El inicio no podría haber sido mejor para el primer gobierno de Karen. El descubrimiento del CAF, una tecnología revolucionaria de acceso público y gratuito, marcaba un antes y un después para las Siete Repúblicas. Tanto fue su impacto, que el escándalo protagonizado por Rivas y Harrington en el Congreso pronto quedó relegado al olvido, para la desdicha de la oposición.
El movimiento político conocido como gabrielismo no hacía más que fortalecer las acciones de la presidenta Karen, desplegándose con una fuerza y mano de obra descomunales por todo el territorio. Su esposo, Fausto, prefería mantenerse en las calles, dando discursos y participando en charlas para la militancia. Su objetivo no era otro que reforzar el vínculo entre el pueblo y el gobierno, asegurando así la consolidación del poder de su esposa. Con un tono entre sarcástico y burlón, Harrington solía comentar que escuchaba el nombre de "Gabriel" hasta en la sopa.
Mientras tanto, Rivas comenzaba a mover sus piezas en el tablero político. Ambicioso y calculador, aspiraba a ser el próximo presidente y buscaba la aceptación del partido URI. Para ello, jugó una carta clásica: la lealtad al líder. Asumía el rol de escudo de Karen, enfrentándose a todas las críticas para preservar la imagen impoluta de la presidenta. Sin embargo, no faltaron quienes especularon que la renovada presencia de Fausto en las calles no era solo un gesto de apoyo a Karen, sino también un recordatorio silencioso para Rivas: “Todavía estoy aquí”. Aunque Victorino ya no formaba parte del escenario, el ex presidente Joaquín Gabriel Fernández Fausto seguía siendo un jugador clave.
Por su parte, Hidalgo intentó emular la estrategia del ex presidente, pero sin el mismo éxito. A pesar de ello, su esfuerzo proyectó una imagen de cercanía que contrastaba con su fama de ser una persona de mal genio. Esta percepción logró suavizarse, al menos temporalmente, ante los ojos del público.
A pesar de sus diferencias ideológicas y del antagonismo evidente, Fausto y Rivas evitaban confrontarse directamente. Rivas lo hacía para no darle más protagonismo a Fausto, mientras que este último buscaba no generar problemas a su esposa. Sin embargo, Rivas sabía dónde encontrar aliados: el ejército. Cuando Gerald Reccson perdió las elecciones, regresó al cuartel con la intención de recuperar influencia entre los militares. Pero Rivas se adelantó, consolidando su posición como un líder nato para las fuerzas armadas. Los soldados, hombres de la profesión más antigua y constante del mundo, comenzaron a verlo como "uno de los suyos". En contraste, hicieron el vacío a Reccson. Como diría el veterano Ángel Valdez: “Nos jugamos por ti y perdiste. ¿Por qué hacerlo de nuevo?”
La lección era clara: no importaba cuán leal o ideológico fuera un líder, si no lograba llevar al partido a la victoria, sería reemplazado por alguien que sí pudiera hacerlo. Gerald Reccson finalmente renunció a la política, un eufemismo elegante para admitir su fracaso. Regresó al cuartel, donde ocupó un cómodo puesto de director y se resignó a vivir con un sueldo de superior, sin mayores ambiciones.
Rivas, en cambio, ya era considerado material de líder entre los militares. Aunque no todos lo apoyaban, la mayoría lo respaldaba. Ahora, su tarea era hacer crecer su base de seguidores. Muchos se preguntaban por qué Hidalgo no abandonaba el partido URI, considerando las tensiones internas. La respuesta era sencilla: prestigio. Hidalgo había sido una figura clave en la creación del Congreso y en la abolición del Directorio. Su papel en estos acontecimientos lo había convertido en un "prócer" viviente para muchos, y aunque era conocido por ser una piedra en el zapato de cualquier presidente, una piedra mediocre si se me permite opinar, sabía que su lugar estaba en el poder, aunque fuera solo para seguir siendo relevante.
Terco, pero no torpe, Rivas Hidalgo permanecía firme en el partido, consciente de que su legado y su futuro dependían de ello. Mientras tanto, las pugnas internas continuaban delineando el panorama político, dejando claro que en las Siete Repúblicas, el poder no solo se ganaba en las urnas, sino también en el tablero de intrigas y alianzas.
Era Navidad del año 4779 cuando una noticia sorprendió a todos los ciudadanos de las Siete Repúblicas. Karen Samanta Freeman estaba embarazada. Aunque nunca lo había dicho en público, su esposo, Fausto, estaba eufórico y gritó desde casa:
—¡Voy a ser padre!
Su vecino, que escuchó el anuncio, no tardó en llamar a la radio para contar lo sucedido.
Lo curioso y cómico fue que Karen solo había compartido esa información con su esposo por teléfono. Sin embargo, mientras se encontraba en la ciudad de Gran Boquerón, dos horas después de la noticia, se vio inesperadamente rodeada de periodistas que hicieron una pregunta que nunca imaginó escuchar.
La situación en Gran Boquerón era especial: se celebraba la inauguración de un nuevo centro de energía del CAF. Karen se había preparado para enfrentar las preguntas más exigentes del periodismo, anticipando dudas sobre si esta tecnología podría despojar del empleo a los ciudadanos o incluso causar problemas de salud. Por eso fue aún más sorprendente que el periodista Oliver Harris, del diario Eco del Paraguay, le hiciera una pregunta inesperada y llamativa.
—¿Es verdad que usted está esperando un bebé?
La pregunta capturó la atención de todos los presentes, incluidos los demás periodistas. Karen quedó en silencio por algunos segundos, asimilando la pregunta.
—¿Puede... puede repetir la pregunta? —preguntó con incertidumbre.
—¿Es verdad que usted está esperando un bebé?
Karen cerró los ojos por un momento y luego los abrió, incapaz de creer lo que estaba escuchando.
—¿Por qué pregunta?
—Nos han llegado noticias de la capital que usted está embarazada —respondió el periodista con firmeza.
Karen comenzó a tropezar con sus palabras, tartamudeando, hasta que finalmente exclamó con una mezcla de nerviosismo y determinación:
Es todo. Gracias por estar aquí y adiós.
Con esas palabras, Karen se retiró, escoltada por sus guardaespaldas mientras los periodistas se abalanzaban hacia ella, tratando de obtener más información sobre el hecho de que pronto sería madre.
El chofer, comentaría que Karen estaba sosteniéndose el abdomen mientras cantaba de forma armoniosa como iba a matar a su marido por boca floja.
En el otro extremo de la republica, Fausto estaba bastante consternado, pues había metido la pata a lo grande, debido a que la radio estaba hablando de ello con alegría y entusiasmo. Tragó saliva y miró por la ventana, la militancia y la gente en general estaba bajó su ventana haciendo canticos, este le dio una sonrisa falsa mientras cerraba la cortina. Claudia, la amiga de la familia, una chica cabeluz, que había pedido de forma constante que le permitiera trabajar con él, pese a que este se negaba a ello, logró ser los suficientemente insistente e irritable, para que Fausto dijera que sí, Karen no le hizo mucha gracia en un principio, pero como notó que ella era devota del trabajo, la acepto al poco tiempo.
—¿Le preocupa algo?
—Sí, de hecho parece que está vez, no voy a dormir en un sillón, sino en un ataúd.
—Exagera señor Fausto, estoy segura que ella lo perdonará.
Fausto le dio una sonrisa incomoda.
—Voy a morir.
Mientras se aplazaba su eminente funeral. Karen había tomado una decisión clave: ir a Bélua para liderar una campaña de divulgación del CAF. No solo se trataba de compartir una tecnología gratuita, sino también de demostrar que su gobierno tenía un plan claro y eficas para enfrentar el futuro de las Siete Repúblicas. Con el CAF, la pobreza energética podría convertirse en un concepto obsoleto, y con ello, la estabilidad de una región marcada por divisiones y conflictos históricos, pues Bélua era la republica que aun tenía índices de pobreza bastante altos.
A la mañana siguiente, después de una serie de reuniones con su gabinete, Karen abordó el tren oficial que la llevaría hacia la República de Bélua. No era solo un gesto simbólico; era un despliegue de visibilidad, una manera de mostrar que su gobierno no solo planificaba desde las oficinas, sino que estaba presente en el terreno, enfrentando los desafíos con el contacto directo con la ciudadanía.
El tren era un coloso de ingeniería, equipado con sistemas de energía basados en el mismo principio de CAF. Durante el recorrido, la presidenta observó el horizonte con una mezcla de optimismo y melancolía. Pues no era seguro si estos iban aceptar su propuesta.
—Vamos a cambiar el futuro de las Siete Repúblicas —se dijo a sí misma mientras el tren se deslizaba por el terreno árido y reconstruido de una región que aún sentía los ecos de los viejos conflictos.
Karen suspiró. No era fácil gobernar en un tiempo en el que cada decisión era analizada hasta el último detalle, especialmente cuando un cambio tan radical como el CAF podría tanto solucionar como dividir. Era demasiado temprano, pero aun así Karen quería demostrar que ella podía renovar y modernizar a Las Siete Repúblicas.
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Desde el momento en que Karen llegó a la República de Bélua, la energía a su alrededor era palpable: no solo por la celebración por su reciente victoria, sino porque cada paso que daba era considerado un símbolo de cambio, una promesa de un nuevo camino para la región. A pesar de ello, la presión era enorme. La tecnología de la CAF había despertado esperanzas, pero también incertidumbres. Su misión no era simplemente liderar, sino convencer a todos de que sus intenciones no eran una imposición, sino una alianza para el futuro.
Durante sus primeros días en Bélua, lo que más le preocupaba era la opinión de aquellos que representaban la autoridad en la región: líderes, economistas, científicos y, especialmente, el magistrado Darío Carrizo. Figura central de la República y símbolo de estabilidad para el partido JM, era un hombre abierto a las negociaciones. Aunque había ganado el URI con un 70% de apoyo en los cenadores "nacionales", la situación de los cenadores en Bélua era muy distinta: los resultados estaban empatados con un 30% para el URI, un 30% para el JM, un 30% para el UL y un 10% para el PM.
Darío Carrizo era clave para desbloquear un camino de diálogo y acción que permitiera implementar la CAF no solo como una herramienta tecnológica, sino también social y económica. Por ello, no podía darse el lujo de equivocarse.
Consciente de esto, programó su primer discurso público en un evento formal que se llevaría a cabo en el Palacio del Congreso, un edificio imponente, símbolo de historia y democracia en Bélua. A pesar de que el discurso tendría traducción simultánea, algo en ella decidió que no debía apoyarse únicamente en ese recurso. Quería que sus palabras fueran genuinas, sentidas y claras desde el primer momento. Sabía que el corazón del mensaje se perdería si solo confiaba en un idioma ajeno.
La multitud era diversa, una mezcla de líderes comunitarios, empresarios, activistas, representantes de pueblos de los azulados (una raza humana que se caracteriza por tener la piel azul o celeste) y ciudadanos que habían estado siguiendo cada paso de su llegada. Mientras se levantaban los murmullos, el traductor estaba listo para convertir cada palabra en un idioma comprensible para todos. Pero entonces, Karen se acercó al micrófono con una sonrisa calmada y comenzó.
Con una voz firme, pero cálida, habló en portugués. Sus primeras palabras rompieron el aire de expectación con una claridad sorprendente:
"Meus amigos, estamos aqui hoje porque compartilhamos sonhos, preocupações e esperanças. Não viemos para impor nada, mas para trabalhar juntos, para construir pontes e um futuro melhor para todos nós."
Traducción: Mis amigos, estamos aquí hoy porque compartimos sueños, preocupaciones y esperanzas. No hemos venido para imponer nada, sino para trabajar juntos, para construir puentes y un futuro mejor para todos nosotros."
El silencio fue inmediato. No se trataba de una traducción leída o distante, sino de un lenguaje fluido, natural, venía de sus palabras no de un papel. Karen no solo estaba comunicándose con ellos, estaba hablando con el alma de la región, con sus gestos, con su tono, con su voz.
Cada palabra tenía un peso simbólico: la idea de "sonhos" evocaba esperanza; "preocupações" llamaba a una realidad tangible; y "pontes" sugería unión, colaboración y un futuro sin barreras. La conexión era instantánea, diría el diputado Raúl Espinoza.
Con un ritmo pausado pero seguro, continuó:
"A energia da CAF não deve ser um desafio, mas uma oportunidade. Uma oportunidade para todos, para cada família, para cada comunidade que espera um futuro com mais luz, mais emprego e mais paz."
Traducción: "La energía de la CAF no debe ser un desafío, sino una oportunidad. Una oportunidad para todos, para cada familia, para cada comunidad que espera un futuro con más luz, más empleo y más paz."
Karen miró hacia el público mientras pronunciaba cada frase, capturando cada mirada, cada leve asentimiento. Sus palabras no eran solo un discurso, eran una declaración de intenciones, un llamado directo a las esperanzas más profundas de los ciudadanos, la presidenta hablaba su idioma, al igual que el anterior.
"Não viemos para tirar o que é seu. Viemos para dar. Para que juntos possamos transformar nossos recursos, nossos desafios, em soluções reais para cada casa, para cada pessoa."
Traducción: "No hemos venido para quitar lo que es suyo. Hemos venido para dar. Para que juntos podamos transformar nuestros recursos, nuestros desafíos, en soluciones reales para cada hogar, para cada persona."
La conexión emocional fue inmediata. El público parecía no solo escuchar sus palabras, sino sentirlas. En ese momento, Karen no era solo la presidenta de las Siete Repúblicas; era un símbolo de esperanza para una comunidad que había estado acostumbrada a la incertidumbre y al aislamiento debido a la barrera del idioma.
Sus frases seguían fluyendo:
"Vamos trabalhar para que nossos filhos tenham escolas iluminadas, para que nossas famílias tenham água potável, para que possamos gerar empregos sem medo de perder oportunidades. Acreditamos que podemos fazer isso juntos."
Traducción: "Trabajemos para que nuestros hijos tengan escuelas iluminadas, para que nuestras familias tengan agua potable, para que podamos generar empleos sin temor a perder oportunidades. Creemos que podemos lograrlo juntos."
Había un lenguaje en su voz, en el ritmo de sus pausas, en el énfasis de sus gestos. Era un mensaje claro: Karen no estaba aquí para ser distante, ni para ser una figura de poder, sino para ser una aliada.
Cuando finalizó, el aplauso fue espontáneo y prolongado. Karen sabía que había logrado algo importante. No solo dijo lo que quería decir, sino que lo dijo de una manera que fue sentida, entendida y compartida.
Sin embargo, el verdadero desafío estaba apenas por comenzar. Tras la ceremonia y las rondas de aplausos, Karen fue presentada al magistrado Darío Carrizo, la figura más poderosa y respetada de Bélua. Este hombre era severo, pragmático, y su autoridad era respetada incluso por aquellos que lo consideraban distante. Su aprobación sería clave para avanzar en su misión.
El encuentro fue programado en una oficina austera, donde el mármol y el vidrio reflejaban el poder, pero también el peso de la responsabilidad. Darío Carrizo era un hombre alto, de cabello canoso y mirada penetrante. Sus gestos eran calculados, medidos, y cuando Karen se presentó frente a él, supo que sería un diálogo difícil.
—Señora presidenta, sus palabras fueron emocionantes, pero aquí no basta con promesas —comenzó el magistrado, con una voz grave que era tan firme como la arquitectura que lo rodeaba.
—Habla mi idioma.
—Por supuesto, estudié seis años en Cárdenas de abogado, así que sí. Ahora, vamos al verdadero asunto ¿Quiere? —contestó él mientras le miraba directamente a los ojos.
Karen no se intimidó. Mantuvo su postura firme y miró directamente sus ojos.
—No vine aquí para prometer. Vine para ofrecer soluciones —respondió con calma. Sus palabras tenían el peso de la sinceridad, buscaba una alianza no sumisión ni dominio.
Dio un paso al frente y explicó sus planes: cómo la CAF no sería solo un recurso energético, sino una oportunidad para crear empleo a través de fábricas, adaptaciones de infraestructura, y programas de educación para preparar a la población para este cambio. No era solo tecnología: era una solución práctica, inclusiva y equitativa.
—Bélua tiene en su zona industrial un punto clave para demostrar a las demás republicas y al mundo lo que podemos lograr con el uso responsable de los recursos. Propongo trabajar juntos para que la energía CAF genere empleo, oportunidades, y un futuro para quienes aún temen el cambio —explicó.
El rostro de Darío Carrizo no se inmutó al principio. Sus cejas se arquearon ligeramente, pero Karen continuó:
—No quiero que la tecnología se convierta en una amenaza. Quiero que sea una herramienta para unir, para crecer y para garantizar que ningún trabajador se quede atrás. Bélua puede liderar el camino, pero necesitamos su apoyo para hacerlo realidad.
El silencio se apoderó de la habitación por un momento. Karen esperó. Sabía que este momento era clave: no podía ceder ante el escepticismo, pero tampoco podía forzar una decisión. Lo que necesitaba era confianza.
Finalmente, después de unos segundos, Darío Carrizo asintió.
—Estoy dispuesto a escuchar más sobre sus planes. Si lo que dice es cierto, espero una inversión entonces podremos trabajar juntos...
—La obtendrá.
Carrizo se sorprendió un poco al escucharla, sin embargo este sonrió, y sin dar muchas vueltas contestó.
—Bien, entonces estoy dispuesto a trabajar con usted, señora presidenta.
Karen sonrió triunfante, sintió que había ganado una batalla, no por la fuerza, sino con las palabras, con la lógica y con el poder de una visión esperanzadora.
El futuro de Bélua no era seguro, pero con el apoyo de figuras como Darío Carrizo, el sueño de una energía accesible y empleos sostenibles comenzaba a tener forma.
Karen miró hacia el horizonte mientras se retiraba de la reunión, con una sensación de alivio y confianza. Sabía que el camino sería largo, pero cada paso que daba era uno hacia adelante, un paso hacia la promesa de un futuro compartido y equitativo.
Con el apoyo de los líderes, los ciudadanos y ahora el magistrado, Bélua sería solo el inicio de una transformación más grande. Y Karen estaba lista para liderar ese cambio.
De vuelta en la capital, el auto de Karen se detuvo frente a su hogar. Fausto, tragó saliva al verlo desde la ventana. Había pasado todo el día imaginando los posibles resultados de la reunión y la "noticia", temía lo peor. Antes de que pudiera reaccionar, Claudia, la asistente de la casa, se adelantó y abrió la puerta.
Karen entró con paso firme, pero al ver a Fausto, su rostro se quebró en una sonrisa. Sin mediar palabra, se lanzó a sus brazos, llorando de alegría.
—Lo conseguí —susurró, con la voz entrecortada.
Fausto la abrazó con fuerza, dejando escapar un suspiro de alivio y emoción.
—Por supuesto que lo harías. Eres la mujer más inteligente que conozco. Jamás dudé de ti, amor mío.
Había lágrimas de felicidad en el rostro de ambos. Claudia, sonrió y anunció que iría a preparar la cena, dejándolos solos para celebrar, dejando a los dos solos en su habitación.
Fausto acarició el rostro de Karen, buscando reconfortarla.
—Me alegra tanto que todo haya salido bien.
Karen, sin embargo, cambió de actitud de pronto. Su sonrisa dulce dio paso a una expresión radicalmente distinta.
—Ahora quítate la ropa —ordenó sin previo aviso.
Fausto frunció el ceño, confundido.
—¿Qué?… ¿Puedes repetirlo?
Karen alzó la vista y esbozó una sonrisa pícara, aunque poco amigable.
—Ya me escuchaste, Joaquín. Quítate la ropa.
—¿Joaquín? Siempre me llamas Fausto o "mi amor". ¿Qué está pasando?
Karen cruzó los brazos, impaciente.
—¿Quieres que lo haga yo? Porque no me importa hacerlo.
Fausto suspiró, rindiéndose.
—Está bien, está bien, pero… ¿puedo saber por qué tan de repente?
Karen comenzó a desvestirse mientras lo miraba fijamente.
—¡Espera, espera! —exclamó Fausto, alzando las manos—. Acabo de comer. Tal vez deberíamos…
—¡Ahora, Gabriel! —lo interrumpió, utilizando su segundo nombre. —O duermes en el sofá otra vez.
Fausto abrió mucho los ojos.
—Pero… estás embarazada. ¿No deberíamos tener precaución?
Karen alzó una ceja y sonrió con un toque de burla.
—Ah, esa es otra cosa de la que vamos a hablar, ¿no crees, chismoso?
Fausto se quedó inmóvil, dándose cuenta de que había metido la pata con su comentario. Antes de que pudiera reaccionar, Karen ya estaba en ropa interior.
—¿Vas a quitarte la ropa o tengo que hacerlo yo? —lo desafío.
Fausto suspiró, resignado, y comenzó a desabotonar su camisa. Pero cuando estaba a medio camino, Karen lo empujó al sofá con sorprendente agilidad.
—¡Espera! Lo estaba haciendo —protestó mientras intentaba incorporarse.
Karen se inclinó sobre él, mirándolo con intensidad.
—Muy lento. Supongo que tendré que comerte así como estás.
Fausto la observó por un momento, confundido pero divertido por el giro inesperado de los acontecimientos. Luego, rompió a reír, relajándose finalmente.
—No cambias, ¿verdad?
Karen sonrió y lo besó suavemente.
—¿Por qué debería hacerlo, mi amor?