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"La Luz del Cambio" "español" Tomo 2
Capítulo 3: La Sabiduría de Mama Ayla

Capítulo 3: La Sabiduría de Mama Ayla

El sol se alzaba lentamente sobre la aldea, bañando el paisaje con un suave resplandor dorado. Los primeros rayos de la mañana acariciaban los techos de las cabañas y el lago, que relucía como un espejo en calma. La vida en la aldea seguía su curso con un ritmo sereno, marcado por la rutina de las jóvenes y el trabajo en los campos. Sin embargo, el día de hoy prometía ser diferente, ya que Mama Ayla, la anciana más venerada de la aldea, había convocado a las jóvenes para una charla especial.

Mama Ayla, con sus 79 años, era una figura imponente pero bondadosa. Su cabello gris, recogido en un moño sencillo, y su rostro arrugado por el tiempo mostraban la historia de una vida llena de sabiduría y experiencia. A pesar de su edad, sus ojos eran brillantes y llenos de vida, especialmente cuando se trataba de las jóvenes a quienes tanto quería. Su bastón tallado, adornado con símbolos antiguos, le daba un aire de dignidad y autoridad, pero también de cercanía.

Esa mañana, la Cabaña Central estaba llena de risas y murmullos mientras las jóvenes se reunían para escuchar a Mama Ayla. Becca, Hada, Mika, Lera , Arlae y las demás del grupo de caza estaban sentadas en un círculo, con Suri en el centro, jugando con un pequeño ramo de flores. Mama Ayla, aunque un poco cansada, se sentó con calma en una silla de madera frente a ellas.

—“Buenos días, queridas,” —dijo Mama Ayla con su voz rasposa pero cálida—. “Hoy quiero hablarles de algo importante.”

Las chicas se acomodaron, la curiosidad brillando en sus ojos. Suri, siempre inquieta, se movía de un lado a otro, tratando de mantener su atención en la anciana.

—“¿Sobre qué vamos a hablar, Mama Ayla?” —preguntó Becca, con una mezcla de respeto y expectativa.

Mama Ayla sonrió y miró a Suri, que estaba tratando de mantener las flores en orden.

—“Sobre la importancia de nuestras historias y tradiciones,” —comenzó. —“Hay cosas que solo el tiempo puede enseñarnos y que debemos pasar a las generaciones más jóvenes.”

Las jóvenes se inclinaron hacia adelante, interesadas. Mama Ayla se acomodó en su silla, colocando su bastón a un lado.

—“Las historias,” —continuó, —“nos enseñan sobre nuestras raíces, sobre quienes fuimos y quienes debemos ser. Cada una de ustedes tiene un papel en la preservación de estas historias.”

Suri levantó la mano, interrumpiendo la seriedad del momento con su pequeña voz.

—“¿Y qué pasa si olvidamos algo?” —preguntó, con los ojos grandes y curiosos.

Mama Ayla rió suavemente, su risa como una melodía de tiempos pasados.

—“No te preocupes, Suri. Lo importante es que intentamos recordar y aprender. El conocimiento se mantiene vivo mientras lo compartimos.”

Hada, siempre lista para una broma, intervino con una sonrisa traviesa.

—“Entonces, si olvidamos algo, ¿podemos simplemente pedirle a las ancianas que lo recuerden por nosotras?”

Las otras chicas rieron, y Mama Ayla asintió con una sonrisa.

—“Así es, Hada. Pero recuerden, el mejor conocimiento es el que se obtiene a través de la experiencia y el aprendizaje continuo.”

Mika, que estaba en un rincón, levantó la vista.

—“¿Y qué pasa con las tradiciones que parecen anticuadas? A veces siento que algunas de nuestras prácticas no tienen mucho sentido hoy en día.”

Mama Ayla la miró con una expresión de comprensión.

—“Las tradiciones pueden parecer anticuadas, Mika, pero a menudo tienen un propósito más profundo. Nos conectan con el pasado y nos enseñan lecciones valiosas. Es nuestro deber adaptarlas y mantenerlas vivas.”

Lera, que estaba a lado de Mika, asintió mientras escuchaba.

—“¿Y qué pasa con las nuevas ideas? ¿Cómo sabemos cuándo es el momento de cambiar?”

—“Eso es una excelente pregunta, Lera,” —respondió Mama Ayla. —“Cambiar es parte del crecimiento. La clave es encontrar un equilibrio entre honrar el pasado y adaptarse al presente. Las decisiones deben tomarse con sabiduría y respeto.”

La conversación se desvió a una anécdota divertida que Mama Ayla compartió sobre su juventud. Mientras relataba cómo había intentado cazar un animal pequeño que resultó ser uno enorme, las chicas rieron a carcajadas, imaginando a la anciana en sus días de juventud.

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—“Y así es como casi me convierto en el almuerzo de ese animal enorme” —dijo Mama Ayla con una sonrisa, sus ojos brillando de diversión.

Becca se rió y luego se inclinó hacia adelante, mirando a la anciana con seriedad.

—“Mama Ayla, ¿cómo hacías para mantener a todas a raya y seguir siendo respetada?”

Mama Ayla la miró con ternura.

—“La clave es el respeto mutuo, Becca. Siempre he tratado a las demás con la misma dignidad que espero recibir. Y un poco de humor nunca viene mal.”

Arlae, que estaba escuchando atentamente, se unió a la conversación.

—“Mama Ayla, ¿cómo decides cuándo es el momento de enseñar a alguien una lección?”

—“Ah,” —dijo Mama Ayla con una sonrisa astuta—, “esa es una cuestión importante. Las lecciones se enseñan en el momento adecuado, cuando el aprendiz está listo para recibir el conocimiento. A veces, eso significa ser firme y otras veces, ser comprensivo.”

En ese momento, un ruido proveniente de atrás de las jóvenes llamó la atención. Suri había decidido explorar y se había metido en un pequeño lío, derramando agua sobre un montón de pieles recién tratadas. Mama Ayla suspiró con una mezcla de preocupación y resignación.

—“Parece que nuestra pequeña aventurera ha encontrado otro desafío,” —dijo, levantándose con una ligera sonrisa.

Las chicas se apresuraron a ayudar a limpiar el desastre, mientras Mama Ayla se acercaba a Suri, que estaba parada en el centro del charco de agua, con una expresión de arrepentimiento en su rostro.

—“Suri,” —dijo Mama Ayla con voz suave pero firme—, “¿qué has aprendido de esto?”

Suri miró a la anciana con ojos grandes y culpables.

—“Lo siento, Mama Ayla. No quería causar problemas.”

Mama Ayla la abrazó con ternura.

—“Lo sé, pequeña. Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos y no repetirlos.”

Las chicas trabajaron juntas para limpiar el desorden. Mika y Lera se encargaron de secar las pieles, mientras Arlae ayudaba a reorganizar el área. Becca y Hada intentaban mantener el buen ánimo, bromeando sobre la “nueva moda de pieles mojadas” que habían creado.

—“Creo que las pieles mojadas podrían ser el último grito de la moda,” —bromeó Becca.

Hada se unió a la risa.

—“Sí, especialmente para los días calurosos como hoy.”

Mama Ayla observó la escena con una sonrisa, contenta de ver cómo las jóvenes se unían para resolver el problema.

—“Gracias, chicas,” —dijo Mama Ayla—. “Aprecio su ayuda y el espíritu positivo con el que han manejado la situación.”

Cuando la limpieza estuvo completa, Mama Ayla se sentó nuevamente en su silla, rodeada por las chicas que habían regresado a su círculo.

—“Ahora,” —dijo con un tono más serio—, “quiero recordarles que ser parte de esta aldea implica responsabilidades. Cada una de ustedes tiene un papel en mantener nuestras tradiciones y cuidarnos mutuamente.”

Suri, aún con algo de culpa en su rostro, se acercó a Mama Ayla.

—“¿Me puedes enseñar a hacer las cosas bien, Mama Ayla? Quiero ser tan sabia como tú algún día.”

Mama Ayla acarició el cabello de Suri con cariño.

—“Siempre puedes aprender, querida.”

Suri, con sus ojos grandes y curiosos, preguntó.

—“¿Cómo castigabas a las demas cuando eran pequeñas, Mama Ayla?”

Mama Ayla la miró con ternura.

—“Los castigos no eran severos, pero sí significativos. A veces, les hacía hacer tareas extra, como limpiar el área común o ayudar en la cocina. Otras veces, les pedía que pasaran más tiempo aprendiendo sobre nuestras tradiciones y leyendas. Era una forma de recordarles la importancia de nuestras responsabilidades.”

Becca, aún riendo, intervino.

—“¿Recuerdas el día en que tratamos de hacer una fiesta sin permiso? Terminamos lavando toda la ropa de la aldea durante una semana.”

Mama Ayla asintió con una sonrisa.

—“Sí, recuerdo que ustedes pensaron que podían hacer una fiesta sin seguir las reglas. El trabajo extra les enseñó a valorar el esfuerzo que lleva mantener nuestra comunidad.”

Las chicas se rieron mientras Arlae recordó otro incidente.

—“También recuerdo cuando tratamos de esconder los frutos en mal estado para evitar el castigo. Terminamos recolectando mas, con una semana de trabajo en los campos.”

Mama Ayla se rió suavemente.

—“Esos fueron buenos recordatorios de que las acciones tienen consecuencias. Pero también los recuerdos más preciados de verlas crecer y aprender.”

La conversación giró hacia historias divertidas y entrañables sobre la juventud de las chicas, y cómo Mama Ayla siempre encontraba una forma de enseñarles con amor y firmeza. Mientras relataba una anécdota sobre cómo había corregido una travesura de Suri.

—“Recuerdo que Suri decidió hacer su propio jardin dentro de la cabaña, terminó cubriendo toda la cabaña con tierra,” —dijo Mama Ayla con una sonrisa—. “Le pedí que limpiara todo el desastre, y aunque se quejó al principio, aprendió el valor del trabajo y el respeto por los espacios compartidos.”

Suri, aún sonriendo, se acercó a Mama Ayla.

—“Siempre me has enseñado a hacer las cosas bien. A veces, pensé que no entendías lo difícil que era, pero ahora veo que siempre querías lo mejor para nosotras.”

Mama Ayla la abrazó con ternura.

—“Así es, querida. El propósito de las lecciones es prepararlas para el futuro. Y a veces, eso significa hacer las cosas difíciles de una manera que recuerden.”

La charla concluyó con un sentimiento de camaradería y unión. Las chicas se dispersaron, llevando consigo las enseñanzas del día, y Suri se quedó un poco más con Mama Ayla, absorbiendo cada palabra y cada gesto de cariño.

Mama Ayla observó cómo las jóvenes volvían a sus tareas diarias, con un sentimiento de satisfacción y esperanza. Aunque el tiempo estaba pasando y su cuerpo se estaba debilitando, su mente y su corazón seguían fuertes. Sabía que el futuro de la aldea estaba en buenas manos y que las jóvenes continuarían con el legado de sabiduría y amor que ella había tratado de transmitirles.

Mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, Mama Ayla se retiró a su Cabaña, donde podía reflexionar sobre el día y preparar sus pensamientos para el próximo. Con una sonrisa en el rostro, cerró los ojos, sintiéndose en paz con el mundo y con el futuro de su querida aldea.