CAPÍTULO 1:
LA ALDEA SECRETA
Entre los altos picos montañosos, oculto a la vista de cualquier explorador, se encuentra un lugar escondido no hay caminos que guían hacia él, ni señales de civilización más allá de sus fronteras. La aldea está rodeada por el abrazo protector de las montañas y un antiguo bosque, cuyas raíces parecen haber estado ahí desde el inicio del tiempo, formando un muro natural que protege su secreto. La naturaleza aquí es próspera, como si el lugar hubiera sido bendecido por los mismos dioses.
A lo lejos, se escucha el murmullo de un lago cristalino, cuyas aguas alimentan el valle, proporcionando no solo agua para beber, sino también peces y un rincón de paz en medio de la vastedad del bosque.
Las cabañas están dispersas alrededor de una gran estructura central, que es conocida como la Cabaña central . Este lugar, construido con gruesos troncos y barro, es donde las ancianas de la aldea se reúnen para discutir los asuntos importantes y donde guardan los pocos objetos antiguos que han perdido con el tiempo. En su interior, la luz del sol se filtra a través de pequeñas aberturas en las paredes, proyectando sombras largas y serenas. El techo está cubierto con hojas trenzadas y pieles de animales, protegiendo a las ancianas del frío de la noche y la lluvia del bosque.
A un lado del lago, se extendía un exuberante jardín de frutas, con árboles que cargaban frutas exóticas de formas y colores inusuales. Los campos de siembra de verduras y vegetales se desplegaban como alfombras verdes y doradas, con hileras ordenadas que daban vida a la aldea.
Fuera de la cabaña central, las otras viviendas son más pequeñas, simples y funcionales. Cada una está hecha de madera y pieles, con techos bajos para conservar el calor. Los suelos están cubiertos de hojas secas y cueros hechos a mano. En estas pequeñas viviendas viven las jóvenes, cada una con sus responsabilidades asignadas. A pesar de la simplicidad de sus hogares, la aldea parece un refugio, un lugar del mundo que respira calma y seguridad.
imagen [https://i.imgur.com/rZEi8pS.png]Becca
Becca , de 19 años, estaba en el jardín con su amiga cercana Hada , de 18 años. Becca, de cabello negro oscuro y ojos cafés brillantes, tenía una presencia decidida y una curiosidad insaciable. Su rostro estaba marcado por la determinación y la energía que aportaba a cada tarea. Hada, con cabello castaño oscuro recogido en una coleta desordenada y ojos marrones cálidos, reflejaba una mezcla de alegría y travesura mientras trabajaban juntas en la recolección de frutas y vegetales.
— ¡Becca, mira esto! —exclamó Hada, levantando una fruta grande y jugosa con una sonrisa triunfante—. ¡Es la más grande que he visto!
Becca, con una sonrisa en su rostro, miró la fruta y se inclinó para examinarla.
— ¡Impresionante! —dijo Becca—. Aunque me parece que esas frutas tienen un don especial para crecer justo cuando tenemos hambre.
Ambas rieron, su risa resonando en el aire fresco. La vida en la aldea, aunque llena de trabajo, estaba marcada por momentos de camaradería y humor que aliviaban el estrés diario.
En el bosque cercano, Mika , también de 18 años, estaba en plena actividad con su grupo de cazadoras. Mika, de cabello castaño claro y una presencia enérgica, lideraba el grupo con habilidad y valentía. Sus ojos cafés oscuros , agudos y atentos, reflejaban su capacidad para rastrear y cazar con destreza. Su grupo, compuesto por otras cazadoras, estaba ocupado en la búsqueda de presas.
If you spot this tale on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation.
—¡Ya he perdido la cuenta de cuántas veces hemos seguido huellas falsas hoy! —exclamó Mika, con frustración en su voz mientras ajustaba el arco en sus manos.
Compañera de caza, le lanzó una mirada burlona.
—Tal vez están organizando una fiesta en la que tú eres la invitada especial
dijo con una sonrisa juguetona.
Mika frunció el ceño, pero no pudo evitar una sonrisa.
—Si es así, espero que tengan un buen banquete. —dijo Mika, alzando su arco en señal de que era hora de seguir buscando.
En otra cabaña cercana, Lera, de 18 años, estaba trabajando con pieles y fabricando armas básicas. Su habilidad con las pieles era excepcional, y el sonido de su trabajo con el cuero era casi musical. Lera, con su cabello castaño trenzado en una coleta alta y una figura delgada pero fuerte, tenía una concentración feroz en su trabajo.
—¡Lera, ¿cómo va el trabajo? —preguntó Mika, acercándose con curiosidad—. ¿Alguna novedad en tus creaciones?
Lera levantó la vista con una sonrisa satisfecha, sus ojos cafes brillando con la luz de la tarde.
—Estoy terminando una nueva funda para tus flechas. Esta vez, he añadido algunos detalles decorativos. Quizás a las bestias les guste más cuando las flechas vienen acompañadas de estilo.
En otra parte de la aldea, Arlae, de 18 años, estaba ocupada trabajando en los cultivos. Su habilidad para hacer crecer las plantas era casi mágica, y el sonido de su trabajo con la tierra era como una melodía suave. Arlae, de cabello castaño oscuro recogido en una trenza, piel bronceada, ojos marrones y con una figura robusta y fuerte, era conocida por su habilidad para cultivar con destreza.
—Hoy he encontrado una nueva forma de plantar —le dijo Arlae a Becca y Hada, que se acercaron a curiosear—. ¡Deberíamos tener una cosecha aún más abundante!
Becca, impresionada, observó las técnicas de Arlae con atención.
—Me pregunto si podrías enseñarnos cómo hacerlo, o si estás guardando tus secretos para ti sola —dijo Becca con una sonrisa curiosa.
Arlae rió y les hizo un gesto para que se acercaran.
—¡Vamos, venid aquí! —dijo—. Os mostraré todo lo que sé. ¡Después de todo, compartimos el trabajo y la recompensa!
Mientras tanto, Suri, de 6 años, jugaba cerca del jardín. Con su cabello rubio dorado y piel blanca, destacaba entre las demás, con su energía contagiosa. Era traviesa y rebelde, siempre metiéndose en algún lío mientras observaba a las demas con su aguda curiosidad. Su memoria era excepcional, y aprendía rápido observando y escuchando a quienes la rodeaban.
—¡Mira esto, Suri! —dijo Becca, mostrándole una fruta especialmente grande
—. ¿Puedes recordar cómo se ven estas frutas para cuando las necesitemos de nuevo?
Suri asintió con seriedad, sus ojos celestes brillando con determinación.
—¡Sí, Becca! Recuerdo todo. ¡Las frutas grandes tienen un sabor muy dulce!
Becca rió al ver el entusiasmo de Suri y la observó mientras la niña se alejaba para explorar el jardín. La pequeña parecía estar en su propio mundo, llenando su día con descubrimientos y aventuras.
Hada siempre había sido curiosa, un rasgo que a veces la metía en problemas, pero Becca, testaruda como siempre, no podía evitar cuidar de ella como si fuese su propia hermana.
—"¿Qué crees que hay más allá de las montañas?" —preguntó Hada, rompiendo el silencio.
Becca la miró de reojo, frunciendo el ceño. Era una pregunta que no le gustaba escuchar.
—"No nos importa lo que haya más allá, Hada. Nuestra vida está aquí, en la aldea."
Hada soltó un suspiro, inclinando la cabeza.
—"Sí, pero... siempre me pregunto si las historias de las ancianas son ciertas.
Becca tensó la mandíbula. El tema de las historias era algo que solo las ancianas comprendían, y cualquier mención parecía innecesaria.
—"Esas son historias antiguas. No necesitamos saber más."
De repente, la voz grave y cansada de Mama Ayla, de 79 años, las interrumpió desde la puerta de la Cabaña central.
—"Las historias son parte de lo que somos, Becca. Pero no todos los secretos se revelan de inmediato."
Mama Ayla caminaba lentamente hacia ellas, apoyándose en su bastón tallado con símbolos antiguos que solo ella comprende. Sus ojos, arrugados por los años, parecen haber visto todo y más allá. Con un gesto cariñoso, coloca una mano en el hombro de Becca.
—"Algún día, Becca, tú comprenderás el peso de esas historias."
Becca inclinó la cabeza en señal de respeto, pero su mente aún se resistía a aceptar lo que no comprendía. A su alrededor, el sonido del viento agitaba las hojas de los árboles, y el lago a lo lejos brillaba con los últimos rayos del sol.
—"Mañana será un buen día para la caza," —dijo Mika, pasando el filo de su cuchillo por la piedra.
—"El calor se acerca," —respondió Arlae, limpiando las semillas de maíz en sus manos. —"Las bestias grandes saldrán de sus cuevas pronto."
Mika asintió, mirando a lo lejos el lago que bordeaba la aldea.
—"Lo sé. Tenemos que estar listas."
Suri, corría entre las cabañas, las jóvenes de la aldea la adoraban como a una hermanita menor. Todas la cuidaban y la protegían, ya que había sido criada bajo el manto protector de Mama Ayla, como si fuera su propia nieta.
—"¡Becca! ¡Becca!" —gritó Suri, mientras se acercaba corriendo hacia ella, agitando un pequeño ramo de flores silvestres.
Becca sonrió, su dureza desapareciendo por un momento al ver a la niña.
—"¿Qué pasa, Suri?"
—"¡Mira lo que encontré! ¿Son bonitas, verdad?"
Hada se rió suavemente mientras Suri le mostraba las flores.
—"Claro que lo son, pequeña. Eres nuestra mejor recolectora de flores."
Mama Ayla se acercó lentamente, observando a Suri con ternura.
—"Tienes un don, niña. Sabes dónde buscar lo mas hermoso."
Suri sonrió ampliamente, pero algo en el ambiente cambió. El viento sopló más fuerte, y un escalofrío recorrió la columna de Becca. Mama Ayla alzó la mirada hacia el cielo, como si sintiera algo inusual.
—"Es tiempo de entrar," —dijo con una voz más seria. —"La noche se acerca."
Las jóvenes asintieron, guiando a Suri de regreso a su cabaña. A medida que el crepúsculo se instalaba, la aldea caía en un profundo silencio, solo roto por el murmullo de algunas aves y el susurro de las hojas por el viento nocturno. La vida en la aldea parecía tranquila, pero una inquietud subyacía en el aire, una sensación de que algo estaba por cambiar.
Dentro de la Cabaña central, las ancianas se reunían en torno a un fuego débil. Jaia, de 69 años, la segunda anciana al mando, observaba a sus hermanas gemelas, Jerut y Alisha, de 60 años, mientras tejían una piel de animal que se usaría para cubrir el suelo.
—"El calor se avecina," —dijo Jaia en un tono preocupado.
—"Las criaturas despertarán pronto," —respondió Jerut, sus dedos moviéndose hábilmente sobre la piel. —"Debemos estar preparadas."
Alisha, siempre la más callada de las dos, asintió. Mama Ayla, que había estado escuchando en silencio, finalmente habló.
— "Las historias nos enseñaron a no temer lo que vendrá. Pero es cierto que debemos estar listas. La responsabilidad pronto caerá en los hombros de Becca".
Las ancianas asintieron en silencio, sabiendo que el futuro de la aldea pronto dependería de las decisiones de la joven futura líder.
Las cabañas, el lago y el bosque parecían un paraíso oculto del mundo exterior, pero también una prisión invisible. Para los jóvenes de la aldea, la vida fuera de ese pequeño mundo era un misterio prohibido. Sin embargo, las sombras que se movían entre los árboles y los extraños rumores de bestias más allá del bosque comenzaban a poner en duda su sentido de seguridad.
Y es que, en este mundo, no hay una sola luna en el cielo. Por la noche, tres lunas adornan el firmamento, cada una con un brillo particular. La más grande domina el cielo nocturno con su luz plateada, mientras que las otras dos, más pequeñas, parecen estar entrelazadas, como si hubieran chocado alguna vez y ahora permanecieran unidas por alguna fuerza desconocida.
Las lunas siempre han sido un misterio para los habitantes de la aldea, pero también una fuente de admiración y guía. Sus fases marcan el ritmo de las cosechas, las cacerías y, en muchos sentidos, la vida misma.