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Danza de Dagas (Spanish - Español)
Cap. 2 - La Desaparición de una Hija

Cap. 2 - La Desaparición de una Hija

—Zera, ve a recoger la zona alta de la huerta—gritó la voz de su madre desde el piso inferior. No era una vivienda grande, pero había sido construida a dos alturas, para separar las habitaciones del resto de cuartos.

Zera se giró súbitamente, alertada por la voz que la llamaba. Bajó por los viejos escalones de madera, y pasó junto a su madre. Sin percatarse de su cara parcialmente enfadada, salió de la casa, y siguió el camino de tierra hacia la pequeña plantación familiar, no sin antes echar una rápida mirada al nublado cielo.

Las diferentes plantas estaban ordenadas por el color de sus frutos, correspondiendo la zona más alta a los frutos de tonos violetas. Zera recogió la fruta cuyo punto de maduración era el adecuado. Aprovechó para revisar la capa que rodeaba las plantas. Era una capa hecha por una sustancia extraña, que solo ella podía atravesar, y que la propia chica había fabricado a partir de que sus manos la formaran. Sus padres nunca le habían explicado por qué podía hacer eso, pues ellos parecían no tener aquella capacidad, ya que solo ella era la encargada de revisar que el recubrimiento nunca tuviera aberturas para proteger las plantas. Desde el día en que supo por primera vez aquella capacidad, sus padres habían insistido en que siempre tomara mucha agua, y extrañamente, los días en los que tomaba poca agua, se notaba algo más cansada que de costumbre, mas sus padres tampoco dieron nunca explicación para aquella extrañeza. Casi nunca se había alejado mucho de su casa, y siempre le había causado curiosidad el mundo más allá de su casa, y cuántos lugares podría haber detrás del gran muro que se observaba desde la lejanía, y que rodeaba los campos antes de desaparecer en el horizonte. Sus padres siempre fueron muy restrictivos cuando se trataba de alejarse de casa. Vivían en un pequeño pueblo prácticamente agrícola, y la gente que allí residía vivían ajenos a Zera. Ella había intentado múltiples veces hablar con sus vecinos, pero ellos o no le hacían caso, o expresaban extraños murmullos. La chica parecía ser la única habitante de aquel lugar que no llevaba la rutina de forma tan errática. Y tal vez aquello fuera lo más extraño de todo.

Cuando la noche cayó sobre el pueblo, Zera, aunque algo somnolienta, se levantó de su cama, dispuesta a dejar por fin la soledad de su vida. No podía tolerar ni un día más vivir sin casi conversar con nadie, y que cuando por fin escuchara a alguien pronunciar una palabra fueran sus padres enfadados con ella por cualquier cosa. Agarró una pequeña mochila debajo de su cama, donde metió una sola pieza de ropa extra para el frío, y un papel que la identificaba. Con un leve suspiro de arrepentimiento, pero también de decisión, salió sin hacer el más mínimo ruido de su casa. Fuera corría un ligero aire, todas las luces estaban apagadas y solo se escuchaba el murmullo del viento. Todo el pueblo descansaba. Ninguna luz podría descubrirla entre la oscuridad. Era una noche de niebla, pero la falta de visión no la desorientó. Caminó en dirección contraria al muro,que ahora se escondía entre la densa masa gris. Sabía que, si caminaba hacia aquel lado, tarde o temprano encontraría otro muro. Hacía pocas semanas, debajo de un mueble había encontrado un mapa de los alrededores de donde vivía, que indicaba murallas a ambos lados del pueblo. Más allá del otro muro decía encontrarse otra ciudad, y hacia allí se dirigió.

A la mañana siguiente, Zera despertó en medio del césped. Se había dormido en el camino, y ni siquiera se acordaba de haberse parado a descansar. En la lejanía, pudo divisar por fin una pequeña silueta gris, que intuyó que sería el muro que buscaba. A medida que caminaba hacia él, crecía una sensación de libertad que la relajó. En su camino se topó con muchos animales, todos huidizos ante su presencia. Avanzaba más lentamente de lo que había previsto, pues sortear los límites de las fincas, algunas plantadas, costaba su trabajo, y cuando aquellas parcelas fueron sustituidas por una colina arbolada, su ritmo aumentó de forma considerable. En lo alto de aquella montaña, pocos árboles crecían, impedidos por rocas que tapaban el verde suelo al que se había acostumbrado. La colina subía mucho más de lo que habría imaginado cuando la vio, pero por suerte desde aquella altura pudo observar el interior del muro con mayor claridad.

Era la primera vez que veía una ciudad.

Desde la altura, observó las casas, de un tamaño minúsculo desde allí arriba, pero aun así la ciudad asemejaba inmensa. La zona que más cerca veía constaba de pequeñas casas muy juntas entre sí, dejando pequeños callejones entre ellas. La excepción de aquellas zonas estrechas eran calles más anchas por donde parecía circular gente, pues desde allí era complicado diferenciar personas. Una gran calle subía por la colina en la que se había instalado la ciudad, hasta un gran castillo que coronaba toda la zona. Por detrás del castillo se veían casas más grandes, con mayor espacio entre ellas.

Zera no pudo aguantar más tiempo, y descendió rápidamente por la colina, esquivando rocas y árboles. Tuvo varios tropiezos, de los que por suerte pudo recuperarse y seguir, animada por las ganas de ver una gran ciudad por primera vez.

Cuando por fin estuvo cerca del muro, la noche ya se había cernido sobre ella, y se obligó a dormir bajo la protección de un árbol.

Al amanecer, Zera despertó de nuevo en el césped, mas ahora si recordaba cuándo y cómo se había dormido. El fervor de entrar a la ciudad era mayor que el sueño con el que se había levantado. Mientras caminaba hacia el gran muro, junto con algunos carruajes que acababan de llegar, levantó la mirada hacia lo alto de la muralla, y ahí arriba vio que algunas personas armadas por todo el cuerpo vigilaban la entrada, pero entre ellas vio que una no llevaba armadura, sino una fina capa, y que la miraba atentamente. El extraño se mantuvo así unos pocos segundos, hasta que giró la cabeza hacia uno de los armados, que se acercaba a él, y entonces vio cómo se elevaba ligeramente en el aire y desaparecía detrás del muro.

Cuando llegó a la entrada, unos soldados vigilaban esta misma, y pararon a la chica cuando intentó entrar.

—Documentación.

Zera recordó el papel, y lo sacó, entregándolo al soldado, que lo revisó, alzando una ceja.

—¿Por qué has venido tú sola? Esta ciudad puede ser peligrosa para una chica como tú.

—Mi madre me envió aquí para ver a un familiar—mintió ella.

—Pues ten cuidado, y sobre todo, aquí la gente no suele ser trigo limpio, así que confía en las mínimas personas posibles, y de las que estés segura que no te van a traicionar. Me sorprende que tu madre no haya tomado precauciones al enviarte aquí.

Zera simplemente se encogió de hombros, y entró.

La ciudad era inmensa.

Cuando la chica entró, se sintió muy abrumada. Aquel lugar era mucho más grande de lo que había imaginado, a pesar de que la mayoría de las calles eran estrechas y algunas sin salida. Un gran camino empedrado subía hasta la cima de la colina, donde se postraba el gran castillo. Desde dentro, aquella ancha calle era mucho más larga de lo que parecía desde la montaña. Las casas no eran muy grandes, y la suciedad cubría sus paredes y techos. Muchas personas se acurrucaban contra las paredes, pidiendo algo de dinero para poder sobrevivir. Zera se preocupó por la pobre situación de aquellos individuos, pero se obligó a sí misma a no fijarse en ellos, pues no quería gastarse en ellos el poco dinero que tenía.

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Caminó por un oscuro callejón, buscando un lugar donde poder pasar los días hasta que encontrara una fuente de dinero. vio a lo lejos dos personas, probablemente unos años mayores que ella, caminando lentamente con la mirada puesta en la chica. Zera se apartó de su camino, pero cuando ellos se acercaron, se interpusieron en su camino, con una mirada que la chica no supo entender. Uno de ellos, el más alto y fornido, se acercó a ella, y la sujetó por el brazo, sonriendo ligeramente. Zera trató de zafarse, pero aquella mano era como de acero. La chica gritó, intentando en vano librarse. De repente, aquella mano se aflojó, y el chico cayó al suelo, con la espalda sangrando. Zera quitó la mirada del cadáver, y vio delante suya a un chico, también de su edad, pero que no era ninguno de los que la habían retenido. Su cara mostraba preocupación.

—¿Estás bien?—preguntó el chico. Su pelo castaño daba señales de que llevaba tiempo sin peinárselo.

—Sí, supongo.

—No eres de la ciudad, ¿verdad?—adivinó él.

—¿Cómo lo has sabido?

—Si fueras de aquí no te habrías metido por estas calles. Son muy peligrosas incluso para alguien que las conoce tan bien como yo.

—No tenía ni idea.

—Bueno, hay cosas importantes que debo atender La próxima vez ten cuidado, chica—dijo alejándose en la dirección por la que había aparecido— y no confíes en cualquiera.

—Espera, no me has dicho tu nombre—gritó Zera.

—La gente solo usa tu nombre cuando necesita algo de ti—dijo el chico, adquiriendo velocidad, antes de separar los pies del suelo y desaparecer volando tras unas casas.

Zera se quedó quieta, sin saber qué hacer. Tras unos segundos, volvió por donde había venido, hasta llegar de nuevo a la entrada, entonces caminó por la calle principal, fijándose en los puestos de alimentos.

Loth volvió a casa, pensando en aquella chica. En una situación normal no se habría detenido a ayudarla. No merecía la pena tratar de salvar a todas las mujeres de acabar trabajando como putas, pero se había fijado en ella. La había visto entrar, mientras él caminaba por las calles. Momentos antes, había visto a alguien sobrevolar las casas, después de haber saltado desde la muralla, y había desaparecido detrás de un tejado. Aquella anormalidad lo había puesto en alerta, y de no ser por eso, probablemente no habría hecho nada por la chica, pero ahora tenía curiosidad. La gente del campo no suele ir a las grandes ciudades, y los pocos que lo hacen van para vender los alimentos que cosechan. Pero aquella chica había llegado sola, sin saber nada de la ciudad, y estaba pensando en reclutarla para la banda, y enseñarle la vida de la ciudad. No les vendría mal poder tener una mujer dentro del grupo.

Cuando llegó a su casa, la noche ya oscurecía las calles estrechas y las esquinas. vio algo deslizarse entre las sombras, e instintivamente sacó una daga de su bolsillo. De las sombras salieron Yigo y el resto de la banda, que lo miraban serios.

—¿Qué hacéis aquí?— dijo Loth, bajando el arma.

—Si queremos planear el robo, tenemos que hacerlo en tu casa—contestó S’ler—. La guardia de Dorn ya está sobre alerta de la desaparición de cinco de sus soldados. Yigo ya se ha deshecho de los cadáveres, pero no tardarán en saber cuál fue la última casa que revisaron antes de desaparecer, y entonces estaremos perdidos.

—Pero si conseguimos ejecutar a tiempo el robo a los Visarr, para cuando nos descubran ya estaremos lejos de aquí—añadió Yigo.

Loth sonrió, y sacó la llave de la casa, y dejó pasar a toda la banda. Entonces se acordó de la chica. Se giró hacia la calle, y decenas de siluetas humanas, algo borrosas, se mostraron en su visión. La mayoría de ellas estaban dentro de las casas, pero algunas se veían sentadas entre las calles, quietas. Loth caminó con la rapidez y el sigilo que caracterizaba su paso, fijándose en las siluetas, todas ellas por el momento desconocidas. Entre las casas, muchos mendigos dormían, encogidos en sí mismos, luchando contra el frío como buenamente podían. La temporada estival había quedado atrás hace no muchos días, en el campo recogían ya sus cosechas, y el frío asomaba ya en las noches de niebla como aquella. Poco tiempo después de haber cumplido los diez años, los padres de Loth lo habían dejado con Yigo, para después desaparecer. En aquellos tiempos la banda sufría uno de sus mayores problemas económicos desde que se habían formado, y Loth tuvo que ayudar, haciendo trabajos durante el invierno vendiendo comestibles en la Gran Calle, y el frío lo azotaba día tras día. Ahora, más de cinco años después, Loth volvía a recordar aquella época, sintiendo el reciente frío colándose a través de su capa, silencioso.

El chico llegó a una vieja posada, y allí advirtió la figura de la chica en la planta superior. A pesar de que aquella vista sobrehumana le permitía ver a través de muchos obstáculos, algunas paredes todavía le resultaban un verdadero desafío. Entró al edificio, donde en la planta baja, algunos borrachos despilfarraban su tiempo y dinero tratando de ahogar sus penas bebiendo jarras y jarras de cerveza. Loth no los conocía, pero estaba casi seguro de por qué bebían. Siempre era igual. Tenían algún problema, y comenzaban a beber, para luego lamentarse por beber tanto, y en vez de dejarlo, simplemente volvían a la bebida, cayendo en una espiral de la que no solían salir. Beber, depresión. Beber, depresión.

Subió a la planta de arriba, con cuidado de no alertar al dueño. Llegó a la habitación de la chica, y abrió la puerta con cuidado de no hacer ruido. vio a la chica sentada encima de una cama. Era una habitación pequeña, pero de las pocas en las posadas que sirven para una única persona. Si aquella chica llevaba algo de dinero encima cuando llegó, probablemente lo hubiera gastado casi todo en alquilar aquel cuarto por una noche. No debía haber pensado mucho antes de coger la habitación, pues al día siguiente tendría que buscar un trabajo urgentemente si no quería morir de hambre, o si quería un techo bajo el que dormir. Todo parece apuntar a que esperaba que viniera, pensó.

La chica giró la mirada hacia la puerta.

—¿Cómo me has encontrado?

—Es una larga historia. Lo importante es que necesito tu ayuda—dijo Loth.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque de no ser por mí habrías acabado muy mal.

La chica bajó la cabeza.

—¿Y por qué razón ibas a necesitarme?—dijo—Yo solo soy una chica de las afueras.

—Si vienes conmigo, podrías ayudarme a conseguir dinero. Mucho dinero. Podríamos saber que hay más allá de estos muros, más allá de donde sea que vengas.

—Tú mismo me dijiste que no confiara en nadie.

—Creo que estaba hablando incorrectamente. No confíes en casi nadie. Yo no te recomendaría desconfiar de cualquiera. Podría traerte problemas. Además de que tengo algo que igual te sería de utilidad.

Loth sacó una pequeña bolsita de monedas de su chaqueta, y vio a la chica buscar dinero en su bolsillo, tratando inútilmente de pasar desapercibida. La entrenaría para convertir esos gestos en movimientos casi imperceptibles.

—Vamos—dijo Loth.

—¿Dónde?

—No querrás seguir hablando aquí. Las paredes son tan estrechas que podrían escucharte respirar. Coge lo que tengas y vámonos, nos estarán esperando

—¿Quiénes nos esperan?—dijo la chica, insistente.

—Haces muchas preguntas—comentó Loth con una ligera risa—. Te lo contaré por el camino.