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Libertad

S’ler sacó uno de los papeles del montón. Estaba escrito de su propio puño y letra, una letra distinguible por la redondez de sus grafemas y la rapidez con la que habían sido escritos. Era una carta que tendría que haber enviado hacía ya mucho tiempo, pero que al final nunca había llegado a salir de su estudio. Leyó su contenido, aunque ya lo conocía bastante bien. Era un recordatorio para Kinerar, que vivía lejos de la ciudad, alguien con el que había tenido contacto cercano hacía ya muchos años. Se había alejado de él, como lo había hecho de El Círculo, y dudaba de que en su actual posición pudiera volver a recuperar lo que había perdido al llegar a la ciudad. Pero, por suerte, había conseguido sobrevivir allí, contra todo pronóstico.

Deseaba con todo su ser poder salir de La Capital, poder volver a los lugares que había visitado antaño. Esperaba que en algún momento esa oportunidad se le presentaría, y, aunque parecía que se acercaba la mejor oportunidad que había tenido en mucho tiempo, en el fondo sabía que la posibilidad de que pudiera huir era poco más probable de lo que era un día normal. Pero era lo mejor que tenía, y, al menos, tenía una esperanza a la que aferrarse. No solía creer en hechos tan poco probables, pero este en especial era uno que llevaba tiempo esperando, y había terminado por fiarse. Por alguna razón, seguía queriendo volver.

Se levantó de la silla de madera del escritorio, dispuesto a marcharse. Un par de manuscritos cayeron al suelo, y él se apresuró a recogerlos. Estaban llenos de información, útil para él, inane para otros. Ambas contenían, escritos por él mismo, párrafos sobre sucesos que consideraba de interés, en su mayoría guerras. Aunque dos hojas no dieran para mucho si hubieran sido historias complejas, esas en concreto las había destinado para guerras cortas aunque importantes, y por tanto había podido resumir un total de siete en aquel reducido espacio.

Alejado ya del escritorio, abrió su armario personal. Se desnudó, despojándose de sus vestiduras de tela, y las colgó en los espacios libres del mueble. Seleccionó un conjunto de ropa más pobre, los pantalones y la camiseta hechos de cuero de dudosa calidad. No era ropa cómoda, sobre todo comparada con la tela que acababa de dejar. Pero era necesaria para aparentar alguien de clase baja. Yigo no sabía que en realidad solía vestir con ropas mejores que las que había dejado en el armario. S’ler tampoco quería que su “jefe” lo supiera.

Stolen story; please report.

Una vez vestido, salió de su habitación. Caminó por el pequeño pasillo hasta la sala principal, donde la única decoración eran una mesa y sus respectivas sillas. No decoraba aquella estancia, puesto que no solía usarla. El tiempo que pasaba en su casa lo aprovechaba en su mayoría en su cuarto, sentado en el escritorio, entre manuscritos, libros y tinta.

Giró la llave de hierro dentro de la cerradura, y abrió la puerta que daba acceso al exterior. Fuera hacía frío, pero él casi no lo sentía. No era una persona que se molestara por el frescor del ambiente. Salió de su casa, donde el suelo empedrado daba aún más la sensación de frío bajo sus pobres zapatos. Cerró de nuevo la puerta, llevando consigo la llave que daba acceso a su hogar. La entrada de esta estaba en un callejón con tan solo una salida, hacia la cual se dirigió. El gélido aire del ya cercano invierno se colaba por las rendijas de las puertas, y se arremolinaba sobre su cuerpo. Se estremeció. Por primera vez volvió a sentir frío, una sensación que hacía ya mucho que no sentía. Y le sorprendía, sobre todo porque el verdadero invierno todavía estaba por llegar.

Mientras caminaba por las casi vacías calles, vio a un mendigo que trataba de dormir pegado a la piedra de una casa. No se detuvo a mirarlo durante mucho tiempo. Si lo hacía, puede que se apiadara de él, y volviera a casa en busca de alguna manta para resguardarlo. Pero sabía que no debía perder tiempo en tal cosa. Si ese hombre vivía en las calles de los suburbios sin un lugar caliente donde dormir, lo más probable era que fuera porque no había sabido cómo buscarse la vida. Así funcionaba todo en la ciudad. S’ler sí que supo cómo subsistir en su momento, y por ello todavía podía respirar con tranquilidad. Con la tranquilidad relativa de La Capital.

En el cielo, las nubes cubrían el cielo, haciendo la noche más oscura que de costumbre. La ciudad nocturna era un paisaje de algún modo espeluznante, que sin embargo persuadía muchas veces a S’ler. En la oscuridad, podía moverse más libremente, sin casi preocuparse por poder ser visto con facilidad. De noche casi nadie salía, y la ciudad podía ser recorrida sin miedo a toparse con nadie, excepto con algunos guardias que vigilaran la zona, o algún mendigo loco que usara las tinieblas como método para desahogar sus penas. Era extraño que alguien más como él se moviera de noche, aunque era una posibilidad. De alguna forma, la noche era casi para él solo. Un momento donde poder despreocuparse, o al menos intentarlo, del estrés del día a día. Un lugar donde ni antiguos amigos ni El Círculo podían molestarlo.

Un lugar, un momento, donde ser un poco más libre.

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