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Karen Samanta Freeman

El mundo ya conocía la historia de la infancia de Karen. Sin embargo, para enriquecer un poco más ese relato, se abordarán algunos temas de manera superficial, sin entorpecer ni alargar innecesariamente su origen.

Después de ser salvados por Hidalgo y de reunirse con la familia de Fausto, Karen vivió bajo su cuidado. La consideraban como una hija y hermana, aunque nunca se oficializó su situación ante ninguna entidad estatal, quedando simplemente como una "inquilina" o "invitada" con residencia gratuita e indefinida.

Karen llevó una vida normal junto a la familia de Fausto hasta que él comenzó a interesarse por la política. Ella relata que Fausto intentó inscribirse en dos ocasiones en el partido JM, pero fue rechazado por el jefe del partido, quien le dijo que "no cumplía las expectativas". Ante esto, Fausto decidió unirse al partido URI, más específicamente a la juventud del partido. En ese entonces, no había una educación clara para ser diputado, ya que en el Directorio su participación era considerada casi nula e irrelevante. Los requisitos eran saber leer, escribir y contar con el apoyo de mil personas para postularse.

Cuando Fausto consiguió su banca, se mudó a la capital, y Karen lo acompañó. Ella estaba preocupada por él, ya que, como secuela de lo que vivió en su infancia, Fausto se sentía invencible. Había sobrevivido a monstruos, y pensaba que también sobreviviría a cualquier persona. Este pensamiento aterraba a sus padres y familiares, así que Karen decidió seguirlo en su viaje, dispuesta a detener cualquier locura que se le ocurriera.

Al llegar a la capital, Fausto vivió por un tiempo en un hotel pagado por el partido, pero tenía que compartir habitación con otros diputados. Como no estaba dispuesto a aceptar esa oferta, ya que Karen lo acompañaba, buscó un lugar para alquilar. Sin embargo, los precios en la capital eran insostenibles. Fue entonces cuando notó que había ofertas de alojamiento con descuentos de hasta un 60% para parejas casadas. Sin dudarlo, le propuso esta idea a Karen, y ella aceptó.

A pesar de ello, Karen decidió conservar su apellido, ya que no quería renunciar a ese valioso legado que le había dejado su difunto padre.

Mientras Fausto asistía al Capitolio del Directorio, Karen se reunió con Rivas Hidalgo, quien mantenía contacto con la familia de Fausto. Rivas buscaba maneras de ayudarla, aunque fuera solo un poco, en su nuevo rol como esposa. En ese encuentro, Rivas le confió que el Directorio desaparecería pronto y que, si realmente buscaba hacer una diferencia, debían unirse a la reforma que él y un tal Erick Victorino estaban promoviendo. Le comentó que estaban recabando votos para abolir el Gran Directorio.

Karen dudó, pero le prometió que hablaría del tema con su esposo. Por su parte, Fausto le contó cómo fueron sus primeros días en el cargo. Le confesó estar "muy desilusionado". Nadie en el Directorio tenía una postura clara. Se hablaba de trivialidades, más que de política. Parecía que a nadie le interesaba estar allí. Karen escuchó con atención mientras Fausto, frustrado, se preguntaba: "¿Hice lo correcto al venir aquí? ¿Esto es lo que yo quería? ¿Vale la pena luchar por algo?"

Karen contaba que Fausto quiso rendirse tras dos meses en la Cámara, pero ella lo convenció de seguir adelante y le habló de la idea de Rivas sobre una reforma. Fausto sintió una ligera emoción al escucharla, además de querer visitar a Rivas, ya que hacía tiempo que no se veían.

En una reunión de los miembros del partido, Fausto y Karen asistieron para escuchar los discursos de los líderes de la reforma: Rivas Hidalgo y Erick Victorino.

"Estamos cansados de este sistema arcaico del Gran Directorio. Perdió su grandeza hace más de veinte años. Muchas voces y discusiones, pero ninguna solución real", decía el desconocido Erick Victorino con una voz firme.

"Muchos de nosotros estamos intentando cambiar el gobierno, reformar el Estado y formar una unidad con las demás repúblicas", agregó emocionado Rivas Hidalgo.

Karen observaba a Fausto con atención; él estaba completamente enfocado en los discursos. Después de todo, ambos eran jueces del Gran Directorio, y lo que estos hombres proponían atentaba directamente contra su propio trabajo. Nada garantizaba el éxito de la reforma.

Sin embargo, todos sabemos lo que ocurrió: se convocó a una elección en la que, curiosamente, no se permitió la participación de Bélua y Argentum. La razón era clara: estas dos repúblicas tenían los votos necesarios para impedir la reforma. De hecho, con apenas cinco votos (dos de Argentum y tres de Bélua), la reforma habría fracasado. Para evitarlo, Rivas ideó un plan a espaldas de Erick: ordenó que se impidiera la entrada de los senadores de esas repúblicas, utilizando al ejército para bloquear su acceso. Rivas ya había asegurado el 100% de los votos de las cinco repúblicas restantes a favor de la reforma y la abolición del Gran Directorio. Según el reglamento, para someter a votación una reforma de gobierno, era necesario que cinco de las siete repúblicas estuvieran de acuerdo de manera unánime.

Rivas temía que si los representantes de las dos repúblicas restantes se presentaban, la unanimidad de los votos podría tambalear, ya que muchos no estaban del todo convencidos. Por eso tomó una decisión drástica y no les permitió participar.

Erick se sintió muy molesto al enterarse, pues que Rivas hubiera actuado a sus espaldas evidenciaba la falta de confianza entre ellos. Aún hoy se cree que la creación de la Gran Confederación de las Siete Repúblicas fue posible gracias a la audacia de Rivas.

Sin embargo, fue Erick quien resolvió la tensión que surgió. En lugar de amenazar a las repúblicas con cortarles bienes y servicios, negoció una serie de concesiones: acceso a recursos naturales, control de rutas comerciales y territorio adicional estratégico. Estos acuerdos enriquecieron la unión y evitaron una posible división.

Lo que debía suceder, sucedió: se fundó la nueva forma de gobierno, y se desató una disputa por quién sería el presidente. Fausto se postuló y finalmente se convirtió en el primer presidente de las repúblicas unificadas.

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Karen estaba exultante de que Fausto hubiera cumplido su meta, aunque notaba que él estaba nervioso; después de todo, tenía en sus manos el poder de siete naciones.

Mientras Fausto gobernaba, Karen militaba en su nombre, luchando incansablemente por los derechos de los trabajadores. Ella se convirtió en la cara visible del presidente y fue ganando notoriedad. Cuando ocurrió el levantamiento de los cabeluces, Fausto se sintió abrumado, sin saber qué hacer. Pero fue Karen quien lo impulsó a tomar una decisión. Años después, Fausto confesaría que fue ella quien plantó la idea de liberar a los cabeluces, ya que ella había sido testigo cercano de cómo eran tratados.

Karen, a diferencia de su esposo, mantenía una buena relación con Rivas Hidalgo. Se reunían frecuentemente, aunque hablaban de temas ajenos a la política, más relacionados con la vida personal. Además, Karen tenía una postura distinta sobre el ejército. Si bien entendía la perspectiva de Fausto, no la compartía. Los militares les habían salvado la vida a ambos, y esto era algo que Rivas siempre respetó.

Otro dato interesante, según el historiador Juárez Casillas, fue que Erick Victorino había sugerido que Rivas fuera su vicepresidente. Sin embargo, debido a la tensa relación de Fausto con él, Karen decidió no aceptar la propuesta.

"No pienso poner los ideales políticos por encima de mi matrimonio. Lo siento", contó Toni Azcuré en su libro Los ojos de la dama, sobre la vida de Karen en la política. Este dicho mostraba que Karen no iba a ser una líder pragmática, sino una líder sentimental.

En las reuniones del partido, era evidente que algunos miembros dudaban de su liderazgo para las próximas elecciones presidenciales. El URI había ganado relevancia gracias a la gestión de Fausto, y muchos ciudadanos se unían al partido debido a su popularidad. Esta creciente influencia llevó al partido a buscar estrategias para consolidar y mantener el poder que comenzaban a adquirir.

Sin embargo, Karen mostró una gran templanza al defender su postura. Quería dejar en claro a los miembros del partido que no era simplemente “la mujer del presidente”, sino alguien capaz de gobernar. Supo demostrar de qué estaba hecha.

—La preocupación que ustedes tienen es comprensible. No me detendré a decir que estoy aquí simplemente por ser mujer o que ahora la nación necesita de las mujeres. Creo en la igualdad, y estoy segura de que todos ustedes también lo hacen. Las políticas de estado que se han tomado hasta ahora han dado su resultado; mi postura es clara: seguir igual, seguir construyendo caminos, hogares y familias. Una nación de iguales, una nación de oportunidades.

Karen tenía una mirada fría en ese rostro angelical, que para los presentes la convertía en una dama de hierro. Sus adversarios políticos le guardaban respeto.

Cuando Fausto vio la derrota de su ley frente al Congreso, ella lo apoyó. A diferencia de otras derrotas que había tenido, esta fue muy sorpresiva para él, pues pensaba que contaba con el apoyo de la mayoría, incluida la de Victorino. Y, por encima de todo, ella ya era una figura pública. Se sospechaba que, al cuarto año de gobierno, Fausto estaba preparando el camino para su esposa. La prueba de ello fue su primera aparición en un evento de estado, que tuvo lugar en el año 4774.

En el vasto salón de la República, las cámaras seguían cada gesto de Joaquín Fausto mientras discutía con firmeza los nuevos planes para la reconstrucción económica. A su lado, Karen sonreía tranquilamente, intercambiando palabras con algunas primeras damas y representantes de organizaciones no gubernamentales. Había liderado, sin mucho alboroto, un programa educativo para jóvenes marginados en las zonas más pobres, pero los titulares aún la mencionaban solo como "la esposa del presidente".

La oposición ni siquiera dirigía su mirada hacia ella, centrada en criticar a Fausto y a su ambicioso vicepresidente, Erick Victorino Sullivan, cuyas decisiones acaparaban toda la atención. Después de todo, la “luna de miel” había finalizado. Sin embargo, algunos observadores notaban cómo, de vez en cuando, Karen susurraba algo al oído de Joaquín, y él asentía, como si sus palabras tuvieran más peso del que aparentaban.

Con el tiempo, mientras Fausto se consolidaba como presidente, Karen no solo lo acompañaba en su rol de esposa, sino que, en cada evento, reunión o intervención pública, su presencia se hacía más fuerte. Su forma de militar era similar a la de Fausto, centrada en la gente común, en los trabajadores y en los nuevos ciudadanos: los cabeluces.

Karen no buscaba protagonismo inmediato. Sabía que su momento llegaría y jugó su rol con cautela. En las reuniones del partido URI, mientras los líderes discutían las políticas que seguían atrayendo a más ciudadanos gracias a la gestión de Fausto, Karen defendía su propia postura. Era vista como más que la esposa del presidente; lentamente construyó una imagen de firmeza, claridad y liderazgo. Su discurso sobre la igualdad y la necesidad de continuar con el camino trazado por su esposo mostró a todos que era una mujer de convicciones y una figura política en su propio derecho.

En el año 4775, un año después, Karen seguía liderando proyectos humanitarios, aunque su trabajo no generaba gran ruido mediático. Sin embargo, comenzaba a atraer el apoyo de ciertos sectores, especialmente entre las mujeres y los jóvenes. Mientras Joaquín y Sullivan se enfrentaban en los acalorados debates del Congreso, Karen continuaba su trabajo en silencio. La iniciativa que había comenzado hacía un año en el campo educativo se había expandido, ofreciendo ahora becas y formación profesional a cientos de jóvenes. Algunos empezaban a llamarla "La dama roja", pero la oposición seguía ignorándola, demasiado ocupada en sus ataques hacia Fausto.

En las reuniones informales del partido, algunos líderes comenzaban a notar el impacto de Karen entre las comunidades más desatendidas.

—Es sorprendente cómo logra conectar con ellos —comentaba uno de los senadores, Laura Ventura, durante una cena privada en la que participó Aníbal. Pero la conversación rápidamente regresaba a los temas más urgentes del día, sin prestarle mayor atención.

En una conversación privada dentro del partido, algunos líderes empezaban a considerar a Karen como una figura relevante, aunque públicamente esto aún no se discutía.

—¿Karen? ¿La esposa de Fausto? —frunció el ceño uno de los más jóvenes—. No la veo como una candidata seria —comentó Aníbal.

Mientras el opositor decía esto, en un evento público relacionado con uno de los programas humanitarios de Karen, ella mencionó, de manera aparentemente casual, temas que en el futuro serían centrales para su campaña presidencial.

—Nación de iguales, nación de oportunidades. El cambio, queridos jóvenes, no ocurre de la noche a la mañana. A veces toma generaciones. Pero si cada uno de nosotros trabaja con una visión a largo plazo, el futuro que imaginamos para nuestras repúblicas puede hacerse realidad.

El enfoque de Karen fue estratégico: apareció en la vida pública de forma discreta, liderando causas sociales que no parecían peligrosas para la oposición. Sin embargo, estaba ganando apoyo donde nadie lo notaba, y su influencia dentro del partido comenzaba a crecer. Cuando finalmente se lanzó a la política de manera abierta, la sorpresa fue enorme, ya que la oposición no la veía como una amenaza.

—Soy un ciego —dijo Aníbal cuando escuchó en la radio su candidatura.