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Planeta Infernal [Spanish]
03 - El pueblo minero 1

03 - El pueblo minero 1

Mientras avanzaba, mi mente trabajaba sin descanso, maquinando planes y estrategias para sobrevivir en aquel inhóspito lugar. A pesar de mis heridas y debilidad, no perdía la esperanza de encontrar una solución a mi situación. La sed y el cansancio hacían mella en mi cuerpo, pero seguía avanzando con determinación, con la imagen de aquella ciudad a lo lejos como faro de esperanza. No podía rendirme ahora, después de todo lo que había pasado. Debía luchar por mi vida y por mi libertad, costase lo que costase. Con cada paso que daba, sentía cómo la energía volvía a mi cuerpo, cómo la sensación de libertad se afianzaba en mi mente. Era una lucha difícil y dolorosa, pero estaba dispuesto a enfrentarla con valentía y determinación. Había sobrevivido hasta ese momento, y no iba a dejar que nada ni nadie me arrebatara la oportunidad de vivir en libertad. En cuanto llegara a la ciudad, improvisaría cualquier historia que se me viniera a la mente para que la gente me ayudara.

Sin embargo, en ese momento lo primordial era encontrar un refugio seguro para protegerme de la inevitable explosión de los motores del RX-67. Continuaba escuchando su rugido, cada vez más ensordecedor y agudo. Con mi conocimiento en mecánica espacial, sabía que la explosión sería impresionante, visible a kilómetros de distancia, pero cuál era la distancia segura, no podía saberlo sin conocer la cantidad de combustible que quedaba. Decidí confiar en mi suerte, como siempre lo había hecho. Afortunadamente, no me había abandonado. Solo uno de cada cien sobrevive a una nave de esa envergadura estrellándose contra un planeta, y yo era uno de ellos. Aunque estaba gravemente herido, estaba seguro de que mis heridas no eran mortales.

Con cierta desgana, dirigí mi mirada hacia la colina que se alzaba delante de mí. Estaba a punto de rodearla para evitar tener que subirla cuando algo captó mi atención. En la cima, asomándose por encima del borde, se vislumbraba una cabeza.

—¡Max! —llamó alguien desde la cima de la colina, pero el sol brillaba directamente en mi rostro, impidiéndome ver las facciones del que hablaba. Ante la incertidumbre, levanté mi rifle de forma amenazadora mientras permanecía inmóvil. No tenía sentido intentar escapar, ya que mis heridas no me permitían correr—. Soy yo, el Cirujano.

José “el Cirujano” González, un antiguo conocido de la prisión, había sobrevivido al choque y había encontrado una salida. Aunque no habíamos entablado mucha conversación, ya que siempre mantuve mi distancia debido a su reputación de psicópata y asesino en serie, no tenía otra opción que confiar en él dadas las circunstancias. Además, recordé que fue un cirujano de renombre antes de dedicarse a la vida criminal, según Jerry me comentó un día. Tal vez podría utilizar sus habilidades médicas para mi beneficio.

Con esfuerzo, dibujé en mi rostro la sonrisa más cordial que pude, a pesar del dolor punzante en mi cabeza, y lo saludé bajando el arma. Mi compañero, aparentemente ileso, descendió la colina con calma hasta que llegó a mi lado.

—Joder, qué mal aspecto tienes.

Él en cambio, lucía impecable, sin una sola marca en el cuerpo. Un cabrón afortunado.

—Si, estoy un poco perjudicado.

—Vamos te echaré una mano, hay que ponerse a cubierto detrás de esta colina, la nave estallará de un momento a otro.

Coloqué mi brazo alrededor de su cuello, sin soltar el rifle, y me ayudó a subir y luego bajar el tramo de colina hasta una pequeña depresión donde en algún momento debió de haber un arroyo, ahora seco desde hace mucho tiempo.

Mi acompañante me ayudó a sentarme en el suelo seco y duro, cuando de repente un estallido ensordecedor hizo que me retorciera de dolor y un temblor sacudió la tierra debajo de nosotros. Por un momento, temí que una grieta se abriera en el suelo y nos tragara, llevándonos a un abismo infinito y negro. Pero el temblor pasó y el sonido de la explosión retumbó en las colinas, disminuyendo gradualmente hasta que finalmente se detuvo, dejando un incómodo silencio.

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—Por los pelos —dijo El sonriendo. Parecía divertido.

Mis fuerzas se desvanecían por momentos y me sentía incapaz de dar un solo paso más sin antes haber descansado.

—Vamos a ver como están esas heridas.

Con escrupulosa meticulosidad me examinó, demostrando un amplio conocimiento en su área. De pronto, sin previo aviso, dio un repentino tirón en mi brazo derecho y colocó mi hombro en su sitio. El dolor fue tan intenso que solté un alarido desfalleciendo en el acto.

Cuando recobré el conocimiento, el sol había desaparecido y las sombras de la noche se habían adueñado del paisaje. Mi compañero, el Cirujano, dormía plácidamente a mi lado con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Aún tenía firmemente agarrado el rifle de plasma en la mano izquierda. Sentí alivio de que no hubiese intentado quitarme el arma. No tardé en caer nuevamente en un profundo sueño.

* * *

El Cirujano me despertó justo cuando el sol comenzaba a salir en el horizonte. Al abrir los ojos, lo primero que noté fue una intensa sed y una sequedad en la boca. A medida que iba recobrando la conciencia, el dolor en todo mi cuerpo aumentaba con más fuerza que el día anterior, si eso era posible. Examinó mis heridas y contusiones sin decir una sola palabra, con una sonrisa ligeramente curvada en sus labios. Parecía disfrutar de la anatomía humana, y estaba seguro de que si tuviera un bisturí a mano, me abriría en canal para echar un vistazo a mis entrañas.

No confiaba en él, pero no tenía otra opción. Era el único compañero que tenía y siempre había detestado la soledad. Además, sería útil tener a otro fugitivo conmigo una vez que llegáramos a la ciudad. Con dos personas, las posibilidades de escapar se duplicarían.

—Tenemos que llegar a la ciudad y encontrar agua, me estoy muriendo de sed —murmuré en apenas un susurro. Él me observó y asintió en silencio.

Con su ayuda, me puse en pie y comenzamos la extenuante marcha hacia los edificios que se vislumbraban en la lejanía. Antes de alejarme del lugar, eché una última mirada hacia donde se encontraba la nave, ahora reducida a un amasijo de hierros retorcidos humeantes.

El tiempo transcurría con lentitud y cada paso que daba era una tortura. Mi cuerpo sudaba profusamente, mientras mi compañero se mantenía fresco como una flor. Yo, con mi torso al descubierto, empecé a sentir cómo los rayos del sol quemaban mi piel. Mis hombros se enrojecieron y la simple caricia del viento me hacía gemir de dolor. La sed se tornaba cada vez más insoportable y mi cabeza seguía afligiéndome con martillazos acompasados a mi pulso. Sin embargo, el dolor en mi hombro derecho, una vez que fue devuelto a su lugar, parecía comenzar a disminuir.

Perdí la noción del tiempo mientras luchaba por mantenerme en pie, hasta que la oscuridad me envolvió y me desmayé sin saber cómo. Al recuperar la conciencia, me di cuenta de que estaba siendo cargado por el Cirujano, quien avanzaba con paso seguro por el árido y rocoso desierto.

Me sumergí nuevamente en un profundo sueño, solo para despertar tiempo después rodeado de sombras y oscuridad. Me encontraba acostado sobre una superficie embaldosada, con una tenue luz brillando a lo lejos, más allá de mis pies. Al alzar un poco la cabeza, pude ver que se trataba de una pequeña habitación. La luz era tan débil y bailaba tanto que no pude distinguir detalles, las sombras danzando por las paredes. En el centro de la habitación había una pequeña fogata, y al otro lado de ella estaba sentado mi salvador, el Cirujano, observando cuidadosamente algo que sostenía en las manos.

Me incorporé, sujetándome la cabeza, sintiendo el dolor y un leve mareo. El Cirujano me observó con una sonrisa y se levantó para acercarse a mí, ofreciéndome un vaso rebosante de agua. Habría hecho cualquier cosa por conseguir agua. Agarré el vaso con avidez y bebí todo el líquido fresco y revitalizador. Cuando volví a mirarlo, noté que estaba manoseando algo con insistencia. Se trataba de una mano amputada a la altura de la muñeca. Debió ser evidente mi expresión de sorpresa, ya que él volvió a sonreír y habló con una suave y aguda voz, a pesar de su reputación.

—¿Esto? —la alzó en el aire—. Pertenecía a la ocupante de esta casa. No creo que la necesite. Llevaba muerta mucho tiempo. Una fea herida en el vientre... Una pena destrozar esos órganos tan jóvenes... Nunca entenderé a las personas que destrozan de ese modo un cuerpo humano...

Permanecí en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Era evidente que cada persona tiene sus propias peculiaridades, pero las obsesiones de este hombre eran inquietantes. Al menos, me reconfortaba saber que estaba más interesado en los órganos de la difunta que en los míos. No podía evitar preguntarme por qué había decidido salvarme la vida. ¿Me necesitaba por alguna razón?

Me di cuenta de que mis heridas estaban vendadas y un frasco de plástico con aspirinas se encontraba a mi lado. Eso explicaba el alivio del el dolor. No se puede decir que fuera un mal médico, de hecho, sabía cuidar de un enfermo. Pero lo que me mantuvo despierto durante parte de la noche fue una pregunta: ¿Por qué me necesitaba y qué pasaría cuando dejara de necesitarme?