Suri caminaba por el bosque con la mirada baja, sintiendo el peso de su pérdida en cada paso. El colgante de madera que Becca le había dado colgaba alrededor de su cuello, simple y con grabados, pero lleno de significado. Lo apretaba con fuerza, como si eso pudiera traerle de vuelta el calor de Mamá Ayla, esa presencia que había sido su guía, su consuelo, su refugio. Pero ahora, todo lo que quedaba era el vacío.
El día era cálido, y el sol del mediodía se filtraba a través de las hojas verdes del denso follaje, lanzando sombras fragmentadas en el suelo. Suri había salido temprano en busca de flores, una tarea que siempre le había gustado hacer con Mama Ayla, pero hoy se sentía más como una obligación, un último tributo a quien había sido como una madre para ella.
— "Solo un poco más", —se dijo a sí misma, su voz baja y vacilante.
El colgante, le recordaba a Suri su promesa de ser fuerte, de seguir adelante incluso en la ausencia de quienes amaba. Pero la tristeza que la envolvía era sofocante, y sus piernas comenzaban a sentirse pesadas. Se agachó para recoger una pequeña flor púrpura y la sostuvo entre sus dedos con delicadeza. Sin embargo, por más bella que fuera la flor, no podía aliviar el nudo en su garganta.
Mientras la colocaba cuidadosamente en la canasta que llevaba, algo extraño perturbó la calma del bosque. Un sonido. Un crujido.
Suri se tensó de inmediato, levantando la cabeza en alerta. El aire, que hasta ese momento había estado lleno del suave susurro del viento entre las hojas, ahora parecía cargado de algo más. El crujido se repitió, más fuerte, más cercano. Se enderezó, sus ojos escaneando los árboles cercanos, pero no podía ver nada. Apretó el colgante una vez más, sabía que le ofrecía protección alguna.
— ¿Quién... está ahí? —preguntó en un susurro apenas audible, esperando que fuera solo un animal pequeño.
Pero algo en el aire no se sentía bien. No era solo el sonido lo que la inquietaba. Era como si el mismo bosque la observara, como si algo desconocido y peligroso la acechara desde las sombras.
Suri retrocedió lentamente, su corazón comenzando a latir con fuerza. Otro crujido, esta vez detrás de ella. Se giró rápidamente, sus ojos moviéndose frenéticamente de un lado a otro. Las ramas se movían, pero no podía ver qué las había agitado.
El miedo se apoderó de ella, y sin pensarlo dos veces, Suri echó a correr. Sus pies golpeaban el suelo con fuerza mientras se deslizaba entre los árboles, esquivando ramas y raíces sobresalientes con una habilidad que no sabía que tenía. La adrenalina corría por sus venas, y el sonido de algo grande y pesado siguiéndola se hacía cada vez más cercano.
— ¡No, no! —jadeó, sintiendo el pánico apoderarse de su cuerpo.
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Cada vez que giraba su cabeza para ver si estaba siendo seguida, solo podía vislumbrar sombras, pero los ruidos eran inconfundibles. El crujido de las ramas y el pisoteo de algo mucho más grande que cualquier animal que hubiera visto antes resonaban en el aire, cada vez más cerca.
— "¡Sigue corriendo!" —se dijo a sí misma, su respiración entrecortada. No podía detenerse. No ahora.
El miedo la impulsaba a seguir, pero también lo hacía el recuerdo de Mama Ayla. Ella siempre le había dicho que fuera fuerte, que no se dejara vencer por el miedo, y aunque todo en ese momento parecía oscuro y aterrador, Suri no estaba dispuesta a ceder. No podía rendirse, no después de todo lo que había pasado.
—"Mama Ayla estaría orgullosa de mí", —pensó entre jadeos, forzando sus piernas a moverse más rápido. "No me rendiré".
El bosque, que siempre había sido su lugar de paz, ahora era una prisión de sombras y amenazas. A cada paso, el miedo parecía querer detenerla, pero Suri se negó a caer en la desesperación. Recordó las palabras de Becca, esa promesa de protegerse a sí misma, de ser fuerte cuando el mundo pareciera desmoronarse a su alrededor.
El colgante rebotaba en su pecho mientras corría, y por un momento, cerró los ojos y sintió el suave tacto de la madera. No tenía poderes mágicos, pero el simple hecho de que lo llevara le daba algo a lo que aferrarse. Era su ancla en medio del caos, el recordatorio de que no estaba sola, de que tenía a Becca y a las demás. Ellas la necesitaban. Y ella necesitaba volver con vida.
—"¡Puedo hacerlo!", —gritó internamente, luchando contra el nudo que se formaba en su garganta.
Pero el sonido de la criatura se hacía más fuerte. Estaba muy cerca.
Las ramas seguían crujiendo, y de repente, su pie se enredó con una raíz. Cayó al suelo con un golpe sordo, y la canasta que llevaba rodó unos metros delante de ella, esparciendo las flores que había recogido. Sintió el ardor en sus rodillas y manos, pero no tenía tiempo para lamentarse. Tenía que levantarse. El colgante se había salido de su ropa y golpeaba su pecho, pero Suri apenas le prestó atención.
Se puso de pie lo más rápido que pudo, pero antes de que pudiera recuperar el equilibrio, escuchó el crujido de ramas a solo unos metros de distancia. Miró rápidamente hacia el sonido, y aunque no pudo ver claramente a la criatura, distinguió una forma grande y oscura, mucho más imponente de lo que había imaginado.
—"No, no... por favor", —murmuró, el miedo apoderándose de su voz.
El aire estaba cargado de peligro, y Suri sabía que no podía detenerse. El miedo la impulsaba, pero también lo hacía la esperanza de escapar. Tenía que llegar a la aldea. Tenía que hacerlo.
Corrió nuevamente, con el corazón desbocado y la respiración errática. Sus piernas dolían, sus pulmones ardían, pero no podía detenerse. Su mente volvía a Mama Ayla, a Becca, a las personas que la esperaban. Su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo, y aunque se sentía débil en ese momento, sabía que no lo era. No podía serlo.
—"Si Mama Ayla pudo ser fuerte, yo también", —se repetía una y otra vez.
El sol del mediodía brillaba más fuerte entre los árboles, pero las sombras parecían seguirla. El colgante de madera rebotaba con cada paso, para Suri era su símbolo de esperanza, su conexión con el pasado y su promesa de un futuro mejor.
El sonido de la criatura no disminuyó, pero Suri no dejó que el miedo la consumiera. Podía sentir el calor del sol en su piel, el viento en su rostro, y cada pequeño detalle la mantenía conectada a la realidad. Sabía que tenía que seguir luchando, que no podía permitir que el miedo la venciera.
— "No me rendiré", —pensó con fuerza, apretando los dientes y corriendo con todo lo que le quedaba.
Y entonces, el sol brilló con más fuerza sobre el denso follaje del bosque, proyectando sombras fragmentadas en el suelo. Podía escuchar el crujir de las ramas y el pesado andar de la criatura que la perseguía. Su corazón latía desbocado, y el miedo le nublaba la vista, pero no se detuvo. No podía detenerse.
Suri seguía corriendo.