Entonces sucedió. Keren inició una campaña presidencial “más directa”; se había preparado en secreto por casi tres años y, ahora, comenzaba a maximizar su presencia en las calles, en las plazas y en los hogares. Sus discursos resonaban con más frecuencia y fuerza, generando una creciente rivalidad entre los partidos. Tenía tres rivales potenciales: dos ya conocidos, Gerald Reccson, del partido PM, y Aníbal Harrington, del partido JM, y, para sorpresa de todos, una figura llamativa y sorpresiva, Ana Uribe, del partido UL. La aparición de Uribe era inesperada, ya que hasta el momento ni su partido ni ella habían dado señales de que competirían por la silla de Neptún, uno de los siete héroes nacionales y fundador del Presídium, institución que con el tiempo cimentó la democracia moderna y evolucionó en el ex Directorio y la actual democracia.
Karen desarrolló una campaña intensa y de contacto directo con la gente. Sabía que, para ganar el apoyo de las Siete Repúblicas, debía estar presente no sólo en palabras, sino en acciones. Su lema, “Nación de iguales, nación de oportunidades”, pronto se convirtió en un símbolo de cercanía para la gente.
Recorría las plazas, los barrios residenciales y rurales, a menudo acompañada de líderes locales y comunitarios que reforzaban su imagen de mujer del pueblo. Se mostraba accesible y humilde, abrazando a las personas, escuchando sus preocupaciones y compartiendo momentos de su vida cotidiana con ellos. Adoptó una postura de resistencia y unión, hablando sobre la capacidad de la humanidad para superar cualquier adversidad y de cómo la construcción y el mantenimiento de los muros de este “nuevo mundo” sólo serían posibles si todos trabajaban juntos, una preocupación latente en aquellos días.
Karen replicaba algunos de los gestos que su marido, Fausto, había popularizado durante su presidencia, como dar discursos bajo la lluvia y celebrar eventos al aire libre. Al unir su narrativa con la de él, pero desde su perspectiva, logró captar tanto a los simpatizantes de Fausto como a los jóvenes que veían en ella una figura independiente que continuaba su legado mientras aportaba una visión nueva y fresca.
Sus rivales adoptaron enfoques distintos. Aníbal, dueño del diario más antiguo de las Siete Repúblicas, "El Faro", utilizó su medio para imprimir sus discursos y acciones en primera plana, posicionando su candidatura como una oportunidad de cambio fresco y moderno, con promesas de reformas económicas y una mayor libertad de información. Sin embargo, su cercanía a la industria mediática despertaba dudas en algunos sectores, que lo veían como un candidato excesivamente vinculado a intereses privados.
Gerald, por su parte, buscó el apoyo de los sectores conservadores en temas militares, apelando a quienes temían que alguien como Fausto pudiera reducir la milicia. Representando una postura conservadora, Gerald abogaba por la ampliación del ejército y el fortalecimiento del muro para garantizar la seguridad nacional ante posibles nuevas amenazas de los infectados. Los veteranos y aquellos preocupados por la defensa del territorio nacional se sentían atraídos hacia su campaña. Se mostraba como el candidato de la firmeza, en contraste con la empatía de Karen.
Ana, aunque con pocos recursos, lograba captar simpatía, especialmente entre las minorías y los jóvenes progresistas, siendo la primera mujer en representar al Partido UL. Su campaña fue limitada y poco documentada, pero algunas de sus frases, como “La libertad es para todos, no para algunos” o “La patria es el pueblo, no el partido”, resonaron entre los movimientos sociales, dejándola como una figura interesante pero fugaz.
¿Qué hacía el presidente Fausto durante esta intensa campaña? Optó por el silencio. Había decidido que su esposa debía ganarse el cargo por méritos propios, sin interferencias ni influencias de su parte. Mientras el fervor electoral se apoderaba del país, él continuaba con sus responsabilidades como presidente, inaugurando obras públicas y redactando leyes, sin pronunciarse sobre la contienda política. Cuando los periodistas intentaban arrancarle una opinión, él simplemente respondía:
—En estos momentos, la nación debate sobre su futuro. Es comprensible que quieran conocer mi posición, pero considero que mi postura es irrelevante. Ustedes ya la conocen.
Un periodista, intentando sonsacarle algo más, le preguntó:
—¿Pero cuál es su posición presidente?
—Ustedes ya lo saben, no hace falta que lo diga.
—¿Y es su esposa? —insistió el periodista.
—Como dije, lo saben.
Tras estas palabras, Fausto se retiró de la escena pública por varios meses, dejando su silencio y su presencia cada vez más relegados. Su distanciamiento se volvió un tema mediático constante. Algunos interpretaban su silencio como respeto al proceso democrático, mientras que otros sospechaban que podía haber tensiones ocultas en la pareja presidencial.
Por su parte, el vicepresidente Victorino mantenía su lealtad hacia Fausto y evitaba cualquier comentario sobre los candidatos, proyectando una imagen de imparcialidad. Esta postura fue vista por la sociedad como un reflejo de la transparencia del gobierno actual y su compromiso de no interferir en el proceso electoral.
Entretanto, en las calles resurgía el debate sobre el futuro de las Siete Repúblicas: la amenaza de los infectados, la seguridad, y el mantenimiento de los muros. La relativa paz que se había mantenido durante doce años bajo el gobierno de Fausto aún traía consigo incertidumbre. La gente se dividía entre quienes anhelaban un retorno a la normalidad y quienes querían fortalecer las reformas. Los jóvenes, en particular, anhelaban cambios que les permitieran involucrarse más activamente en la política, sintiéndose ajenos a la época de guerras y apocalipsis.
La campaña de Karen generaba gran interés, y los temas discutidos en plazas y cafés giraban en torno al futuro de la nación: ¿Debía seguir el progreso en un sentido abierto y progresista, o era mejor afianzar las defensas frente a lo incierto? Los medios también desempeñaban un rol crucial, especulando sobre el silencio de Fausto y manteniendo a la opinión pública en constante análisis y debate.
En este contexto, el 10 de octubre de 4778, se organizó un debate entre los cuatro candidatos presidenciales. La moderadora inició con una pregunta sobre las prioridades nacionales, invitándolos a exponer sus posturas en temas económicos, sociales y de seguridad. La discusión pronto se tornó en un enfrentamiento directo entre ellos. Karen fue la primera en hablar.
Conocida por su cercanía con el pueblo y su carisma, defendió la estabilidad y los logros alcanzados bajo el gobierno de su esposo. Abogó por fortalecer la infraestructura y consolidar la paz mediante políticas de bienestar social. Su intervención fue clara y enfática:
—Las Siete Repúblicas han sufrido y han recuperado su dignidad. No podemos retroceder; debemos llevar esta prosperidad a cada ciudadano. Sin importar en qué república viva, todos estamos unidos.
Karen criticó a Gerald y a Aníbal, señalando que sus enfoques militaristas y conservadores estaban "desfasados y alejados del pueblo." También hizo una crítica indirecta hacia Ana Uribe, cuestionando la falta de propuestas concretas de la candidata:
—El señor Reccson propone fortalecer la sociedad con armas. Ya sabemos cómo termina eso: con muros para protegernos de los que emplearon sus armas en guerras absurdas. Respeto y apoyo a nuestra milicia, pero su visión es prehistórica. En cuanto al señor Harrington, sus insinuaciones de una “dinastía” son absurdas. Vivimos en democracia; aspiro a un cargo respaldado por el pueblo, no a un trono monárquico.
Ana, por su parte, permaneció en silencio, dejando que las palabras de Karen calaran en la audiencia.
Luego fue el turno de Gerald, el candidato del partido PM. Con voz firme, contrastó su visión de una paz "fuerte" frente al enfoque de Karen, destacando como prioridad el fortalecimiento de las fuerzas armadas y la defensa nacional. Con tono desafiante, declaró:
—La paz no se sostiene con palabras bonitas ni con ilusiones de prosperidad infinita. La historia nos enseña que solo una nación fuerte es una nación segura. Sabemos el daño que provocaron esos "militares" en el pasado, pero permítame recordarle, señorita Freeman, que ellos seguían órdenes. Cuando perdieron su estatus y sus lujosos despachos, nos dejaron solos, aprendiendo a alzarnos y a ser autónomos. Parece que su esposo quiere volver a convertirnos en perros con correa, en esclavos sin voz ni voto sobre nuestros líderes.
Aprovechó para atacar la propuesta de Karen de reducir el presupuesto militar, asegurando que, bajo el mando de Fausto, el país había "olvidado" que su supervivencia dependía de una constante vigilancia. En un momento álgido, Gerald insinuó que Karen tenía la ventaja de la influencia familiar, lo cual desató murmullos entre el público.
Karen respondió con serenidad, aguardando su turno:
—No estoy en contra de su libertad ni de sus pensamientos, señor Reccson. Pero permítame recordarle algo que parece ignorar: yo no soy Joaquín Gabriel Fernández Fausto; soy Karen Samanta Freeman. Las ideas de mi esposo son suyas, y las mías son únicamente mías.
El siguiente en hablar fue Aníbal, un astuto estratega y político. Desde una perspectiva económica, atacó las propuestas de sus contrincantes, señalando que tanto Karen como Gerald ignoraban las realidades económicas de las Siete Repúblicas. Con un tono frío y analítico, aseguró que los modelos actuales estaban construyendo una "falsa prosperidad" y que su plan de revitalización económica permitiría una independencia real.
—Karen y Gerald hablan de fuerza y unidad, pero ¿qué sucederá cuando se agoten los recursos para cumplir sus promesas? Estamos construyendo castillos en el aire, es fácil hablar de fuerza y unidad cuando se cuenta con dinero, dinero de los ciudadanos, que se dilapida día tras día en políticas costosas. Y no mencionar siquiera la defensa de los muros que nos protegen me parece alarmante.
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Aníbal aprovechó para recordar que Gerald había apoyado políticas económicas que en el pasado debilitaban a las pequeñas industrias y cuestionó a Karen, sugiriendo que sus promesas de infraestructura eran "demasiado optimistas" y poco realistas.
Gerald respondió sin perder la compostura:
—Es curioso escuchar al hombre más rico hablar de austeridad mientras se mantiene en primera plana con lujosos contratos. Eso sí que es lo que llamo un autobrillo. Y, hablando de brillar, ¿no fue usted quien trató a los sindicatos zapateros como un "trabajo indigno"?
Karen también contestó a Aníbal con calma:
—Su preocupación es comprensible, pero los impuestos están para beneficiar a la población, no a unos pocos. Además, muchas de las infraestructuras que hemos construido se financian con nuestros propios sueldos, los míos, los de mi esposo y los del vicepresidente. Puede consultar los recibos; están disponibles en el Senado.
Finalmente, llegó el turno de Ana Uribe, quien sorprendió al público con un enfoque radical. Defendiendo una “democracia popular”, criticó a sus oponentes, acusándolos de representar los intereses de las élites y no los del pueblo. Sin vacilar, expresó:
—¿De qué sirve un muro si el hambre y la desigualdad desgarran a nuestra nación desde adentro? Necesitamos una reestructuración total, no parches.
Ana fue particularmente crítica con Gerald y Aníbal, a quienes acusó de querer "mantener el status quo" para el beneficio de los poderosos. También cuestionó a Karen, insinuando que era la “heredera de una dinastía política”, y dudando de su capacidad para comprender los problemas reales de la gente.
Karen y Gerald optaron por ignorar sus provocaciones, pero Aníbal, con frialdad, le respondió:
—Señorita Uribe, su partido ha sido el hazmerreír con sus posturas inestables. No en vano los llaman "Las Liebres": un día aliados del pueblo, y al siguiente, de los poderosos. Si Sofía Sigma estuviera viva, se avergonzaría de ver en qué se han convertido, saltando de postura en postura, desechando principios nobles en favor de un poder que jamás han tenido.
Ante esta última declaración, Ana Uribe no supo qué responder.
Y con esto, finalizaba la primera parte del debate y comenzaba la segunda. En este nuevo encuentro, el enfoque se centró en las políticas económicas necesarias para sostener la reconstrucción del país en un contexto donde los recursos eran limitados y los intercambios internacionales ya no existían.
Karen defendió su propuesta de una “Economía Justa”, que aseguraba el acceso a bienes básicos para todos los ciudadanos. Su plan incluía subsidios al sector agrícola y manufacturero para evitar la dependencia de las importaciones, de modo que ninguna república pudiera ser la llave de otra.
—Nuestra gente debe ser la primera en beneficiarse de los recursos que nos quedan —afirmó con firmeza—. Rechazo cualquier política que permita que los intereses individuales de otras repúblicas nos lleven de nuevo a una dependencia ciega.
Gerald Reccson lanzó un ataque directo, acusando a Karen de crear un “estado de caridad permanente” que estancaría el desarrollo económico.
—Lo que usted propone, señora Freeman, no es más que un sistema que premia la ineficiencia. Si seguimos su camino, seremos un país que sobrevive, pero no uno que prospera. Habla de unidad, pero tiene miedo de las siete repúblicas y su razonable dependencia. Bendita hipocresía.
Aníbal Harrington, con su enfoque de revitalización, defendió la necesidad de establecer acuerdos comerciales con las demás repúblicas que fomentaran la innovación y el crecimiento interno. Sugirió, además, medidas de austeridad para asegurar fondos destinados a proyectos a largo plazo.
—La prosperidad real no se construye en las plazas ni en las promesas; se construye con hechos sólidos y decisiones firmes. Mantener los subsidios eternamente es como intentar que una nave sobrevuele el océano con alas de papel.
Ana Uribe condenó la idea de los acuerdos comerciales, advirtiendo que, en la práctica, solo servirían para empoderar a las grandes corporaciones.
—Estamos hablando de la supervivencia del pueblo, no de los bolsillos de un puñado de élites.
Nadie se molestó en responder o replicar las acusaciones de los demás, lo que llamó la atención de la audiencia.
Las respuestas de cada candidato reflejaban sus distintas visiones del país, y las tensiones subieron aún más cuando Aníbal sugirió que Karen solo estaba sosteniendo el legado de Fausto sin tener un conocimiento profundo de economía, lo cual Karen rebatió con determinación.
—No voy a permitir ese ataque, señor Harrington. Soy consciente de la economía de este país, una economía que está despegando gracias a las políticas del presidente Fausto.
Y con este cierre, comenzó la tercera parte del debate. La seguridad nacional fue el tema central de este nuevo encuentro, y los candidatos discutieron el mantenimiento del muro y la militarización de las zonas fronterizas.
Gerald Reccson fue enfático en su postura de fortalecer la seguridad. Proponía un “Ejército del Muro”, una fuerza armada permanente que vigilara las zonas de contacto con las tierras infectadas.
—La seguridad es un derecho básico de todos los ciudadanos, y no me disculpo por decir que necesitamos una muralla de soldados. Cada desliz en nuestras defensas es una invitación a la catástrofe. Estos muros nos protegen; en eso le doy la razón al presidente. Pero son palabras vacías sin acciones reales que puedan afianzar esa seguridad. No le faltemos el respeto a los obreros que murieron construyéndola ignorando su propósito.
Karen Freeman criticó la propuesta, argumentando que la militarización de la frontera drenaría recursos necesarios para la reconstrucción interna.
—No le faltamos el respeto a nadie, y mucho menos a los héroes que construyeron esa muralla. ¿De qué sirve una nación segura si, por dentro, está herida y abandonada? Claro que debemos protegernos de la amenaza de los infectados. Yo sé lo que es tener miedo de ellos, sé de lo letales que son, pero no a costa del bienestar de nuestra gente en el centro de las Siete Repúblicas.
Aníbal Harrington trató de mediar, proponiendo una inversión moderada en tecnología de vigilancia en lugar de aumentar las tropas. Señaló que era posible proteger la frontera sin desviar fondos para otros proyectos esenciales.
—Los soldados no tienen por qué estar en la frontera si podemos tener otros medios para protegernos. No hace falta una fila de soldados parados, sin hacer nada, mirando un muro 24/7, cuando solo hace falta el mantenimiento de los mismos. No se trata solo de cantidad, sino de calidad en nuestra defensa.
Ana Uribe adoptó una postura controversial, afirmando que el muro era una “cárcel” que limitaba el crecimiento y aislaba al país. Su propuesta incluía una mayor inversión en la comunidad y un plan de “reintegración” para aquellos que quedaban en zonas cercanas al muro.
—No necesitamos cárceles gigantes ni miles de soldados. Necesitamos esperanza y reconstrucción. Esta muralla es más que una barrera física; es una barrera mental que nos impide avanzar.
Los tres candidatos no se quedaron callados.
Aníbal atacó ácidamente esa postura.
—Cierre la boca y no diga estupideces. Estos muros no son una cárcel; son la muestra tangible de miles de hombres que no se rindieron ante un entorno tan hostil y construyeron esta maravilla con sus propias manos. Son una prueba de la gran proeza del hombre.
Gerald también se opuso a esa postura, tildándola de ignorante.
—¿Una cárcel? No solo es irrelevante, sino que también su partido es ignorante. Prueba de esto es su candidatura. ¿Acaso olvidaron que fueron ustedes quienes hicieron e impulsaron nuevamente la construcción de los muros? ¿No fueron ustedes quienes realizaron una gran parte del trabajo? Avergüenzan al partido y a sus partidarios. Siento pena por la Unión de los Libres; siento mucha pena por Sofía Sigma, una auténtica guerrera.
Karen se opuso a esa prédica, aunque de manera más suave.
—Concuerdo con mis rivales. Es inaudito lo que ha dicho, señorita Uribe; debería pedir disculpas por ello, con todo respeto del mundo. Usted no está capacitada para gobernar con esa mentalidad.
Este desafortunado comentario de la candidata Ana Uribe puso en jaque su carrera y logró que los tres rivales estuvieran de acuerdo por unos momentos.
Así, finalizaba el tercer debate para dar paso al cuarto. En esta ocasión, los candidatos abordaron el tema de los derechos sociales, con un enfoque en la juventud y los derechos laborales en las Siete Repúblicas.
Karen Freeman impulsó su propuesta de mantener la educación gratuita y universal como un eje para el crecimiento de una “generación resiliente”. También propuso programas de salud mental para los jóvenes, pues muchos de ellos sentían ansiedad y curiosidad por querer salir de los muros.
—Después de todo lo que hemos pasado, nuestra juventud merece un futuro brillante. No les debemos solo protección; les debemos un plan claro, una oportunidad real de crecimiento y aprendizaje.
Gerald Reccson consideró que estos programas eran “costosos y superfluos” en una sociedad que, según él, necesitaba prepararse para nuevos desafíos bélicos. En cambio, proponía la reintroducción del servicio militar obligatorio.
—Los jóvenes deben estar listos para defender lo que es suyo. No podemos hablar de sueños y educación gratuita cuando ni siquiera podemos asegurar su seguridad en el futuro.
Estas declaraciones empezaron a caer mal al público, pues muchos recordaban el servicio obligatorio como un recuerdo horrible: dos años de tortura física y psicológica.
Aníbal vio esta oportunidad y la utilizó en su contra.
—Aquí me veo en la obligación de estar de acuerdo con la señorita Karen. La educación debe ser gratuita y popular; quitarles eso solo para tener más soldados refuerza la idea de que quiere ignorantes armados. No hay nada más temeroso que un idiota con armas, y más si esos idiotas son manejados por personas con educación. No me haga reír, Reccson.
Gerald no se quedó callado.
—Nuestra educación de un nivel alto. No se atreva a menospreciar nuestra educación; es igual de eficiente que las escuelas públicas.
—¿Así? Disparen al enemigo, el enemigo del ejército.
Gerald estuvo a punto de iniciar una fuerte disputa, pero el moderador suplicó por orden.
Ana Uribe se mostró en contra de la propuesta de Gerald y sugirió un enfoque de inclusión, donde los recursos se destinarían a la juventud sin distinción ni condiciones. Además, promovió la idea de un sistema de salud inclusivo.
—La salud mental y la educación no son lujos; son derechos. Si queremos una sociedad justa, debemos abandonar la idea de que solo algunos pueden tener acceso a ellos.
Reccson se rió.
—Permítame recordarle que cuando se votó la propuesta, su bloque se abstuvo. Ustedes son unas liebres.
Y con esta respuesta, finalizaba el cuarto debate y comenzaba el quinto y último. Este debate se centró en el tema de la cultura y la identidad nacional, en medio de una época en la que la sociedad se encontraba en una encrucijada entre la modernización y la tradición.
Karen Freeman defendió la importancia de una identidad que preservara las tradiciones, adaptándolas a los tiempos modernos.
—No se trata de elegir entre pasado y futuro; se trata de encontrar un punto de unión. Nuestra identidad es lo que nos diferencia de los zombis y lo que nos hará prevalecer.
Gerald Reccson tomó una postura más rígida, afirmando que la “decadencia cultural” era una de las mayores amenazas. Abogó por una educación “patriótica y tradicionalista”.
—Es hora de que volvamos a nuestras raíces. La modernización puede ser necesaria, pero nunca a costa de lo que nos hace únicos: la valentía y la proeza.
Aníbal Harrington expresó que la identidad cultural debía evolucionar, proponiendo un enfoque internacionalista para las Siete Repúblicas.
—El mundo ha cambiado; debemos abrirnos a nuevas ideas y enriquecer nuestra cultura con lo mejor de lo mejor.
Ana Uribe fue enfática en su apoyo a la preservación de la cultura popular y las tradiciones de las zonas menos desarrolladas, defendiendo un país “para todos, no solo para las capitales”.
—Debemos escuchar a nuestros pueblos y proteger sus tradiciones, sin imponer una identidad única. Cada república tiene sus raíces, y debemos aprender a vivir en la diversidad.
Este último debate mostró las divergencias profundas entre los candidatos. Cerró con Karen instando a la unidad nacional, mientras Gerald defendía una “línea patriótica” y Aníbal y Ana abogaban por enfoques inclusivos y multiculturales. Las posturas de cada candidato estaban claras. Cada ciudadano de las Siete Repúblicas había presenciado el intercambio de ideas y las personalidades en conflicto, dejando un terreno incierto para la elección final.