Loth bajó por las escaleras, seguido de la chica, que intentaba bajar de la forma más silenciosa posible. Salieron de la posada, entrando en la fría niebla. Tendió su capa a la chica, que temblaba de frío.
—Gracias—dijo ella, tapándose.
—Vas a necesitar ropa más abrigada. Se acerca el invierno.
Continuaron caminando por las calles, hacia la casa del chico.
—¿De dónde vienes?—preguntó Loth, intentando borrar el silencio que habían mantenido por un rato.
—Era un pueblo muy pequeño, ni siquiera tenía nombre, pero parecía estar rodeado por un muro.
—¿Un muro?—dijo Loth, deteniéndose—¿No era la muralla que rodea esta ciudad?
—Estoy segura de que no. Estaba del lado contrario a esta ciudad. Era más alta.
Loth reanudó el paso.
—Vamos. Tenemos que llegar a mi casa lo antes posible.
Caminó rápidamente hacia su casa. Cuando estuvo cerca, volvió a fijar las siluetas, mirando hacia la vivienda. Siete, pensó. Nadie más había llegado en su ausencia.
Entró en la casa, abriendo la puerta con agilidad. Yigo se levantó, sobresaltado.
—¿Dónde estabas?
La chica entró por la puerta.
—¿A quién has traído?—continuó Yigo, arqueando una ceja.
—Creo que querías tener una mujer en la banda—replicó Loth, sonriendo pícaramente.
—¿Y cómo puedes saber que no nos traicionará cuando haya cualquier problema?
Loth escuchó a Zera refunfuñar detrás suya.
—Viene de las afueras, y no conoce la ciudad. Sin mí estaría perdida—dijo Loth—. Me ha contado algo que podría interesarnos.
Yigo sonrió. Levantó su mano derecha, en gesto de que continuara.
—Hay un muro más allá de la ciudad—concluyó Loth.
Yigo abrió más los ojos. Parecía que él no era el único que se había sorprendido
—¿Un muro?—dijo Lay, uniéndose a la conversación.
—Sí—respondió la chica—. Una gran muralla que rodeaba los exteriores de la ciudad.
—Nunca he oído hablar de otro muro.
En La Capital no se conocía mucho de lo que sucedía en el exterior desde hacía ya unos años. Solo la información permitida podía ser conocida por todos allí, y la existencia de un segundo muro no entraba en los conocimientos de los paisanos. Todo lo que se conocía del exterior era enviado por gente que Dorn supervisaba. Mientras murmuraban, vió que S’ler, sentado en una silla, sonreía.
—Venga, sentaos—dijo Yigo—. Tenemos un robo que planear.
—¿Un robo?—preguntó ella.
—Sí, chica. Y es uno de los grandes. por cierto, ¿cómo te llamas?
—La gente solo dice tu nombre cuando necesita algo de ti—replicó ella—. Loth trató de contener su risa.
Yigo rió, mirando a Loth.
—Tú le has dicho eso, ¿me equivoco?
El aludido le dirigió una sonrisa a Yigo, antes de sentarse junto al resto.
—Puede ser. Puedes decirnos tu nombre, chica. Puedes confiar en mí.
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—Me llamo Zera.
Todos la miraron.
—El tercer Dios—dijo Loth, alargando la sonrisa que todavía mantenía. Esa chica podría serles más útil de lo que cabría pensar al verla— ¿Por casualidad no tendrás alguna capacidad que tus padres no tuvieran?
—Creo que sí…pero no sé si podría ser considerado una capacidad—dijo la chica, al mismo tiempo que cerraba los ojos, y algunos mechones de pelo se elevaban por encima de su cabeza, mientras una extraña capa se iba formando a su alrededor, radiante. Aquel manto la fue rodeando formando un semicírculo a su alrededor.
—Las capas de Luz—murmuró el chico—. Creo que sería necesario informarte de que pocas personas tienen capacidades como la tuya. En otro momento debería hablarte más de la magia. Pareces no saber mucho del tema
Zera se sentó en la mesa, encogiéndose de hombros. Loth la miró, y en su cara notó todavía un atisbo de inseguridad, pero supo que estaba más confiada.
—He conseguido un plano de la casa Visarr—dijo Yigo, cambiando de tema—. Es simple, pero nos servirá.
Loth observó el viejo papel que Yigo mostraba sobre la mesa. La casa parecía ser grande. Algunas anotaciones añadían información acerca de algunas habitaciones de la mansión.
—Creemos que el dinero está en la planta alta. Pero habrá soldados protegiendo toda la casa. Aunque hayan reducido sus fuerzas, siguen representando un peligro.
—¿Tenemos número aproximado de soldados?—preguntó Loth
—Unos treinta—dijo Lay.
Loth suspiró, sabiendo que sería bastante difícil enfrentarse a ellos en caso de que les tendieran una emboscada, o que simplemente se toparan con un grupo grande.
—¿Pero cómo entraremos?—dijo Zera.
—Por la puerta principal.
Loth clavó la mirada en Lay.
—Explícate.
—Tendrá lugar la próxima semana una reunión en la mansión Visarr. Nada serio, un tipo de fiesta. Debéis infiltraros entre los ricos. Iréis Yigo, Loth y Zera. El resto de nosotros vigilará el exterior. Yigo será un mercader del norte, padre de Loth. Zera, serás la prometida del hijo.
La chica se ruborizó.
—Deberíamos cambiar los nombres—sugirió Loth—. No vamos a pretender ser del norte sin tener nombres acordes.
—Ya había pensado en ello—contestó Yigo—. Yo nunca dejo cabos sueltos. Tú serás mi hijo Íog. Mi nombre tiene orígenes norteños, por lo que no veo necesario cambiarlo.
—¿Y yo?—dijo Zera.
—Tú serás la dama Neria—dijo Loth, escogiendo un nombre que recordaba haber oído no sabía dónde, pero que era común en el norte—. S’ler, ve a la habitación al fondo del pasillo, debería haber un vestido en el armario.
S’ler se levantó de la mesa, asintiendo, y desapareció tras la puerta del cuarto.
—No voy a preguntar por qué tienes un vestido—dijo Zera.
—Tampoco es necesario—respondió Loth.
S’ler salió del cuarto, con el vestido colgando de su brazo izquierdo. Loth había conseguido aquella prenda haciendo lo que mejor se le daba: robar a los ricos. Había sido un robo fácil, pues las casas ricas solían preocuparse más por ser más ricos que por proteger sus fortunas. Era un vestido de color verde oscuro, con muchos volantes y unas hombreras que sobresalían, como solía ser la moda.
—¿Tengo que ponerme eso?—preguntó Zera.
—No pasarás como una noble llevando ropas de campesina—dijo Loth.
La chica se cruzó de brazos, pero no dijo nada más.
—Entraréis por la puerta principal, junto al resto de invitados—explicó Lay—. Una vez dentro, pasad unos minutos con los invitados, para no levantar sospechas. Luego debéis buscar las escaleras que os llevarán al piso superior.
Mientras decía eso, señaló un punto en el mapa.
—Cuando estéis arriba, en la habitación más alejada del pasillo estará el oro. Probablemente estará en una caja de hierro, por lo que os costará bastante abrirla. Luego podréis salir por el mismo lugar que entrasteis si sois lo suficientemente rápidos.
Loth se estiró en su silla. No había atendido lo suficiente a lo último que había explicado Lay, pero más o menos tenía una idea general del plan de acción.
—Siento dar por terminada esta reunión tan temprano, pero estoy bastante cansado—dijo Loth—. Solo voy a preguntar qué narices vais a hacer todos los que no nos acompañéis a la fiesta.
—Vigilaremos desde fuera en caso de imprevistos—dijo Lay—. Además de que os llevaré a los tres en carruaje, para hacerlo más realista.
El grupo se levantó, y uno a uno fueron saliendo de la vivienda, hasta que solo quedaron Loth y Zera.
—Deberías bañarte—dijo el chico—. Estás algo manchada de tierra.
Ella asintió, y Loth le indicó la puerta del baño. Cuando la chica estuvo dentro, él se dirigió a su cuarto. Al ver el vestido cuidadosamente colocado encima de la cama, cogió algo de ropa del armario y volvió al baño.
—¡Eh!— dijo Zera cuando él abrió la puerta.
—Lo siento. Te dejo aquí ropa para que te cambies luego.
—Gracias…
Loth dejó el pequeño montón en el suelo y volvió a cerrar la puerta.
Cuando la chica salió del baño, ya se había vestido con sus nuevos ropajes.
—Te he preparado otro cuarto para que puedas descansar.
—Muchas gracias…
Sin decir nada más, la chica entró en su habitación y cerró la puerta, dejándolo de nuevo solo. Se retiró también a su cuarto, cansado. El día de la “fiesta” se acercaba. Solo esperaba que todo saliera bien. No era necesario que fuera perfecto, pero no quería terminar degollado por intento de robo.