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07 - Eloy 3

Noté que el Cirujano respiraba con fuerza, lo que me llamó la atención. Mientras tanto, Eloy continuaba durmiendo plácidamente en su rincón, sin moverse ni un ápice durante las últimas cuatro horas, según indicaba el reloj. Parecía tan confiado, y no sabía con quién estaba compartiendo habitación. En cualquier caso, era mejor que no supiera nada sobre nosotros, especialmente sobre mi compañero peculiar. Me levanté y estiré los brazos, tratando de desperezarme. Había tenido mucho tiempo para pensar, tal vez demasiado. La situación me recordaba a la prisión, encerrado en aquella cocina sin ver la luz del sol ni respirar aire fresco. Era una mierda. Aunque se suponía que debería estar disfrutando de mi recién recuperada libertad.

Avancé en silencio por entre los bancos y los estantes de acero inoxidable, probablemente repletos de utensilios de cocina. El sonido de la respiración del Cirujano llegaba desde la puerta cerrada que conducía al comedor del restaurante. Me dirigí hacia allí, sintiendo curiosidad por observar a mi compañero durmiendo. Deseaba averiguar si su rostro reflejaba serenidad o si, por el contrario, se distinguía algún rastro de culpa. ¿No dicen que los malvados no duermen tranquilos, que sus atormentadas conciencias les impiden descansar? Quería comprobar si eso era cierto en el caso del Cirujano.

Cuando alcancé el último tramo de la escalera, me sorprendió no encontrar al Cirujano donde se suponía que debía estar. Sin embargo, al acercarme más a la puerta bloqueada, escuché un sonido diferente: un olfateo. De repente, mi corazón latió con fuerza y una descarga de adrenalina se extendió por todo mi cuerpo. Las sombras a mi alrededor se aclararon y empecé a oír sonidos que antes me habían pasado desapercibidos, como el arrastrar de unos pies, el roce de la tela y unos leves gemidos, además de ese peculiar y preocupante olfateo.

Noté el contacto de algo frío sobre mi hombro y di un respingo, el corazón amenazando con salirse de mi pecho. Era el Cirujano, que me indicaba con un gesto que mantuviese el silencio. Asentí mientras intentaba recuperar la calma. "Están allí fuera", articuló mi compañero, moviendo los labios sin emitir sonido alguno. Volví a asentir. Debíamos irnos de inmediato antes de que entraran. Me pregunté cómo habían conseguido encontrarnos.

Regresé al rincón dónde había descansado para recuperar mis pertenencias, la mochila y el rifle de plasma. El Cirujano cargó con las suyas y se desplazó hacia la salida trasera. Mientras tanto, Eloy seguía durmiendo profundamente, ajeno al peligro que nos acechaba. Tapé su boca para que no hiciera ruido y le hice un gesto de silencio cuando despertó sobresaltado y con los ojos abiertos como platos. Después, me dirigí hacia la salida. Eloy me había dejado la palma de la mano llena de babas. Restregué la mano en la pernera de mi pantalón y seguí caminando en silencio.

En ese instante, me percaté de que no se escuchaba ningún sonido del otro lado de la barricada. Ni olfateos, ni gemidos, ni roces... nada. Estaba seguro de que habían notado la ausencia de los ronquidos y que entrarían en cualquier momento. Tomé una decisión temeraria y me acerqué a Eloy, que estaba recogiendo apresuradamente sus cosas y guardándolas en una bolsa de tela azul.

—Deja eso, están a punto de entrar —le susurré.

Nada más hablar, un estruendo ensordecedor nos sobresaltó. Un segundo impacto, mucho más fuerte, hizo que el armario de metal que bloqueaba la salida cediera y, en la oscuridad, pudimos vislumbrar una masa de cuerpos post-mortem (así había decidido llamarlos). En el centro, se alzaba una figura más grande con una cabeza pequeña en la que dos ojos terribles brillaban con una sobrenatural fosforescencia roja. Un rugido, semejante al de un león o un tigre, retumbó en las paredes de la cocina.

Eloy, finalmente convencido, abandonó todo lo que tenía en las manos y corrió en nuestra dirección. El Cirujano, sin perder un instante, abrió la puerta trasera y huyó a toda velocidad. Yo, en cambio, parecía estar atrapado por la visión de aquellos ojos rojos. A pesar del miedo absoluto que sentía ante aquel rugido animal, parecía como si algo me mantuviera inmovilizado, como si unas manos invisibles me agarraran las piernas y me impidieran huir.

Un segundo rugido me sacó de mi ensimismamiento. En ese momento, Eloy salió corriendo como un rayo por la puerta. Alcé mi rifle de plasma y disparé varios haces de energía hacia los no muertos que intentaban escalar el armario derribado para entrar en la cocina. La gran figura oscura con los ojos brillantes permanecía inmóvil. No parecía ser como los otros, puro instinto y nada de razonamiento, al contrario, parecía ser inteligente. Como no estaba dispuesto a confirmarlo, disparé una última vez antes de seguir a mis dos compañeros por la puerta.

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Juntos corrímos por las solitarias y silenciosas calles. Desde la retaguardia, llegaban a nuestros oídos los estridentes y estentóreos vociferios y lamentos de nuestros perseguidores. El Cirujano nos llevaba mucha ventaja, quizás una centena de metros. Yo había logrado dar alcance a Eloy, quien estaba ya rubicundo como un tomate, y respiraba con dificultad. De súbito, el Cirujano viró en una esquina y cuando nosotros llegamos, había desaparecido. Lo habíamos perdido.

Detuve mi carrera para recobrar el aliento, y noté en la cara de Eloy un gesto de gratitud. Con cautela, asomé la cabeza por la esquina en dirección opuesta, y aunque podía escuchar los sonidos de nuestros perseguidores, no conseguía divisarlos. Era la oportunidad perfecta para perderlos, mas no deseaba romper nuestro pequeño grupo. No es que extrañara al Cirujano, pero nuestras posibilidades de sobrevivir aumentaban con cada nuevo miembro del grupo, y francamente, me había salvado la vida en varias ocasiones y sentía que aún le debía una.

El estruendo de nuestros perseguidores se volvía cada vez más cercano. Me abstuve de asomar la cabeza por temor a ser descubierto. Nos hacía falta encontrar algún refugio. Exploré mi entorno. A mi izquierda, se encontraba un patio de viviendas con la puerta abierta. Indiqué a Eloy con un gesto y eché a correr en esa dirección, mientras él me seguía con dificultad. Una vez dentro del fresco y oscuro patio, dimos con unas estrechas escaleras al lado de un ascensor sin energía eléctrica. No tenía intenciones de adentrarme en una ratonera semejante, así que trepé los peldaños con suma cautela, intentando hacer el menor ruido posible. Por el contrario, mi compañero parecía no tener cuidado. Su respiración sonaba como un fuelle viejo y agujereado, y sus pasos resonaban como golpes contundentes contra un yunque.

Al llegar al segundo piso, me detuve y aguardé a que Eloy me alcanzara. Él se dejó caer sobre uno de los escalones, intentando recuperar la respiración. Con cautela, me asomé por la ventana del rellano que daba a la calle. Unos veinte post-mortem se presentaron en la esquina, seguidos por el extraño y aterrador ser de ojos brillantes. Su piel verdosa estaba plagada de llagas y pústulas supurantes. Su anatomía era humanoide, aunque su postura resultaban obscena y contraria a las articulaciones humanas.

El nutrido grupo de seres pareció pasar de largo, pero todos se detuvieron al escuchar un rugido emitido por la bestia. Esta abrió sus fauces en una grotesca sonrisa, dejando ver unos largos y afilados dientes amarillentos. Una bífida lengua bailoteó fuera de su boca al mismo tiempo que un siseante sonido escapaba de su gruesa garganta. La criatura giró su cuerpo y apuntó con sus afiladas garras hacia el patio que habíamos tomado.

—¡Mierda! —exclamé. No se habían dejado engañar. La maldita criatura era astuta.

En mi intento por encontrar un escondite seguro, probé abrir las puertas de las viviendas del piso en el que nos encontrábamos, sin embargo, todas se encontraban cerradas. Aunque contaba con mi rifle, no era una opción viable pues forzar alguna de ellas generaría un ruido considerable. Así que, con un gesto, indiqué a Eloy que me siguiera y juntos ascendimos al siguiente piso para intentar lo mismo. Lamentablemente obtuvimos el mismo resultado. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea, subir hasta la azotea. Ascendimos los restantes tramos de la escalera hasta el último piso, donde encontramos la maquinaria del ascensor y una puerta que conducía a la azotea, sin embargo, esta también se encontraba cerrada.

—¡Mierda, joder! —exclamé con frustración, maldiciendo la costumbre de la gente de cerrar con llave todas las puertas. Los ruidos de nuestros perseguidores se acercaban rápidamente y sabía que debíamos actuar de inmediato si queríamos sobrevivir. Descendimos de nuevo, sin preocuparnos por el ruido que hacíamos y probé todas las puertas del último piso. Nada. Volvimos a tomar las escaleras, bajando al siguiente piso. Más puertas cerradas. Bajamos al siguiente... cerradas.

La algarabía de los post-mortem estaba a punto de alcanzarnos mientras bajábamos desesperadamente por las escaleras. Sin tiempo que perder, empecé a idear un Plan B: si era necesario, saltaríamos por la ventana del rellano. Estábamos a una altura peligrosa, en el cuarto piso, pero era preferible arriesgar una caída a enfrentarnos a esa horda. Sin embargo, en el último momento, encontré una puerta que estaba entreabierta. Me irritó sobremanera no haberla visto antes, pero ya daba lo mismo, lo importante era que estábamos salvados.

De repente, dos individuos aparecieron en el tramo de escaleras. Uno era un anciano con sobrepeso, y el otro era un joven atlético cuyo cuello estaba grotescamente abierto, venas y tendones colgaban de la herida abierta como tubos de plástico. Su cabeza se inclinaba hacia un lado de manera antinatural debido a la herida mortal. Detrás de ellos, la multitud avanzaba empujándose unos a otros, tratando de llegar primero para atacarnos. Un rugido ensordecedor resonó por las paredes del rellano, ascendiendo desde abajo.

Sin más dilación, presioné el gatillo dos veces, y sendos haces de plasma golpearon a los post-mortem. Tiré de la camisa de Eloy para obligarlo a pasar por la puerta abierta. Salté adentro y cerré justo cuando unas manos frías y glaciales la golpearon con fuerza. Accioné los cerrojos y me alejé con un gesto de repulsión ante la sensación de tener a uno de esos seres tan cerca (a pesar de que la hoja de madera reforzada de la puerta estuviera entre nosotros).

Detrás de mí, en el interior oscuro de la vivienda, escuché un gemido de angustia.