El sol de la mañana ilumina el jardín trasero de la casa en Hollow Creek, donde las flores de colores vibrantes se mecen suavemente con la brisa. Marianne y Edward están sentados en unas sillas de mimbre, disfrutando de su café mientras observan a Liora jugar con el viejo columpio que Edward construyó años atrás.
El columpio, suspendido de una robusta rama de un roble, se balancea con fuerza mientras Liora ríe, lanzándose hacia el cielo con un entusiasmo que solo un niño puede tener.
Liora (gritando alegre): "¡Mira, mamá! ¡Voy a tocar las nubes!"
Marianne (riendo): "¡No tan alto, pequeña! No queremos que vueles aún. Todavía eres nuestra estrella de aquí abajo."
Edward, que ha estado observándola con una sonrisa, se cruza de brazos, fingiendo preocupación.
Edward (en tono juguetón): "Si sigues así, tal vez necesitemos una cuerda más larga... o quizás unas alas."
Liora se suelta del columpio, aterrizando con una sorprendente gracia, y corre hacia ellos. Su cabello dorado brilla bajo la luz del sol, y sus ojos celestes reflejan la alegría pura de la infancia.
Liora (con una sonrisa radiante): "¡Mamá, papá! ¿Podemos ir al lago hoy? ¡Quiero buscar piedras brillantes! ¡Quiero encontrar la más hermosa de todas!"
Edward niega con la cabeza, aunque su sonrisa permanece.
Edward (fingiendo cansancio): "¿Otra vez las piedras? Creo que ya tenemos suficientes como para construir una cabaña entera con ellas."
Liora (haciendo un puchero y cruzando los brazos): "Pero cada una es especial, papá. Igual que tú dices que yo soy especial, ¿no?"
Marianne y Edward intercambian una mirada, una mezcla de ternura y un leve toque de preocupación. Marianne se inclina para acariciar el cabello de Liora, siempre sorprendida por las cosas que su hija dice.
Marianne (con dulzura): "Claro que eres especial, cariño. Pero recuerda, a veces las cosas más bonitas no necesitan ser buscadas; simplemente aparecen cuando menos lo esperas."
Liora se queda pensativa por un momento, mirando sus pies descalzos que rozan la hierba.
Liora (en un susurro, como si hablara consigo misma): "Tal vez... pero algo me dice que esas piedras me están esperando. Como si quisieran contarme un secreto."
Edward deja escapar un suspiro, aunque no puede evitar sonreír.
Edward (en voz baja a Marianne): "Tiene un instinto que no entiendo, pero... a veces creo que sabe cosas que nosotros no."
Marianne (murmurando de vuelta, sin apartar los ojos de Liora): "Lo sé. Es como si estuviera conectada a algo más grande, algo que no podemos ver. Pero no importa lo que pase, siempre será nuestra hija."
De repente, Liora da un saltito, impaciente por obtener una respuesta.
Liora (alzando la voz): "¿Entonces vamos o no?"
Edward se ríe y, de un solo movimiento, la toma en brazos y la alza en el aire mientras ella grita de emoción.
Edward (girando con ella en el aire): "Está bien, princesa cazadora de piedras, ¡al lago vamos!"
Liora ríe con alegría y, al bajar, los abraza a ambos con fuerza.
Liora (abrazándolos): "¡Los amo, papitos!"
Marianne y Edward la abrazan de vuelta, sus corazones llenos de amor por aquella pequeña niña que iluminaba sus vidas.
Marianne (acariciando su cabello): "Nosotros también te amamos, mi pequeña estrella."
Juntos, los tres se dirigen al lago del bosque cercano. Liora corre delante de ellos, recolectando pequeñas piedras de colores que encuentra en el camino. Cada una parece más brillante a la luz del sol.
Al llegar al lago, el agua refleja el cielo despejado y las copas de los árboles. Liora se agacha junto a la orilla, buscando entre las piedras del fondo.
Liora (mostrando una piedra brillante a sus padres): "¡Miren esta! ¿No les parece mágica?"
Edward finge examinarla con cuidado.
Edward (en tono serio): "Definitivamente mágica. Creo que encontraste la piedra más especial de todas."
A medida que el sol comienza a ponerse, el cielo se pinta con tonos intensos de rojo y naranja, proyectando un brillo cálido sobre el bosque. Edward y Marianne se sientan en la orilla, observando cómo Liora recoge más piedras con entusiasmo.
Marianne (mirando el cielo): "Es un atardecer hermoso. Quizás uno de esos momentos que no olvidaremos."
Edward asiente, aunque en su mente se cruza un pensamiento fugaz, una inquietud que no logra explicar.
Edward (pensando): "Algo en este día... en este lugar... me dice que es importante. Como si Liora estuviera destinada a algo mucho más grande de lo que podemos imaginar."
Cuando finalmente regresan a casa, Liora guarda sus piedras cuidadosamente en un frasco, colocándolo junto a los demás en su estantería. Esa noche, mientras duerme, el resplandor del atardecer parece haberse quedado con ella, como un presagio silencioso de lo que está por venir.
El sol comienza a asomarse por las ventanas de la pequeña casa en Hollow Creek. En el cuarto de Liora, las paredes están decoradas con dibujos infantiles, colores cálidos y estrellas pegadas al techo que brillan en la oscuridad. La niña de tan solo 10 años duerme plácidamente, envuelta en su manta favorita, hasta que los suaves pasos de su madre rompen el silencio matutino.
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Marianne (con una sonrisa, abriendo las cortinas): "Cariño, es hora de levantarte. Hoy es un gran día, tu primer día en la primaria."
La luz del sol inunda la habitación mientras Marianne se dirige al pequeño armario amarillo, pintado a mano con soles brillantes. Busca cuidadosamente el uniforme de Liora, alisándolo con cariño.
De pronto, Edward irrumpe en la habitación con un ramo de rosas cubriendo su rostro, adoptando una postura teatral.
Edward (con voz solemne): "Vengo a entregar personalmente estas rosas a la princesa de esta humilde casa."
Se arrodilla al lado de la cama de Liora, inclinándose dramáticamente, mientras Marianne lo observa divertida desde la puerta.
Edward (suplicante): "Oh, princesa de cabellos dorados y ojos como el brillo del sol, dime que no es cierto. No puede ser que nos abandones, aunque sea por unas horas. Mi corazón no lo soportará."
Liora, todavía medio dormida, suelta una risita al ver la escena. Se sienta en la cama, sus rizos dorados desordenados, y abraza a su padre con fuerza.
Liora (entre risas): "Papá, siempre haces tonterías."
Edward la envuelve en sus brazos, cerrando los ojos por un momento, como si quisiera congelar ese instante en el tiempo. Marianne, conmovida, no puede evitar que las lágrimas broten.
Marianne (limpiándose las lágrimas): "Se nos hará tarde para llegar a la escuela, pero... no importa. Esto es más importante."
Los tres ríen juntos, y ese amor compartido llena la casa de una calidez que parece impenetrable.
De camino a la escuela, Liora observa por la ventana del coche. Los cerezos que bordean las calles están en plena floración, y las hojas caen suavemente, creando un espectáculo que la hace sonreír.
Liora (pensando): "Todo parece tan grande hoy... como si el mundo estuviera lleno de cosas nuevas por descubrir."
El coche se detiene frente a la pequeña escuela del pueblo, un edificio de ladrillos con un patio lleno de niños corriendo y riendo. Edward apaga el motor y baja primero.
Edward (acariciando la mejilla de Liora con ternura): "Vamos, mi pequeña luz. Es hora de conquistar la escuela."
Marianne (tomando la mano de Liora): "No tengas miedo, cariño. Sé que estarás bien. Eres valiente."
Liora asiente, aunque su mano tiembla ligeramente al agarrar la de su madre. Una maestra sonriente sale a recibirlos, inclinándose hacia Liora.
Maestra (amable): "Hola, tú debes ser Liora. Ven, vamos a conocernos."
Liora suelta la mano de su madre y toma la de la maestra. Al voltear una última vez, ve a sus padres sonriéndole y siente una oleada de confianza.
Dentro del aula, los niños ya están jugando, sus risas llenan el espacio. La maestra guía a Liora hacia un pupitre junto a la ventana y le da la bienvenida.
Maestra (indicándole el asiento): "Puedes sentarte aquí, Liora. Es un buen lugar para observar todo."
Liora se sienta y mira a su alrededor. Entre el bullicio, sus ojos se fijan en un niño de cabello oscuro sentado en una esquina, con la mirada perdida. Parecía al margen del resto, frío y distante.
Después de unos minutos, Liora se arma de valor y se levanta. Caminando hacia él, se detiene frente a su pupitre y lo observa con curiosidad.
Liora: "Hola. Soy Liora. ¿Tienes miedo?"
El niño levanta la vista, sus ojos misteriosos la observan por un instante antes de volver a su postura reservada.
Lucian (en tono bajo): "No."
Liora (sonriendo): "¿De dónde vienes?"
Lucian vacila un momento, como si estuviera debatiendo qué decir.
Lucian: "De... un lugar lejano."
Liora: "Eso suena emocionante. ¿Te gustan los columpios? Es mi juego favorito. Cuando me subo a ellos, siento que puedo tocar las nubes."
Lucian alza una ceja, intrigado por la espontaneidad de Liora.
Lucian: "No hablas como los demás. No te importa que no hable mucho."
Liora (con una sonrisa cálida): "No necesitas hablar para ser interesante. Los silencios también cuentan historias."
Por primera vez, una leve sonrisa aparece en el rostro de Lucian. Aunque no responde, su mirada ya no es tan fría.
Lucian (con curiosidad): "¿Por qué hablas conmigo? Apenas me conoces."
Liora: "Porque no me gusta ver a nadie solo. Además, creo que seremos buenos amigos."
Lucian la mira en silencio, asintiendo levemente. Por primera vez en mucho tiempo, siente una chispa de conexión que no había experimentado antes.
El timbre suena, y la maestra les pide que tomen asiento. Mientras el día avanza, Liora y Lucian intercambian sonrisas ocasionales, plantando las semillas de una amistad inesperada.
El sol de la tarde bañaba el jardín de Hollow Creek, donde Liora pasaba sus horas rodeada de los arbustos de rosas que Marianne cuidaba con esmero. La niña, de apenas 10 años, parecía estar en otro mundo, con los ojos cerrados y una leve sonrisa en su rostro mientras giraba suavemente sobre sí misma, como si bailara con el viento.
Liora siempre había sido una niña especial. Aunque alegre y bondadosa, había algo en su ser que la hacía distinta, algo que sus padres adoptivos no podían ignorar. Mientras Edward leía en la sala, Marianne observaba a su hija desde la ventana de la cocina.
Marianne (en voz baja, hablando consigo misma): "Es como si estuviera en un lugar al que nosotros no podemos llegar... Siempre parece estar soñando."
Edward se acercó, colocando una mano en el hombro de Marianne mientras observaba a Liora.
Edward (con una sonrisa cálida): "Es solo una fase. Todos los niños sueñan despiertos. Lo importante es que la amamos, y ella lo sabe."
Marianne asintió, pero no podía quitarse de la cabeza las pequeñas peculiaridades de su hija. Había momentos en los que sentía una calidez inexplicable al tocarla, como si Liora estuviera hecha de luz. También estaban las veces en que parecía calmar a los animales del jardín con solo mirarlos, o cuando lograba tranquilizar a otros niños en la escuela con un simple toque.
Marianne (pensativa): "Es como si llevara algo dentro de ella, algo que no pertenece a este mundo."
Edward, aunque notaba esas mismas cosas, prefería no cuestionarlas. Para él, Liora era simplemente su hija, y eso era suficiente.
De repente, el sonido del timbre rompió el momento. Edward fue a abrir la puerta y se encontró con un niño de cabello oscuro y ojos misteriosos. Era Lucian, que se veía un poco apenado mientras sostenía algo en sus manos.
Lucian (mirando al suelo): "Hola, señor Edward... ¿Está Liora? Quiero jugar con ella."
Edward (con una sonrisa cálida): "Claro, Lucian. Está en el jardín trasero. Pasa, muchacho."
Lucian asintió y entró corriendo, pero al llegar al jardín, se detuvo de golpe. Allí estaba Liora, girando entre las flores con los brazos extendidos, su cabello dorado brillando bajo el sol. Su risa resonaba como un eco suave en el aire. Por un momento, Lucian se quedó inmóvil, con las mejillas enrojecidas.
Lucian (pensando): "¿Por qué siempre se ve tan... diferente? Como si no fuera como los demás."
Liora lo vio y su rostro se iluminó.
Liora (corriendo hacia él): "¡Lucian! ¡Llegaste!"
Antes de que Lucian pudiera reaccionar, Liora lo abrazó con entusiasmo. Sin embargo, Lucian se quedó rígido, sin saber qué hacer. Una oleada de tranquilidad, algo que nunca antes había sentido, lo envolvió. Por un instante, toda la soledad y el peso que cargaba desaparecieron, pero la intensidad de esa emoción lo sobresaltó.
Lucian (nervioso, retrocediendo): "¡No!"
Sin darse cuenta, empujó a Liora, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Liora (sorprendida, con un tono suave): "Yo... lo siento."
Lucian sintió un nudo en el estómago al ver a Liora en el suelo. Se apresuró a acercarse, notando que una de sus piernas estaba raspada.
Lucian (arrepentido): "¡Liora! Perdóname... No quise empujarte. Es solo que... no estoy acostumbrado a que me abracen."
Liora lo miró con una sonrisa dulce mientras se levantaba con cuidado, sacudiéndose el polvo.
Liora (con voz cálida): "No te preocupes, Lucian. Estoy bien. Mejor juguemos."
Lucian se quedó en silencio, incapaz de comprender cómo alguien podía reaccionar con tanta bondad. Algo en Liora lo desarmaba, como si ella tuviera una luz que iluminaba incluso los rincones más oscuros de su alma.
Mientras jugaban en el jardín, Lucian no podía dejar de mirarla. En su mente, una idea se repetía una y otra vez.
Lucian (pensando): "Ella no tiene ni un rastro de maldad. ¿Cómo alguien así puede existir? ¿Cómo puede hacer que todo parezca... más fácil?"
Esa tarde, mientras corrían entre las flores y reían juntos, Lucian supo que había encontrado algo en Liora que nunca había tenido: un atisbo de paz.