Yigo se despabiló de su profundo sopor, y a pesar de haber abierto sus dormidos párpados, a su alrededor solo encontró la oscuridad más profunda. Trató en vano de ponerse tan solo sobre sus rodillas, pero el aún presente dolor de cabeza le obligó a volver a apoyarse en la pared invisible a sus ojos, incapacitados de penetrar en aquellas tinieblas de negro absoluto. Antes de que sus ojos pudieran siquiera tratar de ubicarse, de nuevo un achaque le causó definitivamente el desmayo.
Yigo despertó, mas ahora se encontraba en otra sala, donde una agradecida luz provenía de una pequeña oquedad bajo las paredes, que ahora colgaban de unos extraños grilletes que se sostenían del techo. Quiso moverse, quiso acercarse a lo más cercano que tenía de salir, pero algo lo retenía, y fue entonces cuando sus aturdidos sentidos lo alertaron de que su cuerpo no tocaba el suelo, sino que estaba de alguna forma colgado. Consiguió con dificultad girar su cabeza, y vio que un par de cadenas lo colgaban de las manos de piedra de una estatua. Cuando dejó caer de nuevo su cuerpo, pudo ver sombras moverse por debajo de las paredes. Quiso gritar, pero no tenía voz. En su interior no sentía nada, su cuello estaba vacío. Estaba mudo. Todavía no sabía dónde podría encontrarse, y aquella habitación estaba en aquellos momentos bajo un silencio total. El silencio de la incapacidad de Yigo de poder hablar, a veces suprimido por el sonido de las cadenas chocando. También había silencio en toda la sala, el silencio de la inquietud, el silencio de una larga espera, el silencio que augura algo peor.
Bajo el muro comenzaron a dejarse ver unas manos humanas, que pronto fueron cientos, y que se movían desesperadas. Yigo escuchó un gemido lejano, que se fue tornando con lentitud, incrementándose, haciéndose más doloroso, hasta convertirse en un grito de auxilio. Entonces, todas aquellas manos se detuvieron, expectantes, antes de volver a su estado de agitación, si cabe aún más nerviosas, con movimientos comunes de la ataxia. Aquellas que no se movían con los giros inconexos de la mayoría, se arrastraban, pareciendo huir de algo más allá de los muros. Fue en aquel momento cuando aquel grito, por unos segundos callado, se movió a todas partes, convertido en la jauría del horror, formada por cientos de voces desesperadas.
Los grilletes que colgaban los muros parecieron elevarse unos centímetros, desapareciendo en algún lugar sobre el techo, lo suficiente para que a las manos se les sumaran sus correspondientes cabezas, que miraban al aterrado Yigo, mientras unas correas de cuero atadas a sus cuellos les impedía avanzar su cabeza más allá de debajo del muro. Aquellas personas gritaban su nombre, pidiendo auxilio. Escuchó un golpe sordo. Los muros cayeron sobre aquella gente, y luego frente a él, manchados de la sangre de los cráneos de tantas decenas de personas. Alzó la cabeza, y delante suya, aparte de a sus lados, tres estatuas de piedra detenían a los ya fallecidos desgraciados. Las estatuas mostraban rostros cambiantes. El primer rostro lo reconoció como el de Loth, el que ya trataba como a un hijo por los tantos años que había pasado junto al chico.
La estatua cambió de cara, pasando por un estado en el que no tuvo rostro alguno, solo una roca vacía, antes de convertirse en alguien a quien Yigo no reconoció. Un chico, en apariencia algo más joven que Loth, que miraba a sus manos, con las cadenas de los cadáveres y un rostro atemorizado. Tenía lo que parecía ser una pequeña cicatriz en la mejilla derecha. La estatua movió los ojos hacia Yigo, y gritó. Se convirtió en una masa de sombras, que se deslizó por el suelo hacia él, y lo rodeó. Entró en una oscuridad como la que había visto antes de desmayarse y despertar, pero esta lo observaba, como una criatura curiosa. Esa vez no le daba miedo, sino que parecía alguien que intentaba analizarlo sin atemorizarlo demasiado. Y entonces, Yigo sintió el cansancio sobre él, y cayó de nuevo en el sueño.
Despertó, confuso, dándose cuenta de que volvía a estar en la habitación de las tinieblas. Todo había sido un sueño, pero, ¿hasta qué punto fue aquello una simple ensoñación de su mente agotada?, ¿tenía algún sentido?. Yigo dudaba si aquello no era nada más que una fantasía imaginaria, o si había algo más, si su mente intentaba enviarle algún mensaje subliminal por medio de aquellas visiones. Escuchó pasos lejanos, pasos que descendían de algún lugar, y entonces por fin vio luz, y rezó a los dioses de que la luminiscencia no fuera de nuevo creada por su angustiada mente. Por fortuna o por desgracia, aquel fulgor provenía de una antorcha, pues el ya conocido sonido que esta produce llegó hasta Yigo, que ahora comenzaba a ver con claridad la celda en la que estaba apresado. No era muy grande, y estaba vacía, las paredes en total desnudez, puede que para tratar de evitar el suicidio de los que allí estuvieran apresados.
—¿Lord Yigo?—dijo una voz— ¿O debería decir obrero Yigo? Suena ciertamente horroroso, aunque puede que lo horripilante del título le vaya bien a alguien como usted.
Frente a los barrotes que limitaban la celda, apareció la corpulenta figura de lord Visarr, antorcha en mano. Yigo abrió los ojos tanto como pudo, sorprendido.
Así que al final nuestra discreción no sirvió de mucho.
—¿En serio pensabais que no terminaría por darme cuenta de vuestro engaño? No es la primera vez que me toman por tonto, mas la vez anterior, aquel necio fue decapitado poco tiempo después. Pero esta vez he decidido tener compasión contigo por dos simples razones. La primera fue mi sorpresa al caer en la cuenta de vuestros trucos para pasar por nobles sin que nadie excepto yo se diera cuenta en ningún momento, pues en verdad me fue difícil ver la artimaña. En segundo lugar, y la razón más importante por la que tienes suerte de seguir vivo, es que tus dos amiguitos siguen por ahí libres, y los necesito a los dos conmigo. Y creo que como rehén funcionarías de maravilla.
Yigo pudo ver la sonrisa perversa del noble bajo la luz del fuego, y maldijo entre dientes. Todo su plan había sido frustrado. Intentó hablar, pero no le salió la voz, y sólo pudo toser.
—Oh, ¿necesitas algo?—dijo lord Visarr.
—B…beber—dijo Yigo con un hilo de voz.
Lord Visarr llamó a uno de sus criados, que bajó allí con una petaca de cuero, y que puso a disposición de Yigo, quien no lo pensó antes de beber con avidez. Estaba demasiado sediento como para siquiera pensar lo que podría haber contenido en aquel recipiente. Y pronto se arrepintió de aquello. En cuanto el líquido pasó por su garganta, se hizo fuego. Sentía como si un incendio estuviera prendido en su interior. La voz volvió a sí por sorpresa, y no pudo evitar gritar. La bebida era demasiado fuerte. En su estómago, se revolvía, sin ningún alimento más que la retuviera.
—Ups, puede que me haya equivocado—dijo lord Visarr—. Creo que tenía una petaca como esa llena del alcohol más potente que se haya visto. Algunos investigadores a mi servicio descubrieron que el alcohol más fuerte puede ayudar en las heridas, o algo así. Tampoco les hago mucho caso.
Yigo se lanzó contra los barrotes, asustando al lord.
—Vaya, no me va a quedar otra que retenerte un tiempo.
En aquel momento, un par de guardias entraron en la celda, y agarraron a Yigo, que trataba de soltarse, mas su cansancio no pudo hacer nada contra las fuertes manos de aquellos soldados. Por segunda vez en menos tiempo del que le gustaría, sintió un fuerte golpe en la nuca que lo dejó inconsciente.
Durante el tiempo que pasó dormido, Yigo vio un abismo. No era un lugar, al contrario de como creía, sino que era como una criatura, una figura que se movía en movimientos en apariencia aleatorios, hasta que se detuvo en una forma antropomórfica, que se acercó hacia él. A su alrededor, todo eran colores negros y granates que se mezclaban.
—¿En qué crees, Yigo?—dijo la figura.
—¿En qué creo?
—¿En qué crees, Yigo?—repitió la pregunta
—No…no lo sé. Creo en los Dioses, supongo.
—¿Y qué son los Dioses para ti?
—Son quienes nos protegen.
La figura se giró, tomando una figura cada vez más humana. Parecía confusa, intentando comprender lo que Yigo le decía.
—Entiendo
—¿Y tú eres el abismo?
—Eso es una forma demasiado vulgar para llamarme. Soy un servidor, pero soy libre. Sin mí, este mundo se hubiera destruido hace cientos de años. Recuérdame, Yigo. Puedes llamarme como tú sociedad quiera, pero recuérdame. Yo controlo todo el mundo en que vives. Sin mí, todo sería destrucción.
Yigo se volvió a despertar, si cabe aún más confuso que la última vez, y por instinto trató de levantarse, pero estaba atado a unos aros en la pared. Esos aros no estaban la última vez, pensó. ¿Cuánto tiempo llevo dormido?
Quiso abrir la boca, sin embargo había barras de hierro colocadas en su mandíbula que lo impedían. Estaba encerrado. Solo le quedaba pensar. ¿Qué había sido esa visión? Quería creer que solo su mente era la causante de aquello, pero en el fondo también veía algo de real a aquellos aparentes delirios.
Los sueños en los que el abismo le había hablado.
Escuchó movimientos fuera de la celda, y lord Visarr volvió a aparecer desde la izquierda, con una sonrisa ladina.
—¿Has aprendido ya de tus errores?
Yigo gruñó, incapaz de decir palabra alguna. Se sentía como un animalillo indefenso. Pero, aún indefenso, seguía enfadado, y esperaba el momento oportuno en el que pudiera librarse.
—Ahora que no puedes hablar, y que estás por ende a mi servicio, creo que sería conveniente que enunciara las pocas posibilidades que todavía te quedan. Podría suceder, que, por alguna causal, tus queridos chicos hubieran sido capturados, y que recayeran bajo mi poder, entonces podrías marcharte, sí, pero con algunas condiciones, ya que tu querido Loth se quedaría conmigo durante algún tiempo. Ya sabes, últimamente las cosas están algo revueltas, y un mozo como él sería de gran utilidad. Ciertamente es un caso curioso…pues todavía no he preguntado a mis servidores que busquen más información sobre él, y por tanto no tengo ni la más remota idea de qué clase de milagro, o desgracia, según se vea, ha recaído sobre el chico. Pero contigo aquí, oh, eso me pone las cosas más fáciles. Con toda seguridad vendrá a mí si sabe que eso te liberará. Creo que te quiere como a un padre, y nada puede superar eso.
Excepto que no soy su padre, pensó. No creo que sea tan ingenuo como para entregarse. Su vida es en verdad más importante que la mía.
Yigo respiró con dificultad, pues el estar apresado y sin posibilidad de movimiento lo agobiaba hasta el punto de volverle la respiración más difícil.
—En caso de que no viniera—continuó el lord—. Entonces simplemente sería tu final. No habría más. Si no puedo tener a Loth, no te necesito. Aunque podrías servirme durante algún tiempo. Eso sería muy benigno para alguien como yo.
Lord Visarr introdujo su mano en el bolsillo derecho de su chaqueta azul marino, y sacó un llavero, y tras escoger una de las llaves que este portaba, la encajó en la cerradura de la celda, y entró, ante la mirada sorprendida de Yigo. Aquel robusto hombre se agachó con dificultad, mirándolo fijamente.
—¿Sabías que tienes muchas posibilidades de morir?
Yigo asintió, respirando agitadamente.
—¿Estás nervioso? Relájate, no tienes nada de qué preocuparte. Nada excepto morir. Pero al fin y al cabo, creo que la muerte por decapitación sería mejor que dejarte aquí, y esperar a que tu cuerpo se quede sin agua, y que lentamente los efectos de la deshidratación te vayan matando, obligándote, si es que tu fuerza de voluntad pudiera llegar a tales extremos, a beberte tu propia orina, intentos en vano de aguantar por lo menos algunos días más. La comida no creo que debiera ser tu mayor preocupación. Puedes aguantar más de un mes sin comida, y la falta de agua te mataría en menos de una semana. Nos ahorraríamos costos olvidándote aquí, dejándote como el bicho incompetente que eres.
Yigo se agitó, alzando la cabeza hacia el noble, en un inútil intento de rebelarse.
—A veces me sorprende lo porfiados que podéis llegar a ser algunos obreros. Siempre hay excepciones entre la tranquilidad de la mayoría de la población. Pero la gente como tú, que siempre intenta rebelarse, ignorando toda advertencia anterior, me da asco. Debéis aprender de una vez que no podéis hacer nada contra nosotros. Ya os dimos una lección el Día de la Justicia, y aun así seguís. Ahora te daré a ti una lección personalmente, y espero que hagas aprender al resto.
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Dicho esto, se levantó de su posición, y propinando una torpe patada en el estómago a Yigo, terminó por retirarse de la celda, riendo. Yigo gimió, atacado por el dolor. Se preocupó en verdad poco por su propio futuro, y pensó más en qué podría pasar con Loth. Esperaba que hubiera podido huir, aunque, ¿qué haría ahora, puesto que estará seguramente bajo busca y captura? Puede que hubiera encontrado ya la forma de esconderse, mas no escaparía del peligro hasta que lo capturaran, y estaba casi seguro de que no podría esconderse durante mucho tiempo.
Loth bajó de la biblioteca volando, con Zera aferrada a su espalda. El hombre misterioso los seguía por detrás. Era un hélatis, tal y como había visto aquella vez, sobre el muro de la ciudad.
Llegaron a una oscura calle, y la chica por fin se soltó de su espalda.
—Me has clavado las uñas—dijo él.
—Lo siento. Estaba un poco asustada. No suelo bajar de un edificio volando.
El encapuchado bajó por fin de las altas piedras, golpeando el suelo. Loth todavía no acababa de confiar en él, pero había accedido a por lo menos conversar en algún lugar menos alto. Todavía no había dicho quién era, ni qué era lo que quería. El desconocido llegó junto a ellos.
—Creo que debemos irnos—dijo.
—No nos iremos a ninguna parte hasta que sepamos quién eres—dijo Zera, uniéndose por primera vez a la conversación.
—Vengo de muy lejos, a semanas de viaje, puede que más. Mi nombre es Darek, y soy uno de los comandantes de la rebelión.
Loth frunció el ceño. Con lo que habían sabido sobre la rebelión los últimos días, era de esperar que en algún momento vinieran a la ciudad, buscando gente para reclutar. Lo que desconocía era cómo podían salir. Si ya era extraño que solamente un hélatis consiguiera salir, que lo hiciera con varias personas siguiéndole parecía una misión imposible. Loth se había fijado alguna vez en que las zonas más altas de los muros no estaban hechas de piedra, por lo que huir mediante un salto era muy complicado para un hélatis. El gasto de luz espiritual sería muy grande para realizar el salto, y tampoco era seguro que pudiera llegar.
—¿Y cómo vamos a salir?—preguntó Loth—Los muros son demasiado altos como para pasar por encima, pues no están hechos de piedra por arriba.
—Sé cómo son los muros. Ya una vez pasé por ellos sin entrar por la puerta. Con tal de que aterrices en una superficie de piedra, un salto normal desde el muro es suficiente. Si usas una zona de roca para caer, puedes usarla para detener la velocidad de caída. Es más, tú mismo la has usado en parte para caer sobre estos adoquines sin hacerte daño en las piernas.
En verdad tenía razón. Solía hacerlo de forma inconsciente, por lo que no había caído en la cuenta.
—¿Y se puede llegar hasta lo alto del muro desde alguna casa?
—Es difícil, pero es posible, siempre que tengas suficiente luz espiritual para hacer el salto.
—No podemos hacerlo. No sería capaz de llevarla a ella conmigo—recordó Loth.
—Podríamos usar unos pasadizos bajo la ciudad, pero suelen estar ocupados por guardias. No es la forma más segura de escapar a menos que vayas con un grupo mayor de gente. O que tengamos a un Lúminis en nuestro grupo. Puede que tu ayuda haga esta salida más fácil.
Loth suspiró, debatiéndose cuál de ambos riesgos correr. Tampoco era que quisiera huir y unirse a la rebelión. En la ciudad no estaba seguro, pero tampoco quería dejar a Yigo abandonado. Puede que con la rebelión tuviera alguna oportunidad, pues con solo la banda era imposible liberarlo. Fue entonces cuando recordó que también los tenía a ellos: a Lay, S’ler y el resto de la banda. Eran seis personas más, con las que la opción de los pasadizos cobraba seguridad. También era posible que ninguno de ellos aceptara, pero esa posibilidad estaba vigente.
—Conozco gente que podría acompañarnos por los pasadizos. Hablaremos con ellos, e intentaremos que acepten. Pero que sepas que no huiré contigo por la rebelión, si no por nuestra propia seguridad.
Darek se encogió de hombros, mientras Loth se movía, pasando la mirada por las calles. Estaban todavía en los barrios ricos, y no tenía conocimientos de cómo volver a su casa. Se encontraban en un cruce de calles, a su izquierda la cilíndrica biblioteca. El resto eran casas y jardines. Todo eran calles anchas, y vacías, por lo que Loth trató de guiarse usando las ya visibles lunas. Recordó cómo era la posición de estas en el comienzo de la noche desde su casa. Debía dirigirse al este. Buscó la calle que más se acercaba a aquella dirección, y hacia allí se encaminó. Sus dos acompañantes lo siguieron sin dudar.
—¿Sabes cómo volver?—preguntó Zera, con voz temblorosa.
—Quiero creer que sí—dijo él.
Caminaron durante un largo tiempo, puede que casi una hora, pasando por casas inmensas y edificios “públicos”, mientras veían como el tamaño y la calidad de las edificaciones iba en decadencia. Llegaron a ver el castillo de Dorn, pero trataron de mantenerse alejados. Vieron un grupo de guardias, pero no quisieron arriesgarse a un combate, por lo que se escondieron en una casa abierta y abandonada. Mientras pasaban, Loth sintió la mirada de uno de ellos posarse sobre él, y un escalofrío lo recorrió. Por suerte, pasaron de aquella casa sin percatarse de su presencia, y pudieron continuar su vuelta sin percances.
Llevaban ya un buen rato caminando, y Loth ya se había comenzado a cansar, pues nunca había caminado durante tanto tiempo sin casi detenerse, cuando por fin vio su casa en la lejanía. Avisó a Darek de que habían llegado, que aquel era su hogar, y él rio por lo bajo. Mientras se acercaban, percibió un extraño olor, pero no le dio demasiada importancia. Los olores extraños no eran raros en los bajos fondos. Cuando iba a abrir la puerta, escuchó un susurro, proveniente del estrecho callejón junto a la casa, el mismo en el que había encontrado al resto de la banda hacía unos días. Una figura salió al frente de otras que se quedaron en las tinieblas.
Era S’ler.
Del callejón asomaron por fin el resto de la banda. Pero esta vez, de aquel oscuro lugar salieron cuatro personas. Faltaba gente, pues dos de los miembros que aún quedaban no estaban con ellos. S’ler fue el primero en hablar.
—Los han encontrado. Decidieron adelantarse a venir aquí al ver que tardabais en volver, y los mataron. Estamos ya bajo busca y captura, por lo que espero que tu nuevo acompañante tenga un plan.
Loth se apoyó en el pomo de la puerta, que se abrió bajo su peso. Dentro, las paredes estaban manchadas de sangre, y sobre la mesa los dos miembros faltantes de la banda. Tenían cabeza, pero esta estaba abierta por su zona superior, y había sido vaciada. En la pared, se fijó entonces el chico, había escrita una frase: “Nos llevamos parte de las cabezas pensantes. Pronto iremos a por todos vosotros”
Los habían descubierto, como pensaba, pero ya se habían llevado la vida de dos de los suyos. Si el resto no aceptaba irse de la ciudad, pronto correrían el mismo destino.
—Debemos huir—dijo Loth.
—¿A dónde?—dijo uno de ellos, de nombre Bre’am— No podemos salir de la ciudad.
—Puede que sí que haya una opción—dijo entonces Darek.
Bre’am frunció el ceño, mirando al rebelde con desconfianza.
—¿Y tú quién se supone que eres?—preguntó.
—Yo soy el líder de los rebeldes, y os vengo a ofrecer una forma de huir de la ciudad, pero para ello debéis luchar.
—Explícate—exigió S’ler.
—Existen unos pasadizos bajo la ciudad que nos permitirían salir, pero suelen estar vigilados por guardias. Mas, con el grupo que somos puede que tengamos una oportunidad de huir. Si no escapamos ahora, pronto correremos su misma suerte—dijo Darek, señalando los cadáveres.
Loth observó los cuerpos sin vida de sus compañeros. Eran gente con nombre, personas que tenían una vida y una faceta dentro de la banda, que habían perecido por su culpa. No sabía si Yigo todavía vivía, pero si lo estaba, intentaría por todas las formas que tuviera a su alcance que no acabara de la misma manera que sus compañeros, Raick y Tresfor. Loth guardó aquellos nombres en su interior para que, por lo menos quedaran recordados por alguien. Aquellos dos hombres habían buscado lo mejor para la banda. Se habían mantenido vigilantes durante largas horas, velando por la seguridad de ellos tres, y luego habían vuelto, puede que preocupados, al ver que no regresaban de su misión, y aquel error les había costado la vida. Porque Loth había huido con Zera, quién por desgracia y por su inexperiencia había errado en su intento de parecer noble. Junto a Yigo, que había hablado pacíficamente con otros nobles, y que puede que también hubiera levantado sospechas sobre su verdad. Puede que él mismo también hubiera hecho sospechar. Porque no habían sabido actuar adecuadamente, dos miembros de la banda habían fallecido. Y por alguna razón, Loth se sintió el más culpable de todos. Porque había dejado a Zera sola sin saber muy bien cómo actuar como una noble, y luego había huido después de que Yigo hubiera sido golpeado por un guardia.
—Intentémoslo—dijo entonces en voz alta—. Porque si fallamos moriremos, pero si lo conseguimos, nos libraremos de la muerte segura que nos depara esta ciudad.
Todos asintieron, haciendo unánime la decisión. Tratarían de huir. Arriesgarían su vida para poder lograr su libertad.
Zera se colocó en la retaguardia del grupo, mientras Darek los guiaba a través de las casas. Loth caminaba junto a él, la cabeza gacha. Parecía todavía afectado por la muerte de sus compañeros, y no lo culpaba. Ella no estaba ni de lejos tan dolorida por su fallecimiento, pues tampoco había tenido tiempo de conocer a aquellos desgraciados hombres, pero aún así sentía parte de la culpa, pues si no se hubieran retrasado tanto en el robo, ni si este hubiera fallado, puede que en aquellos momentos estuvieran celebrando la victoria sobre montones de dinero. Pero en cambio estaban caminando por las oscuras calles, con la pena sobre sus hombros, hacia una desesperada forma de salir de la ciudad, un plan del que puede que nadie saliera vivo. No era ni mucho menos una situación prometedora
Llegaron a una vieja casa, en la que parecía que todavía vivía alguien.
—¿Es aquí? —preguntó Lay, alzando una ceja.
Darek asintió, y dejó paso al resto de la banda para que pasara.
—Este es un acceso no conocido por los guardias a los pasadizos. Será un arduo pero corto recorrido hasta los pasillos normales, donde nos encontraremos los verdaderos peligros.
Sobre el grupo se formó un aura de preocupación que los inundó a todos. Zera reprimió un escalofrío.
Entraron en la casa, una vivienda antigua que por poco no se desmoronaba bajo su propio peso. A la izquierda del cuarto de entrada había un pasillo sobre el que Darek caminó decidido, mientras el resto lo seguía. Por el pasillo algunas habitaciones estaban abiertas, y en una de ellas la chica vio una mujer bastante mayor, puede que superara ya los sesenta años, sujetando a un bebé que no paraba de berrear, delgado por efecto de la desnutrición. ¿A qué clase de lugar nos ha traído?, pensó preocupada.
Llegaron a un cuarto al fondo del pasillo, casi vacío, solo ocupado por una mesa de escritorio en la esquina más alejada de la entrada, y algunas alfombras mugrientas que cubrían el suelo. Había multitud de alfombras, pues eran todas de un tamaño minúsculo y la habitación era muy grande. En un primer vistazo, las había visto todas como una misma alfombra, pues tenían el mismo tono amarillento que cubría, supuestamente, al anterior color blanco que tenían.
Darek caminó por la habitación observando todas y cada una de las moquetas, mientras seis pares de ojos lo observaban. Por fin, seleccionó una de las decenas de alfombras, y tiró de ella con fuerza, destapando un pequeño rectángulo de madera distinto del resto.
—Necesito la ayuda de alguien más—dijo Darek.
Enseguida, Lay acudió a su llamada, y entre los dos levantaron aquel trozo de madera, que resultaba tener varios centímetros de grosor, haciéndolo pesado. En el lugar en donde estaba colocado quedó entonces un hueco.
—Este es el acceso—explicó Darek—. Allí abajo, nos encontraremos un túnel estrecho, por el que tendremos que pasar a gatas, pues es demasiado bajo para poder colocarse de pie.
—Antes de bajar ahí abajo, hay una cuestión que quiero tratar con todos—dijo Loth—¿Podremos volver algún día para salvar a Yigo? No podemos dejarlo aquí y que lo acaben matando.
S’ler se acercó al chico, y le puso una mano en el hombro, su rostro serio.
—Volveremos, chico, te lo prometo. No vamos a dejar a Yigo sólo. No te preocupes por él. Volveremos antes de que sea tarde.
Loth asintió, y fue el primero que, sin dudarlo, se sentó en el hueco y le lanzó al vacío. Se escuchó un golpe sordo, y del fondo llegó un silbido, señal de que podían bajar. Uno a uno, fueron descendiendo hacia la oscuridad. Zera fue la penúltima, seguida de Darek, que lanzó con gran habilidad el tocón sobre sus cabezas mientras caía. Abajo, había una profunda oscuridad, pero una pequeña luz proveniente de un bajo agujero indicaba el camino. Como Darek había dicho, era imposible ponerse de pie en el túnel, y la chica tuvo que caminar agachada. Veía ligeras sombras de sus compañeros al frente, que caminaban respirando agitadamente. Un olor a humedad inundaba aquel descendente camino, e incluso llegó a pisar pequeños charcos de agua. La luz, antes casi inexistente, se fue haciendo más potente y anaranjada. Parecía que el túnel era cada vez más pequeño, y una extraña ansiedad se fue apoderando de su mente, mientras sentía que cada vez su cuerpo tenía menos espacio.
Escuchó un toque en la pared, y pronto todo el grupo fue acelerando su ritmo. La luz ahora ya hacía visibles a las personas, y un susurro se fue comunicando desde la parte delantera hasta la retaguardia. Habían llegado a los verdaderos pasadizos. Zera se comenzó a sentir aliviada, mientras iban llegando hacia la salida, una zona donde el agujero se ensanchaba hasta llegar por fin a una nueva zona, hecha completamente de piedra, donde el pasillo solo conducía a un lugar. Una puerta de madera.
—Esta puerta sólo se puede abrir desde este lado, por lo que una vez que entremos no habrá más opción que luchar. Los guardias no sospechan de ella, pues hay varias más por todo el complejo, algunas incluso del propio uso de la militancia.
Lay se colocó en el centro del grupo, y con un profundo suspiro, puso su mano derecha sobre su corazón.
—Compañeros, hoy nos encontramos en el lugar más cercano a la libertad que jamás hayamos tenido desde la llegada de Dorn al poder. Solo os pido que luchéis, pero no lo hagáis por el grupo, hacedlo por vosotros mismos. Mas ante todo, recordad que somos uno, y que si alguien necesita ayuda, debéis ayudarlo, pues al fin y al cabo somos una banda. También recordad cuando salgáis por esa puerta que esto también lo hacemos por Yigo, por salvar a uno de los nuestros. Somos un grupo, y debemos actuar como tal. Tenemos un Lúminis entre nosotros, que nos podrá proteger, pero recordad que no es inmortal y que también puede necesitar ayuda. Porque somos una banda, y luchamos por nuestra libertad.
Todo el grupo se llevó las manos al corazón, y se golpearon el pecho al unísono en señal de unidad. Darek abrió la puerta con cuidado, mientras Zera veía ya la inminente lucha.
Era la hora de la batalla.