautivado en sus pensamientos. ¿Qué pensaría esta pequeña e intelectual bestia de su desplazamiento? ¿Reaccionaría calmadamente o hiperventilaría? ¿Intentaría ella matarlo…?
La enfermera que estaba atendiendo las heridas de la criatura no pudo evitar mirar los rasguños del niño. Dios sabe de dónde vino este chico. Podría haber escapado fácilmente de un secuestro con su atuendo cubierto de suciedad. Sintió la necesidad de meter la nariz en sus experiencias, pero contuvo esas consultas.
—Mi nombre es Caroline —dijo, con un ligero rasguño en la voz después de romper el silencio tremendamente incómodo.
—Tokken —respondió sencillamente, su voz monótona y concentrada. La enfermera frunció el ceño, suspirando ante su respuesta. Agitando una muñeca, habló con un tono irritado.
—Victus, odio los tipos silenciosos. ¿Te esperas que una chica se enamore de ti siendo tan callado? —exclamó, perdiendo los estribos. Al notar la mirada silenciosa del joven, tragó saliva.
—Vale, bien. Me ocuparé de mis propios asuntos —concedió, volviendo su atención a la criatura en cuestión. Después de unos minutos de silencio y unas sutiles miradas de Caroline, el chico finalmente habló.
—Lo siento... —habló, suspirando.
—No importa... —
—No, de verdad. No he hablado con mucha gente desde que empecé a vivir solo, y ahora de repente es como si me estuvieran inyectando en una sociedad que no me importa en absoluto —admitió, con dolor en su voz mientras acariciaba el pelaje de la criatura.
—No eres muy patriótico... —murmuró ella, riendo entre dientes—. Ésta linda. Te preocupas por ella, ¿eh?
—¿Qu-qué? ¡Ni siquiera he hablado con esta cosa! ¡Por lo que sé, no sabe hablar incluso ...! ¿Eh? —detuvo sus divagaciones cuando notó que ella comenzaba a reír.
—Ahí está. Finalmente, algo de energía en esta habitación. No podemos resucitar a la gente, pero eso no significa que disfrutemos de toda falta de vida, ¿sabes?.
Él la miró, entrecerrando los ojos con ligera frustración. Concentrándose en el Aullador, observó la suave respiración de la bestia. A pesar de su raza, parecía tan delicada. Vulnerable.
Parece más un cachorro que una bestia. ¿Está bien que piense en ella como algo así ...? reflexionó, sudando un poco mientras la adrenalina comenzaba a derramarse en su sangre. Pronto tendría que enfrentarse a un ser así, y el tiempo se estaba quedando corto.
Caroline puso los ojos en blanco y se sentó a tomar un café al confirmar que los signos vitales de la criatura se estabilizaron. Tomó un sorbo largo, casi arrogante, mientras comenzaba a toquetear su teléfono. Tokken la vio sentarse sin hacer nada, mirándola con un punzante sentimiento de traición en su mente.
"¿Elegiste esta carrera para ayudar a la gente... ?" Se mordió el labio mientras miraba hacia otro lado, no queriendo sorprenderla con su mirada. No con esos ojos.
"¿Entonces por qué no estás… ?" Sus pensamientos fueron interrumpidos por un disparo que venía desde el exterior, seguido de una conmoción. Parecía relativamente cerca. El niño saltó en su asiento ante el ruido, sintiendo como si alguien acabara de tocar una campana que aseguraba que alguien había perdido la vida. La idea era aterradora, pero la enfermera parecía más molesta que cualquier otra cosa, ganándose más la ira silenciosa del niño.
—¿Escuchaste eso? —preguntó, su cuestión parecía más una demanda que una indagación. Ella lo miró con escepticismo.
—Era más ruidoso que mi despertador. Por supuesto que lo escuché —respondió ella, confundida por las intenciones del chico.
—¿Y no te concierne?
—¿Cómo crees que estas personas terminan aquí?
—Eso no es...
—No eres de la ciudad, ¿verdad?
—... No —admitió, mirando por la ventana en busca de respuestas. Al escuchar esto, la enfermera simplemente levantó los pies.
—Sí, así es como funciona por aquí. Desde que el Sindicato tenía a la Policía agarrada por los cojones, a poca gente le importaba una mierda lanzar manos durante debates. Agrega Críptidos salvajes a la ecuación y tendrás un buen batido catastrófico. Simplemente no vayas a ningún lado solo y no te metas en los asuntos de nadie, a menos que estés preparado para alguien. O a una docena de ‘alguienes’, si eres especialito —continuó divagando, agitando la mano con desinterés.
Tokken enarcó la ceja hacia ella, incapaz de comprender la aceptación que ella parecía tener ante las terribles circunstancias que esta ciudad parecía soportar. No queriendo cuestionar la áspera realidad con su ingenuidad, el niño optó por simplemente mirar a través de la ventana una vez más, esperando que algo lo mantuviera distraído de sus desgarradores conflictos internos.
Sin embargo, se apresuró a volverse cuando escuchó los suaves gemidos del Críptido acostado en la cama, despertando de su sueño. Mirando a su alrededor con los ojos entrecerrados, recurrió a levantar una pata para protegerse los ojos de las brillantes luces de la habitación. Con un movimiento rápido, Tokken se puso en pie y corrió hacia el interruptor de luz más cercano, tropezando en su camino mientras apagaba torpemente las invasivas lámparas de la habitación. Caroline lo miró de reojo, eligiendo concentrarse en su teléfono. Corriendo hacia el lado de la criatura herida, sintió que un sudor frío comenzaba a formarse en su frente mientras lentamente se hacía visible para ella. Mirando a su alrededor, la criatura parecía asustada, más bien petrificada, pero quieta. Su energía casi se había ido, cualquier intento de correr solo resultaría ser un error potencialmente doloroso.
Al notar su expresión, Tokken no pudo evitar sentir pena por ella.
—Ehm ... buenas tardes —saludó, tratando de mantener la calma para no intimidar a la bestia, ofreciendo una suave sonrisa—. Lo siento si esto no fue… lo que esperabas. Te sientes bien…? —preguntó, la preocupación creciendo lentamente en su rostro. Esperando pacientemente una respuesta, de repente abrió del todo sus ojos cuando se dio cuenta. Mirando a la desinteresada enfermera con una mirada de pura vergüenza, exigió.
—¡Espera! ¡Esta cosa puede hablar, verdad? —gritó frenéticamente.
—¿Te apetece morir? ¡Se dice 'ella', idiota! ¡Y yo que sé! ¡La arrastraste del maldito bosque! ¡Qué soy yo, una bruja? —gritó ella, con mirada indignada en su rostro.
—A-Ah, es cierto... —miró hacia la bestia más angustiada, rascándose ligeramente la cabeza.
—Lo siento. ¿Hablas, pequeña...? —preguntó, tratando de mantener la compostura. La enfermera se rió de su elección de palabras, chasqueando la lengua.
Mirando a la pareja con una expresión asustada, la criatura simplemente gimió para sí misma antes de protegerse la cara de cualquier tipo de daño. Ligeramente abatido, Tokken retrocedió un poco, no queriendo amargar más sus pensamientos sobre él.
Después de unos largos segundos, la enfermera se puso de pie para revisar a la bestia por última vez antes de irse, colocando su mano descuidadamente sobre el asustado canino para inspeccionar cualquier herida que mereciera un tratamiento adicional. Después de unos segundos, la bestia chilló antes de gruñir instintivamente, dejando al descubierto su diabólicamente afilada dentadura. Caroline apartó las manos reflejamente, perdiendo el equilibrio unos momentos. Después de recuperarse, la enfermera frunció el ceño con frustración por el comportamiento de la bestia.
—Vicks, vaya maneras de mostrar gratitud. ¡Dale un poco de respeto a tu salvadora! ¡Debería haberla examinado para ver si tenía rabia! —Caroline protestó, fingiendo su ofensa con una sutil sonrisa—. Eso dicho... Es bueno que tengas algo de espíritu. ¿Necesitas que te traiga algo? ¿Un poco de agua fría? —ofreció, riendo para sí misma. Ante ello, Tokken no pudo evitar preguntar.
—O-Oye, ¿te importaría traerme una taza de...?
—Búscate la vida, ‘cariño’. No dirijo una caridad aquí —escupió ella, volviéndose para salir de la habitación con una risa silenciosa hacia ellos mientras se alejaba. Al captar su sutileza por una vez, Tokken no pudo evitar sonreír para sí mismo, volviéndose hacia la bestia por la que arriesgó su vida. La bestia que lo salvó por salvarlo.
—Ella parece... mala —finalmente habló la bestia, a sorpresa del chico. Al recordar que no se trataba de un animal, optó por no fisgonear.
—Bueno, tienen que divertirse de alguna manera. Me imagino que trabajar en un lugar así no siempre es tan feliz... ¡pero eso no importa! ¿Estás bien? ¿Estás dolorida? —preguntó, dudando en inspeccionarla él mismo.
—Estoy... estoy bien... ¿dónde estoy? —preguntó ella, su rostro enrojecido mientras su voz parecía vacilar de vergüenza.
—Estás en un hospital. Quedaste inconsciente, así que te traje aquí. Te lastimaste bastante allá atrás, ¿sabes? —el niño condenó su creciente ansiedad, no acostumbrado a tener que hablar solo con un extraño tan peculiar; la carga de consolar a la criatura herida sobre sus hombros.
—Un hospital…? ¡Te refieres a un lugar humano? —Al darse cuenta de ello, empezó a comprender las complejidades de su ubicación inmediata. Con una sonrisa nerviosa, Tokken extendió las manos con inocencia.
—¡Espera! ¡Que no cunda el pánico! No pasa nada, lo juro. Aunque supongo que eso no significa mucho viniendo de mí... —en su intento de convencerla de que se perdiera en sus propias pistas, el chico sintió que su voz se silenciaba. Decidiendo no ser tan cruel ante su incomodidad, la bestia se aclaró la garganta antes de hablar.
—Mi nombre es Chloe... ¿Cuál es el tuyo? —preguntó la bestia, cortando su timidez natural para al menos asentar las presentaciones. Con una ola de alivio, el muchacho le sonrió con nerviosismo.
—¡Chloe! Eso es un uh... ¡Un bonito nombre! Soy Tokken. Sólo Tokken.
Con una pequeña sonrisa en su rostro, Chloe respondió.
—Bueno… pues yo soy Chloe. Sólo Chloe.