Era el día.
Zera entró a su habitación. Ya habían pasado los días, y la fecha del robo había llegado más rápido de lo que habría imaginado. Durante aquel corto período de espera, Loth había tratado de explicar como buenamente podía cómo funcionaba la magia, y más a fondo cómo usar el suyo. La forma más eficaz de poder usar sus capas de luz era consumiendo unos pequeños cristales que en su interior contenían un líquido, que él había llamado Hidrógeno. También debía recargar sus reservas interiores de luz, las cuales solían irse llenando con el paso del tiempo, mas era importante saber que cuanto más alto se encontrara, más rápido de rellenaría su “Luz Espiritual”. La otra forma de conseguir el Hidrógeno era bebiendo mucha agua, que no recargaba tanto sus reservas, pero era más barato y más fácil de conseguir que las gemas.
Zera salió por la puerta del cuarto con el vestido ya puesto. Le resultaba algo incómodo tener que cargar con las telas que rozaban en el suelo, pero trató de parecer formal. Loth la esperaba, con su traje negro bien arreglado.
—Lay nos espera fuera. Está con el carruaje en la parte de atrás para tratar de llamar la atención lo menos posible.
La chica terminó de arreglarse rápidamente, y acompañó a Loth hasta la puerta trasera. Allí los esperaba Lay con el carruaje de caballos.
—¡Vamos chicos! Nos hemos gastado mucho en esto, tiene que ser perfecto.
—¿Tanto te ha costado?—dijo Loth.
—Es broma. Era de algún noble poco precavido.
Zera aceptó la mano de Loth para ayudarla a subir. Mientras lo hacía, vio como Lay tomaba las riendas de los caballos. Cuando estuvo en el interior del vehículo, Yigo entró también, con las refinadas ropas que lo caracterizaban, y se pusieron en marcha. Ella se quedó mirando al suelo, pues no podían abrir las pequeñas ventanas para evitar ser reconocidos. Una vez llegados a la fiesta no sería necesario tal secretismo, pues nadie los conocía allí.
Poco después de arrancar, escucharon pasos que se detenían junto al carruaje.
—Lay, ¿qué haces tú transportando semejante carro?—dijo una voz femenina.
—A veces me gano la vida transportando nobles.
—Que nobles más extraños, moviéndose por estas calles…
—Pues esos nobles tienen prisa, así que me despido—dijo Lay, reanudando la marcha.
Zera suspiró, relajada.
Pasaron bastante tiempo dentro del carruaje, pues la extensión de la ciudad y su complejo entramado dificultaban la circulación de los vehículos. A medida que se alejaban de la casa de Loth, los edificios se iban volviendo de mayor calidad, símbolo de que estaban en zona de ricos. Zera pudo por fin correr las cortinillas para ver el exterior. Las grandes casas de piedra, en las que podían vivir más de quince personas sin ningún problema, se quedaban a años luz de las mansiones que las siguieron.
La mansión Visarr no era una de las casas más grandes de la zona, pero sí que destacaba con las flores que decoraban los grandes balcones. Estaba hecha de mármol, tan claro que incluso las nobles que llevaban vestidos blancos parecían oscuros en comparación con la mansión. La puerta del carruaje se abrió, y tras ella apareció Lay, con expresión seria. Cuando Loth y Yigo estuvieron fuera, la ayudaron a bajar. Casi se tropieza en el pequeño escalón antes del suelo, pero consiguió mantener el equilibrio, y se alisó el vestido. Loth le tomó la mano, y en un primer momento ella apartó la suya, pero entonces el chico le dirigió una mirada preocupada. Ahora él es tu prometido, recordó. Aceptó por fin la mano, y se dirigieron a la mansión. Yigo se había situado al lado del chico, y miraba al frente, fijándose en los detalles de la casa, buscando en la realidad los mapas. Llegaron a las escaleras de la entrada, en las que algunos servidores limpiaban las barandillas escondidos tras ellas. Los nobles que entraban en aquel momento no parecían fijarse en ellos, pero Zera no pudo evitar echarles alguna corta mirada. Pasaron por las puertas de madera oscura que daban la bienvenida a la gran mansión. Dentro, varias decenas de personas asistían al evento esparcidas por el salón. Algunas descansaban en las mesas, en las que comían sobre manteles blancos perfectamente limpios. Los nobles que no estaban sentados bailaban, movidos por la música lenta de un pequeño grupo de instrumentistas que se habían colocado en una esquina cercana a la entrada. En la zona central se había colocado una fina alfombra para los que bailaban, siempre en parejas. Lay los guio hasta una de las mesas, y cuando estuvieron sentados, este se retiró de nuevo al exterior. Ella se giró para verlo, y Loth le dio una disimulada patadita por debajo de la mesa.
—Los criados deben retirarse una vez que sus amos se han sentado—le susurró.
Zera observó el interior de la mansión. La sala de baile ocupaba casi la totalidad del piso inferior, exceptuando algunas zonas anexas al edificio principal. Varios cuadros, que retrataban bustos de varias personas, cubrían las paredes inferiores, mientras que las zonas más altas, junto a los balcones, varias vidrieras variaban los colores de la sala. La chica observó aquellos conjuntos de cristales. Sin duda parecían representar legendarios acontecimientos, mas no conocía el origen de aquellos dibujos.
—Vamos a charlar con los nobles de nuestra edad—dijo el chico unos minutos después—. Tenemos que parecer naturales.
—¿Estás seguro? No creo que pueda hacerlo bien.
—Confío en ti—dijo él, sonriente.
Zera asintió, y se levantó con la mayor sutileza posible. Caminaron hasta una mesa más alejada del resto, donde varios jóvenes se habían reunido a charlar. Al llegar saludaron al pequeño grupo, y la chica se sentó tratando de mantener la compostura.
—Tú debes de ser el hijo de lord Yigo—dijo un chico a la izquierda de Loth.
—Él mismo.
—Ah, entonces ella debe de ser tu prometida, lady Neria—dijo otro chico con una sonrisa maliciosa.
Zera pidió bebida a un criado que pasaba por allí para tratar de ignorarlos. ¿Cómo saben ya nuestros nombres? Acabamos de llegar, pensó. El resto de la banda debe de habernos introducido bastante bien.
—Íog, ¿te gustaría acompañarnos?—dijo el primer noble poco después— Vamos a ir a charlar a los balcones.
Loth aceptó, e ignoró las miradas de Zera, que no veía correcto que se alejara de la misión. Tiene que tener algo preparado.
A ella no le quedó más remedio que quedarse con el resto de las chicas, que charlaban en aquellos momentos sobre sus vestidos, moda y otras cosas que le parecían demasiado aburridas como para siquiera atender a aquel grupo de caras tontas.
Loth acompañó a los chicos a través de unas escaleras de caracol que los llevaron hasta el balcón más cercano. No había nadie más en aquella zona, pues todavía era temprano, aunque el brillante sol ya comenzaba a alejarse en el horizonte.
—Tú debes de ser el nieto de lord Tirring—dijo Loth, mirando al chico de su derecha.
Él asintió. Llevaba el pelo rizado hasta los hombros, algo bastante extraño entre los nobles, pues solo las mujeres lo llevaban así de largo. Sospechaba que su padre no se lo habría permitido en un primer momento, pero de alguna manera lo había convencido. Esos temas siempre sucedían tanto en los barrios bajos como en la nobleza. Cuando lo vio en la mesa mientras entraba con Zera, se lo había recogido en una pequeña coleta, mas ahora lo llevaba suelto, dejándolo moverse ligeramente al viento.
—Mi nombre de pila es Thyron, pero si no está mi padre cerca, puedes llamarme Thy—dijo.
Loth sonrió, y terminó la copa que un criado le había servido.
—Dicen que la Casa Visarr está algo falta de seguridad últimamente—dijo Thy, mirando al hijo de lord Visarr.
—Son solo rumores—respondió—. Seguimos siendo tan fuertes como siempre.
—No sois tan poderosos si os cuesta ceder unidades militares para retener a los rebeldes—dijo Thy.
—Dorn pedía diez mil soldados—dijo—¡Eso es más de la mitad de nuestro séquito!
—Y por eso solo cedisteis cinco mil. Eso significa que sí que estáis faltos de fuerzas.
El chico suspiró, mientras Thy reía disimuladamente. El noble que estaba a su lado se acercó a Loth.
—Esos dos siempre se están peleando—susurró—. Thy lo incordia siempre que puede, y Darian acaba cayendo en sus bromas. No tienen remedio.
Loth sonrió, y se alejó un momento del grupo para asomarse a la balaustrada. La zona cercana a la mansión eran puramente casas ricas. Todas ellas habían sido construidas con el dinero que los nobles habían ganado en sus negocios. Corrían años en los que la nobleza constaba de padres cuyo éxito en la mercadería llegaría hasta sus hijos, y probablemente hasta sus nietos. Dentro de varias décadas, sólo las casas cuyos hijos hubieran soportado la tarea de sostener el negocio sobrevivirían. La vida de los ricos no difería mucho de la vida en los bajos fondos. Solo los que sepan cómo aprovecharse de las oportunidades podrán resistir.
Agachó la cabeza, solo para observar las zonas más cercanas a la casa. En una de las calles le sorprendió ver a un niño corriendo, que vestía ropas de los suburbios, manchadas de tierra y hollín. Mientras se acercaba a la mansión, se paró a observar a Loth. Mientras lo hacía, una figura espectral se acercaba cuidadosamente al chiquillo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo escondió de que lo pudieran ver desde las calles, mas Loth pudo observar la situación que ahora sucedía detrás de una tienda. La figura se alejó del niño, quien de repente palideció, y se puso de rodillas. La cara de horror que tenía hizo temer a Loth, que no dejó de observar mientras la pequeña figura se tumbaba en el suelo, viva pero temblando. El hombre, encapuchado, levantó la cabeza hacia Loth, quién se alejó algunos pasos, asustado. Sintió un frío que lo recorrió, pero solo fue unos segundos, mientras la figura lo observaba. Cuando el hombre se marchó, el chico dejó de sentir aquel frío, y volvió junto a los nobles, que se habían sentado en una mesa en la esquina del balcón. Estaba confuso por lo que acababa de presenciar.
—¿Te pasa algo?—dijo Darian al verlo llegar, sus ojos verdes mirándolo con curiosidad.
—Acabo de ver una figura encapuchada torturar a un chiquillo de los suburbios sin siquiera tocarlo.
Darian entornó los ojos, despreocupado ya.
—Servidores de Dorn. Controlan un elemento que solo ellos conocen. Pero no deberías preocuparte, solo se suelen ocupar de la gente de los bajos fondos.
Loth sintió que palidecía de la misma forma en que lo había hecho aquel niño. Thy miró a Darian con el ceño fruncido.
—Tampoco veo necesidad de tratarlos como los tratan solo por acercarse a nuestros terrenos. No nos van a robar, les sería casi imposible entrar. A veces me parece que los nobles somos demasiado duros con los obreros.
Obreros, así nos llaman a los que no somos como ellos, pensó Loth. A pesar de ser un noble, tenía intenciones algo distintas al resto. Curioso, sin duda.
—Thy, tú y tus ideas “revolucionarias” no llegaréis a nada. Si ese sistema hubiera funcionado mejor que el que propone Dorn, ¿no crees que ya viviríamos así?
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—No siempre lo que quiere un gobernador es lo mejor para el pueblo. A veces es solo cuestión de poder y sometimiento.
Darian bufó.
—No tienes solución.
—Ni vosotros una mente lo suficientemente abierta como para comprenderlo—dijo Thyron, llevándose las manos a la cabeza como su el resto del mundo estuviera loco—. Si por mí fuera, os dejaría aquí plantados y me iría a otra ciudad, a un lugar donde pudiera haber alguien que pensara igual que yo.
—La gente que pensaba igual que tú ahora está muerta por traición.
—Seguro que si me fuera a vivir lejos nadie me vendría a buscar por traición. El norte podría ser una buena idea—dijo Thyron, mirando a Loth.
—Sí, tal vez—contestó Loth—. Allí a la gente le importa lo suficientemente poco el resto del reino como para tener ideas propias. Aunque igual hace mucho frío. La gran mayoría de años que pasé en el norte los viví en la frontera entre los pueblos del norte y las montañas verdes donde mi padre había mandado construir un castillo. Cada vez hace más frío en el norte.
Su última frase no era mentira, pues se había informado de que en los últimos años los pueblos de las zonas más septentrionales estaban sufriendo inviernos más fríos de lo normal.
—Entonces mejor que me vaya más al sur. Puede que el Bosque Enterrado sea una buena opción.
—Pareces saber mucho sobre cómo son las cosas fuera de aquí—apuntó Loth.
—La política y la geografía son mis puntos fuertes.
Darian entornó los ojos, bufando.
—Pero no tienes ni idea de historia.
—Y tú la conoces al dedillo. Te pasas horas metido entre libros históricos.
—Y redactando las noticias importantes que me llegan.
Todo el grupo rió, pero Loth sintió curiosidad por la labor del chico. Dedicarse a tomar nota de todo lo que llegaba a sus oídos debía ser un trabajo ciertamente costoso pero útil. Sobre todo si, por cualquier razón, llegaran tiempos de guerra.
El tiempo pasó, y la mesa poco a poco se fue llenando de copas y botellas. Cuando se quiso dar cuenta, el radiante sol se tornaba ya rojo en el horizonte. Por poco se olvidaba de lo que realmente debía hacer. Se levantó de la mesa, excusándose de ir a hablar con su padre, y salió del balcón.
Alguien a su derecha se le acercó. Yigo se giró sorprendido.
—Lord Tirring—dijo Yigo—. Un placer reunirme con usted.
—El placer es mío. Veo que su hijo charla ya con mi heredero, Thyron.
—Sí…Parecen llevarse ciertamente bien.
—Estoy preocupado.
—¿Qué sucede, si se puede saber?
—Es por mi hijo—dijo lord Tirring—. Es un hélatis poderoso, y estoy casi seguro de que la mayoría de las noches se va a una torre de magia clandestina, y me inquieta que puedan descubrirlo. Yo soy una persona religiosa, aunque no estoy en contra de la magia, pero el clero no opina lo mismo, y la vida de Thyron correría un grave peligro si se enteran de lo que hace.
Los hélatis eran aquellos magos que tenían la curiosa capacidad de impulsar sus saltos usando superficies rocosas. Serían bastante efectivos en algunas zonas de la ciudad, de no ser porque estaba prohibido hacer magia en toda La Capital.
—¿Y hay algo que te pueda confirmar que realiza las actividades de las que sospechas?
—Muchas noches, siendo ya tarde, regresa a casa, diciendo que se reunió con algunos amigos, y que perdió la noción del tiempo, pero no se da cuenta de que noto que cada vez que eso sucede, se le nota más lleno de energía, y creo que cargar y usar sus poderes lo despierta de esa manera. Además, he escuchado rumores de que alguien vio a alguien moverse por los tejados de algunas casas hace algunos días.
Yigo se acercó a su mesa, y tomó un trago de vino.
—Siempre puedes prohibirle irse de casa después de la comida.
—¿Funcionaría de verdad?
—Probablemente no. Terminaría por escaparse, y eso haría la situación aún peor. Pero estaba repasando las posibilidades, que no son muchas. También podrías enviarlo fuera de la ciudad. Con un poco de entrenamiento y algunos guardaespaldas podría desplazarse a casi cualquier lugar.
—Podría ir al castillo de Retkalfer. Es propiedad de uno de mis aliados, y está no muy lejos de la Cordillera del Norte. No es un lugar peligroso, y tendría bastante más libertad que aquí. El castillo está lejos de la Iglesia, y aún más lejos de la ciudad en sí.
—Entonces deberías enviarlo allí.
—No quiero quedarme sin poder ver a mi hijo, pero también quiero que esté seguro. Hablaré con él, intentaré que deje de ir a entrenar su magia. El clero puede que ya lo tenga bajo sospecha.
Yigo suspiró, y el lord pareció recordar algo.
—Se acerca—dijo lord Tirring, mirando al frente.
—No le entiendo.
—¿No ha escuchado a los sacerdotes? Avecinan que pronto llegará una nueva Era Oscura. Muchos teníamos esperanzas de que se acabara, al ver que el clero no se pronunciaba en ese aspecto. Hacía siglos que no venía una época oscura, mucho antes siquiera del alzamiento de los grandes magos. Puede que ese aspecto me dé tiempo para hablar con mi hijo. Los clérigos estarán menos atentos a los magos, y más centrados en la llegada de una nueva Era Oscura.
La Era Oscura. Hacía tiempo que no se avecinaba aquel suceso, la caída de las tinieblas sobre todas las tierras y la desaparición temporal de la magia.
—¿Podría preguntarle por qué un noble tan importante como usted viene a conversar con un señor de baja cuna como yo de temas de tal importancia como ese?
—No creo que sea un tema del que no se pueda conversar en público. Si no me equivoco, este es el primer baile al que asiste en La Capital, y no querría que se sintiera usted como un forastero. Lo normal sería que lord Visarr viniera a recibirlo, mas no es una persona acostumbrada a entablar nuevas relaciones. De ser usted, yo no me preocuparía por no tener su amistad. A veces es mejor no conocerlo…
Yigo rió, pero lord Tirring frunció el ceño, mirando las coloridas ventanas.
—Se acercan malos tiempos—repitió, volviendo la mirada a Yigo—. Ahora parece que todo son risas, pero estoy preocupado, y no creo ser el único. Jamás habíamos estado tan cerca de un caos tan terminante. Todos los planes que ahora hacemos se irán a la basura tarde o temprano. Los dioses actuarán, y bien sabes que cuando eso suceda nada podrá detenerlos. Aprovecha el momento, lord Yigo, busca alianzas y protección, porque cuando llegue la Era Oscura no habrá más amparo que los aliados.
Lord Tirring suspiró de nuevo.
—A veces mi hijo me dice que puedo llegar a ser muy paranoico, y creo que tiene razón. Mis problemas deberían ser mis negocios, no especulaciones de sacerdotes sobre un suceso que no ocurrirá hasta pasados años. Debo centrarme en el hoy.
Yigo se quedó sin palabras. ¿Cómo podía un noble tan serio como él hablar y dudar sobre temas tan oscuros y profundos? Ciertamente era un hombre extraño.
Lord Tirring se despidió tras conversar durante otro rato sobre otros temas banales, y Yigo volvió a su mesa, tomando el vino que quedaba en su copa. Allí, sentado, pasó varios minutos cavilando acerca de aquellas palabras del noble. Llevaban, sorprende, varias horas ya en la fiesta. Quiso buscar con la mirada a Loth, pero no lo encontró en el balcón, sino que bajaba ya por las escaleras serpenteantes.
Loth llegó junto a Yigo, deseoso de comentarle todo lo que había visto y oído en el balcón.
Bueno, todo no.
—Creo que el hijo de lord Tirring está un poco loco.
—Pues será cosa de familia—dijo Yigo, riendo—. Su padre es increíblemente paranoico.
Loth frunció el ceño.
—¿Zera no ha vuelto contigo?
—Pero si fuiste tú quién te la llevaste.
El chico levantó la mirada, cayendo en su error.
—La dejé con las otras nobles. Durante horas, habrá tenido que disimular sin tener la ayuda de ninguno de los dos. He sido un estúpido dejándola allí.
Acto seguido, se dió la vuelta, mirando hacia la mesa donde había dejado a la chica. El resto de las nobles seguían allí, charlando con tranquilidad, mas ella no estaba. Se encaminó hacia la mesa, preocupado.
—¿Sabéis dónde está Neria?—dijo cuando llegó.
Una de las nobles se giró, con una mirada socarrona.
—Se retiró a la biblioteca, al fondo de la sala, hace ya más de una hora.
Loth suspiró, y continuó caminando junto a la pared, mientras escuchaba algunas risitas provenientes de las jóvenes. ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
En la biblioteca, uno de los edificios anexos a la sala de bailes, había una inmensa cantidad de estanterías, repletas de libros, tanto que en la mayoría no cabía ni un ejemplar más. Encontró a la chica sentada en una de las mesas centrales, con la cabeza apoyada en su mano derecha, los ojos tratando de concentrarse en el libro que tenían enfrente. El pelo claro le caía por el brazo, signo de que ya se había hartado de fingir ser una noble. Se sentó junto a la chica, que levantó la mirada del libro.
—Me dejaste sola—le espetó. Tenía los ojos un poco rojos.
—Puede que me hubiera olvidado de ti—contestó Loth, sintiéndose culpable—. ¿Qué estás leyendo?
Zera cerró el libro a modo de respuesta, dejando ver la portada, de cuero, con trazos de tela marcando el título.
—Las Iglesias antes de La Caída—leyó Loth .¿Qué es la caída?
—Supuestamente, fue la época en la que la Iglesia se vio eclipsada por la primera orden de magos, unos cuatro siglos después de la última Era Oscura, que fue…
—Ya me han hablado de eso último. Pero no sabía que había existido una orden de magos. Conozco que hay algunas torres de magia ilegales en la ciudad, pero no conocía de la existencia de una orden de magos. Supongo que todo eso fue antes de la llegada de Dorn, ¿me equivoco?
—Este libro data La Caída hace más de dos siglos, así que esto es muy anterior a Él.
La chica volvió a su libro, mas Loth consiguió hacerse un hueco para poder leer.
“La Iglesia de Sariel es una de las pocas que sobrevivió tras La Caída. Se encuentra, como su nombre indica, en la costera ciudad de Sariel, al norte de las Montañas de Niebla. Esta imponente basílica se caracteriza por la biblioteca que en su interior guarda, una de las más importantes de la región, con una gran cúpula en lo más alto de sus tres pisos. En el centro de la biblioteca se hace destacar una estatua en honor a los Dioses, encargada a hacer por los sacerdotes, pidiendo que fuera la más alta jamás construida.
Las experimentadas manos que crearon el santuario varios siglos atrás dejaron una de las mayores obras del clero, que fue por suerte respetada por los magos y conservada como originalmente fue.
Su arquitectura, creada con piso principal y un sótano que fue utilizado las veces de cripta, presenta un aspecto exterior que a primera vista podría parecerse a un castillo, aunque dista mucho de serlo. Conserva la forma típica, rectangular con un gran semicírculo de vidrieras en uno de los extremos. La peculiaridad, aparte de la biblioteca anexa (que posteriormente adoptarían otras iglesias construidas después de la recuperación del culto) son sus cinco torreones, tres principales, y los otros dos más bajos, que sirvieron como cuartos y salas de estudios de los clérigos.”
Loth levantó la cabeza del libro al escuchar pasos que se acercaban, y vio a Yigo situado frente a la entrada.
—Vamos a ver cómo es la casa Visarr—dijo, con un ligero tono de preocupación—. El lord nos permite ir sin problemas, pero ha insistido en que nos acompañen algunos de sus guardias.
Loth maldijo para sus adentros, al mismo tiempo que se levantaba de su silla. Acompañó a Yigo, mientras esperaba a que Zera dejara sus libros. Cuando la chica hubo dejado los tomos en su lugar indicado, salieron de la biblioteca, mientras los guardias aparecían detrás de una columna, y se colocaban en sus debidas posiciones: uno al frente del grupo y los dos restantes en la retaguardia. Subieron por unas escaleras dobles, hacia el resto de salas de la mansión.
Llegaron a un pasillo exóticamente decorado, donde varias puertas daban acceso a los cuartos. Yigo señaló uno en concreto, hacia el que entró, decidido. Era una especie de estudio, con una mesa de escritorio colocada delante de unas estanterías repletas de archivos. El suelo estaba tapizado en azul marino, dando un aura oscura a la habitación.
—Este es el estudio de lord Visarr, desde donde hace control de la mayoría de sus comercios—dijo el guardia al frente.
Yigo asintió, falsamente interesado, y Loth, que hasta el momento había visto en él una total falta de nerviosismo, notaba ahora los efectos de la inquietud en su rostro. ¿Cómo podría mantenerse él mismo tranquilo, si ni siquiera Yigo parecía capaz de controlar los nervios? Había algo más en sus ojos. Notaba sospecha.
—Oh, vaya, hay un balcón—dijo Yigo—. ¿Podría salir fuera? Aquí hace un poco de calor.
Uno de los soldados asintió.
¿Qué vas a hacer?, pensó. Salir a un balcón, donde una pelea les sería más costosa en caso de ser necesaria, no era una decisión muy acertada.
Yigo salió al exterior, seguido del soldado que hasta ahora había llevado la delantera, quien no tardó en volver a su posición de vanguardia. Loth suspiró, tratando de mantener la tranquilidad y la compostura, y desvió la mirada hacia los edificios más lejanos. Cerca de allí, se podía ver un extraño edificio, que destacaba frente a las mansiones. Era más alto que ancho, y estaba completado en lo alto por una pequeña cúpula. Era similar a la descripción del libro sobre la Iglesia de Sariel, aunque algo más pequeña.
Mientras lo observaba, Yigo se giró hacia los chicos, sonriendo falsamente.
—Lo siento por no poder evitar que se dieran cuenta—dijo.
En ese momento, el soldado que tras él se encontraba se giró alertado, y con un ligero gruñido, soltó un fuerte puñetazo que impactó justo en la nuca de Yigo, el cual cayó frente a ellos cuan largo era. Loth no reaccionó en un primer momento, pero consiguió despertar de su pasmo, y agarró con firmeza la muñeca de Zera, corriendo hacia el hueco de la derecha entre los soldados. Mientras arrancaba su carrera, notó una ligera corriente de aire en la espalda que le heló la sangre, casi sintiendo como si aquel puñal hubiera atravesado su cuello.