El sol del mediodía brillaba con fuerza sobre el denso follaje del bosque, proyectando sombras fragmentadas en el suelo mientras Suri corría desesperadamente. Podía escuchar el crujir de las ramas y el pesado andar de la criatura que la perseguía. Su corazón latía desbocado, y el miedo le nublaba la vista.
La bestia que la acechaba era una monstruosidad nunca antes vista por las jóvenes de la aldea. Era una criatura reptiliana, su cuerpo cubierto de escamas gruesas y oscuras, con músculos poderosos que se movían bajo la piel coriácea. Medía al menos cinco metros de largo, y su lengua bífida se asomaba de su boca repleta de colmillos afilados. Su andar era similar al de los dragones de Komodo de la Tierra, pero este era más grande, más robusto y mucho más feroz.
Suri tropezó, cayendo de rodillas al suelo. Al voltear la cabeza, vio la monstruosa criatura a pocos metros de ella. El lagarto gigante, con sus ojos amarillos centelleantes de hambre y crueldad, se acercaba lentamente, disfrutando del miedo de su presa. Suri intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. El terror la había paralizado.
De repente, una figura alta e imponente, armada con lo que parecía ser una lanza, se interponía entre Suri y la bestia. El extraño la miró, y aunque su rostro estaba sucio y con pelo, Suri sintió una extraña mezcla de terror y esperanza.
—¡Aléjate de ella, lagartija! —rugió el extraño, su voz resonando con una autoridad que pareció congelar el tiempo, enfrentó al monstruo sin vacilar. Sus ojos estaban fijos en la criatura, analizando cada uno de sus movimientos.
Sus palabras eran incomprensibles para Suri, pero el tono no dejaba lugar a dudas: estaba dispuesto a protegerla.
La bestia se detuvo un instante, sorprendida por la aparición del desconocido. Sus fosas nasales se dilataron, olfateando el aire, y su mirada se centró en el desconocido. La criatura soltó un rugido ensordecedor, mostrando sus colmillos y garras, y se lanzó hacia él con una rapidez sorprendente para su tamaño.
Apenas tuvo tiempo de esquivar el primer zarpazo y, con un movimiento rápido, hundió su lanza en el costado de la bestia. El arma se clavó profundamente en la carne escamosa, arrancando un gruñido de dolor al lagarto gigante. Sin embargo, la bestia, más furiosa que herida, giró con una agilidad inesperada y lanzó un coletazo que golpeó al desconocido, arrojándolo varios metros hacia atrás.
—¡Corre! —gritó a Suri mientras se levantaba, su cuerpo adolorido por el impacto. La niña, incapaz de entender la situación pero entendiendo la urgencia en su voz, se levantó tambaleante y comenzó a correr en dirección contraria, alejándose del caos.
Poco después, Becca, Mika y Hada llegaron al lugar, alertadas por los gritos y el estruendo. Se detuvieron en seco al ver la escena: un desconocido protegiendo a Suri, luchando solo contra una criatura que ninguna de ellas había visto jamás. Era algo salido de las peores pesadillas.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Mika, su voz temblando mientras sacaba una flecha de su carcaj. Sus manos se detuvieron cuando su ojo se encontraron con la monstruosa figura. Un flashback la golpeó con fuerza: recordó el día en que, durante una cacería, una bestia similar a esta atacó a su grupo. Aquella criatura, aunque más pequeña que la que tenían delante, había causado estragos. Mika había perdido un ojo y a sus compañeras en esa lucha. Instintivamente, se tocó la cicatriz que cruzaba su rostro, reviviendo el dolor y la desesperación de aquel día. Esta bestia era igual, pero mucho más grande y aterradora.
—Es como la que... la que mató a... —balbuceó, su voz quebrándose mientras una oleada de terror la invadía. Sus manos temblaban, y por un momento, se quedó paralizada.
—¡Mika! —gritó Becca, sacándola de su trance—. ¡Tenemos que ayudar! ¡Ahora!
Mika parpadeó, sacudiendo la cabeza como si intentara liberarse del recuerdo que la atormentaba. Con un grito de determinación, tensó su arco y disparó una flecha directa al monstruo. La flecha voló y se clavó en el costado del lagarto gigante, provocando un rugido de dolor.
—¡Sigue disparando! —gritó el desconocido, levantándose con dificultad. Su tono de voz era extraña para las chicas, pero la urgencia en ella era inconfundible.
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Becca, sin dudar, corrió hacia un lado, flanqueando a la bestia con su lanza de piedra lista. Hada, aunque aterrada, recogió una gruesa rama del suelo y se preparó para atacar. La criatura, ahora furiosa por el dolor, intentó arremeter contra Mika, pero Becca aprovechó la distracción y, con todas sus fuerzas, hundió su lanza en el costado de la bestia.
—¡Ahora, Hada! —gritó Becca. Hada, con el corazón en la garganta, corrió hacia la criatura y, con todas sus fuerzas, golpeó con la rama en la cabeza del monstruo. El impacto no fue más que una molestia para la bestia, pero logró distraerla lo suficiente.
De repente, la bestia giró violentamente, su cola se movía con fuerza en dirección a Hada. Ella apenas tuvo tiempo de ver el ataque cuando el extraño se lanzó hacia ella, cubriéndola con su cuerpo. La cola de la bestia los golpeó a ambos con tal fuerza que los lanzó varios metros por el aire. Ambos cayeron al suelo pesadamente, rodando hasta detenerse en la maleza cercana.
—¡No! —gritó Suri al verlos volar, su corazón acelerado al ver a su amiga y al extraño caídos e inmóviles.
Suri, con lágrimas en los ojos, corrió hacia ellos. El extraño había protegido a Hada con su cuerpo, pero ambos estaban claramente heridos. Suri se arrodilló junto a ellos, agitada y temblorosa.
—¡No se duerman! —rogaba Suri con voz temblorosa, sacudiendo suavemente a ambos—. ¡Por favor, no os durmáis!
El hombre abrió los ojos con esfuerzo, sus pupilas dilatadas por el impacto, y gruñó de dolor mientras trataba de levantarse.
—No… no es el momento de rendirse… —murmuró, aunque sus palabras apenas eran audibles.
Hada, todavía consciente pero claramente aturdida, intentó moverse. Su mirada era confusa, y el dolor la envolvía, pero logró esbozar una sonrisa débil hacia Suri.
—Estoy bien… estoy bien —murmuró, aunque su respiración era irregular.
—¿Están…? —comenzó Becca, pero Suri asintió levemente.
—Siguen con vida… —murmuró Suri, aliviada al ver que tanto el extraño como Hada estaban conscientes.
Mika, sacudiendo el miedo que aún la aferraba, disparó flecha tras flecha con precisión, cada una encontrando su objetivo en el cuerpo de la bestia. Becca continuó atacando con su lanza.
Viendo la oportunidad, el desconocido corrió hacia la bestia y, con un esfuerzo sobrehumano, clavó su lanza en el cuello del monstruo. La criatura se retorció, intentando liberarse, pero el se aferró con fuerza, empujando la lanza aún más.
La bestia, debilitada por las múltiples heridas, soltó un rugido final antes de tambalearse y caer pesadamente al suelo. Un silencio sepulcral se extendió por el claro mientras la criatura exhalaba su último aliento.
Becca, con la respiración agitada, observó el cuerpo inerte del monstruo antes de voltear a ver al desconocido, quien se desplomó de rodillas, exhausto y cubierto de sangre.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose cautelosamente. El levantó la vista, sus ojos llenos de dolor pero también de alivio, y asintió levemente antes de desplomarse por completo.
—¡Está herido! —exclamó Mika, dejando caer su arco y corriendo hacia él.
La joven luchó por controlar el pánico mientras veía la sangre manando de su costado—. ¡Tenemos que llevarlo a la aldea, ahora mismo!
—¿Podemos cargarlo? —preguntó Hada, su voz temblando mientras miraba al desconocido, claramente más grande y pesado que cualquiera de ellas.
—No tenemos otra opción —dijo Becca, su voz firme a pesar del miedo que sentía—. Nos ha salvado la vida y protegió a Suri... no podemos dejarlo aquí.
Con esfuerzo y mucho trabajo, las tres lograron levantar al desconocido y comenzaron a caminar hacia la aldea. El viaje fue lento y agotador, cada paso era una lucha mientras soportaban el peso del ser inconsciente.
Al llegar, las mujeres de la aldea las rodearon, sus ojos llenos de asombro y miedo al ver al desconocido herido. Ninguna había visto jamás a alguien como él. Sus facciones, su altura, su musculatura... era un enigma aterrador y fascinante.
—¡Apartaos! —ordenó Jaia, abriéndose paso entre la multitud. Al ver la gravedad de sus heridas, dio rápidas órdenes para que prepararan agua caliente y vendas. Las ancianas se hicieron cargo de inmediato, moviéndose con la destreza de años de práctica en curar a las aldeanas.
Mientras las más jóvenes se retiraban a un lado, Jerut y Alisha intercambiaron miradas significativas. Jaia, acercándose a ellas, observó al extraño con detenimiento. Sus facciones eran fuertes, angulosas y su cuerpo tenía una robustez que no pertenecía a ninguna mujer.
—¿Podría ser…? —susurró Jerut, sus ojos abriéndose con una mezcla de asombro y miedo.
—Sí —murmuró Alisha, su voz apenas audible. Ambas ancianas asintieron con seriedad, reconociendo lo que las jóvenes no podían comprender. Frente a ellas estaba un hombre, que no habían visto en más de 120 ciclos lunares.
—No digamos nada aún —dijo Jaia en voz baja, mirando a las chicas que observaban desde la distancia—. No están listas para saberlo aun.
Las gemelas asintieron en silencio. Guardarían ese secreto