Eloy paladeó el ardiente tequila antes tragar, frunciendo el ceño. El Cirujano parecía distraído, pero yo escuchaba con gran interés las palabras de nuestro nuevo compañero.
—Al principio, simplemente encontraron una galería oscura y profunda que no impresionó a nadie. No era ni la primera ni, creíamos, la última que se encontraría. Solo hubo un pequeño artículo en uno de los periódicos del pueblo. Sin embargo, pocos días después, los trabajadores que habían estado explotando la veta de hierro y habían encontrado la gruta, cayeron enfermos. En menos de dos días, todos estaban en cama con fiebres altas. Desde la capital, llegaron órdenes de no trasladar a los enfermos al hospital central por miedo al contagio, así que los médicos fueron a visitarlos a sus hogares.
Tomé un trago y rechacé la oferta de Eloy de echarme más tequila. Saqué la botella de whiskey y un paquete de cigarrillos de mi mochila. Serví una buena cantidad de mi licor y encendí un cigarrillo. El Cirujano me miró con disgusto, seguramente asqueado de que mancillara mi cuerpo con aquellos venenos. Lo ignoré y me centré en la historia que Eloy nos contaba.
—Era evidente que algo había ocurrido en esa cueva —continuó Eloy, su voz llena de preocupación—. Los trabajadores que habían estado allí, comenzaron a enfermar de manera misteriosa y rápida, dejando perplejos a los médicos locales que no podían identificar la causa. Cada día que pasaba, la situación empeoraba, y todos sospechábamos que la razón detrás de la enfermedad estaba relacionada con las profundidades oscuras y desconocidas de la gruta. Yo mismo vi cómo aquellos hombres se consumían desde dentro, sin que nadie pudiera hacer nada para salvarlos.
Mientras hablaba, tomé un sorbo de licor que se deslizó por mi garganta, proporcionándome un momento de calma y relajación, y acompañé el trago con una larga calada de mi cigarrillo.
—Al quinto día los mineros comenzaron a morir. Les creció una protuberancia, un tumor, en la coronilla de la cabeza. Hacía tal presión sobre el cerebro que acababa matando a las víctimas. Se procedió a incinerar los cuerpos lo antes posible. Los cargaron en un camión y los llevaron a la incineradora que hay en la capital. La última noticia que tuvimos era que el camión nunca llegó a su destino. Mientras, los médicos comenzaron a ponerse enfermos con altas fiebres y temblores. No se sabía aún cual era la causa del contagio pero se optó por aislar a los enfermos en el polideportivo hasta que llegasen nuevos médicos que pudieran atenderlos. Nadie vino. Llamamos y llamamos a la capital, pero nadie respondía. Uno o dos se arriesgaron a marcharse para buscar ayuda y nunca regresaron.
Tomé otro trago de mi licor y encendí otro cigarrillo, tratando de calmar mis nervios.
—Varios días después de encerrar a los nuevos enfermos —continuó— dejamos de escuchar sus lamentos en el interior del polideportivo y supusimos que habían muerto. Aquella noche desaparecieron varias personas y todo el pueblo se movilizó para buscarlos. Descubrimos que las puertas del polideportivo estaban abiertas y los cadáveres no estaban allí. Y entonces los vimos... caminaban moribundos pero en cuanto nos vieron echaron a correr hacia nosotros. No sabíamos que eran peligrosos, así que no escapamos y cuando nos alcanzaron, se lanzaron contra los pobres infelices mordiéndolos en cualquier sitio, comiendo... fue horrible. Cada día que pasaba había más y más. Algunos trataron de darles caza, pero no había manera de detenerlos, les hicieras lo que les hicieras seguían moviéndose. Poco a poco, fueron muriendo todos hasta que me quedé solo... Sois las primeras personas que veo en una semana.
Los tres permanecimos en silencio durante unos minutos. Eloy se sirvió otro trago, que bebió de golpe, arrugando el rostro.
—Está claro lo que debemos hacer —mis dos compañeros me observaban con atención— Debemos llegar a la capital y escapar del planeta en una nave. ¿Tienes más cartuchos para la escopeta?
—No.
—Entonces, nuestras únicas armas son los cuchillos y el rifle de plasma, que sólo tiene media batería.
Enrosqué el tapón en la botella de whisky y la guardé en mi mochila. Saqué varias latas de conservas y coloqué una frente a cada uno de nosotros.
—Ahora, comamos. Esta noche nos iremos de este maldito pueblo.
***
Después de nuestra comida, cogí mi mochila y me alejé a una esquina de la cocina para tener un momento de soledad. Nos habíamos propuesto dormir todo lo posible para estar listos por la noche. Eloy apagó la mayoría de las luces que nos iluminaban desde el techo, dejando sólo un par de lámparas en el centro de la habitación. Me recogí en un rincón semioscuro, sintiendo el cansancio y el dolor de mi cuerpo como una pesada carga. Era sorprendente cómo, en los momentos más peligrosos y tensos, los dolores físicos desaparecían para regresar con más fuerza una vez que se había encontrado el reposo. El costado apenas me dolía, la magulladura había tomado un tono amarillento, era señal de que se estaba curando. El hombro, en cambio, me volvía a molestar con pinchazos. La cabeza me zumbaba y latía, y sentía un ligero mareo. Habría dado cualquier cosa por una aspirina... Y finalmente, el impacto que me había dado en el lado derecho del rostro había hecho que se me hinchara y latigazos de dolor me torturaban al son de los latidos de mi corazón.
Decidí entonces recurrir al anestésico universal que era el alcohol. Me serví un trago de whiskey, que ya había disminuido hasta la mitad de la botella, consciente de que no me duraría mucho a ese ritmo. Esperaba que pudiera aliviar mi dolor por el mayor tiempo posible. Además, encendí un cigarrillo. Debí haber dejado el tabaco durante mi encarcelamiento, ahora lamentaba no haberlo hecho. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer al respecto, estaba en una situación poco idónea para dejar vicios.
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Recordé con nostalgia mi época en el control aéreo de Ypsilon-6, una etapa de mi vida llena de ilusión y juventud. En aquellos días, ganaba dinero y conocía a mujeres fascinantes sin involucrarme en el peligroso mundo del contrabando. Sin embargo, durante ese tiempo, hice mis primeros contactos con el inframundo del comercio ilegal. Fue entonces cuando conocí al señor Cho. Aunque era un tipo nervioso, su inteligencia era innegable. Conocí al señor Cho gracias a una amiga llamada Lili, una mujer extraordinaria y perspicaz que, además de ser increíblemente hermosa, tenía una mente aguda para los negocios. En una de nuestras veladas, confesé mis deseos de enriquecerme y Lili, sin dudarlo, me presentó al señor Cho al día siguiente.
Pocos días después abandoné mi empleo en el control aéreo y obtuve un préstamo de Lili que me permitió adquirir mi primera nave de transporte y comenzar a trabajar para el señor Cho. Mi primera misión fue un gran éxito, pero también me llevó a experimentar mi primer desengaño en el oscuro mundo del contrabando. Al principio, me sentí felizmente sorprendido cuando Lili perdonó mi deuda, pero apenas unos días después me informó que, a partir de entonces, la mitad de mis ganancias le pertenecían. Así me encontré atrapado entre dos frentes: Cho como mi enlace y Lili como mi socia obligatoria. Es evidente que ambos habían urdido esta trampa para asegurarse ingresos fijos y sin riesgos, mientras yo asumía todos los peligros.
Atrapado por sus artes femeninas, caí rendido ante su belleza y encanto, convencido de que estaba enamorado de ella, un gran error por mi parte. Después de soportar su coacción durante varios meses, sentí un inmenso alivio cuando un resorte en mi interior se accionó, y tomé conciencia de los juegos sucios de ambos.
Al dar un aviso anónimo a las autoridades portuarias de Ypsilon-6, logré que detuvieran al señor Cho. Una vez eliminada esta pieza del tablero de ajedrez, me sentí enormemente satisfecho de deshacerme del otro culpable de mi desgracia, Lili. El poder que ella ostentaba se derivaba de la red de contactos ilegales que Cho había creado. Descubrí que Lili era la amante de Cho desde hacía mucho tiempo y que todo había sido un engaño para manipularme.
La visité en una lluviosa noche de verano. Me recibió como de costumbre, vestida únicamente con una bata roja de tela gaseosa y transparente que dejaba al descubierto su figura perfecta: unos pechos turgentes, unas caderas exquisitas, unas piernas largas y esbeltas, y una larga y ondulante cabellera negra que me saludaron y aceleraron mi corazón. Hice un gran esfuerzo por centrar mi atención en las artimañas que había empleado para aprovecharse de mí, pero de vez en cuando, era inevitable que mi mirada se perdiera en sus voluptuosos pechos o en su erótico monte de Venus.
—Querida Lili, siempre tan encantadora, siempre tan bella… —dije con una sonrisa en los labios, tratando de mantener mi atención en el asunto que me había llevado allí.
—Mi amor —me susurró al oído, apretando su cuerpo suave y cálido contra el mío. Sentí cómo mi deseo crecía y tuve que apartarme de ella, girándome para mirar por la ventana hacia la noche oscura y húmeda.
—Me has hecho mucho daño, Lili —le dije reuniendo la fuerza necesaria.
—Pero siempre te he tratado con amor —respondió ella, intentando justificarse.
—¡No! Sé lo que hay entre tú y Cho —tomé la botella de ginebra y un vaso, me senté frente a la mesa y serví un trago generoso que vacíe de una sola vez.
—Eso no es nada comparado con lo que tú y yo compartimos —intentaba mantenerme como su única esperanza. Durante aquellos días de investigación sobre mis "socios", descubrí que Cho la había rescatado de la prostitución. Probablemente, al enterarse de que habían detenido a Cho y no tenía a nadie que la protegiera, había decidido intentar ganarme a toda costa para salir de esa situación de desamparo.
—He sido yo quien se ha deshecho de Cho —dije con firmeza, mientras observaba la reacción de Lili, que parecía aturdida y sin saber cómo reaccionar. Cogió una camisa que estaba en el sofá y la utilizó para taparse, como si de repente se hubiera dado cuenta de que estaba desnuda frente a mí. Qué irónico, pensé con una sonrisa.
—¿Cómo has podido? —preguntó con una expresión de repugnancia en su rostro. Fue lo peor que pudo hacer. Hasta entonces, todavía estaba bajo el hechizo de su encanto, pero al ver esa mirada de desprecio en su rostro mi deseo por ella desapareció. Entonces la vi por lo que realmente era: una mujer que se había aprovechado de mí, que había utilizado mi debilidad para controlarme—. Te hemos dado la oportunidad de hacerte rico y ¿así es como nos lo pagas?
Me tomé un momento para reunir mis pensamientos. Llené mi vaso con ginebra hasta el borde y la bebí de un solo trago. El alcohol calentó mi cuerpo y me dio un poco de confianza. Encendí un cigarrillo, ofreciéndole uno a Lili antes de hacerlo. Mientras ella comenzaba a impacientarse, finalmente hablé.
—Me engañasteis. Apostasteis vuestro futuro contra mí y perdisteis.
Saqué mi pistola de la chaqueta y la coloqué sobre la mesa, ante la mirada temerosa de Lili. Sin embargo, su expresión cambió y esbozó una sonrisa burlona al preguntarme si tenía intenciones de matarla, asegurando que yo no era un asesino. Reconocí la verdad en sus palabras, no podía hacerle daño a una persona con la que había compartido tanto. Pero tenía otras formas de hacer justicia.
—¡Jack! —llamé.
Jack entró en el apartamento apuntando con otra pistola a Lili. Ella conocía bien a Jack y pudo hacerse una idea de lo que le esperaba. Suplicó de rodillas ante mí, pero simplemente asentí a Jack para que se la llevara mientras yo me servía otra copa de ginebra. Los gritos de Lili se desvanecieron en la lejanía, mezclados con el relajante sonido de la lluvia y los truenos que se alejaban. Observé cómo el humo de mi cigarrillo ascendía formando círculos y curvas, era hipnotizante.
Incliné la copa hacia mi boca y vacié lo que quedaba de ginebra. Después apagué la colilla del cigarrillo en el suelo, aplastándola con la suela de mi zapato. Miré por última vez al apartamento que había sido escenario de tantos momentos agradables y, sin volver la vista atrás, abandoné el lugar para tomar el control de mi vida y de mi negocio. Después de aquello, enterré mis emociones en lo más profundo de mi ser y me dejé guiar únicamente por la razón.
Me pregunté si Lili habría sobrevivido a lo que estaba ocurriendo en Ypsilon-6. Aunque Lili tenía razón, yo no era un asesino y no deseaba su muerte, sí buscaba que pagara por lo que me había hecho. Para lograrlo, contacté a Jack, quien había sido su propietario antes de que Cho comprara su libertad. Una vez eliminé a Cho de la ecuación, no fue difícil persuadir a Jack de que Lili seguía siendo de su propiedad.
Quizá para algunos pueda parecer una falta de honor y una acción reprochable, pero en el entorno en el que yo me movía, tenía una perspectiva diferente. Para mí, lo más importante era yo mismo y mi bienestar.
Eché un vistazo por encima de la encimera y vi a Eloy durmiendo plácidamente en un rincón. El Cirujano estaba escondido en algún sitio. VMe tumbé de nuevo intentando conciliar el sueño, pero fue en vano. Hacía poco tiempo desde la última siesta y yo no era de mucho dormir. Miré el reloj de pared colgado sobre mi cabeza y comprobé que faltaban ocho horas para que anocheciera y nos marcháramos. Muchas cosas podían ocurrir en ocho horas.